"Las Madres De Freud"

"Las Madres De Freud" (*) Texto Publicado En “actualidad Psicológica”. Buenos Aires, Octubre 2012. Nº 412. Alba Flesler Se dice de la madre que hay

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"Las Madres De Freud" (*) Texto Publicado En “actualidad Psicológica”. Buenos Aires, Octubre 2012. Nº 412.

Alba Flesler

Se dice de la madre que hay una sola, y que ella, muestra según la procreación biológica, es indiscutible. Tal vez por esas razones, el psicoanálisis sufrió duros embates al herir su papel, arraigado ancestralmente en altares virginales y verdades de fe. Contrariando razones de orden natural o religiosa, la madre, para Freud, es heredera de un complejo e intrincado edificio, preñado de contingencias. El comienza a construirse en la infancia de una niña, cimentado en una carencia nombrada fálica, y motorizado por el anhelo de suplirla, recibiendo del padre un sustituto feliz, un niño, que a la sazón puede llegar a ser o no también reconocido como hijo. Tamaña argumentación, que empalmaba la sexualidad a los niños, criaturas celestiales, hizo levantar voces en su contra, que no debe sorprendernos. Sin embargo, eso agrega peso específico al lugar fundamental de la madre en la vida de todo sujeto e invita a la pregunta: ¿cuál es la lógica que lo promueve? La madre de Freud Cuando habló de su progenitora, lo hizo con palabras agradecidas. Ella lo llamaba ‘mein goldener Sigi’ y ese deseo le dio, al creador del psicoanálisis, fuerza y valor ante los cargados proyectiles que la ciencia de su época hizo recaer sobre sus revolucionarias hipótesis. Acordamos con él: para la vida futura de un niño no es indiferente haber contado o no con el alojamiento jubiloso en los brazos cálidos y receptivos del deseo materno. Las ganancias de tan privilegiado lugar se aprecian por sus efectos, en el acervo que otorga un buen sostén narcisístico, cuando contribuye a soportar las heridas del devenir sin apelar a restaurarlo en egoísmo y egolatrías (1). El narcisismo bien enlazado, preparará la estructura para no derrumbarse ante la conmoción de los ilusorios espejismos. Si la madre funciona, ella cumplirá su papel. Y el papel de la madre es el deseo de la madre (2) En ocasiones, los estragos ocasionados por la perdurable ligazón a la madre, ha llevado a denostar su lugar sin entrever la tragedia que late en aquellos casos en los que faltó el amparo del nido materno. Sin su cálido refugio, sin ese cobijo, falla la constitución del cuerpo y

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toda representación imaginaria de la escena del mundo. Desrealización y despersonalización son sus variantes en el campo yermo de las psicosis. Por ese motivo, y contradiciendo cualquier inclinación por estampar el rol materno a una materialidad natural e intuitiva, diremos que toda relación entre la madre y el niño está engarzada en un término tercero, el falo. La ubicación del mentado elemento, no solo deja su impronta en lo que atañe al hijo, también abre la función materna a variables dependientes de otras relaciones, que por su intrincada complejidad merecen considerarse. En principio, la que toda madre sostiene con su lugar de hija, luego la que acentúa aquella otra, no menos importante, que dialectiza su lugar de madre con su ubicación como mujer, invitándola a ser no toda madre. A su vez, y con valor relevante, la que sostiene en relación al padre del niño, su lugar en la pareja familiar y a los reductos del erotismo que circula entre ellos (3). Como es de apreciar, el Edipo no deja de ser complejo. Reducirlo al mito es desconocer la delicada lógica que lo enhebra y al mismo tiempo rebajar sus mojones, perdiendo la oportunidad de capitalizar aquellas razones que brinda para la dirección de la cura y las intervenciones del analista (4). Ahora bien, si su operación se cumple, y aun coadyuva a dividir las aguas entre neurosis, psicosis y perversiones, debemos admitir que ella se realiza siempre en inexactas proporciones. Ejemplos de madres hay muchos, pero los historiales freudianos relucen esclarecedores en nuestras manos, y nos invitan a releer sus articulaciones. Las madres del psicoanálisis Los historiales freudianos son seis, mostrando, cada uno, un perfil de madre y una fisonomía. Llamarlas por su nombre es sólo producto de un ejercicio recreativo. La que no lo suelta: la madre del pequeño Hans Ella era paciente de Freud y el marido un admirador de las teorías del maestro. Estudiaba con él y no solo lo consultó preocupado por su pequeño hijo, sino también por la impotencia que le causaba el inoperante pedido dirigido a su mujer de no llevar al niño a la cama conyugal. Lo cierto es que ella no solo lo acogía en el lecho, también lo llevaba con ella al baño y lo hacía espectador de sus intimidades cada vez que cambiaba sus ropas a la vista del hijo. La madre de Juanito sentía que el prurito gozoso en el órgano peneano del niño era “una porquería” (5) pues arruinaba el disfrute que le procuraba tener al pequeño todo él como “metonimia de su deseo de falo”(6) Así, mientras el padre visitaba a la abuela de Lainz, se quejaba inútilmente, y desoía la propuesta del hijo de quedarse “cada uno con su propia madre” (7) , la fobia venía en auxilio de Hans, permitiéndole, no sin pagar el caro peaje de un síntoma, delimitar los lugares prohibidos de los habilitados para circular. La madre de Juanito es ejemplar de esa diferencia que Lacan subraya al pasar cuando dice que “No es en absoluto lo mismo si el niño es, por ejemplo, la metáfora de su amor por el - Página 2 de 8 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

