Para mí la vida es Cristo

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A r c h i d i ó c e s i s d e Va l e n c i a

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Para mí la vida es Cristo Acompañamos a Jesús en su misión

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Para mí la vida es Cristo Acompañamos a Jesús en su misión

ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA

© Arzobispado de Valencia Edita: Arzobispado de Valencia Diseño y producción gráfica: Medianil Comunicación www.medianil.net Portada: Pantocrátor del Sinaí. Temple sobre tabla. Siglo V. Monasterio de Santa Catalina. Egipto.

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Carta del Arzobispo Tema 1. La identidad y misión de Jesús proclamadas en su Bautismo Tema 2. El anuncio del Reino, como llamada a la conversión Tema 3. Las parábolas y los milagros explican y manifiestan el Reino Tema 4. Las Bienaventuranzas: el rostro y la meta del hombre nuevo Tema 5. Cristo revela al Padre Celebración: Entrega del Padrenuestro Propuesta de cantos

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Queridos hermanos y hermanas, “Bona gent”: Al iniciar el tercero de los ciclos de nuestro Itinerario, una acción evangelizadora en la que estamos embarcados en nuestra Archidiócesis y que, en este año, nos llevará a acompañar a Jesús en su misión y en su Misterio Pascual, os invito a todos los que estáis en grupos del Itinerario Diocesano de Renovación a renovar vuestro compromiso en esta tarea de nueva evangelización y a invitar a otros a que se incorporen a la misma. Si en el ciclo pasado, el segundo, se nos ofrecía ser testigos de los inicios de la Historia de la Salvación y de su desarrollo; si en la segunda etapa, contemplamos el nacimiento del Salvador y “sus primeros pasos”, en este tercer ciclo que iniciamos tendremos la oportunidad de adentrarnos en la vida pública de Jesús y escuchar, de Él mismo, la urgente llamada a la conversión y la llegada inminente del Reino de Dios. Quisiera que este ciclo nos sirviera a todos para seguir profundizando en el misterio de Cristo. No podemos olvidar tampoco que en este tercer ciclo se nos alienta, de algún modo, a reconocer que la elección como discípulos, y la fuente de nuestra vida, es que Cristo nos llamó “para que estuviéramos con él” (Cf. Mc 3, 13-14). Se trata de propiciar el encuentro personal con Jesús, de quien surge la verdadera Renovación de la que hablamos en nuestro Itinerario. Y es que la nueva evangelización solamente se hará con hombres y mujeres marcados totalmente por un encuentro vivo con Jesucristo. Lo haremos, en esta primera etapa, acompañando a Jesús en el inicio de su vida pública, descubriendo su identidad y misión proclamadas en su Bautismo en el Jordán; escuchan-

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do la proclamación y la cercanía del Reino y la llamada a la conversión; contemplaremos los milagros y escucharemos la parábolas que hacen presente y nos muestran cómo es el Reino de Dios; nos adentraremos en los misterios del Reino escuchando a Jesús proclamar las Bienaventuranzas, que no son un resumen del mensaje de Jesús sino su presentación. En el último de los temas de esta etapa se nos presentará a Jesús como revelador del Padre y de su amor infinito. Terminaremos esta primera etapa recibiendo el Padrenuestro que no es únicamente una “oración que Jesús nos enseñó” sino un modo nuevo de dirigirse a Dios, confiados en que somos escuchados, y que con ella expresamos una manera de vivir y de estar en la historia. Con este tercer ciclo llegamos al centro de nuestro Itinerario: conocer, contemplar y anunciar a Cristo, ungido por el Espíritu, en quien se hace presente el Reino de Dios y que nos muestra el rostro del Padre. Será para todos, un tiempo para fortalecer la fe, don de Dios y tarea nuestra, precisamente en este año en el que, convocados por el Santo Padre Benedicto XVI, nos disponemos a celebrar el Año de la Fe. Con gran afecto os bendice

+Carlos, Arzobispo de Valencia

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“Tú eres mi Hijo amado” (Mc 1, 11)

Bautismo de Jesús. Juan de Juanes, S.XVI. Óleo sobre tabla. Catedral Metropolitana de Valencia.

Tema 1 La identidad y misión de Jesús proclamadas en su Bautismo Para mí la vida es Cristo

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Bautismo de Cristo. Paolo Farinati, S.XVI. Catedral de Verona. Italia.

Oración inicial Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra.

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Tema

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1. Escuchamos

Lectura del texto bíblico Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. (Mc 1, 11)

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Breve análisis del texto, situación El evangelista Marcos no facilita ninguna información sobre la infancia de Jesús. El bautismo en el Jordán es el primer acontecimiento de la vida del Nazareno que nos relata. Este texto, pues, nos ubica en el inicio de su obra; inicio que coincide con el estreno del ministerio público de Jesús. Para entender mejor la escena de Mc 1,11 hay que contemplarla en su contexto inmediato: a) El primer versículo del primer capítulo de Marcos constituye una apertura clara y concisa a todo el evangelio (“Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”). En él queda muy claro que el centro de este evangelio es la persona de Jesucristo, presentado como Hijo de Dios. b) A continuación hallamos el preámbulo al bautismo de Jesús (Mc 1,2-8). Un preámbulo dominado por la figura de Juan el Bautista, en quien se cumple la profecía de Isaías 40, 3 (“voz que grita en el desierto preparad el camino del Señor”), ya que predica la conversión (que sella el bautismo) y proclama “detrás de mí viene el que es más grande que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de las sandalias”. c) Tras el relato del bautismo, Marcos narra la escena de las tentaciones de Jesús en el desierto. El texto es muy breve. Se habla de las tentaciones de un

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modo global, sin que se especifique su contenido (1,12-13). Inmediatamente después da comienzo la predicación de la buena noticia del Reino por Jesús (1,14-15). De esta ubicación interesa resaltar la conexión del bautismo con los textos en que los que queda expresada la identidad y la misión de Jesús. En este sentido, hay una vinculación de nuestra escena con el versículo primero del evangelio, con la predicación del Bautista en torno al que viene detrás de él y es más grande, con las tentaciones y con la misma inauguración del ministerio público de Jesús. Volveremos más tarde sobre este asunto. Si, una vez enmarcado, nos adentramos en nuestro texto hallamos algunos detalles interesantes: a) Jesús se desplaza desde Galilea hasta la orilla del Jordán para ser bautizado por Juan el Bautista. Jesús toma la iniciativa para ir al encuentro de Juan y ser bautizado. Surgen aquí preguntas que los cristianos, desde tiempo inmemorial, se han hecho: ¿cuál es el motivo por el que Jesús se acerca a un bautismo de conversión y de perdón de pecados? ¿Quién es más importante, el bautizado o el que bautiza? Más adelante, en el punto 2 c, responderemos a estas cuestiones. b) El desierto. Jesús acude al desierto de Judea, junto al Jordán, donde se halla el Bautista. Su emplazamiento es simbólico. Es el mismo lugar desde el que Israel cruzó el Jordán para adentrarse en la tierra de promisión; ahora, desde allí, Juan lla-

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ma al pueblo a la conversión para que, cruzando otra vez el Jordán a través del signo del bautismo, tome posesión de la nueva y definitiva etapa de la historia de la salvación. El desierto, por otra parte, evoca la espiritualidad original de Israel, nacida, desarrollada y curtida en la aventura del éxodo (salida de Egipto, Alianza-Ley, tentaciones etc.). El desierto, desde esta perspectiva, es la expresión de la fe bíblica más genuina. c) Jesús ve rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. La mirada de Jesús es de una profundidad sorprendente. Esta profundidad revela su identidad. Marcos nos ofrece dos informaciones que manifiestan esa hondura: vio los cielos rasgados y el Espíritu en forma de paloma. Matiza, además, que Jesús es el único que los ve. Se trata, pues, de una experiencia íntima, propia. Tal experiencia es una vivencia personal de Dios. Jesús siente, en ese instante, que no hay barreras entre Dios (el Padre) y él, puesto que éstas se han disipado (los cielos rasgados), facilitándose así la fluidez de la comunicación entre ambos. La percepción del Espíritu como una paloma confirma este mismo hecho. d) Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. Una voz del cielo se dirige a Jesús presentándolo e identificándolo. Es el testimonio del Padre: Jesús es el Hijo amado en quien se complace. La Tradición y la exégesis han hecho notar la cercanía de la frase pronunciada por la voz celestial con el comienzo

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del primer cántico del Siervo del Señor: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo: mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él” (Is 42, 1). Por consiguiente, hay que poner en relación ambos textos para obtener una inteligencia más completa de la escena del bautismo de Jesús. e) Una teofanía. La presentación literaria de la escena del bautismo de Jesús por parte de Marcos es inconfundible: estamos ante una teofanía (manifestación divina) de perfil trinitario. Esto significa que lo que acontece en ella revela no sólo quién es Jesús sino quién es el Dios cristiano.

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La palabra nos interpela “Y fue bautizado en el Jordán” Cómo hemos visto en el análisis del texto que sirve para nuestra contemplación en este tema, el evangelista Marcos sitúa al inicio de la misión de Jesús el acontecimiento de su Bautismo. Es, también, el inicio de su ministerio público. ¿Soy consciente de mi bautismo? ¿Lo recuerdo en mi vida? ¿Vivo la alegría de saberme enviado a proclamar el Evangelio, la buena noticia de Jesús, desde mi bautismo? “Rasgarse los cielos” Con esta frase, y con la que le sigue, el evangelista nos habla de la intimidad que hay entre Jesús y el Padre, de la cercanía, de la “complicidad” en la misión. No hay barreras entre Él y el Padre. Así quiere Dios acercarse a nosotros, sin barreras, sin dificultades, llegando a lo íntimo de nuestra vida. ¿Siento en mi vida esa cercanía de Dios? ¿Soy consciente de su presencia constante? “Se oyó una voz” Jesús escuchará muchas “voces” a lo largo de su vida. El pasaje siguiente al que estamos reflexionando le conducirá al desierto, en el que “otra voz”, la del tentador, le hablará. Jesús sabe distinguir la Voz de Dios, de las otras voces. Y lo hace porque tiene constante relación con Dios Padre, porque vive en unidad con él, porque escucha constantemente a “Dios que habla”. Y yo, ¿se distinguir la Voz de Dios de otras voces en mi

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vida? ¿Qué relación tengo con su Palabra? ¿Qué lugar ocupa en mi vida, en mi oración? ¿La conozco, la contemplo, la estudio…? “Tú eres mi Hijo amado” Ésta es la clave para distinguir la Voz de Dios: el amor. De Dios sólo salen palabras de amor hacia sus hijos amados que somos nosotros. ¿Te sientes amado por Dios? ¿Vives tu vida desde ese amor, que te mueve a proclamar, con tus obras y palabras, la presencia de Dios mismo en tu vida?

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2. Reflexionamos

Exposición del tema

La clave para una buena interpretación del bautismo de Jesús es la de su identidad y, en relación con ella, su misión. Este hecho tiene su lógica: porque Jesús es quien es, va a realizar la misión que va a realizar. En Jesús se da una coherencia total entre el ser y el actuar. Estamos ante un acontecimiento de máxima trascendencia que se ha de desentrañar con delicadeza y argumentación convergente.

1. La identidad de Jesús: Hijo, Mesías y Siervo La identidad es el dato capital para acercarse a la comprensión del bautismo de Jesús. Nos referimos, claro, a la identidad del bautizado y, como consecuencia derivada, a la de Dios. En este episodio, la identidad de Jesús se revela gracias a dos hechos: el descenso sobre Jesús del Espíritu y la voz de Dios que lo presenta solemnemente. Por un lado, el Espíritu lo consagra como ungido de Dios, como Mesías o Cristo. Por otro, la voz del cielo lo manifiesta como Hijo de Dios (luego, Dios es Padre e Hijo). El bautismo, con sencillez y claridad, pone ante todos los que lo contemplan, según la visión de Marcos, a un Jesús Hijo de Dios y Mesías. Si alguien se pregunta quién es Jesús, cabe responder, de acuerdo a nuestro texto, que Jesús es el Hijo amado del Padre, ungido por el Espíritu para llevar la salvación a todos. La filiación y el me-

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sianismo, en consecuencia, son las cartas de identidad del bautizado. Si nos fijamos, esta identificación es coincidente con los datos que preceden a esta escena.Ya indicamos más arriba la relevancia de la conexión del episodio del bautismo con el versículo primero del evangelio (Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios) o con la predicación del Bautista en torno al que viene detrás de él y es más grande. Como consecuencia de la revelación de la identidad mesiánica y filial de Jesús, el bautismo también manifiesta el ser trinitario y misterioso del Dios cristiano (Padre, Hijo y Espíritu Santo).

2. La misión del bautizado La tarea o misión que ha de realizar Jesús nace de su identidad, pero con un matiz a considerar. Jesús es el Hijo de Dios y el Cristo, por tanto, es el enviado con toda la autoridad de Dios (con la misma autoridad divina) para llevar a buen puerto la salvación definitiva prometida desde antiguo. Este proyecto salvífico, como indica Marcos un poco más tarde, es el del Reino, al que Jesús se consagra con todas sus fuerzas. No obstante, filiación y mesianismo en Jesús, según la escena del bautismo, están sazonados por la unión estrecha entre las palabras de la voz del cielo con el inicio del primer cántico del Siervo del Señor; sazón que deja al descubierto la forma en la que Jesús, siendo el que es, desarrollará su misión. Jesús, Hijo y Cristo, va a vivir su filiación y su mesianismo como servidor, ajustándose al estilo y al camino que el texto de Isaías describe (Is 42, 1-7). Con otras palabras, el Hijo y el Cristo, enviado con autoridad para establecer el Reino, seguirá la senda del servicio para realizar este proyecto.

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Hay aquí un dato primordial para comprender a Jesús que no pasa desapercibido: el modo humilde y discreto a través del que el Hijo y Mesías ha de cumplir la misión salvífica contrasta con la “grandeza” de los títulos que lo definen. Este claroscuro, que se revela desde lo oculto, caracteriza a Jesucristo por completo. En último término, se trata de la impronta pascual de su ser que enseña que a la vida se llega atravesando y venciendo la muerte. Esta impronta pascual, por lo tanto, se deja ya notar en el bautismo de Jesús. Justamente, el Tentador aprovecha este desconcierto, como ya sucediera en la experiencia del éxodo con Israel en el desierto, para lanzar su ataque contra Jesús. Es la escena que sigue al bautismo. Marcos no la desarrolla, pero sabemos por Mateo y Lucas que la tentación diabólica es real y muy concreta; también es sutil, pues siempre dice algo que es correcto (si eres Hijo de Dios… ¡lo que revela el bautismo!) para sembrar con mayor devastación la confusión; en verdad, el Tentador anhela descabalgar a Jesús del camino, del modo de hacer y de ser que le definen: el servidor humilde. Es decir, persigue romper la comunión de Jesús con Dios al ofrecerle una vía alternativa de ser Hijo y Mesías. Es lo propio del Diablo, romper, separar, dividir para ganar. Jesús sale triunfador de la tentación e inicia su ministerio. Allí donde Israel sucumbió, Jesús vence y puede encabezar la entrada en la nueva tierra de promisión, el Reino.

3. La importancia del bautismo de Jesús La trascendencia del bautismo en la vida de Jesús es grande. También lo es para el cristiano que sigue a su Maestro y Señor.

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Esta importancia la captaron muy bien los evangelistas ya que todos nos narran este episodio de la vida de Jesús. Con todo, se trata de un episodio complejo, pues, desde los inicios, no dejó de suscitar dudas y preguntas. Ya nos hemos referido a ello, pero ahora conviene abordarlo. Las dudas y las preguntas son: si Jesús, no cometió pecado, ¿por qué recibió un bautismo de conversión?; si Jesús es el Hijo y el Mesías, ¿por qué se dejó bautizar por Juan? ¿Acaso Juan es más grande que Jesús? El evangelio de Juan, que narra indirectamente la escena del bautismo (1, 29-34), es el que expresa con mayor rotundidad el sentido de lo que sucedió, disipando las posibles dudas. Él enseña que Jesús es bautizado en el Jordán porque, precisamente, es el Ungido, el Hijo y el Enviado por Dios que carga con el pecado de todos. Jesús, según el testimonio del Bautista en el cuarto evangelio, es el Hijo de Dios sobre el que ha visto descender el Espíritu (1, 32-34); pero, igualmente, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1, 29); entre ambas realidades no hay contradicción. El Hijo, actuando como cordero sacrificado para la salvación del mundo, es bautizado para recibir sobre él los pecados de todo el pueblo arrepentido que acude al Bautista y que, por consiguiente, ha dejado sus faltas sobre las aguas del Jordán. Jesús, el Hijo, el Cordero, las recibe y las carga sobre sí, expresando de este modo, real y simbólicamente, la misión pascual que le aguarda. Por otra parte, el testimonio de Juan el Bautista, como ocurre en los versículos anteriores al bautismo en Marcos, coloca a cada cual en su sitio, impidiendo que alguien pueda afirmar la superioridad

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de aquél respecto a Jesús. El Bautista ha sido enviado a cumplir una tarea al servicio de su Señor, del Hijo de Dios: Juan es el precursor. Por tanto, si se quiere entender cabalmente el significado del bautismo de Jesús hemos de fijarnos en las identidades que facilita. El bautismo, por un lado, dice quién es Jesús, qué va a hacer y cómo lo va a hacer. Por otro, muestra quién es Juan. Finalmente, la escena, por su dimensión teofánica, compromete y revela también al Dios Uno y Trino. La ubicación del bautismo al inicio del ministerio público de Jesús merece también nuestra atención. Entre otras cosas, está indicando que lo que Jesús es (Hijo de Dios y Mesías) y la tarea a través de la que lo ha de vivir (Siervo) tendrán que ratificarse y desarrollarse coherentemente a lo largo de su itinerario evangélico. Así pues, se podría decir que el bautismo entrega al lector de la buena noticia un hilo conductor que le va a guiar a lo largo de su lectura; este hilo conductor tiene su rúbrica en la Pascua, que permitirá proclamar solemnemente a los discípulos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y Salvador; aquello que, por otra parte, ya señalaba el Bautismo. Junto a esto, cabe igualmente considerar este episodio como un momento especialmente significativo en el itinerario del hombre Jesús. Se trataría de un momento de ahondamiento en la comprensión de su identidad y misión. No olvidemos que el bautismo se nos presenta como una rica experiencia personal de Dios por parte de Jesús. Hay, además, un claro antes y después del bautis-

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mo en la existencia histórica del Nazareno que favorece esta interpretación. Podría decirse que, a través de lo vivido en este instante, el hombre Jesús profundiza en la conciencia de lo que es desde siempre en cuanto Verbo de Dios. Una profundización acorde con la verdadera humanidad del Hijo de Dios encarnado.

4. Bautismo de Jesús y bautismo cristiano El bautismo que recibe Jesús y el bautismo cristiano no son exactamente el mismo. Sin embargo, más allá de la distancia que los separa hay entre ellos una relación evidente que conviene reflexionar. Jesús recibe de Juan un bautismo de conversión de pecados que, en su persona, adquiere un sentido nuevo. Jesús no necesita de la conversión, tampoco el perdón de sus faltas. El bautismo en él supone, más bien, una experiencia de comunión con Dios reveladora y confirmadora de su identidad y de la misión que ha de llevar a cabo. Incluso del modo de hacerlo. Una experiencia que manifiesta quién es Jesús y quién es el Dios cristiano. El bautismo de Juan en Jesús, por lo tanto, apunta hacia Jesús mismo en el interior del misterio de Dios. Junto a este hecho, hay que considerar, además, que el Bautista sabe que Jesús, al que bautiza, es la fuente de otro bautismo, no de agua, sino de Espíritu Santo. Se trata del bautismo pascual sellado en la dinámica del paso desde su muerte en la cruz a la vida resucitada. Este otro bautismo es el bautismo cristiano. El cristiano se bautiza en Jesucristo, recibiendo de Él, por el Espíritu, su identidad. No cabe duda, hay diferencias entre ambos bautismos, pero, igualmente, hay claras conexiones. El signo del bau-

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tismo sigue siendo el agua y el bautismo cristiano conserva un destacado sentido penitencial de perdón de los pecados. Pero lo más importante es que, al instituirse el bautismo cristiano sobre la persona de Jesús, a la que apunta ya su bautismo en el Jordán, cabe leer en paralelo algunos datos. El más destacado de ellos es la cuestión de la identidad y, a su lado, el de la misión. Si bautizarse en Jesucristo supone revestirse de él y adquirir en él la identidad cristiana (hijos de Dios en el Hijo y cristianos, ungidos, en el mismo Espíritu de Cristo, llamados a desarrollar la misión que él inauguró), entonces el sentido de ambos bautismos se aproxima bastante. Y es que, como hemos expuesto, en el bautismo de Jesús ya se hace presente la realidad de su Pascua, de la que brota el bautismo cristiano. Y, por si esto fuera poco, el bautismo cristiano, como en la vida de Jesús, está al inicio de la existencia creyente y, por ende, se ha de ir desarrollando y confirmando en el tiempo. La vida cristiana, vida pascual en Jesucristo, es un bautismo que en su despliegue coherente se ha de hacer, como en el caso de Jesús, eucaristía (plenitud de la vida cristiana: donación total de la persona por amor a Dios y al prójimo).

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Preguntas para el diálogo Para grupo de adultos: 1. Sería muy conveniente comenzar el diálogo por comentar en grupo aquellos aspectos del tema que han llamado la atención. 2. El bautismo de Jesús revela su identidad y la misión que ha de cumplir. Pero lo hace al inicio de su predicación. En el grupo se podrían buscar y comentar textos evangélicos posteriores al bautismo que confirmen quién es Jesús, la misión y el cómo de su cumplimiento, en coherencia con el significado de la escena del bautismo. 3. ¿Qué nos sugiere la figura de Juan el Bautista, el Precursor, en relación a nuestra vida cristiana? 4. Las semejanzas del bautismo de Jesús con nuestro propio bautismo, ¿qué nos plantean? ¿De qué manera se puede avanzar en la comprensión y en la vivencia de nuestra identidad bautismal? Para grupo de jóvenes: 1. Todos buscamos saber quiénes somos, porque sin identidad la vida carece de sentido. Para construir esa identidad precisamos referencias, modelos, valores: ¿qué modelos y valores son los que tienen más eco en la sociedad y con los que los jóvenes buscan identificarse? ¿Por qué?

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2. Jesucristo, para los cristianos, es el modelo de referencia, no sólo un modelo externo, sino también interior. Jesucristo, en cuanto hombre, elabora su identidad a partir de su relación con Dios-Padre. Su bautismo revela este hecho. En tu caso: ¿Cómo te ayuda Jesucristo a construir tu identidad? ¿Cómo podrías avanzar en esa construcción cristiana? ¿de qué modo la comunidad eclesial puede ayudar en ese avance?

Bibliografía complementaria Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 535-540. J.RATZINGER, Jesús de Nazaret, vol. 1 (capítulo 1º), La Esfera de los Libros, Madrid, 2008. B.SESBOÜÉ, Invitación a creer, San Pablo, Madrid, 2010, pp.91 ss.

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3. Actualizamos

Sugerencias para la actualización Actualizar significa traer una realidad del pasado al presente. En nuestro caso, actualizar es ayudar a verificar, aplicándolo a la vida, la frescura y la vitalidad del texto del Bautismo de Jesús. Ofrecemos tres propuestas de actualización: 1. En Jesús, el Bautismo es una experiencia de Dios íntima, personal y muy honda. Marcos lo cuenta. Este rasgo lo acentúa todavía más Lucas, que hace de dicha vivencia una experiencia de oración (Lc 3, 21). Gracias a esta experiencia se revela la identidad y la misión de Jesucristo. En esta lógica, practicar con asiduidad la oración personal puede ser una forma de actualizar nuestra conciencia de bautizados, nuestro ser y nuestra identidad cristiana. Cada vez que intimamos con el Dios de Jesús en la oración y dejamos que sea Él quien nos hable resonará en nuestro interior la voz del Padre recordándonos quiénes somos y qué hemos de hacer. Por lo tanto, la oración actualiza la identidad cristiana. Hemos de orar si queremos ser cristianos “que están al día” y no pasados de fecha. 2. En el Bautismo se manifiesta de qué manera Jesús va a desarrollar su misión salvífica como Hijo de Dios y de Mesías: el servicio humilde, la entrega

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amorosa por los otros y a favor de los otros. Desde esta perspectiva, otro modo de poner al día el texto del Bautismo de Jesús en relación con nuestra condición de cristianos bautizados será el llevar a cabo compromisos de misión concretos donde el servicio y caridad generosa estén en un primer plano. En consecuencia, una actualización adecuada del significado misionero del bautismo puede venir de la respuesta concreta a la siguiente cuestión: ¿dónde estoy sirviendo y entregando la vida por los demás a causa de mi “ser cristiano”? 3. Por último, hay un tiempo litúrgico en el que de una manera directa la Iglesia en su conjunto se plantea la renovación de su identidad bautismal. Nos referimos a la Cuaresma. Los cuarenta días de su duración son una ejercitación destinada a profundizar y a desarrollar el sentido bautismal de la vida cristiana en relación con la identidad pascual de Jesucristo. Por eso, en la solemne Vigilia Pascual se hace una renovación de las promesas bautismales. Se trata de una actualización real de lo que somos en cuanto cristianos y a la que hemos de prestar cada vez una atención mayor y más profunda para revitalizar nuestra condición cristiana, personal y eclesial.

