PEDRO QRASES ANDRES BELLO Y MANUEL MILA Y FONTANALS

PEDRO QRASES ANDRES BELLO Y MANUEL MILA Y FONTANALS COLECCION ANAUCO Textos y estudios bellistas COMITE DE PUBLICACIONES: Oscar Sambrano Urdaneta

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PEDRO QRASES

ANDRES BELLO Y MANUEL MILA Y FONTANALS

COLECCION ANAUCO Textos y estudios bellistas

COMITE DE PUBLICACIONES: Oscar Sambrano Urdaneta Pedro Grases Rafael Di Prisco José Ramos Luisa Fernanda Coronil

La Casa de Bello

En la portada:

Caracas, 19 8 6

Monasterio de San Pedro de Cardeña, donde reposaron los restos del Cid y Doña Ximena hasta 1842.

ISBN 98 0-2 14-0 11-2

ANDRES BELLO Y MANUEL MILA Y FONTANALS

FUNDACION LA CASA DE BELLO CONSEJO DIRECTIVO 19 8 3 -19 8 6 DIRECTOR O SCAR SAMBRANO URDANETA VOCALES RAFAEL CALDERA PEDRO GRASES JOSE RAMON MEDINA LUIS B. PRIETO F. J. L. SALCEDO-BASTARDO

PEDRO GRASES

ANDRES BELLO Y MANUEL MILA Y FONTANA LS

LA CASA DE BELLO Caracas 1986

Acto de investidura del Doctorado Honoris Causa al Doctor Pedro Grases, en la Universidad de Barcelona {España), el 24 de abril de 1985

Reseña Después de expresar el profundo agradecimiento a la U niversidad por la distinción conferida, evocó el Dr. Pedro Grases los recuerdos de su vida estudiantil (192 5-1 930) en los claustros de la Institución. Recordó que la guerra civil de 1936-39 interrum pió su carrera universitaria, iniciada desde 1934 como Profesor Encargado del curso de Lengua A rábiga en la misma Universidad. Dio el testimonio de que en su exilio en Am érica la formación recibida en su Alma M ater fue el soporte para vencer las dificultades de nuestro tiempo El tema del discurso es el del paralelismo entre dos hum a­ nistas: Andrés Bello (1781-1865) y M anuel M ilá y Fontanals (1 8 1 8 -1 8 8 4 ), caraqueño el primero, y catalán, de Vilafranca del Penedés, el segundo. Trazó la sim ilitud de formación en la educación y los estudios, en las preferencias en sus obras y en su acción docente, a pesar de los 37 años de distancia en su respectivo nacimiento y en la separación geográfica entre Europa y América. En la extensa obra de ambos humanistas no hay más que una cita de Bello por parte de M ilá, y aun es de segunda mano. O sea, que trabajaron independientemente con absoluto desconocimiento de la obra de cada uno. A pesar de ello, son evidentes las coincidencias entre Bello y M ilá en la base clasicista de sus estudios de juventud; en las prim eras poesías con que empezaron su obra literaria; en su dedi­ cación al teatro en sus inicios de acción pública; en los prin­ cipios en que fundaron la crítica literaria; en el estilo y método docentes como maestros en la universidad; en sus preocupa-

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dones culturales; y, particularm ente, en el análisis de los pro­ blemas del lenguaje y en las investigaciones sobre la literatura m edieval, campo éste en el que fueron filólogos pioneros, con sorprendente identidad de conclusiones. H ay tres aspectos que condicionan las diferencias entre los dos hum anistas: a) El tiempo de nacimiento, a 37 años de distancia, en una época de vertiginosos cambios ideológicos v políticos en el paso del siglo X V III al X IX ; b) La distinta sociedad a que pertenecen, pues Bello es de la generación de las últim as décadas de la colonia hispánica en Am érica, en tanto que M ilá es hombre del romanticismo europeo; y c) Que en su madurez, Bello se dedica con su obra poligràfica a definir en su integridad la civilización de las nuevas repúblicas indepen­ dizadas americanas, en tanto que M ilá pone las bases de la cultura de la Renaixensa en Catalunya. Adujo como ejemplo expresivo que los temas jurídicos y legislativos predominan en Bello, mientras M ilá rehúye toda actividad política. A pesar de tales divergencias, tienen mucho relieve las afinidades en su vida y su obra: en poesía, en crítica literaria, en docencia, en los problemas de historia y estética literarias, en el estudio del lenguaje, y muy especialmente en la teoría interpretativa de la poesía épica m edieval, en la cual son inves­ tigadores de genio. Ambos formulan la tesis de que el Roman­ cero deriva de los Cantares de Gesta, en oposición a la opinión romántica de W olf y Durán, que sostenían lo contrario; ambos definen el carácter de la epopeya hispánica y precisan el con­ cepto de “ popular” para la épica m edieval; explican en forma idéntica la institución de los juglares; coinciden en la aprecia­ ción de la irregularidad de la m étrica en los poemas épicos. Y , muy particularm ente, ambos saben ver en las Crónicas me­ dievales la presencia de los poemas épicos prosificados, lo que les permite la corrección de los errores de los copistas, tanto como la reconstrucción de las partes faltan tes en los poemas, así como demostrar la existencia de cantares totalmente perdidos. Hay un hecho que realmente conmueve: la identificación de los primeros versos del folio inicial perdido del Poema del Cid. Bello reconstruye diez, diluidos en la prosa de la Crónica del Cid; y, más tarde, M ilá, por su cuenta, propone seis de los diez intuidos por Bello, prácticamente idénticos, sin haber co­ nocido la proposición del humanista caraqueño.

