NATURALEZA Y CULTURA

NATURALEZA Y CULTURA. I. DE LA HOMINIZACIÓN A LA HUMANIZACIÓN. Los elementos de la humanización. II. NATURALEZA-CULTURA. 2.1. El concepto de naturalez

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NATURALEZA Y CULTURA. I. DE LA HOMINIZACIÓN A LA HUMANIZACIÓN. Los elementos de la humanización. II. NATURALEZA-CULTURA. 2.1. El concepto de naturaleza. 2.2. Concepto general de cultura. III. IDENTIDAD Y EVOLUCIÓN DE LAS CULTURAS. 3.1. Confusiones entre lo natural y lo cultural. 3.2. Aculturación y enculturación. 3.2.1. Definiciones. 3.2.2. Factores de enculturación. 3.3. Cambio y desarrollo en las culturas. 3.3.1. Antropología cultural y corrientes antropológicas. IV. RELACIONES ENTRE CULTURAS. 4.1. Etnocentrismo. 4.2. Relativismo cultural. 4.3. Universalismo. 4.4. Interculturalismo. V. COMENTARIO DE TEXTO: ¿ Existen las razas?

I. DE LA HOMINIZACIÓN A LA HUMANIZACIÓN. Los elementos de la humanización. La cerebración sólo fue un momento del proceso evolutivo. El desarrollo humano depende no sólo de factores cerebrales, sino también de condicionamientos sociales y biológicos. La aparición del lenguaje, el desarrollo de la organización social y la adición de una conciencia refleja a la directa animal abrió el camino de la humanización. El proceso de hominización se independizó de las presiones ecológicas naturales en gran medida, con lo que no fue ya el ambiente físico, sino el cultural lo que constituyó la principal fuente de presión selectiva de la población humana. El proceso de humanización se desarrolló a partir del uso de objetos y del establecimiento de vínculos sociales a través de la señalización fónica, recíproca y gestual, con una división del trabajo. La socialización creciente, el lenguaje y el simbolismo y la ampliación de los biotipos dieron lugar a la cultura en sus dos vertientes: la técnicocientífica y la moral y estética. Con la aparición de la actividad consciente y la cultura, a diferencia de los animales guiados por la experiencia instintiva o individual, el conocimiento se fue acumulando; el lenguaje y la conciencia permitieron guardar y transmitir la información de una generación a otra. De hecho el lenguaje humano introdujo notables cambios: - Permitió destacar, fijar la atención y memorizar, aun en ausencia del objeto. - Hizo posible la abstracción y generalización de cualidades y cantidades; analizamos y clasificamos; nos comunicamos y nos representamos el mundo a nuestra imagen. - Permitió la transmisión de la información acumulada en la historia social de la humanidad. De la conjunción de esos procesos nació la cultura, en base a la cual el ser humano deja de ser un mero homínido animal y se convierte en persona, no determinada por meros condicionantes instintivos o físicos. Así pues, el proceso evolutivo humano ha dejado de depender parcialmente de la naturaleza para obedecer a procesos culturales. La cultura es el elemento que separa el proceso natural de hominización y el de humanización, es decir, por la cultura hemos dejado de ser meros animales para aparecer como humanidad que se va construyendo. Por "cultura" podemos entender la información transmitida mediante el aprendizaje social. Cuando nace un ser humano, trae consigo toda la información genética que denominamos "naturaleza". Tal información es innata, heredada. Sin embargo, a continuación, la sociedad en la que han nacido les transmitirá una amplísima información cultural.

II. NATURALEZA-CULTURA Parece bastante claro que el hombre es un animal cultural, una especie que ha abandonado la naturaleza para crearse su propia «naturaleza»: la cultura. Pero no está, sin embargo, tan claro qué deba entenderse por cultura, ni dónde termina lo que pone la naturaleza y empieza lo que pone la cultura en el ser humano. Dicho esto intentaremos aclarar el sentido de estos idos conceptos: 2.1. El concepto de naturaleza. El término «naturaleza» tiene dos significados básicos en filosofía: como esencia, y como lo opuesto a «convención», «técnica», «cultura», etc. De la naturaleza entendida en este segundo sentido vamos a tratar a continuación. • La naturaleza en los presocráticos. Los primeros que han reflexionado sobre la «naturaleza» han sido un grupo de filósofos griegos que vivieron entre los siglos VI y V a. C., y que conocemos con la designación general de presocráticos. En griego naturaleza se dice physis. Los presocráticos son, pues, un grupo de filósofos que elaboran una serie de discursos en torno a la physis. Para los presocráticos la physis (naturaleza) es todo, ha existido siempre y siempre existirá. La naturaleza es un principio que ha existido siempre y que se transforma dando lugar a todas las cosas que existen. Así, para algunos, como Tales de Mileto, ese principio es el agua. El agua puede convertirse en vapor, y éste en fuego, asimismo el agua puede convertirse en hielo, y éste en otros productos sólidos. Para Anaximandro este principio es algo de naturaleza no determinada, a lo que denomina apeiron (lo indeterminado), del cual se van separando los contrarios (lo caliente de lo frío, lo blando de lo duro, lo seco de lo húmedo, etc.) dando origen paulatinamente a todas las cosas determinadas. Para Empédocles, la naturaleza, la physis (o sea, la totalidad) está compuesta de cuatro raíces o «elementos» a los que denomina agua, aire, tierra y fuego. Estos cuatro elementos se mezclan en distintas proporciones y se separan en virtud de dos principios dinámicos: el amor y el odio, dando origen a todas las cosas. Para Leucipo y Demócrito todo está compuesto a partir de un número indefinido de elementos indivisibles (átomos) que se combinan al azar. • La naturaleza en los sofistas. Pero esta concepción de la naturaleza se pierde a partir de los siglos V y IV a. C. Los sofistas (grupo de filósofos que viven en esta época) difunden una concepción nueva de la physis, según la cual ésta aparecería como opuesta a las normas, leyes y costumbres que rigen la vida de las gentes en las polis. Así, por un lado estaría la naturaleza y por otro lo que ellos llaman o nomos (es decir, las costumbres, leyes y normas que rigen el comportamiento de los hombres). Estas cosas ya no son consideradas naturales sino convencionales, es decir, fruto del acuerdo o de la imposición de los hombres. Mientras que lo natural