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4. Oramos juntos Oramos a la luz de la Palabra de Dios que nos presenta el bautismo de Jesús. Todo comienza con un instante de silencio y la invocación del Espíritu Santo. A continuación se proclaman los siguientes textos con tranquilidad y dejando pausa entre ellos: “Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1, 11). “Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Jesús le contestó: déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3, 13-17). “Y sucedió que cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se

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abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco” (Lc 3, 21-22). “Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Jn 1, 29-34). “Pues no nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublima Gloria se le transmitió aquella voz: Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido. Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando en la montaña sagrada. Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones, pero sabiendo, sobre todo, lo siguiente que

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ninguna profecía de la Escritura, puede interpretarse por cuenta propia, pues nunca fue proferida profecía alguna por voluntad humana, sino que, movidos por el Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios” (2 Pe, 1, 16-21). Tras la Palabra se deja un nuevo espacio de silencio más largo y se invita al grupo a compartir lo que la Palabra le ha sugerido en relación con su vida cristiana o a elevar una oración. Después de un tiempo oportuno, se concluye este espacio de oración rezando juntos el Padrenuestro.

Mare de Déu dels Desamparats, Madre de Misericordia, haz este camino con nosotros. Enséñanos a proclamar al Dios vivo y verdadero. Ayúdanos a ser testigos de Jesucristo, el único Salvador del mundo. Mare de Déu, vela por la Iglesia que peregrina en Valencia. Que sea hogar auténtico de comunión y servidora ilusionada de la misión; para que contemplando, viviendo y anunciando el amor de Dios, mostremos a todos los hombres el Evangelio de la esperanza. Amén.

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5. Preparamos la jornada siguiente Después de este paso por el Jordán, la siguiente etapa de este itinerario nos acercará hasta Galilea, donde Jesús comienza su predicación… Son sus primeras palabras y no debemos perdérnoslas: ¿qué querrá decirnos a cada uno? Nos va a hablar del Reino y de la urgencia de la conversión, también de la necesidad de dar una respuesta de fe ante estas realidades. Esa respuesta es personal, tengo que estar ahí ya que si no, Jesús pasará como pasó junto al mar de Galilea y me lo perderé. Pero también es una respuesta junto a los demás. Por eso es tan importante el grupo y por eso debo dar gracias a Dios por esta experiencia, por este camino que recorro junto a otros que también quieren decir sí al Señor. Vayamos pues a Galilea, allí nos encontraremos con el Señor. Como nos recuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles “la cosa empezó en Galilea”. Es casi una peregrinación hacia los orígenes de nuestra fe, así que debemos ir pertrechados de gran ánimo y mucha libertad. ¡Ah! Y si eres joven prepárate que el Señor te va a llamar… ¿A qué? ¡Tú sabrás! Lo cierto es que la respuesta no se improvisa. Coraje para esta nueva etapa en el camino.

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“El Reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en la Buena Noticia” (Mc 1, 15)

Yo soy el pan de la vida. Joaquín Sorolla, 1897. Óleo sobre lienzo. Colección Lladró, Valencia. 34

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Oración inicial Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra.

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Tema

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1. Escuchamos

Lectura del texto bíblico Después que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él. (Mc 1, 14-20)

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Breve análisis del texto, situación Ya estamos familiarizados con el evangelio de Marcos, parte de cuyo comienzo hemos leído en el primer tema de este Ciclo. Dejando a un lado las tentaciones de Jesús en el desierto, continuamos con la lectura de este evangelio en el presente tema y vamos a centrarnos directamente en el texto propuesto. A priori, podríamos tener la impresión de que el texto se compone de dos partes que tienen poco que ver entre ellas. Por un lado el inicio de la predicación de Jesús con el anuncio de la proximidad del reino de Dios y en segundo lugar la llamada que el Señor hace a unas personas concretas para que le sigan y con las que va a constituir el grupo de sus discípulos. Vamos a ver el texto y comprobaremos que la conexión entre las dos partes es mayor de lo que parece.

1. El anuncio de Jesús Este anuncio de Jesús queda conectado con los versículos anteriores por la noticia que recibimos en el v. 14 donde se nos informa que Juan había sido entregado. Juan había sido el protagonista al inicio del evangelio, especialmente en la escena del bautismo; pero rápidamente su presencia desaparece y queda Jesús en el primer plano. Marcos no nos vuelve a hablar de Juan el Bautista hasta el cap. 6 en el que se nos narra la escena de su martirio. Comienza, pues, la vida pública de Jesús y Marcos, fiel a su estilo sobrio nos indica de modo sencillo el lugar al

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que se dirige —Galilea— y la actividad en la que se va a ocupar: proclamar el Evangelio. Este anuncio se concreta de una manera sintética en el versículo siguiente, donde presenta en cuatro ideas el contenido principal de su mensaje, de su evangelio. Se trata de un breve mensaje que podemos distinguir en dos partes. La primera tiene un tono afirmativo en el que Jesús nos comunica dos informaciones. La segunda parte presenta un tono exhortativo con los verbos en imperativo y nos expone cuál debe ser la actitud del oyente ante la información recibida: la conversión y la fe. Vamos a profundizar en cada una de las cuatro ideas que constituyen el núcleo del evangelio.

1.1. Se ha cumplido el tiempo Jesús nos habla de un tiempo cumplido, algo como que ha llegado la hora… pero, ¿a qué tiempo se refiere? ¿La hora de qué? Una primera aclaración interesante y necesaria es que en griego (lengua en la que fueron escritos los evangelios) existen dos palabras para significar lo que nosotros llamamos tiempo. Son los términos: crónos y kairós. El primero, crónos, se refiere al tiempo como un lapso o periodo concreto, el tiempo que nosotros podemos medir en segundos, minutos, horas, días… Por el contrario, el segundo, kairós, se refiere al tiempo considerado más como ocasión que como extensión, como una oportunidad o momento concreto. En nuestro texto, Jesús se refiere a que se ha cumplido el tiempo en este segundo sentido, con el termino kairós, que significa que ha llegado el momento en el que se ha hecho presente

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la gracia de Dios por medio de la persona de Jesús. San Pablo lo expresa muy bien en la carta a Tito: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Se trata, por tanto, de una situación única que hay que saber aprovechar. También podríamos entenderlo como un proceso de maduración. Dios ha ido realizando una historia de salvación con el pueblo que ha pasado por diferentes etapas. Ahora esa historia ha llegado a su plenitud, al momento decisivo en el que Dios ya no va a actuar por medio de intermediarios sino que él mismo se va a hacer presente en medio de la historia de la humanidad. Esto es lo que Jesús quiere comunicar con la expresión “Se ha cumplido el tiempo”, es como un plazo que había marcado y que se ha vencido. Hemos de sentirnos agradecidos por participar de este tiempo en el que hemos conocido la presencia del mismo Dios. San Mateo expresa muy bien esta suerte singular diciendo: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron” (Mt 13,16-17).

1.2. El Reino de Dios está cerca La segunda información que nos aporta esta palabra de Jesús es que el Reino de Dios está cerca. Jesús anuncia el Reino de Dios. Éste va a ser el contenido fundamental de su predicación y de su vida: hacer presente la misericordia y el amor de Dios en medio de nuestro mundo. El Reino de Dios no hemos de entenderlo como una reali-

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dad política, como hicieron algunos de los paisanos contemporáneos de Jesús. El Señor no nos dice que va a instaurar un nuevo sistema de gobierno teocrático. ¿Cómo hemos de entenderlo? El Reino de Dios significa que Dios ha comenzado a ejercer su soberanía en los gestos y las palabras de Jesús. Es un mensaje ambivalente ya que por una parte nos dice que el Reino de Dios está próximo a nosotros, es una realidad accesible, podemos participar de él; pero, al mismo tiempo, no podemos decir que esté totalmente instaurado ya en nuestro mundo, está cerca pero no está totalmente en acto. Es, por tanto, una posibilidad pero que no se impone, que hay que acoger; es una realidad presente y, al mismo tiempo, futura. El Reino de Dios está ya entre nosotros pero todavía no en toda su plenitud.

1.3. Convertíos Ante el doble anuncio de Jesús, se pide una respuesta por parte del hombre que va más allá de la escucha. Se concreta en la conversión, en el cambio de vida. Está en la línea de lo que predicaba Juan el Bautista en la orilla del río Jordán. La conversión consiste en orientar la vida hacia Dios, reconocer la dirección equivocada de muchos de nuestros pasos, que no nos conducen a la felicidad para la que hemos sido creados, y cambiar de dirección centrando la atención en Dios, en su voluntad y en su proyecto sobre cada uno de nosotros. Esa conversión, lógicamente, supone en general la renuncia al mal, a todo aquello que supone un obstáculo

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en nuestra relación con Dios. Pero no se queda en esta dimensión negativa, al mismo tiempo implica abrazar el bien, reconocer la belleza del amor de Dios, su misericordia y su justicia para con todos los hombres. Es una llamada personal a la que cada uno debe responder concretándola en su vida.

1.4. Creed en el Evangelio La conversión nos lleva necesariamente a la fe, podíamos considerarlo casi como dos términos muy parecidos. Jesús nos pide una actitud de reconocimiento de la verdad que se ofrece en el evangelio, que es en definitiva su propia persona. El Evangelio es Jesús. Creer en él significa reconocer que Jesús es el Hijo de Dios, es más, es el Dios-con-nosotros. Descubrir y aceptar la profundidad de la persona de Jesús, no quedarse en la superficie, en lo anecdótico, o sólo en los signos que realiza o en la belleza de sus palabras. Todo en Jesús es expresión de la salvación que Dios quiere realizar con la humanidad. Es cumplimiento de lo que Dios había prometido y anunciado en la historia de salvación del pueblo de Israel. Ésta es la buena noticia que Jesús es y nos comunica y que nosotros debemos creer. Y creer significa obedecer, convertir en vida.

2. La llamada al seguimiento Inmediatamente después del anuncio y la exhortación, la primera acción que realiza Jesús es constituir una comunidad de discípulos. No es casualidad, porque en el evangelio nada está puesto al azar. Lo que nos quiere decir el Señor es que tanto la conversión como la fe se

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viven en comunidad y necesitan del apoyo de la comunidad para poder llevarlas adelante. Esto ha sido siempre verdad, pero mucho más en la actualidad en nuestra sociedad. Es también uno de los objetivos de nuestro Itinerario Diocesano de Renovación, poder encontrar el apoyo para vivir nuestra fe en una pequeña comunidad en la que oramos y reflexionamos. En el desarrollo del tema profundizaremos lo que significa la llamada que el Señor nos hace para seguirle como discípulos.

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La palabra nos interpela El texto del tema nos presenta las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Marcos. Se trata, pues, de una palabra importante y que no puede dejarnos indiferentes. Vamos a concretar nuestra reflexión con la ayuda de estas preguntas. • Jesús comienza su vida pública predicando el Evangelio: ¿Qué importancia tiene en mi vida la escucha del evangelio? ¿Dejo que resuene en mí como palabra viva proclamada hoy por Jesús o me suena a algo del pasado que ya he escuchado muchas veces? • Se ha cumplido el tiempo: ¿Soy consciente de que conocer a Jesús es un privilegio para mí? ¿Vivo el momento actual como un tiempo de gracia para acercarme más a Dios? La conversión también tiene plazos… ¿la vivo como una “urgencia” en mi vida? ¿Me doy cuenta de que la respuesta a Dios tengo que darla “hoy”, que no puedo aplazarla? • El Reino de Dios está cerca: ¿Dónde percibo esa proximidad del Reino de Dios en mi vida? ¿Qué puedo hacer yo para acercarlo más a las personas de mi entorno que lo desconocen o a aquellos que están más necesitados? • Convertíos: ¿Cuáles son los aspectos de mi vida que están más necesitados de conversión? ¿Cómo podría concretarla? Para los judíos la conversión tenía

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también una dimensión social. ¿Qué actitudes de nuestra sociedad necesitan de conversión? ¿Cuáles son los medios con los que podemos hacer llegar esta necesidad de conversión a la sociedad? • Creed en el Evangelio: ¿Por qué Jesús es buena noticia para mí, es mi Evangelio? ¿Cómo puedo aumentar y profundizar mi fe y mi relación con él? ¿Vivo el evangelio como un texto que leo o como relación con una persona?

Yo soy el pan de la vida (Detalle). Joaquín Sorolla, 1897. Óleo sobre lienzo. Colección Lladró, Valencia.

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2. Reflexionamos

Exposición del tema

Las primeras palabras que Jesús manifiesta en el evangelio de Marcos tienen una gran importancia. Suponen el inicio de la predicación de Jesús y tienen un valor programático. Esto significa que expresan lo que va a ser la vida de Jesús y lo que le va a llevar también a entregarla por nosotros. Dentro de este mensaje destaca el anuncio del Reino de Dios, es el centro de la vida y la palabra de Jesús. Junto con este anuncio le acompaña la llamada a la conversión como actitud fundamental para poder participar de los bienes del Reino. Finalmente el texto nos muestra que la llamada de Jesús no es sólo a la conversión, sino que se concreta en el seguimiento. También es importante que reflexionemos sobre nuestra condición de discípulos.

1. El Reino de Dios El Reino de Dios es una expresión que podría resultar confusa. Los judíos podían entenderla como una realidad que habla del poder de Dios sobre el resto de realidades, de la condición de Dios como Mesías que tiene que venir para volver a instaurar el Reino de Israel, o incluso identificar la misma realidad de Israel con el Reino de Dios. Para evitar estos equívocos hay autores, como el evangelista Mateo, que usa la expresión “el Reino de los cielos”. Es una realidad que necesita explicación, que

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aparece oscura para aquellos que no tienen fe, pero que Jesús se preocupa de aclarar a sus discípulos.

1.1. El discurso en parábolas sobre el Reino Jesús utiliza las parábolas para explicar los detalles acerca del Reino por eso dice: “A vosotros se os ha dado conocer los secretos del reino de Dios; pero a los demás, a los que están fuera, todo les llega en parábolas” (Mc 4,11). Sabemos que los mismos discípulos manifestaron a Jesús su dificultad para entender el mensaje, por eso a ellos se lo explica más detenidamente y en privado. Esa es la actitud que nosotros hemos de buscar para poder entender: escuchar con calma la palabra de Jesús en el evangelio y buscar esa intimidad con él que nos ayude a comprender. La primera parábola que presenta Marcos es la del sembrador, que nos sitúa frente a la necesidad de una acogida adecuada del mensaje de Jesús para que pueda producir fruto en nosotros. A continuación nos encontramos con las parábolas del crecimiento, como la parábola de la semilla que crece automáticamente en el campo y de la semilla de mostaza tan pequeña pero que crece y produce un gran árbol, imagen del Reino. Esta enseñanza de Jesús en parábolas será objeto del próximo tema por lo que aquí lo dejamos únicamente apuntado.

1.2. El Reino presente en Jesús La novedad del mensaje de Jesús es que en él se hace presente ese Reino de Dios, se ofrece en su persona, pero no se impone, por eso nos dice que está cerca. Cuando le

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acusan de que echa los demonios con el poder de Belzebú, responde: “si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11,20). Este Reino que anuncia Jesús no es algo que se realizará en la otra vida, sino algo que acontece ahora, algo que ha comenzado a hacerse realidad en su misma persona. Jesús asume como suya la causa del Reino y anuncia su realización en plenitud, absolutamente eficaz y definitivo para los últimos tiempos. El modo como Jesús manifiesta esta presencia del Reino es revolucionario para sus contemporáneos y provoca incomprensión. Jesús acoge a los pecadores y come con ellos; toma partido por los pobres y marginados; realiza signos y milagros, curaciones, expulsión de demonios… que supone la superioridad del bien y el ataque contra el mal. Pero es justo decir que el Reino de Dios no llegó en plenitud en la vida de Jesús, es más, su trágica muerte supuso aparentemente para muchos la ruptura de ese proyecto y la reprobación de toda su vida. La causa del Reino lo llevó a la condena y a la muerte en cruz. Es desde la resurrección desde donde podemos entender la confirmación del camino de Jesús y de su misión; y también la irrupción definitiva del Reino anunciado.

1.3. La dimensión futura del Reino Este Reino que se hace presente en Jesús es también una realidad futura. Percibimos esta doble dimensión en Mc 10,15 “el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Por una parte el Reino ya se tiene que aceptar, por tanto es presente; pero se entrará en él en el futuro.

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Jesús nos enseña en la oración del Padrenuestro que hay que pedir “venga tu reino” (Mt 6,10) lo que indica que es una realidad que se verifica en el futuro. Por tanto el Reino es algo que hay que buscar, a lo que hay que estar abierto, que hay que descubrir en nuestro entorno. Como se expresa habitualmente, el Reino es una realidad en la que se produce el “ya, pero todavía no”. Ya está presente desde la encarnación de Jesús, pero todavía no ha alcanzado la plenitud, por lo que hay que apuntar hacia el futuro, hacia su cumplimiento. Completaremos este tema del Reino en el tema siguiente.

2. La conversión En el evangelio la conversión ocupa un lugar de gran importancia. En un primer momento aparece Juan el Bautista preparando los caminos del Señor, es decir, disponiendo los corazones para que puedan acoger al Mesías. De hecho algunos de los primeros discípulos de Jesús lo habían sido anteriormente del Bautista.

2.1. ¿Qué significa la conversión? Una primera acepción o manera de entender el término es la conversión como paso de la increencia a la fe. Puede suceder por una experiencia puntual o por un proceso de maduración humana tanto a nivel intelectual como a nivel moral. Son muchos los ejemplos de santos cuya vida ha quedado marcada por una experiencia de este tipo. Generalmente se cita como paradigmática la experiencia de Pablo en el camino de Damasco, aunque no se trataría ciertamente de un ejemplo de conversión ya que

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Pablo no pasa de la increencia a la fe, él ya era un judío convencido, sino que se convierte en discípulo y apóstol de Jesucristo. Más acorde con este concepto de conversión sería la experiencia de San Agustín, que desde una búsqueda personal llega a encontrarse con el Señor. En una línea semejante, otra manera de entender la conversión es la de quien vuelve a la fe después de haberla abandonado por un tiempo. Este retorno es más o menos fácil en función de la gravedad de las razones del abandono. Es muy importante recordar que siempre es posible recuperar la fe perdida, porque Dios no abandona nunca totalmente a los pecadores, sino que su amor es siempre una oferta y la puerta de su corazón está siempre abierta. Es más, relatos evangélicos como el pasaje de la oveja perdida (Lc 15,3-7) nos manifiestan que no sólo espera al perdido o alejado sino que está buscándolo activamente y haciendo lo posible por propiciar su retorno. Finalmente hay una última manera de entender este concepto, que la espiritualidad clásica ha calificado como “segunda conversión”. San Clemente de Alejandría dice que el cristiano está llamado a experimentar esta “segunda conversión” que consiste en un deseo de tender a la perfección. Para entenderlo podemos decir que si la conversión sería el paso del mal al bien, esta segunda conversión sería el paso del bien a lo mejor. No tiene que identificarse necesariamente con la elección de una vida consagrada, sino que más bien es un progreso en la vida espiritual según el cual se intenta avanzar de una manera continua en darse con generosidad al Señor.

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Lo más importante es que descubramos que la conversión es una actitud que debe caracterizar la vida cristiana entera. No es algo propio de un tiempo litúrgico concreto o de un momento de nuestra existencia sino que toda nuestra vida está marcada por ese movimiento hacia Dios.

2.2. ¿A qué conversión se refiere Jesús? Cuando escuchamos la palabra de Jesús “¡Convertíos!” podemos preguntarnos: ¿a quién va dirigida? ¿A qué tipo de conversión se refiere? No es fácil responder porque básicamente Jesús puede referirse a cualquiera de los tipos de conversión que acabamos de ver (la de los increyentes, la de los alejados o la de los que buscan una mayor perfección en su vida religiosa). Por eso nos es más útil que pensemos cómo se concreta esa actitud a la que nos llama Jesús, en qué consiste. La conversión implica dos aspectos básicos. Por un lado se trata del reconocimiento, desde una conciencia clara y humilde, de la realidad del pecado en nosotros, de la infidelidad con la que muchas veces tratamos a Dios, que muchas veces va acompañado de la experiencia del dolor por la ingratitud que supone. Por otra parte, como otra cara de la misma moneda, se encuentra el retorno confiado a los brazos del Padre celestial, la confianza con la que nos acercamos a Dios, seguros de su amor. El más claro ejemplo de conversión que nos ofrece Jesús en el evangelio lo tenemos en la parábola del hijo pródigo: se aleja de la casa de su padre haciendo un mal uso de los dones que de él ha recibido, toma conciencia de la situación en la que se encuentra, del deterioro al que le

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ha llevado el pecado y decide regresar a la casa del padre, con la sorpresa de que no ha perdido su condición de hijo.

2.3. ¿Cuáles son las condiciones para que se pueda producir la conversión? Lógicamente la conversión no se produce casualmente, hacen falta unas actitudes adecuadas. La primera y fundamental es la fe, la adhesión confiada y total a Jesús, que implica la aceptación de su enseñanza y el deseo de imitar sus actitudes en nuestra vida, hasta alcanzar una vida de íntima, continua y progresiva comunión con él. Esto lo expresó muy bien san Pablo en la frase “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). Junto a la fe, otras disposiciones muy necesarias son la humildad, que nos hace reconocer la verdad tanto de nuestra condición como del amor de Dios; la docilidad a las invitaciones de Dios, que muchas veces nos habla desde nuestra propia conciencia; la rectitud de intención que nos ayuda a amar el bien y buscar la verdad, aunque las consecuencias que de ello se deriven sean, en ocasiones, dolorosas. Todo esto nos lleva a una afirmación final: la conversión no es algo que nosotros podamos hacer o, al menos, que podamos hacer solos. Es el resultado de la cooperación de la voluntad humana libre y de la gracia de Dios. Es Dios quien toma la iniciativa, quien sale a nuestro encuentro, pero debe encontrar en nosotros una libertad dispuesta a seguirle.

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3. La vocación y el discipulado Nuestro texto y nuestro tema concluyen con la experiencia de la vocación. El texto de Marcos nos presenta a aquellos pescadores que estaban junto al lago, pero en ellos estamos también nosotros. Toda nuestra vida cristiana parte de la llamada que hemos escuchado del Señor y de nuestra respuesta de seguirle. Vamos a reflexionar por un momento sobre lo que significa esta experiencia.

3.1. Nuestra vida es vocación… Vocación es una palabra que viene del verbo latino vocare, que significa “llamar”. Por tanto, vocación es llamada. Pero fijémonos, lo primero que hacemos cuando nace una persona o cuando tenemos noticia de su existencia en el embarazo es buscarle un nombre (¿Cómo se va a llamar?). El nombre es lo que nos distingue y nos hace capaces de ser llamados. Por eso desde el principio de nuestra vida todo es vocación. La vida misma lo es, porque no nos la damos nosotros sino que somos llamados a la existencia. Esta vocación nos constituye en seres dialogales, que entramos en comunicación con nuestro entorno. Desde nuestro seno materno ya escuchamos lo que sucede fuera, oímos los latidos del corazón de nuestra madre y respondemos, a veces, dando alguna pequeña patada. Pero es a partir de nuestro nacimiento y en el proceso de crecimiento cuando esa llamada se va concretando en las personas que tenemos cerca… nos llaman a la obediencia, nos llaman al respeto, nos llaman a la responsabilidad en nuestras obligaciones, nos llaman en definitiva al amor.

