MARGARITA. ( Dos fuertes timbrazos del teléfono rasgaron el silencio de la. biblioteca y, tras breve tiempo, renovó su imperativo retiñir

1 “MARGARITA” ( Dos fuertes timbrazos del teléfono rasgaron el silencio de la biblioteca y, tras breve tiempo, renovó su imperativo retiñir. Hubier
Author:  Julio Toledo Parra

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“MARGARITA” (

Dos fuertes timbrazos del teléfono rasgaron el silencio de la

biblioteca y, tras breve tiempo, renovó su imperativo retiñir. Hubiera seguido repiqueteando, airado, si no fuera por una voz suave y flexible que, levantando el auricular, contestó con un breve: ---¡Diga! ---¿Está el señor Julio Solimano? ---El señor Julio Solimano no está, señorita, pero está Arnaldo. ---¿Arnaldo?...¿Arnaldo... qué? ---¿Arnaldo a secas, amiguita. Hubo un instante de silencio a través de la línea como si la dama que había hecho la llamada dubitase o consultase su determinación, hasta que, segura y decidida, comenzó

interrogar

sobre el parentesco que había entre Julio Solimano y el desconocido Arnaldo. Media hora después, ella sabía que su inesperado oyente se llamaba Arnaldo, que tenía 29 años y que decía ser un desdichado en amores. Mientras que Arnaldo sólo sabía que ella se llamaba Margarita, que tenía 18 años. Estaba muy enamorada de un estudiante de medicina y poseía la voz más musical que había tenido

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oportunidad de escuchar hasta el momento... ¡Era una voz divina!... como sólo los ángeles y arcángeles debían poseerla en el cielo. ---¡Bueno Arnaldo!... ¡Mucho gusto de haberte escuchado. Te llamaré después! ---¡Pero... Margarita... por favor... dame siquiera tu número telefónico para... ---¡No Arnaldo!... Darte mi número telefónico sería lo mismo que decirte quien soy, y.,.. sinceramente,... ¡eso no te lo diré nunca! ---¡Pero... por favor...Margarita...escúchame...yo... ---¡¡Clic!! ...--- se interrumpió la comunicación. Ah, esotérico Sino, como te complaces en tu juego infinito... ¿Quién podía suponer que aquella llamada casual trajera uncida aquella historia inolvidable de Arnaldo y Margarita? Mientras tanto, el Viejo Eterno de luengas barbas

y canas

crenchas seguía volteando, ineluctable, su clepsidra y fabricando el tiempo. Pasaron días,. semanas.,. y meses y ¿quién diría que aquellas voces, una dulce y melodiosa y otra suave y flexible, unidas por la casualidad, seguirían contándose diariamente sus cuitas y tejiendo mil y un ilusiones?

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Aquel inasible sueño de anónimo romance fue creciendo, tierno, y alimentando su fuego con mil y un hornijas de mutuas confesiones. Que aquella pompa de jabón hinchada por dos corazones de ignotos amantes creció tanto, pero tanto que un buen día reventó pinchada por la mano de la cruel realidad. Una de aquella tarde de helor de invierno, ella le confesó a su desconocido enamorado que su romance con el epígono de Hipócrates había llegado a su fin. Que había fenecido por falta de cariño y mano tierna. Que, había terminado con su estudiante de medicina. Poco tiempo después, el mismo cable telefónico llevó la noticia de la ruptura de otro antiguo romance: el de Arnaldo con su novia.. ¡Muerte por consunción! Arrojaba el protocolo de autopsia del Destino, para ambos casos. Y... mientras tanto... el Viejo Eterno de las luengas barbas y vanas crenchas seguía, ineluctable, volteando su clepsidra y alargando el tiempo. ---¡Aló!... ¡Aló!... ---¡Diga!