es necesario, es y existirá siempre. Lo convencional es contingente y varía según los lugares y las épocas. • La concepción aristotélica y cristiano-medieval de naturaleza. Más adelante, Aristóteles define la naturaleza como la esencia de un ser que le hace desarrollarse de una determinada manera. Sería el principio interno que hace que una cosa se mueva o desarrolle en una determinada dirección. Por ejemplo, una semilla de pino por su propia naturaleza tiende a desarrollarse como pino y no puede ser otra cosa que pino o secarse. Esa esencia sería común a todos los miembres de una misma especia y sería la estructura que a una materia le permite desarrollarse de una determinada manera y cumplir determinadas funciones propiuas de esa especie. Así, sería natural un árbol, porque cambia para llegar a ser árbol por sí mismo. Pero no sería natural una mesa, pues no ha llegado a ser mesa por sí misma, sino por virtud del arte (tékhne) humano. Para Aristóteles habría, pues, por un lado lo natural, lo que surge en virtud de la physis, y por otro los productos del arte humano (lo artificial). Con la expansión del cristianismo la naturaleza pasa a ser concebida como lo creado por Dios. Naturaleza es, pues, sinónimo de creación. Pero al mismo tiempo Dios pasó a ser concebido como sobrenatural, como algo fuera de la naturaleza (algo trascendente). La realidad quedó escindida entre lo natural y lo sobrenatural o trascendente. • El concepto de naturaleza en el mundo moderno. La ciencia y la filosofía modernas introdujeron nuevas maneras de concebir la naturaleza y de aproximarse a ella. Así, para la física de Galileo y Descartes la naturaleza pasó a ser concebida como una compleja y gigantesca máquina, cuyo artífice sería Dios. (Hay que tener en cuenta, además, que el único tipo de máquinas concebibles en tiempos de Descartes son aquéllas que funcionan mediante engranajes, que se mueven por contacto y presión de unas partes sobre otras). Esta concepción del mundo es conocida como mecanicismo. Una definición de naturaleza que resume muy bien la concepción de lo natural en el mundo moderno es la de Robert Boyle (físico irlandés, 1627-1691), que entiende la naturaleza como el conjunto de leyes mecánicas que rigen el comportamiento de los fenómenos. Más adelante, en el siglo XIX se desarrolló una tendencia cultural (sobre todo en Alemania) conocida como romanticismo, que concibe a la naturaleza como algo animado, vivo. Por lo que, para los románticos, la naturaleza dejó de ser explicada en términos mecánicos y pasó a ser concebida como un organismo. A esta concepción se la denominó organicismo. Algunas corrientes de la filosofía de los siglos XIX y XX oponen la naturaleza al espíritu. El espíritu se caracterizaría por ser producto libre de los sujetos, mientras la naturaleza es lo no libre, lo sometido a leyes. • En el mundo contemporáneo el concepto que se ha impuesto es el de naturaleza como biosfera, como sistema organizado de los ecosistemas. Sintetizando, podemos entender la naturaleza de las siguientes maneras:

- La naturaleza es el conjunto de las cosas que se generan y se destruyen sin intervención humana, sometidas a las mismas leyes o regularidades. Se opone a artificial. -También podríamos hablar de la naturaleza propia de un ser o una especie, entendiendo por tal aquellas cualidades o estructuras que le hacen ser lo que es y le diferencian del resto de los seres o especies. Esto sería lo que en términos aristotélicos definiríamos por "esencia" de una cosa. - Finalmente podemos entender también la naturaleza como biosfera, como sistema organizado de los ecosistemas. 2.2. Concepto general de cultura. Según Edward B. Taylor (antropólogo británico, 1832-1917) la cultura : a. Es un todo complejo, es decir, una estructura que integra de un modo más o menos armónico una diversidad de elementos. Elementos que pueden ser de dos tipos: (1) Instrumentales: cosas tales como máquinas, herramientas, bienes inmuebles, etc. (2) Ideológicos: sistemas morales, religiosos, teorías científicas, creencias, etc. b. Es algo adquirido. Se puede decir que la cultura está formada por todo aquello que el individuo «adquiere» tras su nacimiento y que no traía consigo al nacer (ni siquiera en forma de programa). Lo que se adquiere, se adquiere mediante un aprendizaje. Por contra, aquello que procede directamente de la naturaleza, que el individuo ya trae consigo al nacer, es lo que llamamos innato (= no nacido, no adquirido). Pues bien, al proceso de adquisición de hábitos nuevos, de comportamientos nuevos es a lo que llamamos aprendizaje. c. La cultura es un producto social: un individuo aislado no genera una cultura (lo cierto es que, un individuo totalmente aislado, aun cuando consiga sobrevivir, no llega a ser siquiera un ser humano, aunque biológicamente pertenezca a nuestra especie).