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3.2. La llamada de Dios: ¿cómo escucharla? Dentro de las muchas llamadas que conforman nuestra vida, hay una que es singular: la llamada de Dios. Es Dios el primero que nos ha llamado a la existencia, es también él quien nos llama a la fe de distintas maneras… Es una llamada tan particular que requiere unas condiciones para ser escuchada. En un mundo con tanto ruido y con tanta aceleración se dificulta la escucha de esta llamada. Es necesario que sepamos cómo se produce para que podamos descubrirla y escucharla. Desde el principio Dios ha llamado por medio de su palabra. Como vimos en el ciclo anterior, esto se concreta en la Creación por medio de la palabra, en la llamada a Abrahán, en la llamada que Dios va haciendo por medio de sus profetas. La palabra de Dios, tanto el AT como el NT, siempre será un lugar donde podemos escuchar esa palabra dirigida personalmente a cada uno de nosotros. Pero en este tiempo final, Dios nos ha querido hablar más claramente, más directamente y esa llamada la realiza por medio de Jesucristo, su propio Hijo. En su humanidad, Jesús nos revela el rostro amoroso de Dios y nos llama a descubrir su amor. Ésta es la buena noticia, éste es el evangelio. Toda la vida de Jesús, especialmente su entrega generosa y total por nosotros, se convierte en llamada. Jesucristo es el camino de acceso a Dios. No hay otro más sencillo ni más seguro. Además de estos dos medios únicos y fundamentales, Dios también se sirve de otros para llamarnos. Uno de éstos es la llamada que Dios nos hace desde nuestra pro-

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pia conciencia. Todos tenemos grabado en nuestro interior un deseo absoluto de bien, de felicidad, de justicia, de eternidad. A ese deseo sólo puede responder Dios, no hay ninguna otra realidad que pueda colmarlo. En la medida que escuchamos nuestra conciencia, que dejamos hablar a nuestro corazón, también ahí descubrimos esa vocación de Dios. Finalmente hay otras realidades de nuestro entorno que se convierten en llamada: nuestra historia personal, con sus distintas circunstancias; las personas y necesidades que hay a nuestro lado; nuestro mundo hambriento y necesitado de sentido, de valores… Tantas otras situaciones que leídas y entendidas piden una respuesta que nos lleva hacia Dios. La llamada de Dios, pues, es una llamada a acercarnos a él, a construir nuestra vida desde él; a que, en definitiva, seamos lo que seamos, seamos como él. Es lo que los cristianos entendemos y llamamos la vocación universal a la santidad.

3.3. La respuesta del hombre Una vez descubierta la llamada nos toca responder. Es la actitud justa y mínima, podemos decir. La respuesta, en sentido amplio, es asumir nuestra vida como proyecto. No se trata de dar una respuesta parcial o particular, sino darnos cuenta de que toda nuestra vida ha de ser respuesta a esa llamada. Eso supone construir nuestra existencia de modo integral desde la fe. Ser creyente, pues, no puede reducirse a algunos ámbitos o aspectos (ir a misa los domingos, participar en las reuniones del IDR, tener algún gesto de caridad…).

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Después esa respuesta global se va concretando en los distintos ámbitos de nuestra existencia: en la vida familiar, en la vida laboral, en nuestro tiempo libre, en el uso que hacemos de nuestros bienes, de nuestro tiempo, de nuestras capacidades. Si toda la vida es respuesta, todo en la vida ha de serlo. Esto pide en nosotros una actitud de discernimiento habitual. La pregunta que hemos de tener con frecuencia en nuestra mente y en nuestra oración es: ¿qué es lo que haría Jesús en esta circunstancia? ¿Cómo respondería? O también, ¿a qué me está llamando el Señor en este momento de mi vida? ¿Qué es lo que espera o desea de mí?...

3.4. Vocación y vocaciones Con intención de aclarar, debemos decir también que muchas veces el término “vocación” se entiende de modo unívoco como una llamada específica del Señor a un servicio o modo de vida concreto en la Iglesia. Estas llamadas son consecuencia de la vocación original y fundamental, que hemos visto que es la llamada a la santidad. Estas vocaciones suponen la elección de un estado de vida y ciertamente se producen en momentos puntuales y concretos. Generalmente requieren un acompañamiento y una formación específica: pensemos en la preparación al matrimonio o en la preparación al sacerdocio o a la vida religiosa. Esta vocación particular es de vital importancia, ya que en el descubrimiento de la misma se juega la felicidad futura de la persona. Hemos, por ello, de ayudar a los adolescentes y jóvenes en este momento de sus vidas a que se planteen su vocación, a que le

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pregunten al Señor qué quiere de ellos, a que busquen ayuda. Sólo en la realización de la voluntad de Dios, en el descubrimiento de su proyecto de vida sobre cada uno, alcanzamos nuestra vida más plena y feliz.

3.5. Modo de respuesta: el discipulado Finalmente vemos como esa respuesta a la llamada de Dios en Jesús toma una forma concreta que presenta dos caracteres fundamentales. En primer lugar la llamada y su respuesta establece un vínculo permanente entre Jesús y el llamado. No se trata de una respuesta puntal o circunstancial, hemos visto que es una respuesta que compromete toda la vida, y, por tanto, se desarrolla en el resto de la existencia. Ese vínculo toma la forma de seguimiento y la relación que se establece es la de maestro-discípulo. La vocación se concreta en el seguimiento del maestro para conocer su doctrina y para imitar sus actitudes. La segunda característica es que la respuesta, siendo personal, no se da individualmente sino en comunidad. La llamada del Señor constituye una comunidad de discípulos que comparten su existencia con él. Esto también hace que entre los discípulos se establezcan unas relaciones de fraternidad y de comunión en la misión. La persona creyente que ha respondido a la llamada del Señor sabe que el resto de su vida estará marcada por su condición de discípulo que no abandona nunca, porque Jesús es nuestro único maestro, y por su vivencia comunitaria ya que es imposible vivir nuestra fe y responder al Señor si no es en comunidad. En los temas sucesivos profundizaremos acerca de las enseñanzas de Jesucristo nuestro maestro y salvador.

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Preguntas para el diálogo Como acabamos de ver, este tema afecta directamente a nuestra vida. No podemos dejar de formularnos algunas preguntas urgentes y compartir la respuesta con los miembros de nuestro grupo.

La proximidad del Reino de Dios: a. Hemos visto que el Reino de Dios tiene su propio dinamismo, por eso nos preguntamos: ¿dejo que sea Dios el que marque los ritmos en mi vida, en mis tareas, en la evangelización…? b. Jesús ha hecho presente el Reino con su proximidad a los últimos y a los necesitados: ¿vivo yo también esa preocupación por acercar la buena noticia a los más desfavorecidos? c. ¿Cómo me afecta la experiencia de fe, principalmente de la resurrección, para entender y vivir las realidades de nuestro mundo? d. El Reino es también realidad futura, ¿cómo afecta esto a mis expectativas, a mis esperanzas de cara al futuro?

La conversión como actitud urgente: a. ¿Cómo entiendo yo el término “conversión”? ¿Qué supone para mí? b. ¿Soy consciente de que se dé en mí una “segunda conversión”? ¿En qué podría concretarla?

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c. ¿Vivo las dos dimensiones de la conversión, o tal vez me centro más en la dimensión negativa de eliminar el mal que hay en mí, pero sin valorar la atracción que el Señor quiere ejercer sobre mí para llevarme hacia él? d. La conversión requiere confianza en Dios, humildad, integridad… ¿cómo experimento en mí estas actitudes? ¿Vivo la conversión como actitud permanente?

La llamada y el discipulado: a. Nuestra existencia ya es vocación… ¿lo he pensado alguna vez? ¿Qué supone en mi vida? b. ¿Dónde me resulta más fácil escuchar la llamada de Dios y dónde más difícil? c. La llamada de Dios pide una respuesta integral… ¿intento vivirla así o hay partes de mi existencia que quedan fuera? ¿Cuáles son? d. [Para jóvenes] ¿Me he planteado alguna vez qué es lo que Dios espera de mí? ¿Estoy abierto a cualquier vocación que me pueda proponer? e. ¿Cómo vivo mi condición de discípulo? ¿En qué se concreta? ¿Vivo agradecido de la dimensión comunitaria de la fe? ¿Me doy cuenta de que sin otros creyentes a mi lado me es muy difícil ser discípulo de Jesús?

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Bibliografía complementaria Las cuestiones que trata este tema del IDR tienen una bibliografía muy extensa, porque son temas fundamentales de la vida y condición cristiana. Señalamos algunos libros y artículos de diccionarios que puedan servir como ayuda y profundización. Rudolf SCHNACKENBURG, Reino y Reinado de Dios, Actualidad Bíblica 3, Ed. Fax (Madrid), 1965. Obra clásica sobre el tema, muy especializada pero de lectura fácil y muy fructuosa. Virgil HOWARD y David B. PEABODY, “Marcos”, en Comentario Bíblico Internacional, Verbo Divino (Estella), 1999, págs. 1211-1243, particularmente interesantes para nuestro texto las págs. 1217-1228. Francisco PÉREZ HERRERO, Marcos, en: Santiago Guijarro–Miguel Salvador (eds.), Comentario al Nuevo Testamento, La Casa de la Biblia (Estella), 1995, págs. 125-140. Tullo GOFFI, “Conversión”, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ed. Paulinas (Madrid) 1991, págs. 356-362.

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3. Actualizamos

Sugerencias para la actualización El comienzo de la vida pública de Jesús y este primer mensaje no pueden dejarnos a nosotros indiferentes hoy. Es palabra vital también para nosotros que hacemos este Itinerario de Renovación en la fe. Una primera manera de actualizar este anuncio de Jesús es estar atentos para descubrir en nuestro entorno esa proximidad del Reino de Dios a la vez que valorar esta importancia de vivir con intensidad el momento presente: es tiempo de salvación. Vivimos en un momento y en una sociedad en la que parece que el tiempo se ha acelerado: se producen cambios constantemente, las experiencias se amontonan, hay que vivir deprisa… Este estilo de vida nos dificulta la lectura reposada y serena de los acontecimientos que vivimos. Así es muy difícil, o casi mejor imposible, descubrir ese paso de Dios por nuestra vida, esa novedad que Dios está creando en nosotros. La sensación es que nuestra vida se diluye, se va consumiendo velozmente y nos conduce vertiginosamente a un final fatal. Deberíamos proponer y proponernos modos de evitar los efectos de este ritmo frenético. Tal vez un breve momento en la mañana en el que pensamos qué vamos a hacer en el día, con qué personas nos vamos a encontrar, con qué actitud vamos a afrontar cada una de las

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circunstancias… Y todo esto con el deseo de impedir que los acontecimientos nos absorban, nos agoten y paralicen nuestra atención a los detalles. Lo mismo sería bueno hacer al acabar la jornada: una revisión en clave agradecida por lo vivido, con deseo de mejorar en la jornada siguiente. Sólo así nuestro tiempo se convertirá en kairós y podremos vivirlo como ocasión de salvación. En esta misma clave hemos de escuchar en este tema la llamada a la conversión que el Señor nos lanza. Es una sacudida que no nos puede dejar indiferentes. Generalmente lo de la “conversión” solemos dejarlo para el tiempo de Cuaresma, pero no tiene por qué ser así. Tal vez ahora es tu “tiempo de conversión”, que no hemos de entender sólo como un abandono de las actitudes negativas, sino más bien como un acercamiento a Dios. Sólo desde esa cercanía tiene sentido todo lo demás: renuncia al mal, práctica de las virtudes, de la caridad,… La conversión necesita una actualización cotidiana, como actitud fundamental. Cada día el Señor hace nuevas todas las cosas y ése es un punto de partida desde el que podemos también intentar nuestra mejora desde la experiencia de su gracia. Lógicamente la conversión, entendida como acercamiento a Dios, nos ha de llevar a dar una respuesta de fe, a fortalecer nuestra adhesión a la buena noticia de Jesús y a vivirla como tal para convertirnos en testigos del evangelio. En definitiva, esta palabra primera y fundamental de Jesús nos tiene que llevar a una personalización de nuestra fe. En muchos casos recibimos el bautismo en nuestra infancia y

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aprendimos a vivir la fe en nuestras familias con el ejemplo de nuestros padres o abuelos, en la parroquia con la ayuda de sacerdotes y catequistas o en el colegio con el testimonio de nuestros profesores… Tal vez para otros la fe nos llegó en una edad más adulta. Lo que todos podemos vivir ahora es esa experiencia de encuentro con el Señor, sentir como pasa por nuestro lado y nos sigue llamando a seguirle. Como nos dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1). Este tema y este momento en el que estamos caminando por el itinerario nos puede ayudar a recuperar nuestra original vocación cristiana: vivir como discípulos de Jesús nuestro Maestro y Salvador, fijar nuestra mirada en él y seguir sus pasos. Lo hacemos conscientes de que nuestro seguimiento del Señor lo hacemos en comunidad, acompañados del resto de discípulos. Por eso agradecemos también nuestro grupo del IDR que nos ayuda a avanzar en esa personalización de la fe y en el testimonio que damos ante los demás. Por eso la actualización que podemos realizar es ver a qué nos llama hoy la fe, cómo podemos vivirla de manera más consciente, más activa,… en qué aspectos podemos mejorar nuestra vida de fe (formación, celebración de los sacramentos, vida espiritual, compromiso social, testimonio misionero…).

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Posibles compromisos y actuaciones 1. Un primer compromiso tendría que ver con la distribución y el uso que hacemos de nuestro tiempo. Pensar cuál es la parte de nuestro tiempo que consideramos menos útil (atención que el descanso es necesario y es tiempo útil) y ver cómo podemos poner nuestro tiempo más al servicio de los demás. Si estamos en una etapa activa de nuestra vida, tal vez tenemos menos tiempo y lo hemos de distribuir mejor. Si, por el contrario, estamos en una etapa en la que ya disponemos de más tiempo, podemos pensar qué servicios podríamos prestar a la comunidad parroquial, a nuestro barrio o pueblo, etc. 2. La proximidad del Reino pide de nosotros una mayor atención a los acontecimientos, tener un espíritu crítico para descubrir dónde está denunciándonos el Señor por nuestras actitudes alejadas del evangelio y dónde está soplando el Espíritu para promover una civilización del amor. En este sentido, podríamos comprometernos a ver críticamente las noticias que llegan a nosotros (telediario, Internet, radio…) y hacer un esfuerzo por buscar alguna noticia “buena” que sea signo de esa cercanía de Dios a la humanidad y de la proximidad del Reino que Jesús vino a comunicar. Además de descubrirla, deberíamos hacer lo posible por compartirla y comunicarla a alguien, personalmente o por alguno de los múltiples medios de comunicación de los que disponemos…

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3. El tema de la conversión también es central en el tema de hoy. Para nosotros los cristianos, esa conversión está estrechamente vinculada con el sacramento de la Reconciliación. Una posible acción sería revisar cómo lo vivo, las dificultades que encuentro para celebrarlo,… y compartirlas con mi grupo. A partir de la situación actual también podríamos proponer algunos pasos para mejorar en este campo. 4. Finalmente hemos contemplado y renovado la llamada del Señor a seguirle, es la vocación universal del cristiano. Pero eso no debe hacernos olvidar las llamadas particulares que el Señor realiza en su Iglesia: la llamada a formar una familia, la llamada a una vida consagrada en el sacerdocio o en la vida religiosa… Hemos de tenerlas presentes y una buena manera sería rezar por las parejas de novios que conocemos y rezar también por el Seminario y por las vocaciones, conocer mejor la realidad de nuestro Seminario Diocesano (el Seminario Mayor de Moncada, el Seminario Menor de Xàtiva y los Colegios de formación sacerdotal).

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El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

4. Oramos juntos En los compromisos de este tema se nos invita a rezar por nuestra común vocación a la santidad en la vida cristiana y también por las vocaciones particulares. Podemos comenzar a hacerlo en este momento de oración común en el grupo del IDR y que nos sirva como punto de partida para la oración personal.

Introducción El que dirige la oración comienza: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Todos: Amén. El que dirige: Nos disponemos para este momento de oración en el que Jesús pasa por nuestro lado, se hace presente entre nosotros, nos comunica su palabra y nos llama a cada uno personalmente a seguirle. Se guarda un momento breve de silencio.

1. La llamada constante del Señor Un miembro del grupo lee esta monición antes de la proclamación de la Palabra.

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Vamos a proclamar un texto del evangelio que choca con nuestra sensibilidad y muchas veces nos cuesta entender: la parábola de los trabajadores de la hora undécima. Lo más importante del texto es que el Señor llama a todas las horas, en todos los momentos y lo que espera es una respuesta generosa de nuestra parte. Después también será él generoso, de una manera desproporcionada, con nosotros. Otro miembro del grupo proclama el texto. Lectura del evangelio según san Mateo 20, 1-16 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña.

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Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Guardamos un momento de silencio, releyendo e interiorizando la Palabra. Dejamos que el Señor también haga su llamada hoy a nosotros.

2. Nuestra respuesta Como a aquellos jornaleros, también Jesús nos llama a nosotros en esta hora, en este momento. Ellos respondieron.

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Nosotros, ¿qué hacemos? Vamos a manifestarle a Jesús nuestra disponibilidad con la siguiente oración de san Ignacio de Loyola. Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es Vuestro: disponed de ello según Vuestra Voluntad. Dadme Vuestro Amor y Gracia, que éstas me bastan. Amén. Después de rezar juntos esta oración se deja un momento de silencio y se da la oportunidad para que cada uno repita en voz alta el verso con el que más sintoniza hoy en su oración.

3. La llamada específica En el texto escuchábamos la llamada del Señor a Pedro y a Andrés, que nos relata el evangelio de Marcos, vamos ahora a proclamar el evangelio en el que escuchamos también la llamada de Jesús en el evangelio de Juan. Lector: Lectura del evangelio según san Juan 1, 35 42 En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: —”Éste es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:

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—”¿Qué buscáis?”. Ellos le contestaron: —”Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: —”Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con el aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: —”Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”. Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedo mirando y le dijo: —”Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)”. Se puede dejar un tiempo de silencio en el que cada miembro del grupo repita la parte del texto que más le ha llamado la atención.

4. Presentamos nuestras necesidades Una vez escuchada la Palabra de Dios en su riqueza, podemos ahora nosotros presentar nuestras peticiones al Señor, porque nos invita a ello: pedid al dueño de la mies… Cada grupo tiene una experiencia en este sentido. Habrá grupos que pedirán espontáneamente, a otros, tal vez, les cuesta más. Es interesante que avancemos en este campo y que creemos un ambiente favorable y una relación de confianza para que podamos compartir también nuestra oración. Por esto, ofrecemos algunas intenciones, pero no damos la petición desarrollada para que

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sea el mismo grupo o cada persona la que la concrete con sus palabras… El que dirige la oración: Presentamos ahora a Dios nuestras oraciones y las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro mundo: Posibles intenciones en la oración, que pueden ser completadas con otras (no es necesario hacerlas todas). 1. Por la Iglesia y por nuestra diócesis. 2. Por nuestra parroquia. 3. Por los grupos del IDR de nuestra diócesis y, en particular, por los de nuestra parroquia. 4. Por las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. 5. Por las parejas de novios y las vocaciones al matrimonio cristiano. 6. Por los enfermos y personas que sufren en nuestras familias. 7. Por las personas que se han alejado de Dios y de la Iglesia. 8. …

5. Oración conclusiva a María Concluimos rezando esta oración dirigida a nuestra madre, la Virgen María. Podemos hacerlo juntos a una voz, podemos leer cada uno un párrafo de la misma, o también puede rezarla uno en nombre de todos.

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Oh Virgen santísima Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, con alegría y admiración nos unimos a tu Magníficat, a tu canto de amor agradecido. Contigo damos gracias a Dios, “cuya misericordia se extiende de generación en generación”, por la espléndida vocación y por la multiforme misión confiada a los fieles laicos, por su nombre llamados por Dios a vivir en comunión de amor y de santidad con Él y a estar fraternalmente unidos en la gran familia de los hijos de Dios, enviados a irradiar la luz de Cristo y a comunicar el fuego del Espíritu por medio de su vida evangélica en todo el mundo. Virgen del Magníficat, llena sus corazones de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión. Tú que has sido, con humildad y magnanimidad, “la esclava del Señor”, danos tu misma disponibilidad para el servicio de Dios y para la salvación del mundo.

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Abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura. En tu corazón de madre están siempre presentes los muchos peligros y los muchos males que aplastan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Pero también están presentes tantas iniciativas de bien, las grandes aspiraciones a los valores, los progresos realizados en el producir frutos abundantes de salvación. Virgen valiente, inspira en nosotros fortaleza de ánimo y confianza en Dios, para que sepamos superar todos los obstáculos que encontremos en el cumplimiento de nuestra misión. Enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios, de los nuevos cielos y de la nueva tierra. Tú que junto a los Apóstoles has estado en oración en el Cenáculo esperando la venida del Espíritu de Pentecostés,

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invoca su renovada efusión sobre todos los fieles laicos, hombres y mujeres, para que correspondan plenamente a su vocación y misión, como sarmientos de la verdadera vid, llamados a dar mucho fruto para la vida del mundo. Virgen Madre, guíanos y sostennos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén. Si está el sacerdote se concluye con la bendición.

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Tema 2

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5. Preparamos la jornada siguiente El anuncio del Reino, como llamada a la conversión, es el centro de la predicación de Jesús, como hemos visto en este tema. Una predicación que no es únicamente “de palabra”, sino que es acontecimiento. Las palabras de Jesús y su actuación manifiestan, realizan y hacen presente el Reino de Dios. Esto es lo que vamos a contemplar en el Tema 3: cómo las parábolas y los milagros explican y manifiestan el Reino. A través de las parábolas Jesús irá desentrañando los misterios del Reino: cómo es, quién pertenece a él, cómo es el amor del Padre… Los milagros manifestarán, harán patente, que el Reino ya está en medio de nosotros. Los milagros y las parábolas están íntimamente ligados a la predicación de Jesús: “Jesús recorría todas las ciudades y pueblos…, proclamando la buena nueva del reino y sanando de toda enfermedad y dolencia” (Mt 9, 35). Como siempre, será muy recomendable leer el texto bíblico que se propone y que nos narra una “jornada” de la vida de Jesús. Contemplarlo y comparar nuestras “jornadas” tan llenas de cosas pero, en ocasiones, lejos de Dios. También será importante leer el tema para que el diálogo y el trabajo posterior que se sugiere para el Tema 3 sea más fluido y participativo.

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Para mí la vida es Cristo Curación del paralítico. Pedro de Orrente. S.XVII. Óleo sobre lienzo. Museo del Real Colegio del Corpus Christi. Valencia.

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Tema

Las parábolas y los milagros explican y manifiestan el Reino

“Enseñaba con autoridad” (Mc 1, 22)

Tema 3 Las parábolas y los milagros explican y manifiestan el Reino Para mí la vida es Cristo

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Oración inicial Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra.

