Odisea; Homero

Héroe. Valores. Virtudes. Causa-Efecto. Castigo. Obediencia. Mora

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LA ODISEA CAPÍTULO 1: EL SAQUEADOR DE CIUDADES Ulises separa su flota de 12 naves y se dirige a la costa de Tracia, a la ciudad de Ísmaro, esta ciudad había sido alidada de los troyanos, por lo que los hombres de Ulises la saquearon, respetando solo la casa de Marón, sacerdote de Apolo. Los pueblos vecinos los atacaron y cuando abandonaron la ciudad, dejaron 70 muertos. Zeus, enfadado por esta acción, les envió el viento de Bóreas. Durante 9 días viajaron con vientos muy complicados. Al décimo día llegaron a una isla. Ulises envió a tres exploradores, pero no volvieron. Ulises salió en su búsqueda, pero cuando los encontró, descubrió que habían comido loto, ya que estaban en la isla de los lotófagos, Ulises los tiró por la borda. CAPÍTULO 2: LOS CÍCLOPES Tras 7 días en el mar, Ulises llegó a una isla muy fértil, donde pudieron cazar mucho. Tras un gran festín, Ulises exploró la isla en su nave junto con unos pocos hombres, encontraron una gran cueva, y alrededor cercos con ovejas, dentro de la cueva había quesos y leche, quisieron llevarse todo lo que pudieran, pero como tenían hambre, se quedaron comiendo hasta la tarde. Un cíclope apareció entonces con su rebaño, éste los descubrió y al oír que adoraban a Zeus los dijo que le daba igual, que a él solo le importaba Poseidón, estampó a dos marineros contra la pared, cuando se durmió, Ulises fue a matarlo, pero pensó que si lo hacía, no podría mover la piedra, por lo que esperó. A la mañana siguiente, el gigante se marchó con su rebaño, encerrándolos en la cueva. Ulises, a la noche, le ofreció el vino de Morón, haciendo que el cíclope cayese profundamente dormido, antes, le dijo que su nombre era Nadie. Ulises le arrancó el ojo con una estaca. El cíclope Polifemo gritó de dolor que Nadie le había herido y buscó la salida a tientas, esto lo aprovechó Ulises para huir camuflado entre las ovejas. Ulises, cuando ya estaba a una distancia prudente imitó el balido de una oveja, enfureciendo a Polifemo, quien arrancó la cumbre de una montaña en su dirección. Ulises le reveló su nombre y así Polifemo le pidió a su padre Poseidón que hiciese del viaje de Ulises un calvario CAPÍTULO 3: EL SEÑOR DE LOS VIENTOS Ulises y su flota llegaron a Eolia, reino de Eolo, la isla flotante del señor de los vientos. Eolo tenía 6 hijos y 6 hijas a los que había unido en matrimonio, como en Egipto. Eolo los hospedó durante un mes, a la hora de partir, Eolo les dio provisiones, a Ulises le dio un odre que no debía abrir hasta llegar a su casa y que contenía todos los vientos del mundo a excepción del suave viento de Céfiro. Navegaron impulsado por el Céfiro durante nueve días y Ulises, exhausto se durmió. Esto lo aprovechó su tripulación para abrir el odre, creyendo que era oro. Esto desencadenó una terrible tormenta que alejó y separó a la flota de la costa. Tras varios días de tormenta regresaron de nuevo a la isla de Eolo, quien, furioso por haber provocado la ira de los dioses los expulsó de su isla. Tras una semana en el mar divisaron tierra. En aquel lugar, las noches eran muy cortas y Ulises envió a tres exploradores, quienes divisaron una ciudad. Encontraron a una chica que sacaba agua de un pozo y que resultó ser la hija del rey de la isla de los lestrigones. Sin embargo, el rey Antífates, en cuanto los vio, cogió a uno y le reventó el cráneo, anunciando que ya tenían cena. Los otros escaparon, seguidos por todos los habitantes de la ciudad que los atacaban con piedras y lanzas. Ulises, al ver de lejos lo que