Ahora bien, la cultura no es lo mismo que la sociedad. Si ésta hace referencia a las relaciones sociales entre las personas, a cómo se relacionan para resolver las necesidades materiales, a cómo se produce y se distribuye lo producido en el trabajo y qué leyes y normas organizan la producción distribución y consumo de bienes materiales, la cultura haría referencia al mundo simbólico, a los procesos de comunicación que hacen posible que los individuos compartan significados e identidades comunes. La cultura abarcaría el conjunto de procesos sociales de producción, circulación y consumo de la significación de la vida social, es decir de bienes simbólicos, formando el mundo simbólico compartido por los miembros de una sociedad. La cultura sería algo que constantemente se está haciendo. La cultura es, por tanto, el conjunto de costumbres, instituciones, conocimientos, formas de educación, técnicas, prácticas religiosas y valores éticos propios de una sociedad en un período histórico determinado fruto de una lucha de grupos sociales que pretenden imponer sus formas culturales.

El gran problema se plantea cuando comprendemos que la naturaleza humana no está dada por la determinación física, sino que es algo que se construye culturalmente; la naturaleza humana no es algo originario,- en el origen está el mero animal-, sino un ideal final de perfección que ha de ser desarrollado culturalmente. La cultura es el elemento constitutivo y organizador de nuestra segunda naturaleza. Pero entonces, ¿ quién debe determinar hacia dónde y cómo hay que construir tal naturaleza? Esa segunda naturaleza, ¿ puede ser común a todos los seres humanos? ¿ Podemos admitir un único modelo de humanidad válido para todos los pueblos?

2.3. Cultura y culturas. a) Cultura general y culturas concretas. Pese a lo dicho, no debemos confundir la cultura en general, que es un producto necesario del hombre, que nace de su propia constitución natural, y lo que son las culturas concretas en las que vivimos, que son un producto de las circunstancias históricas. Esto es, todo ser humano vive inmerso en una cultura; pero los elementos (instrumentos, instituciones, creencias, etc.), que constituyen a las culturas concretas pueden ser variadísimos. Esta variedad es la que da origen a la diversidad de culturas: la cultura francesa, la bantú, la tutsi, la sij, etc. Además, salvo casos muy excepcionales y cada vez menos frecuentes, las culturas no constituyen unidades aisladas, sino interrelacionadas, formando grandes áreas culturales, y creando zonas de confluencia. Así se puede decir de alguien que «habita» la cultura argentina, y, simultáneamente, la hispánica, y la occidental. No hay culturas puras. Todas las culturas son híbridas. A veces, a esas grandes áreas culturales, que han surgido con un alto grado de independencia con respecto a las demás, se les da el nombre de civilizaciones: se suele hablar de la civilización europeo-occidental, la civilización islámica, la civilización china, la civilización maya, etc. Tampoco debemos confundir otros dos usos del término cultura: cultura como origen y cultura como formación. b) La cultura como origen y la cultura como formación. La cultura como origen es la cultura en la que ya estamos, en la que nacemos y nos educamos de un modo casi espontáneo y, la mayoría de las veces, inconsciente. Así, por el hecho de nacer en España, lo más probable es que uno sea educado en una tradición católica, acabe formando un matrimonio monógamo, esté familiarizado con el uso del teléfono, considere que el mejor sistema político es el democrático, etc. La cultura como formación tiene un carácter más artificioso en el sentido de ser asumida de un modo más libre y consciente por el individuo. Es la cultura adquirida como consecuencia de un proceso de educación. Este tipo de cultura va asociado a un cierto ideal de ser humano que se quiere conseguir (de ahí que designemos a este tipo de cultura como formación, se trata de formar, dar forma, a cierto tipo de ser humano). Con frecuencia este sentido de la cultura va