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Es sim ilar, en ambos, la valoración literaria del Poema. Discrepan en cuanto a la fecha de composición, pues Bello cree que es de comienzos del siglo X III, en tanto que M ilá lo sitúa a mediados del X II, punto que todavía la crítica no ha dilucidado. Considerando las conclusiones a que llegan ambos huma­ nistas puede afirmarse que son más poderosas las coincidencias que las divergencias, por lo que no es hiperbólico concluir que tanto el método como las interpretaciones nos revelan una sin­ gular afinidad. Por su carácter, por la sim ilitud de formación, por el mismo buen gusto en la crítica literaria, por su sabiduría y por ser iniciadores en el estudio de la literatura m edieval, ambos hu­ manistas nos ofrecen un paralelismo sorprendente. Han com­ prendido v sentido del mismo modo la necesidad de resolver unos problemas de cultura con el mismo amor y clarividencia. Son maestros ejemplares y pariguales en la historia de la cultura occidental. *

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El discurso original fue escrito y pronunciado en catalán, ante una nutrida asistencia presidida por el M uy Honorable Tordi P » io l President de la G eneralitat de Catalunya; el Muv Honorable M iauel Coll Alentom , President del Parlam ent de Catalunva; el Magnífico R ecto r Dr. Antoni M. Badía M argarit; el Vice-Rector Ací^ém ico. Dr. Carlos M iralles; el Dr. M artín Recober, D irector G eneral de Enseñanza U niversitaria; y el Dr. Alexandre Sanvicens. Decano de la Facultad de Filosofía v '■ ¡encías de la Educación. Actuaron de padrinos el Dr. Francesc Gomá y el Dr. Buenaventura Delgado Criado. La versión al castellano ha sido hecha por la señorita M aite Andrés.

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PALABRAS DEL RECTOR MAGNIFICO ANTONI M. BADIA M ARGARIT

El Rector Antoni M. Badía M argarit en el acto de la investidura. Le acompañan, de izquierda a derecha, Alexandre Sanvicents, Decano de la Facultad de Filosoía y Ciencias de la Educación; Martí Recober, Director General de Ense­ ñanza Universitaria; el Muy Honorable Jordi Pujol, President de la Generalitat de Catalunya; el Muy Honorable Miguel Coll Allentorn, Presidente del Parlament de Catalunya; y Caries Miralles, Vice-Rector.

M uy Honorable Señor President de la G eneralitat de Catalunya, M uy Honorable Señor President del Parlam ent de Catalunya, Ilustrísim o Señor Director G eneral de Enseñanza U niversitaria de la G eneralitat, Ilustrísim o Señor Vice-Rector Académico, Ilustrísim o Señor Decano de la Facultad de Filoso­ fía y Ciencias de la Educación. No tengo que invertir mucho tiempo para deciros cuáles son el motivo y los objetivos de esta sesión solemne que ahora se inicia. Todos habéis recibido la invitación y todos habéis acudido aquí precisamente por la importancia que habéis dado al presente acto. Se trata que la Universidad de Barcelona re­ ciba como Doctor Honoris Causa, al Doctor Pedro Grases, que hoy cierra un circuito que empezó muy joven, con sus estudios c'n esta U niversidad, en la que ejerció sus primeras armas como profesor, cuando todo hacía pensar que esta era la vida univer­ sitaria que le correspondía continuar. Ruego a la Secretaría General de la Universidad que lea la documentación relativa a este acto. Muy honorable President de la Generalitat, Muy honorable President del Parlament, Magnífico y Exce­ lentísimo Señor Rector, Excelentísimas autoridades, señores y señoras. La Junta de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, en su sesión del día 22 de febrero de 19 84, aprobó por unanimidad proponer a la Junta de Gobierno el nombramiento del Doctor Pedro Grases como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Barcelona. Dicha proposición fue aceptada por unani­ midad por la Junta de Gobierno en la sesión ordinaria celebrada el día 6 de abril de 19 84. Finalmente fue elevada al Ministerio de Educación y Ciencia, el cual, en fecha 25 de junio del pasado año, informó favora­ blemente la propuesta.

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El Doctor Francesc Gomá y el Catedrático padrino, Doctor Buenaventura Delgado, se servirán ir a buscar al doctorando y acompañarlo hasta el Paraninfo. *

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"te

Pedro Grases, seáis bienvenido a esta casa. No tengo que definirla porque fue la vuestra. A quí cursasteis la carrera, aquí hicisteis las primeras armas del profesorado. Frecuentemente, el saludo de bienvenida, en un acto como este, tiene un signi­ ficado muy distinto, cuando se trata de recibir colegas, profe­ sores, investigadores eminentes de otros países, de otras tierras, de otros climas, a quienes la U niversidad de Barcelona quiere honrar de un modo especial. En vuestro caso, se trata de un verdadero retorno. Rectifico o matizo lo que dije antes: sí, bienvenido, pero sobre todo bien regresado a esta Universidad. Para corresponder a vuestros m éritos, la Universidad de Barcelona ha decidido concederos la distinción más importante que puede conceder, el título de Doctor Honoris Causa. Previa­ mente tendréis que someteros al protocolo que la tradición de esta Universidad tiene establecido para esta ceremonia. Ruego al Doctor Gomá y al Doctor Delgado que se sirvan acompañar al Doctor Pedro Grases.