ocurría, cortó amarras para huir de allí, sin poder hacer nada por sus compañeros. De las doce naves solo quedaba una. CAPÍTULO 3: LA HECHICERA CIRCE La nave llegó a una bahía y durante dos noches permanecieron en la playa, muy deprimidos. Al tercer día, Ulises decidió inspeccionar el lugar, viendo que entre los frondosos árboles se elevaba una columna de humo rojo. Decidió ir en busca de más hombres para acercarse al fuego, pero a su regreso se cruzó con un hermoso ciervo al que cazó y que esa noche cenaron. Al día siguiente se dividieron en dos grupos, dejando el otro al mando de Euríloco. Le tocó a éste ir y averiguar qué era ese humo rojo tras haberlo echado a suertes. A la noche regresó Euríloco, llorando, relató lo que había pasado: llegaron a un hermoso palacio de piedra por donde paseaban lobos y leones mansos, en el pórtico había una mujer con un telar. La mujer los invitó a entrar, sus criadas les ofrecieron comida y bebida. La mujer los fue tocando con una varita y uno a uno se convirtieron en cerdos. Todo esto lo vio Euríloco desde un escondite. Ulises se dirigió él solo al palacio en busca de sus compañeros. En el camino se encontró a Hermes quien le dio una planta para que, a la hora de beber el brebaje de Circe, éste no le hiciera efecto. Le dijo además, que cuando ella le tocase con su varita, desenvainada la espada, ante lo que ella caería derrotada, rogándole que yaciera con ella y que le perdonara. Él tenía que acceder pero antes debía de hacerla jurar que transformaría a sus compañeros en hombres. Así lo hizo Ulises, las criadas de Circe lo bañaron y acicalaron, sin embargo, Ulises le exigió a Circe que convirtiese a sus hombres ya.

Cuando ya todos volvieron a ser humanos, Circe les pidió que se quedasen en su isla, ya que debían de ser sus huéspedes, cosa que aceptaron, ya que estaban muy cansados. Euríloco seguía desconfiando pero ante la amenaza de Ulises, se unió a ellos. CAPÍTULO 4: EL REINO DE LOS MUERTOS Tras un año en la isla de Circe, Ulises y sus hombres decidieron que había llegado la hora de partir hacia Ítaca. Así pues, Ulises fue a hablar con Circe para comunicárselo, a lo que ella respondió que solo había una persona que podía decirles qué les deparaba el futuro: el espíritu de Tiresias, profeta ciego de Tebas. Para ello debía de ir al reino de los muertos, de Hades y Perséfone. Circe le dio la forma de ir al reino de los muertos y regresar: tenía que sacrificar a una oveja y un carnero negros que ella misma le dio. El día de la partida Elpénor murió, ya que la noche anterior había bebido mucho y se que quedó dormido en la azotea, al despertar, se había caído. A la tripulación le causó gran pesar esta muerte y la idea de ir al reino de los muertos, pero o había otra opción. Zarparon y Circe les envió un viento favorable. Navegaron durante un día hasta llegar al río Océano que ciñe el bosquecillo de álamos y sauces de Perséfone. Continuaron a pie por la orilla del Océano hasta llegar a donde confluyen los dos ríos de los muertos (Éstige y Aqueronte) Allí, cavaron una zanja y derramaron miel mezclada con leche y vino que Circe había hecho, después sacrificaron al carnero y a la oveja, derramando su sangre en la zanja. Del Érebo surgieron los espíritus. Ulises, con miedo, orfenó que desollasen a los animales y quemasen las partes sagradas en honor de Hades y Perséfone. Ulises esperó sentado con la espada en las rodillas para que solo Tiresias se acercase a la sangre. Primero se presentó Elpénor para pedirle que quemaran su cuerpo para relacionarse con los otros espíritus. Luego fue su madre, Anticlea, sin embargo, Ulises no la dejó acercarse hasta ue