unido a un cierto carácter elitista. Este es el sentido del término cultura que usamos, por ejemplo, cuando decimos de alguien que es «una persona culta». III. IDENTIDAD Y EVOLUCIÓN DE LAS CULTURAS1 3.1. Las confusiones entre lo natural y lo cultural. • Cultura y libertad. La cultura es un producto de la libertad humana (de su indeterminación natural y su necesidad de crearse un hábitat propio en el que pueda sobrevivir), que supone la aparición de un nuevo nivel de realidad en el mundo, por encima de la realidad natural. Como consecuencia de la cultura, de esta supra-naturaleza que el hombre construye, los hombres desarrollan unos modos de comportamiento, unas actitudes y unos valores que determinan su conducta de un modo similar a como las leyes de la naturaleza determinan al resto de los seres vivos y no vivos. Hasta tal punto puede la cultura determinar el comportamiento humano que a veces se hace pasar lo que no son más que convenciones culturales como si fuesen productos naturales (y por lo tanto inamovibles). Para ilustrar esta confusión entre lo cultural y lo natural pueden valer tres ejemplos: • Los roles sexuales. En casi todas las culturas conocidas se ha producido una especialización de los trabajos y funciones sociales según el sexo. Así, es frecuente que a los hombres se destinen papeles como el trabajo fuera de casa, la caza, la defensa de la tribu o la nación, etc., mientras que a las mujeres se destinan papeles tales como el cuidado de los niños, el trabajo de casa, etc. Estos papeles sociales, producto de una determinada cultura, pueden llegar a ser asumidos por una sociedad de modo tan fuerte que lleguen a ser considerados producto de la propia naturaleza, y, por ello, inamovibles. • La apelación a la sexualidad natural. Otro terreno en el que se suele producir una confusión frecuente entre lo natural y lo cultural es el de la sexualidad. Así, es frecuente el rechazo de determinadas prácticas por considerarlas antinaturales. Por ejemplo, en el mundo cristiano-occidental se suele considerar que hay una sexualidad natural: la practicada por dos individuos de distinto sexo y con el fin de llegar al coito (algunos incluso radicalizan todavía más esta actitud y consideran 1 A la ciencia que estudia la cultura de una sociedad concreta y la compara con otras culturas de otras sociedades la llamamos antropología cultural. Dentro de la antropología cultural han aparecido numerosas escuelas que parten de principios y métodos de análisis distintos, pero, para lo que nos interesa aquí, las podemos agrupar a todas en dos grandes grupos:

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Aquellas que se centran en los aspectos dinámico de las culturas. Suelen defender que, efectivamente, hay evolución, progreso, y por lo tanto, unas culturas superiores más desarrolladas, que otras. Las escuelas más importantes dentro de este grupo serían la evolucionista (no confundir con el evolucionismo biológico) y la difusionista. Aquellas que se centran en los aspectos estático de la cultura. Suelen defender que todas las culturas son equivalentes, puesto que todas poseen su propia lógica interna. En este grupo destacan la escuela funcionalista y la estructuralista.

que la única sexualidad normal es la que tiene como fin la reproducción). Desde esta perspectiva, la homosexualidad y la masturbación, y todo tipo de juego sexual que no termine en coito o en el intento embarazo, sería contranatural, y por ello, repudiable. Una vez más olvidamos que los seres humanos son, en tanto seres humanos, un producto de la cultura, y que todos sus actos, incluso los que, como la sexualidad, tienen un componente biológico, están determinados por la cultura. Y que sólo podemos apelar a una sexualidad natural si previamente nos concebimos a nosotros mismos como animales, sin más. • Los caracteres raciales. Otra forma de confusión entre lo natural y cultural consiste en atribuir a determinadas etnias humanas caracteres que son producto de una serie de circunstancias históricas y culturales. Así, por ejemplo, se pretendió explicar el inferior desarrollo tecnológico de los pueblos africanos con respecto a los europeos diciendo que los negros tiene una menor inteligencia, o una menor capacidad para trabajar, etc. Esta explicación no tuvo en cuenta, sin embargo, una serie de factores: 1. La inteligencia y la capacidad de trabajo pueden ser más o menos es muladas en función del tipo de cultura en que se esté inmerso. 2. Los análisis antropológicos e históricos nos demuestran que el mayor o menor desarrollo técnico de una cultura suele estar en función de circunstancias de tipo geográfico, climático e histórico. 3. La convivencia de diversas razas en ámbitos culturales similares ha demostrado que un africano negro educado en una cultura técnica desarrollada puede ser un buen ingeniero, o un buen químico, mientras que un europeo blanco obligado a vivir en una cultura primitiva desde su nacimiento desarrollará su capacidad para el pensamiento intelectual y tecnológico acorde a los desarrollos que esa cultura le permita. 4. La historia muestra además que pueblos y etnias que en una época determinada han alcanzado un alto nivel de desarrollo pueden luego que rezagados, y al contrario. 3.2. Aculturación y enculturación. 3.2.1. Definiciones. La aculturación es el proceso por el que, cuando dos culturas entran en contacto, una asimila elementos culturales de la otra. Frecuentemente es la cultura más simple la que asimila más elementos de la otra. La enculturación (o endoculturación) es el proceso de aculturación de un individuo dentro de su propia cultura. Es un proceso de asimilación de la propia cultura. 3.2.2. Factores de enculturación. • Familia y grupo social. Sin duda, el factor de enculturación más básico y poderoso es la familia. Por lo general la familia reproduce en su seno los

esquemas de comportamiento socio-cultural propios de la sociedad en que se inserte. Al ser el niño educado desde su nacimiento dentro de una familia ésta se convierte en la primera transmisora de valores y esquemas de comportamiento de su propia cultura. Otro factor decisivo y primario en la asimilación de valores y modos de comportamiento lo constituyen los adultos del propio sexo. Asimismo es un factor primario decisivo el clan o la tribu, si se trata de una sociedad primitiva, o la clase social si se trata de una sociedad más compleja. • Sistemas organizados de enseñanza. Conforme la sociedad y la cultura se van haciendo más complejas aparece en escena un nuevo elemento de enculturación: los sistemas de enseñanza organizados. Hasta la ilustración y el triunfo de la revolución francesa estos sistemas de enseñanza organizada solían tener un carácter gremial y elitista. La paideia griega, el trivium y el quadrivium medievales, el aprendizaje gremial de los oficios en la Baja Edad Media y el Renacimiento, y el humanismo renacentista, fueron modelos de enseñanza organizada. Tras el triunfo de la revolución francesa se fue extendiendo la enseñanza universal obligatoria a cargo del Estado. • Medios de comunicación social. En el siglo XX un nuevo factor de enculturación comienza a tener cada vez mayor presencia: los medios de comunicación social. La prensa, la radio, el cine, y, sobre todo, la televisión, aparecen como un factor de enculturación poderosísimo que genera, incluso, sus propias identidades culturales saltando por encima de las fronteras y de las culturas históricas.