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DISCURSO DEL DR. PEDRO GRASES

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M uy Honorable Señor President de la G eneralitat de Catalunya M uy Honorable Señor President del Parlam ent de Catalunya Magnífico y Excelentísimo Señor Rector D istinguidos Colegas Universitarios Señoras y Señores. Sean mis palabras de profundo agradecimiento por la dis­ tinción que me dispensa mi Alma M ater hacia el fin de mi ciclo vital, transcurridos tres cuartos de siglo desde mi nacimiento en Vilafranea del Penedés hasta el día de hoy, cuando siento que la edad avanzada da suficiente perspectiva para discernir V juzgar las cosas, y se ha aprendido a tener criterio para separar los hechos sustantivos de los acontecimientos triviales que a menudo, por inexperiencia, se desorbitan erróneamente. Pienso en todo lo que ha significado para mi generación el paso por los claustros de esta U niversidad, entre los 16 y los 21 años. Estábamos llenos de ilusiones en el estudio y en las posibilidades que nos ofrecía la carrera que habíamos escogido, en medio del interrogante planteado por el futuro siempre incierto. En mis tiempos universitarios era frecuente cursar simultáneam ente la carrera de Filosofía y Letras y la de De­ recho. Los estudiantes de Leyes éramos casi m ultitudinarios; los de Filosofía y Letras, muy reducidos. Entre estos últimos era mucho más fácil la intim idad y la formación de una amistad fraternal. Aun así, el compañerismo existía en todas las aulas, fuese el que fuese el tema de la disciplina, pero el poso de los recuerdos siempre fue más profundo entre los condiscípulos de Filosofía y Letras. Tengo presentes a Jaime Vicens Vives, Juan Ramón M asoliver, José Serrano Caldero, Ramón Esquerra C livillés, Alfonso Serra Baldó, Rosa C astillo, Juan Gutiérrez Pons, Luis Batlle Prats y algunos más. De la Facultad de De­ recho menciono a dos amigos entrañables: José Puig Brutau v Juan Sardá Dexeus.

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Habíamos apenas iniciado las actividades por cuenta pro­ pia cuando se produjo una violenta dispersión al estallar la guerra civil del 36, que nos llevó por distintos destinos, empu­ jados por fuerzas superiores a la voluntad de cada uno. Aunque después hayamos rehecho parcialmente la am istad, el trauma de la disgregación no ha sido jamás completamente superado. La distorsión de esta m itad de siglo transcurrida no ha brindado remedio fácil. Muchos compañeros han desaparecido en el inter­ valo sin habernos reencontrado, aunque perdura la memoria luminosa de los años de convivencia universitaria. La gran re­ memoración de los condiscípulos siempre va acompañada de la de los profesores que tuvimos. Y todo centrado en las clases y en los claustros, que no me pesa confesar, he venido a con­ templar en cada viaje que he hecho a Barcelona desde el conti­ nente americano, donde el azar me llevó para recomenzar mi vida. Entre otras cosas dolorosas, vi interrum pido mi profeso­ rado en esta misma U niversidad autónoma, como encargado del curso de Lengua A rábiga, desde 1934, en las aulas donde hacía poco había asistido como alumno. H e comprendido el significado de los días de la prim era juventud, a medida que en el ejercicio de las labores a las » uales he dedicado más de cincuenta años de mi vida — en la docencia oral y en la docencia escrita— he tenido que recurrir al recuerdo de esta Universidad para no desfallecer en la repa­ ración del destrozo que me causó el exilio. Ahora, en esta oportunidad, hago mías las palabras de dos personas que he estudiado en la historia hispanoamericana. Una de ellas, Francisco de M iranda (1 7 5 0 -1 8 1 6 ), el hom­ bre del Nuevo Mundo hispánico más universal en la época de la ilustración, nacido en Caracas, quien peregrinó por cuatro continentes, iluminado por la idea de la emancipación política de las colonias suramericanas, personaje de aventura alucinante, avivado de la pasión por la libertad, por la cual luchó incansa­ blemente, a quien la historia ha bautizado muy justamente con la denominación de “El Precursor” ; M iranda, en dos momentos cruciales de su vida hizo dos testamentos en Londres, ciudad donde residía, y en ambos estableció un legado de preciosos libros clásicos, en griego y en latín, de su biblioteca privada a favor de la Universidad de Caracas donde estudió, “ en señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de lite-

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ratura y de moral cristiana con que adm inistraron mi juventud, con cuyos sólidos fundamentos he podido superar felizmente los graves peligros y dificultades de los presentes tiem pos” . El otro testimonio es de Andrés Bello (1 7 8 1 -1 8 6 5 ), el hum anista más completo que ha dado Hispanoamérica en toda su historia, el más eminente educador del continente de habla castellana, quien el 17 de setiembre de 1843, en el extraordi­ nario discurso inaugural de la U niversidad de Chile, de la cual fue creador, definidor y rector vitalicio, escribe refiriéndose a la enseñanza superior: “ Las letras y las ciencias, al mismo tiempo que dan un ejercicio delicioso al entendimiento y a la imaginación, elevan el carácter m oral” . M e honra proclamar, desde mi pequeñez, la misma deuda de respeto y reconocimiento hacia nuestra U niversidad de Barcelona. * * * H e dudado a la hora de escoger el tema conveniente para la presente circunstancia y por fin he decidido hablar del para­ lelo entre dos hum anistas: Andrés Bello y M anuel M ilá y Fontanals (1 8 1 8 -1 8 8 4 ). Aparte del contenido objetivo que pueda presentar mi discurso, hay una razón personal, emotiva. La siguiente: la guerra civil peninsular me empujó a vivir en un lejano zodíaco, Venezuela, donde, después de varios años de residencia, he adquirido una segunda nacionalidad. La solicité por un deber elem ental de gratitud, sin que ello me hiciera olvi­ dar la prim era, original. Siempre he pensado que los dos afectos íntim os, el del lugar donde se ha nacido y recibido la educación v el del lugar donde se ha encontrado la hospitalidad v se ha trabajado, no son incompatibles. No suponen ni contradicción ni deslealtad. He visto numerosos ejemplos de personalidades muy respetables que no han tenido nunca el más pequeño escrúpulo en proclamar la legitim idad de las dos estimaciones. Por lo tanto, juzgo que es adecuado que en esta ocasión dedique mi disertación a dos hombres de letras adscritos a las dos ver­ tientes de mis afectos: M ilá y Fontanals, catalán y para más señas hijo ilustre de Vilafranca del Penedés, población donde he nacido; y Bello, el prim er hum anista americano, oriundo de Caracas, la ciudad donde he invertido mi tiempo, casi desde el prim er día de mi exilio. Invoco la valía de los dos hombres, como una justificación superior a la escasa argumentación personalísima.

