LA TERAPIA DE LAS OREJAS

La terapia de las orejas Gabriela Soulé Egea Las orejas, igual que las personas, a veces se ven en la necesidad de ir a una terapia para solucionar s

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La terapia de las orejas Gabriela Soulé Egea

Las orejas, igual que las personas, a veces se ven en la necesidad de ir a una terapia para solucionar sus conflictos existenciales y en otras ocasiones son obligadas a asistir a ella para “normalizar” cualquier conducta que pueda parecer “sospechosa o irregular” respecto al comportamiento de la mayoría. En esta ocasión se ha integrado un complejo grupo de orejas en el consultorio del eminente doctor Cerebro, calificado por todas las universidades del mundo y certificado como el ente más poderoso y capaz en la tierra para validar o descalificar las más complejas conductas y funciones del cuerpo, así como permitirles continuar, cesar o jubilarlas cuando ya no trabajan adecuadamente. El doctor Cerebro ha destinado un espacio amplio para dar consulta a las quejumbrosas orejas que asisten en punto de las cuatro de la tarde para su trabajo terapéutico. Una a una es recibida por el doctor, el cual las ha auscultado para conocer su estado antes de iniciar la sesión. Colocadas en un círculo para poderse escuchar mejor, Cerebro les da la bienvenida y les pregunta cómo se han sentido desde la última ocasión que se reunieron. Ordorica, la oreja con más edad, siempre es la primera en tomar la palabra. Es su costumbre ser protagónica y tomar más tiempo del necesario para poder expresar sus molestias. -Doctor Cerebro, estoy desvariando porque nuevamen-

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te he crecido varias micro-micras en las últimas semanas. ¡Estoy harta de que me siga pasando! Cerebro, oxigenando todas sus neuronas para responder con calma dijo: -Ordorica, te he explicado varias veces que tú, igual que tu vecina la nariz, son las únicas partes del cuerpo que siguen creciendo a lo largo de la vida, así que es algo que tienes que aceptar. -¿Tengo que aceptar -dijo Ordorica incisiva- que me esté transformando en una manopla, además de parecer una cueva con un arbusto de pelos? Miren nada más cómo brotan más y más como si fuera un matorral. -Lo mismo le pasa a la nariz, Ordorica, le contestó Cerebro. -¡Y a mí que me importa! La nariz es más visible y por lo tanto la cuidan más que a mí. Cerebro mandó un estímulo inmediatamente a su zona frontal para analizar la respuesta de Ordorica y grabar en los registros de memoria su diagnóstico:Alteraciones en la percepción de la imagen propia, no aceptación de sí misma y baja autoestima de oreja, concluyó. En otro lado del círculo, Chore decidió compartir su experiencia: -¡Yo ya no soporto que me sigan utilizando! ¿Por qué los ojos que siempre han tenido una posición privilegiada respecto a los otros sentidos tienen que ensañarse conmigo? Llevo años enteros cargando los armazones que sostienen los gruesos cristales que les permiten a ese par de ojos hacer su trabajo. ¿Por qué tenemos las orejas que realizar ese esfuerzo? O ¿acaso nosotras colgamos nuestros auxiliares auditivos de sus pestañas o de sus cejas? O ¿siquiera alguien nos lo agradece? Ordorica la interrumpió súbitamente: -¡Chore, ni te quejes porque el doctor Cerebro te dirá

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lo mismo que a mí!: Que la nariz comparte con nosotras la mala suerte de tener que brindarle servicio a los ojos y, si tenemos que ser justas, a nuestra vecina la nariz le va peor. Nosotras nacemos en pares y nos repartimos el peso de los lentes, pero la nariz tiene que cargar el mayor peso solita. -Ah, ¿tú también los vas a defender? Vociferó Chore al tiempo que se ponía muy roja. ¡Esto es inaudito! Calmadamente, Cerebro, le preguntó a Chore: -¿Qué es lo que sientes? -Enojo, furia, tengo ganas de doblarme para que ninguna pata de lentes pueda sostenerse en mi.- Y enrojeció aún más. Cerebro volvió a analizar los síntomas y guardó en su memoria el diagnóstico de Chore: neurosis de oreja. Ahora vamos contigo, Oyentina, dijo Cerebro dirigiéndose a otra oreja atiborrada de perforaciones y aretes. -¿Qué quiere saber, doctor? Preguntó desganada Oyentina. -¿Cómo te ha ido esta semana? -Pues ya es lo mismo para mí, ni siquiera me preocupo por solucionarlo. Parece que me estoy acostumbrado al dolor. Desde el segundo día de mi vida me perforaron con una pequeña arracada. Pensé que sería la única ocasión en que me dolería tanto algo, pero pasados algunos años resulta que no fue un sólo arete sino varios boquetes que aún no entiendo la razón de haber recibido tan grande martirio. Alguna vez alcancé a escuchar que me veía linda así. Otras orejas no tienen ni un solo arete y me parecen hermosas. ¿Por qué yo tengo que usar todo este metal para lucir bien parecida? -Eso ya lo escuchamos varias veces, contestó Cerebro. -Ya lo sé, -respondió Oyentina- pero lo digo por si hay alguien nuevo en el grupo. Además, quiero decirles que mi sufrimiento ha aumentado durante la última semana. Todas las orejas se dispusieron a atender el nuevo capí-