Tiresias probase la sangre. Cuando Tiresias bebió le dijo que Posidón seguía furioso por haber cegado a un hijo suyo; podría volver sano y salvo si al llegar a la isla de Trinacria deja en paz a los ganados del Sol, pero si les hacía daño, perdería su nave y amigos y lo vio regresando a Ítaca solo, con su casa asaltada por los pretendientes de Penélope. Después, Ulises dio la sangre a su madre y habló con ella, Anticlea le contó que había muerto de dolor por su ausencia. Hubo otros difuntos: Agamenón, que le contó a que en su regreso a casa, el amante de su mujer Clitemnestra lo había asesinado durante una fiesta; después fue Aquiles, quien le dijo que odiaba estar en el reino de los muertos, donde solo crecía la flor del asfódelo; Áyax, que aún le guardaba rencor a Ulises; el rey Minos, Orión…Vieron a Tántalo, que siempre tenía sed, ya que estaba cubierto de agua hasta la barbilla, pero si agachaba la cabeza para beber, esta bajaba, lo mismo pasaba si quería alcanzar una pera o manzana, también vieron a Sísifo, siempre empujando pendiente arriba un gran peñasco. Finalmente, abandonaron el reino de los muertos y volvieron a la isla de Circe, donde incineraron el cuerpo de Elpénor. CAPÍTULO 5: PELIGROS DEL MAR Zarparon de la isla de Circe, vieron una isla desde la cual llagaron unos cantos de mujeres, las sirenas. Circe había advertido a Ulises sobre ellas, así que ordenó a sus hombres que se pusiesen pan de cera en las orejas para no escuchar sus cantos. Sin embargo él quiso oír los cantos, así que se ató al mástil, sin que, por mucho que suplicase, nadie lo desatase para que acudiese a la isla de las sirenas. Más tarde se enfrentaron al segundo peligro: dos enormes peñascos separados por un estrecho paso, a la izquierda había un remolino donde Caribdis, hija de Posidón y Gea, se tragaba los barcos; a la derecha estaba la monstruo Escila, un ser con 6 cabezas, cada una con 6 bocas con 3 hileras de dientes y 12 tentáculos con garras. Así mismo, los arrecifes que había a izquierda a derecha flotaban libremente, de forma que quien tratase de pasar por allí sería destrozado. Ulises ordenó acercarse a la derecha, a Escila. Al acercarse, surgieron 6 cabezas que se apoderaron de 6 remeros. Remaron con fuerza hasta alegarse de Escila y de Caribdis. Divisaron entonces una hermosa isla, donde pararon para descansar. Al ver Ulises que se trataba de la isla del ganado del Sol, ordenó que continuasen, sin embargo, Euríloco se rebeló, Ulises, ante el motín, accedió a quedarse allí con la condición de que no tocasen el ganado del Sol. Por la noche, Zeus envió una gran tormenta, resguardaron el bajel en una gruta, donde vivían las ninfas que cuidaban el ganado del Sol. La tormenta duró un mes, durante el cual consumieron todas sus reservas y se alimentaron malamente de peces y aves marinas. Finalmente, Ulises se adentró en la isla para rezar en santuario y pedir ayuda a los dioses. Al despertar, regresó al barco, donde olía a carne asada, los hombres habían cazado al ganado del Sol. 7 días después la tormenta cesó y volvieron a embarcar, confiando en que el Sol los perdonase, sin embargo, una gran nube los dejó en la oscuridad, vino un torbellino y una tempestad, rompiendo el mástil que al caer derribó al timonel, después estalló un relámpago y un rayo quebró la nave, los compañeros de Ulises caían por la borda sin remedio. Solo Ulises sobrevivió quien regresó de nuevo junto a Caribdis, de la cual se salvó aferrándose a una higuera. Navegó a la deriva sobre el mástil durante 9 días. El día 10 llegó a una isla, donde su dueña, la ninfa Calipso los recogió, estando Ulises en la isla durnate 7 años.