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¿Arnaldo?.... ¡Oye, el sábado tengo una fiesta!... ¡Allí tienes la oportunidad que tanto querías para conocerme personalmente!... ¿Puedes ir? --- Escucha... Yo iría encantado, Margarita... mas ... hay un asunto muy importante de mi trabajo que me es imposible el aplazarlo.... ¡Para otra vez será, mi cielo! ---¡No importa, vidita, pero no sabes cuántas ilusiones

me había

hecho con la idea de conocerte al fin! Nadie lo hubiera imaginado pero este era el principio del fin de aquel amoroso sueño entre Margarita, la ninfa y su príncipe azul. Semanas después se repetía la escena. ---¡Aló!...¿Arnaldo?... mira, príncipe de mis sueños... si quieres que se vuelva realidad tu hada misteriosa, tienes otra oportunidad... ¡Mañana ire, con mis hermanas y mis primas a la fiesta de mi promoción en el Club Arequipa!...¡Creo que ahora sí, al fin, lograremos conocernos personalmente, ¿verdad? ---¡No te imaginas cuánto ansío conocerte, Margarita!... pero, me suceden tantas cosas y tengo tantos compromisos que... bueno.. tal vez...¡Aló!...¡Aló!.. ¿Estás ahí? ---(Silencio) ---¡Aló!... ¡Aló!... ¡Contéstame mi sueño!... ¡Por favor!...¡Contéstame Margarita!...¿Me estás escuchando?

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---¡Si

Arnaldo!...

¡Por

favor

discúlpame!...¡Te

estaba

escuchando pero... poco a poco, tu voz se fue alejando de mí hasta hacerse, apenas, un murmullo y desaparecer! ---¡Como te estaba diciendo, creo que con un poquito de esfuerzo podré ir a la fiesta!...¡Sí, Margarita!... ¡Recién en este instante acabo de encontrar la solución para poder ir!... ¡Te prometo que voy! ---¡No esperaba menos de ti!, Arnaldo., aunque, de sólo pensar en el encuentro me pongo nerviosísima y me comienzan a temblar las piernas. ---¿Y cómo nos reconoceremos? ---Escucha. Yo soy chinita y un poquito ñatita... Mido un metro cincuenta y seis... tengo pelo castaño oscuro ondulado y, cuando me río se me hacen dos oyuelos en las mejillas. Además, voy a ir vestida con un traje de noche, de tul, blanco, y con zapatos y cinturón dorados...¿Y tú?...¿Cómo irás vestido?... ¿Cómo eres?...¿Puedes describirte, más o menos?... ---¡Mira!...Yo iré de etiqueta y mis señas son más o menos las siguientes: Soy delgado, ligeramente trigueño, alto, mido un metro ochenta, y uso un bigotito recortado... Pero, lo que me parece más seguro, para evitar confusiones es que hagamos lo siguiente: ---¿Estás escuchando? ---¡Sí!...¡Claro!... ¡Estoy tomando nota de todo!. ¡Sigue nomás!

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---¡Bien!...¡Te decía que a las doce en punto, ambos nos acercamos a la puerta de entrada. Yo encenderé un cigarrillo y tú llevarás una flor en la mano... y... al ver la flor, yo me acerco y te digo:”Disculpe señorita... es una Margarita?” y te señalo la flor que traes en la mano, a lo que tú me responderás:...”¡Sí Arnaldo!...¡Yo soy Margarita!”.. .Luego te pediré el próximo baile. Y una vez que estés acurrucadita entre mis brazos te diré.... ¡bueno!... no sé qué te diré! Y así quedó concertada la cita de aquellos dos enamorados desconocidos que, por primera vez, en algo más de un año de conversar a diario por teléfono, sus voces y sus almas se iban a encontrar al fin... ¡Pero...! (dicen que cuando Dios creó la palabra “bueno” el diablo creó la palabra “pero”) como no hay domingo sin sermón, llegó el día de la fiesta. Ese día Arnaldo, desde las primeras horas de la mañana buscó afanosamente a un amigo de la infancia que siempre lo sacaba de todos líos en que se metía. Esta vez también tendría que sacarlo del problema..Finalmente lo encontró ---¡¡Enrique!!...¡Tú y sólo tú eres el único capaz de sacarme del aprieto en que me encuentro!...¡Nunca pensé que podría llegar este momento, sino no, te lo juro que no me hubiera metido.

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---Todo eso está muy bien pero...¿quieres hacerme el favor de relatarme qué es lo que sucede? ---¡Mira Enrique!...¡Escúchame!... Y Arnaldo contó a su amigo, punto por punto y con todo lujo de detalles toda la historia de su telefónico amor con Margarita y de la inevitable situación a la que había llegado. Terminó su relato con la cabeza gacha, la barbilla pegada al pecho y un lacio mechón de cabellos le caía al desgaire sobre su franco y bondadoso rostro de niño. Sus manos, trémulas, trataban de acomodarse sobre las rodillas sin hallar un sitio adecuado. Luego, con voz doliente y angustiada dijo: ---¡Ya escuchaste el motivo de mi tribulación y mi congoja... ahora dime...¿me ayudarás...verdad? ---Tú bien sabes, Arnaldo que yo jamás he escatimado esfuerzo cuando se trata de ayudarte, pero lo que sucede es que, en este caso, no veo cómo hacerlo. ---¿Qué?---¿No te das cuenta de... cómo? ¡Es que todavía no caes en cuenta de lo que te estoy pidiendo...¡Lo que te estoy solicitando es que vayas a la cita por mí!...¡Que vayas en mi lugar!...¡Que tú seas Arnaldo!...¿O quieres que Margarita sufra una cruel desilusión al conocerme personalmente?

