LOS ESPACIOS URBANOS. El estudio geográfico de la ciudad y la urbanización

LOS ESPACIOS URBANOS El estudio geográfico de la ciudad y la urbanización BIBLIOTECA NUEVA UNIVERSIDAD MANUALES Y OBRAS DE REFERENCIA Rubén Camilo

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LOS ESPACIOS URBANOS El estudio geográfico de la ciudad y la urbanización

BIBLIOTECA NUEVA UNIVERSIDAD MANUALES Y OBRAS DE REFERENCIA

Rubén Camilo Lois González (coord.) Jesús Manuel González Pérez y Luis Alfonso Escudero Gómez

LOS ESPACIOS URBANOS El estudio geográfico de la ciudad y la urbanización

BIBLIOTECA NUEVA

grupo editorial siglo veintiuno siglo xxi editores, s. a. de c. v.

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ALMAGRO, 38,

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Esta obra ha contado con la ayuda del Plan Nacional de I+D (proyectos CSO2010-16298 y CSO200908400. Subprograma Geog.), desarrollados en centros de investigación de las universidades de Santiago de Compostela, Illes Balears y Castilla-La Mancha.

LOS ESPACIOS URBANOS: el estudio geográfico de la ciudad y la urbanización / Rubén Camilo Lois et al.- Madrid : Biblioteca Nueva, 2012 456p. : il.; 24 cm ISBN 978-84-9940-527-8 1. Geografía humana 2. Geografía regional 3. Urbanismo. I. Jesús Manuel González Pérez. II. Luis Alfonso Escudero Gómez 911.3 RGC 908 RGL 349.4 LNKW

© Los autores, 2012 © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2012 Almagro, 38 28010 Madrid www.bibliotecanueva.es [email protected] ISBN: 978-84-9940-527-8 Depósito Legal: M-31.720-2012 Impreso en Lável Industria Gráfica, S. A. Impreso en España - Printed in Spain Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Índice CAPÍTULO 1.—El valor de la dimensión urbana. la identificación de la ciudad .. 1.1. El crecimiento urbano y sus manifestaciones habituales ...................... 1.1.1. Algunos indicadores básicos para medir la importancia de la urbanización en la actualidad ......................................................... 1.1.2. Hacia una primera definición sintética de ciudad y urbanización .. 1.2. Los estudios sobre el fenómeno urbano. Una perspectiva multidisciplinar ........................................................................................................ 1.3. La crisis de la ciudad tradicional y el desarrollo de las periferias urbanas .. 1.4. Aglomeraciones urbanas y ejes de crecimiento espacial ....................... 1.5. Las imágenes de la ciudad ...................................................................... 1.6. El carácter polisémico de la ciudad del siglo XXI: una propuesta de análisis desde diferentes perspectivas ..................................................... CAPÍTULO 2.—El urbanismo en la historia. el proceso de urbanización y la teoría de la ciudad ...................................................................................................... 2.1. Los principios del urbanismo. Una presentación .................................. 2.1.1. Ciudad espontánea-ciudad planificada ....................................... 2.1.2. Ciudad planificada-planta ortogonal .......................................... 2.1.3. Urbanismo, utopía y futurismo en la literatura y en el cine ....... 2.2. Dos milenios de historia del urbanismo: desde las ciudades planificadas de la Antigüedad hasta la ciudad preindustrial ............................... 2.2.1. Los orígenes: Próximo Oriente, Egipto y la cultura Harappa .. 2.2.2. El urbanismo en el mundo griego ............................................... 2.2.3. El urbanismo durante el Imperio Romano ................................. 2.2.4. La ciudad medieval planificada ................................................... 2.2.5. El urbanismo en la Edad Moderna (I): la utopía renacentista ..

11 15 15 26 36 45 55 67

73 73 74 76 79 83 83 85 89 93 97

8

Índice

2.2.5.1. Principios de diseño urbano ......................................... 2.2.5.2. Principales teóricos del urbanismo ............................... 2.2.6. El urbanismo en la Edad Moderna (II): el monumentalismo y la perspectiva en el Barroco ......................................................... 2.3. La ciudad industrial y el nacimiento de la urbanística .......................... 2.3.1. Urbanismo y ciudad en el siglo XIX ............................................. 2.3.1.1. La reforma interior en Europa: los paradigmas de París y Viena ............................................................................ 2.3.1.2. Las políticas de reforma interior en España ................. 2.3.1.3. Los ensanches de población en España: la figura de I. Cerdà ........................................................................... 2.3.2. Teoría de la ciudad y movimientos urbanísticos en el siglo XX .. 2.3.2.1. Los antecedentes de la periurbanización: los suburbios y la Ciudad Lineal .......................................................... 2.3.2.2. Un modelo urbano de influencia global: la Ciudad Jardín de Howard ............................................................... 2.3.2.3. Origen y fin de la Viena Roja ......................................... 2.3.2.4. Planeamiento urbano y Estado del Bienestar: New Towns y Ciudades Satélites ........................................... 2.3.2.5. Los principios del urbanismo moderno: Le Corbusier y la Carta de Atenas ....................................................... 2.3.2.6. El retorno a la ciudad y los nuevos principios de la rehabilitación urbana: el modelo Bolonia ........................ 2.4. La ciudad postindustrial. La reestructuración de la forma urbana ...... 2.5. Ciudades en transición: pobreza, desigualdad y superurbanización en América Latina ........................................................................................ 2.5.1. Antecedentes: siglos XV-XX .......................................................... 2.5.2. Urbanización y metropolitanización: desarticulación de la red urbana ........................................................................................... 2.5.3. Segregación, desigualdad y marginalidad: inseguridad y violencia . 2.5.4. Estrategias de desarrollo urbano: componer la ciudad consolidada .............................................................................................. 2.5.5. Urbanización marginal y asentamientos irregulares: barriadas, villas miseria, ranchitos y favelas ................................................. CAPÍTULO 3.—Vivir y trabajar en la ciudad. La economía y la población de los espacios urbanos ................................................................................................. 3.1. Las ciudades como lugares centrales. Una lectura clásica del sistema urbano ...................................................................................................... 3.2. El sistema mundial de ciudades y la competitividad urbana. Cambio tecnológico y reestructuraciones económicas ........................................ 3.3. Desindustrialización y terciarización en la ciudad: las economías metropolitanas y el papel de las actividades de servicios ................................ 3.4. La diversidad interna de la población urbana y la existencia de procesos de segregación espacial ........................................................................... 3.5. Habitabilidad urbana: desigualdad social y residencial ........................ 3.6. Transporte y movilidad urbana ............................................................... 3.7. Los problemas medioambientales de la ciudad y su impacto en las condiciones de vida urbanas ...................................................................

98 99 103 106 107 108 111 116 121 122 123 125 126 129 132 134 139 140 142 143 144 145 153 156 166 175 188 198 210 224

Índice

9

CAPÍTULO 4.—Las áreas urbanas: formas, estructuras e imagen .......................... 4.1. Morfología y estructura urbanas ............................................................ 4.2. El plano y la trama urbana. Los límites difusos de la ciudad ................ 4.3. Los usos del suelo .................................................................................... 4.4. Las partes de la ciudad: centro y periferias ............................................ 4.5. Imagen, paisaje y promoción urbana ..................................................... CAPÍTULO 5.—Instrumentos de planeamiento en ciudades y metrópolis. Legislación del suelo y planes urbanísticos ............................................................. 5.1. El ámbito local en la planificación .......................................................... 5.2. La construcción de un marco legislativo estatal en materia de suelo: 1956-1992 ................................................................................................ 5.2.1. Legislación del suelo durante el período preconstitucional: LS1956 y Ley de Reforma de 1975 (TR 1976) ........................... 5.2.2. El complejo proceso evolutivo durante las primeras décadas de la democracia: una disciplina influida por la nueva estructura administrativo-territorial ............................................................. 5.3. Legislación y planeamiento urbano en el contexto neoliberal. La progresiva mercantilización del suelo (1992-2012) ..................................... 5.3.1. Normativa estatal de suelo: un marco legislativo situado entre la descentralización administrativa y el urbanismo neoliberal .. 5.3.2. La burbuja inmobiliaria 1998-2007 ............................................ 5.3.3. Los diferentes estadios de la legislación urbanística en las Comunidades Autónomas ..................................................................... 5.3.3.1. Figuras de planeamiento urbanístico ............................ 5.3.3.2. Clasificación del suelo .................................................... 5.3.3.3. Ejecución del planeamiento: el Agente Urbanizador .. 5.4. Instrumentos de planeamiento general y de desarrollo ........................ 5.4.1. Instrumento de planeamiento municipal: el Plan General de Ordenación ................................................................................... 5.4.1.1. Objetivos generales y específicos .................................. 5.4.1.2. Determinaciones ............................................................ 5.4.1.3. Documentos ................................................................... 5.4.2. Instrumento de planeamiento de desarrollo: el Plan Parcial ..... 5.4.3. Instrumento de planeamiento sectorial y de desarrollo: el Plan Especial ......................................................................................... 5.5. Una aproximación al estudio del planeamiento urbano en Europa ..... 5.5.1. Políticas urbanas de la Unión Europea ........................................ 5.5.2. Análisis comparado de los sistemas de planeamiento urbanístico ..

235 235 246 257 274 284 295 296 299 300 312 318 319 328 333 342 345 350 351 353 355 356 362 366 372 376 377 387

CAPÍTULO 6.—El futuro de las ciudades ............................................................... 6.1. Un nuevo reto urbano: ciudades sostenibles ......................................... 6.2. Una planificación urbana estratégica ..................................................... 6.3. La regulación del crecimiento urbano en España .................................

403 404 413 424

........................................................................................................

433

BIBLIOGRAFÍA

CAPÍTULO PRIMERO

El valor de la dimensión urbana. La identificación de la ciudad Los últimos doscientos años de la historia de la humanidad suponen que un elevado número de personas dejasen de vivir en el campo y se convirtiesen en residentes de un espacio urbano, bien sea una gran metrópoli, una pequeña ciudad o una urbanización de la periferia. En concreto, la tasa de población urbana estimada en 2010 era del 50,46 por 100, porcentaje que se eleva al 72,78 por 100 en Europa, al 79,63 por 100 en Latinoamérica y el Caribe, y al 82,13 por 100 en América del Norte (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2010). Además, debemos considerar que un volumen creciente de individuos depende del salario que les proporciona una empresa o administración radicada en un núcleo urbano; los empresarios interesados en la rentabilidad de sus negocios también buscan la proximidad de otras firmas, buenas comunicaciones y una clientela numerosa, precisamente lo que un emplazamiento urbano otorga. Los parados, los pobres, los excluidos sociales en sus diferentes formas, son cada vez más un fenómeno urbano, que se manifiesta en la imagen de vagabundos pidiendo por las calles, en áreas de chabolas en los bordes de numerosas ciudades. Si a comienzos del siglo XX, un prestigioso grupo de pensadores encuadrados en la Escuela de Chicago, trataron de definir el modo de vida urbano, insistiendo en aspectos como la movilidad de las personas, la división del trabajo, el anonimato, la secularización o la competitividad (Wirth, 1938. Se dispone de una versión española en Fernández-Martorell —Ed.—, 1988), hoy día podemos ver que todos estos caracteres coinciden con nuestra manera de concebir la existencia. Un día cualquiera salimos de casa para dirigirnos al trabajo o al lugar de estudio, y para ello recurrimos al automóvil, al autobús, al tren de cercanías..., un modo de trans-

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Rubén Camilo Lois (coord.), Jesús Manuel González y Luis Alfonso Escudero

porte urbano, pues urbano también es el movimiento pendular que realizamos. Antes de regresar a casa podemos ir de compra, y las opciones más frecuentes serán una gran superficie comercial, un hipermercado o una calle del corazón de la urbe. La asistencia o participación en un acto deportivo, una cita con los amigos, ir al cine o al teatro, en definitiva, las formas cotidianas de ocio en las sociedades contemporáneas, son de nuevo urbanas. Por último, es posible que decidamos quedar en casa y encender el televisor, que nos mostrará imágenes de Barcelona, Buenos Aires o Nueva York, donde se producen noticias, se celebra un campeonato o donde nuestro personaje preferido es el eje de la trama argumental del episodio correspondiente de la serie de moda. Como tratamos de señalar, lo urbano está presente en nuestro devenir diario. Todo esto a pesar de que en muchas sociedades opulentas, cada vez más personas opten por abandonar sus pisos o apartamentos en áreas urbanas sobredensificadas y se desplacen a residir a la periferia ciudadana. Sin embargo, el nuevo habitante de una urbanización distante algunos kilómetros de la ciudad central no deja de ser considerado ciudadano, urbanita. El proceso de urbanización que hace varios decenios se identificaba casi exclusivamente con el crecimiento de ciudades, el hábitat en barrios, el trabajo cotidiano en grandes centros de actividad, ha sido superado. Así, tanto el centro urbano clásico, como el distrito residencial de torres en altura o de viviendas unifamiliares, el polígono industrial de siempre y el moderno parque empresarial, son espacios urbanos. Desde la perspectiva actual, los espacios urbanos son los escenarios centrales de vida y de actividad para la mayoría de las naciones y pueblos distribuidos por todo el mundo. De un total de 210 estados soberanos con informaciones disponibles para 2010, 127 presentan una tasa de urbanización superior al 50 por 100 y 68 al 70 por 100 (Reino Unido, 79,6 por 100, España, 77,4 por 100; Alemania, 73,4 por 100, Venezuela, 93,4 por 100; Argentina, 92,4 por 100, Estados Unidos, 82,3 por 100; Corea del Sur, 83,0 por 100) (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2010) (véase figura núm. 1). Seguimos utilizando la expresión rural, para referirnos a aquellas áreas con densidades de población más bajas, la pervivencia de un paisaje menos alterado y donde las actividades agrarias mantienen una relativa importancia. Sin embargo, los espacios rurales en el presente son muy distintos a los de comienzos del siglo XX, pues han sufrido también los efectos de la urbanización: modelos capitalistas de gestión de sus recursos, cierta diversificación económica, invasión periódica por urbanitas que buscan el descanso y la tranquilidad, etc. Es conveniente seguir manteniendo el uso de términos contrapuestos como rural y urbano para realizar el análisis de diferentes territorios. No obstante, el crecimiento de las ciudades y sus periferias amplias, provoca que la organización del espacio en la actualidad deba interpretarse en una clave preferentemente urbana. Las grandes ciudades y metrópolis constituyen los puntos fuertes del territorio, en los que se decide, se concentra la actividad y se sitúan las grandes terminales de transporte. Estas ciudades se presentan bien relacionadas entre sí, con lo que se habla de red o sistema urbano, incluso de sistema mundial de ciudades. En ámbitos más concretos, las ciudades se aproximan, gracias a la construcción de autopistas o la propia dinámica edificativa. Debemos referirnos, en consecuencia, a conurba-

Los espacios urbanos

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FIGURA 1—.Tasa de urbanización sobre la población total en 1960 y 2010, por países

1960

2010

Fuente: ONU.

