LA CONSTRUCCIÓN DE UN DISCURSO COLONIAL SOBRE UN IMPERIO EN TRANSICIÓN. El caso de las Filipinas españolas

Versión en castellano con abstract en inglés. English version will follow very soon. LA CONSTRUCCIÓN DE UN DISCURSO COLONIAL SOBRE UN IMPERIO EN TRAN

1 downloads 81 Views 107KB Size

Story Transcript

Versión en castellano con abstract en inglés. English version will follow very soon.

LA CONSTRUCCIÓN DE UN DISCURSO COLONIAL SOBRE UN IMPERIO EN TRANSICIÓN. El caso de las Filipinas españolas.

María Dolores Elizalde Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales Consejo Superior de Investigaciones Científicas

For Spain, the 19th century in the Philippines was a continuous experiment aimed at devising a colonial model which, from multiple facets—political, economic, social, strategic and international—, would allow it to retain sovereignty of the islands. In this context of an empire in the throes of attempting to redefine itself, a large number of foreign observers wrote more than fifty accounts and reports in which they analysed the colonial system established by Spain in the Philippines and the situation of the islands. The images conveyed by these writings thereafter influenced the discourse that was developed on the Spanish Philippines, and they were used in 1898 to justify a change of hands in the colonial administration of the archipelago. This paper starts by inquiring why so many accounts were written about the Philippines at that time and what it was hoped to gain by them; it then goes on to examine what those foreign observers thought of the Spanish colonial model; the third prt looks at the extent to which the images transmitted by those accounts were revived, magnified or modified as a result of the Spanish-American war and the intervention of the United States or other powers in the archipelago with the aim of liquidating the Spanish empire in Asia; and lastly, it examines the extent to which those images and the way in which Spanish rule ended has influenced the reconstruction of a post-colonial relationship between Spain and the Philippines.

1

1.- Un imperio en transición y en pleno esfuerzo de redefinición

La administración española de Filipinas en el siglo XIX puede ser contemplada como un ejemplo claro de imperio en transición, en el cual se realizó un constante esfuerzo de redefinición del modelo colonial.

Desde mediados del siglo XVIII, distintos factores pusieron en una situación muy crítica la permanencia española en el archipiélago: primero, la crisis vivida por Filipinas a lo largo del siglo por agotamiento del sistema colonial que hasta entonces había regido en las islas; segundo, la invasión de Manila por los ingleses en 1763 –en el marco de la Guerra de los Siete Años-; y tercero, la independencia del imperio americano continental, que implicó el fin de la estrecha relación mantenida con Nueva España, y también la interrupción del Galeón que durante siglos había convertido a Filipinas en el eje que unía Asia con América, dándole un sentido preciso dentro del Imperio español. En esa difícil tesitura, la supervivencia de la relación colonial entre España y Filipinas se posibilitó gracias a las reformas borbónicas emprendidas en las últimas décadas del siglo XVIII, que reforzaron la administración, crearon nuevas instituciones coloniales, e impulsaron la adopción de una economía basada en monopolios sobre el tabaco y los alcoholes indígenas, lo cual permitió que la colonia siguiera financiándose 1 .

Sin embargo, pasados los primeros años del siglo XIX, la suma de distintas circunstancias, tales como la reafirmación de la expansión colonial en Asia y el Pacífico, el cambio en las tendencias del comercio internacional, las crecientes demandas de productos tropicales, el interés de las potencias por consolidar su penetración en archipiélago filipino, el alto coste de los estancos sobre el tabaco y los alcoholes, o la pujanza de distintas dinámicas de la sociedad filipina que se revolvían contra las imposiciones y limitaciones del régimen colonial, pusieron de manifiesto la necesidad de reajustar, una vez más, el modelo colonial si España quería permanecer en aquel archipiélago asiático.

En todo momento, y a pesar de algunas voces discordantes que recomendaban abandonar aquellas islas por el alto coste que originaban, estuvo claro que España no deseaba renunciar a su soberanía sobre las Filipinas –ni que ello repercutiera sobre sus 1

Josep M. Fradera, Colonias para después de un Imperio, Barcelona, Ed. Bellaterra, 2005.

2

posesiones en la Micronesia: Marianas, Carolinas y Palaos-. España se resistía a poner fin a su imperio en Asia y el Pacífico, una compleja y cambiante realidad por la que llevaba luchando desde el siglo XVI. Por ello, el siglo XIX en Filipinas fue precisamente eso: un continuo experimento para encontrar un modelo colonial que permitiera la continuidad de la soberanía española sobre las islas y la permanencia de una relación colonial que pudiera ser aceptada dentro y fuera de ellas.

Desde principios de siglo se insistió en que el sistema debía pilotar sobre un poder político centralizado, en el que el Gobernador General tuviera el control sobre todos los mecanismos de gobierno y reforzara sus atribuciones. Ello supuso acabar con buena parte de la delegación de poderes a las elites filipinas, que eran las que se ocupaban de la organización política, económica y social de su propia gente, e iniciar una campaña para incrementar el control directo sobre la población. Los filipinos no sólo vieron cuestionado el viejo modelo de delegación de poderes, que había permitido un cierto equilibrio en las islas y un espacio de actuación para cada cual, sino que, en plena época liberal de afirmación de los derechos ciudadanos, comprobaron que no había ninguna voluntad política de incorporarles plenamente a tal categoría, y que en vez de experimentar una ampliación de sus posibilidades de participación política, sufrían una merma en sus derechos y capacidades. El objetivo de la metrópoli era, ante todo, reforzar los mecanismos de gobierno, hacer más fuerte el gobierno colonial, y ante ello no importaba desestimar las aspiraciones filipinas, y más cuando éstas podían poner en peligro sus propios fines en el archipiélago. Esas circunstancias provocaron crecientes movimientos de protesta, que fueron duramente reprimidos, hasta que los filipinos se convencieron de que por la vía de la negociación pacífica nunca conseguirían alcanzar sus aspiraciones y abrieron la lucha armada contra las autoridades españolas.

La reafirmación del control de los resortes del poder por el Gobernador General también significó cuestionar el amplio margen de maniobra de las órdenes religiosas y limitar las parcelas de actuación que desde hacía siglos habían desempeñado dentro de la administración española de Filipinas. De igual forma, se restringió la autonomía que habían gozado las autoridades provinciales, porque con frecuencia esa autonomía dio lugar a abusos y a que los impuestos no llegaran a la Corona o al Estado. La modernización, racionalización y regeneración de la administración colonial requería acabar con viejas prácticas sobre las que había descansado el gobierno de las islas 3

durante muchos años. Ello inició una dura y sorda lucha de poder entre los distintos sectores implicados en el sistema. La lucha entre reformistas y antirreformistas, y los debates sobre los límites que no debían traspasar las reformas, presidieron el siglo XIX.

