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LA FIGURA DEL ASISTENTE RELIGIOSO DE LAS HERMANAS CONTEMPLATIVAS FRANCISCANAS Fr. José Rodríguez Carballo, ofm Ministro general, OFM A modo de introducción Antes de iniciar esta conversación con vosotros, queridos Hermanos Asistentes de las Hermanas Clarisas y de las Hermanas Concepcionistas franciscanas, deseo hacer presentes dos consideraciones. Pero antes de nada, deseo agradecer a todos los Asistentes religiosos de las Hermanas Clarisas y Concepcionistas franciscanas vuestro servicio, importante y delicado a la vez, de acompañantes y animadores espirituales de las Hermanas que el Señor nos ha confiado. Soy bien consciente del generoso y competente servicio que muchos de vosotros estáis prestando a las Hermanas. Ellas os lo agradecen, y yo, en nombre de toda la Orden, también. Y aquí está la primera aclaración. Sé que vuestro servicio es delicado y a veces nada fácil, pero es importante. Es importante para las Hermanas. Ellas lo necesitan y lo piden. Pero también es importante para nosotros, aunque a veces no lo reconozcamos, ni lo apreciemos convenientemente. En este sentido me duele profundamente escuchar algunas declaraciones de Hermanos en relación con la salud de las Hermanas. Me duele porque muchas veces son declaraciones sumarias y superficiales, y, por otra parte, me causan tristeza porque, aun pudiendo tener parte de verdad, no nos damos cuenta que lo que decimos de ellas se puede decir, en la mayoría de los casos, de nosotros; su salud es reflejo de la nuestra1. Una segunda aclaración. En cuanto estoy por decir tendré en cuenta tanto a los Asistentes de las Hermanas Pobres de Santa Clara, como a los Asistentes de las Hermanas Concepcionistas Franciscanas de Santa Beatriz de Silva. De ambas, aunque por título diverso, la Iglesia nos ha confiado la asistencia espiritual. La asistencia espiritual a las Clarisas y a las Concepcionistas La asistencia a Clarisas y Concepcionistas es un servicio fraterno al cual estamos obligados no sólo por motivos jurídicos, en cuanto nos ha sido confiado por la Santa Sede, si no, sobre todo, por vínculos de fraternidad. El Señor que nos dio hermanos (cf. Test 14), también nos dio hermanas. La asistencia espiritual es un modo de restituir al Señor el regalo que nos ha hecho, y a las hermanas todo el amor fraterno que nos profesan. 1
Algunos problemas o desafíos comunes que yo señalaría son: la autonomía de los monasterios, que en nosotros adquiere la forma de un provincialismo exagerado y cerrado; en muchos casos la lucha por la supervivencia y los miedos por lo que comporta una relectura de nuestro carisma a la luz de las exigencias de los signos de los tiempos son los mismos, aunque tengan algunos matices diversos; en muchos casos también nos une el pesimismo ante el futuro, debido a la falta de vocaciones en varias regiones geográficas… Por otra parte los desafíos son los mismos: mayor calidad evangélica a nuestra vida y misión; una formación adecuada a las exigencias de hoy, y la trasmisión del carisma a las nuevas generaciones en sus elementos irrenunciables; franciscanizar el servicio de la autoridad; ser menos autorenciales y ponernos más a la escucha de lo que nos pide el momento actual y la misma Iglesia; necesidad de acercarnos/escuchar más a las jóvenes generaciones que están en actitud de búsqueda del sentido profundo a sus vidas; conocer y custodiar la propia identidad, fratres minores y sorores minores … Navegamos en la misma barca. Al puerto llegaremos juntos o no llegaremos.