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Los dos humanistas pertenecieron a ámbitos geográficos muy diferentes y distantes, pero en muchos aspectos son pare­ cidos, como figuras integradas al mundo de la cultura hispánica en épocas muy próximas, aunque con cierto distanciamiento. Bello viene al mundo 37 años antes que M ilá. En la extensa obra que ambos han dejado escrita, sólo he podido encontrar una mención del nombre de Bello por parte de M ilá y Fontanals. En la obra maestra De la poesía heroico-popular castellana, publicada en 1874, nueve años después de la m uerte de Bello, consta dicha referencia en el capítulo inicial, donde repasa en orden cronológico la bibliografía existente sobre las investiga­ ciones de literatura épica medieval. Referido a 1827 hav la siguiente afirmación: 18 2 7 . El gramático chileno don Andrés Bello, en El Repertorio Americano, II, 21-33, notó el uso antiguo de la rima asonante en la poesía latina, con lo que co­ menzó a desvanecer el común error de que el asonante haya sido exclusivo de los españoles.

Y añade, con el rigor habitual en las menciones que da M ilá, el siguiente comentario: Studien, W o lf, 4 3 1 , nota. Fúndase en el poema de Mathildis (S. X II) y, juzgando por el prólogo del Tesoro de Ochoa, que se aprovechó del trabajo de Bello, cita también como asonantado otros de San Comodiano y San Columbano. Aplicó su observación al poema del Viaje de Carlomagno a ]erusalén, del cual se valió tam­ bién Raynouard en su famoso artículo del Journal des Savants (febrero de 18 3 3 ), donde por primera vez expli­ có el sistema asonantado de las antiguas Chansons de geste. Comp. Ticknor, I, cap. V I, que da menos im­ portancia de la que tuvo el trabajo de Bello.

Es evidente que la cita es de segunda mano, a través de Ferdinand W olf y de François Raynouard, pero refleja el aprecio del descubrimiento de Bello a los ojos de M ilá quien orotesta del descarado plagio de Ochoa en el Tesoro de los Romanceros y Cancioneros españoles, históricos, caballerescos, moriscos y otros, donde copia sin ninguna vergüenza el estudio de Bello, “Uso antiguo de la rima asonante en la poesía latina de la media edad y en la francesa, y observaciones sobre su uso moderno” ,

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publicado en el referido volumen II de El Repertorio Ameri­ cano, Londres, enero de 1827, revista de la cual Bello era el principal redactor. Con justicia y respeto devuelve M ilá a Bello el honor que le pertenece, aunque identificándolo como gramá­ tico chileno. Seguramente sería la única noticia que tendría del hum anista de Caracas. No he localizado ninguna otra cita de Bello en M ilá, ni de M ilá en Bello, cosa esta últim a más explicable por la dife­ rencia de tiempo entredós dos hum anistas, M ilá publicó sus obras principales en Barcelona en los últimos años> de la vida de Bello, o después de su m uerte acaecida en el año 1865. Por otra parte, en esa época no era fácil la comunicación intelectual entre Cataluña y Chile, donde residía Bello desde 1829. En consecuencia, la obra de los dos humanistas marchó por caminos separados, independientes, cada uno en lugar distante con mutuo desconocimiento, lo cual hace que sea más adm irable el hecho de las coincidencias en sus respectivas investigaciones hasta presentar en muchos aspectos un paralelismo im presionante. También las dos biografías son diferentes en el tiempo y en el espacio geográfico; Bello nace en 1781, en Caracas, capital de la Capitanía General de Venezuela, donde estudia en Ja Universidad colonial y donde reside hasta los 28 años muy cumplidos. En 1810 parte hacia Londres como secretario de la M isión D iplomática, presidida por el joven coronel Simón Bolívar y con el jurista Luis López Méndez. Se queda 19 años en Inglaterra, hasta el mes de febrero de 1829, cuando decide, a los 48 años de edad, volver a América, a Santiago de Chile, donde le han ofrecido un puesto de trabajo adm inistrativo rele­ vante. Vive en Chile 36 años hasta el 15 de octubre de 1865 y muere cerca de los 84 años, después de una vida de creciente prestigio en todo el continente y en algunos pocos cenáculos de la Península. La obra de polígrafo llevada a cabo abarca amplios campos del conocimiento humano: el derecho, la lengua, la historia literaria, la crítica, la filosofía, la educación, la histo­ riografía; aparte de la poesía. Publica obras en cada una de tales m aterias y acude a la prensa periódica para divulgar su pensamiento y orientar a la sociedad chilena. Dedicado a la enseñanza, forma sucesivas generaciones de jóvenes y crea “ retundada” sobre la universidad colonial la nueva Universidad republicana en Chile, de la cual es rector hasta el últim o día