Buena parte de las autoridades españolas –los políticos más concienciados, los sectores que deseaban promover el progreso económico de Filipinas y no sólo perpetuar los privilegios de unas elites- fueron conscientes de la necesidad de introducir reformas políticas, económicas y defensivas en el archipiélago. En ese sentido se habían pronunciado todos los analistas a los que se había solicitado un informe sobre las islas, desde Francisco Leandro de Viana, a Sinibaldo de Mas, Segismundo Moret, Manuel Becerra, Antonio Maura, o Víctor Balaguer. Sin embargo, a pesar de ese convencimiento racional y consciente, de los muchos planes elaborados, y de las reformas aplicadas, siempre existió un enorme miedo al cambio. Todo plan de reforma fue contemplado con suspicacia y rechazo por amplios sectores que se resistían a cualquier renovación. Políticos y militares conservadores, muchos miembros de las órdenes religiosas, y aquellos círculos partidarios del mantenimiento del statu quo, combatieron cualquier posibilidad de reforma, subrayando que los cambios podían provocar imprevistas reacciones por parte de la población filipina. Ello hizo que se generalizara un temor difuso a las consecuencias imprevisibles que pudieran provocar las reformas, y que, aunque la historia del XIX filipino fue una historia de constantes cambios y reformas, todas ellas fueran a todas luces insuficientes para lo que hubiera requerido la ocasión. El siglo XIX se convirtió así en un periodo de lucha constante entre reformistas y antirreformistas, entre involución y progreso.

A lo largo del siglo XIX, también hubo una transición esencial en el terreno de la economía. En ese tiempo se vivió el tránsito de un modelo de imperio cerrado, caracterizado por monopolios férreamente controlados –bien fueran del Galeón y los intercambios comerciales, bien del tabaco, los alcoholes indígenas, o el opio- hacia un nuevo modelo de imperio abierto al librecambio y a la penetración extranjera; modelo que en los últimos años del siglo, cuando ya era imposible frenar esa intervención exterior, se intentó reconducir de nuevo hacia el proteccionismo y la defensa de los intereses de los peninsulares españoles frente a los de cualquier otro grupo implicado en las islas. También se produjo una transformación en el modelo impositivo, y una modernización y ampliación de los impuestos, con el paso de los tributos basados en 4

una capitación personal pagada por los filipinos sometidos, los mestizos y los chinos, al pago de la cédula personal obligatoria, más una contribución directa sobre las actividades económicas –urbanas, industriales y comerciales- y una contribución territorial.

Todo ese esfuerzo de redefinición del modelo colonial realizado por las autoridades españolas hay que entenderlo como expresión de la voluntad por mantener su presencia en Filipinas y por reafirmar el imperio español en Asia. Aquellos archipiélagos presentaban entonces un prometedor futuro ante sí y, justo en el momento en que se ratificaba el interés internacional por China y el Sudeste asiático, no parecía el momento de abandonarlos. A pesar de contar con menos medios que las potencias que entonces afianzaban su vocación imperialista, España estaba dispuesta a dar la batalla por defender sus posiciones.

2.- Memorias sobre Filipinas y diagnóstico de un modelo colonial

No sólo los españoles reafirmaron su interés por aquellas islas. A lo largo del siglo XIX, Filipinas despertó un interés creciente entre las principales potencias con ambiciones coloniales. En el tiempo de la máxima expansión imperialista, Filipinas era un archipiélago estratégicamente situado frente a las costas de China y en el cruce de varias grandes rutas de comunicación trasatlántica. Se convirtió en una economía agro exportadora de productos tropicales con amplia demanda mundial. Requería inversiones en la producción y exportación de azúcar, abacá, café y otras riquezas similares. Representaba un mercado potencial para bienes manufacturados occidentales. Y necesitaba que se construyeran infraestructuras y sistemas de comunicación. Todo ello atrajo al archipiélago a comerciantes, inversores y viajeros de distintos países.

Los residentes extranjeros que vivieron en Filipinas y los viajeros que visitaron el archipiélago en el siglo XIX mostraron su interés por las islas a través de una amplia colección de informes y memorias. Pueden señalarse más de cincuenta relatos de viaje y residencia en las Filipinas de la época, escritos por comerciantes, administradores coloniales, funcionarios destinados en los establecimientos orientales, viajeros que recorrieron Asia, científicos y etnólogos que estudiaron las sociedades asiáticas y oceánicas. La mayor parte de esas memorias e informes se escribieron con objeto de 5

conocer, y dar a conocer, un archipiélago que entonces se abría a la penetración internacional y se consideraba lleno de oportunidades de futuro. La mayoría de los autores deseaban aprovechar las posibilidades económicas que ofrecía el archipiélago, que ellos creían insuficientemente explotadas; querían promover la apertura total de las islas y la libertad de comercio en ellas; potenciar la presencia de comerciantes extranjeros y que éstos pudieran comerciar libremente y sin trabas con los filipinos; introducirse en la producción y exportación de productos tropicales; importar los productos que las islas demandaban; participar en las provechosas inversiones que necesitaba el archipiélago. De acuerdo con esos fines, muchas de los textos escritos fueron ante todo guías que explicaban la situación de Filipinas y orientaban sobre la mejor manera para operar en ellas. Otras obras tenían como aliciente conocer el caso español en Filipinas como un ejemplo a contrastar con otros modelos coloniales implantados en Asia. A sus autores les interesaba observar la solución dada a determinados problemas, a fin de aplicar esas enseñanzas a sus propias experiencias imperiales en aquel ámbito. Ello les llevó a un cuidadoso análisis de las principales características que definían el modelo colonial implantado por España en Filipinas, subrayando su carácter singular frente a los sistemas coloniales que otros países habían desarrollado en distintos puntos de Asia.