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Enrique dudó un largo rato pero, al final, terminó por aceptar. Ël sabía, mejor que nadie, que Arnaldo escondía su defecto, que era también su desgracia y por el cual jamás se mostraba en público... Sólo frecuentaba un círculo muy pequeños de amigos. Una vez aceptada la suplantación, Arnaldo comenzó a preparar todos los pequeños detalles que serían muy necesarios para evitar que se descubriera la martingala. Todo fue cuidadosamente anotado por Enrique en una pequeña libreta. 0o0 Una bien acompasada orquesta ejecutaba una alegre salsa de moda en los momentos en que Enrique, muy elegante, hacía su ingreso a la fiesta. Mientras subía las amplias y alfombradas escaleras de la elegante residencia,

el gran reloj de pié

de la

recepción, arcaba las once y treinta de la noche. Aquel baile parecía una pequeña réplica del cuento “Las Mil y una Noches”. Al brillo esplendoroso y mágico de una gran lucerna de finísimo Murano con tres pares de braquetes, decenas de parejas lucían sus impecables trajes de noche haciendo competir los destellos de sus fulgentes ojos y sus nacarinos dientes con los fugaces e iridiscentes brillos de los aretes, collares y pulseras.

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Suaves y exóticos perfumes... finas sedas y diáfanos tules se habían dado cita aquella mágica noche como queriendo dar relieve a las predestinaciones de Sino. La Margarita de los sueños de Arnaldo... esa voz misteriosa y angelical que tanto adoraba su amigo...La heroína de los dulces sueños iba a cobrar cuerpo, se iba a materializar ante los ojos de Arnaldo, pero a través de los suyos. Su amigo no tenía valor para levantar su mano y coger la estrella que tanto anhelaba: ¡Margarita! Vanos fueron todos los esfuerzos de Enrique para descubrir, antes de las doce, aquel sueño de su amigo hecho realidad, debido a que todas las muchachas estaban con trajes de noche blancos y zapatos dorados.,

pues

ese era el vestido de noche de su

promoción. La ansiedad del mozo por identificar a la misteriosa Margarita le hacía ver, en todo rostro, algo de chinita y algo de ñatita. Por otra parte, mucho más difícil iba a ser para Margarita identificarlo a él, ya que casi todos los jóvenes vestían trajes de etiqueta y la mayoría eran ligeramente trigueños. El color de casi todos los limeños .Luego, pues, no quedaba otra cosa que esperar las doce. ¡Faltaban cuatro minutos para la medianoche! Antes de acercarse a la puerta, Enrique se dirigió al bar y solicitó un pisco doble y, después de ingerirlo de un solo tirón, salió

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con paso lento y mirada anhelante con

dirección a la puerta de

entrada, lugar convenido para el encuentro. Se detuvo en el umbral

y en el momento que sacaba un

cigarrillo sintió que el gran reloj del recibidor comenzaba a tañer las doce campanadas anunciando la tan anhelada y temida medianoche. El mozo giró muy lentamente conteniendo la respiración y, con los ojos preñados de ansiedad, recorrió con la mirada el amplio recinto del recibidor...y...¡nada!... ¡No había una sola alma! Y después que diez burlones e interminables minutos habían desfilado delante de él, y cuando se iba descorazonado y dolido a emprender la retirada en dirección a la calle, distinguió tres perfiles femeninos, vestidos como tres arcángeles, de blanco. Que, cual palomas mensajeras, traían alivio y esperanza a su alma. Las tres muchachas lo contemplaban en silencio, con maliciosas sonrisas en sus labios, pero no hicieron el menor ademán de moverse . Enrique se dio cuenta que lo miraban muy atentamente y se quedó un largo rato indeciso. Finalmente, respiró profundo y haciendo un gran acopio de valor se dirigió con paso lento y seguro hacia el pequeño grupo. En el camino pudo notar que una de las tres muchachas tenía una flor blanca en una de sus manos, pero antes de que él llegase al