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de su existencia. Lleva siempre una vida sedentaria, de estudio y meditación, desde su prim era juventud. M ilá y Fontanals, nacido en el año 1818 en V ilafranca del Penedés, se traslada a los nueve años a Barcelona donde estudió prim aria y secundaria, para pasar después a la Universidad de Cervera durante los cursos de 1834-35. Retornó a Barcelona para finalizar la carrera de Derecho en los Estudios Generales restaurados, de 1835 a 1841. Hace su prim er viaje a París en 1839, acompañando a su padre. Se gradúa de Licenciado en Letras en 1845, el mismo año en que inicia su vida de pro­ fesor. En 1847 es catedrático por oposición celebrada en M adrid v elige para ejercer su cátedra la U niversidad de Barcelona. En 1856 realiza un segundo viaje a París y preside más tarde los Tuegos Florales restaurados en 1859. Preside la Real Academia de Buenas Letras en Barcelona desde el año 1861 hasta 1878. En 1882 se separa de su cátedra en la U niversidad de Barcelona. M uere en el año 1884 en Vilafranca del Penedés. Ha llevado también una vida sedentaria, sólo interrum pida por las excur­ siones realizadas a diversos lugares de Cataluña en busca de testimonios de poesía popular. Pasaba sus vacaciones en la villa nativa. De la misma manera que Bello, lleva una existencia de lectura y reflexión. El carácter de los dos humanistas fue realmente muy pa­ recido, incluso en la enfermedad de adolescencia por exceso de trabajo; y particularm ente en la leve enfermedad juvenil por la crisis que pasaron en una edad casi idéntica, empujados por el entusiasmo romántico del prim er momento. M uy pronto se impuso en los dos la serenidad de la madurez, con la consecuente concentración en sus estudios predilectos, muy afines, y en las obligaciones docentes. El método de enseñanza de los dos hu­ manistas respondía al mismo estilo, según vemos en todos los comentarios de quienes fueron sus discípulos. Planteaban los temas en sus lecciones orales, como si quisieran preguntar las opiniones de los alumnos, como si dudasen de las respuestas, a fin de estim ular la participación de los estudiantes, siempre con bondad y tolerancia, sin imponer jamás ningún criterio m agisterial. Era el buen camino para promover la iniciativa de las m entalidades jóvenes. Y, además, signo de modestia y hu­ m ildad que acostumbran a ser los rasgos que van ligados a la sabiduría.

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De nuestros dos humanistas se ha dicho que no tienen biografía, porque no vivieron grandes sucesos personales, dado que llevaron una vida silenciosa, recoleta, adentrados en las preocupaciones de la lectura y la investigación. Es decir, la aventura íntim a del saber y el placer intelectual de conocer y escribir. ¿Puede haber algo más fascinante? Dedicar las horas de cada día en m aravillosa continuidad de aprendizaje y en rit­ mo perseverante hacia el perfeccionamiento y la consecución de un propósito de cultura, en campo propio, perfectamente defi­ nido, y ver como en el proceso de dominio de la disciplina escogida se va formando una real m aestría para el gozo personal y para el servicio de la comunidad a la cual se pertenece. Estimo que la evolución espiritual de Bello y M ilá desde su mocedad está asentada sobre motivos e incitaciones coinci­ dentes, a pesar de que el punto de partida sea distinto y el tiempo histórico nos plantee un entorno muy diferente en las corrientes literarias que experim entan, porque son ciertamente determ inantes los años que se llevan, del uno al otro, en un período de violenta y acelerada transformación de los princi­ pios estéticos. Los dos han vivido, en los años formativos, la misma influencia de los clásicos latinos y admiran a Horacio y a V irgilio. Si Bello traduce a los quince años el canto V de la Eneida y acusa la presencia de la lírica horaciana en sus poesías de juventud, no es menos expresivo que M ilá a los 14 años leyera en latín la oración final del curso de humanidades en ei seminario de Barcelona, que era institución universitaria. Reflejó así mismo la presencia de los líricos latinos en las com­ posiciones juveniles de poeta entregado a las letras. Es sabido que el joven Andrés Bello, desde sus años mozos en el seno de la sociedad colonial de Caracas, ha sido un lector voraz y apasionado por los escritores castellanos del siglo de oro, hasta el punto de que las primeras manifestaciones litera­ rias m uestran la doble influencia de los clásicos latinos a través del lenguaje de los poetas del Renacimiento español, que aplica a los temas y ambiente del trópico. De la misma manera Bello y M ilá coinciden en sus tempranas aficiones por las represen­ taciones teatrales. Bello compone obras dramáticas antes de 1810 y M ilá vive y participa también desde muy joven en el teatro fundado por su padre en Vilafranea. El enardecimiento literario de los días de juventud de M ilá no puede ser igual al de Bello a su misma edad, porque el