En ese contexto, la mayor parte de las obras analizadas coincidieron al señalar una serie de rasgos como definitorios de la administración española en Filipinas. Señalaron que la forma en que comenzó la colonización determinó el modelo colonial, poco menos que para siempre. Explicaron que la motivación primera de los españoles cuando se establecieron en Filipinas, allá en el siglo XVI, fue la conquista y evangelización del archipiélago, y esos fines determinaron la adopción de una administración desarrollada por un número reducido de militares y frailes. En ese contexto, las órdenes religiosas, encargadas de la evangelización de los naturales del país, adquirieron un poder extraordinario, mientras que apenas hubo presencia de la sociedad civil 2 . Insistieron 2

“Al carácter de la original conquista y prematuro gobierno regular de las Filipinas se deben las dificultades que ahora impiden el que se desarrolle este país…Pero fue muy diferente en las Filipinas, donde un pequeño cuerpo de soldados, acompañados de misioneros celosos, desarrollaron el propósito de convertir los indígenas al cristianismo. Esos frailes adquirieron poco a poco gran influencia sobre los indios. Los intereses comerciales predominaron entre los holandeses, y entre los aventureros ingleses siempre imperó también la inclinación al comercio, unido al deseo de ocupación territorial. A los españoles debe concedérseles que su sistema propio religioso, sea cual sea su valor, nunca ha sido olvidado. La autoridad y jurisdicción eclesiástica se hallan, por la administración espiritual, como incrustadas en la máquina del gobierno y obligaciones ordinarias de la vida...” John Bowring, A visit to

6

también en que la colonización española careció de motivaciones económicas primarias, y en que entre sus objetivos fundamentales nunca estuvo el desarrollo ni la explotación económica de las islas 3 . Esto no era totalmente cierto, puesto que uno de los fines de la expansión española hacia Oriente fue la búsqueda de un camino a través el cual penetrar en el mercado de las especias, y la posesión de territorios donde existieran esas deseadas especias y metales preciosos. No los encontraron en Filipinas en la medida esperada, y tardaron en hallar un modelo económico que consiguiera que las islas fueran rentables. Pero ese era un requisito imprescindible para asegurar la permanencia española. Había que encontrar riquezas que permitieran sufragar los gastos, pues no podía haber una colonización sólo para evangelizar. Se necesitaban recursos para financiarla. El problema es que el sistema que finalmente se ideó, el Galeón de Manila, no potenció el desarrollo de las islas, sino que descansó sobre una economía de intermediación entre Asia y América. Esa economía de intermediación permitió financiar la empresa colonizadora, pero apenas contribuyó a desarrollar la economía interna de las islas, (aunque ésta era imprescindible para proporcionar los alimentos, enseres y mano de obra necesarios para el funcionamiento de los intercambios comerciales externos).

Partiendo de esa base, los observadores extranjeros señalaron que el gobierno colonial impuesto por España en Filipinas era un modelo obsoleto, sustentado sobre fines, modos e instituciones ideados en el siglo XVI, pero que en el XIX habían quedado desfasados y no se correspondían con los caracteres de los imperios modernos. Había,

the Philippine Islands, 1859. (Una visita a las islas Filipinas, Manila, Imp. de Ramírez y Giraudiez, 1876), pp. 84-85. Nota: En el caso de los autores analizados en este trabajo, se especifica entre paréntesis la edición de la obra que se está manejando. Además, los textos que se han consultado en castellano, se dejarán en ese idioma para respetar el original. “Produce extrañeza el considerar que las colonias españolas no hayan atraído gran numero de peninsulares para establecerse en ellas. ¿Es que el espíritu nacional de la península ibérica ha dejado de ser aventurero?...La España parece ahora dormida, como descansando satisfecha después de haber tomado su parte en la hermosa historia del progreso humano”, Bowring, Op. Cit., pp. 94-95. 3 “In forming the new colonies, Charles V was not guided by the ambition to increase territorial possessions or accumulate new wealth; he possessed enough of theses to satisfy all his wishes; but if the monarch was contented, the Christian in him could not rest as long as there remained gentiles to convert: that was the first goal of the conquest of the Philippines. Vast armies were no longer sent to gorge themselves with treasures in a new ‘El Dorado’: three hundred soldiers and a small number of religious sufficed to establish Spanish domination solidly in these islands and to maintain it up to the moment of writing. What European nation would be capable today of continuing the work of Charles V? ... If ever England became mistress of the Philippines, with the exclusively mercantile spirit coming to replace the disinterested practices of the Spanish people, this magnificent colony would soon be lost to the whole of Europe”. Jean Baptiste Mallat, Les Philippines. Histoire, geographie, moeurs, agriculture, industrie et commerce des colognes espagnoles dans l'Oceanie, 1846 (Manila, National Historical Institute, 1983), pp. 507-508.

7

pues, una administración anticuada e inmovilista, lastrada por siglos de malas prácticas, en la que eran frecuentes los abusos y la corrupción. Por ello consideraron que, si se deseaba conseguir un modelo colonial efectivo y competitivo, era necesario introducir reformas urgentes. Era imprescindible subsanar la falta de una política definida, la carencia de un plan director, la debilidad de los recursos, la ausencia de unas directrices económicas y unos medios materiales capaces de desarrollar las islas. También habría que redefinir las funciones de las autoridades coloniales, que tenían menos capacidades de las que serían aconsejables dada la distancia entre la Península y Filipinas. Señalaron que el gobernador general adoleció durante muchos años de una falta de poder real frente a otros círculos más poderosos, tanto metropolitanos como isleños. Por ello, recomendaron reforzar las atribuciones del gobernador general, dotarle de mayor autonomía y capacidad de decisión, y aumentar su independencia frente a la metrópoli. Era necesario modificar sus relaciones con Madrid y mejorar los sistemas de comunicación. Con frecuencia en el corazón de la metrópoli no se tenía suficiente conocimiento de la situación en el terreno, lo cual llevaba a que se tomaran decisiones equivocadas. La falta de información, la distancia y la espera de instrucciones provocaban que no se operara con la precisión y celeridad requeridas. Además, para que el gobernador general pudiera operar con mayor conocimiento de causa, sería conveniente crear un consejo de asesores formado por expertos conocedores de las islas 4 .

Los administradores británicos señalaron también la necesidad de corregir la falta de formación de las autoridades coloniales españolas, así como la escasa vocación y estímulos a la hora de desarrollar su trabajo. El paso por Filipinas era una mera estación en su carrera, a menudo obligada y no deseada, ante la cual lo único que esperaban era resistir y que durara poco. Además, el reiterado baile de puestos hacía que pasaran poco tiempo en sus destinos, y que antes de que tuvieran ocasión de enterarse de cómo era el archipiélago filipino, ya tuvieran que marchar hacia el siguiente cometido. Ello daba

4

“Parece que no hay legislación que defina los poderes del virrey o capitán general; pero cuando cualquier asunto de importancia de halla en discusión, se da parte a Madrid. El capitán general debería ser revestido de amplios poderes, mediante, por supuesto, la responsabilidad personal en el ejercicio de los mismos. Debería estar rodeado de un consejo compuesto de personas entendidas. Muchas cosas ocuparían, como es natural, la atención de ese grupo, y por necesidad tendría que cooperar a una buena administración atendiendo todos los asuntos, formando estadísticas de la tierra y población, que contribuirían a una división más satisfactoria de las provincias, distritos y pueblos, así como a la distribución de las cargas públicas”, Bowring, Op. Cit., p. 89. 8

lugar a poco conocimiento del terreno, a cambios excesivamente frecuentes en puestos decisivos y a inestabilidad en las políticas y directrices 5 .