A la ciencia que estudia la cultura de una sociedad concreta y la compara con otras culturas de otras sociedades la llamamos antropología cultural. Dentro de la antropología cultural han aparecido numerosas escuelas que parten de principios y métodos de análisis distintos, pero, para lo que nos interesa aquí, las podemos agrupar a todas en dos grandes grupos: 1. Aquellas que se centran en los aspectos dinámico de las culturas. Suelen defender que, efectivamente, hay evolución, progreso, y por lo tanto, unas culturas superiores más desarrolladas, que otras. Las escuelas más importantes dentro de este grupo serían la evolucionista (no confundir con el evolucionismo biológico) y la difusionista. 2. Aquellas que se centran en los aspectos estático de la cultura. Suelen defender que todas las culturas son equivalentes, puesto que todas poseen su propia lógica interna. En este grupo destacan la escuela funcionalista y la estructuralista. De todas estas corrientes sólo comentaremos dos. El evolucionismo y el funcionalismo. a) La escuela evolucionista

Esta escuela tiene como representantes más señalados a Lewis H. Morgan, Edward B. Tylor, James G. F. White. Esta escuela considera que todas las culturas siguen un proceso de desarrollo evolutivo más o menos semejante. Esto que con el tiempo todas las culturas acaban pasando por fases de desarrollo similares. Para los evolucionistas hay, ciertamente, culturas más desarrolladas y culturas menos desarrolladas. La forma de medir el mayor o menor desarrollo de estas culturas varía de unos autores a otros. Así, alguno: centran en el desarrollo de las instituciones; por ejemplo, Morgan considera que la familia ha evolucionado desde la promiscuidad propia de los pueblos más primitivos hasta la monogamia que sería propia de la evolución. Otros, por ejemplo White, se han centrado en la mayor o menor producción energética a disposición de una cultura: a mayor producción y gasto de energía se podría hablar de una cultura más desarrollada. b) La escuela funcionalista. Esta escuela tiene como representantes más destacados a Radcliff- Brown y Bronislaw Malinowski. El funcionalismo explica los diversos aspectos de una cultura a partir de la función que desempeñan dentro de cultura total. Para el funcionalismo una cultura es como una máquina en la que las diversas instituciones cumplirían el papel de piezas, cuyo sentido sólo se puede explicar por la función que desempeñan en relación con la totalidad. Es decir, la unidad de análisis (el elemento mínimo que debe tener en cuenta el antropólogo cultural) es la institución. Cada institución nace para satisfacer una o varias necesidades. Así, si queremos explicar la función de la institución matrimonial, dentro de una cultura agraria no podemos explicarla del mismo modo que en una cultura nómada. El funcionalismo se centra pues en la función que cada institución desempeña dentro de la totalidad y deja de lado los aspectos dinámicos de la cultura en cuestión, su evolución, sus cambios, etc. IV. Las relaciones entre culturas. ¿Cómo vemos a las otras culturas? ¿Es posible el entendimiento entre seres que habitan culturas diferentes? Básicamente las actitudes que adoptemos en relación con las culturas diferentes de la nuestra pueden ser de cuatro tipos: 1) Etnocentrismo, 2) Relativismo, 3) Universalismo, o 4) Interculturalismo. Los antropólogos designan con el nombre de Etnocentrismo a la tendencia a considerar que la propia cultura es superior a las demás. El etnocentrismo es la actitud que sobrevalora una cultura, la propia, e infravalora la ajena, la distinta. «La heterofobia no es un sentimiento humano sino humanísimo -dice Savater- ya que favorece una cierta cohesión social y refuerza la identificación con el propio grupo». Pero las consecuencias derivadas de esta concepción, en el mejor de los casos, llevarían a la discriminación de aquellos individuos cuya raza, forma de vida o valores no concuerde con los dominantes en un determinado país o comunidad. Aún más, esta posición puede extremarse en circunstancias determinadas, adoptando las figuras de xenofobia -consistente en «atribuir a los representantes