CAPÍTULO 6: TELÉMACO BUSCA A SU PADRE En Ítaca, Penélope y Telémaco sufrían por la ausencia de Ulises. Anticlea había muerto y Laertes, rey de Ítaca, se había retirado a una granja. Los nobles de Ítaca asaltaban el palacio para conseguir la mano de Penélope y apoderarse del trono. Penélope, para ganar tiempo, prometió que elegiría a uno cuando acabase el paño de hilo que estaba tejiendo para Laertes, durante el día tejía, mientras que por la noche deshacía todo lo que había hecho. Finalmente, tal artimaña fue descubierta por una esclava de Penélope, por lo que tuvo que terminarlo de una vez. Sin embargo, seguía retrasando el momento de la elección. Atenea, que siempre había protegido a Ulises, denunció su situación ante los dioses: les dijo que Calipso lo mantenía en su isla, haciéndole olvidar su hogar mientras que su casa era asaltada por los pretendientes de Penélope. Ella misma iría a persuadir a Telémaco para que tomase la iniciativa. Así, Hermes fue a la isla Ogigia para explicarle a Calipso que tenía que dejar partir a Ulises. Atenea convenció a todos los dioses menos a Posidón, que estaba en Etiopía. Atenea fue a Ítaca y adoptó la imagen de un viejo amigo de Ulises, Mentes. Telémaco la recibió en el palacio, donde los pretendientes jugaban a las tabas y esperaban la cena. Atenea, bajo la apariencia de Mentes, le dijo que sabía que Ulises estaba vivo y de camino a su casa y le sugirió a Telémaco la idea de convocar a los nobles de Ítaca para quejarse por los pretendientes, le dijo que zarpase en busca de noticias sobre su padre. Telémaco le hizo caso, en la asamblea solo recibió burlas. Ordenó que preparasen una galera y les explico a los pretendientes que iba en busca de su padre, cosa que no dijo a Penélope. Los pretendientes, asustados por esta situación organizaron un asalto: Antínoo lo esperaría en el estrecho de Ítaca y Samos y lo apresaría. Telémaco llegó a Pilos, ciudad de Néstor, quien los acogió de buen grado, sin embargo no le dijo nada nuevo sobre Ulises, al segundo día, acompañado por el hijo de Néstor, Pisístrato, llegó a Esparta, donde hablaron con Menelao quien, junto con Helena, hacía poco que habían regresado de Troya. Menelao relató su vuelta al hogar: fueron a Chipre, Egipto, Fenicia y Libia. Una tormenta lo obligó a refugiarse en la isla de Faro cerca de la desembocadura del Nilo. En esa isla vivía una diosa, la hija de Proteo. Ella les dijo que solo Proteo podía ayudarlos y aplacar a los dioses de forma que le enviasen un viento favorable. Todos los días, Proteo salía del mar para dormir en la orilla, si Menelao podía atraparlo, Proteo adoptaría su forma original y respondería a sus preguntas. Esperaron bajo unas pieles de foca. Cuando Proteo se durmió saltaron sobre él, se convirtió en león, jabalí, pantera, dragón, agua y árbol frondoso. Cuando paró, dijo que los dioses lo ayudarían si iba a la desembocadura del Nilo y ofrecía allí un sacrificio a los dioses. También le hablo de Ulises y Calipso. Sin embargo, Telémaco no podía encontrar la isla. CAPÍTULO 7: ADIÓS A CALIPSO. Hermes fue a la hermosa isla de Calipso, donde Ulises se pasaba los años mirando al horizonte desde un acantilado, a la espera de un barco. Calipso, al ver a Hermes, le ofreció néctar y ambrosía, éste le contó el propósito de su visita: tenía que dejar partir a Ulises. A Calipso esta orden le dolió, ya que amaba a Ulises, sin embargo tuvo que hacerlo para no provocar la ira de los dioses. Le dijo a Ulises que tenía que regresar a su hogar, para lo cual le proporcionó madera y herramientas para que se construyese su propio bajel. Le dijo que le esperaban grandes peligros, algo que a Ulises no le importaba. El bajel quedó construido