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aliento romántico no podía haber llegado a Caracas antes de 1810. Bello vivirá la nueva escuela en sus días de Londres, cuando es ya un hombre en plena madurez, mientras que M ilá la conoce en la adolescencia y prim era juventud. No obstante, ambos aceptan el romanticismo como una legítim a renovación literaria, y lo asim ilan con matices de evidente moderación. La presión social que les induce a escribir es diferente en los inicios de los dos futuros hum anistas, a pesar de que ambos se dedican a estrenar sus primeras armas en publicaciones perió­ dicas, prácticamente a la misma edad. Bello vive una obligación peculiar, porque tiene que cum plir el papel de joven pionero de su generación, por su gran capacidad personal que lo hizo sobresalir entre los hombres de letras de su tiempo, mientras que M ilá se integra en un grupo de coetáneos que comparten inquietudes hacia el romanticismo. Con todo, sus respectivas producciones literarias iniciales son muv sim ilares, con las na­ turales particularidades de los dos climas intelectuales en que se desenvolvieron. Si añadimos al horizonte literario la dedicación a los estu­ dios del lenguaje que los dos inician muv precozmente, comple­ tamos el conjunto de los intereses similares. Más adelante, las investigaciones sobre la historia literaria del idioma será el tema de mayor coincidencia en la obra de los dos humanistas. El proceso de definición de las preferencias determinantes de cada persona es un camino de permanentes y sucesivos descu­ brimientos, lo cual deoende de la educación recibida tanto como de las características de la época, del medio y de las circunstan­ cias vividas. Estoy persuadido de que para un hombre como Bello, el acontecimiento más importante y decisivo habrá sido su ida a Londres, en el año 1810. El prim er choque experi­ mentado en el cambio de Caracas a la capital inglesa, medio de cultura ni tan siquiera im aginable desde Venezuela, lo sitúo principalmente en el encuentro de la extraordinaria biblioteca particular de Francisco de M iranda, en Grafton Street, donde residió Bello recién llegado a Londres. Debe haber sido una auténtica revelación, el contemplar el real tesoro de testimonios de un mundo de civilización desconocido. Lo veo como un de­ tonante para reordenar ideas y propósitos en el ánimo de un joven de 28 años, de excelente preparación hum anística, como era Bello al dejar Caracas. Intuyo así mismo que para M ilá el prim er viaje a París, en 1839, a los 21 años, debió de haber

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producido una revelación equivalente. No creo en resultados taumatúrgicos de una visita o de una relación por sorpresa, pero estoy convencido de que para una persona de avidez inte­ lectual, con inteligencia clara y penetrante, no puede pasar inad­ vertido y sin causar efecto alguno hechos como los que co­ mentamos. H ay que tener en cuenta tres condicionamientos específi­ cos en el paralelo que pretendo establecer: a) Los 37 años de diferencia de edad entre Bello y M ilá en un cambio en la civilización como es el tiempo acelerado del paso del siglo X V III al X IX , tanto en los hechos políticos en Europa y en América, como en los vuelcos radicales en la ideología y los gustos, suponen un hábitat histórico bastante distinto. Los mapas políticos también están en violenta modi­ ficación como consecuencia de la ola de nacionalismo que pro­ duce la revolución independentista en el continente colombino y las transformaciones en Europa durante el período posnapoleónico. b) El punto de partida para Bello es la ciudad de Caracas en las últim as décadas del régimen colonial hispánico, en un medio de cultura notable, distinguido, en un período donde destaca un grupo generacional de prim er orden, que explica que haya sido el país pionero del pensamiento y la acción de las independencias suramericanas. M ientras que M ilá parte de Cataluña, lugar de tradición propia, sensible a las transforma­ ciones que se operan en el continente europeo, ya que es puerta de entrada a la Península de las novedades culturales y de civi­ lización. Los idearios políticos liberales que sacuden las con­ ciencias presionan con más fuerza en Cataluña que en el resto de España. El peso de la ilustración se sintió poderosamente en el mundo hispánico, pero el neoclasicismo está en rápida evolución de acuerdo con las nuevas corrientes en las letras y en la vida de las sociedades en general. M ilá y Bello reflejan la influencia romántica en diferentes momentos de sus vidas, con evidente sim ilitud de preferencias e inclinaciones. W alter Scott será para ambos espejo y modelo literario. c) Cuando Bello y M ilá llegan a una edad madura, al momento de aplicar las decisiones propias como fruto de la obra pensada, es indudable la diferente condición cultural, social e histórica en ios pueblos donde ejercieron su m agisterio. Bello se enfrentaba con el problema de dar contenido y normas a

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los estados surgidos de un movimiento de liberación. Las luchas de emancipación política en Hispanoamérica habían roto — al menos verbalmente— con la tradición hispánica. Los tres siglos de dominación española eran considerados y presentados con rasgos condenatorios, sin los cuales no se habría podido justi­ ficar la revolución emancipadora. Lógicamente tenía que ser así. Eran juzgados como un estado de opresión, de malos tratos v menosprecio frente a las comunidades dominadas por la Metrópoli. El capítulo de agravios era extenso y gravísim o, con lo que se fomentaba la lucha liberadora hasta el sacrificio de la vida si era necesario. Como natural consecuencia, esta pos­ tura llevaba im plícita la protesta contra la tradición cultural hispánica que perduró por muchas décadas en la interpretación historiográfica hasta finales del siglo X IX . Todo lo que llevase alguna huella hispánica era rechazado por espurio. Fue necesario mucho tiempo para que en el análisis de los hechos históricos se suscitasen juicios más serenos y equilibrados. Bello se esforzó por apaciguar las opiniones exageradas por el apasionamiento y hacerlas volver a la comprensión del fondo legítim o hispano en la civilización hispanoamericana. Es signo suficiente la con­ tinua dedicación a la interpretación de literatura castellana; y sobre todo el ingente esfuerzo realizado en pro de la preserva­ ción de la unidad y pureza del idioma, que constituye uno de los objetivos más sobresalientes de su obra de cultura. H ay que añadir todavía un punto de diferencia muy nota­ ble entre los dos humanistas. Bello emprendió la ordenación jurídica y adm inistrativa de Chile como nuevo estado indepen­ diente, y desde allí proyectó su acción a las otras repúblicas nacidas coetáneamente. Tuvo conciencia clara de este deber ci­ vilizador, por lo cual se empeñó en estudiar, cuando ya era un hombre maduro, los temas de derecho en una gran am plitud hasta el punto de convertirse en el forjador del Derecho Inter­ nacional de Hispanoamérica y en el normador de las leyes de las comunidades republicanas a través del Código Civil Chileno, del cual fue autor principal, con notorio éxito, pues aún hoy está vigente en un buen número de estados americanos. Por la misma razón por la que participó en la definición del orden jurídico, fue legislador en el Senado chileno durante décadas, con la autoridad de su palabra y su criterio de mesura y ponderación.

