La lepra en la obra literaria de Gabriel Miró

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La Vida y La Obra de Gabriel García Márquez Josemar Gonçalves Castor A mi hijita Isabela, a quien espero que le gusten los libros de García Márquez c

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REVISIóN

sumario

La lepra en la obra literaria de Gabriel Miró J. L. ALÓS RIBERA Dermatología MEDIFIATC. Barcelona.

La lepra enfermedad infecto contagiosa sigue considerándose un importante problema de Salud Pública en el mundo, a pesar de haberse reducido su incidencia. Originaria del subcontinente asiático 600 años A.C., y de Egipto y el pueblo hebreo, fue extendiéndose en toda Europa, y posteriormente a América y el Pacífico oriental. Existen obras en la literatura que reflejan, en mayor o menor medida, el dolor y el sufrimiento humanos, al plasmar en sus páginas enfermedades, que infligen en la conciencia del hombre un estado de "parálisis", esto es, un progresivo deterioro de sus facultades tanto físicas como anímicas, quedando el enfermo al margen de la sociedad.

Por lo mismo, el lector curioso puede hacerse una idea aproximada del padecimiento humano, de su diezmada calidad de vida, y de su modo de conducta en relación a su entorno. La lepra condición milenaria por excelencia constituye un prototipo de enfermedad tratada en la literatura. Ya en la Biblia, se cita retiradamente a la lepra como un mal mayor y devastador del hombre. Si se presta atención al Antiguo Testamento en especial al levítico, no pasan desapercibidos algunos pormenores clínicos de la lepra: Dijo el Señor a Moisés: "El hombre en cuya piel o carne apareciese color extraño, o especie de mancha reluciente que sea indicio de mal de lepra, será conducido al sacerdote Aarón, o a cualquiera de sus hijos, el cual si viere lepra en la piel con el vello en color blanco, y la parte misma que parece leprosa más hundida que la piel restante, declarará que es llaga de lepra. Más, si apareciese sobre la piel una blancura reluciente, sin estar más hundida que ella, el sacerdote le recluirá por siete días, y el séptimo le registrará; y en su caso de que la lepra no hubiese cundido no penetrado más de la piel, le dejará encerrado todavía otros siete días". ■ Apunte biográfico de Gabriel Miró

Figura 1. Gabriel Miró, en 1910.

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Sobre la bella y soleada ciudad alicantina, se ha escrito: "Mi cuidad está traspasada de Mediterráneo. El olor de mar unge las piedras, las celosías, los metales, los libros, los cabellos. Donde no se ve se le adivina en la victoria de la luz, y el aire que cruje como un paño precioso". Quien ha dejado impresas estas líneas es un escritor alicantino, un prosista de altas luces, seguramente el mayor poeta español en prosa del siglo veinte. Gabriel Miró nace en Alicante en 1879. En el colegio de Santo Domingo (en Orihuela), se aprecia ya una clara tendencia a la melancolía y al aislamiento. Al concluir los estudios de leyes en Granada, se apercibió de la gran riqueza contenida en su mundo interior. A partir de 1910 su calidad de prosista no deja de aumentar de un modo considerable, llegando a verse traducidas sus obras en países, tales como, Francia, Italia y Estados Unidos.

La lepra en la obra literaria de Gabriel Miró

Figura 2. Gabriel Miró en su despacho.

Figura 3. Instantánea de Gabriel Miró.

Desinteresado, concentrado en sí mismo, nostálgico, apolítico, se le ha considerado heredero de la generación del 98, siendo especialmente significativas las influencias de clásicos españoles, como Teresa de Jesús, Cervantes y Gracián. Toda su obra gira en torno al efecto del estatismo, de inmovilidad; es un logrado retratista literario, a la vez que un consumado analista del mundo de las sensaciones y del paisaje. Muere en Madrid, en 1930, a consecuencia de una apendicitis.

El 21 de noviembre de 1904, el ministro de la gobernación, J. Sánchez Guerra, dijo: "No hace mucho fue invitado al gobierno a la inauguración de un sanatorio para leprosos en Alicante, y por no poder ir, delegué en el vicepresidente del Consejo de Sanidad, el ilustre Dr. Cortezo". En su primer viaje, el número de enfermos leprosos en el pueblo citado oscilaban entre 14 y 16, quedando todos ellos marginados. Se expresó, Miró, no sin desánimo: "Allí, los que padecen el mal espantable y ven la vida de los sanos sin saber de sus deleites, huyen como envilecidos..., solos..., sus almas están solas". Aprovechando sus dotes de virtuoso retratista, acaso el retrato más acabado que hace de un leproso, es el que sigue: "En su cara la podre del mal hacían escamas lívidas y se arracimaba, y se amontonaba. Entre dos cortezas de la barba pendían dos mechones de pelo negro, largo y liso. Y sus ojos hundidos entre llagas, eran hoscos, y mates, secos, pero, había momentos en que tornabanse lucientes, húmedos..., tenían esa humedad de que nace la lágrima, sin que ésta asome; mostraban la expresión de todas las tristezas, de todos los dolores fundidos en la tristeza y en el dolor supremo de la propia lástima".