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Tema

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1. Escuchamos

Lectura del texto bíblico Y entran en Cafarnaún y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: “¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea. Y enseguida, al salir ellos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a serviles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. (Mc 1, 21-34)

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Breve análisis del texto, situación Nos encontramos con el primer relato del ministerio de Jesús. Se trata de “una jornada” en Cafarnaún. Hay de todo: enseñanza, expulsión de demonios, curación de enfermos y multitudes que se agolpan en torno a Jesús. Hay amigos y gente conocida; sinagoga, casa familiar; en público y en privado. El evangelio de Marcos no está agrupado por temas como el de Mateo; va poniendo los episodios uno tras otro, sin ningún orden al parecer. Pero el desorden en realidad es sólo aparente; un análisis atento hace descubrir en muchas páginas una lógica muy hábil. Por ahora nos contentaremos sólo con una observación: esta primera serie de episodios (que llega hasta 3, 6) tiene como motivo de organización una indicación geográfica: Cafarnaún y su lago. De esta forma, la primera parte (1, 21-34) constituye una “jornada” de Jesús, una verdadera y auténtica unidad de tiempo y de lugar. Y se trata de un sábado, como se dice al principio y como se deja comprender al final (la gente espera que se ponga el sol, o sea, el final del descanso sabático, para llevar los enfermos a Jesús). La finalidad de Marcos es la de iluminar la figura de Cristo. Nos presenta en esta página la misión de Jesús en su doble aspecto de palabra y de acción, enseñanzas y obras de salvación. No le interesa a Marcos todavía decirnos qué era lo que enseñaba Jesús; le interesa decirnos que Jesús enseñaba y actuaba. Presentándose de

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esta manera, Jesús se convierte en un interrogante para los presentes: ¿quién es éste? He aquí el interrogante central. Pero dejemos por ahora en suspenso este interrogante; conviene que antes leamos cada una de las perícopas. En la sinagoga de Cafarnaún Sabemos que en la Palestina de aquella época había sinagogas o “Casas de oración” no sólo en los grandes centros, sino incluso en los pueblos y en las aldeas. Los israelitas acudían allí para la oración y para la lectura y la explicación de la ley. No sólo los escribas y los ancianos, sino cualquiera de los participantes podían ser invitados por el presidente a dirigir la palabra a los demás. Por otra parte, cualquier israelita podía pedir la palabra para intervenir. Es precisamente en una sinagoga, en la de Cafarnaún, donde Jesús toma la palabra para enseñar. Y es también en la sinagoga donde Jesús libera a un hombre poseído del espíritu inmundo (1, 21-28). No es fácil para nosotros reconstruir la realidad de lo que sucedió. En tiempos de Jesús estaba extendida la opinión de que los demonios estaban en el origen de cualquier enfermedad, especialmente de las diversas enfermedades mentales, cuyas manifestaciones hacían pensar que el enfermo no era ya dueño de sí mismo. No es extraño entonces que los evangelios hablen según la mentalidad de su tiempo y que el mismo Jesús, en su parte, se haya querido acomodar a ella. No debemos pretender de estas narraciones un diagnóstico médico ni una declaración especulativa sobre la naturaleza de los demonios. Reflejan más bien la lectura “teológica” que un hombre de la época —ante ciertos

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casos especialmente preocupantes— hacía de los hechos, llegando a la raíz de la situación, allí donde se descubre la huella del enemigo de Dios y del destructor del hombre. Es una lectura teológica que nace de un convencimiento que el evangelio parece imponer: el mal no viene solamente del hombre; detrás de sus diversas manifestaciones está el enemigo por excelencia, el destructor de la creación. El hombre bíblico es de la opinión que las cuentas sobre el mundo y sobre la historia no salen bien si sumamos solamente las fuerzas de la naturaleza, las del hombre y las de Dios; está además la fuerza del maligno. A la luz de estas observaciones preliminares tenemos que leer nuestro episodio y otros similares. La narración no quiere presentar un caso curioso y aislado, sino más bien —a través de un caso especialmente claro— nuestra situación común de hombres caídos, sometidos a las fuerzas del mal e incapaces de entrar en comunión con Dios. Todo lo dicho resulta todavía demasiado general. Examinemos más de cerca la narración de Marcos, señalando algunos detalles que parecen más significativos. Primer detalle: se trata de un hombre que perturba el servicio litúrgico; Jesús le manda callar secamente: “¡Cállate y sal de este hombre!”; el espíritu se ve obligado a obedecer y el hombre, libre del espíritu agitador, vuelve a su sano juicio. Los exorcismos estaban de moda y la literatura rabínica habla de ellos con frecuencia. Pero eran exorcismos largos, extraños y complicados, llenos de fórmulas y de gestos mágicos. Jesús, sin embargo, no recurre a palabras mágicas ni a ritos misteriosos, sino

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que se impone al espíritu impuro simplemente con una orden. De eso es de lo que se admira la gente. Segundo detalle: hay una clara diferencia entre el modo como Jesús considera la enfermedad y cura a un enfermo y el modo como se porta Jesús con un hombre poseído por el demonio. En nuestro relato (como en todos los exorcismos del evangelio de Marcos) se respira la atmósfera de una lucha; el mismo Jesús, más adelante (3, 27), usará la imagen del hombre fuerte atado y saqueado. El endemoniado se dirige a Jesús en una actitud defensiva (se da cuenta de que ha llegado el que lo va a derrotar) e intenta, si es posible, pasar al ataque; pero luego tiene que ceder al más fuerte, aunque sea con la última manifestación de rabia y de despecho (“hizo revolcarse al hombre en el suelo, lanzando un grito tremendo, y luego salió”). Nuestro episodio (y otros parecidos que vendrán luego) son la continuación de la lucha entre el “fuerte” y el “más fuerte” que había comenzado ya en la tentación. Y el último detalle: el diálogo entre Satanás y Jesús. El evangelista se aprovecha del espíritu maligno para revelarnos quién es Jesús. “Los demonios contemplan lo invisible y revelan a los lectores de Marcos la trascendencia de la personalidad de Jesús. A través del Jesús terreno ellos ven la gloria del Resucitado. ¡Se convierten así en los teólogos de Marcos!” (cf. LEÓN·DUFOUR-LEÓN, Estudios de Evangelio, Edic. Cristandad, Madrid 1982). El relato de la curación de la suegra de Pedro es muy vivo dentro de su sencillez; parece como si se oyera la voz de los testigos oculares. Pero si queremos leer estas cura-

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ciones de Jesús con los ojos de los primeros cristianos, no hemos de ver en ellos simples prodigios, sino captar en ellos las “palabras” que anuncian el Reino y el mensaje de vida. A este propósito bastará con dos detalles muy elocuentes. El relato está dominado por la expresión “la levantó”, que en el lenguaje del Nuevo Testamento evoca la resurrección de Jesús y la resurrección bautismal. La narración —segundo detalle— termina con la mención del “servicio” (en la forma griega que se utiliza para la acción continua), para expresar el seguimiento y la actitud del discípulo. A la luz de estas dos expresiones, el gesto de Jesús se convierte en un símbolo perenne: la intervención de Jesús es la que nos hace levantarnos para que emprendamos el camino del servicio.

La palabra nos interpela En el relato del evangelio que se nos propone en este tema, hemos acompañado a Jesús en “una jornada”: oración, curaciones, enseñanza de un modo nuevo… ¿Qué lugar ocupa la oración en tu vida diaria? ¿Buscas la ocasión de entrar en la parroquia, para dar gracias a Dios, para descubrir lo que Dios quiere de ti? ¿Te sientes curado por Cristo? ¿Eres misionero de la Palabra de Dios y la anuncias con la autoridad de Jesús?

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2. Reflexionamos

Exposición del tema

1. El Reino como soberanía de Dios Al inicio mismo de su vida pública, Jesús se presenta ante sus contemporáneos como mensajero de un gran acontecimiento que acaba de comenzar: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está llegando. Convertíos y creed la Buena Noticia” (Mc 1,15). Más que una enseñanza o un cuerpo doctrinal de verdades, estas palabras son como una feliz exclamación, un grito de alegría: “Ya está aquí el Reino de Dios”. En el Antiguo Testamento Dios había ido prometiendo que llegaría un día en que rescataría al hombre de todas sus esclavitudes y restauraría su plena dignidad y dicha. Este designio de salvación resuena con admirable fuerza en los escritos del profeta Isaías, quien dibuja una grandiosa intervención de Dios en la historia para liberar a los hombres y guiarlos hacia su definitiva plenitud (cf. Is 35,1-10; 40,9-11; 52,7-10; 61,1-4). Pues bien, lo que anuncia Jesús es que la gran promesa de Dios comienza ya a cumplirse, que Dios viene para reinar de manera nueva y definitiva, y para abrir un camino seguro hacia la plenitud. Y que esto sucede precisamente a través de él. ¿Qué significa para Jesús este Reino, o mejor, Reinado de Dios? La verdad es que no nos da una respuesta sencilla a esta cuestión. Es un

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acontecimiento tan rico que necesitamos leer todo el Evangelio para comprenderlo. Podemos describirlo con unas cuantas afirmaciones: 1. El Reino de Dios es una fiesta. Dios ha creado al hombre para ser feliz y por eso el hombre se pasa la vida añorando esa felicidad. El Reino es la realización perfecta de esa aspiración. Es como un gran banquete en el que quedan saciadas todas las necesidades y donde se experimenta la alegría profunda del amor y de la compañía. De ahí que su llegada sea una Buena Noticia, la mejor noticia para el hombre. 2. El Reino de Dios es una gracia. No es fruto de nuestros esfuerzos, no lo podemos planificar, organizar y construir con nuestras fuerzas, sino que es un regalo, un don que se nos ofrece gratuitamente. Por eso Jesús nos invita a pedirlo: “Venga a nosotros tu reino”. Y es que, en definitiva, se trata de la presencia activa del amor y de la misericordia de Dios que nos viene al encuentro. Es como una semilla nueva que alguien siembra en nuestra tierra, o como un tesoro con el que nos encontramos inesperadamente. 3. El Reino de Dios es una fuerza transformadora, es decir, algo que cambia al hombre desde dentro, sanando todas sus enfermedades y liberando todas sus posibilidades. Es como un poco de levadura que transforma toda la masa y hace un hombre nuevo.

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4. El Reino de Dios es una nueva forma de vivir y de comportarse, porque afecta a las cuatro relaciones que constituyen al hombre y las transforma: — la relación con Dios, a quien descubre como Padre; — la relación conmigo mismo, a quien me descubre como hijo; — la relación con los otros, que se convierten en mis hermanos; — la relación con las cosas, que de ídolos pasan a ser dones de Dios para mi utilidad. Es como la nueva situación vital que estrena el hijo pródigo después de haberse encontrado con el amor y el perdón gratuito de su padre. 5. El Reino de Dios es un proceso de crecimiento. Ciertamente este Reino sólo se realizará de forma plena y definitiva en la otra vida, en el “más allá”. Pero es algo que ya ha comenzado, que ya está en marcha entre nosotros (cf. Mt 12,28). Y ha comenzado como algo humilde y escondido que va desarrollándose sin parar, hasta llevar al hombre a la plenitud definitiva que Dios tiene pensada para él. Es como una pequeña semilla de mostaza que acaba convirtiéndose en un árbol gigante. 6. El Reino de Dios es una civilización del amor, porque no sólo cambia a las personas individualmente consideradas, sino que crea también una nueva sociedad que, por aceptar la soberanía del amor de Dios, es una sociedad de hombres libres,

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pacíficos, compasivos, una sociedad que protege y ayuda a los desvalidos, a los humildes y a los pobres. Es como un gran banquete al que se invita a todos sin ninguna discriminación, y, sobre todo, a los pobres y desvalidos que andan por los caminos, para que todos convivan con alegría.

2. Las parábolas del Reino Al intentar explicar el Reino de Dios, hemos utilizado algunas comparaciones. Y todos nos hemos dado cuenta de que estas comparaciones las propuso el mismo Jesús. En efecto, Jesús no hizo grandes y complicados discursos, sino que recurrió al uso de lo que él mismo llamó “parábolas” para explicarnos el Reino de Dios. Los evangelios nos han transmitido unas cuarenta; y hay que decir que constituyen la forma más característica de hablar de Jesús. Las parábolas son comparaciones o relatos breves sacados de la vida de cada día, que, a primera vista, parecen totalmente inofensivos. Al escucharlos, el oyente entra confiado en ellos. Pero, cuando está dentro y ha tomado parte, salta de pronto un interrogante y el oyente, por poco sincero y avispado que sea, se ve literalmente atrapado, se da cuenta de que esa historia va dirigida a él y le obliga a definirse. Jesús utilizó este lenguaje porque quería llegar al mayor número posible de oyentes, hasta los más sencillos. Pero también para hacernos caer en la cuenta de que el Reino tenía que ver con la vida de cada día; más aún, que se realizaba en la vida misma.

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Para poder entenderlas y adentrarnos así en el núcleo de la predicación de Jesús, hemos de tener en cuenta tres cosas: 1. Toda parábola tiene sólo un centro de atención. Aunque sea larga y llena de detalles, todo gira en torno a un único mensaje central. Por tanto, no hay que intentar ver el significado de cada detalle, sino preguntarse: “¿Qué idea principal me quiere comunicar esta parábola?”. 2. Todas las parábolas son anuncios de la llegada del Reino de Dios e intentan hacernos comprender algún aspecto o cualidad de este Reino. Por eso, al leerlas, tenemos que preguntarnos: “¿Qué me dice esta parábola acerca del Reino de Dios?”. 3. Las parábolas pretenden provocar una reacción ante la llegada del Reino. Y por eso hemos de preguntarnos también: ¿Qué respuesta espera de mí?”. Hay que reconocer que las parábolas del Evangelio, a fuerza de oírlas, han perdido gran parte de su fuerza: nos suenan demasiado. Además, la parábola no es un modo de hablar usual en nuestra cultura y, como consecuencia, nos resultan un poco distantes. Hemos de hacer un esfuerzo para recuperarlas, leyéndolas una y otra vez, meditándolas, dejándonos interpelar por ellas. Si, con toda honradez y sinceridad, dejamos que las parábolas entren en nuestra vida, nos irán descubriendo un montón de cosas extraordinariamente importantes. Porque son las cosas que Dios quiere decirnos para que nuestra vida vaya cambiando según su amor y su proyecto.

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3. Los milagros, signos del Reino Jesús realizó numerosos milagros y prodigios. Los evangelios nos narran tres resurrecciones de muertos, múltiples curaciones, expulsiones de demonios y milagros sobre la naturaleza como la multiplicación de los panes, la tempestad calmada o la maldición de la higuera. Hay que decir enseguida que los milagros de Jesús no son actos de magia para asombrar a la gente y ganar notoriedad. Jesús rechazó la tentación de llevar a cabo su misión mesiánica con prodigios espectaculares (cf. Mt 4,1-11). Por eso le molestaba pasar por milagrero y se quejaba de que la gente buscara solamente prodigios (cf. Mc 8,12; Mt 12,39; Lc 11,29). Por otra parte, aunque los milagros descubren la extraordinaria sensibilidad y compasión de Jesús hacia la humanidad doliente, tampoco se trata de que Jesús quisiera librarnos de todo el mal físico y de la muerte. Aunque resucitó a algunos muertos, son muy pocos y, además, volvieron a morir; y lo mismo ocurre con los enfermos. Dios, y por tanto Jesús, no ha querido librarnos de momento de los procesos determinados por las leyes de la naturaleza, que él mismo ha establecido. ¿Qué finalidad tenían pues los milagros obrados por Jesús? Si leemos con atención los evangelios, descubriremos que los milagros están íntimamente relacionados con la predicación de Jesús: “Jesús recorría todas las ciudades y pueblos…, proclamando la buena nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 9,35). Y es que los milagros forman parte de la proclamación del Reino. Jesús anuncia este Reino no sólo con palabras, sino también con

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hechos. Los milagros son signo de que ese acontecimiento poderoso y transformador que es el Reino está ya realizándose entre los hombres: “Si yo expulso a los demonios por el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11,20). Los milagros sobre la naturaleza están señalando que es el Creador y Señor del mundo el que está actuando; las curaciones nos indican que han llegado ya los tiempos mesiánicos y que la fuerza salvadora de Dios ha irrumpido en el mundo (cf. Mt 11,5). Pero los milagros no sólo demuestran que el Reino ha llegado, sino que ilustran algunos aspectos y características del mismo, ya que se convierten en signos que apuntan a un significado más profundo. Así, la curación de un ciego o de un sordo nos invita a abrir nuestros ojos o nuestros oídos para descubrir la salvación que nos viene en Cristo. Las curaciones realizadas en sábado nos enseñan cuál debe ser la postura del cristiano ante la antigua Ley. Los milagros realizados a personas no judías destacan el carácter universal de la salvación. Y, en definitiva, cuando Jesús libera a algunos hombres de males como el hambre, la injusticia, la enfermedad o la muerte, quiere hacernos ver que él ha venido para liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el mayor obstáculo a su vocación de hijos de Dios y la causa de todas las servidumbres humanas. Hay además en los milagros de Jesús otro aspecto que no podemos olvidar. El hecho de que curen el cuerpo y apunten al mismo tiempo a una restauración del espíritu humano, nos hace ver que Jesús es portador de una salvación integral, que afecta a todo el hombre. Aunque de momento esta salvación no haya eliminado aún ni el

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sufrimiento físico ni la muerte, está actuando ya ahora sobre nuestro cuerpo y llegará un día en que lo convertirá en cuerpo glorioso e inmortal. Otro elemento a destacar es que Jesús, antes de curar, pide al enfermo fe. Nosotros tendemos más bien a pensar que los milagros son pruebas que llevan a la fe. Pero resulta que muchos de los que vieron los milagros de Jesús no creyeron en él. Más bien ocurre lo contrario: los milagros sólo pueden ser comprendidos por aquellos que, de antemano, tienen fe, y, entonces, la fortalecen y potencian. Una última cuestión: ¿se han acabado los milagros? Ciertamente la vida terrena de Jesús, como primera irrupción del Reino de Dios en la humanidad, fue una etapa única, en la que hizo falta una riqueza especial de signos para hacernos ver que Dios nos estaba visitando y salvando. Pero Jesús encargó a sus discípulos que siguieran haciendo presente el Reino con palabras y con obras, como lo hizo él. Es decir, ahora Jesús sigue proclamando y realizando el Reino a través de sus discípulos; y también ahora necesita signos. ¿Cuáles son los signos actuales del Reino? En primer lugar los milagros en sentido estricto, que Dios no deja de realizar cuando y como quiere. Pero, además, hay otros signos sensibles a través de los cuales el hombre es liberado del mal para poder servir al Señor: son los sacramentos, acciones del Señor Resucitado a través de su Iglesia.Y otro signo muy importante del Reino es la conducta personal y comunitaria de los cristianos: la fraternidad, el servicio a los demás, la alegría, la entrega de la vida por Cristo…; son prodigios que Jesús sigue realizando y que alertan a los hombres sobre la presencia de la acción salvadora de Dios.

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Regreso del hijo pródigo. Rembrandt, 1662. Óleo sobre tela. Museo del Hermitage, San Petersburgo. Rusia. Para mí la vida es Cristo

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Preguntas para el diálogo A lo largo de los diversos temas de nuestro Itinerario, esta sección ha querido suscitar en el grupo el diálogo y la profundización en el tema tratado. Muchas de las preguntas iban dirigidas a ayudarnos a poner en común la experiencia de vida cristiana que iba surgiendo en cada una de las sesiones, a profundizar en los conocimientos adquiridos, a madurar y crecer en la fe. En esta ocasión os proponemos un modo distinto de propiciar el diálogo, desde una experiencia personal. En la siguiente sección ACTUALIZAMOS, os ofrecemos un modo distinto de llevar a cabo esta tarea.

Bibliografía complementaria J. A. FITZMYER, El evangelio según Lucas, Vol. II, Cristiandad, Madrid, 1987, 195-234. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1720, 2819, 2046, 543-44, 763, 567,669,764,768. J.RATZINGER, Jesús de Nazaret, vol. 1 (capítulo tercero), La Esfera de los Libros, Madrid, 2008.

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3. Actualizamos

Sugerencias para la actualización Como os adelantábamos en la sección PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO, en este tema os proponemos un modo diferente de afrontar estas dos secciones de vuestra sesión del Itinerario. Junto con este primer volumen, habéis recibido un desplegable. En él encontráis, además de un bello paisaje, seis parábolas y seis milagros. La tarea que os proponemos es doble. Por una parte, personal, por otra, de grupo. La tarea personal es leer las parábolas y los milagros e identificarse con alguna de las escenas que se nos proponen, buscar un personaje al que me parezco, con el que comparto inquietudes, necesidades… La segunda será poner en común, dialogar, sobre esta experiencia en el grupo. No olvidemos que tanto las parábolas como los milagros de Jesús manifiestan y hacen presente el Reino de Dios del que nosotros somos ciudadanos.

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El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

4. Oramos juntos “La Liturgia de las Horas es santificación de la jornada” (Pablo VI, Laudis canticum 2). En cada uno de los temas de nuestro Itinerario se nos ha ofrecido, en esta sección, un modo de oración: alabanza, intercesión… con distintos esquemas y modos. Y todos son válidos. Al principio del Itinerario nos proponíamos, como uno de los objetivos, que éste fuera una “escuela de oración”. En este tema os presentamos, para la oración, el esquema de las Vísperas. Las Vísperas, la Oración de la tarde, forma parte de la Liturgia de las Horas con la que se santifica el tiempo diario imitando así al mismo Jesús: “Su actividad diaria estaba tan unida a la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la cuarta vigilia de la noche” (OGLH 4).

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V/. Dios mío, ven en mi auxilio. R/. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno Éste es el tiempo en que llegas, Esposo, tan de repente, que invitas a los que velan y olvidas a los que duermen. Salen cantando a tu encuentro doncellas con ramos verdes y lámparas que guardaron copioso y claro el aceite. ¡Cómo golpean las necias las puertas de tu banquete! ¡Y cómo lloran a oscuras los ojos que no han de verte! Mira que estamos alerta, Esposo, por si vinieres, y está el corazón velando, mientras los ojos se duermen. Danos un puesto a tu mesa, Amor que a la noche vienes, antes que la noche acabe y que la puerta se cierre. Amén.

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Salmodia Ant. 1. Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste; te daré gracias por siempre. Salmo 30 Acción de gracias por la curación de un enfermo en peligro de muerte Cristo, después de su gloriosa resurrección, da gracias al Padre Casiano Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. Yo pensaba muy seguro: “No vacilaré jamás”. Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado. A ti, Señor, llamé, supliqué a mi Dios:

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“¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa? ¿Te va a dar gracias el polvo, o va a proclamar tu lealtad? Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme”. Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta; te cantará mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant. Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste; te daré gracias por siempre. Ant. 2. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Salmo 32 Acción de gracias de un pecador perdonado David llama dichoso al hombre a quien Dios otorga la justificación prescindiendo de sus obras Rom 4, 6 Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

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Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se me había vuelto un fruto seco. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará. Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación. —Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir, fijaré en ti mis ojos. No seáis irracionales como caballos y mulos, cuyo brío hay que domar con freno y brida; si no, no puedes acercarte. Los malvados sufren muchas penas; al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea. Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

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Ant. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Ant.3. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán. Cántico Ap 11, 17-18; 12, 10b-12a El juicio de Dios Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido el gran poder y comenzaste a reinar. Se encolerizaron las gentes, llegó tu cólera, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar el galardón a tus siervos, los profetas, y a los santos y a los que temen tu nombre, y a los pequeños y a los grandes, y de arruinar a los que arruinaron la tierra. Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas.

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Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

Lectura breve 1Pe 1,6-9 Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe —de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego— llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Responsorio breve V/. El Señor nos alimentó con flor de harina. R/. El Señor nos alimentó con flor de harina. V/. Nos sació con miel silvestre. R/. Con flor de harina. V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. R/. El Señor nos alimentó con flor de harina.

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Cántico Evangélico Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Magníficat Lc 1, 46-55 Alegría del alma en el Señor Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

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Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

Preces Invoquemos a Dios, nuestro refugio y nuestra fortaleza, y digámosle: Mira a tus hijos, Señor. Dios de amor, que has hecho alianza con tu pueblo, — haz que recordemos siempre tus maravillas. Que los sacerdotes, Señor, crezcan en la caridad — y que los fieles vivan en la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Haz que siempre edifiquemos la ciudad terrena unidos a ti, — no sea que en vano se cansen los que la construyen. Manda, Señor, trabajadores a tu mies, — para que tu nombre sea conocido en el mundo. A nuestros familiares y bienhechores difuntos dales un lugar entre los santos — y haz que nosotros un día nos encontremos con ellos en tu reino. Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, nos atrevemos a decir: Padrenuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día;

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perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Oración Tú, Señor, que iluminas la noche y haces que después de las tinieblas amanezca nuevamente la luz, haz que, durante la noche que ahora empieza, nos veamos exentos de toda culpa y que, al clarear el nuevo día, podamos reunirnos otra vez en tu presencia, para darte gracias nuevamente. Por nuestro Señor Jesucristo.

Conclusión V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. R/. Amén.

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Mare de Déu dels Desamparats, Madre de Misericordia, haz este camino con nosotros. Enséñanos a proclamar al Dios vivo y verdadero. Ayúdanos a ser testigos de Jesucristo, el único Salvador del mundo. Mare de Déu, vela por la Iglesia que peregrina en Valencia. Que sea hogar auténtico de comunión y servidora ilusionada de la misión; para que contemplando, viviendo y anunciando el amor de Dios, mostremos a todos los hombres el Evangelio de la esperanza. Amén.

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5. Preparamos la jornada siguiente En nuestra próxima jornada nos encontraremos con uno de los momentos más importantes de la predicación de Jesús, el Sermón de la Montaña, en el que el Señor describe cuál es la “nueva justicia”, es decir, el nuevo modo de vivir que exige la revelación definitiva de Dios que se ha producido en Él. Y, más en concreto, nos centraremos en la obertura solemne de este discurso: las Bienaventuranzas. En ellas, Jesús proclama su oferta de felicidad para el hombre y enumera las condiciones para poder alcanzarla. Con ello, además, diseña los trazos de su propio retrato espiritual y el que debe caracterizar también al hombre nuevo, al que nace de la fe en el Evangelio. Conviene preparar bien nuestro encuentro leyendo atentamente el texto bíblico, con las ayudas que se proponen, y también la exposición del tema, en donde se nos explica cuál es el sentido de las Bienaventuranzas proclamadas por Jesús. Esta preparación personal previa, además de permitirnos enriquecer el intercambio fraterno en la reunión del grupo, nos ayuda a caer en la cuenta de que hoy el Señor se dirige a cada uno de nosotros para prometernos y garantizarnos la consecución de la felicidad plena.