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Es una particular diferenciación del papel ejercido por M ilá en C ataluña, porque éste no vivió las mismas circunstan­ cias que Bello, en sentido estricto, aunque su contribución a la Renaixensa catalana podría considerarse de alguna manera con­ cordante y afín con la reorientación nacional de la cultura. M ilá nunca se sintió tentado a entrar en política y consta que declinó la proposición de ser elegido senador a las Cortes españolas. Esto habría significado apartarlo del ritmo de vida que siempre llevó. Bello tenía un mayor compromiso público por su carácter de consejero universal de una sociedad emancipada. Los dos humanistas actuaron en dos sociedades diferentes y en condiciones distintas, pero el impulso y los propósitos son fundam entalmente iguales, así como los medios usados, los temas escogidos, la atención a la enseñanza, la crítica y la eru­ dición, todo al servicio de la educación como objetivo de la existencia. Veámoslo. Dejamos señaladas las divergencias entre los dos hum anistas, debidas principalmente a la distinta acción que las circunstancias de vida y entorno imponían a uno y a otro. Por ello, en una gran parte de sus actuaciones nos resultan más resaltantes las afinidades. Los campos de estudio son similares en los temas de inte­ rés por la cultura. Subrayo que actúan sin saber nada el uno del otro. Cultivan la poesía, la crítica literaria, con un perma­ nente afán de divulgación para la formación del buen gusto; estudian la poesía tradicional desde la Edad M edia; escriben sobre temas de historia literaria con criterio analítico coinci­ dente y con interpretaciones estéticas prácticamente idénticas; investigan fenómenos áe\ lenguaje, con Va diíetencia, por p an e de Bello, de haberse convertido en el prim er gramático de su época; ambos tratan de teoría literaria; se dedican a la docencia y redactan textos escolares; son profesores universitarios, con la particularidad en Bello de haber concebido y creado la Uni­ versidad para las nuevas Repúblicas. Por otro lado, M ilá estudia temas que Bello no trata. La literatura catalana y la literatura provenzal, fundamentales para la cultura de Cataluña, son temas que Bello no contempla. Ni la literatura gallega, por ejemplo, porque corren fuera de los centros de interés de su tiempo hispanoamericano. Aunque el conjunto de realizaciones de los dos hum anistas ofrece una singular sim ilitud, es natural que no haya una total coincidencia.

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Como poetas los dos se inician en plena juventud en mo­ tivos de inspiración peculiares, distintos, pero basados en una tradición clásica muy parecida, a pesar de que M ilá sintió muy pronto la presencia romántica, mientras que Bello fue influido más profundamente por el neoclasicismo en los primeros años del siglo X IX . Los dos escribirán poesía a lo largo de toda su vida. La independencia espiritual hispanoamericana inspira a Bello sus mejores poemas — las Silvas— elaboradas en sus días en Londres, motivación que no podía experim entar M ilá; de la misma forma que Bello no podía sentir la poesía épica con inspiración de la lírica provenzal que cultivó M ilá. Ambos publican pocos poemas, por el carácter rigoroso que imponía exigente parquedad en la divulgación. También ambos traducen de otras lenguas a la perfección. Tanto uno como otro, devotos de la creación poética, pueden suscribir el pensamiento que en 1827 estampa Bello en el comentario a las poesías de H eredia: Las musas no se dejan desalojar tan fácilmente del corazón que una vez cautivaron, y que la naturaleza formó para sentir y expresar sus gracias.

El ejercicio de la crítica ha sido ocupación constante tanto en Bello como en M ilá. El campo de lectura y estudio en ambos humanistas era vastísim o y la fineza de captación de valores o defectos en las obras leídas los proveía de m aterial de primera mano para la exégesis que trataban de dar a conocer a la socie­ dad coetánea. En periódicos y revistas o en series periódicas académicas inserían los resultados obtenidos para la orientación de los lectores, tanto en el campo literario como en el científico. Es más, muchas de sus obras las publicaron primero en forma de colaboraciones en periódicos antes de recogerlas en volumen, lo cual es signo del propósito educativo que los impulsaba. En esto coinciden plenamente. Bello y M ilá representan una considerable novedad en la concepción de la crítica literaria. Se desprenden de las normas dominantes de su tiempo para definir los hechos culturales con nuevo criterio, lo que equivale a una pequeña revolución hacia las nuevas perspectivas en la comprensión de la historia, del pensamiento y de la literatura. El romanticismo daba paso a aires críticos renovadores en cuanto a la apreciación de los valores estéticos. Se alejaba del rígido esquema del neoclasicismo en relación a los principios