de cualquier grupo humano, como signo distintivo e irremediable, algunos defectos o crímenes que se dan con lamentable imparcialidad entre todos los hombres»-, nacionalismo exacerbado y virulento -«el uso más siniestro del nacionalismo es justificar el enfrentamiento civil y la exclusión de minorías o grupos, a los que se convierte en lo "inasimilable", lo que "traiciona" la unidad nacional»-, racismo latente en todas aquellas concepciones que sostienen la superioridad de unos grupos respecto a otros-, y colonialismo. Los ejemplos históricos de esta actitud son numerosos: así, el Imperio Chino se designó a sí mismo durante siglos como «el Imperio del Centro», entendiendo que los demás pueblos habitaban la periferia del mundo, es decir, en la barbarie. Los griegos denominaban bárbaros (aquellos que sólo saben decir bar, bar, bar...) a los que no hablaban su propia lengua, tenida por la lengua de la «civilización». Los distintos pueblos europeos de los siglos XVIII y XIX consideraron como misión propia extender la civilización (se entiende europea) por el resto del mundo supuestamente incivilizado. Los miembros de muchas tribus «primitivas» se designaban a sí mismos como los «hombres», entendiendo que todos lo demás son distintas especies animales. Los europeos y americanos de hoy tendemos a considerar que la única forma defendible de civilización es la civilización occidental, etc. Esta actitud nace, con frecuencia, del desconocimiento de las costumbres ajenas y de su sentido, que pasan a ser consideradas de ese modo, costumbres bárbaras, irracionales, inmorales, etc. En el extremo opuesto del etnocentrismo está el Relativismo cultural, que es aquella actitud que considera que todas las culturas son igualmente respetables. La posición relativista (multiculturalismo) adopta la modalidad opuesta, justificando y admitiendo que cada sociedad posee diferentes comportamientos, lengua y creencias, y por curiosas, raras u ofensivas que nos parecieran, merecen ser respetadas, que las minorías se deben tener en cuenta y que cada grupo humano, por minúsculo y perdido que se halle, enriquece la vida del resto con su sola existencia. La variedad alimenticia, las peculiaridades folklóricas, las curiosas costumbres sociales son prácticas que normalmente no revisten otra consideración que el asombro o el interés. Podrían calificarse como «neutras» moralmente. Sin embargo, conductas como la práctica de rituales en que se realizan mutilaciones, el infanticidio, la discriminación y el maltrato de mujeres y niños, la esclavitud sexual y el canibalismo deben ser analizados con más cautela. Una actitud distinta de las anteriores es el Universalismo: el universalismo puede ser defendido desde dos supuestos: (1) desde el supuesto de que hay elementos comunes a todas las culturas. (Por ejemplo, muchos antropólogos consideran que la prohibición del incesto es un universal cultural.) (2) Desde el supuesto de que hay elementos (valores, instituciones) válidos al margen de las culturas concretas, que deben ser defendidos por todos. Por ejemplo, la Declaración universal de los derechos humanos supone considerar que hay formas

institucionales y leyes que deben tener vigencia por encima de los propios de determinadas culturas. El universalismo ha sido cuestionado a veces, por considerar que bajo la defensa de unos valores universales a veces lo que se hace es defender los intereses particulares de un grupo social o una serie de naciones concretas. Así, por ejemplo, mientras en el mundo occidental tendemos a considerar que el sistema democrático-liberal de gobierno es el mejor posible y debe ser universalizable, desde otras tradiciones culturales o económicas se ha sostenido que tal sistema sólo sirve a los intereses de las grandes multinacionales occidentales. Finalmente cabe adoptar una solución de compromiso entre relativismo universalismo y considerar que hay valores o formas culturales de validez universal, al mismo tiempo que hay otros propios de cada cultura y que, como tales, deben ser respetados. Esta suele ser la posición del denomina Interculturalismo. Los defensores del interculturalismo parten de la base que las culturas no son islas incomunicadas entre sí, como parecen sostener los defensores del relativismo; pero consideran que tampoco es correcto el intento de imponer sin más unos determinados valores, como pretenden ciertos defensores del universalismo. Frente a estas actitudes defienden diálogo entre culturas basado en el respeto mutuo. Diálogo que se está viendo imprescindible dado que, como consecuencia de las migraciones, nuestras sociedades son, cada vez más, multiculturales. La difusión e interconexión de las culturas mantiene los problemas ya citados. Combinar pluralidad y tolerancia se hace difícil si no se rememora la condición mestiza de toda cultura, de la que es testigo la historia de la humanidad. Resumiendo: por un lado un cerebro complejo, capaz de aprender, memorizar y transmitir lo aprendido; y por otro una inferioridad natural (escasa especialización, lento desarrollo, falta de instintos certeros), ha empujado al hombre a convertirse en un ser cultural. Un ser cultural es un ser capaz de construirse su propio hábitat, al margen de la naturaleza, supliendo con el aprendizaje de técnicas y uso de instrumentos las carencias naturales. La cultura, al funcionar como un sustituto de la naturaleza, puede acabar imponiendo formas de comportamiento estereotipadas como le propias de los animales: los roles sexuales, los prejuicios raciales, etc. La filosofía tiene aquí la función crítica de mostrarnos el carácter abierto del ser humano, que da origen precisamente a la cultura.