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La asistencia espiritual a las Hermanas Clarisas arranca de la promesa que Francisco hizo a Clara y a sus hermanas: tener para con ellas “un amoroso cuidado y una especial solicitud” (FVCl 2). Clara tomará buena nota de ello (cf. RCl VI, 4)). Se trata de una obligación moral que Francisco adquirió también en nombre de los Hermanos, “por mi mismo y por medio de mis hermanos”, y que, por lo tanto, no es facultativa para nosotros. Ese amoroso cuidado y especial solicitud, forma parte de los compromisos que hemos adquirido al abrazar la Forma de Vida franciscana. Por los escritos de Clara esa solicitud ha de ser, sobre todo, en lo que se refiere a la salvaguardia de la Forma de Vida de las Hermanas. Una vuelta a los orígenes comporta para las Clarisas el preguntarse cómo vivir hoy la obediencia que Clara prometió a Francisco (cf. RCl I, 4-5), y por parte de los Hermanos Menores comporta el preguntarnos qué exigencias se derivan de la promesa de Francisco a Clara y a las Hermanas, así como el que Francisco haya pedido consejo a Clara sobre su Forma de Vida. De una cosa estoy convencido profundamente: si largo es el camino que hemos recorrido en los últimos años en lo que se refiere a la comunión entre Hermanos y Hermanas, mucho es lo que hemos de crecer en esta relación fraterna, sin miedo por parte de las Hermanas, y sin protagonismos fuera de lugar por parte de los Hermanos. Una pregunta se impone a los Hermanos y a las Hermanas: ¿Cómo podemos vivir nuestras relaciones fraternas en complementariedad y reciprocidad? ¿Cómo sentirnos corresponsables en testimoniar el carisma franciscano/clariano? Clara y las Hermanas fueron admitidas por Francisco en su fraternitas, incluso, en la mente, antes que los hermanos, “cuando aún no tenía hermanos ni compañeros” ((TestCl 9). Lo que el Espíritu ha unido –“… un único Espíritu sacó a los Hermanos y a las Hermanas de este siglo”, dice Celano-, no lo puede separar la historia. Siendo más lo que nos une que lo que nos separa, pues como ya hemos recordado los Hermanos y las Hermanas profesamos la misma Forma de Vida, no podemos permitir que los elementos que nos diferencian, y que en realidad son complementarios (cf. clausura para las Hermanas y vida apostólica para los Hermanos), nos lleven a vivir separados o una buena relación de simple vecindad. El trabajo de los Asistentes hecho de escucha respetuosa de las Hermanas, y de auténtico diálogo fraterno con ellas, puede ayudar mucho a esta unión carismática entre OFM y OSC. La asistencia a las Concepcionistas Franciscanas de Santa Beatriz de Silva, en cambio, arranca de lo que yo llamaría complicidad de la Providencia con la historia, que hizo que los Hermanos Menores estuviéramos metidos de lleno en el desarrollo del carisma concepcionista, como se ve en la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción aprobada por el Papa Julio II. Las Hermanas Concepcionistas franciscanas son bien conscientes de esa complicidad y han luchado, a veces contra viento y marea, para mantenerse unidas a la Orden de los Hermanos Menores. La asistencia religiosa es un modo de “pagar” esa “fidelidad” que han mostrado al deseo de Beatriz de Silva quien, en el lecho de muerte, encomienda su carisma a la custodia fraterna de los Hermanos Menores. La naturaleza de la Asistencia religiosa Si quisiéramos decir en pocas palabras quién es el Asistente religioso sería suficiente decir que es simplemente un animador o acompañante espiritual. En efecto, el Asistente, como la misma Presidenta, no tiene autoridad jurídica alguna, a no ser que se especifiquen competencias determinadas en este campo en el Decreto de nombramiento por parte de la Congregación. De
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hecho, la Federación, respecto a la Congregación monástica, existente en el mundo monástico masculino, es esencialmente una mediación de comunión entre los monasterios federados. El papel del Asistente es de carácter fraterno y espiritual, y las Hermanas le reconocerán autoridad en la medida en que vaya ganando autoridad moral. Esto será posible si el Asistente: garantiza su presencia, cuando sea necesario o conveniente, pero sin ser prepotente, ni directivo; favorece la comunión en el consejo federal y entre los monasterios de una misma Federación, en razón de su conocimiento de las distintas comunidades, sin imponer; es persona de escucha que ayuda al discernimiento, sin caer en paternalismos o protagonismos fuera de lugar; promueve dentro de la Federación un renovarse constantemente en la fidelidad creativa a la Forma de Vida que han profesado2; ayuda a las Hermanas a caminar desde Cristo, en comunión de amor con Él, de tal modo que las Hermanas se reencuentren constantemente con el primer amor, y, de este modo, vivan el presente con pasión, valor, audacia y osadía, y abracen el futuro con esperanza3. Estando así las cosas, el Asistente debe evitar entrometerse en aspectos internos de la Federación y de los monasterios que no estén relacionados con la dimensión fraterna y espiritual, a no ser que se le pida consejo. En este caso el Asistente ofrezca su punto de vista, acompañe en el discernimiento, y deje que sean las Hermanas las que tomen las decisiones oportunas. Las Hermanas han de ser consideradas las verdaderas protagonistas de su propia vida. Son adultas y han de ser respetadas en cuanto tales. En muchos casos están muy bien preparadas, y su opinión ha de ser escuchada y tenida en cuenta a la hora de proponer las mediaciones adecuadas para salir al paso de los desafíos que se presentan. La figura del Asistente religioso Al describir la figura del Asistente religioso no pretendo hacer un estudio jurídico, estudio que será desarrollado durante este Congreso por personas competentes en la materia. En cuanto diré tengo en cuenta el parecer de algunos Asistentes, así como el de algunas Hermanas Presidentas de Federaciones. Teniendo en cuenta lo dicho, veo la figura del Asistente religioso como una persona en relación: con la Federación, con los Ordinarios y con la OFM. 1.