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Rubén Camilo Lois (coord.), Jesús Manuel González y Luis Alfonso Escudero

ciones, aglomeraciones urbanas y ejes de crecimiento territorial. Dichas expresiones tienen cierta tradición y han sido utilizadas para definir el Randstad holandés o la Cuenca del Rhur alemana; sin embargo, en los últimos tiempos su empleo se generaliza en áreas del litoral español o portugués, las inmediaciones de una capital política como Madrid, etc. Estos espacios con intensísima ocupación y una superficie respetable concentran la mayoría de la población, la riqueza y la capacidad de decisión. Constituyen el centro, los sectores imprescindibles para comenzar el estudio geográfico de cualquier territorio. Al margen de ellos, se desarrollan las áreas rurales, las pequeñas y medianas ciudades, que se corresponden más al esquema interpretativo de lo urbano existente a mediados del siglo XX, cuando lugares centrales, esferas de influencia, constituían los referentes para la interpretación de la realidad espacial. Hoy en día, este conjunto de lugares acostumbran a ser entendidos como la nueva periferia, una periferia desprovista de connotaciones de atraso, bajo nivel de vida y atonía económica. A nivel práctico, para analizar el significado concreto de estas expresiones, su traducción en el espacio, contamos con un buen número de fuentes informativas que las nuevas Tecnologías de Información Geográfica (TIGs) han permitido elaborar. Entre ellas el Atlas Estadístico de las Áreas Urbanas Españolas que, de forma similar a otros países, permite analizar el crecimiento urbano y las formas que adopta en diversas circunstancias. Por supuesto, las imágenes proporcionadas por el Corine Land Cover y por el desarrollo de Google Earth. Cualquier cambio urbano es visible a partir de sus informaciones, se puede traducir en mapas o en estadísticas que lo sinteticen. De hecho, las nuevas formas de conocimiento a través de la imagen facilitan el estudio de dinámicas territoriales complejas, que los términos tradicionales y nuevos deben de ayudar a definir con exactitud. Las palabras ciudad, urbe o área de influencia empezaron a emplearse hace mucho tiempo, cuando los espacios urbanos eran fundamentalmente núcleos que poseían unos límites nítidos, se destacaban por su población total y actuaban como islas de actividad no agraria en territorios todavía hegemónicamente rurales. Dicho de una forma distinta, recurrimos a expresiones-clave que surgieron en otros períodos y que han evolucionado para acomodarse al presente. Frente a la proliferación de neologismos, que pretenden interpretar una realidad novedosa (apuntemos algunos como crecimiento tentacular, sociedad informacional, exurbanización, etc.), se debe reivindicar la adaptación de términos usuales en el lenguaje coloquial y de gran tradición, e ir introduciendo aquellos otros que no queden limitados a una formulación teórica particular y que sirvan para explicar procesos de cierta impronta en el espacio. En cualquier caso, el empleo de una u otra palabra siempre debe acompañarse de una explicación sobre su significado preciso. En esta primera parte de la obra se trata de ir sacando a la luz expresiones que nos permitan introducir orden en el análisis de una realidad extraordinariamente compleja como es la urbana. A lo largo de las siguientes páginas, nos interesará evaluar la importancia de las ciudades y sus periferias a escala mundial y de diversos territorios, con especial incidencia en los más próximos a nosotros. Así, nos acercaremos a diferentes reflexiones de carácter general sobre lo urbano y nos ocuparemos del proceso de crecimiento de los núcleos principales. El segundo epígrafe parte de la constata-

Los espacios urbanos

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ción de que los espacios urbanos no pueden ser explicados en su totalidad desde una sola perspectiva disciplinaria, sino que requieren de las aportaciones de geógrafos, sociólogos, arquitectos-urbanistas, etc., para su correcta comprensión. Esto significa que la ciudad es estudiada por un elevado número de enfoques, con lo que una obligación de las obras de síntesis consiste en integrar estas visiones diferenciadas. En el tercer apartado nos fijaremos en la crisis de la ciudad con límites precisos, bien diferenciada de su entorno, lo que llamamos ciudad tradicional, y en la expansión reciente de las periferias urbanas, esto es, de las formas de urbanización difusa en espacios relativamente grandes. El crecimiento de las áreas urbanas, así como las mejoras registradas en los sistemas de transporte y comunicaciones, no solo se traducen en un desarrollo del hábitat periurbano, sino que afectan a la organización espacial de la mayoría de las regiones como se demostrará en el cuarto apartado. De hecho, las ciudades o las redes urbanas simples comienzan a ser sustituidas por ejes de crecimiento, que se convierten en los espacios centrales de territorios más amplios. Por su parte, el quinto epígrafe se reserva al análisis de las múltiples imágenes (mentales, publicitarias, de promoción, etc.) que genera la ciudad o un determinado espacio urbano. En una sociedad donde la información adquiere un papel trascendente, la construcción de representaciones urbanas tiene indudables consecuencias a la hora de captar inversiones en un contexto de competencia acrecentada, favorecer el turismo y condicionar el mercado inmobiliario, entre otros. Por lo tanto, cualquier estudio riguroso que profundice en el conocimiento de los espacios urbanos debe preocuparse por su imagen. Finalmente, el sexto apartado constituirá una recapitulación general y su contenido tratará de sintetizar muchas de las ideas comentadas. 1.1. EL CRECIMIENTO URBANO Y SUS MANIFESTACIONES HABITUALES Las páginas introductorias han tratado de subrayar varias ideas, que vivimos en espacios creados por la urbanización, que el calificativo urbano también se puede aplicar al modo de vida característico de las sociedades actuales, que las áreas urbanas se han diversificado internamente, y que los términos utilizados para estudiar la ciudad y la urbanización son originarios de otras épocas. Por eso, ahora vamos a interesarnos por conocer los resultados más significativos del proceso urbanizador, recurriendo al empleo de valores estadísticos y análisis cualitativos de situación. 1.1.1. Algunos indicadores básicos para medir la importancia de la urbanización en la actualidad Sin lugar a dudas, por urbanización entendemos varias dinámicas diferenciadas. Primero, urbanización implica concentración del efectivo humano en torno a unos lugares concretos y no muy extensos, las grandes metrópolis, las aglomeraciones urbanas, las ciudades, las urbes pequeñas o medianas, entre otras denominaciones. Además, supone que los núcleos urbanos ejercen como centros económi-

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Rubén Camilo Lois (coord.), Jesús Manuel González y Luis Alfonso Escudero

cos indiscutibles de ámbitos mucho más amplios. En tercer lugar, se traduce en la creación de paisajes característicos, con un elevado número de edificios, nutrida presencia de establecimientos comerciales, parques bien cuidados, sedes de organismos públicos y viales de todo tipo donde se procura separar la circulación rodada de la peatonal. Finalmente, urbanización significa para muchos autores la generalización a toda la sociedad de pautas y hábitos de vida surgidos en la ciudad. Con respecto a la primera acepción, nos ha parecido interesante fijarnos en la evolución del número de habitantes de las localidades más pobladas. Evidentemente, casi todos los estudios sobre la ciudad y la urbanización nos recuerdan que la población total de un núcleo constituye un registro parcial para ponderar su carácter urbano. No obstante, tanto la dinámica seguida por la cifra de censados en las ciudades como la denominada tasa de urbanización (proporción de residentes en entidades que superan un determinado umbral demográfico), ayudan a comprender las causas del crecimiento los núcleos principales. Siguiendo una práctica que ya utilizada en diversos manuales publicados hasta el momento (Vilá y Capel, 1970; Valenzuela, 1989), hemos ordenado las ciudades españolas de más de 100.000 habitantes en siete fechas diferenciadas para estudiar los factores que explican, grosso modo, el crecimiento de las poblaciones más importantes (véase tabla núm. 1). De hecho, la confección de esta tabla nos permitirá comprender dos fenómenos: el notable incremento de la población en los núcleos urbanos de toda España en el último siglo y medio, y las causas que lo justifican. TABLA 1.—Ciudades españolas de más de 100.000 habitantes 1857

1900

Madrid

281.100

539.800

925.800 2.259.931 3.158.818 2.938.723 3.255.944

Barcelona

178.600

533.600

1.005.500 1.557.863 1.752.627 1.503.884 1.621.537

Valencia

106.400

213.500

320.100

505.066

744.748

738.441

814.208

Sevilla

122.100

148.300

228.700

442.300

645.827

684.633

703.206

Zaragoza

1930

1960

1981

2001

2009

173.900

326.316

571.855

614.905

674.317

Málaga

130.100

188.000

301.048

503.251

524.414

568.305

Murcia

111.500

158.700

249.378

284.585

370.745

436.870

159.084

290.372

333.801

401.270

Palma de Mallorca Las Palmas

193.862

360.098

354.863

381.847

297.942

433.115

349.972

354.860

Alicante/Alacant

121.527

245.953

284.580

334.757

Córdoba

198.148

279.386

308.072

328.428

Valladolid

151.807

320.297

316.580

317.864

Vigo

144.914

261.331

280.186

297.332

124.714

256.433

266.419

277.554

122.813

295.074

239.019

257.038

Bilbao

161.900

Gijón L’Hospitalet

103.100

Los espacios urbanos

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TABLA 1.—Ciudades españolas de más de 100.000 habitantes (cont.) 1857

1900

1930

A Coruña

1960 177.502

Vitoria/Gasteiz Granada

157.178

Elche/Elx

1981

2001

2009

231.721

236.379

246.056

189.533

216.852

235.661

246.642

240.661

234.325

164.779

194.767

230.112

Oviedo

127.058

184.473

201.154

224.005

S.ª Cruz de Tenerife

133.100

185.899

188.477

222.417

229.780

205.836

219.547

Badalona Cartagena

123.630

Terrassa Jerez

130.900

Sabadell

105.152

167.936

184.686

211.996

155.614

173.775

210.941

175.653

183.273

207.532

186.123

183.788

206.493

Móstoles

150.259

196.524

206.478

Alcalá de Henares

137.169

176.434

204.574

Pamplona/Iruña

177.905

Fuenlabrada

183.964

198.491

182.705

197.836

Almería

140.745

166.328

188.810

Leganés

163.916

173.584

186.086

135.149

172.303

178.377

185.357

118.435

179.694

180.717

182.700

Castellón/Castelló

124.487

147.667

180.005

Burgos

152.545

166.187

178.966

Albacete

116.484

148.934

169.716

Alcorcón

140.957

153.100

167.967

Getafe

126.558

151.479

167.164

Salamanca

153.981

156.358

155.619

Logroño

109.536

133.058

152.107

La Laguna

106.814

128.822

150.661

Huelva

127.522

142.284

148.806

Badajoz

111.456

133.519

148.334

San Sebastián/ Donostia Santander

118.100

Tarragona

109.112

113.129

140.323

Lleida

106.814

112.199

135.919

100.036

134.623

Marbella León Cádiz

117.871

127.095

130.916

134.305

156.711

133.363

126.766

18

Rubén Camilo Lois (coord.), Jesús Manuel González y Luis Alfonso Escudero

TABLA 1.—Ciudades españolas de más de 100.000 habitantes (cont.) 1857

1900

2001

2009

Dos Hermanas

101.988

122.943

Mataró

106.358

121.722

112.992

119.717

Santa Coloma de Gramanet

1930

1960

1981

140.613

Torrejón de Ardoz

118.162

Jaen

112.590

Algeciras

101.468

116.557 116.209

Parla

115.611

Alcobendas

109.104

Ourense

107.510

107.742

Reus

107.118

Torrevieja

101.792

Telde

100.015

Fuente: INE, Censos y Padrones de Población.