■ Un viajero que gusta de los parajes

leprosos

Curioso observador de todo cuanto atañe a su tierra, y de rincones apartados y humildes, Gabriel Miró llegó a Parcent en 1902. El viaje –por lo que parece– respondió a la baza que durante los años finiseculares cobró la propagación de la lepra por los pueblos de la provincia de Alicante. Aun se recordaba la visita del Dr. Jelly en 1878, año en que se celebró una concurrida asamblea de médicos y alcaldes en Parcent, acordándose levantar un hospital en la fuente del Chopo, colindante con Pego.

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Figura 4. Un caso de lepra tuberculoide.

Figura 5. Lepromas en un caso de lepra lepromatosa.

La presencia inmutable de los enfermos –conturbando el espíritu del observador- proporciona consideraciones morales acerca de la condición humana. Es por ello, que los lazarinos precisan además de hombres sobrios que curen sus cuerpos, hombres que practiquen el "amor a todos", y que acompañen a sus espíritus llagados. En una de sus obras, se lamenta: "¿por qué no venían los hombres llenos de amor que se afanasen en limpiarlos y curarlos del mal espantable? ¡Los leprosos los desprecian! Y, el desprecio de los inmundos es grande, como grande sería el amor de sus almas". Tras su primer viaje a Parcent, el escritor levantino llega a una conclusión moral angustiosa. Al contemplar la campiña muda y reposada, como si se le representase la tierra en sí misma, exclama: "falta amor..., los hombre no se alivian, no se amparan..., en todo falta amor". Y, todavía prosigue: "nosotros démonos nuestro alivio, aunque el amor no enternezca nuestra alma". Al cabo de un año, en su segundo viaje al "foco leproso", G. Miró supo de los términos reales en que discurría la gran polémica comarcana que levantó el proyecto de establecer un lazareto (Ruano Llopis P. "El Graduador". Alicante, 14 de mayo de 1904; Pérez Pastor, C: El Sanatorio de Fontilles; Diario de Alicante, octubre de 1907).

El autor alicantino sólo tiene alabanzas con los médicos: "don Ramón tenía ojos anchos, quietos y azules. Reflejaba abandono de sí mismo, y pesar. Y su cabeza cana le singularizaba grandemente; parecía una delicada figura del S. XVIII; don Hermenegildo, nervioso, con mirada de iluminado, conoce como nadie las llagas y contracciones de su carne y el dolor de sus almas". Básicamente, la finalidad de su novela "Del vivir" (Apuntes de parajes leprosos), es despertar la compasión de las gentes para que la situación de los desventurados de la región –sin más socorro que del ciclo- se modifique con hechos prácticos: la creación de sanatorios, o leproserías. ■ Un obispo leproso En otra de sus obras más destacadas –"El obispo leproso"– puede apreciarse la pormenorizada percepción que su autor hace de la lepra, a modo de pintor impresionista. El médico, que acaba de besar la mano enguantada del prelado, piensa: "Debajo del guante no se le siente la piel sino una blandura de hilas embebidas de aceite".

La lepra en la obra literaria de Gabriel Miró

Figura 6. Lepra lepromatosa.

Figura 7. Lepra tubercoloide.