- En relación con la Federación Hablar de la figura del Asistente religioso es hablar, ante todo, de un acompañante de la Federación, no de los monasterios, cuyo servicio es de animación espiritual, un servicio de fraternidad y de consejo. Cuando hablamos de animación estamos reconociendo que las Hermanas, como nosotros, necesitan de ánimo. Este es un rasgo típico del Asistente en estos momentos en los que, como ya decía Juan XXIII, “los agoreros de calamidades” abundan por doquier. El servicio del Asistente es un servicio en sentido estricto, pues el Asistente, en cuanto tal, como ya se dijo, no tiene poder jurídico alguno. Si toda autoridad que se diga evangélica es 2 3
Cf. Vita Consecrata, 37; Ripartire da Cristo, 20. Cf. Novo millennio ineunte, 1; Ripartire da Cristo, 22.
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espiritual, es decir, testimonial, esto es: ir por delante, mostrar y ofrecer un camino creyente4, mucho más la del Asistente religioso. El Asistente está llamado a vivir su servicio sine proprio: disponibilidad total para el servicio, y libertad absoluta para ayudar a las Hermanas sin esperar a cambio nada. Seguramente las Hermanas sabrán corresponder con la generosidad que les caracteriza. El Asistente tiene que tener muy claro que no es superior, simplemente asiste y acompaña el camino de una Federación. Por otra parte, algo muy importante a tener en cuenta es que el Asistente desarrolla su servicio en relación con la Federación y no con los monasterios, a no ser que, de común acuerdo con la Presidenta, se vea conveniente o necesaria su presencia en algún monasterio para animar la vida y misión de las contemplativas franciscanas. En cualquier caso debe atenerse a lo que dice el Decreto de nombramiento por parte de la Congregación. En cuanto acompañante de una Federación, el Asistente está llamado a ser una persona cercana a la Presidenta. Entre el Asistente y la Presidenta ha de vivirse una fuerte comunión. No puede haber un “magisterio paralelo”. Ello sería muy negativo para las hermanas, y desnaturalizaría el servicio del Asistente. De ahí que me parece muy oportuno el que se haga un proyecto de animación consensuado entre el Asistente y la Presidenta al inicio del servicio, sobre todo en lo que se refiere a la formación de las Hermanas. Dicho proyecto ha de tener en cuenta la realidad concreta de las Hermanas: sus potencialidades y sus dificultades, y, al mismo tiempo, ha de tener en cuenta el carisma propio de las Clarisas y Concepcionistas, así como las directrices de la Iglesia para la vida contemplativa femenina. Tal proyecto, además, ha de tener en cuenta que la identidad es siempre dinámica, en camino. De ahí que el proyecto ha de ser propositivo y con visión de futuro. Si entre el Asistente y la Presidenta hay una fraterna comunión, el Asistente puede aligerar mucho el peso que comporta el servicio de Presidenta, visitando los monasterios, no sólo cuando su presencia sea requerida, sino también cuando la Presidenta y el Asistente, de común acuerdo, lo consideren necesario o conveniente. No se debe olvidar que la Presidenta, tratándose de una hermana competente, generalmente no está liberada totalmente para ese servicio, sino que lo comparte con otras responsabilidades dentro de su comunidad. Esto a veces le lleva a vivir una cierta tensión entre el servicio a la Federación y el servicio a su propia comunidad. Además, la presencia del Asistente en la Federación, y excepcionalmente en los monasterios, puede preservar a la Presidenta del riesgo de convertirse en algo semejante a una superiora jurídicamente constituida. Es importante tener en cuenta, además, que a veces las hermanas de un monasterio se abren más confiadamente a la persona del Asistente que a la de la Presidenta, a quien en ocasiones pueden ver como una “super-abadesa” que pone en “peligro”, según ellas, la autonomía del propio monasterio. Por otra parte, en casos de conflicto entre la Presidenta y un determinado monasterio, el Asistente puede ser una mediación necesaria o, cuando menos, importante para objetivar situaciones si sabe estar en su lugar y situarse super partes. Desde mi experiencia en el trato con las Hermanas contemplativas, veo que al Asistente se le pide una presencia no solo oficial, en circunstancias especiales, sino una presencia visible de animación, de comunión y de ayuda práctica y concreta en mil circunstancias. Una presencia que cree comunión al interno del Consejo federal, así como del Consejo con los monasterios y de éstos entre sí. En este sentido el servicio de asistencia es muy hermoso, humanamente hablando, pero también muy evangélico y franciscano.