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grupo, dos de ellas desaparecieron como por arte de birlibirloque dejando sola a la que llevaba la flor en las manos. ---¡Disculpe usted señorita. .¿Es Ud. Margarita...verdad? Las palabras del mozo dichas en todo muy cortés encontraron por toda respuesta una tímida erubescencia y un pequeño temblor en los labios de la muchacha, la que apenas pudo hacer un leve sentimiento con la cabeza. .. Ya no cabían dudas.. ¡Se hallaba frente a la misteriosa e idolatrada Margarita de su amigo Arnaldo!. Extendiendo su diestra y con una de sus mejores sonrisas columpiándose en las comisuras de su boca, Enrique se puso a sus órdenes, estrechándole efusivamente la mano a la muchacha, a la vez que agregaba: ---¡Yo soy Arnaldo, Margarita...y tú eres mi sueño que, al fin... se convierte en realidad! Un largo silencio pasó entre ellos pero sus miradas lograron conversar rápidamente. En ambos rostros había aprobación plena. ---¿Bailamos esta pieza? ---¡Sí!...¡con gusto! La franca y cordial sonrisa del mozo así como la delicada suavidad con que fue tomada la muchacha para trasladarla hasta el salón de baile le devolvieron a ésta,gran parte de su confianza y su facultad de hablar Pero nuevamente volvió a perder la voz cuando a

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los primeros compases de la música se sintió tomada por el talle y anidada tiernamente entre los brazos. del mozo. ---¡Eres tal cual te habías descrito tú misma, Maragarita... Sólo falta que sonrías para ver los dos hoyuelos de que hablaste ayer. La insinuación era muy pícara y la petición de sonreír muy galante para que la muchacha pudiera resistirse a mostrar una amplia sonrisa que dejó al descubierto un par de hoyuelos que aumentaban su gracejo. Todo estaba saliendo según Enrique lo había esperado, hasta que a la mitad de la pieza, la mirada del muchacho tropezó con un disimulado arito que llevaba su pareja en el dedo anular de la mano derecha. Enrique quedó mudo, como si hubiera soportado la transfixión de un rayo en su corazón, cuerpo y alma. Fue necesario un gran esfuerzo para que, con la voz enronquecida por la sorpresa y el temor, atinara a balbucear débilmente: ---¿Estas... casada... Margarita? La muchacha comprendió la turbación del mozo y con un pícaro y sonriente mohín de su gracioso semblante hizo girar con el dedo pulgar la sortija, mostrando en la parte oculta una pequeña plaqueta que decía “Rosa”.

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Aunque,repuesto en gran parte del primer susto, siempre quedaba la sorpresa del nombre: “Rosa”. ---¿Rosa... es que.. acaso... tú no te llamas Margarita? Y ante la risueña afirmación de la muchacha, el mozo no pudo menos que soltar una alegre carcajada que cabalgó, jubilosa, sobre los compases de la música por todo el amplio salón hasta que fue interrogado por el motivo de tanta hilaridad. ---¿Qué te ha hecho tanta gracia Arnaldo? El mozo aprovechó la ocasión para decirle a la chica, de confidencia a confidencia, que él tampoco se llamaba Arnaldo, sino que su verdadero nombre era Enrique. La sorpresa que causó esta confesión a la muchacha no tuvo menos eco que la suya, terminando por reír ambos de su mutuo engaño. Finalizada la pieza, la pareja se dirigió al grupo de hermanas y primas de la chica, quienes --- enteradas hasta la saciedad de la aventura que se desarrollaba en esos momentos--- eran todo curiosidad por conocer al misterioso galán. Hechas las presentaciones de rigor, Enrique--- con mirada mal disimulada--- trataba de averiguar cuál sería Teresa y cuál Helena, nombres que, según la versión de Arnaldo, él debería conocer, de oídas, desde hacía tiempo.