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“Bienaventurados los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3)

Jesús pide limosna a San Martín en figura de pobre. Nicolás Falcó. S.XVI. Temple y óleo sobre lienzo. Catedral Metropolitana de Valencia.

Tema 4 Las Bienaventuranzas: el rostro y la meta del hombre nuevo

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Sermón de la Montaña. Carl Heinrich Bloch. S.XIX. Óleo sobre lienzo.

Oración inicial Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra.

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Tema

Las Bienaventuranzas: el rostro y la meta del hombre nuevo

1. Escuchamos

Lectura del texto bíblico Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. (Mc 5, 3-12)

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Breve análisis del texto, situación 1. El Sermón de la Montaña El Evangelio según san Mateo, el primero de los libros del Nuevo Testamento, se caracteriza sobre todo por haber reunido las enseñanzas de Jesús en cinco grandes discursos, colocados a lo largo de la obra (Mt 5-7; 10; 13; 18; 2425). Es muy posible que el autor quisiera contraponer así la nueva ley de Jesús a la antigua de Moisés, contenida en los cinco libros del Pentatéuco. El primero de estos discursos, y también el más famoso, es el Sermón de la Montaña, llamado así por la ambientación que figura al principio: “Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo la boca, les enseñaba diciendo”. El evangelista coloca a Jesús en un monte, que es el lugar tradicional de la revelación en el Antiguo Testamento; como en un nuevo Sinaí simbólico. Hay que reconocer que este discurso es la obra maestra de Mateo y la más citada en toda la tradición cristiana. Su objetivo fundamental es el de ofrecer a la comunidad cristiana un nuevo código ético, basado en la acogida del reino y en sus exigencias. Su estructura temática se divide en estas seis partes: 1ª. Ambientación: 5, 1-2. 2ª. Exordio: Bienaventuranzas (5, 3-12) y misión de los discípulos en el mundo (5, 3-16). 3ª. Nueva interpretación de la ley: 5,17-48.

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Las Bienaventuranzas: el rostro y la meta del hombre nuevo

4ª. Nueva interpretación de las prácticas de piedad judías: 6,1-18. 5ª. Nueva ética cristiana: 6, 19 – 7, 12. 6ª. Conclusión: Los dos caminos, advertencia sobre los falsos profetas y reacciones de los oyentes: 7, 13-29. Pero más importante que constatar su estructura externa es descubrir su dinámica interna, lo que podríamos llamar su alma. Para ello nos pueden servir algunas pistas. La primera y fundamental es que Mateo coloca en el centro mismo del discurso la enseñanza del Padrenuestro (6, 9-15). La segunda son las menciones del Padre que jalonan todo el discurso a intervalos rítmicos: siete antes de la Oración del Señor y siete después. Y cada mención del Padre va acompañada por uno de estos adjetivos posesivos: “vuestro” o “nuestro” Padre (de todos los discípulos); “tu” Padre (de cada uno de los discípulos); “mi” Padre (de Jesús). Estas pistas nos permiten descubrir que el Padrenuestro, no sólo está en el centro literario del discurso, sino que es su corazón y la clave para entenderlo. Porque nos hace comprender que no se nos propone un camino de esfuerzo voluntarista, sino un estilo de vida que sólo Dios puede conceder, y que, por tanto, debe ser suplicado en la oración. En definitiva, nos invita a pedir y acoger el gran don de la filiación: Dios nos hace hijos en el Hijo y nos invita a vivir como tales, con un abandono total y confiado en sus manos y una obediencia fiel a sus designios. Pero aún hay más: todo el Sermón de la Montaña es un comentario al Padrenuestro. Todo lo que antecede a la enseñanza de esta oración es una explicación de las tres

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peticiones de su primera parte, en las que pedimos la llegada del reino de Dios. Y todo lo que viene después explica las tres peticiones de su segunda parte, en las que pedimos las condiciones que necesitamos para que esa venida se produzca. En resumen, el Sermón de la Montaña convierte el Padrenuestro en la oración fundamental y típica del discípulo de Jesús y en la forma de su nueva manera de vivir. ¿A quién se dirige este discurso? En su ambientación introductoria, Mateo nos dice: “Al ver Jesús el gentío, subió al monte y se acercaron sus discípulos” (5,1). Aparecen aquí como dos círculos concéntricos: la corona de los discípulos que rodea a Jesús y el gentío, situado un poco más lejos. Esto parece indicar que el discurso se dirige directamente a los discípulos, pero para que lo transmitan a todos, porque a todos se extiende la mirada de Jesús.

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Sermón de la Montaña Mt 5-7 Padrenuestro: 6,9-13 8 79 10 6 11

La verdadera oración: 6,7-8 La oración en secreto: 6,5-6 La limosna en secreto: 6,1-4

El perdón de las ofensas: 6,14-15 El ayuno en secreto: 6,16-18

5 4

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA

12 13 3 2

La justicia nueva superior a la antigua: 5,20-48

PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

La plenitud de la ley: 5,17-19

VENGA A NOSOTROS TU REINO

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No juzgar: 7,1-5 No profanar lo santo: 7,6 Eficacia de la oración: 7,7-11 La regla de oro: 7,12

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN Y LÍBRANOS DEL MAL

Sol y luz: 5,13-16 Bienaventuranzas: 5,1-12

El verdadero tesoro: 6,19-21 El ojo, lámpara del cuerpo: 6,22-23 Dios y el dinero: 6,24 Abandono en la providencia: 6,25-34

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Los dos caminos: 7,13-14 Falsos profetas: 7,15-20 Verdaderos y falsos 15 discípulos: 7,21-27

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE AMÉN Admiración de la gente: 7,28-29

* Los números dentro de la pirámide indican la situación de las menciones del Padre. Para mí la vida es Cristo

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2. Las Bienaventuranzas Siguiendo la tradición de los Profetas y de los Salmos, Jesús proclamó en su predicación varias bienaventuranzas (cfr., v.gr., Mt 11,6; Lc 7,23; 11,28; 12,37). Pero los dos textos que conocemos como las bienaventuranzas por excelencia, son los situados al principio del Sermón de la Montaña, del evangelista Mateo (Mt 5,3-12), y del Sermón de la Llanura, de Lucas (Lc 6,20-26). En ambos textos nos llega el mismo mensaje de Jesús, aunque en dos formas diferentes, condicionadas sobre todo por la distinta situación de las comunidades a las que se dirigen los evangelistas. Aquí seguimos la versión de Mateo, porque es la más completa y estructurada, y también la más conocida por ser más fácil de retener. Pero tendremos en cuenta también la versión de Lucas en aquellos aspectos que pueden completar el significado de algunas bienaventuranzas. Las bienaventuranzas de Mateo constituyen la obertura solemne del Sermón de la Montaña. Es una composición muy bien elaborada, que consta de ocho sentencias similares, que forman una unidad, como lo demuestra el hecho de que la primera y la última acaben igual: “porque de ellos es el reino de los cielos”. Y a ellas se añade una novena sentencia conclusiva y un poco distinta. Mateo ha utilizado un recurso habitual de la poesía hebrea que se llama “paralelismo sintético”, y que consiste en construir una sentencia en dos partes: la primera contiene la afirmación principal y la segunda explica o completa la primera. En este caso, la primera parte de

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cada bienaventuranza comienza siempre con la exclamación ¡Bienaventurados! (¡dichosos!, ¡felices!), que es al mismo tiempo un grito de alegría, una felicitación y una promesa; y sigue nombrando a la categoría de personas a la que se aplica. La segunda parte, que se inicia con un “porque”, explica el motivo de su felicidad. También es importante constatar que la serie de ocho bienaventuranzas se subdivide en dos grupos de cuatro. Lo descubrimos porque la cuarta y la octava utilizan el mismo concepto de “justicia”, que es muy significativo porque nos indica que las bienaventuranzas quieren introducir al gran tema del Sermón de la Montaña. En efecto, este primer discurso de Jesús es todo él una enseñanza sobre la “justicia” que Jesús exige de sus discípulos y que es la condición para entrar en el reino de los cielos. Y esta “justicia” consiste en el cumplimiento de la voluntad divina, como lo dice al final del mismo discurso: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (7,21). Es claro que Mateo ha elaborado cuidadosamente estas bienaventuranzas con la intención de que pudieran ser memorizadas. Y así lo ha entendido toda la tradición catequética de la Iglesia, que nos la ha hecho aprender de memoria desde pequeños. La novena bienaventuranza es como una aplicación concreta de la última de la serie de ocho, la que se refiere a los perseguidos por causa de la justicia. Pero aquí se emplea la segunda persona del plural, “vosotros”. Se está

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refiriendo a los miembros de la Iglesia primitiva que ya han comenzado a experimentar el martirio; por eso se mencionan las formas y las motivaciones de esta primera persecución. Y la segunda parte, que quiere explicar el motivo de su felicidad, comienza con la reduplicación exultante de dos imperativos esperanzadores: “alegraos y regocijaos”.

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La palabra nos interpela Las Bienaventuranzas necesitamos oírlas despacio y desde el corazón, desde ese centro de nuestro ser donde se unen en armonía todas las fuerzas de nuestra existencia: el cuerpo, la afectividad, la razón y la voluntad, y todas nuestras capacidades perceptivas. Porque en ellas resuena la voz inconfundible de quien más nos quiere, de quien nos ha dado la vida, para decirnos lo que tiene preparado para nosotros y qué hemos de hacer para conseguirlo. Ante todo, pues, constituyen una declaración de amor, en la que Dios nos habla y se nos da: nos entrega su propia felicidad y la capacidad de conseguirla. Al oír este “te quiero” fundamental, ¿no sentimos que sale a la luz lo más puro y elevado de nuestro ser? ¿No notamos que, de repente, comenzamos a mirarnos y a vivir desde Dios? Si esto sucede es que el corazón de Dios ha conectado con el nuestro. Pero el impacto de esta declaración de amor exige también de nosotros una conversión, un cambio de marcha interior respecto a la dirección que muchas veces tomamos espontáneamente. Se trata, en definitiva, de salir del egoísmo. Porque la entrega de Dios está pidiendo nuestra propia entrega. Sólo si somos capaces de salir de nosotros mismos, descubriremos la riqueza de nuestra vida y la grandiosidad de nuestra vocación: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará” (Mt 16,25). ¿Estamos dispuestos a esta pérdida que se convierte en la ganancia absoluta? Al oír las Bienaventuranzas, ¿somos capaces de responder, como María, “hágase en mí según tu palabra”? (Lc 1,38).

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2. Reflexionamos

Exposición del tema

1. Jesús promete y trae la auténtica felicidad Las Bienaventuranzas no son un resumen del mensaje de Jesús, sino sólo su presentación; una presentación que, por cierto, sólo se entiende bien desde todo el conjunto del Evangelio (más aún, desde toda la Sagrada Escritura). Pero, leída al principio, tiene la función de orientarnos sobre una cuestión fundamental: ¿qué aporta Jesús al hombre? Jesús comenzó su ministerio público en la sinagoga de Nazaret aplicándose a sí mismo las palabras de una famosa profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena noticia a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19; cfr. Is 61,1-2). Pues bien, al afirmar: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”, se presenta a sí mismo como el mensajero divino en el que se cumple la profecía. Con la proclamación exultante ¡Bienaventurados! conecta inmediatamente con el deseo natural de felicidad que Dios había puesto desde el principio en el corazón humano y que había sido frustrado una y otra vez por el pecado. Dios ha creado al hombre para ser feliz y ha impreso en su alma el deseo

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de la felicidad para atraerlo hacia Él, que es el único que lo puede satisfacer. Y Jesús, el enviado de Dios, anuncia que el camino de la felicidad está abierto. Más aún, él mismo, con total soberanía, se presenta como el portador y el garante de esa promesa de felicidad. Las Bienaventuranzas son, ante todo, una llamada a la felicidad. Pero Jesús no es un soñador utópico. Se dirige a la humanidad real, que vive situaciones de prueba, de dificultad y de contradicción. El hombre quiere ser feliz, pero tiene hambre, sed, es pobre, llora, es maltratado por sus semejantes, experimenta constantemente el desamor. Y es a esta humanidad infeliz a la que Jesús quiere levantar con una gran esperanza: la última palabra sobre nuestra vida no será la que pronunciamos los hombres, que es la que lleva a la miseria, al sufrimiento y a la angustia, sino la que pronunciará Dios en su reino: plenitud de vida, saciedad, alegría y paz; es decir, felicidad completa. Seis de las ocho bienaventuranzas anuncian este futuro feliz, que ilumina y da un nuevo sentido al oscuro presente. Y la novena insiste poderosamente en la alegría de los que esperan ese final: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Pero lo más llamativo de las Bienaventuranzas es que no prometen sólo la felicidad en el “mundo venidero” sino en el presente, aunque sea de forma incoada. Porque el “reino de los cielos”, que anuncian la primera y la última de ellas, ha comenzado ya en Jesús, lo trae él. Y esto produce la alegría de descubrir que las mismas situaciones de pobreza, de angustia y de persecución, gracias a esa intervención decisiva de Dios, pueden convertirse en

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motivos de dicha ya aquí, en esta vida, si sabemos asumirlas con un comportamiento adecuado, que no es otro que el que adoptó Jesús y explican las mismas Bienaventuranzas. Se comprende que estas grandes máximas nos resulten paradójicas y hasta escandalosas, porque nos hablan a la vez de situaciones de infelicidad y de actitudes que producen la dicha. Pero el secreto está en el testimonio y en la acción de Jesús: hay que seguirle, porque sólo él es capaz de transformar la desgracia en felicidad, la cruz en gloria.

2. ¿A quiénes se promete la felicidad? Hay que comenzar diciendo con toda claridad que el hombre que diseñan las Bienaventuranzas es el mismo Jesús: él es el pobre, el que llora, el manso, el hambriento y sediento de justicia, el misericordioso, el puro de corazón, el que trabaja por la paz, el perseguido. Para darse cuenta de esto, basta leer con atención su vida narrada en los evangelios. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad”. Y precisamente por esto, describen también el rostro del hombre nuevo, creado a imagen y por obra de Jesús: “expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las características de la vida cristiana;…quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de los santos” (CCE 1717). Ante todo hay que reconocer que las Bienaventuranzas no son fácilmente distinguibles una de la otra, sino que forman de hecho un conjunto, una atmósfera, un modo

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de ser y de estar ante Dios y ante los demás. Y el punto de referencia de este conjunto lo constituye la primera de ellas, que constituye como el telón de fondo sobre el que deben leerse todas. El acento principal se pone en las disposiciones interiores que conforman al hombre con la voluntad de Dios: seis de las ocho conciernen directamente a estas disposiciones. Las otras dos (la 5ª y la 7ª) manifiestan las disposiciones que deben inspirar al cristiano en sus relaciones con el prójimo. Pero fijémonos en los acentos peculiares de cada una de ellas.

1ª. Los pobres en el espíritu Como ya lo anunciaron los Profetas, son los “pobres del Señor”, los que se sienten pobres porque saben que toda su vida presente y futura es un don gratuito del Señor; por eso sólo confían en él. Esta confianza absoluta en Dios, por una parte, les hace humildes, porque les evita caer en la arrogancia de la autosuficiencia; pero, además, les convierte en austeros y capaces de compartir, porque les hace superar la tentación de acumular riquezas e idolatrarlas. Y, de este modo, se aprestan a asistir al Hijo del hombre, que ha hecho causa común con todos los hambrientos, forasteros, desnudos, enfermos y presos de la historia (cf. Mt 25,31-46).

2ª. Los mansos Esta bienaventuranza está unida indisolublemente a la primera, ya que indica un aspecto intrínseco de la

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pobreza de espíritu. De hecho, Jesús une las dos cosas cuando se autodefine como “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Los pobres justos y humildes, que confían solamente en el Señor y esperan que él intervenga para restablecer la justicia, soportan con paciencia las adversidades, evitan toda agresividad y violencia, saben dialogar y, lejos de condenar, saben tener piedad de quien es débil. Su no violencia, su renuncia a defenderse y su dulzura, traslucen su fe en un Dios que es “Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” (Éx 34,6).

3ª. Los que lloran Jesús alude a esta bienaventuranza en el discurso de despedida: “Vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo está alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20). Hay un llanto típico y propio del creyente, que nace de su misma fe, y que tiene motivaciones diversas. La primera y fundamental es la ausencia de Jesús —como María Magdalena ante el sepulcro vacío—, el retraso de su venida gloriosa y del cumplimiento de sus promesas. Esta ausencia se hace más pesada y dolorosa por la oposición del mundo al evangelio y por las persecuciones de que son objeto los ciudadanos del Reino: miles de cristianos mártires han tenido que compartir los gritos y lágrimas de Jesús ante el Padre en la intimidad de su oración solitaria en Getsemaní (cf. Heb 5,7). Pero, además, el creyente llora por sí mismo, por su condición de pecador: son las lágrimas que brotan del arrepentimiento por el pecado cometido,

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como las de Pedro tras negar a Jesús (cf. Mc 14,72), o las de la pecadora que lavan los pies de Jesús (cf. Lc 7,36-50). Y aún queda otro llanto típico del creyente, el causado por las insuficiencias e imperfecciones de la comunidad cristiana, como las lágrimas de Pablo al comprobar que muchos cristianos de Filipos se comportaban como enemigos de la cruz de Cristo (cf. Flp 3,18). El creyente soporta todas estas lágrimas con la esperanza de que, en la Jerusalén celestial, Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor” (Ap 21,4). Y sabe, además, que la consolación no está reservada solamente para el día del juicio, sino que la experimentamos ya aquí y ahora gracias a la acción del Espíritu Santo, el Consolador, que nos acompaña en la angustia dándonos fuerza y alegría (cf. Jn 16,7-15). Pero hay otro tipo de llanto que los creyentes compartimos con todos los hombres y que no puede caer fuera del alcance de esta bienaventuranza. Nos referimos al llanto causado por los sufrimientos de la vida: hambre, enfermedades físicas y psíquicas, violencia, guerra, opresión, frustraciones, fracasos, muerte. Sobre la totalidad del dolor humano resuena la promesa universal de consolación: “El Señor del universo… aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25,7-8). Aunque sólo los creyentes lo sepamos, no hay lágrima humana que no sea un grito dirigido a Dios y que no llegue a su corazón. Y a todas ellas llega la respuesta del Consolador: “Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y

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aliviaré sus penas” (Jer 31,13). Por eso Jesús, que sabía bien que lo que salva es el amor, no el sufrimiento, se hizo cargo de la humanidad sufriente, de quien veía llorar, renovando siempre su ofrecimiento de amor. Y ésta es la consolación que nos pide a sus discípulos: aplicarnos con desvelo para que no existan lágrimas que nadie consuele. Bien lo entendió Pablo: “¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!” (2Cor 1,3-4).

4ª. Los que tienen hambre y sed de la justicia Cuando las necesidades fisiológicas del hambre y de la sed las relacionamos con una realidad espiritual, queremos decir que deseamos y buscamos algo que nos resulta imprescindible y prioritario en nuestra vida. Y, en efecto, en esta bienaventuranza nos encontramos con la prioridad de las prioridades: “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto (las necesidades materiales) se os dará por añadidura” (Mt 6,33). Que equivale a decir: esto es lo primero que has de hacer si quieres ser bienaventurado. Y es que, si el reino de Dios es su soberanía eficaz y transformadora, su justicia significa lo que tenemos que hacer los hombres para que Dios reine verdaderamente, es decir, la aceptación de la voluntad de Dios. Una aceptación que, como explica Jesús en el Sermón de la Montaña, debe ser total y desde la profundidad de

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nuestro ser, porque no es una cuestión de leyes exteriores sino de amor (cf. Mt 5,17-48). Y una aceptación que no busca la alabanza de los hombres sino la de Dios “que ve en lo secreto” (cf. Mt 6,1-18). Ahora bien, Lucas, que se dirige a una comunidad en la que seguramente abundaban los ricos insolidarios, nos transmite esta bienaventuranza de modo más escueto: “Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados” (Lc 6,21). Relaciona así la justicia del reino con la situación de hambre física que afecta a una gran parte de la humanidad y que es como un resumen de todas las injusticias que cometemos los hombres. Dios “hace justicia a los oprimidos y da el pan a los hambrientos” (Sal 146,7). O, como canta María en el Magníficat, “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53). Por eso, quien desea verdaderamente que Dios reine se ha de librar de la idolatría del dinero y procurar saciar al hermano necesitado. El primer modo de vivir el hambre de justicia es compartir lo que se tiene. Así lo entendió la primera comunidad cristiana nacida de Pentecostés: “Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; Luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba” (Hch 4,34-35).

5ª. Los misericordiosos La misericordia es la primera cualidad que se atribuye Dios cuando revela su nombre a Moisés (cf. Éx 34,6) y también el rasgo fundamental del Padre que Jesús

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revela con sus gestos y actitudes, y con las parábolas inigualables de la misericordia (cf. Lc 15). Por eso la convierte en la actitud principal que debe distinguir a sus discípulos, en su relación con los demás: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). La palabra hebrea que designa esta cualidad está relacionada con el seno de la madre; lo cual nos está indicando que se trata de un amor “desde las entrañas”, tierno y absolutamente gratuito, que tiene dos manifestaciones principales. La primera es la capacidad de perdonar al otro antes de que se arrepienta, sin exigirle reciprocidad, atestiguando así que el amor es más fuerte que el odio y que rompe toda cadena de enemistad y venganza. Y la segunda manifestación de la misericordia es la compasión, el estar al lado del otro compartiendo su sufrimiento. Como Jesús, que quiso vivir nuestra condición humana desde dentro, asumió en todo nuestra carne débil y mortal, y conoció de este modo el sufrimiento, la persecución y la muerte.

6ª. Los limpios de corazón La limpieza o pureza de corazón no se refiere a la pureza sexual que regula el sexto mandamiento, como a veces se ha entendido. Se trata de algo mucho más totalizador, de una rectitud interior absoluta que excluye toda doblez y todo repliegue sobre sí mismo. Para entenderla hemos de comenzar recordando que, para la Biblia, el corazón es el centro mismo del hombre, la fuente íntima de su vida afectiva e intelec-

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tual, de sus deseos, pensamientos y decisiones. Por eso todo lo que hacemos y decimos, bueno o malo, sale de nuestro corazón; allí es donde somos puros o impuros, como nos recuerda Jesús (cf. Mt 15,18-20). Pues bien, tener un corazón limpio significa, en primer lugar, tener un corazón sencillo y unido, no doble ni dividido; es la rectitud de intención y la sinceridad que se oponen a la doblez de la hipocresía, tan fustigada por el Señor. Pero, para ser limpio, el corazón no sólo ha de estar unido sino también abierto: ha de ser capaz de comunión con Dios y con los demás. Es decir, el corazón limpio es un corazón dispuesto a amar. Por eso la pureza de corazón está determinada por el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, resumido y reformulado por Jesús mediante el “mandamiento nuevo”: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Se comprende que al corazón puro le esté reservada la suprema dicha: ver a Dios. Y podemos añadir: ya desde ahora, ver el mundo con los ojos de Dios. Porque “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4,8).

7ª. Los que trabajan por la paz “Bienaventurados los hacedores de paz”, dice el Señor. Ahora bien, la paz en sentido bíblico, salôm, es mucho más que ausencia de guerra; es vida plena y feliz, bienestar material y espiritual, armonía consigo mismo, con Dios, con los demás y con todo lo creado. Y, naturalmente, semejante totalidad sólo puede ser regalada por Dios: la paz es un don de Dios

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y el hombre debe ante todo invocarla, esperarla, desearla con intensidad. En los Profetas, la paz es el don mesiánico por excelencia. Pero Jesús, no es sólo el anunciador y portador de esta paz mesiánica, sino la misma paz de Dios en persona dada a nosotros, “Él es nuestra paz” (Ef 2,14), porque ha reconciliado definitivamente a la humanidad con Dios mediante su muerte (cf. Col 1,22). Y lo que es, lo comunica a sus discípulos: el que es la Paz nos hace hombres de paz (cf. Jn 14,27). Ahora bien, la paz no es sólo don del Resucitado sino también tarea de los creyentes: Jesús no puede dar la paz a quien no la quiere, a quien no la acoge y no siente la responsabilidad de transmitirla. ¿Qué significa para nosotros “hacer la paz”? Ante todo, vivir el mandamiento del amor al hermano: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,31). Sólo quien transforma el amor que recibe de Dios en amor a los demás es capaz de trabajar por la paz. Pero no basta este amor al prójimo, hay que extenderlo al enemigo, a quien nos ofende, a quien es causa de nuestro sufrimiento. Y, en este caso, no se trata solamente de padecer las ofensas sin defenderse y sin responder al mal con el mal. Hay que poner en marcha mecanismos de perdón, que abran caminos de reconciliación. No seremos verdaderos constructores de paz si no comprendemos y vivimos que el perdón es un componente intrínseco y esencial de la justicia de Dios. Finalmente, para ser hombres de paz necesitamos convertirnos

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en hombres “desarmados”: saber perder, renunciar a muchas pretensiones justas y legítimas para abandonarnos a Dios, dejando que sea él quien actúe. No es una rendición, sino una sumisión. Así podremos ser instrumentos de la paz de Dios, que es más fuerte que nuestros sentimientos y que puede custodiar nuestros corazones y mentes en Cristo Jesús (cf. Flp 4,7).