Texto para comentar. LA NOCIÓN DE RAZA CARECE DE TODO FUNDAMENTO CIENTÍFICO. Albert Jacquard. Director del servicio genético del Instituto Nacional de Estudios Demográficos. El Correo de la UNESCO. Marzo, 1996 El racismo se basa en dos afirmaciones que presenta como evidencias: la especie humana está compuesta por grupos bien definidos, con características biológicas distintas, las "razas"; esas razas pueden clasificarse jerárquicamente según una escala de "valor". Ante esas dos afirmaciones, el papel de la ciencia es aportar rigor y lucidez -para no confundir las fantasías con la realidad. La diversidad de los seres vivos es a la vez maravillosa y desconcertante. En ese caos, el método científico procura ante todo introducir cierto orden proponiendo una clasificación. La más conocida es la de Linneo. Este naturalista sueco imaginó un árbol cuyas ramificaciones sucesivas permiten distinguir dos "reinos" (animal y vegetal); luego, en cada reino, varias "clases" (así, los mamíferos dentro del reino animal); en cada clase, varios órdenes (el de los carnívoros, por ejemplo); en cada orden, varios géneros (así, el género Canis); y por último, en cada género, varias "especies". En esta sucesión de categorías las fronteras son a menudo imprecisas o arbitrarias, salvo para las especies. Un criterio objetivo permite, en efecto, determinar la pertenencia a una misma especie. Se trata de la interfecundidad: los individuos pertenecen a una misma especie cuando son capaces de procrear y obtener una progenitura fecunda. Pero a menudo una especie está compuesta de un número tan elevado de miembros que resulta tentador, y científicamente lógico, proseguir la clasificación definiendo grupos relativamente homogéneos dentro de esa especie. Quedan por definir los criterios para trazar las fronteras entre esos grupos, calificados generalmente de "razas". A partir del siglo XVIII los científicos empiezan a poner un poco de orden en las ideas que circulaban sobre el tema. Su primera tarea fue determinar qué características había que tener en cuenta para comparar a los individuos entre sí. Naturalmente se trataba de caracteres observables: talla, color, forma. A lo largo del siglo XIX el número de razas que componen la especie humana fue un tema muy debatido por los antropólogos. Las cuatro razas clásicas, basadas en el color de la piel, eran evidentemente insuficientes para explicar las diferencias observadas. ¿Había que dividir a la humanidad en diez, cien o mil razas? El debate hubiera podido eternizarse si la irrupción de una nueva disciplina, la genética, no hubiera modificado por completo la problemática. A partir de 1900 el redescubrimiento de los conceptos introducidos por Mendel permite comprender que las apariencias, los "fenotipos", son la manifestación de factores ocultos en los núcleos de las células: los genes (cuya asociación en cada individuo constituye su "genotipo"). Así, los padres transmiten

a los hijos, no una característica observable, sino la mitad del patrimonio genético que determina ese fenotipo. Los genitores no transmiten lo que son, sino la mitad del conjunto de informaciones que les han permitido llegar a ser lo que son. Era preciso, por tanto, replantearse todo el problema. Para tener en cuenta la realidad estable de una población la única comparación posible debe basarse en lo que esa población transmite por generación, es decir en su patrimonio genético, y no en la apariencia, que es sólo una manifestación de aquél. EN BUSCA DEL GEN El primer paso consistió en buscar genes "marcadores", cuya posesión probaría la pertenencia a una raza. Si todos los miembros de una población fuesen portadores de determinado gen que no se encuentra en otra parte, las cosas serían muy sencillas. Pero esos genes no han podido hallarse. La mayoría de ellos están presentes en casi todas las poblaciones humanas. Algunos, probablemente como resultado de mutaciones recientes, se encuentran sólo en ciertos grupos humanos; pero, incluso en ese caso están poco difundidos y por consiguiente no constituyen un marcador. Lo que distingue a los grupos no es la presencia o la ausencia de un gen, sino su frecuencia. El gen B del sistema sanguíneo representa 25% del patrimonio genético de la población de la península india, pero esa proporción disminuye a medida que nos alejamos hacia el oeste: 15 a 20% en Rusia, 10 a 15% en Europa central, 5% en Francia y en el Reino Unido, 0% entre los vascos. La definición de las razas sólo puede resultar de un procedimiento lógico que tenga en cuenta estas diferencias de frecuencia. El punto de partida es un cuadro que muestre respecto de todas las poblaciones las frecuencias de un número de genes lo más elevado posible. Los datos actualmente disponibles permiten avanzar en esta dirección teniendo en cuenta una gran cantidad de observaciones. Se considera entonces que pertenecen a una misma "raza" las poblaciones que presentan frecuencias aproximadas para la mayoría de los genes. Un tratamiento riguroso del problema exige la definición de una "distancia" genética entre las poblaciones. Una vez que se ha calculado el conjunto de las distancias entre todas las poblaciones, corresponde considerar que pertenecen a una misma raza las poblaciones que presentan entre ellas distancias reducidas, y a razas diferentes aquellas cuya distancia genética es grande. Si se representa a esas poblaciones con puntos cuyas distancias en el papel son proporcionales a las distancia genéticas, se obtiene, para la especie canina, un esquema (A) en el que cada nube de puntos puede considerarse una raza. En cambio, si se representa el conjunto de poblaciones humanas (B) no se obtienen nubes claramente definidas, sino una nebulosa de puntos que es imposible agrupar sin caer en la arbitrariedad. Es cierto que las poblaciones X e Y están genéticamente más próximas entre sí que de la población Z, pero no se sabe dónde trazar la frontera. Se impone una conclusión: la noción de raza no puede aplicarse a las poblaciones humanas: hay diferencias evidentes, por ejemplo, entre lapones y