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De las tres muchachas, la que más llamó la atención de Enrique, fue la más alta, no solamente por ser la más bonita del grupo, sino también por ser la más conturbada por su presencia, lo que se reflejaba en su tímida erubescencia y en la ausencia total de la palabra. Otra de las sorpresas que esperaban al mozo era que a la hora de las presentaciones se dio con que ninguna de ellas respondía a los nombres que habían dado a su amigo por teléfono. La más alta, la que más lo había impresionado se llamaba Laura y era una verdadera muñeca con expresión humana. Mientras tanto, el Viejo Eterno de las luengas barbas y canas crenchas, seguía volteando, ineluctable, su clepsidra y fabricando el tiempo. Sólo una pieza pudo bailar Enrique--- y después de mucha insistencia--- con Laura y ninguna con las otras dos primas, debido a lo bien acompañadas que estaban. Todas las piezas restantes fueron bailadas con la exMargarita o Rosa como era su verdadero nombre. Los primeros rayos del alba dieron por terminado el encanto y todo desapareció como por ensalmo, llegando a su fin aquella noche inolvidable. 0o0

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Una andanada de fuertes golpes a la puerta de su casa, sacaron a Enrique se su plácido sueño y lo transportaron como en un suspiro, a la vigilia. Era Arnaldo que, sin respetar su reparador y necesario reposo, venía a enterarse de todo lo acontecido en la fiesta, ávido de confesiones y realidades.. Pero, para Enrique que se encontraba en esos momentos en su media noche, menuda era la broma que le gastaba su amigo al arrancarlo de los brazos de Morfeo. Pero, bien dicen que “más puede la letanía del cura que el sueño del sacristán”, por lo que el durmiente terminó en cueros y en la ducha, mientras su amigo le iba sacando, a punta de saliva, todas las incidencias de la reunión. Al finalizar el relato y ya en el dormitorio, una profunda tristeza se asomaba a los grandes y claros ojos de Arnaldo, cuya brillantez excepcional delataba el dolor que laceraba su alma en aquellos momentos. El mozo era uno de los espíritus más sensibles que Enrique había tenido oportunidad de conocer, cultivado a costa de grandes esfuerzos y años de dedicación al estudio, la música y la poesía. Y todo esto estimulado fuertemente por el defecto que poseía, que atormentaba su alma y destrozaba su vida sentimental, impidiéndole, materialmente, acercarse

a una mujer y aspirar, como todo ser

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humano, a sentirse amado y gozar de las delicias de un beso dulce y tierno y las caricias suaves y perfumadas de unas manos femeninas. ¡Arnaldo no solamente era huérfano de padre y madre, sino también huérfano de cariño! En sus momentos de mayor depresión sentimental, sentábase ante su piano y hacía revivir, maravillosamente, las mejores obras de los genios de la música. Su gran temperamento artístico, escondido y tapiado entre los muros de su casa, no los conocería jamás el mundo. Otra de las válvulas de escape de

aquella ciclópea

sentimentalidad de Arnaldo, era la poesía. Genial exegeta del dolor humano y de la orfandad amorosa, sus versos

destilaban

una

ternura

melancólica

y una

pasión

inconmensurable. Eran la delicada queja de su alma solitaria cuando elevaba los ojos al cielo clamando piedad y reclamando un mendrugo de amor, de cariño. Eran las plegarias que musitaba su alma, puesta de hinojos, ante el altar de su infortunio. El dormitorio de Arnaldo era una verdadera caja de Pandora, apertrechado de libros, cuadros, “bibelots”, esculturas, huacos y pequeños objetos de arte...¡Ese era su santuario!... Allí pasaba casi todas las horas del día y la noche. Allí transcurría su vida, evitando, en todo lo posible, la luz del sol y el escarnio de los vecinos, la mayoría de los cuales hacían siempre gran mofa de su defecto.

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El único y verdadero amigo era, pues, Enrique, quien en más de una oportunidad le había demostrado el gran aprecio que le profesaba. Por eso había acudido a él en equella tan delicada situación que la vida le había deparado. Su sueño azul, su hada misteriosa a la que adoraba y de la que S( sentía también amado,... ¡la había perdido para siempre!... ¡El amor de toda su vida acababa de perderlo a instancias de su propia voluntad y esto había hecho sangrar su alma. Había abierto una herida por la que había comenzado a escapársele, lentamente, la vida. Todos los esfuerzos de Enrique para consolarlo resbalaban irrelevantes ante la brutal puñalada que le había propinado el destino:... ¡Su contraecho y tremebundo cuerpo! Los ojos de Arnaldo se levantaron, atritos, al cielo, mientras sus trémulos labios

desmenuzaban una plegaria llena de angustia, y

dolor infinitos. Tres días después , Arnaldo recibía una llamada de Rosa, aceptando la visitara en su casa conforme él se lo había pedido, pero...¡dios del cielo!... ¡La voz que lo había llamado no era la de Rosa sino la de Laura, es decir, de aquella muñequita espigada que bailó una sola vez con él y... le acababa de confesar algo que lo había dejado perplejo y mudo:... ¡que la verdadera Margarita de la