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Cf. El Servicio de la autoridad, 13.
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Como todo acompañante, el Asistente no debe situarse por encima (no tiene autoridad jurídica alguna sobre las Hermanas), no debe correr demasiado a prisa (podría quedarse solo), ni echar para atrás (podría hacer que las hermanas se quedasen fuera de la historia). El Asistente debe caminar al lado de las Hermanas. El mejor ejemplo del acompañante lo tenemos en Jesús con los discípulos de Emaus: “Jesús caminaba con ellos”, nos dice el texto, y lo hacía tan discretamente que al principio los discípulos “eran incapaces de reconocerlo” (cf. Lc 24, 13-16). Presencia al lado de y y siempre con mucha discreción. Así debe situarse el Asistente. Este texto nos puede servir también como indicador del itinerario a seguir en el acompañamiento del Asistente, e iluminar su servicio a favor de las Hermanas contemplativas franciscanas. En este contexto, el servicio del Asistente ha de mirar, principalmente, a: -
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La madurez de la fe. El acompañamiento del que estamos hablando es como una especie de peregrinación hacia el estado adulto del ser creyente, que lleve a las Hermanas a una vida contemplativa auténtica y a tomar decisiones libres y responsables, según el proyecto de Dios sobre ellas. La fidelidad creativa a la vocación y misión propia de una clarisa o de una concepcionista. El Asistente no puede buscar otra cosa en su servicio sino es el que la clarisa o concepcionista vivan en plenitud su propia identidad de contemplativas y de franciscanas. Una identidad, como ya hemos recordado, itinerante y en camino; una identidad que se actualiza a la luz de las exigencias de los signos de los tiempos y de los lugares. La lectura de los signos de los tiempos y de los lugares. El Asistente ha de ayudar a las Hermanas a leer las coordenadas de la historia, para dar una respuesta evangélica desde el carisma clariano o concepcionista. La reestructuración y la revitalización de la vida y misión de las Hermanas, particularmente teniendo en cuenta la situación real de “declino” en que se encuentran algunos monasterios.