Además, los observadores extranjeros resaltaron la falta de control total sobre el archipiélago, subrayando los amplios espacios sobre los que no se ejercía ningún dominio ni vigilancia, y cómo esa circunstancia permitía la proliferación de resquicios en el régimen colonial, lo cual abría un mundo de posibilidades a la actuación de otros agentes. Posibilidades que quizás no estuvieran legalmente contempladas, pero ante las cuales los españoles apenas tenían medios que oponer.

Otro capítulo fundamental en el análisis del modelo colonial fue el dedicado a las órdenes religiosas. A la mayor parte de estos autores les pareció excesivo el protagonismo que tenían las congregaciones religiosas dentro del entramado colonial. Consideraron que esa peculiaridad se debía al carácter que adquirió la colonización desde sus orígenes, y también a la escasez de funcionarios de la que siempre adoleció el gobierno español en Filipinas. Valoraron la labor que ejercían los religiosos como interlocutores de los filipinos, y como mediadores entre colonizadores y colonizados. También reconocieron su papel en la educación de sus habitantes 6 . Pero al tiempo, 5

“Los funcionarios de las posesiones inglesas y holandesas se educan e instruyen especialmente para su difícil cometido, obtienen el destino previo riguroso examen y ascienden en la colonia paso a paso hasta llegar a los mas altos puestos si poseen aptitud para desempeñarlos ¡Cuan distinto de lo que sucede con los empleados de Filipinas!” Fedor Jagor, Travels in the Philippines, 1874 (Manila, Filipiana Book Guild, 1965), p. 112. Por ello recomendaron que adquirieran una mayor formación como administradores coloniales, estudiaran las características de estos países, y aprendieran sus lenguas: “Una de las ventajas para la influencia que poseen los misioneros, y con la cual no cuenta la mayoría de los funcionarios civiles, es el conocimiento de los idiomas del país...Uno de los mejores medios para acrecentar la eficacia de la acción administrativa de los departamentos civiles serla hacer que sus funcionarios aprendieran los idiomas del país”, Bowring, Op. Cit., pp. 198-199. 6 “He encontrado bastantes frailes objeto de especial respeto y afecto, y en realidad lo merecen como guardianes y restauradores de la paz de las familias y como protectores de los niños en sus estudios, y por otra parte asociando sus esfuerzos al bienestar de sus respectivos pueblos”, Bowring, Op. Cit., p. 105. “For the Indios, the padre or the priest is a father, a friend, a censor; they listen to him on every occasion and have the greatest confidence in him”...“Nevertheless, the Indios were endowed with enough intelligence to understand the superiority of the fathers and the advantage they could draw from their teaching, either for cultivation of the soil or for their industrial works; thus the attachment of these people to their benefactors became stronger from day to day and the influence of the missionaries more important”, Mallat, Op. Cit., pp. 241-247. “The Spanish parish priest was consulted by the native in all matters: he was, by force of circumstances, often compelled to become an architect –to build the church in his adopted village-, an engineer –to make or mend roads-, and more frequent a doctor. His word was paramount in his parish, and in his residence he dispensed with that severity of conventual’s discipline to which he had been accustomed in the Peninsula... In his own vicinity, when isolated from European residents, he was practically the representative of Government and of the white race as well as of social order”, John Foreman, The Philippine Islands, 1890, 1899 y 1906 (New York, Charles Scribner's Sons, 1899), pp. 217-218. Este autor

9

consideraron que la implicación de los frailes en la administración de las islas había complicado notablemente el gobierno del archipiélago, al introducir el elemento religioso en la relación colonial. Además, algunas órdenes religiosas se habían involucrado en exceso en la economía de las islas, lo cual a veces las colocaba en una posición difícil y poco justificable. También se habían hecho con resortes de poder que, cuando la Administración española trató de reducir, las órdenes se resistieron a recortar. Los observadores extranjeros fueron conscientes de los frecuentes desencuentros y de los intereses divergentes entre autoridades políticas y espirituales. Por ello, la mayor parte de los observadores extranjeros aconsejaron sujetar con mayor firmeza la autoridad de los misioneros al Estado y separar la acción de gobierno de las misiones religiosas 7 .

Los autores de estas memorias e informes también dedicaron una atención especial al mundo filipino. Por un lado, les interesó la manera en que se habían integrado en el sistema colonial, actuando como delegados del gobernador general, al ser nombrados “gobernadorcillos” de sus pueblos. Resaltaron que, de esa forma, mantuvieron sus funciones como organizadores de la vida política, económica y social de sus súbditos, al tiempo que se responsabilizaban de hacer cumplir las directrices de las autoridades coloniales. Señalaron que ese sistema permitió mantener los usos y costumbres de los filipinos. Además, la legitimación otorgada a las “principalías” por la metrópoli, al reconocer su papel ante sus súbditos, había permitido una más fácil aceptación del sistema colonial por parte de esas elites. Sin embargo, observaron también que, al respetar la organización e incluso las lenguas de los filipinos, se había perdido la ocasión de aumentar su grado de asimilación a la cultura occidental. Lo cual, según esos observadores, hubiera supuesto un mayor desarrollo educativo para la población de las

subrayaba también la generosa labor desarrollada entre los filipinos, explicando los casos de varios frailes que había conocido personalmente. Sin embargo, era muy critico con las malas practicas de algunos de ellos, de lo cual también daba detallada cuenta a través de sus propias experiencias. Además, señalaba que no todos los españoles apreciaban de igual forma la labor de las ordenes, sino que las opiniones estaban muy divididas, resaltando que los “progresistas” deseaban combatir su preponderancia en Filipinas, solicitaban su retiro a los conventos y su dedicación a misiones estrictamente religiosas, y demandaban su alejamiento de funciones políticas o educativas. Por otro, realizaba un análisis detallado del coste de las ordenes religiosas en Filipinas y subrayaba el poder económico del que disfrutaban gracias a la posesión de tierras que alquilaban a sus cultivadores, y a la venta de cedulas y otras prebendas religiosas. 7 “El gobierno no puede esperar cooperación por parte de los misioneros en medidas que tiendan a disminuir la autoridad eclesiástica o su jurisdicción; y sin embargo, la sujeción de esa autoridad al Estado, y sus limites donde quiera que interviene en el bienestar publico, es la gran necesidad y el problema de mas importancia que debe resolverse en Filipinas”, Bowring, Op. Cit., p. 199.