Después de que su ilustrísima se haya desnudado las manos, aparece el metacarpo "acortezado de racimillos de vesículas". Entre tanto, su ilustrísima observa su carne llagada como sino fuese suya. Y, el obispo, ahíto de esperanza y recordando las Sagradas Escrituras, reconocía que si la piel tiene un mancha blanquecina "el lucens caudor", quedará el enfermo siete días en observación. Si persiste, se guardaran otros siete días. Si pasado este plazo se ensombreciese la piel, no será lepra. Aunque, bien es cierto que en aquel tiempo la lepra no era tan sólo lepra, por lo que el obispo mentó los eczemas, los herpes, los impétigos, la psoriasis, y demás denominaciones de la nosología... En otro capítulo de la novela, el obispo enfermo hace una detenida reflexión sobre la lepra. Cuenta sus visitas a leproserías donde fallecieron leproso de nefritis, de neumonía, de vejez, quienes hubieron de soportar largos años con llagas cerradas y secas, y la pérdida de sensibilidad. El médico de sus ilustrísima, por su parte, acaba con una frase sentenciosa: "Si la medicina antigua tuvo carácter religioso, situada entre el rito y el milagro, la medicina moderna participaba de la Ética y la Sociología. El médico, a sí mismo, era un dermatólogo de piel magnífica, de porte tan pulido, que todos sus enfermos se sentían realzados de ser el objeto de sus estudios, e

incluso llegaban a no creer tan horrendos sus males, tocándolos aquellas manos." ■ Vidas desahuciadas Gabriel Miró llegó a la población de Parcent, que llaman "región del dolor" por ser foco leproso y el escritor en su constante razonar se decía a sí mismo que acabaría haciéndose una grieta en su ánimo, de donde brotaría la planta del dolor. Es testigo atento de que en esta región los leprosos no se arrastran por las calles, ni claman, ni ruegan. Habitan en las callejas más retraídas, en lo mas hondo del pueblo. No acuden a la parroquia ni se acercan a la fuente. Saben, perfectamente, que deben alejarse de los sanos antes que estos los huyan. Se fija en una mujer alta y huesuda que ha entrado en un hostal. El novelista repara en sus brazos secos, descarnados, que terminan en garras mutiladas. La gafedad va royendo esos dedos, crispados siempre en actitud rampante. En esas horas de extrema soledad, la leprosa vaga por el pueblo sin una meta determinada. En noches de luna llena, mira su sombra: una sombra deforme que se tiende por el suelo, y se detiene en las esquinas.

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Figura 8. “Representación de la pobreza y desesperanza del leproso” (según el óleo de Picasso, Mujer en actitud meditativa).

En su infatigable trotar por tierras levantinas, anote el novelista: "Avanza el lazarino; se afana, se retuerce, para que su ropa y su carroña no toquen a unos de los sanos. Los pies del lazarino están horadados por úlceras secas. Se le ve más hueso que carne. Sus piernas costrosas se desgarran como astilladas por golpes de hacha, de filo mellado y roto". A unas de las preguntas que le hacen el leproso responde: "Antes sentía dolores. A lo primero del mes se sufre más que ahora. También se me pusieron las llagas en las ancas, y no podía sentarme, ni acostarme; pasaba los meses, de día y de noche, contra una pared..." ■ La ausencia de amor en la mujer leprosa Por otra parte, G. Miró puede comprobar la falta de amor de que es objeto la enferma de lepra, y no dejan de lamentarse: –"¿por qué ha de tener ella el mal?" "¿Qué hacen otras mujeres para merecer belleza, y ella en cambio ser leprosa...?" Y todavía añade: "por qué no vienen los hombres llenos de amor que se afanen en limpiarlos y curarlos del mal espantable; ya no sabios que escriben libros,

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obras inútiles y glaciales: no sabios que se sirvan del dolor para ser medro ilustre...". Y, a sí mismo exclama: "hombres que sabéis: haced que os amen los llagados de lepra. El amor del que sufre es más virtuoso y admirables que el de las almas risueñas...". En estos lamentos del autor levantino saltan a la vista la clara divergencia que se establece entre la hermosura y la fealdad humanas, o lo que es lo mismo, la polaridad opuesta entre belleza y monstruosidad, a la vez que Miró pretende resaltar la suprema bondad del alma humana, rayando muy por encima de la fisonomía externa del ser humano. No deja de manifestar el gran prosista un privilegiado "ojo clínico", entre el encuentro con lazarinos. Su aguda mirada se posa en todo aquello que tiene que ver con la vida del leproso, con su endeble salud y su sufrimiento moral. En otra de sus visitas, observa resignado, el rostro del desdichado, viendo como la podre del mal hacía escamas lívidas, y se arracimaba: "Entre dos cortezas de la barba pendían dos mechones de pelo negro, largo, liso. Y sus ojos hundidos entre llagas eran hoscos, mates, secos; mostraban la expresión de todas las tristezas, de todos los dolores fundidos en la tristeza, y en el dolor supremos de la propia lástima". No deja de recordar la exclamación lapidaria de Job: "¡Apiadaos de mí, apiadaos de mí, siquiera vosotros mis amigos, porque la mano del Señor me ha tocado...!" ■ Unos paisajes besados por la soledad