Para todo ello, el Asistente, en comunión con la Presidenta federal y su Consejo, debe promover procesos formativos que tengan en cuenta la dimensión humana, cristiana y carismática de nuestras Hermanas. El Asistente es importante que asuma la formación de las Hermanas como una prioridad de su servicio, y como campo donde más ha de trabajar, de tal modo que pueda ayudar a las Hermanas a vivir en fidelidad creativa las exigencias propias de su vocación, y a seguir siendo significativas por su calidad de vida evangélica en el mundo de hoy. Cierto que para desarrollar este papel de acompañante de la Presidenta y, en ocasiones extraordinarias de los monasterios, el Asistente necesita disponer de tiempo, y aquí es la Provincia la que es llamada en causa. Es verdad que todas las Provincias sufren escasez de personal de hermanos disponibles. Es verdad que los Hermanos más prudentes y sabios –cualidades necesarias para un Asistente religioso-, están ocupados en otros servicios de la Provincia. Pero es importante y justo que nos preguntemos: ¿La cura monialium es considerada por los Hermanos como un servicio importante al cual dedicar las fuerzas necesarias, con disponibilidad de tiempo para desempeñarla adecuadamente? ¿Tienen los Hermanos claro que investir en el cuidado de las hermanas es investir en el bien de toda la Provincia? ¿Somos conscientes que si las Hermanas van mal, también los Hermanos vamos mal, y que, por el contrario, si van bien también nosotros iremos bien? En nuestra legislación se dice que las Hermanas contemplativas tienen necesidad de nosotros y que nosotros estamos obligados a servirles y a tener solicitud espiritual por ellas. Hecho de menos en nuestra legislación que no se diga específicamente que si ellas nos necesitan, también nosotros necesitamos de ellas. De hecho no se dice nada de lo que una sana relación con nuestras
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hermanas contemplativas puede aportar a nuestra Orden5. El servicio del Asistente debe ser considerado como un servicio de reciprocidad: damos, pero, como me dicen tantos Asistentes, es más lo que recibimos. 2. En relación con los Ordinarios El papel de los Ordinarios en relación con los monasterios es delicado y exige equilibrio. El Asistente está llamado a ser un estrecho colaborador con ellos. Aquí hay una dificultad real: los Ordinarios, cuando son Obispos, generalmente no consideran al Asistente como su interlocutor. Prefieren tratar con el monasterio directamente o con la Presidenta. Y sin embargo sería muy importante la colaboración del Asistente, en cuanto los Obispos no tienen mucho tiempo para tratar directamente los problemas de los monasterios. Porque la ayuda del Asistente es considerada importante, éste debe presentarse al Obispo y ofrecerle su servicio y su colaboración en lo relacionado con los monasterios de la Federación. El Asistente también podría ayudar al Obispo a conocer, y si fuera necesario respetar, mejor el carisma propio de nuestras Hermanas contemplativas. Estoy seguro que el Obispo agradecerá la disponibilidad del Asistente. Si el Ordinario es el Ministro provincial, generalmente las cosas van mejor, pero ciertamente pueden mejorar. El Asistente, precisamente por su presencia en la Federación, puede se de gran ayuda al Ministro provincial para asegurar el cuidado que debemos prestar a las Hermanas contemplativas. 3. En relación con la OFM Está claro que debe crecer la relación y comunión entre OFM y nuestras Hermanas contemplativas, para poder ofrecer al mundo el testimonio del signum fraternitatis. Aquí es necesario distinguir la relación y comunión OFM con las Clarisas, y la relación comunión con las Concepcionistas. Con las Clarisas, carismáticamente hablando, formamos una misma fraternidad, en cuanto que la forma de vida que profesamos ellas y nosotros es la misma. “En aquella iglesia (san Damián), que Francisco restauró después de su conversión, Clara y sus primera compañeras establecieron su comunidad, viviendo de oración y de pequeños trabajos. Se llamaban “Hermanas Pobres” y su “forma de vida” era la misma de los Hermanos Menores: Observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (RCl 1, 2), conservando la unión de la caridad recíproca (ivi 10, 7) y observando en particular la pobreza y la humildad vividas por Jesús y su santísima Madre (cf. ivi 12, 13)”6. Esto es lo que llevó a Giacomo da Vitry a hablar de una fraternidad formada por fratres minores y de sorores minores. En cuanto a las Concepcionistas no podemos olvidar que OFM y OIC son dos Órdenes completamente distintas. En su relación con las Concepcionistas el Asistente debe respetar su originalidad y su propio carisma, sin pretender convertirlas en Clarisas. Algunas mediaciones importantes para favorecer la comunión entre OFM y las Hermanas contemplativas podrían ser las siguientes: -
Reuniones conjuntas del Definitorio provincial con los Consejos Federales. Reservar un espacio conveniente en los boletines provinciales para presentar la vida y misión de las hermanas contemplativas. Lo mismo se diga de la página web de la Provincia. Hacer encuentros bien preparados entre los Hermanos y las Hermanas, que respeten las exigencias propias de la vida de nuestras Hermanas contemplativas en clausura. Estos encuentros han de favorecer:
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Insisto en lo de una sana relación, pues hay relaciones que no son sanas y que por lo tanto son muy perjudiciales para las Hermanas y también para los Hermanos. El Asistente debería también abrir los ojos a las Hermanas cuando nota que un cierto tipo de relaciones no es sano. 6 Benedetto XVI, Udienza Generale, 10 agosto 2011.