10

islas. Esa idea les permitía resaltar el atraso de los filipinos 8 . En la mayor parte de las obras que estamos comentando, la imagen más recurrente de los filipinos era la de tribus atrasadas, razas diferenciadas, costumbres salvajes, trabajadores indolentes… Lo cual no hacía sino redundar en la necesidad de ayudar a estos pueblos a alcanzar el progreso deseable, aquel que no habían sido capaces de proporcionarles los españoles. Estos autores no dejaron de resaltar la necesidad de un largo proceso de aprendizaje hasta que los filipinos pudieran ser capaces del autogobierno, y subrayaron la conveniencia del ejemplo y guía de una nación “superior” que les condujera hacia la civilización y el progreso que los españoles habían sido incapaces de inculcarles. Esas imágenes que representaban a las poblaciones indígenas como niños por educar fueron recurrentes en el discurso colonial de la época y se reflejaron en estas obras.

No todas las observaciones de estas obras eran ciertas. No todos los comentarios eran justo. Pero, al difundir esas imágenes, que serían las que acabarían definiendo la administración española para el gran público, estaban abonando un camino para el futuro. Sobre esas imágenes podría asentarse una denuncia justificada de la mala administración del archipiélago, construirse argumentos sólidos con que justificar la necesidad de un relevo en la administración de las islas, si se quería asegurar el progreso de las mismas. Con ello estaban reforzando un discurso que podía justificar la intervención en Filipinas de cualquier otra potencia colonial que estuviera en condiciones de paliar esos males, implantar una correcta administración de las islas y de sus habitantes, y potenciar el progreso del archipiélago, aprovechando las múltiples las posibilidades económicas que ofrecía. Ese discurso sería proseguido hasta sus últimas consecuencias por los sectores norteamericanos dispuestos a reclamar, primero, y a defender, luego , la injerencia de Estados Unidos en los asuntos filipinos.

3.- La utilización de las imágenes creadas

Partimos, pues, de un contexto en el cual la necesidad de reformas estaba muy presente. Era una circunstancia conocida dentro y fuera de Filipinas, sin que, hasta el momento, esa situación hubiera provocado que se cuestionara la soberanía española, más allá de la 8

“En el caso de los más prósperos ejemplos de colonización por los ingleses, las razas indígenas han desaparecido por completo, o progresa su extinción, mientras que la infusión de sangre española, no solo ha permitido el aumento de la clase indígena, sino que ha sido insuficiente para cambiar o ligeramente mejorar sus caracteres nacionales”, Bowring, Op. Cit., p. 87.

11

constatación de que era un imperio en transformación, con situaciones críticas en su seno (que podían provocar un colapso), pero que también tenía posibilidades de renovación. Sin embargo, todavía se mantenía el respeto al statu quo. Aún no se había iniciado el debate sobre un posible relevo en la administración colonial.

Dos circunstancias vinieron a alterar esa situación: en primer lugar, la revolución filipina de 1896; en segundo, la guerra hispano-norteamericana de 1898.

La revolución de 1896 supuso el alzamiento de distintos sectores del pueblo filipino contra el régimen colonial español y el estallido de una imparable reclamación de independencia, temprana para el conjunto de Asia. La rebelión significó, ante la opinión internacional, una denuncia del estado de la administración española, de la intransigencia del régimen colonial, de sus abusos e injusticias, y también de la posición que ocupaban las órdenes religiosas en la organización de las islas. Las potencias recogieron esas acusaciones. Pero no lo hicieron para apoyar las reclamaciones de los filipinos en favor de su plena independencia. Al fin y al cabo, casi todas las potencias tenían un imperio y unos intereses coloniales que defender, y apoyar esas reclamaciones podía ser peligroso frente a sus propios colonizados. Sólo sectores muy determinados de diferentes países apoyaron el autogobierno de los filipinos. Lo que hicieron la mayor parte de los gobiernos extranjeros fue aprovechar esas denuncias para subrayar que era necesario un cambio en la administración colonial del archipiélago. Lo cual dejaba el campo abierto para que otra u otras potencias intervinieran en Filipinas. No se plantearon, pues, el fin de un régimen colonial y el nacimiento de un nuevo Estado independiente, sino una transición entre imperios.

Frente a esas primeras defensas de la conveniencia de un relevo en la administración colonial de Filipinas, el discurso español fue muy diferente. Tras el fin de la insurrección y de la firma del Pacto de Biac Na Bató, las autoridades españolas defendieron que se iniciaba entonces una nueva etapa en las relaciones con los filipinos. No se pensaba en un ocaso de la presencia española, sino en que se abría un nuevo futuro 9 . El debate entre reformistas y antirreformistas se daba por acabado. Era el 9

En tal sentido orientó el general Primo de Rivera, Gobernador General de las islas y negociador de la paz con los filipinos, el primer discurso que pronunció tras Biac Na Bató, el 23 de enero de 1898: en él daba por liquidada la insurrección, y resaltaba públicamente las promesas que el porvenir deparaba en las islas. La Gaceta de Manila recogió su triunfalista alocución al pueblo filipino y anunció la concesión de