en 4 días, Calipso le dio provisiones y un viento propicio. Ulises se guió por el Sol y por la Osa Mayor siempre a su izquierda hasta que el día 18 vio unas costas conocidas. Cuando ya estaba cerca Ítaca, Posidón regresó de Etiopía y, furioso, agitó el mar y envió crueles tormentas, de forma que el bajel de Ulises quedó reducido a astillas. Ulises cayó por la borda y volvió a los restos de su balsa. Ino, hija de Cardmo, lo vio y se apiadó de él, le dijo que se quitase toda la ropa y que se atase a la cintura su velo, que lo salvaría. Ulises obedeció, Atenea calmó las aguas y le envió en viento de Bóreas que lo conduciría a tierra. 3 días después ya estaba muy cerca de la orilla, una marea lo arrogó contra las piedras, Ulises consiguió agarrarse a ellas, sin embargo la resaca lo alejó de ellas, finalmente encontró un paraje donde se quedó dormido. Cuando despertó se quitó el velo de Ino y avanzó orilla arriba hasta quedar dormido al abrigo de unos olivos. CAPÍTULO 8: LA HIJA DEL REY Mientras Ulises dormía, a la princesa de aquel lugar, Nausicaa, se le apareció Atenea en sueños con la apariencia de una amiga suya. En el sueño, Atenea la instaba a que fuese al río y lavase sus vestidos para estar preparada para los nobles que la pretendiesen. Nausicaa, al despertar, recordó el sueño y se lo contó a sus padres. Su padre le dejó un carro para que fuese al río acompañada de sus criadas. Su madre, además, le dio comida y aceite para que se cuidase la piel con él. Fueron al río y lavaron los vestidos y comieron. Atenea se incorporó al grupo mientras jugaban a la pelota, y al lanzarla Nausicaa, hizo que se desviase de su trayectoria, llegando hasta Ulises. Ulises se despertó y, aunque agotado, se acercó a las chicas, las cuales se asustaron al ver su lamentable aspecto. Ulises les pidió ayuda y Nausicaa se la proporcionó, ya que Ulises había alabado su belleza y la bendición que para él suponía su presencia. Ulises se lavó en el río y se ungió con el aceite de Nausicaa, terminado el proceso, mostró una imagen mucho más cordial y civilizada.

Nausicaa le dijo que fuese con ellas hasta la entrada de la ciudad y que entonces se desviase hacia la alameda consagrada a Atenea, pasado un tiempo, entraría en el palacio y se arrodillaría ante su madre, ya que así de seguro volvería a su casa. Ulises hizo lo acordado y en la ciudad le preguntó a Atenea, encarnada en una joven, el camino hacia palacio. Atenea le advirtió que los feacios tenía el favor de Posidón ya que eran marineros y desconfiaban de los forasteros. Atenea lo cubrió con una niebla, de forma que nadie lo vio hasta que se arrodilló ante Arete, la reina. En palacio lo acogieron y le dieron de comer tras lo cual le pidieron qué le había traído hasta su reino. CAPÍTULO 9: LOS JUEGOS FEACIOS El rey Alcínoo ordenó que preparasen una nave para Ulises. Comiendo con los generales y nobles, un bardo cantó las hazañas de Troya, Ulises se cubrió con un manto para ocultar su llanto ante tal narración. Alcínoo ordenó que preparasen juegos de carros, carreras… Jugaron en el ágora, donde acudieron más jóvenes que no habían comido con ellos. Ulises se les unió a regañadientes, ya que estaba demasiado triste como para jugar, pero ante una provocativa de un joven, accedió. Ulises lanzó un disco muy lejos y, eufórico, retó a cualquiera a un combate. Sin embargo, Alcínoo no quería que sus atletas quedasen derrotados y pidió al bardo que cantase y unos bailarines danzaron. Alcínoo dijo a sus capitanes que debían depositar un regalo en la embarcación de Ulises, Euríalo, que había ofendido a Ulises, le dio una espada de bronce con empuñadura de plata y vaina de marfil. Ulises, antes de la cena se despidió de