Desde cualquier punto de vista que adoptemos, se aprecia la dinámica urbanizadora expresada por estos valores. Así, el número de ciudades con más de 100.000 habitantes pasa de 4, 5 o 6 durante la segunda mitad del siglo XIX a una cifra entre 60 y 65 en los últimos años. Resulta curioso comprobar cómo la cifra de residentes en Madrid y Barcelona en 1857 es similar a la aportada por núcleos de sus respectivas áreas metropolitanas en el último recuento utilizado (Badalona, Terrassa, Leganés, Fuenlabrada, etc.). Todo esto partiendo de la constatación general de que si en 1857 tan solo 688.200 personas vivían en urbes que superaban los cien mil moradores, esta cifra casi se había triplicado en 1900 (1.676.800 habitantes), multiplicado por más de diez en 1960 (8.482.688 hab.) y por más de veinte en 2009 (18.672.727 hab., respectivamente). Se observa que la urbanización sigue un fuerte ritmo desde mediados del XIX hasta 1981, mientras que en los últimos tiempos las ganancias de habitantes de las ciudades principales se han moderado (con un repunte en el último decenio, producto del proceso urbanizador acelerado, o burbuja inmobiliaria, que ha afectado a la práctica totalidad de sus términos municipales ciudadanos, y por supuesto al asentamiento de un elevado número de inmigrantes en los núcleos principales). El notable aumento de la población que habita en ciudades es el resultado de los cambios socioproductivos que se ha sucedido. Más en concreto la industrialización y el espectacular incremento del empleo en el sector servicios. Se trata de un fenómeno que afecta, por un lado, a las grandes capitales que como Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla apenas superaban los 100.000 habitantes en 1857 y que en la actualidad rebasan los 700.000. Por otro, a núcleos de tamaño más modesto como Móstoles, Getafe, Santa Coloma, Mataró o Baracaldo que entran en esta relación cuando al principio del período considerado no dejaban de ser pequeñas

Los espacios urbanos

19

entidades próximas a los centros madrileño, barcelonés o bilbaino; asimismo, simples capitales de provincia en fase de consolidación en el XIX como Vitoria, Jaén, Ourense o Burgos, acaban por reafirmarse como importantes centros administrativos, comerciales y de localización de empresas. En un análisis más detallado de los datos, se comprueba que el período 18571930 fue determinante para que Madrid y Barcelona sobresaliesen demográficamente. Un crecimiento urbano que coincidió en el tiempo con el registrado en las grandes capitales de toda Europa. En la segunda mitad del siglo XX, tanto Madrid como Barcelona han sido los núcleos millonarios por excelencia de España. En un segundo grupo que incluiría desde ejemplos que superan el medio millón de habitantes (Valencia, Sevilla o Zaragoza) hasta otros que se sitúan en torno a los 300.000 (Vigo, Alicante o Gijón), nos encontramos con un conjunto de ciudades que por lo general han mostrado incrementos continuos, debido tanto a una fuerte presencia fabril como a concentrar actividades de servicios con un radio de acción regional. Por último, entre los núcleos de tamaño menor es posible distinguir aquellos que han aumentado su total de habitantes de forma relativamente suave, en general capitales de provincia con ciertas limitaciones a su expansión constructiva (los casos de San Sebastián o Cádiz), y otros situados en regiones metropolitanas extensas con unos porcentajes de incremento poblacional impresionantes (Móstoles, Fuenlabraba o L’Hospitalet). En un siglo y medio de evolución se observa que las ciudades españolas más pobladas han experimentado un fuerte desarrollo, desconocido en otras épocas. A este respecto, debemos recordar que el proceso seguido en España no es excepcional sino que se enmarca en una corriente mundial de crecimiento. De hecho, el reparto de las tasas de urbanización en los cinco continentes obedece a principios muy claros, si bien es posible detectar dinámicas particulares de ámbito regional. En principio, los países desarrollados son los que poseen una tasa de urbanización más alta. Toda Europa occidental, América del Norte, Oceanía, Japón y Corea del Sur presentan niveles de más del 60 por 100, en muchos casos del 80 por 100, de sus poblaciones viviendo en núcleos urbanos. Además, una mayoría de países de Europa central y oriental están muy urbanizados (Rusia, Polonia, Ucrania, Bulgaria o Estonia, por encima del 70 por 100), debido a la importancia que ha mantenido su red de ciudades de origen medieval y a las políticas industrialistas a ultranza del período soviético. En función de estos valores, se deduce que si la urbanización se desarrolla en un determinado momento histórico (pensemos en las tempranamente industriales Bélgica o el Reino Unido), luego es muy difícil que el porcentaje de residentes en las ciudades disminuya; si hay crisis aumentará la pobreza urbana, pero no hay retorno a lo rural. Un tercer grupo significativo de naciones con una notable urbanización está constituido por buena parte de América Latina, con Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela (tasas superiores al 80 por 100) a la cabeza. Se trata de países donde la colonización primero y el aporte migratorio después se concentraron en las ciudades. Cabe apuntar también que todos estos territorios acusan problemas de macrocefalia urbana (crecimiento de una o dos ciudades principales por encima de lo razonable). Finalmente, se deben destacar las tasas de la península arábiga (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Omán, etc.), como resultado de una dinámica de polarización económica y fuerte crecimiento demográfico (natalidad e inmigración) en torno a las escasas urbes

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preexistentes, muy favorecidas por los beneficios asociados a la explotación de hidrocarburos. También es posible correlacionar menor incidencia de la urbanización con la existencia de países pobres y sociedades tradicionales. Se debe afirmar, pero introduciendo matizaciones: Bolivia y Perú, en América del Sur, podrían equipararse a Indonesia o Tailandia por lo que se refiere a niveles de desarrollo y en cambio presentan una tasa de urbanización que puede duplicar a la de los dos países de Asia. La lista de naciones con un nivel de urbanización inferior al 25 por 100 incluye a la mayoría de las más pobres del mundo, como Nepal, Etiopía, Malawi, Ruanda y Timor Oriental. Los contrastes en las tasas de urbanización a escala mundial siguen revelando una oposición básica entre los países según su nivel de riqueza. Sin embargo, el crecimiento urbano actual se concentra en las naciones del Sur que han visto aumentar su porcentaje de habitantes no rurales del 17 por 100 en 1950 a más del 40 por 100 en 2010 (Stutz y De Souza, 1998; Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2010). En cualquier introducción al fenómeno urbano se recurre a aportar informaciones demográficas. Pero la concentración del efectivo humano en ciudades se debe a que estos núcleos actúan como espacios preferentes de localización de empresas, como generadores de empleo. Algunos autores han insistido en equiparar la riqueza de las principales ciudades y aglomeraciones urbanas del mundo con la de países enteros, ya que las grandes capitales son el lugar de radicación de las mayores instituciones económicas de una nación, concentran lo sustancial de las inversiones exteriores directas, actúan como mercados financieros de primera magnitud y acostumbran a servir de marco a las más importantes actividades de I + D. Teniendo en cuenta estas evidencias, no debe extrañarnos que para 2008 el PIB de las grandes aglomeraciones urbanas del mundo se pueda confrontar con el de una serie de estados soberanos (Banco Mundial, 2010). El resultado es que la aglomeración de Tokio con 1.191 miles de millones de dólares encabeza el ranking a nivel mundial, seguida de Nueva York con 1.133, la aglomeración de Los Ángeles con 639, Chicago con 460 y París con 460. En todos los casos, cifras que se asemejan a las de India, 1.159 miles de millones en la misma fecha, Polonia con 528 y Argentina con 328. Los núcleos urbanos como centros de actividad, dinamizadores del sistema productivo y expresión de las desigualdades de desarrollo existentes a nivel mundial. De las veinte primeras aglomeraciones urbanas del mundo en función de su PIB, 11 se localizan en Estados Unidos, 4 en China-Japón-Corea del Sur, 3 en Latinoamérica (México D.F., Buenos Aires y Sao Paulo), y tan solo dos (Londres y París) en Europa. Si nos fijamos en el espacio interior de las urbes, es posible corroborar el carácter de estos núcleos como centros económicos indiscutibles. El geógrafo francés R. Guglielmo aporta una interesante descripción de la City de Londres. De este centro financiero escribe, la City, verdadero símbolo del CBD (Central Bussines District) que, sobre apenas 2,5 km2, concentra las sedes del Banco de Inglaterra, de otros numerosos bancos y compañías de seguros, de la Bolsa (Royal Exchange) y de decenas de establecimientos del comercio internacional (...). En pleno corazón del centro

Los espacios urbanos

21

histórico de la ciudad, ofrece un paisaje particular, con altas torres ultramodernas, que contrastan con inmuebles antiguos, supervivientes de los bombardeos de la última guerra, y que dominan un conjunto de calles estrechas, cuyo trazado, fijado en la Edad Media, no ha sido modificado después. Cuatro estaciones la sirven y juegan un papel esencial pues, si la población residente en la City ha caído a menos de 5.000 habitantes (...), medio millón de personas de los alrededores trabajan en ella durante la jornada. La City ejerce un poder de atracción sobre los medios de negocios, como lo ha demostrado (...) tanto la implantación de decenas de miles de metros cuadrados de oficinas y comercios (...), (como la) importante operación realizada en los 1980 alrededor de la estación de Liverpool Street, situada solamente a algunos centenares de metros de la City. Los 400.000 m2 de oficinas que han sido creados en este sector han acogido las sedes sociales de grandes empresas y bancos (L’Union des banques suisses, por ejemplo) (Guglielmo, 1996).

Sin duda, el centro de las ciudades simboliza el potencial de las mismas, aunque expulse a los residentes atrae a un elevado número de trabajadores con domicilio en toda el área urbana. El corazón de cualquier capital siempre ejerce como un importante centro de decisión; en cierta medida, su significación económica, política y financiera resume la proyección de la ciudad que lo contiene. El tercer atributo consustancial a lo urbano es la existencia de unos paisajes y una morfología que expresan cómo la acción humana ha transformado por completo espacios bien acotados. De hecho, podemos aludir al hecho de urbanizar en el sentido que le otorga la legislación del suelo y que comprende dotar de acceso rodado, electrificar, abastecer centralizadamente de agua e instalar una red de alcantarillado en un sector cualquiera (Zoido, De la Vega, Morales, Mas y Lois, 2000). Así, se han ido levantando ciudades mediante la construcción viviendas unas al lado de otras, el pavimentado de calles, la realización de edificios emblemáticos y monumentos, y el trazado de vías para el tránsito rápido. De este modo, podemos observar como las calles, los cruces y las plazas son elementos constitutivos del plano de las ciudades (véase figura núm. 2) (Panerai, Castex y Depaule, 1986). Para su estudio nos basamos en varios ejemplos de urbanistas contemporáneos de renombre, como Camillo Sitte o Raymond Unwin. Sitte trabaja sobre la idea de plaza, como lugar céntrico por excelencia de la ciudad, en la que se sitúan edificios monumentales, y que también es susceptible de ser ocupada para la celebración de mercados periódicos o para acoger espectáculos. Su existencia implica una localización apreciada en el plano y permite organizar un escenario buscado por los más pudientes para instalarse o mostrar su poder. Las plazas y las calles se asocian a la idea de urbanización, y entre estos dos elementos el creador de la notable ciudad jardín de Hampstead, R. Unwin, emplea distintos tipos de cruce para formular sus diseños. Los cruces, como intersección de calles o carreteras, conllevan que la circulación rodada se detenga o ralentice. Nos interesa insistir en que plazas, cruces y calles son formas urbanas típicas, como la necesidad de un tráfico fluído en el interior de las poblaciones principales, y disponer de espacios donde situar mercados al aire libre, comercios o monumentos, así como ámbitos de disfrute del ocio (Panerai, Castex y Depaule, 1986).

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FIGURA 2.—El rol de la plaza en la composición urbana

a) Camillo Sitte: recopilación de plazas y esquema teórico de una plaza urbana (Der Stadtebau...) b) Raymond Unwin: estudio de diferentes tipos de cruce y tratamiento de una plaza en Hampstead (Town Planning in Practice)

a

b

c) H. P. Berlage: Mercatorplein (Plaza Mercator) en Amsterdam d) Michael De Klerk: Henriette Ronner Plein en Amsterdam

c

d

Fuente: Panerai, Castex y Deapule, 1986.

El espacio urbano se presenta como un producto social, resultado de la acción humana que pretende acotar los lugares de residencia y los más adecuados para el desarrollo de las actividades económicas o la demostración del poder. Por lo tanto, su valor ha sido siempre muy alto, lo que se manifiesta en el hecho de que los precios del mismo se calculen en miles de euros por metro cuadrado. Este es otro rasgo que permite diferenciar lo urbano de los restantes espacios, ya que poco importa la calidad del suelo en cuestión, se valora su elevada accesibilidad y consideración en el planeamiento municipal vigente. Han sido numerosas las teorías y estudios concretos realizados sobre el precio del suelo y el problema de la vivienda en las ciudades (Engels, 1977; Topalov, 1984; Velasco, 1994; Cortés, 1995; Vergés, 1998), pero ahora nos interesa recalcar su especificidad en función del coste final del espacio construido. Así, si consultamos los datos que suministra la Sociedad de Tasación comprobamos que el precio por metro cuadrado de vivienda nueva en las capitales de provincia españolas se sitúa en 2.537 euros a finales del primer semestre de 2010 (o lo que es lo mismo, 253.700 euros para una vivienda de 100 m2). Esto considerando que nos hallamos en medio de una gran crisis económica, que ha hecho bajar este registro en un 4,5 por 100 en el último año. Como es lógico, los precios más elevados se obtienen en las grandes ciudades o en espacios muy valorados (Barcelona, 3.907 euros; San Sebastián, 3.776 y Madrid, 3.370) frente a la relativa moderación de pequeñas capitales de provincia (Pontevedra, 1.385 euros; Badajoz, 1.438 y Lugo, 1.443) (Sociedad de Tasación, 2010). En la introducción hemos insistido en la existencia de un modo de vida urbano, desarrollado por la convivencia de un elevado número de personas en un espacio reducido. En un artículo de R. I. Palm y A. R. Pred (Palm y Pred, 1985; García