padre, o si es la metonimia de su deseo del falo” (8) . Ella no suelta al niño. Lo lleva de paseo metonímicamente pegado a su cuerpo. Y como el caso da a leer, adherido al universo materno, un niño se ve impedido a aventurarse en el territorio exogámico del mundo. La rival: la madre de la Joven Homosexual También en este caso, fue el padre quien hizo la consulta. Pero a diferencia del padre del pequeño Hans, más que buscar saber qué ocurría con su hija, lo movía una escéptica expectativa de lograr, por la vía del psicoanálisis, rectificar la orientación sexual de la jovencita, presa de admiración por una mujer mayor, de mala reputación. Si el método de Freud fracasara en el intento, tenía reservado, como remedio incuestionable a su rebeldía, imponerle un decidido casamiento. Para cólera de su padre, indispuesto también para atender el llamado desesperado, la muchachita ya había apelado al acting, poniendo en escena un paseo público con la dama de sus amores. Sin lograr que la mirada del padre virara de su focalización unívoca, y ante el sin salida, siguió el pasaje al acto. Es que, el comportamiento del padre, hombre serio, respetable, en el fondo tierno hacia su única hija mujer, estuvo movido en demasía por miramientos hacia su mujer, la madre de la niña. “Mujer todavía juvenil que manifiestamente no quería renunciar a la pretensión de agradar ella misma por sus encantos”, como madre, “era difícil de penetrar”. Apreciación aguda, la de Freud, a deducir por las consecuencias declaradas en la única hija, exiliada de la femineidad. A veces una madre, como madre, es nada más que una mujer; y como la madrastra de Blancanieves sólo atina a sacar lustre una y otra vez, con perdurable tenacidad, a los brillos perfilados en su propia imagen. La hija no puede sino ser “una incómoda competidora” ¿Qué le queda a la niña entonces? La opción de dirigir su expectativa al padre, y esperar que este responda al juego de miradas necesaria para su identificación con la femineidad. Si la función materna es cumplir su papel y su papel es el deseo, la madre de esta jovencita agotaba el suyo, “de manera poco equitativa” siendo dura con su hija y tierna en demasía con sus muchachos; una mujercita no cabía en la imagen de su narcisismo, salvo como mancha y opacidad. Arrojada, de ese modo, del espejo fundacional, y agotados sus intentos, se arrojó al vacío en lo real: “Niederkommen”, que significa tanto “caer” como “parir”.(9) No es lo mismo que una niña rivalice con su madre, guiando sus pasos por el laberinto del Edipo, a que una madre lo haga con su hijita, negándole con dureza las fichas para entrar en el juego de la femineidad. La ama de casa: la madre de Dora Freud no la conoció. Supo de ella por las comunicaciones del padre y de la joven, quien contaba con dieciocho años al comenzar el tratamiento con él. Admitió formarse una idea respecto de la madre de su paciente como “una mujer de escasa cultura, pero sobre todo poco inteligente, que, tras la enfermedad de su marido y el consecuente distanciamiento, concentró todos sus intereses en la economía doméstica, y así - Página 3 de 8 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