Nausicaa. En la cena, el bardo cantó sobre el caballo de Troya, entristeciéndose de nuevo Ulises. Al verlo Alcínoo se extrañó mucho y fue entonces cuando Ulises le reveló su identidad ante lo cual le pidieron que narrase el mismo su historia. Ulises le entregó a Arete una copa de dos asas para hacer libaciones como muestra de agradecimiento. Ulises partió hacia Ítaca. CAPÍTULO 10: EL REGRESO A ÍTACA Ulises se despertó y no reconoció Ítaca ya que Atenea lo había cubierto con una niebla para poder explicarle antes de nada la situación en la que se encontraba su reino. Así pues, Atenea se le apareció encarnada en un joven pastor, al cual Ulises preguntó dónde estaba, al saber que era Ítaca se alegró mucho, sin embargo, ya que llevaba mucho tiempo fuera, fingió ser de Creta y le contó a Atenea que tras la guerra de Troya había conseguido un gran botín que un príncipe había intentado robarle, matándolo así. De esta forma, se había embarcado con unos fenicios hacia Pilos, paro él se había quedo en Ítaca. Ante tal historia, Atenea se descubrió y levantó la niebla del paisaje, así mismo, le contó la situación que atravesaba su reino, tras lo cual, Ulises montó en cólera. Para ayudarlo a llegar a su casa, Atenea lo vistió de mendigo con una piel de ciervo a modo de capa y ocultó su tesoro. Ulises fue a la granja de Eumeo, su fiel porquero. Eumeo recibió al mendigo amablemente y le ofreció vino y comida. El porquero se quejó por todo lo que pasaba en el reino y Ulises le aseguró que su señor seguía vivo y que pronto recuperaría su trono. Mientras, Atenea fue al palacio de Menelao, donde estaba Telémaco, la diosa la dijo que Penélope había cedido, por lo que tenía que regresar a Ítaca por una ruta distinta a la que pensaba, ya que le habían tendido una emboscada. Helena y Menelao les regalaron una copa de oro y una crátera de plata, además de una preciosa túnica. Cuando iban a embarcar, un águila apresó a una oca blanca, lo que interpretaron como buen presagio, equiparándolo con la suerte de Ulises. Telémaco llegó a Ítaca y fue a casa de Eumeo, donde estaba Ulises. Decidieron que Telémaco enviaría ropa a Ulises para que fuese a su palacio. Atenea, aprovechando que Eumeo se había ido, devolvió su apariencia a Ulises y así se presentó ante su hijo. Juntos prepararon un plan para echar a todos los pretendientes de palacio: Telémaco al llegar a casa ignoraría a los pretendientes y después acudiría Ulises disfrazado de mendigo, entonces le haría una señal para que retirase todas las armas del salón.

CAPÍTULO 11: EL MENDIGO DEL RINCÓN Telémaco hizo lo acordado y Ulises, de nuevo de mendigo, se fue la ciudad con el pretexto de pedir limosna. Junto a la puerta había un perro viejo sobre un montón de estiércol, Ulises lo miró y ambos se reconocieron, era su perro Argos que murió tras haberlo reconocido. Ulises entró en el palacio y se instaló en un rincón del salón, desde donde lo vio Telémaco. Ulises pidió limosna entre los pretendientes para ver si había alguien bueno, sin embargo, uno de ellos, Antínoo le arrebató el cayado y lo hizo caer al suelo. Ante la algarabía, las ciradas de Penélope fueron a avisarla y esta, que siempre se interesaba por los extranjeros, invitó al mendigo a sus aposentos, cosa que rechazó. Ulises permaneció en el portal donde se enfrentó a Iro, otro mendigo que siempre se instalaba allí. Los pretendientes pidieron pelea concediéndole al ganador el título de rey de los mendigos. Ulises derrotó a Iro, tras lo cual advirtió a los pretendientes que se fuesen a casa, ya que el rey podía volver en cualquier momento. Cuando se fueron a dormir, Ulises y Telémaco recogieron las armas. Ulises siguió en el salón esperando a Penélope.