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Ramón, 1985), se intenta aplicar el enfoque cronogeográfico al conocimiento de los desplazamientos habituales de las mujeres urbanas en California. Resulta interesante comprobar cómo se plantea que la posesión o no de un empleo remunerado constituye un elemento fundamental de diferenciación de los individuos en las colectividades urbanas. En este sentido, cabe precisar que en las ciudades existe una fuerte segmentación de los papeles atribuidos a las personas. El acceso o no a un salario, ha servido para distinguir a aquellos con capacidad de decisión y los clasificados como dependientes (amas de casa, menores y estudiantes), que realizan un considerable esfuerzo no recompensado directamente con dinero. Esta distinción es característica de las sociedades urbanas, ya que en contextos rurales tradicionales muy difícilmente se puede hablar de la existencia de amas de casa strictu senso y la importancia del trabajo pagado en moneda es menor. En segundo término, estos autores norteamericanos otorgan una gran relevancia a la posesión o no de un automóvil individual, pues la movilidad, la posibilidad de desplazarse a lo largo de la jornada, fue originariamente un atributo del modo de vida urbano. Las ciudades, y en especial las aglomeraciones urbanas, son espacios complejos, extensos y concebidos para facilitar la circulación rodada. En todo caso, la mayoría de los contactos que protagonizan los habitantes de las ciudades a diario son breves y superficiales. Como se ha afirmado, el anonimato es un rasgo de la vida urbana; un atributo que se deriva de la permanencia muchas horas en la casa o en el piso de un sector citadino, también periurbano, muy densificado. 1.1.2. Hacia una primera definición sintética de ciudad y urbanización Hasta ahora hemos enumerado atributos de lo urbano, razones que explican el crecimiento actual de las ciudades y sus periferias. A este respecto, primero se debe afirmar que la urbanización es ante todo una realidad que se asocia a la época contemporánea, de modo particular al siglo XX. Antes de la Revolución Industrial, las ciudades eran minoría, constituían una excepción en ámbitos esencialmente rurales. En cambio en los últimos tiempos vivir en ellas, o en sus proximidades, se convierte en lo usual (Vinuesa y Vidal, 1991). Las ciudades se definen por unas elevadas densidades (de población, edificatorias, de empresas instaladas). Podríamos decir que la ocupación continua del espacio, el pavimentado de las calles, la presencia de pequeños parques o zonas verdes y de una serie de infraestructuras subterráneas (canalizaciones del agua, eléctricas, red de alcantarillado), expresa la idea de ciudad. Siempre se ha querido ver a la ciudad como un núcleo de población grande. No obstante, los intentos de determinar el mínimo de habitantes de una urbe han resultado poco eficaces. A este respecto, los 10.000 habitantes que establece el INE como límite mínimo de lo urbano para España son menos adecuados que los 5.000 de Portugal en algunas regiones del norte de la Península; por el contrario, en territorios muy urbanizados como Japón el umbral se establece en los 30.000 censados (Carreras, 1983; Carter, 1987). Frente a estas discusiones, una afirmación incuestionable consiste en definir a las ciudades y los núcleos urbanos como aquellas localidades donde una abrumadora mayoría de su población activa se encua-

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dra en la industria y los servicios. Esto es completamente cierto, pero los cambios económicos que se han sucedido y el impulso que ha adquirido la urbanización hacen que casi todas las entidades habitadas cumplan este requisito. Por lo tanto es necesario que exista una marcada división del trabajo, para afirmar con total precisión que nos hallamos ante un núcleo urbano. Desde una perspectiva visual, paisajística o morfológica, no es complicado distinguir una ciudad. La existencia de calles y avenidas que se concibieron para canalizar un intenso tráfico, la proliferación de edificios, el tratamiento como jardines de las principales áreas de vegetación existentes, siempre nos remite al hecho urbanización. La ciudad como realidad objetiva y como imagen simbolizada por algún hito. Del mismo modo, los sectores periféricos se nos muestran como una sucesión de áreas residenciales, espacios reservados a la industria o al comercio mediante grandes superficies. Pero en cualquier caso se vuelve a apreciar la intensa transformación de los terrenos que acogen a la ciudad, la sucesión de modelos constructivos y la creación de grandes ejes viarios para canalizar una circulación intensa. Los núcleos urbanos como expresión de los progresos técnicos de la arquitectura y la ingeniería, y de unos paisajes cuidados, embellecidos por actuaciones concretas que juegan con el significado de prestigio que se asocia al término ciudad (monumentos, edificios de vanguardia, etc.). Por último, las ciudades y sus aglomeraciones cumplen un papel fundamental en la organización del espacio. Desde hace varios decenios la geografía o la economía regionales comienzan sus explicaciones a partir de un gran centro urbano, una metrópoli o un eje de crecimiento espacial donde se concentran los efectivos demográficos, la capacidad de generar riqueza, y las actividades innovadoras. Las aglomeraciones urbanas presentan cada vez más una estructura interna compleja, derivada de la yuxtaposición de diferentes usos del suelo, también un nivel de cohesión funcional no desdeñable. A partir de ellas, se entienden las claves del desarrollo regional o nacional. Los sectores rurales se interpretarán como periferia, dado que su producción agropecuaria se destina hacia el mercado urbano y el precio del suelo está condicionado por la cercanía a un gran centro, entre otras evidencias. En cierta medida estamos ante un espacio modelado según los criterios urbanos, utilizado por urbanitas en sus períodos de descanso. Como coinciden en señalar numerosos autores, dos problemas se asocian directamente con el proceso de urbanización reciente: la existencia de desigualdades y conflictos en sociedades tan complejas como las de las grandes poblaciones; la diversidad de situaciones que presenta el crecimiento de las ciudades a lo largo del mundo. Precisamente, sobre las otras ciudades, las pertenecientes a países menos desarrollados, queremos realizar algunas precisiones. En primer lugar, que en su interior se manifiestan marcadamente los contrastes sociales, tanto en las formas del hábitat como en dinámicas de segregación residencial. Es cierto que en las urbes europeas y de América del Norte se distinguen perfectamente barrios más ricos y más pobres. A pesar de esto, bajo las denominaciones ambiguas de clase media o clase trabajadora podemos incluir a un elevado porcentaje de habitantes de las ciudades, que perciben rentas diferenciadas entre sí, pero sin que las distancias sean abismales. Por el contrario, en los países del Sur es notoria la debilidad de las clases medias. Así, los grupos acomodados continúan viviendo en el centro,

Los espacios urbanos

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incluso en barrios coloniales de origen europeo, o se concentran en urbanizaciones lujosas de la periferia. Estas urbanizaciones aparecen cerradas al exterior, dotadas de fuertes medidas de seguridad y con una calidad habitacional muy elevada (Santos, 1989; Cabrales, 1993; Guglielmo, 1996; Almeida y Bandeira, 1999). En contraposición, las áreas ocupadas por chabolas, barracas y viviendas de autoconstrucción se extienden cada vez más. Aquí (se llamen ranchitos, favelas, invasoes, bidonvilles, colonias proletarias, villas miseria, etc.), se hacinan los inmigrantes llegados a la ciudad, los pobres y miserables que suponen un tercio, la mitad o incluso los dos tercios del efectivo demográfico de la urbe. Se instalan ilegal o alegalmente sobre terrenos públicos o de algún particular. El crecimiento de las urbes del Sur mediante estos sectores de infravivienda expresa la anarquía con la que se produce la incorporación de buena parte de los suelos rústicos a los usos urbanos (Arroyo, 1993), utilizándose materiales constructivos de escasa calidad. Un atributo que individualiza a las ciudades del mundo subdesarrollado, cuando menos a buena parte de su espacio, es la ausencia de infraestructuras que garanticen unos mínimos de calidad residencial. La inexistencia de conexión eléctrica se solventa con enganches ilegales; los pozos negros proliferan ante la falta de alcantarillado, el agua se obtiene en fuentes o manantiales, muchas veces contaminados. Unicamente, las grandes vías de alta capacidad que atraviesan la urbe (autopistas, amplias avenidas, etc.), permiten desplazarse con cierta rapidez. Pero entre estas grandes vías y las estrechas calles que siguen un entramado de antiguos caminos pueden no existir ejes de comunicación intermedios (Guglielmo, 1996). Esta situación se plantea como un agudo problema, ya que las grandes ciudades del Sur acaban sufriendo problemas crónicos de congestión del tráfico. En muchas de estas urbes una mayoría de los desplazamientos se realiza en motos y bicicletas, minibuses, taxis colectivos y mediante un parque automovilístico de escasa calidad. Lo usual es el caos originado por un tráfico intenso, que nos recuerda cómo la ciudad es un lugar de concentración de gentes, de actividad. El principio de que las urbes se individualizan por una estructura socioprofesional compleja es extensible a todo el mundo. No obstante, en las grandes poblaciones de los países menos desarrollados destaca la importancia que adquiere el denominado sector informal (Santos, 1989). Numerosas personas viven realizando pequeñas chapuzas, trabajando en su domicilio para manufacturar diversos objetos, vendiendo en la calle, removiendo basuras, y así un largo etcétera. Estos oficios permiten obtener un mínimo de ingresos, explican que las ciudades alcancen un volumen de población elevado, aún cuando el empleo en empresas o en la administración sea modesto. Todo ello a pesar de que los últimos decenios han visto progresar las contrataciones en el sector público. Aquí el problema consiste en que un exceso de puestos laborales se combina con salarios bajos, que necesitan ser complementados con ingresos irregulares (sobornos, mordidas, etc.). También ha avanzado la industrialización, que se manifiesta en una estructura dual y polarizada. El predominio de las pequeñas empresas impulsadas por el capital endógeno coexiste con la implantación de grandes plantas fabriles, pertenecientes a multinacionales instaladas en estos espacios por los bajos costes de la mano de obra, su productividad y la ausencia de controles ambientales rigurosos (Santos, 1989; Cabrales, 1993). No obstante, en su

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conjunto las industrias todavía siguen generando un volumen de empleo escaso en la mayoría de estas naciones. Como es conocido, en los países menos ricos continúa produciéndose un fuerte éxodo rural. Así, si en los años 1960 y 1970 crecieron ante todo las grandes urbes, las capitales millonarias, desde los 1980 el incremento en los totales de población ya se reparte entre todas las ciudades de un país o de una región, incluso comienza a detectarse un flujo migratorio que se dirige desde las urbes principales a otras de tamaño más modesto (Cabrales, 1993; Almeida y Bandeira, 1999). Las ciudades del Sur crecen por recibir inmigrantes y por la existencia de un movimiento natural de signo marcadamente positivo. Este aumento continuo del número de habitantes urbanos, las deficientes condiciones de vida de buena parte de los mismos, explica que cada vez más estas urbes se interpreten como espacios con graves problemas ambientales. La polución alcanza niveles alarmantes, del mismo modo que las aguas contaminadas son norma, en un medio donde la capacidad para defenderse frente a los riesgos naturales se reduce, aumentando consiguientemente la posibilidad de catástrofes. Esta lectura pesimista de las otras urbes se elabora a partir del trabajo de investigadores que conocen estas realidades. Incluso capitales surgidas completamente de nuevo, como Brasilia, son estudiadas mostrándonos los desajustes que se registran entre los modelos teóricos de planeamiento y la práctica con el surgimiento de extensas áreas de favelas e invasoes (Pavani, 1989). Si pasamos a un nuevo ejemplo de Latinoamérica, J. Camberos nos resume así la organización espacial de Guadalajara (México): En cuanto al uso habitacional que ocupa el 70 por 100 de la mancha urbana, ha seguido en su localización la tendencia de conformar sectores con las distintas colonias o barrios de acuerdo a los ingresos del estrato social que los habite. Los estratos sociales con ingresos económicos elevados (el 6 por 100) radican preferentemente al poniente de la ciudad, y en urbanizaciones fuera de la misma (...), atendiendo a los deseos de radicar en zonas tranquilas de baja densidad y en viviendas ajardinadas que ocupan el 20 por 100 del suelo para uso habitacional. La clase media (el 27 por 100), radica principalmente en barrios antiguos de la ciudad, (...), buscando ubicarse próxima a sus lugares de trabajo, ocupando el 38 de superficie destinada a uso habitacional. Las clases populares (67 por 100), se ubican principalmente al oriente de la ciudad e indistintamente en los barrios decadentes del interior de la misma y al norte, sur y periferia urbana, sobre todo esta última ubicación si se trata de asentamientos espontáneos, ocupando el 42 por 100 del suelo para fines habitacionales (Camberos, 1993).

Estamos, sin duda, ante una forma ilustrativa de contemplar una realidad urbana distinta a la de los países del Norte. 1.2. LOS ESTUDIOS SOBRE EL FENÓMENO URBANO. UNA PERSPECTIVA MULTIDISCIPLINAR Las ciudades y la urbanización han atraído a numerosos especialistas que han pretendido estudiar algunas de sus características recurriendo a muy variados enfoques. Así, es posible enumerar un conjunto de disciplinas interesadas por la ciu-

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dad. Entre ellas, la arquitectura, la sociología, la antropología y la geografía. También las poderosas historia y economía poseen líneas de investigación urbanas, si bien con un desarrollo inferior al que cabría esperar. La psicología social, interpreta los problemas de los seres humanos contemporáneos dentro de las ciudades y sus aglomeraciones. A este conjunto de ciencias sociales se debe añadir la literatura y otras manifestaciones artísticas que han evocado la ciudad, pero al margen de un método académico estricto. Aunque los análisis de sesgo disciplinar suelen ser muy útiles, en este caso hemos preferido ordenar aquellos grandes temas para el análisis del hecho urbano. Nos interesa introducir una perspectiva multidisciplinar en la aproximación a seis cuestiones donde se resumen otros tantos ámbitos para comprender qué son las ciudades en la actualidad. En primer lugar, los núcleos urbanos se interpretan como puntos singulares en el territorio, que han surgido gracias a una serie de ventajas comparativas. Un rótulo sobre estas preocupaciones científicas puede ser el espacio de la ciudad. En segundo término, distintos pensadores se han interesado en todas las épocas por plasmar sus ideas sobre la urbe soñada, superadora de los problemas ya conocidos de las ciudades precedentes. Buena parte de estos planteamientos se centran en el diseño urbano, la búsqueda de la ciudad ideal. En tercer lugar, los núcleos con características urbanas generan áreas de influencia, forman redes y sistemas a partir de sus relaciones. Por eso, un nuevo conjunto de aspectos relevantes para el conocimiento son englobados por el título la ciudad en el territorio. El cuarto gran tema es la economía urbana, ya que desde el valor del suelo hasta los flujos que establecen las compañías multinacionales en el mundo globalizado, existen innumerables focos de interés que merecen ser enunciados. Lo mismo ocurre en lo concerniente a la sociedad urbana, donde describiremos qué investigaciones ha sugerido el conocimiento de la población urbana, las relaciones individuales y de grupo, la diversidad interna y los conflictos que genera la concentración de un elevado número de personas. Por último, la ciudad real no está sola, existen infinidad de imágenes y representaciones de lo urbano que es necesario descodificar, comprender y que han animado un buen número de investigaciones recientes sobre los espacios que nos ocupan. Una pregunta clásica que permite iniciar el repaso a las preocupaciones referidas al espacio de la ciudad es, ¿Por qué un núcleo urbano cualquiera está precisamente en ese lugar? A partir de la obra de R. Blanchard, se acuñaron dos expresiones que han tenido fortuna en los estudios urbanos, situación y emplazamiento (Bosque, 1986). El emplazamiento de una ciudad aparece referido al sitio concreto que la misma ocupa, en función de la topografía, la disponibilidad de agua, las caracteristicas climáticas, etc. (Cosinschi y Racine, 1984); es decir, considerando los condicionantes del marco físico que explican su ubicación ahí. El significado de emplazamiento nos recuerda que las urbes, en su origen, debieron buscar los lugares más idóneos para asegurar su éxito; es posible que estas condiciones iniciales perdiesen interés, pero en todos los análisis ha interesado conocer la razón de tal o cual localización. Por su parte, el término situación alude a una escala más amplia y a factores variados. Un núcleo urbano se sitúa atendiendo a los contactos existentes entre territorios y regiones, en un espacio accesible. Las nociones de situación y emplazamiento han sido en ocasiones duramente cuestionadas (Carter, 1987).