ofrecía el cuadro de lo que puede llamarse la “psicosis del ama de casa”. Carente de compresión para los intereses más vivaces de su hijos, ocupaba todo el día en hacer limpiar y en mantener limpios la vivienda, los muebles y los utensilios, a extremos que casi imposibilitaban su uso y su goce”. Es entendible que Freud dijera que la relación entre madre e hija era, desde hacía años, inamistosa, y también que admitiera que “la hija no hacía caso a su madre, la criticaba duramente y se había sustraído por completo a su influencia”. En definitiva, y en esto Freud es contundente, la joven “no se entendía con su madre”. Tal vez por eso, Dora dirigió el interés a la señora K. a quien antes de pedir al padre que rompiera relaciones con el señor y la señora K. directamente “veneraba”. Su inclinación, vale aclararlo, nos deja entrever que la mirada ávida de la muchachita no se dirigía a ella buscando una madre, sino en todo caso el cuerpo de una mujer. Los fragmentos de análisis trasmitidos por Freud ponen al descubierto cuán coartado estuvo el camino hacia la femineidad para la desdichada joven. La constelación de sus identificaciones sufrió, desde la infancia poblada de síntomas, serios tropiezos que afectaban su cuerpo, no solo con una disnea permanente a los ocho años, también con migraña, ataques de tussis nervosa, llegando a soportar el más molesto de los síntomas: una afonía total.(10) Una madre que concentra sus goces en la pulcritud hogareña y en las delicias de la maternidad, no sólo no deja localizar un goce femenino al cuál apuntar, menos aún ofrece ocasión para ubicarla como objeto de deseo en la urdimbre de los goces paternos. Lo sabemos por Felix Deutch, Dora quedó sufriendo sintomáticamente al escuchar los pasos del hijo volviendo al hogar, luego de su nocturna excursión más allá de su amor maternal. La interdicta: la madre de Schreber De ella casi no se hallan referencias. El contraste, entre la enorme presencia del padre y la nebulosa y enigmática ausencia de la madre de Schreber, se abre en elocuentes desproporciones. Se sabe que “el padre sufría de manifestaciones compulsivas con impulsos asesinos”, que el doctor Daniel Gottlieb Moritz Schreber fue un eminente ortopedista, prolífico escritor y educador, inventor de la gimnasia terapéutica en Alemania, con amplia difusión de sus libros donde expresaba indicaciones precisas para proceder a una educación saludable desde los primeros tiempos de la vida. Sus métodos para la crianza de niños pequeños quedó reseñada en “El libro de los ejercicios para el cuerpo y el alma”, llamado su Erziehungslehre donde, de modo didáctico y preciso, sostenía un sistema de estrictas reglas disciplinarias para la regulación del comportamiento del niño cuando come, se sienta, camina, se para, lee y duerme. En él, concede un subrayado especial al sistema de posturas, acentuando, por ejemplo, que la espalda del niño debe mantenerse derecha aún cuando duerme, obligándole a tal fin a sólo dormir de espaldas sobre cama dura. El lector de sus libros puede contar para su orientación con dibujos del sistema de cinturones, correas y aparatos, ilustrando las posturas correctas para enderezar el cuerpo y la - Página 4 de 8 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