8ª. Los perseguidos por causa de la justicia La última bienaventuranza, en paralelismo con la primera, afirma que el reino de Dios pertenece a los perseguidos por causa de la justicia, es decir, por obedecer la voluntad de Dios. Dios les da el reino porque, más que todos, manifiestan que sobre ellos sólo reina él. En la versión de Mateo, esta bienaventuranza tiene dos horizontes distintos. Primero, uno más amplio: Jesús califica de bienaventurados a todos los hombres y mujeres que, por causa de la justicia que intentan realizar, son perseguidos por quienes no sólo no la quieren, sino que también la violan y conculcan. Aunque muchos de ellos no sepan que participan, precisamente por su persecución, en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y, en segundo lugar, Jesús especifica también que entre los perseguidos por causa de la justicia están sus discípulos, aquellos que sufren precisamente por su fe en él, “por mi causa”, en coincidencia con la cuarta bienaventuranza de Lucas (cf. Lc 6,22-23). Hay que decir que la persecución forma parte del estatuto cristiano, es como una necesidad; lo fue para

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Cristo y lo es y lo será siempre para su discípulo: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15,20). Jesús no prometió al discípulo un camino de gloria, de éxito, sino que le anunció un camino en el que es necesario negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirle a él dondequiera que vaya (Mc 8,34), es decir, identificarse con él. Y la identificación suprema se produce en la cruz, que es donde brilla la diferencia entre la mentalidad del mundo y la voluntad de Dios. Los cristianos son perseguidos porque tienen un comportamiento que molesta, un modo de vivir que no sólo cuestiona, sino que es interpretado como un juicio sobre el mundo; porque denuncian la injusticia y la opresión que reina en la historia; porque se sitúan sin componendas de parte de las víctimas, contra los verdugos. La correspondencia entre identidad cristiana y persecución es tan fuerte, que si un cristiano no es atacado, si no conoce la persecución o incluso conoce el éxito en el mundo, debe acordarse de la seria advertencia de Jesús: “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas” (Lc 6,26). Y la bienaventuranza más paradójica se cierra con el mensaje más consolador de Jesús, que sella también todas las demás: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Se nos promete la felicidad plena y suprema al final del camino. Pero esa recompensa ya tiene una anticipación en nuestro hoy. En la medida en que vivi-

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mos las Bienaventuranzas, aun con todas nuestras limitaciones y pecados, podemos experimentar ya, aquí y ahora, la felicidad: la felicidad que consiste en vivir como Jesús y con él. Nuestra bienaventuranza es Jesús.

Puesta de sol en el lago Galilea.

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Preguntas para el diálogo 1. El mensaje de las Bienaventuranzas se dirige a nuestra vida real, con todas sus dificultades y sufrimientos. Por eso podríamos comenzar haciendo una rueda en el grupo, en la que cada uno expresara brevemente cuáles son las causas principales de infelicidad que existen en su vida actual. 2. Jesús se presenta como portador de felicidad; más aún, como la única fuente de la verdadera felicidad. Pero nos tenemos que fiar de él, hemos de creerle. Por eso conviene que nos preguntemos con sinceridad: ¿Qué significa Jesús para mí? — Un gran Maestro, pero difícil de seguir. — Un soñador poco realista. — Un creador de problemas, que me impide vivir tranquilo. — Una persona buena, pero que no me soluciona mis grandes problemas. — El único de quien me puedo fiar, porque es el que más me quiere. 3. Jesús describe la auténtica felicidad en el segundo versículo de las ocho bienaventuranzas. ¿Cómo entendemos y valoramos esas expresiones? 4. Jesús promete la felicidad completa al final de la vida, en el cielo: ¿esperamos de verdad que llegaremos a conseguirla? ¿Acariciamos esa meta como luz y fortaleza para soportar las dificultades de la vida presente?

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5. Jesús nos asegura que podemos ser ya felices en esta vida, si adoptamos las actitudes que propone en el primer versículo de cada bienaventuranza. Por eso nos importa mucho entender bien lo que significan. Podemos repasar cada una de las Bienaventuranzas e intentar expresar en una frase sencilla y corta su significado.

Bibliografía complementaria El Sermón de la Montaña: Carlo María MARTINI, El Sermón de la Montaña, Madrid, PPC, 2008. Joseph RATZINGER-BENEDICTO XVI, El Sermón de la Montaña, en: ID., “Jesús de Nazaret”, 1ª Parte, Madrid, La Esfera de los Libros, 2007, pp. 91-160. Las Bienaventuranzas: Enzo BIANCHI, Jesús y las bienaventuranzas, Santander, Sal Terrae, 2012. Jacques DUPONT, El mensaje de las bienaventuranzas, Estella, Verbo Divino, 1988.

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El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

3. Actualizamos

Sugerencias para la actualización “Las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Pero precisamente por su oculto carácter cristológico las Bienaventuranzas son señales que indican el camino también a la Iglesia, que debe reconocer en ellas su modelo; orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel” (Benedicto XVI). Podemos imaginar una especie de juego. Vamos a colocar juntas dos fotografías, la de Jesús y la de cada uno de nosotros (si queremos, podemos pegar nuestra foto de carnet). La de Jesús representa nuestro modelo supremo, lo que deberíamos ser. La nuestra representa lo que en realidad somos o tenemos el peligro de ser. Y, siguiendo las ocho Bienaventuranzas, nos vamos a dedicar a averiguar las coincidencias y diferencias entre las dos. 1ª. Jesús: Siendo rico, porque era Dios, se hizo pobre por nosotros. Se vació de sí mismo tomando la condición de esclavo para compartir en todo nuestra condición humana. Y abandonándose totalmente en las manos del Padre, le obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz.

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Yo: Me creo autosuficiente y no confío en nadie más que en mí mismo. Vivo para poseer y no tengo por qué compartir nada con nadie: ¡cada uno que se apañe como pueda! 2ª. Jesús: Fue manso y paciente con todos, sobre todo con los débiles. Nunca profirió amenazas ni condenó a los que le escuchaban. En su pasión, no abrió la boca contra los que le insultaban y maltrataban. Yo: Los otros no me pueden hacer más que mal: hay que estar siempre a la defensiva y procurar pegar más fuerte. Quien me la hace la paga. Y dialogar es un signo de debilidad. 3ª. Jesús: Lloró con todos los que lloraban e hizo todo lo posible por consolarlos. Lloró por la muerte del amigo y por el destino trágico de su pueblo. Lloró al presagiar su propia muerte. Y acogió con inmensa ternura las lágrimas de los arrepentidos. Yo: Ya tengo bastante con mis penas; cada cual que cargue con las suyas. No sirve de nada el llorar: llorar es de débiles. Y los que obran mal que se atengan a las consecuencias: haberlo pensado antes. 4ª. Jesús: Su alimento fue cumplir la voluntad del Padre, su designio de amor. Para ello vivió y por ello murió; por eso es el Justo por excelencia. Se puso siempre de parte de las víctimas de la injusticia, de los marginados, de los que no cuentan: niños, mujeres, pecadores oficiales, leprosos, pobres, lunáticos… Y anunció un mundo en el que todos los que han sufrido la injusticia de los hombres serán saciados por la justicia de Dios.

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Yo: El mundo es como es, y yo no tengo la culpa. Además, ¿qué puedo hacer yo? Nada. Unos son los triunfadores y otros los perdedores. Yo procuro ser de los primeros. El amor es una utopía que no sirve para nada, porque cada uno procura barrer para dentro. 5ª. Jesús: Hizo de la misericordia el tema de su vida, porque decía que era lo que mejor expresaba el corazón de su Padre. Acogía a todos sin excepción, y sobre todo a los pecadores. Fue capaz hasta de perdonar a quienes lo crucificaron. Y se compadecía de todos los que sufrían. Yo: Al mal sólo se le puede vencer con el mal. Perdonar es perder, darle al otro la razón. El enemigo será siempre enemigo, he de procurar no mostrarme débil ante él. Y nada de compasiones: de mí no se compadece nadie. 6ª. Jesús: En su boca nunca hubo engaño: decía siempre lo que pensaba, sin importarle las reacciones de sus oyentes ni los posibles perjuicios que podía acarrearle. Denunció siempre la hipocresía, sobre todo la de quienes aparecían como buenos. Y defendió que la única pureza era la del corazón capaz de amar a Dios y a los demás. Yo: No se puede ir siempre con la verdad por delante, es arriesgarse demasiado. Hay que cuidar las apariencias, procurar sintonizar con lo que está de moda y resulta más rentable. Procuro hacerme el simpático y caer bien, pero nada más. Eso de amar

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es peligroso: te expones a que el otro te domine. Lo mejor es no comprometerse; es lo que hacen todos. 7ª. Jesús: Es nuestra paz porque con la sangre de su cruz reconcilió a la humanidad con Dios y entre sí. Y de este modo nos enseñó que sólo tendremos paz si amamos de verdad al prójimo, si somos capaces de amar hasta a nuestros enemigos, y si renunciamos a defender nuestros propios derechos. Yo: ¡De eso nada! Sólo piden paz los perdedores. Amar es exponerse. A nuestros enemigos hay que procurar eliminarlos, porque sino te eliminan ellos. Y si yo no defiendo mis derechos, ¿quién los va a defender? Claro, así le fue a Jesús: si te ven débil te masacran. 8ª. Jesús: Aceptó voluntariamente ser atacado, injuriado y perseguido hasta la muerte violenta, como parte esencial de su misión salvadora y garantía de la misma. Y enseñó que lo mismo tenían que hacer sus discípulos, no sólo para ser auténticamente tales sino para alcanzar la felicidad completa. Yo: ¡Hasta aquí podíamos llegar! No hay felicidad sin fama, sin aplauso. Y la fama hay que saber conquistarla. Hay que descubrir lo que le gusta a la gente y adecuarse a ello. Hay que saber ganarse partidarios y simpatizantes. Hay que poner zancadillas a los que quieren hacerte la competencia. Y, para todo ello, has de procurar no tener escrúpulos: todo vale, con tal de conseguir lo que quieres. De lo contrario, acabarás como Jesús: más solo que la una y crucificado.

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El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

4. Oramos juntos Las bodas místicas del Venerable Agnesio (Detalle). Juan de Juanes. 1553-1558. Óleo sobre tabla. Museo de Bellas Artes San Pío V. Valencia.

El sacerdote, o el animador si no hay sacerdote, comienza con la señal de la cruz y, después, hace la siguiente monición: Si las Bienaventuranzas dibujan ante todo el rostro de Jesús, describen también el retrato espiritual de su Madre, la Virgen María. Incluso podemos decir que fue ella la que inauguró la nueva humanidad creada por la gracia de Cristo y que se caracteriza sobre todo por la pobreza en el espíritu. Por ello, María es punto de referencia esencial para todo cristiano. Pero, además, tenemos la suerte de que María haya expresado las vivencias de su corazón creyente en ese cántico de profundidad y belleza inigualables

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que es el Magníficat. No es extraño, pues, que ese cántico, nacido de la fe profunda de María, no haya dejado de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Es como el himno oficial de todos aquellos que hacen de las Bienaventuranzas el ideal supremo de su vida. Nosotros ahora lo vamos a hacer nuestro, alabando al Dios grande y salvador con las mismas palabras de nuestra Madre.Y, al mismo tiempo, le pediremos a ella que, con su poderosa intercesión, haga que nuestro retrato se asemeje más al de su Hijo y al suyo propio. Un lector irá proclamando solemnemente las frases del Magníficat y, después de cada una, todos nos uniremos en una invocación a la Virgen. Lector: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Todos: Virgen agradecida, enséñanos a reconocernos como don admirable del amor de Dios y a devolvernos a él con todo nuestro corazón. Lector: Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. Todos: Virgen alegre y causa de nuestra alegría, concédenos experimentar y comunicar constantemente la alegría de la salvación. Lector: Porque ha mirado la humildad de su esclava.

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Todos: Humilde esclava del Señor, modelo de entrega a Dios, sana nuestro orgullo y autosuficiencia, y conviértenos en servidores humildes de los planes del Señor. Lector: Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. Todos: Y nosotros también te decimos: Dichosa tú que has creído, bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Lector: Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Todos: Llena de gracia, templo del Espíritu, Madre de Dios, Reina de cielo y tierra, honor de la humanidad, enséñanos a agradecer la riqueza de la gracia que Dios ha derrochado sobre nosotros. Lector: Su nombre es santo. Todos: Madre del Santo, Virgen santa, que nosotros seamos también santos e intachables ante Dios por el amor. Lector: Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Todos: Madre de misericordia, consuelo de los afligidos, refugio de los pecadores, ayúdanos a ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso.

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Lector: Él hace proezas con su brazo. Todos: Madre Virgen, testigo del Hacedor de imposibles, ayúdanos a comprender y aceptar que sin tu Hijo no podemos nada. Lector: Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Todos: Virgen perseguida por los poderosos, Madre dolorosa junto a la cruz, Reina de los mártires, Reina glorificada en el cielo, ayúdanos a seguir a tu Hijo hasta la cruz para poder compartir su gloria. Lector: A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Todos: Virgen pobre, Madre de los pobres, socorre a todos los hambrientos, líbranos de la idolatría de la riqueza y haznos capaces de compartir. Lector: Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. Todos: Hija de Sión, heredera de las promesas del Dios fiel, Madre de los nuevos creyentes, Madre e imagen de

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la Iglesia, conserva sin mancha nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, alimenta nuestra caridad. Rezamos juntos el Padrenuestro y, después, el sacerdote imparte la bendición. Si no hay sacerdote, el animador del grupo dice: El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Todos: Amén. Finalizamos rezando todos juntos la oración del Itinerario.

Mare de Déu dels Desamparats, Madre de Misericordia, haz este camino con nosotros. Enséñanos a proclamar al Dios vivo y verdadero. Ayúdanos a ser testigos de Jesucristo, el único Salvador del mundo. Mare de Déu, vela por la Iglesia que peregrina en Valencia. Que sea hogar auténtico de comunión y servidora ilusionada de la misión; para que contemplando, viviendo y anunciando el amor de Dios, mostremos a todos los hombres el Evangelio de la esperanza. Amén.

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5. Preparamos la jornada siguiente Ya hemos visto que en el Sermón de la Montaña, el primer discurso programático de Jesús, el Padre ocupaba un lugar central. Y es que toda la misión de Jesús tiene por objeto fundamental revelar el rostro del Padre. En el próximo tema, el último de la primera etapa de este ciclo, reflexionaremos sobre este aspecto fundamental de la enseñanza del Señor. Le diremos a Jesús, como el apóstol Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14,8). A esta altura del Itinerario, ya sabemos que nuestra reunión resulta más fácil y fecunda si leemos antes el texto bíblico que encabeza el tema, con su presentación y anotaciones, y, a poder ser, también la Exposición del tema y las Preguntas para el diálogo. Por otra parte, también nos resulta muy útil la síntesis del tema que prepara el animador. Aprovechemos la ocasión para agradecerle su trabajo desinteresado, que tanto bien nos hace.

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“Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 1-14)

Jesús imagen del Padre y el Espíritu Santo. Retablo de san Dionisio y santa Margarita. Vicente Masip. Siglos XV-XVI. Temple y óleo sobre tabla. Catedral Metropolitana de Valencia.

Tema 5 Cristo revela al Padre

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La Santa Cena. Juan de Juanes, 1560. Óleo sobre tabla. Museo del Prado. Madrid.

Oración inicial Habla, Señor, que tu siervo escucha. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hágase en mí según tu Palabra.

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Tema

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1. Escuchamos

Lectura del texto bíblico “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le responde: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le replica: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”. (Jn 14,1-14) Para mí la vida es Cristo

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Breve análisis del texto, situación El libro del evangelio de Juan Al tratar el Tema 2 del Año 1 del IDR (pp. 53-83), que versaba sobre “la lectura creyente de la realidad de nuestro mundo” y que tenía como texto base Jn 3,13-21, ya se nos introducía brevemente al evangelio de Juan (= EvJn), del que se indicaba su contenido principal y sus grandes divisiones. Se decía así: “En el evangelio de Juan se nos presenta a Jesús como el Hijo del Padre que, arrancándose de su más íntima unión con él, comparte nuestra historia y nuestra naturaleza humana. Comunica a los hombres los secretos y la vida misma de Dios y retorna después, a través de su pasión-glorificación, a su punto de origen. Este esquema general se desarrolla en dos grandes partes: I. Manifestación al mundo mediante la narración de hechos y palabras que le acreditan como el Enviado (Jn 2,1-12–12,50); II. Revelación más particular a los suyos, que culmina en la pasión-resurrección (Jn 13,1–20,31)” (Tema 2 – Año 1, p. 56). Estas divisiones mayores estarían, por una parte, precedidas por el Prólogo (1,1-18), en el que se expone la naturaleza divina y eterna del Verbo de Dios encarnado en Jesucristo, y por el testimonio de Juan y de los primeros discípulos (1,19-51); y, por otra parte, estarían seguidas por el capítulo 21, que funciona como epílogo de toda la obra.

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En la exposición de dicho tema, ya quedaba sobrentendido que Jesús, el Hijo, revela la realidad misma de Dios y, en consecuencia, la hace comprensible a los hombres. Pues bien, es precisamente acerca de este argumento, sobre el que queremos reflexionar en este 5º tema del tercer año del IDR, apoyándonos fundamentalmente en la lectura de Jn 14,1-14.

Contexto: El Libro de la Gloria o de la revelación de Jesús a los suyos (Jn 13–20) San Juan afirma en el prólogo de su evangelio que “a Dios nadie lo ha visto jamás” (1,18). Esto quiere decir que ningún hombre sabe cómo es Dios en sí mismo, que nadie le conoce verdaderamente. Sin embargo, Dios ha tenido a bien desvelar su ser, su intimidad, enviando su PalabraHijo al mundo y haciéndose plenamente hombre, uno de nosotros (cf. Jn 1,14). Por eso el Verbo encarnado, Jesucristo, es el único que, venido de lo Alto (cf. 3,13; 8,23), desvela y hace comprensible al ser humano el ser mismo de Dios, el modo como Dios es y vive en sí mismo. Las primeras palabras de Jesús en este evangelio aparecen en 1,38. Se trata de una pregunta que el Señor dirige a dos discípulos del Bautista que, guiados por éste, estaban siguiéndole: “¿Qué buscáis?”. Esta cuestión procedente de los labios de Jesús, el Cordero de Dios (cf. 1,29.36), es esencial y de enorme trascendencia para la existencia humana, pues se vincula a la revelación del Padre que nos trae Jesús, el Hijo encarnado. Así lo confirma la respuesta subsiguiente de los discípulos, que es también una pregunta: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” (1,39). Los dos discípulos

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quieren saber el “lugar” donde “vive” Jesús para quedarse con Él. En un primer momento podemos pensar que se refieren simplemente a la casa física de Cafarnaún en la que Jesús residía durante su ministerio público (cf. Mc 2,2; 3,20; 9,33), pero la cuestión: “dónde vives” o, mejor, “dónde moras”, en su sentido profundo dentro del contexto del cuarto evangelio, se refiere al lugar en el que permanece el ser de Jesús, su realidad esencial más profunda, su Persona. Y a ese “lugar” sólo Jesús puede conducirles y dárselo a conocer, puesto que mora “en el seno del Padre” (cf. Jn 1,18) a quien “nadie ha visto jamás”. Por eso, sólo si los discípulos acogen la invitación de Jesús (“Venid y veréis”), llegarán a “ver”, a conocer quién es y dónde “vive”, y entonces permanecerán con Él aquel día (y siempre). A lo largo del evangelio de Juan se van desvelando ambos temas: quién es Jesús y, al mismo tiempo, dónde mora. Nuestro texto se encuentra en la segunda parte del evangelio, conocida, como ya hemos señalado, como Libro de la Gloria o de la revelación de Jesús a los suyos, y forma parte de los discursos íntimos que el Maestro tiene con sus discípulos durante la Última Cena (Jn 13–17), inmediatamente antes de su pasión y resurrección (18–20). En estos discursos, el Maestro y Señor desvela a los suyos su intimidad, su estrecha y amorosa relación con ellos y, en particular, su íntima relación con el Padre, dentro de la cual quiere introducirlos para que estén con Él y puedan gozar plenamente de su misma gloria de Hijo (14,10; 15,4-5). En efecto, es Jesús, el Hijo encarnado que está y vive en el seno del Padre y que ha plantado su tienda entre nosotros (1,14), quien, por medio de su pasión-resurrección, nos

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prepara en su cuerpo una morada en los cielos (14,2), en el seno del Padre, dándonos a conocer a Dios y haciéndonos así partícipes de la vida eterna (cf. 17,3).

Nuestro texto: Jn 14,1-14 El capítulo 14 del evangelio de Juan forma una unidad. El v.31 señala claramente su conclusión con las palabras de Jesús: “Levantaos, vámonos de aquí”. Es así como el Señor da por concluida una parte de su enseñanza, pero no toda, puesto que la acción concreta de “irse” del lugar donde se encuentran reunidos no acontecerá hasta el capítulo 18. Jesús continuará hablando a sus discípulos en el mismo lugar y tiempo a lo largo de los capítulos 15–17, por lo que las exhortaciones de 14,31 reclaman ser comprendidas más bien en sentido metafórico, esto es, Jesús estaría invitando a sus discípulos (que están recostados cenando, cf. Jn 13,4.28) a “levantarse” y a “partir con Él”, es decir, a seguir su mismo camino de Pastor (“levantándose”) y a hacer Pascua con Él, pasando de este mundo (¡De aquí!) al Padre (hacia el que, junto con Jesús, todos “irían”: “vámonos”). El capítulo 14 puede ser dividido en las tres secciones siguientes: I. La primera: 14,1-14, subraya la invitación a creer y en ella se enfatiza el campo semántico espacial o geográfico por medio de los vocablos: casa-morada-lugar-camino. II. La segunda sección (14,15-24) insiste sobre los verbos amar y guardar (los mandamientos). Tiene como tras-

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fondo el libro del Deuteronomio y la figura de Moisés, a quien Jesús supera sobremanera y de quien sería el antitipo y el profeta-Mesías anunciado (cf. Dt 18,18). III. La tercera y última sección: 14,25-31, aúna y sintetiza las dos previas al retomar las referencias a creer y a amar.