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En estos casos se plantean análisis locacionales, donde las ciudades son nodos o polos, que funcionan en red, dentro de un sistema de interacciones en el espacio (Haggett, 1976). Las razones que llevaron al nacimiento y ubicación de una urbe no explican la fisonomía que la misma presenta en la actualidad. Por eso, se otorga gran importancia a la aproximación morfológica, centrada en analizar las formas de la ciudad. De hecho, los estudiosos de la morfología urbana se interesan por el estudio de tres elementos básicos: el plano, la edificación y los usos del suelo (Vilagrasa, 1991; Zoido, De la Vega, Morales, Mas y Lois, 2000). Se parte del principio de que los tres cambian como consecuencia de los procesos de crecimiento o remodelación interna que se suceden. Sin duda, las transformaciones en el plano solo se aprecian en lapsos de tiempo amplios, mientras que las registradas en los usos del suelo suelen ser intensas en períodos cortos. Se recurre al plano para explicar la evolución histórica de la ciudad y distinguir los grandes sectores urbanos que se individualizan en su interior. La edificación, tanto sus densidades como la altura de las construcciones y los materiales utilizados, expresa las técnicas y gustos del momento en el que se realizó. En cuanto a los usos del suelo, interesa conocer la distribución entre superficie construida, reservada para viales y para espacios libres o zonas verdes. Asimismo, los análisis que se realizan a escalas muy detalladas, permiten realizar caracterizaciones precisas de la organización y sistemas de aprovechamiento del suelo en las ciudades. La aproximación morfológica coincide en bastantes aspectos con el estudio del paisaje o las escenas urbanas, si bien en estos casos la referencia visual es tomada en consideración de manera determinante. Entre los especialistas de la ciudad, el estudio de la morfología se completa con el de la estructura urbana. La aproximación estructural parte de la diferenciación existente en el interior de una ciudad, tanto paisajística como según el uso de los terrenos (Zárate, 1991). De hecho, la estructura urbana alude a la distribución de diferentes elementos en el espacio urbano y a las interrelaciones que se establecen entre ellos (Castells, 1974); permite cualificar como centro o periferias urbanas distintos espacios, del mismo modo que posibilita la singularización de barrios. Para numerosos autores, la estructura urbana es el resultado de la competencia que se establece entre los individuos por asentarse en la urbe de la manera más favorable a sus intereses. Así, se insiste en los procesos de segregación residencial que se producen en los espacios urbanizados, manifestación de la existencia de conflictos de clase (Castells, 1974; Harvey, 1977), o de desigualdades étnicas o de renta (Smith, 1980). La conformación de aglomeraciones urbanas por todo el mundo ha obligado a distinguir dentro de su espacio a la ciudad central y a un conjunto de periferias urbanas. Como es lógico, la ciudad central del presente coincide con el núcleo urbano tradicional, que en buena medida creó el área metropolitana o región urbana. Por lo que respecta a las periferias, y dejando al margen que existan ciudades medias o pequeñas en su interior, su estudio se efectúa distinguiendo varias coronas en torno a la ciudad central, las más próximas muy urbanizadas y las siguientes con mayor presencia de espacios residenciales mezclados con restos de antiguos paisajes rurales (el periurbano o rururbano) (Fernández García, 1986; González

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Urruela, 1991; CESTAN, 2000). Sin duda, interesa recalcar que las disciplinas urbanas se preocupan cada vez menos por la ciudad entendida como un núcleo perfectamente delimitable y se han adentrado en el análisis de la urbanización reciente y el surgimiento de extensas aglomeraciones. Al comienzo de este apartado decíamos que el espacio físico que ocupa la ciudad ha sido objeto de intervenciones destinadas a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Estas propuestas han sido elaboradas por arquitectos, urbanistas y pensadores, todos ellos interesados por el diseño urbano, de cuya calidad dependería la mejora general de la existencia, y por alcanzar el objetivo de la ciudad ideal. Así, nos encontramos que en todas las épocas, hombres geniales, de Platón a Le Corbusier pasando por (...) Leonardo da Vinci (...), Ildefonso Cerdá, Arturo Soria, Ebenezer Howard y muchos otros, han planteado y descrito la ciudad ideal, estabilizada, limitada, ordenada, donde el hombre se sentiría feliz de vivir. La mayor parte de las ciudades ideales no han sido más que parcialmente realizadas o no del todo. En cualquier caso, estos hombres traducían ciertas aspiraciones de su tiempo, pero reflejaban también una necesidad permanente de la humanidad (Bastié y Dezert, 1980).

También los sociólogos belgas J. Remy y L. Voyé insisten en que «el modelado del espacio se convierte así en objetivo prioritario y se lleva a cabo en función de una imagen-guía, de una visión ideal, que con frecuencia se presenta (...) como la única válida (...)» (Remy y Voyé, 1976). En todos estos planteamientos se insiste en que un buen diseño se traduce directamente en mejor calidad de vida, algo siempre muy discutible. El análisis del diseño urbano en distintas etapas de la historia resulta muy importante. Por una parte, porque permite conocer el legado del urbanismo, entendido en su acepción concreta de forma que adopta el proceso de creación de ciudades. Por otra, porque la historia ofrece ejemplos que seguir o repudiar, de cara a la corrección de los problemas que presenta el mundo urbano en la actualidad. Convencionalmente, se asume que los primeros ejemplos de creación de ciudades totalmente nuevas se encuentran en la antigüedad griega y romana; tanto la ciudad de Mileto como las urbes romanas que seguían la disposición interna de los campamentos militares aportaron la idea de los trazados ortogonales, con numerosas calles cortándose en ángulo recto. La utilización de la cuadrícula para las manzanas y sus virtualidades, constituyen un referente clásico del urbanismo. Una preocupación que se mantuvo en la fundación de bastidas medievales, en tanto que en el Renacimiento y el Barroco, la búsqueda de la ciudad ideal se combinó con la exaltación del poder, mediante el recurso a la perspectiva y a nuevas formas urbanas (las radioconcéntricas junto a las ortogonales). En los últimos siglos, las intervenciones que se han sucedido son el resultado de la nefasta experiencia de degradación de las condiciones de vida en las ciudades de la industrialización (Hall, 1996). Nos referimos tanto a la reforma de París de Haussmann y al Ensanche ideado para Barcelona por I. Cerdà como a la ciudad jardín de Howard, la ciudad lineal de A. Soria o la ville radieuse de Le Corbusier. En todos estos casos, los creadores de formas urbanas originales se identifican por

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su ideología progresista. De hecho, pensar la ciudad del futuro, supone una actuación que pretende favorecer el surgimiento de una sociedad nueva: lo urbano como espacio privilegiado de transformación social. Además, la ciudad querida por Haussmann, Howard, Le Corbusier, Cerdà o Soria, aspira a sustituir los sectores urbanos que ya existían. Recurriendo a su destrucción casi completa como en París, convirtiéndolos en áreas de poco valor frente al Ensanche en Cerdà o la ciudad funcional en Le Corbusier, o marchándose a la periferia como hacen Arturo Soria y E. Howard con su ciudad jardín. Durante el siglo XX, el diseño de nuevos espacios más agradables para las personas oscila entre un modelo que defiende la ciudad compacta y otro que favorece el crecimiento difuso de las aglomeraciones. En la ciudad compacta se ahorran costes, es posible mejorar la calidad de vida introduciendo la naturaleza en el tejido urbano, reservando terrenos a las zonas verdes. La edificación en manzana cerrada supone economizar suelo, si bien han sido numerosas las propuestas tendentes urbanizar en altura, dejando amplios espacios libres entre las construcciones. Los partidarios de la aglomeración extensa, insisten en las facilidades que aporta la movilidad, en la necesidad de separación entre domicilio y lugar de trabajo, en las mayores disponibilidades de las viviendas periurbanas. La experiencia desarrollada desde los años 1920 o 1930 también permite comprender que el diseño urbano, puede intentarse desde la normativa urbanística, desde el planeamiento. Como señalaba hace algún tiempo L. Wingo, el plan general urbano (el cómic de la utopía) es, a la vez, el concepto básico del planeamiento y el andamio filosófico en el que la legislación ha suspendido el derecho de la sociedad a organizar su propio espacio. De esta forma, los rasgos utópicos se han institucionalizado en la psicología colectiva, de manera que, aunque no nos sea posible en absoluto organizar nuestro entorno espacial, podemos entusiasmarnos con un estado físico final que se materializará en un determinado momento específico, y que de alguna manera encarna la vertiente física de las aspiraciones de cualquier sociedad (Wingo, 1976).

Los países desarrollados se dotan de una legislación que obliga a planificar el crecimiento o la reforma de los espacios urbanos. El suelo es clasificado, se deben aprobar planes (generales, especiales, parciales, etc.) y en esos documentos se fijan estrategias los plazos temporales para hacer una ciudad mejor. Es cierto que el planeamiento, supone renunciar a los principios totalizadores de una ciudad nueva. No obstante, tampoco se puede pasar por alto que los distintos modelos de planificación constituyen ámbitos que cada vez atraen más a los especialistas de lo urbano. La ciudad en el territorio donde se sitúa constituye el tercer gran tema de investigación sobre los espacios urbanos. Esto es así porque las ciudades surgieron para desarrollar actividades específicas; para favorecer el comercio en sociedades abrumadoramente agrarias y lugar preferente de instalación del poder cuando aparecieron las primeras civilizaciones. Desde las urbes se han gobernado los territorios más o menos inmediatos. Las ciudades mantienen siempre una relación dialéctica con el espacio que las ha visto crecer y esta evidencia justifica la formulación

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de infinidad de estudios. La importancia de la ciudad en la región ha justificado la realización de trabajos sobre áreas de influencia y lugares centrales desde la primera mitad del siglo XX. El establecimiento de un área de influencia, o hinterland, y de los diversos grados de atracción, constituyen una parte sustancial del análisis urbano contemporáneo (Carter, 1987; Zoido, De la Vega, Morales, Mas y Lois, 2000). Todas las urbes o las poblaciones mínimamente grandes actúan como lugar central de algo (comercio, servicios públicos, creación de empleo en la industria, etc.). Para aproximarse al tema de los lugares centrales, en los años 1930 se elaboraron varias teorías generales sobre la distribución, tamaño y localización de los núcleos. Las más populares fueron las de W. Christaller y A. Lösch, si bien sus adaptaciones posteriores son incontables. Estos pensadores se referían a la existencia de una lógica en la disposición de los lugares centrales en el territorio, en su ordenación por volumen demográfico y nivel de atracción, y en el hábito de las personas, deseosas de racionalizar al máximo sus desplazamientos. Aunque las teorías de lugares centrales han ido perdiendo interés práctico, muchas de sus ideas siguen marcando la forma de concebir el estudio de los núcleos cabecera en el territorio. Conceptos como alcance de un servicio, la distancia máxima que un consumidor está dispuesto a recorrer para comprar o satisfacer una necesidad, y umbral de población, la cantidad mínima de personas necesarias para que funcione un establecimiento comercial o un servicio, son claves en los análisis urbanos. El conocimiento de las redes y sistemas urbanos es fundamental para aproximarse a la dinámica de cualquier territorio. Por lo que concierne al concepto de red, cabe señalar que los autores ponen su énfasis en las relaciones que se establecen entre las localidades principales, en la intensidad de las mismas y en el grado cohesión alcanzado por la armadura urbana (Haggett, 1976 y 1983). De hecho, el término red se aplica con frecuencia a las vías de comunicación, ya que se estima que los flujos establecidos entre los diferentes núcleos urbanos dependen del nivel de conectividad existente entre ellos. En épocas recientes, la noción de red también se ha extendido a asociaciones de ciudades unidas por un rasgo común (patrimonio de la humanidad, del Camino de Santiago, etc.), que procuran mediante esta estrategia desarrollar una imagen promocional conjunta. Frente al significado más estático de red, los sistemas urbanos son estudiados partiendo de varios principios: la complejidad de los flujos que vinculan a las ciudades; el carácter dinámico de todo tipo de intercambios entre núcleos, y la íntima solidaridad que liga a las localidades pertenecientes a un mismo sistema regional, nacional o transnacional. Un sistema urbano que se caracteriza porque cualquier modificación en uno de sus elementos (designación de nuevas ciudades capital, crisis industrial en ciertas urbes, mejora de la accesibilidad, etc.) provoca un reajuste de conjunto, como siempre ha insistido la teoría general de sistemas. En la actualidad, es lógico que en los estudios urbanos se utilice cada vez más la expresión de ciudad mundial, o sistema mundial de ciudades. Se parte de la constatación de que: el sistema productivo se interrelaciona de forma creciente rompiendo las barreras regionales y nacionales; las inversiones exteriores y el comercio a larga distancia no dejan de crecer; las principales bolsas se conectan hasta un punto en el que es posible referirse a la existencia de un mercado mundial continuo; el progreso de las telecomunicaciones permite un contacto instantáneo en-