12

momento de realizar sin dilación aquellas reformas necesarias para poder mantener el régimen colonial. Se anunció “una escrupulosa selección del personal administrativo y preparándolo convenientemente”, el impulso a “un ejército colonial seriamente organizado” y la elaboración de “una política exterior definida y previsora de las eventualidades que puedan amenazarnos” 10 . Varias de esas medidas las habían señalado los observadores extranjeros y las habían reclamado los insurrectos filipinos. De igual forma, tanto en el mensaje de la Corona, leído por la reina regente, Mª Cristina de Habsburgo, el 20 de abril, como en las instrucciones dictadas por el presidente del gobierno, Mateo Práxedes Sagasta, al nuevo gobernador de las islas, Basilio Augustín, que en esas fechas se incorporaba al cargo, se insistía en la mejora de las condiciones del archipiélago “para prevenir futuros descontentos”, y en el objetivo de “incorporar a la gestión pública a todas las fuerzas sociales, dándoles la correspondiente y oportuna intervención en los asuntos públicos”. En esa línea, en los primeros meses de 1898 se creó la Asamblea Consultiva de Filipinas, un órgano que asesoraría al gobernador general en los asuntos de carácter político y administrativo, y en la que se integrarían representantes de las principales instituciones de las islas junto a veinte personalidades filipinas, entre ellos varios ilustrados destacados 11 . Además, se comenzaron a licenciar tropas peninsulares y a sustituirlas por batallones de voluntarios filipinos. Se formaron las “milicias de voluntarios indígenas” cuyos miembros podían ascender hasta el grado de coronel 12 . A fines de mayo, se llegó a discutir en las Cortes la posibilidad de conceder a los filipinos la tan reclamada representación parlamentaria. Sin embargo, estas medidas llegaron tarde. Al tiempo que se decidían, en Filipinas se sucedían los levantamientos; los dirigentes nacionalistas abrían conversaciones con los americanos y los británicos, en Hong Kong y Singapur, para discutir el futuro de las islas; y Estados Unidos se preparaba para la decisiva intervención en el archipiélago. Ésta última circunstancia sería definitiva para el fin del Imperio español en Asia.

un indulto a todos los encausados, excepto los ya sentenciados por los tribunales, que debían solicitarlo al rey. 10 Así lo declaraba Francisco Silvela, entonces al frente de los conservadores, en Enero de 1898, al proponer en las Cortes mejoras para Filipinas. 11 Esta junta consultiva se reunió una única vez, el 28 de mayo de 1898, y en ella Alejandro Paterno reclamó una amplia autonomía, cercana a la independencia, a cambio de la fidelidad filipina. 12 Al frente de esas milicias se nombraron a filipinos tan destacados como Pío del Pilar, Enrique Flores, Artemio Ricarte, Baldomero Aguinaldo o Felipe Buencamino. A quienes colaboraran con este cuerpo se les prometía la exención de la prestación personal y otras ventajas económicas.

13

La guerra Hispano-Norteamericana lo cambió todo. La contienda entre España y Estados Unidos, iniciada por Cuba, tuvo su primer enfrentamiento bélico en la bahía de Cavite. Lo cual, inevitablemente involucró a Filipinas en el conflicto. La intervención de Estados Unidos podía significar varias cosas. El deseo norteamericano de hacerse con una simple base naval en las islas. El apoyo a las aspiraciones independentistas de los filipinos. O un relevo en la administración de las islas que podía ser parcial o completo, y contar con la participación de una o de varias potencias. Ese conjunto de posibilidades, todas las cuales parecieron abrirse después del 1 de Mayo en Cavite, destapó la caja de los truenos. Se desataron todos los rumores y las potencias manifestaron sus aspiraciones sin tapujos. El verano y el otoño de 1898 estuvieron llenos de negociaciones secretas sobre el futuro de Filipinas y de las islas de la Micronesia.

En esos meses de incertidumbre, y también luego, cuando hubo que justificar ante la opinión americana y ante el mundo la anexión de las Filipinas, se recuperaron las antiguas imágenes trazadas sobre la administración española. Se aprovecharon los antiguos análisis para poner de manifiesto los peores rasgos del gobierno colonial español, y justificar así un cambio en la administración. Eso destrozó la imagen de España en Filipinas durante muchos años. Se volvió a recordar la ineficacia de la administración española, la extensión de los abusos y la corrupción, la falta de motivaciones económicas que impedía el desarrollo de las islas, la excesiva injerencia de las órdenes religiosas. Los americanos, que desde el inicio de la guerra por la independencia en Cuba, en 1895, venían criticando duramente la política colonial de los españoles en las Antillas, extendieron sus impresiones a Filipinas, insistiendo en la crueldad del yugo español. La leyenda negra sobre España, tan extendida por los Estados Unidos a fines del siglo XIX, identificaba el régimen colonial con políticas absolutistas, arbitrariedades militares, intransigencia religiosa, despotismo, brutalidad y corrupción. Para buena parte de los americanos de 1898, España era un país exótico y pintoresco, pero oscuro y atrasado, lastrado por anacrónicas dinámicas seculares –la Monarquía absoluta, la Inquisición, la crueldad de la conquista americana- que todavía pervivían en su sociedad. En esas condiciones, lo mejor que podía hacerse era

14

aprovechar la guerra contra España para liberar a los filipinos de un régimen tan nocivo 13 .

Ese cambio en el discurso respecto a la administración española no sólo se reflejó en Estados Unidos. También en el caso de Gran Bretaña. Si consultamos la documentación de los cónsules británicos en Filipinas, en los años 1860, 1870 y 1880, encontramos que su relación con las autoridades coloniales era cercana, fluida y de mutua colaboración, tal como pone de manifiesto la correspondencia del cónsul Farren con el gobernador Nozaragay 14 , la del vicecónsul Loney con el gobernador de la Gándara, o varios ejemplos más. Las conversaciones entre ellos, siempre en tono cordial y respetuoso, habían girado en torno a la libertad de comercio, la protección de las actividades de los comerciantes británicos, la lucha contra los impuestos o contra una excesiva regulación por parte de las autoridades coloniales 15 . Sin embargo, en 1898, el discurso británico 13