vida del niño en general. William G. Nierderland aduce, en su clásico escrito, no sorprenderse que “Ritter, el biógrafo de Schreber, que también expresa su admiración por Hitler, encuentre en el primero una especie de precursor espiritual del nazismo” (11) Confundiendo la representación de palabra con la representación de cosa, el padre de Schreber creía que un cuerpo recto era equivalente a la rectitud y con certeza incuestionable no vacilaba en aplicar a sus hijos varones los procedimientos ortopédicos por él diseñados como medidas profilácticas. Con sadismo inexcusable, se empeñaba en promover su salud y prevenir posibles deformaciones. Aspiraba, y así lo dice explícitamente, a destruir “la cruda naturaleza de los niños” desde la más temprana edad y coartar drásticamente los malos hábitos estableciendo un estado de obediencia total. Detallista al extremo, examinaba de manera minuciosa a sus hijos, controlando las posturas y el efecto de los aparatos ortopédicos y rechazando cualquier matiz de consideración en la aplicación del método educativo. Desde ya, es de suponer cuán excluida estaba de su proyecto la inclusión de una nota amorosa de calor materno. Tal vez, por ello, no es casual que “no se posee ninguna información relevante sobre la madre de Schreber” (12) Solo después de terminar su ensayo, muchos años después, comenta Niederland, tuvo conocimiento del nombre de la madre. Se llamaba Pauline Hasse. Innombrada y ausente, sometida al abuso paterno, nunca se interesó por preguntar por el estado de su hijo en los años de internación. De ella, apenas se conservan unas fotos que muestran su rostro adusto (13) , y proclive a hacernos creer en el perfil depresivo que se le atribuye. No nos es dable saber si contribuyó o no a ese estado la interdicción que pesó sobre su papel materno, no debía acariciar al niño. Si la impedida satisfacción amorosa, por la estrictez disciplinaria, coadyuvó a deprimirla. Si podemos leer en las Denkwürdigkeiten eines Nervenkranken (Memorias de mi enfermedad nerviosa) los estragos que, en el cuerpo y en el mundo del hijo, causaron el entramado trágico del goce irrestricto de un padre con la infortunada ausencia del amor materno. La ausente: la madre del Hombre de los Lobos Según relata Freud en el clásico historial, en el momento en que la hermana de Sergei, apenas dos años mayor, disfrutaba jugando con el pene de su pequeño hermano, la madre estaba. Se encontraba haciendo sus labores en el cuarto vecino. Del mismo modo, y salvo en la escena sexual a tergo, que ocupa el centro de las preocupaciones freudianas y la tiene de protagonista junto al padre, la madre está presente, esencialmente por su ausencia. Las hojas del historial se suceden dejándonos saber que los “padres se casaron jóvenes” que seguían “viviendo un matrimonio dichoso sobre el que pronto las enfermedades de ambos arrojaron las primeras sombras: las afecciones abdominales de la madre y los primeros ataques de desazón del padre, que lo habían llevado a ausentarse de la casa” … también, que - Página 5 de 8 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

siendo niño, el paciente había escuchado a la madre quejarse de sus “dolores y hemorragias”, llegando a desahogarse con estas palabras: “Así no puedo vivir más” Sabemos que a los dos años y medio, según un recuerdo de su análisis, se veía a sí mismo viendo partir a los padres de viaje durante unas semanas, y se recuerda junto a su aya, sin inquietarse por la partida de los progenitores. Será pues la aya quien lo cuide, asimismo será ella quien emita las palabras para restringir la manipulación lúdica de su miembro sexual y también quien se hará destinataria de sus tempranas pasiones, tanto para defenderla de la intratable gobernanta inglesa, despedida poco tiempo después del regreso de los padres, como objeto del martirio más despiadado, cuando trocando su actitud de niño dócil y tranquilo, tornábase exigente, susceptible y cruel. Al respecto de la ausencia materna, nos queda la pregunta sobre si el “horror a una existencia autónoma” (14) al que Freud alude desde el comienzo del tratamiento, no habrá encontrado sus fuentes en una madre sumida en sus propias dolencias y dedicada sólo a atender a su marido sin reparar en descargarse en quejas, como si el niño no estuviera presente. La calculadora: la madre del Hombre de las Ratas La transferencia, que lo había llevado a ver a Freud, había encontrado su motor en la lectura de un texto, “Psicopatología de la Vida Cotidiana” (15). En él, había hallado “unos raros enlaces de palabras” que le “hicieron acordar a sus propios trabajos de pensamiento” y eso lo “resolvió” a confiar en el psicoanalista vienés. De ese modo, acudió a Freud llevándole su padecimiento. Desde su infancia, lo habían acompañado representaciones obsesivas. Pero, con el paso del tiempo los impulsos y prohibiciones “referidas aún a cosas indiferentes” lo habían sumido en una lucha persistente, haciéndole “perder años” y dejándolo “rezagado en su carrera en la vida”. Nada sospechaba de las oscuras conexiones que lo incitaban, y apenas vislumbraba las resistencias que lo aquejaban; pero inició, desde los primeros encuentros, una serie de asociaciones que desplegaron sus razones. Así, en la segunda sesión, pasó a contar la vivencia que lo llevó directamente a acudir a Freud. Se trataba de un episodio ocurrido durante unas maniobras militares: entre los oficiales había un capitán cuya característica era que “evidentemente amaba lo cruel”. En esa línea no sólo abogaba por la introducción de los castigos corporales sino también disfrutaba de relatar detalles de aquellas lecturas que gustaba hacer al respecto. Siguiendo su gozosa inclinación, contó un “castigo particularmente terrorífico aplicado en Oriente” en el cual se utilizaban ‘Ratten’, ratas, para martirizar a un condenado, haciéndolas penetrar en el ano del desdichado. Acordes precisamente a la lógica significante que tanto le había sorprendido en el texto de Freud, las Ratten siguieron su linealidad con otros significantes, permitiendo la atenta lectura del psicoanalista, presto a ubicar cuál era el ‘falsche Verknüpfung’, el falso enlace (16). - Página 6 de 8 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