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fiesta, es decir, su eterna enamorada por teléfono por casi dos años no era, realmente, Rosa sino ella, Laura!... Le pidió que la perdonara por el engaño pero que lo había hecho por su gran timidez profunda vergüenza y, además, por que no lo conocía y que, finalmente, había decidido decirle la verdad y

confesarle que ella también estaba

enamorada de él., es decir, de Arnaldo, o, mejor dicho, de Enrique! ¡¡Dios mío --- se repetía una y otra vez el mozo—eso sí que era un auténtico regalo de los dioses!!--- Pero... y, ¿ahora cómo explicaba que él tampoco era el “verdadero” Arnaldo, sino un amigo al que él había

suplantado,

de

común

acuerdo

con

éste?...

¿Cómo

reaccionaría ella al saberse engañada por alguien con quien nunca había sostenido largas y amorosas charlas telefónicas?...¿Qué haría ahora? Finalmente la cosa no resultó tan sencilla como puede suponerse... ¡Una vez reveladas las verdaderas identidades, las relaciones entre Margarita (o Laura) y el verdadero Arnaldo quedaron truncas por haberse sentido, ella, herida en lo más profundo de su vanidad.! Se había sentido desairada por parte del aún misterioso--para ella---Arnaldo al no haber concurrido a la cita acordada en lugar de enviar a su amigo Enrique.

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Una vez más fue, pues, lacerado el corazón de Arnaldo y esta vez fue Enrique quien tuvo que suplicar, reiteradamente a Laura, que atendiera y escuchara las súplicas de su amigo. Tal fue la insistencia de Enrique y tan reiteradas las llamadas de Arnaldo--- ahora que sabía el número telefónico de Laura--- que finalmente ésta accedió a escuchar...¡por una sola vez!...,la tan querida voz de su desconocido amor, pero con la imperativa condición de que concertasen una entrevista personal y a breve plazo. En su alma de mujer había nacido un capricho y éste no era otro que el de conocer, personalmente, al dueño de la misteriosa voz que tanto amaba. Todas las súplicas de Arnaldo para seguir siendo los amantes desconocidos se estrellaron ante la rotunda negativa de la muchacha que terminó por ponerle un plazo perentorio al encuentro o finalizar las almibaradas charlas por teléfono. ¡Nada hay tan inconmovible como una mujer herida en su vanidad! 0o0 ---¡Aló!...¿Laura? ---¡Sí... Arnaldo...¿cómo estás? --- Oye, te llamo para decirte que en vista de que no hay otra forma de impedir tu alejamiento que la encontrarnos...¡acepto!...te juro que

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le he pensado mucho pero finalmente he reconocido que tienes toda la razón.... ¡Estoy decidido!... ¡Así lo has querido tú y así será! ---¿Entonces... vienes a mi casa? ---¡No Laura...no!... ¡Por favor... a tu casa no!...¡te lo ruego?... Mejor será encontrarnos mañana sábado a la altura de la cuadra treinta y seis de la avenida Brasil. En la esquina de la bodega, a las tres de la tarde en punto...¿Te parece bien el sitio y la hora? ---Sí Arnaldo, me parece bien, pero te suplico que no me vuelvas a llamar hasta después de habernos encontrado este sábado... así que ...¡hasta el sábado! ---¡Hasta el sábado...Laurita! Momentos después retiñía, furiosa, la campanilla del teléfono de Enrique. ---¿Aló!...¿Enrique? ---Sí...qué sucede!...¿algo nuevo? ---Mira, tengo un encargo de Laura para ti--- mintió con tristeza Arnaldo--- me pidió que te avisara que te espera este sábado a las tres de la tarde a la altura de la cuadra treinta y seis de la avenida Brasil, frente a la bodega. Además, me suplicó que te pidiera que fueras solo pues quiere hablar contigo sobre no sé qué asunto y desea que llegues a la hora exacta, que no la hagas esperar. ¡Se nota que la has impresionado mucho...¡Qué suerte!