Leyenda Negra que puede seguirse a través de una serie de obras: Richard Kagan, “Prescott’s Paradigm: American Historical Scholarship and the Decline of Spain”, American Historical Review, April 1996; Gerald F. Linderman, The Mirror of War. American Society and the Spanish American War, 1974; la imagen transmitida por los libros sobre la historia española (Ruth Elson, Guardians of Tradition: American Scholl Books of the Nineteenth Century, 1964; William Prescott, Henry Charles Lea); los libros de viaje de norteamericanos por España (Hobart Chatfield Taylor, William Howe Downes, Henry Martin Field, Edgard Everret Hale, James Russell Lowell). 14 La relación entablada entre el cónsul Farell y el Gobernador General Nozagaray, queda patente en el informe que redacta el primero de ellos con motivo de la partida de las islas del segundo: “His Excellency, Lieutenant General de Nozagaray, the present Captain General of the Philippines, leaves this appointment to proceed to Europe… I have known six captains general here since my arrival in 1844 to open the first official relations of Her Majesty’s Government with these possessions. The have all been men of good intentions some with capabilities –and one of them, the late Marques de Solana, was a man of very considerable talent and energy-, but none united I character so may personal qualities, for administering the Government of these possessions, effectively, prosperously and harmoniously, as the Captain General who is about to leave us, non has any of them left with such a strong and general feelings of sympathy, respect and regret as is sustained by all classes –Spaniards, Foreign and Nativesfor General Nozagaray.” The National Archives (Kew, Great Britain), 9 January 1860. From Consul Farrel to Lord John Russell. 15 Por ejemplo, en Diciembre de 1858, los comerciantes extranjeros en Filipinas enviaban una nota al Gobernador General: “Nos atrevemos, con la mayor deferencia y respeto, a someter a la ilustración de V.E. las reformas siguientes, convencidos de que V.E. se dignará concederlas el detenido examen que en nuestro juicio merecen” Y tras exponer las medidas a lo largo de quince paginas , concluían: “Estas son algunas de las reformas y sugestiones a que llamamos a la consideración de V.E. … en la esperanza de que al indicarlas secundemos los deseos de V.E. de elevar las Filipinas a la posición preeminente que por la riqueza de su suelo, la variedad de sus productos y su privilegiada posición topográfica merecen”, The National Archives, 11 Diciembre 1858. Los comerciantes extranjeros al Gobernador General. Firmado: Ker and Co., Nicolay Richardson and Co. Phillips Morre & Co., GN. Michell, Jenny & Co., Eugster Labhar & Co., Holliday Wise & Co., Smith Bell & Co., JK. Smith, Guibard et fils. El cónsul Farren resaltaba el hecho de que los comerciantes extranjeros, con una sola voz, se dirigieran de esa manera a un gobernador general, lo cual mostraba su alta estima hacia el carácter público de ese administrador, y su confianza en el esfuerzo que estaba realizando en pro de la prosperidad del archipiélago. “I have resided as H.B.M. Consul upwards of 14 years in the Philippines, where, as when at Damascus as H.M. Consul General for Syria, it has been the gratifying distinction of my public career, to open the first relations of official internationality with Great Britain. This is the first time I have known of the foreign commercial body here, spontaneously addressing and as a body, a Captain General of these

15

sobre la administración española cambió. Durante la guerra entre españoles y norteamericanos, los británicos comenzaron a hablar de “la salvaje crueldad de los españoles hacia los nativos”, de “la imposibilidad de los Estados Unidos de devolver Luzón a manos de España por las sangrientas barbaridades cometidas”, y del temor ante el futuro de los religiosos cautivos por “el libertinaje, robos y crueldades que tanto ellos como generaciones de predecesores han perpetrado sobre estos pacíficos campesinos” 16 . Un discurso que encajaba claramente con el que los norteamericanos estaban difundiendo en ese momento para justificar no sólo su intervención, sino su permanencia en Filipinas, pero que suponía una ruptura total respecto al tono mantenido hasta entonces por los británicos al referirse a la administración española.

En esa tesitura, también se extendió una imagen negativa de los filipinos. A fin de justificar la conducta norteamericana y su falta de respeto ante las reivindicaciones filipinas, se subrayó la imagen del salvajismo, su organización en tribus atrasadas, caracterizadas por su inmadurez política y social. Se les presentó como niños por educar, un pueblo necesitado de que una nación más madura les enseñara las ventajas de las instituciones democráticas y a través de un periodo de tutelaje les condujera hacia el autogobierno. ¿Y quién podía cumplir esa misión mejor que los Estados Unidos? Esa construcción de una imagen tan peyorativa de los filipinos también tendría una larga repercusión en la consideración internacional de este pueblo.

possessions, on their commercial interests, and as the medium they have chosen, and acquainted as I am with their personal sentiments, I have a very lively satisfaction in assuming Y.E. that this circumstance is a particular evidence of their high estimation of Y. E. public character and their confidence in your solicitude for public prosperity…In the spirit of these general observations on its details, I have the honour to preset to Y. E. the accompanying memorial of the British & Foreign Merchants, in the belief, that as a calm, unexaggerated, faithful and reasonable exposition regarding the interests of Foreign Commerce here, it will engage the solicitude attention of Y.E”, The National Archives, 24 December 1858. From Consul Farren to General Fernando de Nozagaray, Gobernador General de Filipinas. La cuestión no quedó en meros gestos de buena voluntad. Meses más tarde, el propio cónsul británico informaba de cómo el Gobernador General, después de estudiar las medidas propuestas, había recomendado a Madrid su aplicación. “H.E. stated to me that the memorial, alter being submitted to the consideration of the different departments and official committees of the Government here, had been favourably reported on by them and been sent by H.E. to Madrid, recommended by him for adoption”. The National Archives, 6 February 1860. From Consul Farrell to Lord John Russell. 16 “The whole story of political peculation, from the Governor Generals (with one or two bright exception) downwards, and the savage cruelty to the natives is too long to relate, and is now, happily, a tale of the past, for it should be impossible for the United States to hand back Luzon to the bloody barbarities of Spain”…“There are also many priests in captivity, and I fear the debaucheries, robberies and cruelties which they and their predecessors have for many generations perpetrated on the peaceful villagers are now being ruthlessly repaid.” The National Archives, 19 October 1898. From H. Lampton, Captain H.M.S. “Powerful”, to E.H. Seymour. Lampton fue el primer comandante del escuadrón británico que acudió a Filipinas a defender a sus súbditos y a observar el curso de la guerra.

16

4.- Reflexiones en torno al relevo colonial en Filipinas

¿Qué reflexiones pueden derivarse de estos hechos? En primer lugar, se puede plantear una primera reflexión en torno a las causas que ayudan a entender porqué se produjo un relevo en la administración colonial de Filipinas, una transición entre imperios.

Primero, la debilidad que España demostró como metrópoli a lo largo del siglo XIX. Situación derivada de la inestabilidad política vivida en la Península en aquel período. Para España, la centuria se caracterizó por la sucesión de diferentes regímenes políticos, todos ellos fallidos; por el estallido de tensiones y guerras internas que impidieron dedicar a las colonias la atención e inversiones que éstas requerían; por la ausencia de potencial económico suficiente para garantizar el éxito de aventuras exteriores; por la carencia de una marina y un ejército fuertes y bien pertrechados; y por la fragilidad de una posición internacional carente de alianzas poderosas que reforzaran sus intereses. Esas circunstancias hicieron difícil una política de mayor firmeza en Filipinas.