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tre las diferentes partes del mundo, y determinadas manifestaciones deportivas o culturales tienen repercusión en todo el planeta (Méndez, 1997; Zoido, De la Vega, Morales, Mas y Lois, 2000). Este nuevo escenario justifica la conformación de un sistema urbano cohesionado a nivel mundial, con indiscutibles ciudades líderes o ciudades globales (Nueva York, Tokio, París, Londres, etc.), poblaciones de referencia para grandes áreas (Madrid, Miami, Chicago, Buenos Aires, etc.) y otros núcleos que proyectan su imagen en función de un atributo específico (Liverpool, Houston, Río de Janeiro, etc.). El análisis de los caracteres que les permiten adquirir un papel preeminente se ha convertido en un ámbito destacado del conocimiento (Stutz y Souza, 1998; Short y Kim, 1999). Por una parte, las ciudades mundiales interesan por las funciones directivas que desarrollan. Por otra, se analiza su posición central en los sistemas de comunicaciones a larga distancia. La existencia de grandes instalaciones portuarias, cada vez más de un complejo aeroportuario intercontinental, otorgan una situación de privilegio a estas ciudades, como puntos de redistribución de personas, mercancías e información. Por último, cualquier ciudad mundial competirá con sus rivales para atraer grandes inversiones, celebrar eventos de alcance global (Juegos Olímpicos, un gran concierto, etc.) (Short y Kim, 1999). Uno de los ámbitos de investigación transversal sobre las ciudades, es el estudio de la economía urbana. La economía solo ha prestado una atención menor a lo urbano. Quizás sea su escasa atención al espacio lo que justifique unas débiles referencias a la ciudad como categoría de análisis. Sin embargo, los problemas del crecimiento (económico) urbano, de la pobreza en las grandes poblaciones, de su fiscalidad, del precio del suelo, entre otros, preocupan a un buen número de responsables públicos, científicos sociales y urbanistas. Ya hemos indicado que el PIB de algunas ciudades supera al de países concretos, lo que nos debe hacer pensar. También que la concentración inherente a los espacios urbanos favorece la eficacia económica (Davezies, 2000). De este modo se comprende que la organización territorial de la producción en cualquier economía compleja siga una lógica urbana y esté condicionada por el sistema de ciudades existente. Sin lugar a dudas, esta es una razón de peso que justifica los contrastes en los precios del suelo según la localización, que puede ser medida como distancia al centro urbano, a una infraestructura de transporte de gran capacidad o, simplemente, a los lugares donde los agentes públicos y privados toman decisiones trascendentes (Goodall, 1977; Mills y Hamilton, 1994; Davezies, 2000). Un concepto clásico en los análisis es el de la base económica urbana. Con el mismo se pretende identificar lo que hace que una ciudad posea un tamaño y una pujanza determinada. Las actividades económicas básicas son las que explican la participación de un núcleo cualquiera en el sistema productivo regional o nacional (Goodall, 1977; Derycke, 1983). En general, la industria, el turismo, las funciones directivas y el comercio más especializado suelen considerarse actividades básicas, mientras que la asistencia médica primaria, la educación obligatoria, la gestión de los espacios libres y zonas verdes, y buena parte del comercio al por menor se consideran sectores no básicos, es decir, que han surgido gracias a la presencia del conjunto de funciones que justifican el crecimiento y consolidación de la ciudad. Es posible que un núcleo urbano se especialice en una función determinante en su

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crecimiento si la misma no está presente en las ciudades próximas, que a su vez tenderán a potenciar otras funciones buscando la complementariedad dentro del sistema urbano (Goodall, 1977). En todos los casos, las actividades básicas generan un área de influencia. Desde hace tiempo se ha planteado con insistencia qué consecuencias acarrea la crisis de una actividad básica en la ciudad que depende de ella. Este ha sido un tema recurrente en los núcleos cuya industria ha entrado en una decadencia imparable. El sector básico se reduce notablemente y, al mismo tiempo, se pretende que aquellos servicios destinados a una población que consumía y residía en el núcleo en tiempos de expansión no se vean afectados por procesos subsiguientes de reconversión. Por otra parte, también ha interesado entender la lógica económica intraurbana. En primer lugar, los economistas de la ciudad se preocupan por los conceptos opuestos centro-periferia. El centro urbano como lugar sobrecargado, muy valioso y codiciado, y las periferias como espacio donde expandirse, localizar actividades necesitadas de suelo y favorecer la construcción de modernas infraestructuras. Partiendo del centro hacia la periferia se han concebido modelos circulares, lineales o de núcleos múltiples para explicar la organización interna del espacio urbano. Una estructura urbana fundamental para comprender las lógicas del mercado inmobiliario, los factores que explican los precios del suelo. Además, la demanda de suelo urbano obedece a diferentes motivaciones y suele distinguirse entre las decisiones de localización «adoptadas por las unidades económicas comerciales e industriales» y las adoptadas por las familias (Goodall, 1977). Desde un punto de vista residencial se busca una vivienda asequible a la capacidad adquisitiva de la unidad familiar, situada en un entorno no conflictivo y bien comunicada. Así mismo, el comercio minorista también necesita de la accesibilidad y la centralidad. Puede interesar un espacio en una calle tradicional de la urbe, muy conocida o en una nueva superficie algo más periférica que se ha adecuado como lugar de compras, conectado por vías de alta capacidad. Por último, la industria que surgió en su forma contemporánea en el corazón de la ciudad, tiende a desplazarse hacia la periferia, adquiriendo grandes parcelas en suelo previamente acondicionado para estos usos. En la economía del interior de la ciudad el coste de los desplazamientos, del transporte, constituye una variable de análisis fundamental. La misma se estudia desde lo que suponen los gastos de movilidad para los hogares urbanos y lo que implica la opción por uno u otro modo de transporte (autobús, metro, tranvía, coche particular, bicicleta, etc.) para la colectividad. En cuanto al conocimiento de la sociedad urbana, la primera cuestión a plantear se basa en las diferencias existentes entre la población urbana y la rural. La individualización de lo urbano, las condiciones de vida de las ciudades, las formas de relación y de actividad dentro de las mismas ha recibido una continua atención (Le Bras, 2000), que se tradujo en teorías precisas sobre el modo de vida urbano formuladas en el seno de la Escuela de Ecología Humana de Chicago. Desde los momentos iniciales de la industrialización la ciudad, por oposición al campo, se asoció al predominio del trabajo asalariado, a la existencia de viviendas colectivas, a la congestión, a las relaciones superficiales con un gran número de individuos, a la innovación o a la secularización, entre otras características. De esta forma, se estableció una categoría específica de lo urbano en la explicación de la realidad. A

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un nivel más concreto, los habitantes de núcleos urbanos han acostumbrado a ser más jóvenes que en los espacios rurales circundantes, se han beneficiado de un mayor nivel de rentas y han controlado la natalidad. Una de las cuestiones clásicas de análisis sobre la sociedad y la cultura urbanas se encuentra el conocimiento de la personalidad de los habitantes. En las ciudades, los investigadores ponen su acento en el predominio de unas relaciones mínimas, y continuas, entre partenaires anónimos. Se saluda, se mira a todas horas a gentes desconocidas. De hecho, la sociedad se entiende a partir de la creación de papeles determinados (La Pradelle, 2000), unos papeles que también se proyectan hacia las personas que integran los círculos de amistad y de vecindad. Por todo eso, ha interesado conocer las trayectorias individuales y las redes de socialización en las ciudades contemporáneas (Bettin, 1982; Hannerz, 1986; Remy y Voyé, 1992; Pinçon y Pinçon-Charlot, 2000). Unas ciudades donde funciona un sistema de relaciones, de competencia entre las personas, abierto. La competencia es una constante del modo de vida urbano, una de las bases en la que se sustenta su receptividad a lo nuevo. Se compite por el mejor espacio, por el mejor puesto, por una vivienda más amplia, pero siempre en un contexto de masificación, de escaso reconocimiento del liderazgo por parte de colectivos numerosos. En cualquier caso, esta preeminencia de lo individual se contrapone a la evidente significación de lo colectivo en la ciudad; pasando a otros planos, la dualidad iniciativa privada/acción pública, ambiciones personales/sistemas de protección social, mercado/reglamentación (Pinçon y Pinçon-Charlot, 2000). Otra forma de aproximación a las formas de vida en la ciudad, consiste en investigar el mosaico social urbano. Las ciudades son agregaciones muy notables de individuos. Esos individuos se integran en unidades de distinta amplitud como son las viviendas multifamiliares, las calles, los centros de trabajo y los barrios. Precisamente los barrios son fundamentales para entender la estructura urbana. En los procesos de socialización urbana se juega con el contraste cohabitación/separación social (Pinçon y Pinçon-Charlot, 2000). De hecho, en un área céntrica de una población importante podemos coincidir con poderosos ejecutivos, profesionales de éxito y, casi al mismo tiempo, con inmigrantes ilegales, mendigos o asalariados en puestos sin cualificación; la idea de convivencia en un mosaico social. No obstante, cuando analizamos los distintos sectores de la ciudad según el nivel de renta y el prestigio social de sus residentes, se observan claramente procesos de segregación espacial; esto es, la separación entre barrios de los grupos acomodados y los menos pudientes. Otro aspecto del mosaico urbano viene definido por la división social del trabajo. Se observa que en las ciudades la diversidad de ocupaciones remuneradas es una realidad, también que la actividad puede desempeñarse lejos del domicilio, en espacios diseñados para desarrollar la jornada laboral (fábricas, oficinas, etc.), en casa o muy cerca de ella, o en sitios que cambian con el tiempo (empleos a partir de la movilidad que otorgan los automóviles, el trabajo en una obra, etc.). El análisis de esta enorme variedad de situaciones, es fundamental para conocer la sociedad ciudadana en tanto realidad compleja. Sin duda, el pensamiento social crítico ha formulado una serie de teorías sobre la ciudad con enorme repercusión. La primera se refiere a la consideración del espacio urbano como un producto social; la urbanización, entendida como proce-

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so físico de construcción de viviendas, nuevo suelo industrial o equipamientos, responde a la actuación en cada período histórico de muy diversos agentes. El estudio del crecimiento urbano en base a estos parámetros se ha convertido en un dominio clásico de las disciplinas orientadas a conocer la ciudad, cómo se amplía, y se recompone en función de los intereses de diversos actores en liza (promotores, propietarios de los terrenos, compradores de viviendas, etc.). En este contexto de lectura alternativa de lo urbano, se formuló la reivindicación del derecho a la ciudad, con el lema «la ciudad para los ciudadanos» (Lefebvre, 1971). Si la ciudad es un producto social, una nueva sociedad más justa debe organizar el espacio urbano a favor de la mayoría de los individuos, con lugares amplios donde vivir, con equipamientos pensados para una existencia mejor. En estas posiciones, se reivindica el papel del movimiento urbano, que toma como referente las asociaciones vecinales, de barrio, culturales. Un movimiento urbano que, a imitación del obrero, se considera actor necesario para el cambio social en el interior de la ciudad. Aunque con el repaso efectuado se tiene la impresión de que apenas quedan campos de reflexión sobre lo urbano, es necesario reservar algunos párrafos más a conocer el interés por las imágenes y las representaciones de la ciudad. Los espacios urbanos existen en tanto realidad tangible a diferentes escalas, pero también como ideas, imágenes simbólicas y/o propagandísticas, escenarios que entran en nuestros hogares a través de los medios de comunicación de masas. Las representaciones son básicas para comprender la dimensión de la ciudad en un período como el actual donde la información adquiere un gran protagonismo (Castells, 1989). Nos podemos preguntar qué son las representaciones y la respuesta es clara: se trata de la evocación de objetos, incluso si los mismos no son directamente perceptibles (Bailly, 1984). En los últimos tiempos diversas disciplinas conceden gran importancia al estudio de las representaciones (Ortega, 2000), como manifestación de que vivimos un momento donde la comunicación lo invade todo. Este hecho justifica que se hayan multiplicado los análisis sobre la mercadotecnia urbana. Cada ciudad elige un lema que resuma sus atributos, que la promocione. En algunos casos se trata de una frase que presenta un ambicioso proyecto de renovación interna (por ejemplo, «Barcelona, ponte guapa»), en otros la afirmación de una nueva condición («Compostela, capital») y así hasta una infinidad de casos. Estos lemas, junto a imágenes privilegiadas de la urbe (el sky line, la fachada de la catedral, la torre de hierro y cristal, etc.), determinadas campañas publicitarias y, sin duda, la elaboración de un producto turístico acabado, permiten a la localidad ensalzar sus aspectos positivos, crear una ciudad de la representación, que de alguna forma coexiste con el núcleo urbano objetivo. La actual proliferación de imágenes propagandísticas de la ciudad tiene su origen, tanto en el papel concedido a la publicidad, a la comunicación y al turismo en el mundo contemporáneo como en las investigaciones sobre el comportamiento de los individuos. Por influencia de la psicología conductista, se multiplicaron las obras centradas en la percepción del espacio urbano, en la forma en la que las personas que vivían en un ámbito concreto retenían informaciones jerarquizadas y se comportaban en función del conocimiento subjetivo que poseían del mismo (Lynch, 1960; Bailly, 1979). De hecho, el autor norteamericano K. Lynch estudió la imagen perceptiva de la ciudad, afirmando que los individuos retienen de su urbe