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* En las Hermanas, la escucha de las fatigas de nuestra itinerancia y de nuestra vida apostólica. Ello les ayudaría a vivir una vida contemplativa encarnada, en el aquí y en el ahora, y una espiritualidad como hijas del cielo e hijas de la tierra. * En los Hermanos, la escucha de experiencia contemplativa de las Hermanas. Ello ayudará mucho a los Hermanos a re-centrarnos en lo esencial de nuestra vida, a leer con ojos de fe nuestros días, a menudo dispersos en mil ocupaciones, y a no dejar de buscar al Señor. La presencia del Asistente puede favorecer el sentido de pertenencia a la misma Familia, compuesta de Hermanos y Hermanas. Desde este punto de vista el Asistente debe ser como el puente de unión entre la Primera y la Segunda Orden, entre la OFM y la OIC. Muchas Hermanas, de hecho, sienten fuertemente la necesidad de unos vínculos más fraternos con nosotros, aun cuando haya que reconocer que por ambas partes no faltan también resistencias, debidas tal vez a experiencias negativas y a la historia que arrastramos. El Asistente debe estar muy atento a esta necesidad y a este deseo, respetando escrupulosamente las diferencia entre las Hermanas y nosotros. La pluralidad lejos de ser una amenaza para la unidad, es una manifestación de la riqueza de nuestro carisma común con las Clarisas, y de nuestro carisma y el carisma concepcionista. La comunión entre los Hermanos y las Hermanas nos ayudará a ambos a atravesar juntos estos tiempos inciertos y difíciles, y volver a lo esencial y al “corazón” de nuestra opción vocacional. Necesitamos unos de otros para ver y creer. Tal vez se necesite aún de tiempo, pero pienso que algo se está moviendo en esta relación entre Hermanos y Hermanas. Siento que ya inició el tiempo de aquella “sana y necesaria complementariedad respetuosa” de la que hablamos los Ministros generales en la carta con motivo del VIII Centenario de la conversión de santa Clara. Mucho es lo que nos separa, si miramos a las cosas que hacemos y como vivimos. Pero si hablamos de lo que llevamos en el corazón, del amor por el Evangelio, y del rostro de Dios que se nos reveló en Cristo, nos descubriremos cercanos, muy cercanos. Si encontramos momentos para hablar de todo ello nos descubriremos miembros de la misma familia y nos sentiremos iluminados por el deseo de una comunión más íntima, en el respeto de las diferencias. Entonces morirá por sí un falso modo de mirarnos y de relacionarnos, que a menudo nos condiciona, y morirán muchos prejuicios. Requisitos de un Asistente Consciente de que, en este caso como en otros muchos, no podemos poner el listón demasiado alto, pues nadie daría la estatura para desempeñar el servicio al que ha sido llamado, yse crearía falsas expectativas y no pocas frustraciones, sin embargo, dada lo delicado de la asistencia religiosa, el Asistente debería tener algunas cualidades que simplemente enumero. 1.- Conocer y amar el carisma de las Hermanas contemplativas. En el caso de las Hermanas Clarisas se pide conocer los Escritos de Clara, así como las Constituciones Generales de la OSC. En el caso de las Concepcionistas se pide un conocimiento adecuado de la historia de los orígenes de dicha Orden, así como la Regla de la OIC, aprobada por Julio II, y las Constituciones generales de la OIC. ¿Cómo ayudar a las hermanas a amar y a vivir su carisma si él no lo conoce ni lo ama? Sería un simple funcionario, y esto no sería asistencia espiritual. Entre los diversos aspectos que el Asistente debe amar y estimar grandemente está la dimensión contemplativa; dimensión que bien podemos decir que es el corazón y la razón de ser de la vida de las Hermanas. Al mismo tiempo el Asistente debe ser muy respetuoso con la sensibilidad 7
propia de las Hermanas, sobre todo en lo referente a la autonomía y a la clausura, sin que ello impida que las cuestione positivamente, y las lleve a una sana autocrítica de cómo las están viviendo, de tal modo que no se queden en la superficialidad o en las simples estructuras, sino que se promueva una re-visitación de estos elementos, a la luz de la indicaciones de la Iglesia, de las exigencias de hoy, y del propio carisma, para que realmente sigan siendo significativas. 2.- Valorar la vida contemplativa. En la cultura positivista del siglo XXI, vale lo que produce, lo que tiene efecto y se ve. No vale tanto lo que simboliza, evoca o recuerda. Hablar de la vida religiosa en general y de la contemplativa en particular es hablar de todo ello, por lo cual no siempre es valorada suficientemente. El Asistente, además de valorar él mismo la vida contemplativa, debe hacer todo lo posible para que los demás la valoren, comenzando por los Hermanos. 