y la tristeza

Como excelente paisajista literario que es, G. Miró no deja de tomar nota de todo aquello que tenga relación con el paisaje de su tierra y con esas almas envilecidas y heridas que lo habitan. Se establece la dualidad "enfermedad-paisaje"; parece como si esos pueblos y aldeas repartidas a lo largo del territorio visitado por el escritor, reflejasen con la limpidez de un espejo la faz triste y llorosa del enfermo tocado de lepra. El tórrido sol en mitad del camino polvoriento, cercando caseríos cerrados, huertos resecos, y el paisaje opulento, bello, con tintes de gris melancolía, como esas almas incomprendidas... ¿Qué motivo, pues, es el que ha llevado en Miró a esos pueblos levantinos...? Lo más seguro, la sed de ver, de contemplar en vivo esas almas huidizas, retraídas, refugiadas en su soledad de granito, sin amor. Ver a esos otros seres fuertes, jocundos, en un día restallante de luz, sintiendo el goce de la carne. En suma, amor, sí, pero sólo para los escogidos.

La lepra en la obra literaria de Gabriel Miró

■ Inspiración bíblica en la muerte

del leproso

En su novela "del vivir", resalta la figura de don Hermenegildo Poquet, hijo de un antiguo médico del lugar, de quién aprendió a despreciar los peligros del mal pegadizo, y a penetrar en esas vidas miserables... Cuenta, G. Miró, que los leprosos –al enfermar– reciben la visita del señor Poquet, en quien depositan sus ansias y recelos. Y, cuando se sienten morir, en su agonía le llaman. De manera que don Hermenegildo y el sacerdote ayudan al moribundo, le acompañan y consuelan hablándole de un vivir eterno en la sociedad de almas amorosas en todos aquellos que sufrieron males horrendos. Es, entonces, cuando la mirada del que va a expirar pasa fugaz por la de los que le rodean, presintiendo al fin la dicha. Llegados a este punto viene en la memoria la honda expresión del padre Mariana: "Oh muerte..., tú eres el único rayo de esperanza que nos alumbra en la vida". En el curso de la novela se cita un lujoso libro que don Hermenegildo rescata de estantes polvorientos, y donde se da cuenta de la historia local de la lepra. En la novela se pone de manifiesto cómo surgió, y quienes la padecieron, junto a sus retratos; entre ellos, el caso de una joven lazarina de hermoso cantar, que debe renunciar a su arte por padecer de "leonitis" (facies lepromatosa). ■ La piedad frente a los seres deformes A través de las páginas de su obra, se refleja la profunda piedad que G. Miró siente por unos enfermos in-

comprendidos por quienes temen su presencia, o su contagio. Uno de los logros del gran prosista alicantino, es su capacidad de penetración en el alma del personaje, o el poder de creación de figuras con una sensibilidad por el mal que padecen... El autor se nota compenetrado con el sufriente, vive con amargura sus horas de dolor y soledad, al ser desposeído de su dignidad y de sus necesidades más prioritarias. Esta evidente atracción de G. Miró por los enfermos, responde a la idea de que el sufrimiento enriquece de por sí la espiritualidad y sensibilidad del afectado y abre misterios en su conciencia que los demás no se atreven a sondear. Prosigue el escritor en sus propias reflexiones: "Si yo me acercase ¡cuánto no me diría de su vida inmunda! Los males devastan el espíritu, lo agrandan y lo hermosean...". En toda la obra del genial levantino, resplandecen las emociones íntimas y una atmósfera que partiendo de lo sencillo, traspasa el texto con intensidad poética. Elementos tratados reiteradamente, y que forman parte de la austera vida del leproso: la soledad, el desamor, la familiaridad con la muerte, el paso irrefutable de tiempo, el ostracismo... La marginación, el desprecio y la humillación, son los sentimientos recurrentes que la sociedad tiene hacia ellos. Lo que ha de quedar claro, es que no puede verse la deformidad del leproso como algo que lleva a un estado de terror, de descenso a los infiernos, sino, en último término, a una situación de compasión, de piedad, y de clemencia. En suma, G. Miró se hace eco de la voz piadosa que reside, en más o menos medida, en el alma humana para con los enfermos deformes, y denuncia a sí mismo el grado de indiferencia y caos a que se ven sometidos por el prójimo.

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Correspondencia: José Luis Alós Ribera Dermatología MEDIFIATC Avda. Meridiana 384, 3.º, 1.ª 08030 Barcelona

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