Cuando se sentó en su sillón, Ulises le contó que era un príncipe cretense que había coincidido con Ulises mientras éste reparaba su nave. Penélope quiso probar la veracidad de la historia y le preguntó que llevaba puesto Ulises, cosa que él le describió a la perfección: un broche y un manto que ella misma le había regalado. Euriclea entró para lavarle los pies a Ulises y le dijo que se parecía mucho al rey de Ítaca, a pesar de que se había ocultado en la sombra. Euriclea reconoció una cicatriz que Ulises se había hecho de pequeño con el colmillo de un jabalí. Penélope no se dio cuenta porque Atenea la distrajo y Ulises le pidió a Euriclea que no dijese nada aún. Penélope le contó a Ulises sus cavilaciones y le dijo también que sometería a una prueba a sus pretendientes: quien fuese capaz de atravesar con el gran arco de Ulises 12 anillas, tal y como él lo hacía. CAPÍTULO 12: EL CONCURSO DE TIRO CON ARCO Ulises rezó a Zeus para que lo ayudase en el concurso, a lo que Zeus respondió con un trueno. Una vieja esclava estaba moliendo trigo muy lentamente, ya que era muy vieja y le pidió a Zeus que esa fuese la última vez que molía grano para esos desgraciados. Llegaron también Eumeo y Filetio, quien lo saludó cordialmente, poco después aparecieron los pretendientes. A la hora de comer, Telémaco ordenó que Ulises se sentase con ellos a comer, ante los cual Ctesipo protestó y le lanzó un pata de res, la cual Ulises esquivó rápidamente. Telémaco se enfadó muchísimo y los pretendientes empezaron a llorar y reír sin ningún motivo ya que Atenea les había trastocado la razón. Teoclímeo, huésped de Telémaco les maldijo y profetizó que la muerte se cerniría sobre ellos ante lo cual los pretendientes rieron más aún. Penélope apareció entonces en el salón y anunció su prueba, Telémaco dijo así mismo, que si él lo conseguía, nadie se casaría con su madre. El propio Telémaco clavó los 12 arcos; intentó armar el arco 3 veces, pero no lo consiguió. Los pretendientes también lo intentaron pero ninguno pudo, Antínoo ordenó que trajeran un recipiente para derretir sebo y hacer más flexible el arco, cosa que no ayudó para nada. Eumeo y Filetio comentaban mientras tanto que si su señor estuviese allí se iban a enterar todos esos, ante lo cual, Ulises se descubrió mostrándoles su cicatriz. Ulises le ordenó a Eumeo que cuando él pidiese el arco se lo diese sin atender a quejar y le dijo a Filetio que cerrase la puerta del patio. Ulises pidió el arco, los pretendientes se rieron y lo amenazaron con llevarlo al navío del Équeto, que comía carne humana. Penélope alzó la voz y ordenó de inmediato que le entregasen el arco al mendigo. Telémaco dijo que si el mendigo era capaz le regalaría también el arco de Ulises. Cuando Eumeo le entregó el arco al mendigo, éste le susurró que ordenase a Euriclea cerrar las puertas de los aposentos de las mujeres. Ulises cumplió el reto sin problemas y Zeus tronó de satisfacción.