Un análisis más detallado del texto Jn 14,1, que forma una inclusión con el v.11, subraya el tema de la fe: es necesario creer en Jesús para poder conocer al Padre, verle y llegar a la unión con Él. En los vv.2-3, la “casa del Padre” indica el Cielo, donde se pensaba que había muchas “moradas” (o tiendas eternas, Lc 16,9; o tronos: Mc 10,40). Jesús se refiere aquí a la comunión de vida con Dios, a la unión de los discípulos con Él y con el Padre en una familia, siendo felices eternamente en el Cielo. La partida de Jesús tiene como finalidad conducir a sus discípulos a la comunión de vida con Él una vez glorificado (v.3). Jesús entra en el santuario celeste con su muerte sacrificial, para facilitar a los discípulos el acceso a dicho santuario (cf. Heb 9,11-14). Tras referirse a la “casa” donde Jesús va a preparar un “lugar” a los discípulos, pasa a la imagen del “camino” en los vv.4-5. Este lenguaje metafórico, que reclama la luz del Espíritu para comprenderlo adecuadamente, les resulta todavía misterioso y oscuro a los discípulos. La pregunta de Tomás lo expresa claramente: “Señor, no sabemos dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (14,5). A Tomás le gustan las cosas concretas y “camino” no quiere decir para él otra cosa que una vía material para llegar

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a un sitio específico. Jesús, sin embargo, se refiere a su función de mediador para conducir al hombre hasta el seno del Padre (cf. 1,18). Esta intervención de Tomás da pie a Jesús para transmitirles la revelación principal de todo este fragmento, al afirmar: “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida” (14,6). Jesús es el Camino, es decir, el único mediador para llegar al Padre, puesto que “ninguno va al Padre sino por mí” (14,6). Nadie puede encontrar a Dios y vivir en comunión con Él si no es por medio de Jesús, ya que es el Revelador definitivo que da la vida por la salvación del mundo. Él es el único que conoce al Padre (cf. Jn 7,29; 8,55) y, por tanto, el único que puede darlo a conocer y puede, en consecuencia, conducirnos a Él e introducirnos en la comunión de vida con Él. Jesús es el único Camino hacia el Padre porque entre Él y el Padre existe una perfecta comunión de vida: “Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto” (14,7). Dada la mutua inmanencia, conocer al Hijo significa conocer al Padre. Jesús es la manifestación del Padre en la historia humana, pero para ver al Padre en Jesús es necesaria la mirada de la fe (cf. 14,1a.11-12) que permite penetrar en el ser-persona de Jesús y reconocer en Él al Hijo del Padre. Por lo tanto, Jesús es el Camino porque Él mismo, su persona, es la revelación por excelencia, total y definitiva de Dios, la manifestación de su amor salvífico —que es la Verdad—, y el que comunica a los creyentes la Vida misma del Padre a quien posee plenamente. En efecto, en

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Jesús se nos revela la íntima comunión entre el Padre y el Hijo existente en el seno (en el ser) de la vida trinitaria. Jesús es la Verdad porque sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Él, en su realidad de Hijo, se nos revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en afectuosa comunión e igualdad con este Hijo (1,18). Jesús es la Vida, porque sólo a través de Jesús y unidos a Él, conseguimos conocer al Padre y unirnos a Él y, de ese modo, tener en Él la vida verdadera. En definitiva, Jesús es el Camino hacia el Padre porque al comunicarnos la Verdad de Dios, es decir, que Dios es amor, nos hace partícipes de la vida del Padre. Al encarnarse, el Verbo de Dios, que vive volcado hacia Dios en plenitud de ser y de vida de amor, se hace Verdad para nosotros, expresión humana de esa unión, de ese ser, de ese amor de Dios. Jesús es mediador de ese conocimiento, de esa Verdad, y, por tanto, es el Camino al Padre que nos hace partícipes de su Vida. Ante estas palabras de Jesús es Felipe el que interviene nuevamente. Tampoco entiende al Maestro. Todos necesitan recibir el Espíritu de la Verdad (14,17.26) para comprender a Jesús, su persona, sus palabras y sus obras. Felipe quiere “ver” con sus ojos físicos al Padre, quiere verlo como ve en aquel momento a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (14,8). Su pregunta es la de todos los discípulos y refleja, de algún modo, la petición veterotestamentaria de Moisés a Dios: “Muéstrame tu gloria” (Éx 33,18).

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Jesús reprende a Felipe (y en él a todos los demás) porque después de haber convivido con Él desde que fue llamado a seguirle (cf. Jn 1,43) todavía no ha comprendido la estrechísima relación que vive con Dios-Padre, la inmanencia recíproca entre el Padre y Él, el Hijo (14,9-10). En Jn 10,30, Jesús ya había proclamado: “yo y el Padre somos uno”, y ahora, en el contexto de su despedida, le dice a Felipe: “¿No crees que yo (estoy) en el Padre y el Padre está en mí?” (14,10). Esta profunda unión y unidad de Jesús con el Padre implica también la unidad de acción: las palabras que dice provienen del Padre y las obras extraordinarias que cumple las realiza el Padre en Él. Por consiguiente, las palabras y las obras de Jesús tienen como finalidad la revelación del Padre, para suscitar la fe y hacer partícipes a los hombres de la vida divina que Él tiene en común con el Padre. Para confirmar el tema de la inmanencia recíproca entre Él y el Padre, Jesús transforma la pregunta de Felipe en una invitación a todos los discípulos a creer en su palabra: “Creedme: yo (estoy) en el Padre y el Padre (está) en mí” (14,11), repitiendo el motivo inicial de su enseñanza: “Creed también en mí” (14,1). La invitación a creer en las obras: “Si no, creed a las obras”, comporta la capacidad de ver en ellas lo que revelan, esto es, que son obra conjunta del Padre y del Hijo y, por tanto, que el Padre está en Jesús y Jesús en el Padre. Que Jesús permanecerá unido a sus discípulos, y por tanto también a nosotros, incluso en el tiempo de su separación física, se muestra en el hecho de que Él mismo escuchará las peticiones de los discípulos y llevará a cabo

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sus obras a través de ellos (14,12-14). Toda la actividad de Jesús, sus palabras y acciones de poder, estaba orientada a abrir los ojos de la humanidad y a capacitar al ser humano para comprender su misión salvífica y conocer, por medio de Él, al Padre. Los discípulos, que han recibido de Él esa misma actividad y que la prolongan por encargo suyo, tendrán resultados mayores, porque será Él, elevado y glorificado, quien actúe por medio de ellos para atraer a todos hacia Él y, por consiguiente, hacia el Padre (cf. Jn 6,40; 12,32).

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La palabra nos interpela “No se turbe vuestro corazón” “No tengáis miedo”, “No se turbe vuestro corazón”, “Venid a mí”… son expresiones, en boca de Jesús que aparecen en los evangelios y que muestran la convicción, profunda, del mismo Jesús de saber que estamos en manos de Dios. No se trata de negar las dificultades, los problemas, sino de saber que, por encima de ellos, está la presencia amorosa de Dios que cuida de nuestra existencia. Nuestra vida está en las manos de Dios. Dios es siempre cercano. ¿Soy consciente de ello o los miedos, los temores, las turbaciones, dificultan mi vida cristiana? “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida” Ir al Padre sólo es posible a través, por y con Jesús. Es una experiencia clara de la unidad de Jesús con el Padre y una expresión, más clara todavía, de la complicidad de Jesús con nuestra salvación. Jesús es el camino que me lleva al Padre, a la vida eterna, al cielo. ¿Vivo mi vida por ese camino o tomo otros, atajos, que no me llevan a ningún sitio? ¿Es Jesús la verdad de mi vida o lo son otros que hablan en su nombre, o al menos eso me quieren hacer creer? “Muéstranos al Padre” Toda la vida y predicación de Jesús (lo hemos visto en los temas de este primer ciclo) es una revelación del Padre, es un mostrar el verdadero rostro de Dios

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a la humanidad, es descubrirnos cómo es Dios: Padre, amoroso, entregado a la salvación de sus hijos, misericordioso, paciente, generoso… El Itinerario que estamos recorriendo quiere acercar a cada uno de nosotros el rostro de Dios. Pero no olvidemos que este Itinerario es claramente misionero. ¿Soy revelador del Dios de Jesús a quienes no lo conocen? ¿Favorezco el encuentro con el Padre a aquellos que no le conocen o le conocen mal? ¿Soy misericordioso con los demás, como lo es el Padre conmigo?

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2. Reflexionamos

Exposición del tema

Mientras que en los sinópticos el tema fundamental es aquel de la proclamación e instauración del Reino de Dios, el interés doctrinal del evangelio de Juan se centra en la figura de Jesús en cuanto Revelador del Padre y de su amor salvífico. Jesús revela el misterio de su persona, en cuanto Hijo de Dios que vive en una relación única con el Padre y nos invita a participar en su vida filial. Dios ha tomado la iniciativa para socorrer a la humanidad pecadora, manifestando su amor extremo a través del envío y de la obra del propio Hijo. Jesús es el revelador total, el Testigo fiel, el Guía seguro hasta el Padre (cf. Jn 1,18). Él manifiesta al mundo la “verdad”, que consiste en el conocimiento del Padre y de su diseño de amor salvífico a favor de la humanidad. En el cuarto evangelio, Jesús es presentado, por tanto, como el Hijo de Dios hecho hombre y también como el Enviado de Dios. Jesús no se presenta a sí mismo de manera autónoma o antagonista en relación con Dios, sino como su Hijo y como su Enviado. Es precisamente la perfecta comunión de Jesús con Dios-Padre y su total entrega y dependencia de Él la que permite formular la fe judía en términos cristológicos nuevos: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Jesús es el Cristo en cuanto es Hijo unigénito de Dios y, porque esto es así, el

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invisible e inaccesible Dios se hace visible y accesible en su Enviado. Veamos, por tanto, cómo revela Jesús al Padre en estos tres aspectos principales de su persona que acabamos de señalar: Hijo encarnado, Enviado y Cristo.

1. Jesús, el Hijo-Logos encarnado, revela al Padre El Verbo-logos que está en relación con Dios desde siempre, vuelto y volcado completamente hacia Él (“pros ton theón”, 1,1), es, gracias a su inmersión en la humanidad de Jesús, el Hijo unigénito que vive en perfecta comunión con el Padre (Jn 1,1-18). Jesús lo dice así durante la Última Cena: “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo de nuevo el mundo y me voy al Padre” (16,28). Entre ambos extremos del movimiento de Jesús, entre el logos hecho carne y el Hijo en el seno del Padre, se sitúa su misión histórica de “exégeta” o narrador o intérprete de Dios: “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer [/ lo ha interpretado/lo ha narrado: exēgēsato]”. Jesús procede de Dios (o de lo Alto) (3,13.31), desciende del Cielo y entra en el mundo como Aquel que manifiesta y hace presente y comprensible a Dios-Padre para los hombres; posteriormente, por medio de su pasión y muerte sacrificial, retorna de nuevo, asciende al Padre (cf. Jn 20,17). Por lo tanto, el logos, esto es, el Hijo preexistente que vive unido con el Padre y que es el Mediador de la creación,

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se encarna (1,14). Y tiene un nombre concreto: Jesús de Nazaret, el Hombre cuya historia va a ser narrada en el evangelio. Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, por lo que toda la historia del hombre Jesús —sus palabras, sus obras, su vida, su muerte—, debe ser leída a partir de esta primera y fundamental afirmación. Esto significa que en la persona de Cristo, Dios se aproxima y hace presente de manera visible en medio de su creación y de toda la humanidad. Jesús habla continuamente de Dios como Padre suyo, y en toda su existencia desvela el ser de Dios, mostrando que Dios, en sí mismo, es (una relación de personas en unión plena, total y perfecta de) amor (cf. 1Jn 4,8.16). Dios vive en sí mismo una donación total de sí, una plenitud total de expresión de sí mismo, de decirse perfectamente a sí mismo: esta donación, plenitud y expresión de Dios es su Verbo. El Verbo dice, expresa, obra el Amor que Dios es. Y Jesús es, precisamente, el Verbo encarnado, el Hombre que, “estando en cuanto Hijo en el seno de Dios” (1,18), formula y hace comprensible a la mente humana el ser relacional de Dios.

2. Jesús, el Enviado, revela al Padre Precisamente porque Jesús es el Hijo preexistente hecho carne, su destino histórico puede ser presentado como una venida, como un Enviado. Y así nos lo presenta Juan. Ahora bien, tenemos que comprender la semántica del Enviado considerando el trasfondo del derecho del enviado que existía en el Próximo Oriente Antiguo. Un en-

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viado era un mensajero debidamente legitimado que representaba a su soberano ante una corte extranjera. La categoría central vinculada a la figura del enviado era aquella de la representación, que jugaba con la dialéctica entre unidad y diferencia: el embajador representaba plenamente a su rey aun siendo diverso de él. La importancia de esta representación para la cristología es patente: en cuanto enviado del Padre, Cristo le representa en el mundo. No pronuncia sus propias palabras, sino aquellas de su Padre (3,34; 14,10; 17,8.14); no realiza sus propias obras, sino aquellas de su Padre (4,34; 5,17.19-21.30.36; 8,28; 14,10; 17,24.34); no cumple su propia voluntad, sino aquella del Padre (4,34; 5,30; 6,38; 10,25.37). Jesucristo no desea ser otra cosa que la voz y la mano del Padre, la acción potente y misericordiosa de Dios entre los hombres. Por consiguiente, en la lógica joánica, Cristo es verdaderamente Dios en la medida en que es el enviado, a la vez plenamente uno con Dios-Padre y, sin embargo, diferente de Él. Juan subraya que Dios es invisible e inaccesible (cf. 1,18) para enfatizar la unicidad y plenitud de la revelación que trae el Hijo unigénito, Jesucristo, puesto que el Padre sólo es accesible al Hijo y en el Hijo. Dicho de otro modo, Dios es visto cuando los hombres ven a Jesús; Dios es escuchado cuando los hombres escuchan a Jesús; Dios es encontrado, cuando los hombres encuentran y conocen a Jesús, su Enviado.

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3. Jesucristo revela a Dios-Padre El evangelista Juan deja bien claro en su escrito que Dios es el Padre de Jesucristo. El término patêr referido a Dios como Padre de Jesús recurre en el cuarto evangelio 118 veces (de un total de 121 en las que dicho vocablo es referido a Dios; por otra parte, sólo en 20,17 se habla de Dios como Padre de los discípulos y en clara vinculación al Resucitado). El lenguaje relacional Padre-Hijo sugerido por la palabra evangélica de la revelación y la dinámica del amor (que permite mantener la distinción de dos sujetos y a la vez su profunda y perfecta comunión) ayudan a comprender las formulaciones que expresan la función diversa y concorde, al mismo tiempo, de Dios-Padre y del Hijo en la acción salvífica (cf. 10,30.38b; 14,9b). 3.1. Dios, a quien Jesús se dirige como Padre y, en una ocasión, como “Padre santo” (17,11), existe desde el principio (1,1.2) y nadie le ha visto jamás, a excepción de Jesús, el Hijo unigénito (1,18; 6,46). Desde tiempos antiguos ha ido revelándose, en particular ha hablado a Moisés (9,29) y, más recientemente, ha enviado a Juan el Bautista para que dé testimonio de su Hijo (1,6). 3.2. Dios-Padre tiene un único Hijo (3,16.18), a quien ha aprobado y sellado con su Espíritu (6,27), dándole poder sobre todas las cosas (3,35; 13,3; 16,15), hasta entregarle incluso la responsabilidad del Juicio Final (5,22). En efecto, el Padre ama al Hijo, y le envía al mundo y le da el poder salvífico sobre toda la humanidad. Es el Padre el que, entregándonos a Jesús, el Unigénito, para salvarnos, muestra verdadera y eficazmente su amor hacia el

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ser humano (Jn 3,16). Esta iniciativa del Padre en el proceso salvífico, que se realiza por medio de Jesús, es la garantía de su triunfo final positivo a favor de los creyentes (Jn 7,44-46). 3.3. Es el Hijo encarnado el que también nos enseña que Dios es “espíritu” y busca a aquellos que le adorarán “en espíritu y verdad” (4,23-24); el que nos dice que Dios tiene la vida en sí mismo (5,26) y el poder para resucitar a los muertos (5,21). 3.4. “Dios es amor” (1Jn 4,8.16) sintetiza el testimonio del evangelio de Juan acerca de Dios. Jesús aparece verdaderamente como la epifanía del amor del Padre, el revelador de su rostro (cf. Jn 14,9). Toda la actividad de Dios en relación con nosotros está inspirada por el amor que vive en sí mismo: Jesucristo es el acto supremo de Dios-Amor a favor de toda la humanidad. 3.5. Jesús no es un Dios al lado de Dios, sino Aquel en quien Dios se da a conocer, tal y como dice a los fariseos: “Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre” (Jn 8,19). Dios está en Jesús (Jn 14,10-11). La relación de Jesús con el Padre es tan íntima y profunda que puede afirmar su unidad con Él (Jn 10,30). Jesús es un solo ser con el Padre (cf. Jn 17,11.21.23), porque posee su misma gloria, es decir, el esplendor de la divinidad. 3.6. Al definirse con la expresión: “Yo soy” (cf. Jn 14,6), Jesús muestra que en su persona está presente Dios como dador de salvación para nosotros. El gran don que Dios nos hace y que aquí se nos manifiesta por medio

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de Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios es para nosotros un Dios oculto e inaccesible, pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él. En el Hijo nos ofrece la puerta y el camino, posibilitándonos la unión con Él. Dios mismo se hace accesible a nosotros en el Hijo encarnado, presente para nosotros en su verdadera realidad y no por medio de dones diversos. 3.7. Puesto que sólo Jesús es el Hijo unigénito de Dios, igual a Él, sólo Jesús es la puerta y el camino de acceso al Padre. Ningún otro camino lleva al Padre. Ni con otro guía o por diversos métodos de meditación o de técnicas espirituales al margen de Jesús. Sólo por medio de Jesús obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de Padre. Pero, ¿cómo es Jesús el camino que conduce al Padre? En su respuesta a Felipe y a los demás discípulos (14,5-11), Jesús aclara que no es el camino en cuanto transmisor de teofanías, de una experiencia extraordinaria de Dios o de una visión directa de Él. Es el Camino al modo como ellos mismos lo han experimentado a lo largo de su seguimiento, es decir, en sus palabras y obras, en la vida en común que ha llevado entre ellos. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho hombre, lleno de sencillez, discreción, simplicidad. Por eso sólo los ojos de la fe podrán decir que “quién le ve a Él, ve también al Padre” (Jn 14,9). Así es, el camino que es Jesús reclama incondicionalmente la fe. Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, llega inmediatamente por la fe al Padre. Sólo para quien cree en Él, Jesús es el camino y continuará siéndolo incluso cuando ya no esté visiblemente presente a los ojos físi-

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cos de los suyos. Los discípulos y todos los que crean por su testimonio pueden llegar a Él mediante la fe y, a través de Él, al Padre. 3.8. “El único lazo necesario y firme con Jesús es la fe” (14,1.10-12) Por medio de ella le reconocemos como el Hijo de Dios, confiamos en Él y nos dejamos guiar por Él. No existe ninguna vinculación sólida con Él fuera de la fe. En la hora de la despedida, Jesús muestra una vez más a los discípulos que permanecerán unidos a Él y, a través de Él, al Padre, sólo por medio de la fe, en cualquier situación y momento temporal: sólo por medio de la fe. En la sucesiva respuesta a Felipe, Jesús da la razón por la que todo el que cree en el Hijo ve al Padre y llega a Él: el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo (14,10-11). Jesús expresa así que Padre e Hijo se encuentran unidos recíprocamente con plenitud de unión y viven en unidad, teniendo todo en común. Ellos se caracterizan por la unidad. Jamás se ve al Hijo privado de la perfecta unión con el Padre, y jamás se ve al Padre privado de la perfecta unión con el Hijo. Por eso, quien mira con fe al Hijo ve en Él y por Él al Padre. La razón de ello es la perfecta unión, para nosotros inimaginable, del Padre y del Hijo.

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Preguntas para el diálogo En ningún otro sitio se nos explica tan bien el misterio de la persona de Jesús como en estos discursos de despedida del evangelio de san Juan. Ciertamente se trata de un texto difícil por su profundidad. Pero necesitamos captar lo esencial de su mensaje porque, de lo contrario, no entenderemos ni quién es Dios, ni quién es Jesucristo, ni quiénes somos nosotros, sus discípulos. Por eso conviene que, en el diálogo, nos esforcemos por sintetizar, de modo comprensible para todos, los tres apartados que nos ha ofrecido la exposición. 1. ¿Qué quiere decir que Jesús es el Verbo (Logos) eterno de Dios? ¿Para qué se ha encarnado? 2. ¿Qué significa que Jesús es “el Enviado” del Padre? ¿Cómo vive Jesús su condición de “Enviado”? 3. ¿Qué consecuencias saca san Juan de la relación entre el Padre y Jesucristo — para entender quién es Dios; — para entender quién es Jesucristo; — para entendernos a nosotros, sus discípulos?

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Bibliografía complementaria Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 535-540. S. CASTRO SÁNCHEZ, Evangelio de Juan (Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén 3A; Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 2008). J.-O. TUÑÍ, Evangelio según san Juan, en J.-O. TUÑÍ – X. ALEGRE, Escritos Joánicos y cartas católicas (Introducción al Estudio de la Biblia 8; Estella 42000), págs. 17-172; en particular: “II. Jesús y el Padre: la revelación de Jesús, págs. 100-119.

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3. Actualizamos

Sugerencias para la actualización En Jn 14, Jesús es interrumpido en tres ocasiones. Dos de ellas en nuestro texto, una por Tomás (14,5), en la que expresa su desconocimiento del camino y de la meta; y otra por Felipe (14,8), que pide a Jesús poder ver al Padre. En la tercera es Judas de Santiago el que pregunta a Jesús por qué se manifiesta a los suyos y no al mundo (14,22). Todas las preguntas se plantean en plural: “nosotros” y muestran así que no es algo personal o individual sino que incluyen a todo el grupo de discípulos en el que, también nosotros, debemos vernos representados. Tales preguntas y las respuestas de Jesús nos interesan y son fundamentales para crecer en la fe y, en consecuencia, en el conocimiento de Dios-Padre y de Jesucristo, y en la íntima unión con ellos y entre nosotros.

Su relevancia para nosotros hoy ¿Quién es Dios? ¿Cómo es y vive en sí mismo? ¿Es monolítico, una soledad encerrada en su perfección? ¿Es iracundo y vengativo o, por el contrario, es bondadoso y misericordioso y se preocupa del ser humano y entra en comunicación con él? Dado que “a Dios nadie le ha visto jamás” (cf. Jn 1,18), el hombre no conoce a Dios en sí mismo, no sabe cómo es. Dios es el Otro que permanece en una dimensión que no es perceptible a la vista física y a la mera compren-

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sión humana. Dios es eternamente el mismo, pero, para poder conocerle, el hombre necesita que el mismo Dios desvele su ser y se le haga accesible a su condición creatural, a sus ojos y a su mente y corazón humanos. A lo largo del AT, Dios se ha dado a conocer en la historia de Israel de un modo particular, pero la realidad misma de Dios en sí mismo quedaba oculta. Pues bien, esa realidad es la que, en términos y expresión humana, desvela, desmenuza e interpreta Jesús, haciéndola accesible al hombre al mismo tiempo que introduce al ser humano en ella, acomodándose a sus capacidades al modo como Dios ha querido revelarse y hacerse próximo, íntimo. Y lo ha hecho en términos relacionales paterno-filiales. En Dios “vivimos, nos movemos y existimos”, pero sólo si Él se revela podemos conocerlo y relacionarnos con Él; sólo si Él desvela su ser podemos “entrar, vivir, movernos y existir” en Él, en esa relación de amor del ser trinitario que el único y eterno Dios vive en sí mismo. Jesús lo hace desvelándonos la relación paterna de Dios: ¡Él es mi Padre!; y el Padre revelándonos en el Hijo la dimensión filial: ¡Él es mi Hijo! Esta correlación puede ahora vivirla el discípulo en la fe (cf. 1,13; 14,1-14; 20,17). En este sentido, el discípulo de Jesús ya está en el seno del Padre, en su ser-de-amor trinitario, aunque espera todavía más, es decir, espera alcanzar la plenitud de vida de comunión y existencia en el ser mismo de Dios, uno y trino (cf. 14,9-11.15-17). Teniendo en consideración todo lo dicho, es evidente que ante la revelación divina manifestada en Cristo-Jesús se reclama al hombre una elección decisiva. Revelación y respuesta del hombre son los dos polos en torno a los

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que gira toda la reflexión joánica y en los que se encuentra involucrado todo aquel que escucha su evangelio. Por eso también a nosotros hoy, después de más de 2000 años, se nos pide igualmente una respuesta apropiada a la revelación de Dios escuchada a través del Evangelio. Nos preguntamos: (a) “¿Cómo entiendo y vivo esta revelación del Padre por parte de Jesucristo? ¿Creo que Él es el Hijo unigénito de Dios?”. (b) “¿Creo que Dios es mi Padre? ¿Me siento verdaderamente hijo de Dios?”. La íntima relación que une al Hijo con el Padre clarifica el sentido de la expresión “¡Abba!”, con la que Jesús se dirigía a Dios. Además, es tan estrecha la unidad entre el Padre y el Hijo que quien conoce a Jesús también conoce al Padre (14,7-9), porque Jesús está en el Padre y el Padre en Él (14,10.20). Ahora bien, tanto Dios como Jesús (tras su muerte y resurrección) se hacen invisibles a los ojos mortales. A Dios-Padre y a Jesús les corresponde el mismo tributo de la fe (14,1), dado que el Padre se da a conocer a través del Hijo y obra en comunión indisoluble con el Hijo, por medio de Él (14,10-11). Sin verles, los discípulos deberán aprender a abandonarse con total confianza al Padre y al Hijo, construyendo toda su existencia sobre ellos. Para Jesús mismo, la muerte es el retorno a la casa del Padre (13,1) y deja bien claro que también los discípulos tienen su patria perenne junto a Dios y no en la tierra (14,2-3).