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determinados elementos significativos como hitos, vías, límites, nodos y diferentes partes bien individualizadas (Lynch, 1960). A partir de los mismos es posible elaborar mapas mentales, donde las personas sintetizan su imagen de la ciudad. El trabajo con mapas mentales en muy diversos grupos ha permitido conocer cuales son los elementos más significativos de un espacio urbano y cuales son los que más interesan a un determinado conjunto de individuos (los parques para los ancianos, las pastelerías o el colegio para los niños, etc.). La percepción condiciona los comportamientos individuales y, por lo tanto, junto a los estudios perceptivos se ha desarrollado una amplia gama de análisis conductistas, referidos a los hábitos cotidianos, al uso del espacio por parte de determinados colectivos, etc. (Bailly, 1979; Bosque, Castro, Díaz y Escobar, 1992). En el mundo actual, cuando la proyección externa de la ciudad posee tanta importancia, es lógico que todas las urbes se conviertan en lugares de celebración de acontecimientos culturales y deportivos de repercusión colectiva. A una gran población que aspire a lograr mucha proyección externa no le bastará con organizar toda clase de eventos, los mismos deben favorecer procesos de remodelación/ renovación urbana. Se construyen llamativos edificios para acogerlos, como sucedió con Barcelona a raíz de la celebración de las olimpiadas, con Sevilla, Zaragoza y Lisboa coincidiendo con sus exposiciones universales. La ciudad del espectáculo, de la cultura y los proyectos de intervención sobre la misma como consecuencia de la celebración de grandes eventos, son cuestiones de enorme interés para las disciplinas urbanas. La ciudad debe aparecer en los medios y este es uno de los nuevos desarrollos de la investigación urbana reciente (Escudero, 2000). Dicha evidencia no es banal por cuanto los gobernantes de la ciudad gastan grandes cantidades de dinero en realizar la promoción de eventos. Siguiendo con las últimas argumentaciones, quizás en un futuro próximo el conocimiento de las imágenes y las representaciones que genera la ciudad se centre en analizar el conjunto de nuevos medios de comunicación desarrollados vertiginosamente desde hace unos años. De momento, creemos que este repaso sobre los diferentes enfoques y ámbitos temáticos de estudio de lo urbano ha sido suficiente. En los siguientes apartados, vamos a plantear cuestiones mucho más concretas. Cuestiones que, en todo caso, no contradicen el carácter introductorio de toda esta primera parte. 1.3. LA CRISIS DE LA CIUDAD TRADICIONAL Y EL DESARROLLO DE LAS PERIFERIAS URBANAS

El objeto principal de los estudios urbanos es la ciudad, vocablo utilizado tanto en el lenguaje científico como en el popular. Sin embargo, cuando se pretende acotar de un modo preciso surgen problemas y en los últimos decenios se suele hablar de pérdida de interés por la ciudad tomada de modo individual. Hace unos años, se definía ciudad como un núcleo de ciertas dimensiones y funciones especializadas en el territorio (Zoido, De la Vega, Morales, Mas y Lois, 2000). Una ciudad es siempre una población de tamaño superior. También un lugar donde se concentran las actividades comerciales, los servicios y las empresas; establecimien-

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tos diversos cuya clientela no es únicamente interna sino de espacios cercanos o de distinta procedencia según el producto de que se trate. La urbe ha sido desde la antigüedad el ámbito de celebración de mercados, el lugar central de áreas de influencia y la población donde se fabrican bienes de consumo para una amplia demanda. Las ciudades se individualizan por su número de habitantes. Se trata de los asentamientos humanos más poblados y se han establecido niveles mínimos para su definición. Para el instituto de estadística en España una población de más de 10.000 residentes puede considerarse ciudadana. Por su parte, algunos organismos internacionales emplean el nivel de 20.000, 50.000 o incluso 100.000 habitantes para calcular la gente que vive en ciudades a escala de todo el planeta. Por el contrario, en otros contextos como en ciertos países nórdicos se califican de urbanos asentamientos que alcanzan los 300 o 500 habitantes. Como vemos, los criterios son dispares pero insisten en identificar a la ciudad como un núcleo con bastantes personas. Los autores críticos con este argumento afirman que es imposible fijar un nivel ni siquiera aproximado a partir del cual podemos referirnos a la existencia de una ciudad. También que una población más pequeña en una determinada región llega a presentar caracteres más ciudadanos que otra con más habitantes en un marco territorial distinto. De hecho, en el norte de España deben considerarse núcleos urbanos localidades con menos población que en el sur. Utilizando otra argumentación, una ciudad es un núcleo denso, donde el número de personas y de edificios por unidad de superficie es siempre muy elevado. La densidad es un criterio para distinguir a lo urbano en general. El problema, de nuevo, se plantea al establecer un umbral de densidad claro en el que se pueda fijar el límite de lo ciudadano. En todo caso, el carácter denso de la ciudad se analiza mediante indicadores muy variados: los volúmenes relativos de población se expresan en habitantes por hectárea; la sucesión de construcciones, su desarrollo en altura, también favorece la cuantificación en viviendas por hectárea. Además, la presencia de miles de actividades y empleos en el espacio constreñido de la ciudad genera un volumen incalculable de desplazamientos, hace incrementar el valor del suelo e incide en su aprovechamiento exhaustivo (Bastié y Dézert, 1980). De hecho, para establecer contrastes en el interior de la ciudad, los atlas urbanos juegan con la representación cartográfica de las densidades y estándares urbanísticos (empleos por hectárea, metros cuadrados de zonas verdes, etc.). Un discurso también utilizado para definir a la ciudad es el funcional; esto es, se basa en las actividades específicas que le corresponden. Por definición, una ciudad es un lugar donde se llevan a cabo actividades no agrarias y con proyección externa. Cuanta mayor variedad de actividades industriales o de servicios posea un núcleo, más urbano se considerará. En las urbes se acondicionan amplios espacios para acoger a los miles de establecimientos, industrias o instituciones que permiten la creación de un importante volumen de puestos de trabajo, justifican la posición dominante de la localidad en cuestión y un enorme dinamismo del núcleo. Se ha intentado caracterizar los núcleos urbanos fijando un umbral mínimo de licencias comerciales o empresariales; se han ordenado jerárquicamente las ciudades según el número y la diversidad de unidades funcionales presentes; se ha calculado la potencialidad económica de la población a partir de las actividades desarrolladas

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en su interior, entre otras posibilidades. Todos estos planteamientos sugieren que la definición más correcta de ciudad, incluso la formulación de tipologías detalladas, posee una casuística funcional. Entre los elementos considerados para definir la ciudad, recurriremos a otros de menor significación. Por una parte, las urbes son espacios organizados, con un centro perceptible y bien delimitados. De hecho, aún en la actualidad en ejemplos como Londres, Burdeos o Caracas se diferencian los municipios ciudadanos, coincidentes con el núcleo histórico de la población, respecto a las áreas metropolitanas. El antiguo perímetro de una muralla, más frecuentemente el trazado de una vía rápida de circunvalación, sirven para delimitar esa área organizada desde hace siglos y que identificamos como ciudad. En España podemos pensar en el papel que cumplen la M-30, M-40 y M-50 en Madrid. Por otra parte, el espacio urbano es por principio geométrico; se organiza por dimensiones, superficies y densidades (Bastié y Dézert, 1980). Así lo entienden los urbanistas, los redactores de documentos de planeamiento. También los promotores inmobiliarios o los propietarios de los terrenos que gustan de parcelar, trazar límites y calcular volúmenes de edificabilidad. Por último, la urbe existe como realidad desde el momento en el que se la consideró objeto de estudio. Esto ocurrió con las primeras obras de Geografía urbana de R. Blanchard, también con la práctica urbanística de I. Cerdá, E. Howard o Le Corbusier, entre otros. La palabra ciudad comenzó a ser empleada hace algunos miles de años y su concepto clásico se generalizó en la época preindustrial. Así, la ciudad se presentaba como una concentración de población no agrícola, que ocupaba mediante un conjunto denso de edificaciones una superficie reducida. Se asociaba a una forma compacta, favorecida porque las murallas servían para diferenciarla nítidamente del entorno. La ciudad preindustrial estaba sujeta a condicionantes defensivos, también al deseo de distinguirse del campo donde las relaciones socioeconómicas se regían por principios muy diferentes. Las urbes acostumbraban a crecer superficialmente poco y los cambios, si se producían, tenían lugar sobre un espacio prácticamente constante. Por eso, los núcleos urbanos se caracterizaban por un ambiente frágil, sometido al constante riesgo de catástrofes como incendios, inundaciones o epidemias. La densidad era una cualidad estrechamente relacionada con lo ciudadano, un ámbito en el que la construcción se apiñaba, y las viviendas, talleres, tiendas y mercados se mezclaban sin que existiese una clara separación de usos (Chaline, 1980; Zárate, 1991) (véase figura núm. 3). Con la Revolución Industrial se reafirmó el protagonismo de la ciudad como un núcleo perfectamente reconocible. El trabajo en las fábricas favoreció la generación de un importante volumen de empleo. También la intensificación de los intercambios comerciales animó el crecimiento de los puntos de ruptura de carga, ciudades portuarias o beneficiadas con la llegada del ferrocarril. Las urbes continuaron estando bien individualizadas de sus entornos rurales, aún cuando las murallas fueron derribadas y se asistió a un alargamiento del espacio construido. Las industrias proliferaban por el tejido urbano y los barrios recién levantados presentaban problemas de hacinamiento y densidades residenciales muy elevadas. Hoy en día la ciudad, en el sentido clásico del término, mantiene su vigencia. Suele asociarse a un territorio diferenciado, aunque el mismo se integre en un área

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FIGURA 3.—Dos imágenes de una ciudad preindustrial y otra industrial. En la parte superior, Aquisgrán en la época moderna. En la parte inferior Bilbao y el Nervión como ejemplo clásico del urbanismo industrial

Fuente: Chaline, 1980; Zárate, 1991.

metropolitana o una aglomeración. Acostumbra a reservarse esta consideración para todas las localidades que ejercen de centro administrativo, como las capitales de provincia españolas. Continúa siendo el lugar donde se desarrollan un elevado número de actividades terciarias especializadas. Se la identifica por un conjunto de edificios emblemáticos, por un centro de negocios denso y por una serie de sectores residenciales que conservan su carácter (barrios de italianos, de inmigrantes de los años 1960, etc.). Incluso cuando estudiosos contemporáneos investigan realidades tan complejas como la de Los Ángeles en el tránsito de los siglos XX al XXI, titulan su influyente obra The City (Scott y Soja, 1996). En el centro, en sus distritos más tradicionales y en aquellos sectores modernos con construcciones creadas para llamar la atención es fácil reconocer que nos hallamos en una ciudad. Sin embargo, cuando procuramos buscar los bordes de la misma, estos no aparecen. Solo se mantienen las demarcaciones oficiales, pero

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entre los edificios de un municipio ciudadano y los de sus territorios vecinos es difícil establecer diferencias claras. La construcción en altura, las urbanizaciones de adosados y el suelo clasificado como urbano se extienden a lo largo de muchos kilómetros. Así, algunos autores se refieren a la existencia de la ciudad difusa, mientras que otros optan por analizar la desconcentración urbana. Las ciudades no solo tienden a diluirse en aglomeraciones extensas, sino que la mayoría de las veces el crecimiento actual de la edificación, del efectivo humano y de la actividad económica es más intenso fuera de lo que se considera habitualmente la ciudad central. De hecho, algunas obras insisten en el argumento de que la ciudad tradicional no sirve hoy día para canalizar el crecimiento (Vinuesa y Vidal, 1991). Las ciudades formadas a lo largo del tiempo presentan una indudable rigidez que entra en conflicto con la dinámica de cambio característica de las sociedades urbanas. Asistimos a la inadecuación del centro a las necesidades del tráfico rodado, lo que se señala como una manifestación de su disfuncionalidad. Además, por encima de un determinado tamaño las ciudades comienzan a generar desventajas para las empresas y los ciudadanos. Entre las mismas, el mayor precio del suelo, costes de transporte más altos y problemas medioambientales, por citar las que más repiten a lo largo del mundo (Vinuesa y Vidal, 1991). Si al comienzo de este epígrafe insistimos en que algunas actividades eran consustanciales a la ciudad, ahora debemos señalar que muchas de ellas marchan a la periferia. Los primeros usos en desaparecer de los centros urbanos han sido industriales, ya que las grandes empresas o aquellas más innovadoras se encuentran incómodas en un espacio congestionado, donde vender permite irse a una localización bien acondicionada en las afueras (polígonos, parques empresariales o tecnológicos). Algo similar sucede con los puertos, que se aíslan del área de ocupación más densa identificada con la ciudad. Miles de empresas han abandonado los barrios que las vieron nacer por sectores periurbanos, generando grandes pérdidas de puestos de trabajo en la ciudad central. Esta movilidad de las empresas no es homogénea y, de este modo, pequeños talleres o compañías que requieren poco espacio para funcionar (imprentas, joyerías familiares, etc.) continúan en las ciudades sin mayores problemas (Chaline, 1980; Alonso Logroño, 1996). En relación con la marcha de industrias de las grandes urbes, señalar también que muchos gobiernos han impulsado el desplazamiento de empresas hacia los denominados polos de descongestión o ciudades nuevas (Manzanares o Tres Cantos, son buenos ejemplos de estas prácticas en España). Por lo que se refiere a los establecimientos terciarios, se aprecia una dualidad de comportamientos. Las sedes centrales o las delegaciones regionales de grandes bancos, aseguradoras y empresas de servicios pagan por instalarse en lugares visibles del centro de la ciudad. Esto también sucede con comercios franquiciados. Sin embargo, en las periferias urbanas se han creado cientos de miles de metros cuadrados para la actividad minorista y se abren cada día nuevos negocios. Las grandes superficies comerciales son expresivas del crecimiento en los márgenes de la ciudad, acompañando al desplazamiento de la población hacia estos sectores. El corazón de la ciudad se cualifica, pero el crecimiento de las funciones de venta, atención a la clientela y ocio en lugares acotados se concentra en las áreas periféricas o en núcleos satélite. Por otra parte, las aproximaciones a las migraciones intra-