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tulo trágico en la vida de Oyentina. -Resulta que durante varias horas al día me han colocado unos pequeños audífonos que invaden por completo mi ser, recibiendo tremendas torturas de música retumbante más allá de lo que puedo soportar. ¡El sufrimiento ha sido tremedo! Además, mis inquilinos el martillo, el yunque, el tímpano y el estribo han enloquecido y me han atacado con piquetes, zumbidos y exceso de cerumen. ¿Quién podrá con todo esto? Porque yo no, suspiró Oyentina. Para acabar, en los últimos días he estado pensado en lo triste que es haber nacido con una gemela y no poder conocerla jamás. Los ojos son un par también, viven juntos y pueden verse frecuentemente en un espejo. El único contacto que guardo con mi hermana es cuando nos enviamos alguna información para completar un sonido. Es muy triste, me siento tan sola. El último comentario pareció impactar al resto de las orejas que no habían reparado en la triste verdad que Oyentina compartía con ellas. Todas quedaron muy pensativas. Cerebro, después de hacer su diagnóstico rápido: Oreja deprimida, se apuró a intervenir en el grupo. -Todas las partes del cuerpo tienen ventajas y desventajas, dijo el doctor con gran seriedad. -Estoy de acuerdo -dijo Silenciosa-, incluso cuando uno no cumple con las funciones para las que fue creada. -¿Y ahora de qué estás hablando? -gritó enojada Chore-, qué malagradecida eres, Silenciosa. Después que te han cuidado con gran esmero, te han ayudado para que te sientas bien y te han instalado un diminuto aparato auditivo para recuperar tus capacidades procurando que luzcas lo más natural posible, vienes con tus comentarios irónicos. ¡Pero qué torpe eres! Cómo hubiera querido Otorrina haber tenido la misma suerte que tú. Ella es todavía una niña y vive con la ilusión de poder oír algún día. Silenciosa, un poco apenada por los comentarios de Cho-

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re, se fijó en la menuda oreja Otorrina que, inocente, trataba de seguir la conversación del grupo utilizando la información que Cerebro le facilitaba. El doctor sabía que las orejas que no contaban con audición requerían de todos los datos disponibles que les envían los sentidos para integrar archivos, funciones y respuestas en el cuerpo que maneja. Con Otorrina, Cerebro a veces tenía problemas ya que a pesar de su corta edad, solía ser muy romántica y a veces no integraba todas las notificaciones recibidas de forma clara. En una ocasión, únicamente puso atención en los movimientos de la boca y olvidó reparar en el informe de la visión periférica de sus vecinos, los ojos. Fue entonces cuando el primer amor imposible hizo aparición en su vida: se enamoró de un muñeco que era hábilmente manejado por un ventrílocuo. Hasta que Cerebro le llamó la atención y la puso en orden exigiéndole que estuviera más vigilante del entorno. -Me disculpo contigo -le dijo silenciosa a Otorrina. Sé lo importante que es para ti poder escuchar… yo viví esa añoranza durante muchos años haciéndome toda clase de expectativas, fantasías y anhelos respecto a la audición y la magia de escuchar la voz, la música y el aire. Incontables veces traté de despertar a todos mis inquilinos.Ya sabes, el yunque, el estribo, el martillo, el tímpano. Quería trabajar en equipo para lograr tan importante meta, pero no se podía, necesitábamos ayuda exterior. Contemplaba horas y horas a otras orejas y, las que podían oír, tenían diferentes actitudes respecto al hecho. Algunas se interesaban sinceramente por lo que lograban captar y otras simplemente se involucraban en pasar los sonidos sin importarles nada más. No comprendía la discrepancia en sus actitudes. Un buen día recibí la noticia de que sería receptora de un auxiliar auditivo. Ni siquiera pude dormir la noche previa, creí que mi vida cambiaría y sería feliz para siempre. Fue un impacto total el primer y maravilloso sonido que pude captar. Me retumbaron el cartílago y el