pigmeos, pero el paso de unos a otros se realiza, sin un salto brusco, a través de poblaciones intermedias. La causa de esta imposibilidad es explicable. Para que el patrimonio genético adquiera cierta originalidad, para que se distinga significativamente del de los grupos vecinos, tiene que permanecer rigurosamente aislado durante un periodo muy prolongado, un número de generaciones casi equivalente al número de individuos en edad de procrear. Ese aislamiento puede traducirse en los animales, pero inconcebible en una especie tan acicateada por nomadismo y la curiosidad como la nuestra. Al atravesar las montañas y los océanos, hemos homogeneizado nuestros patrimonios genéticos. Algunas cifras permiten ilustrar esta afirmación. La diversidad genética total de nuestra especie se explica sólo en 7 a 8% por las distancias entre las cuatro grandes “razas” clásicas, en 7 a 8% por la distancia entre las naciones dentro de esas razas y el 85% por las distancias entre grupos pertenecientes a una misma nación. Lo que equivale a decir que las diferencias esenciales se sitúan dentro de los grupos y no entre ellos. Por consiguiente, la noción de raza tiene tan poco contenido que la palabra misma carece de significado y debería ser eliminada de nuestro vocabulario. DE LA CLASIFICACIÓN A LA JERARQUÍA. No obstante, por arbitraria que sea, una clasificación es indispensable. Pero, es casi un reflejo condicionado, al menos en la cultura occidental, ver en una clasificación el punto de partida de una jerarquía: dos objetos al no ser idénticos no son “iguales” y por consiguiente u7no es superior al otro. Ese reflejo se nos ha inculcado desde la escuela primaria donde aprendemos que cuando dos números no son iguales, uno es mayor que el otro. Lo que es verdadero para los números es falso cuando se trata de conjuntos de medidas. En este caso lo contrario de igual no es "superior" sino "distinto". Sólo puede existir un "orden jerárquico" entre objetos caracterizados por una sola medida. Una piedra es más pesada, o más densa, o más voluminosa que otra; sólo puede ser globalmente "superior" si sintetizamos el conjunto de todas esas medidas en una sola. Es el procedimiento adoptado por ciertos psicólogos cuando se proponen comparar la capacidad intelectual de los individuos. Algunas razonan con más rapidez, en otros la memoria es más poderosa, otros aun plantean preguntas más pertinentes: poseen perfiles psíquicos diferentes. Pero la pregunta "¿cuál es más inteligente?"sólo tiene respuesta si esta inteligencia se mide con un parámetro único. De ahí el éxito del famoso "coeficiente intelectual" o Q.I. No mide nada claramente definido, pero permite razonar como si hubiese una jerarquía de inteligencias. Los grupos humanos tienen en todos los campos capacidades diversas. Ya sea por naturaleza o gracias a la cultura, los pigmeos saben resolver los problemas de la vida en la selva ecuatorial mejor que los lapones, quienes son insuperables, en cambio, cuando se trata de enfrentar el frío polar. Esas dos poblaciones son diferentes, pero ninguna es superior a la otra.

Desafortunadamente la creencia en este tipo de jerarquías está profundamente arraigada en nuestras mentes y se ha trivializado a tal punto que la aceptamos sin reaccionar. Así, admitimos la idea de que los criadores han "mejorado" la raza equina, cuando en realidad sólo han mejorado la velocidad de algunas razas en desmedro de su potencial biológico. Esos "pura sangre" son en realidad ejemplares débiles, cuya única ventaja es su velocidad en distancias cortas. La frase "la raza blanca es más perfecta que las demás" no sólo es un error, sino que carece totalmente de sentido. Pero es más difícil luchar contra ese tipo de afirmaciones que no significan nada, que contra inexactitudes. Por ese motivo es probable que la batalla contra el racismo no concluya nunca. Aunque el genetista demuestre que la noción de raza carece de fundamento y el especialista en lógica sostenga que es absurdo considerar jerarquías globales, ello no modificará en absoluto la actitud racista porque ésta, fundamentalmente, hace caso omiso de la realidad biológica y de la lógica. LA TENTACIÓN DEL MENOSPRECIO El racismo es esencialmente una manifestación de menosprecio; un menosprecio que no está motivado por determinadas características del individuo, sino por su pertenencia a un grupo: "todos los ... son ..." La causa de ese sentimiento es la falta de confianza en sí; su desenlace es la destrucción de sí mismo. ¿Qué es un ser humano sino un animal cuya principal característica es la capacidad de autorrealización gracias a los demás? Mi "yo" ha surgido de los "tú" que me fueron dirigidos, se construye con los lazos que tejo con los demás. Pero esos lazos no se establecen sin esfuerzo y sin temor. El otro representa a la vez una riqueza y un peligro. Hay que afrontarlo, es decir colocarse frente a él, inteligencia contra inteligencia. El intercambio no puede ser fructífero si no existe un mínimo de confianza en sí mismo y en los demás. El racista es aquel que no confía en sí mismo. Para ocultar ese temor, se pavonea y adopta aires de superioridad. Manifiesta menosprecio para ocultar el vértigo ante su propia vacuidad. Resulta fácil demostrar científicamente la imposibilidad de definir la noción de raza humana o de utilizar globalmente el concepto de jerarquía, pero la contribución más útil de la ciencia a la lucha contra el racismo se sitúa en otro terreno: favorecer una comprensión más lúcida de lo que cada ser humano representa -una maravilla que cada cual debe construir gracias a los demás.

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