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Nos preguntamos: (a) “¿Tengo puesta toda mi confianza en Jesús y en DiosPadre?”. (b) “¿Vivo teniendo en cuenta que mi lugar permanente no es la tierra sino Dios?”. Para llegar al Padre, los discípulos tienen que ponerse en camino y seguir a Jesús de modo concreto en su existencia, puesto que no son introducidos o llevados al conocimiento y a la unión con el Padre de modo pasivo o inactivo. Este Camino hasta el Padre es Jesús, su propia persona (14,6); Él es la puerta (10,9) y el camino de entrada en el seno del Padre que es nuestra salvación. Nos preguntamos: (a) “¿De qué modo concreto estoy poniéndome en camino hacia el Padre siguiendo a Jesús?”. (b) “¿Qué dificultades encuentro para ser su discípulo y pasar a través de Él (que es la Puerta) al Padre?”.

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4. Oramos juntos Monición inicial Jesús habla a sus discípulos sobre su misterio pascual, y aunque sea también un misterio trágico lo hace con imágenes familiares, simples, atrayentes: “Voy [les dice] a prepararos un lugar en la casa de mi Padre y una vez preparado, volveré y os llevaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-3). Jesús, que vive en el seno del Padre, quiere que los suyos, entre los que también nosotros nos encontramos ahora, estén allí, “en la casa del Padre”, juntamente con Él. Y prepara este puesto por medio de sus sufrimientos, de su pasión y resurrección, en su cuerpo martirizado y resucitado. Somos, por tanto, miembros de su Cuerpo porque Él nos ha preparado un lugar en Él, Él mismo es nuestro “lugar” junto al Padre y en el Padre. Jesucristo es el “lugar” en el Padre al que vamos y también el camino por el que podemos alcanzar dicho lugar. Por eso tenemos que seguirle, como se sigue un camino, imitándole. Es el camino en cuanto nos ha amado hasta el fin en cada momento y circunstancia, y de ese modo, amándonos, nos ha revelado el rostro del Padre y nos ha mostrado que Dios es amor. Jesús es un camino de amor generoso, gratuito, seductor, pero difícil de realizar. Sólo Jesús, con su victoria sobre el

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pecado, el mal y la muerte, nos da la gracia y la esperanza de alcanzar, unidos a Él, su misma victoria. Sólo en Jesús y a través de Él podemos conocer al Padre. Quisiéramos como Felipe ver al Padre con nuestros ojos físicos, pero la revelación directa de Dios es imposible para el hombre (como ya dijo el Señor a Moisés, cf. Éx 33,33: “verás mis espaldas”). Podemos ver, sin embargo, el rostro del Padre contemplando el rostro de Jesús (Jn 14,9b). En efecto, para conocer al Padre tenemos que contemplar, escuchar y seguir a Jesús. La grandeza y la bondad de Dios, su rostro paterno y su gloria, una gloria de amor, se nos revelan en el misterio pascual de Jesús y en el rostro de Jesús.

Oración de alabanza Lector: Verbo eterno de Dios, por ti y para ti fueron creadas todas las cosas; — te damos gracias por el don de la vida. Todos: Te alabamos, Señor, esperamos en ti. Lector: Hijo de Dios, tú te despojaste de tu rango y te rebajaste hasta tomar nuestra condición de hombres; — te damos gracias porque nos haces compartir tu naturaleza divina. Todos: Te alabamos, Señor, esperamos en ti. Lector: Enviado del Padre, tu viviste sólo para manifes-

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tar su voluntad y cumplirla; — gracias porque tu obediencia curó nuestra desobediencia. Todos: Te alabamos, Señor, esperamos en ti. Lector: Hijo único de Dios, sólo tú conoces al Padre; — gracias porque nos has revelado su amor y su misericordia. Todos: Te alabamos, Señor, esperamos en ti. Lector: Hijo amado de Dios, el Padre te entregó a la muerte para salvarnos; — gracias porque nos amaste hasta el extremo. Todos: Te alabamos, Señor, esperamos en ti. Lector: Jesús, hijo de María, tú eres el camino que nos conduce al Padre; — gracias porque has querido ser nuestro compañero de camino. Todos: Te alabamos, Señor, esperamos en ti. Lector: Juez universal, tú nos preparas un lugar junto a ti; — gracias porque quieres introducirnos en la casa del Padre. Todos: Te alabamos, Señor, esperamos en ti.

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Oración de petición Lector: Jesús, tú nos has llamado para que te sigamos; — concédenos negarnos a nosotros mismos, cargar con tu cruz y caminar en pos de ti. Todos: Oh Señor, escucha y ten piedad. Lector: Jesús, tú acogías siempre a los pecadores arrepentidos; — concédenos confiar siempre en tu misericordia. Todos: Oh Señor, escucha y ten piedad. Lector: Jesús, tú eres manso y humilde de corazón; — se siempre nuestro descanso. Todos: Oh Señor, escucha y ten piedad. Lector: Jesús, tú nos revelaste que Dios es Amor; — haz que amemos a todos nuestros hermanos. Todos: Oh Señor, escucha y ten piedad. Lector: Jesús, tú nos esperas para introducirnos en la presencia del Padre; — haz que contemplemos siempre tu rostro. Todos: Oh Señor, escucha y ten piedad. Podemos añadir algunas peticiones. 178

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Lector: Con un corazón lleno de agradecimiento y confianza, nos atrevemos a decir: Todos: Padrenuestro que estás en los cielos... Acabamos invocando a la Santísima Virgen María con la oración de este Itinerario.

Mare de Déu dels Desamparats, Madre de Misericordia, haz este camino con nosotros. Enséñanos a proclamar al Dios vivo y verdadero. Ayúdanos a ser testigos de Jesucristo, el único Salvador del mundo. Mare de Déu, vela por la Iglesia que peregrina en Valencia. Que sea hogar auténtico de comunión y servidora ilusionada de la misión; para que contemplando, viviendo y anunciando el amor de Dios, mostremos a todos los hombres el Evangelio de la esperanza. Amén.

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5. Preparamos la jornada siguiente Jesús no sólo nos revela al Padre, sino que nos enseña también a relacionarnos con Él y a dirigirnos a Él orando, particularmente con la oración del Padrenuestro. En ella todos, a una voz como hermanos unidos en el mismo Espíritu del Padre y del Hijo, y con su mismo amor en nuestros corazones, manifestamos que Dios es nuestro Padre y que, en su Hijo, todos hemos recibido la filiación divina y el deseo y la fuerza para vivirla. El próximo encuentro que tendremos será en unión de todos los grupos del Itinerario de nuestra comunidad. En él viviremos una celebración importante, que marca un hito en nuestro caminar: la “Entrega del Padrenuestro”.

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El Padre Eterno. Anónimo. S.XIX. Óleo sobre lienzo. Iglesia del Temple. Valencia.

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Vista general del Monte de los Olivos. Jerusalén.

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Entrega del Padrenuestro

Celebración de la entrega del Padrenuestro Ambientación El altar estará iluminado con dos o más cirios y sobre él se pone un atril para el libro del Evangelio. El incensario no se lleva en la procesión de entrada. Puede haber un sencillo adorno floral. El celebrante viste alba y estola blanca y convenientemente la capa pluvial blanca. Los cantos pueden sustituirse por otros que expresen un mensaje semejante.

I. Ritos iniciales Reunida la asamblea, se inicia la procesión de entrada con el siguiente orden: Cruz procesional entre candeleros, diácono o un sacerdote diferente del que preside o un ministro laico llevando el libro del Evangelio (Leccionario VII) y celebrante principal con los demás sacerdotes participantes en la celebración revestidos con alba y estola blanca. Llegados ante el altar hacen la debida reverencia. El portador del libro del Evangelio lo pone de cara al pueblo y abierto en el martes de la I semana de Cuaresma. Después de besar el altar, los celebrantes y ministros van a sus lugares; mientras se canta:

Canto de entrada R/. Vienen con alegría, Señor, cantando vienen con alegría, Señor, los que caminan por la vida, Señor, sembrando tu paz y amor. (2) Vienen trayendo la esperanza a un mundo cargado de ansiedad a un mundo que busca y que no alcanza caminos de amor y de amistad. R/.

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Vienen trayendo entre sus manos esfuerzos de hermanos por la paz deseos de un mundo más humano que nace del bien y la verdad. R/.

Saludo del celebrante y monición inicial  En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. R/. Amén. El Señor esté con vosotros. R/. Y con tu espíritu. Hermanos y hermanas: Durante la primera etapa de este curso del Itinerario Diocesano de Renovación hemos acompañado a Jesús en su misión. Todos recordáis cómo empezamos conociendo mejor la identidad y misión de Jesús proclamadas en su Bautismo (1) y de qué manera el Señor anunció el Reino, como llamada a la conversión (2). Con las parábolas y milagros se explicó y manifestó el nuevo y definitivo reinado de Dios (3), con las Bienaventuranzas que muestran el rostro y la meta del hombre nuevo (4). Por último, Cristo se nos mostró revelando al Padre a través de su propia humanidad (5). Este Padre eterno, que es fuente y origen de toda divinidad, no queda ya inaccesible para nosotros, pues Jesús nos enseñó como dirigirnos a él con la confianza de los hijos amados. Por todo ello ahora vamos a revivir aquella entrega de la oración más propia de los cristianos, que recibimos en el Bautismo, junto con el Espíritu de adopción, y que de nuevo recibimos de labios del Señor con agradecimiento y mayor conciencia de este don.

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Durante esta monición, haciendo unas breves pausas cuando se indica en los números, se pueden ir colocando antes los fieles unos carteles o proyectando en una pantalla con las siguientes frases evangélicas: (1) Tú eres mi Hijo amado (Mc 1,11). (2) El Reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en la Buena Noticia (Mc 1,15). (3) Enseñaba con autoridad (Mc 1,22). (4) Dichosos los pobres en el espíritu (Mt 5,3). (5) Quien me ve a mí, ve al Padre (Jn 14,9).

Oración colecta Oremos. Dios, Padre eterno y todopoderoso, que haces siempre fecunda a tu Iglesia con nueva descendencia, aumenta la fe y el entendimiento de tus hijos, renacidos de la fuente bautismal, para que alcancen su madurez plena en el respeto y amor de tu santo nombre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. R/. Amén.

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II. Liturgia de la Palabra Todos se sientan. Los lectores y el salmista hacen reverencia al altar y se acercan al ambón desde donde el primero de ellos proclama la primera lectura, después que el mismo celebrante desde la sede u otra persona desde un lugar diferente al ambón dice esta monición:

Monición a la primera lectura En numerosos pasajes del Antiguo Testamento, Dios reveló unos conmovedores rasgos paternales, aunque no mostró todavía la riqueza de vida y amor que reinaba en su interior, transcendente e inaccesible a los hombres. En este sentido, el profeta Oseas nos transmite los sentimientos de un Dios único y eterno, pero que no es distante ni indiferente a la suerte de los que ama como hijos.

Primera lectura “Con correas de amor les atraía” Lectura del profeta Oseas 11, 1b-4. 8c-9 ... y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí. Sacrificaban a los baales, ofrecían incienso a los ídolos. Pero era yo quien había creado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba. Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza

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un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer. ¿Podría entregarte, como a Admá, tratarte como a Seboyín? Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas. No actuaré en el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la ira.

Salmo responsorial Sal 102, 1-2. 8 y 10. 11-12. 13 y 18 V/. Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.



No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.



Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen. Para mí la vida es Cristo

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Para los que guardan la alianza y recitan y cumplen sus mandatos.

R/. Como un padre siente cariño por sus hijos, siente el Señor cariño por sus fieles.

Monición a la segunda lectura En la Nueva Alianza fundada por Jesús, no sólo nos sentimos como hijos de un Dios que nos ama, sino que hemos recibido un Espíritu de adopción que nos hace hermanos de nuestro Señor Jesucristo, con una confianza cierta puesta en un Padre que busca siempre nuestro bien, como lo escucharemos ahora por medio de san Pablo y, luego, en el Evangelio, del mismo Jesús.

Segunda lectura “Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!” Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 4,1-7 Hermanos: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo siendo como es dueño de todo, sino que está bajo tutores y administradores hasta la fecha fijada por su padre. Lo mismo nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo. Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial.

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Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba, Padre!”. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. Palabra de Dios. R/. Te alabamos, Señor. Todos se levantan. El celebrante, sentado, pone incienso en el incensario y lo bendice. Luego, él mismo o el diácono u otro presbítero toma del altar el libro del Evangelio y va al ambón precedido del turiferario y acompañado por los ceroferarios. Mientras se canta: Aleluya, aleluya, aleluya. El siguiente verso se canta o lee por un lector: No recibisteis un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! Se repite el canto del Aleluya. Aleluya, aleluya, aleluya.

Evangelio Lc 2, 21-22. 25-32 “Vosotros, orad así” El Señor esté con vosotros. R/. Y con tu espíritu.  Lectura del santo Evangelio según san Lucas Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

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Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Palabra del Señor. R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

Homilía Sigue la homilía, en la que el celebrante explica el significado y la importancia de la Oración dominical. Al terminar la homilía el celebrante dice: Los responsables de cada grupo os van a repartir ahora unas estampas con el texto del Padrenuestro, que diremos todos como conclusión de la oración universal. Los responsables reparten las estampas a los miembros de su grupo y a otras personas que asistan al acto.

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Entrega del Padrenuestro

Oración de los fieles Como hijos de Dios, presentemos al Padre nuestras peticiones, con filial confianza, unidos en la única Iglesia, santa y católica, y en favor de la entera familia humana. Diácono o lector: Para que la luz purificadora de Dios alcance a todas las personas y la Iglesia resplandezca ante el mundo por la santidad de sus hijos, roguemos al Señor. R/. Te rogamos, óyenos. Para que el Reino de Dios llegue a todos los corazones y tenga señales claras y eficaces para la salvación de todos y la regeneración de la sociedad, roguemos al Señor. R/. Para que la voluntad del Padre sea acogida con fe y amor por todos sus hijos y seamos instrumentos de su obra salvadora en el mundo, roguemos al Señor. R/. Para que a nadie falte el sustento diario y permanezcamos vivamente unidos en el pan de la Eucaristía, roguemos al Señor. R/. Para que seamos compasivos y misericordiosos como nuestro Padre del cielo y recibamos el perdón de nuestros pecados, roguemos al Señor. R/. Para que el poder del nombre de Dios y la unión en el Espíritu de Cristo nos defienda de todo mal y de la perdición eterna, roguemos al Señor. R/. Celebrante: Unamos todos nuestros justos deseos a las necesidades de toda la humanidad, diciendo (cantando) juntos, como el Señor nos enseñó: Padrenuestro…

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Para mí la vida es Cristo

III. Rito de conclusión Celebrante: Como hijos de Dios, sellemos nuestra oración recibiendo y compartiendo la paz que nos reconcilia y une en el amor. La gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el Señor, y la comunión del Espíritu Santo, esté siempre con vosotros. R/. Y con tu espíritu. Diácono o celebrante: Como hijos de Dios, intercambiad un signo de comunión fraterna. Y todos se dan la paz. Diácono o celebrante: Id en paz y anunciad a todos el amor de Dios nuestro Padre. R/. Demos gracias a Dios.

Canto final Tu reino es vida, tu reino es verdad; tu reino es justicia, tu reino es paz; tu reino es gracia, tu reino es amor. ¡Venga a nosotros tu reino, Señor! ¡Venga a nosotros tu reino, Señor!

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Itinerario Diocesano de Renovación

2010-2014

Entrega del Padrenuestro

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Para mí la vida es Cristo

PROPUESTA DE CANTOS

1ª Etapa: Acompañamos a Jesús en su misión

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Tema 1 “Tú eres mi Hijo amado” (Mc 1,11).

La identidad y la misión de Jesús proclamadas en su Bautismo.

Tema 2 “El Reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en la Buena Noticia” (Mc 1,5).

El anuncio del Reino, como llamada a la conversión.

Tema 3 “Enseñaba con autoridad” (Mc 1,22).

Las parábolas y los milagros explican y manifiestan el Reino.

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Propuesta de cantos

Es tiempo de nacer/Abrid vuestros ojos CLN: 57 Creo en Jesús CLN: 274 Una nueva vida CD: 266 MD: 21 Un solo Señor CD: 271 MD: 5 Juntos como hermanos CD: 146 MD: 35 Danos un corazón MD: 59 Somos un pueblo que camina MD: 68 El Señor me llama MD: 74 Danos, Señor, un corazón nuevo CD: 79 CLN: 253 MD: 371 Mireu quina prova d’amor CD: 174 Anunciaremos tu Reino, Señor CD: 28 Cerca está el Señor Defensor de la verdad/Cristo fue sincero Dios es nuestra esperanza/Ven ya, Cristo, Señor Por valles y aldeas Tu Reino es vida (Sal 71) Prepareu els camins al Senyor CD: 203 Des de l’abisme vos cride, Senyor CD: 82 En Dios pongo mi esperanza (Sal 129) CD: 110 Cerca está , cerca está CD: 58 Tú has venido a la orilla Pescador de hombres CD: 262

CLN: CLN: CLN: CLN: CLN: CLN:

402 731 275 2 273 511

MD: 9-1

MD: 17-1 MD: 223

CLN: 407 MD: 18

Bendigamos al Señor CLN: 707 Cristo, nuestro Salvador CLN: 275 /Desde el fondo de los siglos Cristo te necesita para amar CD: 66 CLN: 279 Dame tu perdón CLN: 111 Éste es el tiempo en que llegas CD: 115 CLN: 657 Vosotros sois la luz del mundo CLN: 406 Cristo nos da la libertad

MD: 182 MD: 311 MD: 309 MD: 343

MD: 94

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Para mí la vida es Cristo

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Tema 4 “Dichosos los pobres en el espíritu” (Mt 5,3).

Las Bienaventuranzas: el rostro y la meta del hombre nuevo.

Tema 5 “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9).

Cristo revela al Padre.

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Propuesta de cantos

A ti levanto mis ojos (Sal 122) CD: 31 CLN: 526 MD: 241 Bienaventurados CLN: 736 ¿Cuándo vendrás, Señor? CLN: 724 Dichosos para siempre CLN: 737 Las Bienaventuranzas CLN: 735 Todos cantamos a Ti, Señor (Sal 116) MD: 231 Bienaventurados los pobres MD: 54 El Señor hizo en mí maravillas (Magníficat) CD: 106 MD: 381 La meua ànima canta al Senyor (Magníficat) CD: 151 Cántico de María (Magníficat) CLN: 321 Bendita tú entre las mujeres (Magníficat) CLN: 326 Proclama mi alma (Magníficat) CLN: 342 Yo canto al Señor/Canto de María (Magníficat) MD: 394 Alabad al Señor CD: 10 CLN: 602 Alabaré a mi Señor CLN: 612 Aleluya, el Señor es nuestro Rey (Sal 97) CD: 16 CLN: 515 Mi alma espera en el Señor (Sal 129) CD: 172 CLN: 529 Alabemos al Señor CLN: 26 Hoy, Señor, te damos gracias CD: 137 El Señor es mi pastor (Sal 22) CD: 105 CLN: 538 La bondat i l’amor del Senyor CD: 150 Mireu quina prova d’amor CD: 179 Cristo, alegría del mundo CLN: 761 La bondad y el amor del Señor

MD: 244 MD: MD: MD: MD: MD:

228 225 26 80 206

MD: 370 MD: 79

Para mí la vida es Cristo

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Para mí la vida es Cristo

CELEBRACIÓN DE LA ENTREGA DEL PADRENUESTRO

Canto de entrada

Canto del Aleluya

Canto del Padrenuestro

Canto final

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Propuesta de cantos

Vienen con alegría Juntos cantando la alegría Juntos como hermanos El Señor es mi fuerza Reunidos en el nombre del Señor Un solo Señor Gustad y ved, ¡qué bueno es el Señor!

CLN: 728 CD: 728 CD: 146 CLN: 403 CD: 103 CD: 18 CD: 271 CD: 132 CLN: O 35

Aleluya, Aleluya, Aleluya ¡Aleluya! Grandes, maravillosas ¡Aleluya! Amén. Alabad al Señor Canta Aleluya al Señor ¡Aleluya! El Señor es nuestro Rey Que sea tu Palabra Lloem el Senyor, al·leluia

CLN: E 1 CD: 17 CD: 19 CD: 49 CD: 16 CD: 213 CLN: 733 CD: 165

Melodía oficial Pare nostre que esteu en el cel

CD: 195

Tu Reino es vida (Sal 71) Anunciaremos tu Reino, Señor Glòria a Vós, oh Crist Por Ti, mi Dios/La canción del testigo Vós sou, Senyor, la llum del meu cor Ciudadanos del cielo Te damos gracias, Señor Hoy, Señor, te damos gracias

CLN: 511 CD: 18 CLN: 402 CD: 106 CD: 201 CD: 287 CD: 61 CLN: 710 CD: 249 CLN: 531 CD: 137

MD: 65 MD: 67 MD: 35-1 MD: 47 MD: 73 MD: 5-1

MD: 228

MD: 223 MD: 9-1 MD: 49-2 MD: 11 MD: 233 MD: 80

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Para mí la vida es Cristo

ALGUNAS INDICACIONES PARA LOS CANTOS Algunas indicaciones para los cantos: • Todos los cantos se pueden encontrar en estos tres Cantorales, que están editados en sólo texto y también en partitura musical:

• Cantate Dómino (CD) – Algemesí - Valencia.



• Cantoral Litúrgico Nacional (CLN) – Madrid.



• Cantoral de Missa Dominical (CMD) – Barcelona.

• Hacemos una propuesta muy abundante de cantos, para que haya muchas posibilidades de elegir algún canto para las reuniones de grupos del IDR. El canto nos puede ayudar al inicio de la reunión, en la oración del grupo y para finalizar. En cualquier momento y de cualquier modo cantar ameniza y ayuda al grupo. • Si no hay alguien que acompañe con algún instrumento, se puede ayudar en grabaciones que, en su mayoría, podréis encontrar en la red. El CMD va acompañado de un disco compacto con partitura y música de audio. • Si al Animador del grupo IDR no le es fácil el tema del canto, puede encargar a alguien del grupo que se encargue de elegir los cantos, de animar al canto del grupo o de buscar la música grabada.

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Propuesta de cantos

Para mí la vida es Cristo

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Para mí la vida es Cristo

í

n

Sumario

d

i

c

e

..................................................................................................................................................... 5

Carta del Arzobispo............................................................................................................................... 6 Tema 1. LA IDENTIDAD Y MISIÓN DE JESÚS PROCLAMADAS EN SU BAUTISMO...................................................................... 9 Escuchamos................................................................................................................... 11 Reflexionamos............................................................................................................... 18 Actualizamos.................................................................................................................. 27

Oramos juntos.............................................................................................................. 29



Preparamos la jornada siguiente.................................................................. 32

Tema 2. EL ANUNCIO DEL REINO, COMO LLAMADA A LA CONVERSIÓN............................................................. 35 Escuchamos................................................................................................................... 37 Reflexionamos............................................................................................................... 46 Actualizamos.................................................................................................................. 61

Oramos juntos.............................................................................................................. 66



Preparamos la jornada siguiente.................................................................. 75

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2010-2014

Propuesta de cantos

Tema 3. LAS PARÁBOLAS Y LOS MILAGROS EXPLICAN Y MANIFIESTAN EL REINO........................................................... 77 Escuchamos................................................................................................................... 79 Reflexionamos............................................................................................................... 85 Actualizamos.................................................................................................................. 95

Oramos juntos.............................................................................................................. 96



Preparamos la jornada siguiente............................................................... 107

Tema 4. LAS BIENAVENTURANZAS: EL ROSTRO Y LA META DEL HOMBRE NUEVO................................... 109 Escuchamos................................................................................................................ 111 Reflexionamos............................................................................................................ 120 Actualizamos............................................................................................................... 136

Oramos juntos........................................................................................................... 140



Preparamos la jornada siguiente............................................................... 145

Tema 5. CRISTO REVELA AL PADRE............................................................................... 147 Escuchamos................................................................................................................ 149 Reflexionamos............................................................................................................ 161 Actualizamos............................................................................................................... 171

Oramos juntos........................................................................................................... 175



Preparamos la jornada siguiente............................................................... 180

ENTREGA DEL PADRENUESTRO............................................................................................. 183 Propuesta de cantos..................................................................................................................... 196

Para mí la vida es Cristo

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ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA

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