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---¿Pero... no sabes de qué se trata? --- Sinceramente no, pero presumo que será para tratar de conocer cuál es mi secreto. Eso es lo que sospecho. --- Si es por eso, puedes estar tranquilo. ¡Tu bien sabes que a mí no me sacan una sola palabra!. ---¡Gracias Enrique!...¡No esperaba menos de ti ---Pero... oye...¿qué te sucede?... ¡Tienes la voz quebrada y completamente descolorida!....¿Qué te ocurre? ---¡Nada Enrique... nada!...Deben ser ideas tuyas... ¡No te olvides del compromiso que tienes el sábado!... ¡No vayas a faltar!...¡Adiós!... ¡Adiós amigo mío, y... recuérdame siempre! Enrique se quedó muy pensativo. Esta era la primera vez en tantos años que su amigo se despedía de él en forma tan dramática y sentimental...¡Algo le estaba ocurriendo y no sabía qué! Minutos antes de las tres de la tarde de aquel sábado tan ansiado, Laura salió de su casa muy elegantemente vestida y se encaminó, despacio, hacia el lugar de la cita. Justo en ese momento, Enrique estaba abordando un automóvil para que lo llevara al encuentro con Laura. Por otro lado, en la cuadra treinta y seis de la avenida Brasil, Arnaldo, muy pensativo y cabizbajo acariciaba suavemente una margarita, ya bastante marchita, que tenía en las manos, mientras

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atisbaba el camino por el cual no tardaría en llegar la mujer de sus sueños: Laura. Cuando el automóvil que traía a Enrique al lugar de la cita se hallaba a escasos metros del lugar indicado por su amigo, Laura estaba tan solo a media cuadra de dicho lugar. En ese preciso momento se oyó un fortísimo chirriar de frenos que rasgó el cielo de aquella triste tarde, seguido de un desgarrador grito que congeló la sangre de todos los que se hallaban en las cercanías. ¡¡Un enorme camión acababa de atropellar a alguien!! Al llegar a la esquina, Laura se encontró frente a un nutrido grupo de gente que rodeaba al camión en la parte delantera. Y en ese preciso instante Enrique descendía del automóvil. Al ver a Laura, se acercó presto... Un presentimiento muy doloroso se le acababa de anidar en el alma.. Abriéndose paso desesperado entre la gente, posó su mirada en lo que había temido...¡¡Arnaldo!!... Yacía exánime en el suelo, con los ojos muy abiertos mirando al cielo, como si le estuviera pidiendo perdón. Un grito de desesperación y horror subió hasta su garganta al contemplar el sangrante cuerpo de su amigo, tirado en la calzada y a pocos metros del lugar de la cita.

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Separándose del grupo y con el rostro demudado por el dolor, la desesperación y la angustia y los ojos anegados en lágrimas, Enrique se acercó a Laura. ¡La muchacha no necesitó una sola palabra para intuir lo ocurrido!...¡En el rostro de Enrique tenía la respuesta. Con un alarido de fiera herida y demudado su hermoso rostro por la desesperación y la angustia, Laura se abalanzó hacia el grupo de gente, abriéndose paso a codazos y empellones hasta hallarse frente a su desconocido amor que había ofrendado su vida por tal de que ella no lo olvidase. Muda y absorta de dolor y espanto, la muchacha se prosternó ante

el

cuerpo

exánime

del

hombre

amado,

quitándole,

delicadamente de la mano, la flor marchita, la margarita, que simbolizaba su amor hacia ella y que tenía fuertemente apretada sobre su corazón. ¡Arnaldo, el jorobadito, yacía muerto a sus pies! ¡El enorme camión había pasado una de sus ruedas por encima del pecho del suicida y---como ironía cruel del Destino--- habíale quebrado la columna vertebral hundiendo y aplanando su horrible giba y enderezándole el tronco en una sarcástica y diabólica operación que, seguramente, Arnaldo la estaría agradeciendo desde el más allá.... ¡El Destino había corregido su cifosis congénita, antes de que los ojos de su amada Laura se posaran en él

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¡¡Ella nunca sabría de su deformación!!... ¡La lealtad de Enrique no permitiría, jamás, que se conociera su deformación! Laura, al fin, había conocido a Arnaldo, al verdadero Arnaldo y jamás se llegaría a enterar de que en vida había sido un jorobadito. ¡La muchacha, después de contemplarlo largamente,, besó la yema de sus dedos y los posó suavemente sobre los lívidos de su amado en un único y postrer beso! ¡¡Era, también, el beso de su despedida!!

0o0

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