CAPÍTULO 13: LA CAZA DE LOS PRETENDIENTES Tras la hazaña, Ulises y Telémaco se lanzaron a por los pretendientes, Antínoo murió el primero y el resto fue a por las armas de las paredes, pero las encontraron desnudas. Telémaco fue corriendo a por más armas y así empezó la matanza. Telémaco, Ulises, Eumeo y Filetio se armaron pero Melantio, el cabrero traídos, descubrió cómo llegar hasta donde guardaban las armas y se las proporcionó a los pretendientes, Eumeo y Filetio lo apresaron un ataron a una viga del techo. Atenea los ayudó en su lucha, primero se encarnó en Mentor, amigo de Ulises, para infundirle valor, después se transformó en golondrina y desde una viga hizo que los pretendientes erraran continuamente a la hora de atacar. De nuevo se transformó y mostró todo su esplendor alzando la égida mortal que infundía terror a quien la mirase (piel de la cabra Amaltea que amamantó a Zeus). Los pretendientes, asustados, se dispersaron, favoreciendo el ataca de sus 4 aniquiladores. Tanto Medonte, heraldo que se escondió bajo una mesa, como Femio, cantor de los galanes pidieron clemencia, y Ulises se la concedió. Termina la matanza, Ulises ordenó que sacaran de allí los cuerpos, limpiasen la sangre y matasen a las sirvientas que lo habían traicionado. Además, se quemó azufre en los fuegos de la casa para purificarla. Euriclea avisó a Penélope de la llegada de Ulises, pero ésta, que no quería hacerse falsas esperanzas, no se fió y quiso comprobar todo con sus propios ojos. Penélope se sentó junto a Ulises, quien aguardó a que lo reconociese, al ver su indecisión, Ulises ordenó que Femio tocase su lira par hacer creer a la gente que se estaba celebrando una boda. Ulises se aseó y Atenea dotó a su cabeza de gran belleza, pero aún así, Penélope seguía dudando. Pero se le ocurrió una forma para probarlo: le ordenó a Euriclea que sacase el lecho fuera de la cama nupcial para Ulises. Sin embargo, este supo la trampa y dijo que eso era imposible porque él mismo había usado de pata para la cama el tronco de un árbol que allí había, de forma que solo arrancando el árbol se podía sacar la cama. Fue entonces cuando Penélope lo reconoció por fin. Sin embargo, Ulises aún tenía que cumplir una misión, que le espíritu de Tiresias le había impuesto: tenía que recorrer los poblados con un remo hasta encontrar a gente que no conociese el mar y cuando lo encontrase, debía hundir el remo en la tierra y ofrecerle a Posidón un carnero, un toro y un verraco, así Posidón lo perdonaría. CAPÍTULO 14: PAZ EN LAS ISLAS

A la mañana siguiente, Ulises se armó para visitar a su padre Laertes, y fue acompañado por Telémaco, Eumeo y Filetio, llegaron hasta la granja donde Laertes se había retirado. Ulises saludó a su padre y alabó su trabajo sin que este lo reconociese. Ulises le dijo que él era de Alibante y que había recibido a Ulises como huésped hacía 5 años, después, le dijo quién era realmente. El anciano no pudo reconocerlo enseguida ya que había pasado 19 años, Ulises, para que le creyese, le dijo que podría enumerar todos los árboles que había en su huerto: 13 perales, 10 manzanos y 40 higueras. Entonces Laertes lo reconoció. Se sentaron a la mesa, a la cual también acudieron Dolio, el marido de la sirvienta siciliana que cuidaba a Laertes, y sus hijos. Poco a poco se fue corriendo la voz de que Ulises estaba de vuelta por toda Ítaca por lo que los familiares de los pretendientes fueron presentándose para recoger los cuerpos de sus hijos. Los familiares, indignados, declararon a Ulises su enemigo, sin embargo, un anciano les recordó el indecoroso comportamiento que sus hijos habían tenido, de forma que fueron a la casa de Laertes, sabiendo que Ulises estaba allí. Ante la inminente batalla, Atenea se presentó ante Laertes y le infundió valor, recomendándole que se encomendase a Zeus y a ella misma para que su lanza fuese veloz. Así lo hizo el anciano y al primero al que mató fue Eupites, el padre Antínoo. Atenea se interpuso entre ambas partes y les ordenó que no luchasen. Ante las palabras de la diosa, los vengadores echaron a correr asustados, Ulises los persiguió, pero Zeus le lanzó un rayo a sus pies para que se detuviese. Finalmente, Atenea hizo que los continentes quedasen de acuerdo para siempre a través de diversos sacrificios, haciendo que en Ítaca y otras islas reinase la paz.

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