3.- Cuidar la propia formación permanente. Para ayudar a crecer a las Hermanas en la vivencia de su propio carisma, es necesario que el Asistente conozca el camino de reflexión que está llevando a cabo la vida religiosa en general y la Familia Franciscana en particular. Ello le ayudará a distinguir lo que es esencial, de lo que es importante y de lo que es secundario. El ámbito para dicha ayuda será la formación permanente. El peligro que corren las Hermanas, como el que corremos nosotros, es de dar la misma importancia a todo, de tal modo que en breve tiempo todo se puede volver secundario. Y así como en la vida religiosa y franciscana no todo es esencial, ni siquiera importante, tampoco todo es secundario. El Asistente debe tener experiencia en el arte del discernimiento. 4.- Ser una persona en búsqueda espiritual. El Asistente ha de ser un paciente, vivo y esperanzado buscador de Dios; un hombre de fe; un hombre que sabe de pertenecer al Señor y que, en cuento tal, intenta re-acender siempre el fuego de la pasión por el Señor y el amor primero. El Asistente ha de ser un hombre espiritual, guiado por el Espíritu que se hace presente en Cristo y en la historia, con una mirada contemplativa y trascendental de la realidad. 5.- Tener capacidad de liderazgo espiritual. El lider espiritual sabe guiar sin imponer, orientar sin forzar, mostrar y atraer. El lider espiritual se caracteriza por: -
tener capacidad para descubrir la realidad, y, al mismo tiempo, señalar lo central, los valores que no se pueden negociar, en un contexto como el nuestro en el que parece que todo puede cambiar; cuidar los valores de la comunicad. El lider vive sin prisa y sin pausa, se sirve de la escucha y del acompañamiento, sintoniza a todos en el cambio; sabe visualizar el ideal, dirigir la mente hacia dentro (no basta la sociología, así somos y así estamos), y llegar al corazón (no basta saber argumentar en clave de empresa), es cuestión de saber conmover, en clave de vida; tiene claridad que sabe expresar: primero las personas, luego los proyectos, y no a la inversa; es capaz de mantener la tensión en el tiempo, pero, al mismo tiempo, urge a pasar de la visión a la acción; promueve una vida contemplativa que sea profecía en debilidad, y perciba la limitación en clave evangélica.
Está claro que este tipo de liderazgo espiritual no se logra con destrezas humanas, aunque las comprende. Este tipo de liderazgo es un don que hay que pedir, acoger y cultivar.
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6.- Discreción. Esta es una virtud importante en el Asistente. Discreción en cuanto a su presencia en la Federación y en los monasterios, para evitar invadir la vida de las Hermanas. Como ya hemos insinuado, el Asistente ha proponerse, no que imponerse. Discreción en todo lo que viene a saber sobre la vida de las hermanas, particularmente cuando ha de tratar con hermanas en dificultad. En cualquier caso debe ser muy respetuoso con la privacy de la hermana. 7. Dar tiempo a las hermanas. El Asistente no es un técnico que es llamado sólo cuando algo no funciona. El Asistente es un hermano acompañante. Esto comporta dar tiempo para la escucha respetuosa, así como dedicar tiempo para acompañar la formación inicial y permanente, haciéndose presente con discreción, proponiendo contenidos específicos, y dirigiendo algunas sesiones de formación periódicas. En el campo de la formación es importante que el Asistente dé a conocer los documentos de la Santa Sede sobre la vida consagrada y contemplativa; así como los documentos más importantes de la OFM. Esto último es importante para custodiar la comunión entre los Hermanos y las Hermanas. Al mismo tiempo es importante que el Asistente promueva estudios de investigación entre las Hermanas sobre sus propios carismas e historia. A modo de conclusión Vuestra tarea no es fácil, pero como ya dije, es importante. Os pido que con pasión viváis este hermoso servicio: ayudar a nuestras Hermanas contemplativas a gustar en todo momento la belleza del seguimiento de Jesús en la Forma de Vida clariana o concepcionista. Ello será el mayor servicio que podáis prestar a nuestras Hermanas; un servicio que redundará también en beneficio de la vivencia de vuestra propia vocación.
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