Segundo, la incapacidad de la administración colonial para evolucionar y modernizarse al ritmo que exigían los tiempos. Incapacidad manifiesta también para reconocer el progreso de la sociedad filipina, para incorporar a los filipinos al sistema, y para dar una salida mínima a sus reclamaciones, no en los últimos años del siglo XIX, sino desde las primeras décadas del siglo, cuando en las Cortes de Cádiz se iniciaron los debates sobre la situación legal de las colonias. No es que no hubiera reformas y reformistas. Todo lo contrario. Hubo reformistas convencidos y se diseñaron múltiples planes de reformas. Pero éstos no se llevaron a cabo con la profundidad debida. Primó el miedo al cambio, a lo que podían provocar los cambios, y también a la reacción de los sectores más intransigentes. Frente a esos peligros, se prefirió mantener el statu quo. No escuchar las demandas de cambio. No incorporar nuevas tendencias y grupos sociales. No negociar, no pactar, no ceder. En definitiva, no evolucionar, sin entender que esa era una posición imposible de mantener, un suicidio voluntario en el largo plazo, que inesperadamente para España se convirtió en un plazo muy corto, nunca calculado por la metrópoli.

Tercero, la pujanza de la sociedad filipina, en cuyo seno distintos sectores reclamaron un nuevo ordenamiento político, el reconocimiento de mayores derechos, el fin de la 17

desigualdad con los españoles peninsulares, nuevas oportunidades económicas, y más capacidades para decidir su propio destino. La falta de reconocimiento de estas aspiraciones llevó a los nacionalistas filipinos a la rebelión contra el régimen colonial, primero, y a la lucha por la independencia, después.

Cuarto, el desarrollo de una economía isleña en la que España contaba muy poco, y era más un problema que una solución. Por un lado, los resortes del desarrollo de la economía agro exportadora que primaba en las islas en el fin de siglo no estuvieron en manos españolas, ni fueron controladas por las autoridades coloniales. Por otro lado, las elites económicas filipinas y los comerciantes e inversores extranjeros crearon nuevas complicidades, para las cuales España se transformó en una rémora y no en una ayuda. Además, España no era el mercado preferencial de las exportaciones filipinas. La suma de estas circunstancias provocó que los intereses económicos de los filipinos fueran crecientemente divergentes de España.

Y quinto, distintas dinámicas internacionales amenazaron la posición de España en Filipinas. Países más fuertes que España reafirmaron sus intereses en Asia y el Pacífico, y buscaron áreas estratégicas sobre las que extender su influencia. Se inició la gran expansión de las potencias y se abrió el reparto de las últimas zonas por colonizar. En ese contexto, se cuestionó el mantenimiento de la soberanía por parte de las antiguas potencias coloniales que ya no tenían fuerza para mantener su posición sobre territorios altamente ambicionados. En el caso de Filipinas, la presencia española en el archipiélago se veía amenazada por la expansión imperialista de tres nuevas potencias en aquella zona del mundo: Alemania, Estados Unidos y Japón. Cualquiera de ellas estaría dispuesta a aprovechar un posible relevo en la administración colonial de Filipinas. Sólo había que esperar la oportunidad adecuada.

La guerra hispano-norteamericana ofreció la ocasión esperada. Durante la contienda, varios factores fueron fundamentales. Primero, la intervención de Estados Unidos en Filipinas y la decisión, debatida a lo largo de ese verano, de quedarse con la totalidad del archipiélago. Segundo, la negociación secreta que Alemania entabló para hacerse con las islas españolas de la Micronesia, en un esfuerzo por defender sus propios intereses en el área y conseguir un reparto más equilibrado de las posesiones españolas. Tercero, el temor internacional ante una expansión japonesa que consideraron preferible 18

limitar. Y cuarto, la posición de Gran Bretaña, que aún tenía la hegemonía en los mares y grandes intereses en el eje India-China, y respaldó el nuevo papel que Estados Unidos pretendía desempeñar en el área. El gobierno británico consideró que los norteamericanos apoyarían su pretensión de puertas abiertas en China y que, gracias a la extensión de la “special relationship” anglosajona a este área del mundo, ganaría un aliado en aquel ámbito. En esas circunstancias, con tantas dinámicas presionando en su contra, España tuvo muy pocas posibilidades de mantener su administración sobre Filipinas, y se vio obligada a poner fin a más de tres siglos de relación colonial.

También puede plantearse una segunda reflexión en relación al modo en que se produjo el relevo colonial. Está claro que el fin de la relación colonial entre españoles y filipinos se hubiera producido de todos modos. Pero no hubiera tenido porqué producirse de una manera tan traumática. Hubiera podido marcar sus propios tiempos, preparar el final definiendo una nueva relación con los filipinos sin injerencia exterior. Probablemente hubiera dado tiempo para ello. El objetivo independentista de los filipinos estaba claro. Pero los plazos para ello no estaban definidos. De hecho, Filipinas siguió siendo una colonia casi medio siglo más -aunque también hay que recordar que fue a costa de una cruenta guerra contra los americanos y que estos acabaron por imponerse gracias a que sus medios eran muy superiores, cosa que España ya no tenía-.

Pero aún así, si el régimen colonial hubiera acabado de otra manera, hubiera sido mucho más fácil reconducir la relación postcolonial entre españoles y filipinos. Sin la literatura adjunta al cambio de soberanía entre españoles y americanos. Sin las imágenes esgrimidas. Sin leyendas negras añadidas. Sin las enseñanzas difundidas por la administración americana sobre lo mala que había sido la administración española. Realmente, en el caso de España y Filipinas, a los problemas derivados de toda antigua relación colonial, se añadieron esas imágenes exageradas, potenciadas por los americanos para justificar su intervención en las islas. Posteriormente, el ambiguo papel de España durante la Segunda Guerra Mundial y su apoyo a los países del eje, entre los que se encontraba un Japón invasor de Filipinas, y las complicidades creadas entre la dictadura de Franco y la dictadura de Marcos, tampoco ayudaron a normalizar/mejorar las relaciones entre las dos sociedades.

19

Nos ha llevado mucho tiempo empezar a reequilibrar la relación entre las dos sociedades y todavía estamos en ello. Ha habido que esperar a que la democracia se asentara en ambos países para poder comenzar la relación sobre otros presupuestos. Siendo capaces de mirar el pasado con objetividad y sin falsas retóricas, reconociendo que, a pesar de los muchos errores cometidos, existieron importantes lazos que unieron a las dos sociedades. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados y de algunos logros alcanzados, y pese a los discursos de las altas personalidades políticas de los dos países y los frecuentes viajes de Estado, todavía se detectan en Filipinas muchos recelos ante su antigua metrópoli. Y en esa situación sin duda ha influido, y mucho, la forma en que acabó la relación colonial, los fuegos artificiales finales, las nefastas imágenes creadas, los estereotipos y los discursos elaborados en aquel fin de siglo, aquel fin del imperio español en Asia.

20

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2025 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.