Ratten (rata), Raten (cuotas), Spielratte (rata de juego, jugador empedernido) y finalmente, la historia del Pequeño Eyolf de Ibsen y la Damisela de las Ratas, permitieron descubrir en su fino hilado, la trama del tejido familiar. Entre el padre y la madre hubo cálculo, en lugar de deseo. Su padre había aceptado casarse con la mujer rica a quien no amaba, renunciando a su deseo y amor por otra muchacha pobre. A cambio de ello, entregó los hijos a su mujer, como equivalentes de esa transacción sellada. Este panorama echa luz a la tramposa disyuntiva en la que el joven obsesivo se debatía, pues a su vez amaba a una joven pobre que no era legitimada por su madre, quien aspiraba a que se casara, del mismo modo que ella, privilegiando el cálculo en lugar del amor . Madres y madres Si en primera instancia, no parece viable hallar una madre suficientemente buena (17) en los historiales freudianos, eso no debe llevarnos a desdibujar los matices y consecuencias que las diferentes madres presentan. Es preferible avizorar que hay madres y madres. Algunas se acercan y otras se alejan de su papel, y eso no debe obviarse. El recorrido por los casos de Freud persigue sólo resaltar sus razones e invitar a proseguir la lógica en la que se asientan esas distinciones. NOTAS: (1) Vegh, Isidoro: “Yo, Ego y Sí-Mismo”. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2010 (2) Lacan, Jacques: “El Reveso del Psicoanálisis”. Seminario XVII (1969-1970) Clase del 11 de marzo de 1970. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2004. Pág. 118 (3) Flesler, Alba: “El Niño en Análisis y el Lugar de los Padres”. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2007 (4) Flesler, Alba: “El Niño en Análisis y las Intervenciones del Analista”. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2011 (5) Freud, Sigmund: “Análisis de la Fobia de un Niño de Cinco Años (El Pequeño Hans)” (1909). Obras Completas. Amorrortu, Buenos Aires, 1985. T X. Pág. 18. (6) Lacan, Jacques: “La Relación de Objeto”. Seminario IV (1956-1957) Clase del 20 de marzo de 1957.Editorial Paidos, Buenos Aires 2004. Pág. 244 (7) Freud, Sigmund: “Análisis de la Fobia de un Niño de Cinco Años (El Pequeño Hans)” (1909). Obras Completas. Amorrortu, Buenos Aires, 1985. T X. Pág.74 (8) Lacan, Jacques: “La Relación de Objeto”. Seminario IV. Clase del 20 de marzo de 1957.Editorial Paidos, Buenos Aires, 2004. Pág. 244 (9) Freud, Sigmund: “Sobre la Psicogénesis de un Caso de Homosexualidad Femenina” (1920), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, T.XVIII. Pág.142, 143, 150 y 155 (10) Freud, Sigmund: “Fragmento de un Caso de Histeria (Dora)” (1901-01905). Obras completas. Amorrortu, Buenos Aires, 1985. TVII. Pág. 19,20,21,22,24 (11) Niederland, William G.: “El Padre de Schreber” en: “El Caso Schreber”. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1972. Pág. 198,200, 201 (12) Niederland, William G.: “El Mundo Milagroso de la Infancia de Schreber”. En: “El Caso - Página 7 de 8 Copyright 2013 - EFBA - Todos los derechos reservados

Schreber”. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1972. Pág.206 (13) Baumeyer, Franz:”El caso Schreber” en: “El Caso Schreber”. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1972. Pág. 33 (14) Freud, Sigmund: “De la Historia de una Neurosis Infantil (El Hombre de los Lobos) y Otras Obras (1917-1919). Obras Completas. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985. T. XVII. Pág. 12,14,71 (15) Freud, Sigmund: “Psicopatología de la Vida Cotidiana” (1901).Obras Completas. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985. T.VI (16) Freud, Sigmund: “A Propósito de un Caso de Neurosis Obsesiva (“El Hombre de las Ratas”) (1909).Obras Completas Amorrortu editores, Buenos Aires, 1985. T. X. Pág. 127,133,140, (17) Winnicott, Donald: “Realidad y Juego”. Editorial Gedisa, Buenos Aires, 1979.

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