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lóbulo, y la fosa navicular se quería salir de su lugar por las divertidas sacudidas de las resonancias. Sin embargo, con el pasar de los días, una vez transitada la emoción de la primera experiencia, decidí no caer en la desidia que había visto con recelo en algunas orejas. Puse especial interés en cada eco, crujido, palabra y me fui dando cuenta que no todo lo que recibía me gustaba. De hecho, varios mensajes que al no tener audición interpretaba a mi manera, ahora, oyendo, sonaban terribles, groseros y coléricos. Entendí entonces que cualquier oreja tiene la elección entre oír o escuchar lo que recibe y dependerá del empeño y la voluntad que cada una tenga, para transformar algo trivial en algo intenso y profundo. -¿Ah, sí? -dijo Oyentina mientras se acomodaba la barra que la atravesaba por el reciente piercing industrial que le habían hecho- ¿Y, cuál es la diferencia? -El escuchar tiene un sentido, un mensaje y, por lo tanto, una resonancia en el mundo interior. -Eso suena muy bien -respondió Ordorica. No encuentro cuál es el problema, Silenciosa. -Que por voluntad ya no quiero escuchar, prefiero dejar esa tarea de conciencia a los demás. No más congoja, no más aflicciones. Me resisto a llevar mensajes provocativos, insultos y embestidas al mundo perfecto que había diseñado antes de ser una oreja funcional. ¡Decido renunciar a la audición! Una exclamación de sorpresa sonó en toda la sala. Cerebro lanzó un estímulo a la zona hipotalámica que se encarga de las emociones, haciendo sentir bienestar y optimismo en el ánimo de Silenciosa. Simultáneamente envió el archivo de diagnóstico a la memoria: Oreja con esquizofrenia y amenaza de suicidio, tratada inmediatamente con carga de serotonina, sustancia que regula el estado de ánimo. En unos pocos segundos Silenciosa, sin darse cuenta, se encontraba animada y dudando de lo que hace poco había revelado. Ahora sentía un enorme placer en

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escuchar todo lo que le rodeaba. Sin duda, Otorrina había llegado a una terapia intensiva. En pocos minutos conoció diferentes opiniones respecto al ejercicio de ser una oreja. En esta ocasión había puesto total concentración en los informes que la ayudaban a entender la terapia de ese día. Comprendía que las orejas con los años se vuelven más quejumbrosas, pero invariablemente su sabiduría persiste en los momentos más críticos. Advirtió que hay compromisos esenciales que cumplir aunque no se elijan, pero cuando ofrecen asistencia y recursos a otros, la tarea suele dignificarse y reportar grandes satisfacciones. Otorrina hubiera sido muy feliz de poder retribuir a los ojos la información que le habían enviado durante su vida para comprender al mundo, o a la piel, que recibía las vibraciones guiándola hacia dónde debería enfocar su atención. Pero en su caso, no se le había solicitado ese apoyo. Otorrina pensó que uno de los grandes retos de las orejas es comprender que el trabajo en equipo es fundamental. Esa era una de las razones de que las gemelas de cada oreja estuvieran desterradas justo al otro lado de la cabeza: para cubrir las zonas que una sola no podría hacer. Era un verdadero trabajo de grupo guardando la individualidad de cada una. En ocasiones, la convivencia continua puede generar un poco de conflicto, meditó. De Oyentina quiso recuperar la reflexión de que la actitud es primordial para sortear el dolor. Todas las orejas sufren por algo, pero el pesimismo es otro problema más que solucionar: al ser positivas, las orejas podrán encontrar salidas más efectivas. Silenciosa le recordó que nunca hay que perder las ilusiones, menos aún cuando se tiene que confrontar la realidad que no siempre es amigable. En un segundo, Cerebro recibió noticias de su lóbulo derecho. Era información que Otorrina mandaba sin darse cuenta. Varias zonas de Cerebro empezaron a encenderse en automáti-

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co: las regiones responsables del análisis, el aprendizaje, las emociones y la acción resplandecían de una manera extraordinaria. En ese momento el ilustre Doctor Cerebro decidió abrir la zona de memorias y descubrir el expediente de Otorrina, donde grabó inmediatamente la anotación que era necesaria para concluir el caso: Éxito total de la terapia, la paciente Otorrina es dada de alta y está lista para recibir el auxiliar auditivo.

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