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urbanas nos demuestran que todas las ciudades principales pierden habitantes en beneficio de lugares próximos de su aglomeración, aunque puedan ganar nuevos residentes al mismo tiempo. Esta movilidad centro-periferia está condicionada por la categoría social y la capacidad económica. Las familias de clase media con hijos buscan residencias espaciosas de las afueras. Los menos favorecidos también pueden optar por pequeños pisos, más baratos, de nuevos núcleos urbanos. El ciclo de vida también afecta a esta movilidad, siendo más proclives a irse de la ciudad los hogares nucleares que los de solitarios o de parejas sin hijos. En general, lo que se produce es una disminución apreciable del gradiente de densidad en el interior de la aglomeración (urbe central-periferias externas). Estos procesos no habrían tenido lugar si a lo largo del siglo XX no se hubiese producido una auténtica revolución de los transportes, como expresan la generalización del coche particular, y de los autobuses o trenes de cercanías. La urbe tradicional deja paso a la aglomeración que debe atravesarse en una cantidad de tiempo razonable (normalmente menos de dos horas) y de manera cómoda. Los espacios urbanos presentan una disposición interna muy condicionada por las vías de comunicación de alta capacidad y, en este contexto, el centro se especializa (Chaline, 1980). En numerosas ocasiones, el crecimiento de lo urbano sigue una lógica lineal, las autopistas facilitan la penetración en la ciudad, normalmente rodeada de una circunvalación que expresa su nuevo límite como núcleo tan solo parcialmente individualizado. Al margen de estos factores clásicos que explican la crisis de la ciudad tradicional, se han desarrollado otro tipo de argumentos sugerentes. Así, se insiste en la importancia que para la sociedad actual tiene la existencia de un conjunto de agentes que dependen del proceso de expansión urbana (Sinclair, 1988). Entre ellos se encuentran los bancos, promotores inmobiliarios, corredores de fincas, constructores y propietarios de los terrenos (Sinclair, 1988). Para este grupo heterogéneo la expansión urbana, constituye una finalidad en sí misma. Se reclasifican terrenos, se acondicionan y se venden a un precio muy superior al que tenían, generando plusvalías. Antes que rehabilitar o renovar los antiguos barrios ciudadanos que se han degradado, la lógica del sistema económico del presente conduce a un notable crecimiento del espacio urbanizado. Como estamos apuntando, el consumo de espacio rural se hace inevitable, ya que siempre se valora menos que el destinado a la urbanización (Bastié y Dezert, 1980). Se necesita suelo no solo para vivienda, vías de comunicación e industria, sino también para dotaciones en un ámbito que pasa a ser considerado urbano. La urbanización avanza en áreas donde las expectativas de cambio en los usos del suelo habían generado la formación de descampados, se había fragmentado la propiedad y el parcelario, y desarrollado nuevos cultivos para el abastecimiento en fresco del mercado inmediato (hortalizas, frutas, flores, etc.) (Bastié y Dezert, 1980). Fuera de los límites de la ciudad tradicional la urbanización adopta formas variadas: en mancha de aceite, a saltos o radial. En una región urbana es posible encontrarse con todas estas formas yuxtapuestas. El crecimiento en mancha de aceite es bastante normal cuando la población urbana crece mucho y se ocupan los espacios contiguos a los antiguos bordes de la ciudad. Por su parte, la superación de la misma por una construcción a saltos tiene mucho que ver con la organización

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FIGURA 4.—Tipos de desarrollo periurbano 1

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1. Crecimiento espontáneo a lo largo de la vía de comunicación 2. Parcelamientos comunales 3. Parcelación adyacente a una aglomeración urbana 4. Por prolongación 5. Parcelación próxima a la autopista

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Centro histórico Vivienda periurbana anterior a 1970 Vivienda periurbana posterior a 1970 Extensión

Fuente: Dezert, Metton y Steinberg, 1991.

político-administrativa del territorio; municipios motivados por atraer residentes y funciones ofrecen suelo en mejores condiciones que el colindante. Respecto a la expansión radial, recordar las mayores densidades que se alcanzan en las proximidades de las autopistas (la accesibilidad como condicionante en la conformación del periurbano) (véase figura núm. 4). Las periferias urbanas se localizan una vez finalizado el núcleo continuo. En términos generales, se trata de los márgenes de la ciudad donde la densidad de usos urbanos decrece (Zoido, De la Vega, Morales, Mas y Lois, 2000). Expresado de otra forma, las periferias pueden ser definidas por defecto: es la aglomeración sustraída a la ciudad central (Vieillard-Baron, 2001). Las periferias reciben y han recibido a lo largo de la historia abundantes nombres: extrarradio, arrabal, afueras, alfoz, etc. Ahora se habla de espacios periurbanos, rururbanos o suburbanos, entre una multitud de denominaciones (Mas, 1999). Algunos autores incluso se refieren a la existencia de un ciclo de vida de las ciudades, que primero crecerían, luego pierden habitantes y actividad en favor de sus entornos, cuando estos se congestionan el radio de la desconcentración urbana aumenta, para finalmente terminar registrándose una dinámica de nuevo reforzamiento del núcleo central, de reurbanización (Petsimeris, 1997). Existe un amplio consenso sobre el término periurbanización para definir la dinámica de crecimiento alrededor de la ciudad central. Y esto a pesar de que se aluda también a otras formas como la periurbanización litoral o turística (Dezert, Metton y Steinberg, 1991). La periurbanización es el proceso genérico de creación de periferias urbanas, desde los arrabales históricos hasta sectores que todavía con-

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tinúan manteniendo una fuerte apariencia rural pasando por las urbanizaciones de viviendas unifamiliares y los núcleos de descongestión construidos en altura. Se ha querido apreciar que en estos lugares se asiste a una urbanización de ámbitos anteriormente rurales, ya que se generalizan los modos de vida urbanos y se produce una integración de la franja periurbana en la cuenca de empleo de la aglomeración. Con un significado muy semejante al de periurbanización se utiliza la palabra rururbanización. Esta segunda expresión se ha pretendido individualizar dándole un contenido más morfológico y cauto respecto al proceso de urbanización (lo rural y lo urbano en pie de igualdad). Se trata de un proceso que engloba a un número cada vez más grande de antiguos municipios rurales, que son habitados por familias con contactos cotidianos con una ciudad central. Sus habitantes dependen de la ciudad para su trabajo, su aprovisionamiento, la enseñanza y el ocio (Bastié y Dezert, 1980), aunque en ocasiones se trate todavía de agricultores que mantienen cuidadas sus fincas. Sobre las causas que justifican la periurbanización, cabe decir que las periferias crecen debido a tres factores principales: la movilidad continua de la población; el interés por disponer de residencias más amplias, y la difusión de la ideología de reencuentro con la naturaleza. Vinculadas a ellas está la carestía de los alojamientos en las ciudades y su antigüedad, la falta de confort y pequeñez de una porción significativa de los mismos. Estos procesos estrictamente residenciales se ven favorecidos por la mejora de las infraestructuras de comunicación, la deslocalización de ciertas actividades, y la proliferación de dotaciones fuera de la ciudad central (hospitales, instalaciones deportivas, etc.). En muchas ocasiones, el abandono de la ciudad es precedido por la adquisición de una segunda residencia, que finalmente acaba convirtiéndose en vivienda principal. Otro atributo de la periurbanización es que se vincula a sociedades caracterizadas por la progresión de las poblaciones asalariadas, y donde se mantienen fenómenos de segregación residencial (Vieillard-Baron, 2001). Para diversos autores la periurbanización constituye una manifestación del individualismo contemporáneo. Se asocia al deseo de adquirir una vivienda reconocible (lejos de la sucesión de los pisos y bloques de las ciudades) y al empleo diario del automóvil. En los espacios periféricos se observa una uniformización de las prácticas arquitectónicas y de los modos de vida. Las áreas que han crecido más allá de la ciudad tradicional acostumbran a ser el reino del adosado, de los chalets individuales y/o de edificios por pisos no muy altos, a partir de la aprobación de planes parciales. Por lo general se detecta: una juventud relativa de las construcciones y de las formas de ocupación del suelo; una discontinuidad de los usos urbanos del espacio; una debilidad de lo heredado, que permite un mayor margen de intervención a los planificadores, y un papel determinante de los transportes en su organización interna. Con anterioridad tuvimos ocasión de plantear que una de las formas del crecimiento periurbano consiste en la proliferación de grandes superficies comerciales en lugares accesibles. De hecho, abundan los hipermercados, los centros comerciales y los almacenes especializados, cuya existencia ha contribuido a reducir notablemente los desplazamientos de los habitantes de las afueras (Mas, 1999). Como se puede apreciar, en los espacios peri o rururbanos nos encontramos con la misma complejidad interna que en el interior de las ciudades tradicionales.

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Así, estos sectores expresan los problemas de segregación que acompañan a lo urbano. Numerosos barrios marginales, de chabolas o barracas, siguen existiendo en el extrarradio de las capitales (pensemos en Madrid o Lisboa). La jerarquía de precios de la vivienda se mantiene o incluso tiende a aumentar entre unas partes y otras de la aglomeración; además, la propia diferencia que conlleva residir en chalets, adosados o pisos, se traduce en procesos de distribución/separación de los distintos grupos sociales en el espacio (Aldrey, 1999). En las nuevas periferias en crecimiento, destacan los hogares jóvenes con niños y de categorías sociales medias. Los adultos son numerosos, también las mujeres que trabajan en el exterior. Por el contrario, en las áreas periurbanas la instalación de personas mayores es limitada. Entre las consecuencias de la periurbanización están los cambios profundos registrados en los espacios rurales de los bordes de la ciudad. Caben tres posibilidades no excluyentes en este proceso: el espacio rural desaparece poco a poco casi por completo; el espacio rural y agrícola se convierte en intersticial, y el espacio agrícola se mantiene, pero la sociedad rural cambia (Dezert, Metton y Steinberg, 1991). Esta última situación se da en las áreas más externas del espacio urbanizado. De hecho, si en las periferias la intensidad de usos urbanos decrece conforme aumenta la distancia a la ciudad central, es lógico que se haya tratado de clasificar este espacio en diferentes coronas, según la densidad de edificación, de nuevos residentes o de parcelas con cultivos, entre otros muchos indicadores. Esta clasificación en coronas, la propia diferenciación entre la ciudad y el resto de la aglomeración, posee indudables fines operativos: se caracterizan y clasifican los nuevos espacios urbanos para favorecer la creación de organismos de gestión territorial, las áreas metropolitanas, las mancomunidades y, en menor medida, las comarcas urbanas. Sin embargo, en muchos países se plantean dificultades de toda índole para implementar una planificación supramunicipal o mancomunada eficiente para las periferias (Mas, 1999). En la mayoría de los lugares la aprobación de un plan urbanístico se ha acompañado de la creación de suelo urbanizable, de la subsiguiente construcción de nuevos sectores residenciales o de comercio, pero sin modificar el entramado de carreteras locales o vías férreas obsoletas para llegar a estas nuevas áreas de expansión. Por supuesto, la congestión y los atascos de tráfico se suceden cuando las personas que viven en este periurbano se desplazan todos los días. Como se ha apuntado, la división de competencias urbanísticas y de transporte entre diferentes organismos contribuye a que estos efectos negativos derivados del crecimiento urbano aparezcan (Hass-Klau, 1990). Así, uno de los grandes retos de la gestión de aglomeraciones urbanas y áreas metropolitanas consiste en mantener una buena red de transporte público en un contexto de expansión urbana. Solo la creación de consorcios metropolitanos o mancomunados de transporte se revela una acción útil para aliviar los problemas planteados. Por último, se debe recalcar que la congestión del tráfico se suele presentar como un problema crónico. Podríamos decir, un rasgo inevitable de los procesos de urbanización actual. Esta congestión no solo es característica de las áreas más intensamente ocupadas, sino que se extiende a lo largo de las principales arterias de entrada y salida de la ciudad. Algunos autores han vinculado directamente los

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problemas de saturación del tráfico con el fomento no restringido del uso de los automóviles y la incapacidad de adaptar las ciudades existentes a sus demandas (Hass-Klau, 1990). En todo caso, congestión de vehículos y cualquier forma presente de crecimiento urbano parecen ir indefectiblemente asociadas. Además, hacia el futuro resulta complicado corregir esta situación, ya que es muy difícil prever cómo evolucionarán las aglomeraciones y en mayor medida sus flujos internos. 1.4. AGLOMERACIONES URBANAS Y EJES DE CRECIMIENTO ESPACIAL En el apartado precedente, hemos revisado las definiciones de ciudad y el crecimiento de las periferias urbanas más allá de los núcleos centrales clásicos. De hecho, «la siempre insuficiente representación cartográfica de una ciudad en un mapa, va a ser aún menos expresiva en las regiones con los procesos de urbanización más avanzados» (Vinuesa y Vidal, 1991). Bajo estos presupuestos, considerando a la ciudad como una parte de dinámicas de urbanización mucho más amplias, concebimos la exposición en este nuevo epígrafe. En el mismo trataremos de acercarnos al significado de una serie de expresiones referidas a los amplios espacios de dominante urbana en la actualidad. Nos referimos a las aglomeraciones urbanas, las conurbaciones, las áreas metropolitanas, las regiones urbanas y a los ejes de crecimiento espacial. Aunque existe una indudable precisión terminológica para distinguir aglomeraciones, dinámicas de metropolitanización o de constitución de ejes, el recurso a análisis de casos permitirá mejorar nuestra explicación teórica. Sin duda partimos de la siguiente aseveración, «una de las consecuencias del desbordamiento físico y funcional de las áreas urbanas sobre el territorio son las nuevas formas de organización para las que el concepto de ciudad es insuficiente» (Vinuesa y Vidal, 1991). Una aglomeración urbana es una forma de ocupación del suelo donde una ciudad central afectada por un rápido crecimiento genera la aparición de una corona periférica a su alrededor. La corona periférica está compuesta por territorios no dependientes en términos administrativos de la ciudad central, áreas que compiten con la misma por beneficiarse del crecimiento que ha tenido lugar. Desde un punto de vista formal, las aglomeraciones son sectores intensamente ocupados por construcciones dispuestas de modo continuo, donde las principales actividades se reparten entre la ciudad y su periferia, en centros de producción y decisión intercomunicados. El grado de interconexión de las aglomeraciones justifica que muchas veces hayan sido consideradas áreas metropolitanas de facto (resultado de la denominada metropolitanización), pero sin alcance jurídico de ningún tipo. La ciudad central ejerce un efecto de arrastre y en relación con ella se van organizando diferentes servicios, como las redes de transporte, la organización común del abastecimiento de aguas, o el tratamiento de resíduos, entre otras (Zoido, De la Vega, Morales, Mas y Lois, 2000). A pesar de lo señalado, los análisis más recientes sobre las aglomeraciones rebajan el protagonismo de la ciudad principal y refuerzan las relaciones de interdependencia, que se establecen entre la misma y la extensa corona que la rodea. Los sistemas urbanos configurados por ciudades y unas limitadas periferias de hace medio siglo han dejado paso a otros sistemas que se explican a partir de las

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