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que definían la poesía y la prosa; los géneros en que clasificaban la obra literaria. H asta se llegó a formular la teoría de un autor colectivo -—el pueblo— como creador de literatura, particular­ mente en la poesía épico-lírica, como si fuese posible la existen­ cia de un autor m ultitudinario, con lo que se pretendía justificar la obra literaria como argumento de un sentimiento o expresión nacional. Bello y M ilá se opusieron a esta concepción ilusoria y colocaron la interpretación crítica en un justo y claro razona­ miento. Las poesías de tradición popular podrían haber vivido un proceso de continua participación en sucesivas generaciones de poetas, pero siempre sería determ inante la intervención indi­ vidual en cada caso. Esta conclusión elaborada a base de m edi­ tación y de intuición, representa un cambio profundo frente a la tendencia crítica romántica. Ambos humanistas coinciden de manera absoluta. Habían iluminado una nueva apreciación del fenómeno literario. Era necesario desarrollar la demostración de la doctrina crítica y, aunque en algunos detalles pueden dis­ crepar, en los puntos fundamentales básicos, están plenamente de acuerdo. El hecho más adm irable es que consiguen idénticos resultados, en perfecta independencia, por caminos separados. * * * Como investigadores de la historia literaria, Bello y M ilá son iniciadores, pioneros, de estudios que no tenían preceden­ tes en la cultura hispánica. Diríamos que son autodidactas y todo lo que escriben es fruto del análisis rigurosamente personal. Trabajan “en solitario” como han dicho muy exactamente los comentaristas de la obra que realizaron. Quizás el tema más ilustrativo de esta verdad lo vemos en las investigaciones sobre poesía épica castellana, en la cual llegan a deducciones sorprendentemente parecidas. Es realmen­ te significativo que ambos dediquen, con relativa sincronía, su decidido interés en ilum inar los aspectos oscuros de la litera­ tura m edieval. Analizaremos algunos de los puntos de más re­ lieve que han significado a la postre el desbroce definitivo de temas de crítica histórico-literaria. Los historiadores modernos han subrayado el acierto y la visión de sus conclusiones. Me parece evidente que los dos humanistas dedican su poderosa atención a la prim itiva literatura épica por incitaciones dife­ rentes: M ilá inicia sus búsquedas movido por el estudio juvenil del romance popular, vivo en los campos de Cataluña. Poco a

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poco amplía sus pesquisas sobre la poesía de los Cantares de G esta, hasta formular una auténtica y vasta teoría en su libro m agistral: De la poesía heroico-popular castellana, trabajo defi­ nitivo en 1874, intuido en algunos ensayos precedentes. Bello, por su parte, comenzó sus investigaciones poco después de llegar a Londres en el año de 1810, a los 28 años de edad, cuando avizora los numerosos problemas relativos a los poemas épicos castellanos, sobre los cuales predominaban juicios erróneos o una total ignorancia, particularm ente sobre el Poema del Cid. Des­ de sus primeros artículos, datados en 1823, hasta los últimos retoques ¿ e en ChAe, ¿e¿ico su atención a\ 'Poema y a todas las cuestiones conexas. La glosa de los escritos de ambos hum anistas sobre la épica perm ite, a mi juicio, establecer el mayor y más profundo paralelism o en sus trabajos con sorprendentes afinidades y pocas divergencias. Tengo el absoluto convencimiento de que Bello conoce por primera vez el texto del Poema del Cid en la edición de Tomás Antonio Sánchez, ejem plar existente en la biblioteca particular de Francisco de M iranda en su residencia de Grafton Street, donde Bello se alojó al llegar a Londres. El propio Bello explica la iniciación de su interés muchos años después, en 1862: Hace muchos años que se me ocurrió la idea de dar a luz una nueva edición del Poema del Cid, publicado en Madrid el año 17 79 por don Tomás Antonio Sánchez, bibliotecario de Su Majestad, en el tomo I de su Colección de Poesías Castellanas, anteriores al siglo X V .

Queda constancia de la preocupación por descubrir todas las dificultades que el venerable texto plantea en la correspon­ dencia que por los años de 1816-17 mantiene con el erudito Bar­ tolomé José G allardo, liberal emigrado a Londres, sin duda el mejor conocedor en su tiempo de la bibliografía literaria hispá­ nica. El respeto con que G allardo contesta a Bello sobre las consultas que le formula demuestra que éste llevaba ya hechas prolongadas disquisiciones sobre el Poema. Por otro lado, sa­ bemos que Bello pasaba largas horas en la biblioteca del Museo Británico leyendo y tomando anotaciones de libros y manus­ critos de literatura m edieval europea, principalm ente francesa, con lo cual olvidaba o aliviaba las penurias económicas que

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sufría en la capital inglesa. Se convirtió en un auténtico espe­ cialista, mediante el examen directo de fuentes manuscritas, desconocidas incluso por los más notables eruditos europeos. En 1823 Bello publicaba su prim er análisis sobre poesía m edieval, al replicar algunas afirmaciones de Sismonde de Sismondi, autor de la obra De la littérature du midi de l ’Europe (París, 1813, 4 v o ls .). Demuestra ya un extenso conocimiento y un gran dominio de la literatura castellana de la Edad M edia, muy especialmente sobre el Poema del Cid y los principales interrogantes que suscita. Durante los años de residencia en Londres, Bello da a conocer algunos estudios sobre versifica­ ción en la poesía castellana en relación con el griego y el latín, así como sobre etim ologías, pero es particularm ente fundamental el artículo que publica sobre la asonancia en el latín y el francés m edievales, que deshace el mito de la exclusividad de la rima asonante para la poesía castellana. Es la única aportación crítica de Bello que conoce, de segunda mano, M ilá y Fontanals. Los problemas literarios de la poesía castellana prim itiva, así como el proyecto de reedición corregida del Poema del Cid, Bello los term ina, al menos en la parte sustancial, antes del re­ greso a América, a Santiago de Chile, en 1829. El cambio de residencia, con la lejanía de los centros de información que Europa le ofrecía, no le perm ite avanzar mucho más en la tarea que había emprendido. Por lo tanto, en líneas generales, las monografías que puede divulgar en publicaciones periódicas chilenas son estudios parciales para los cuales utiliza las con­ clusiones a que había llegado en Londres. Insiste en dar a conocer su obra, m ediante artículos aparecidos en las columnas de El Araucano (183 4 y 1 8 4 1 ), ampliación de la crítica a Sismondi ya referida; o en El Crepúsculo (1 8 4 3 ) sobre el “ O rigen de la epopeya romancesca” ; o en los extensos comen­ tarios a la clásica obra de Ticknor, Historia de la Literatura española, donde refuta las afirmaciones del crítico norteam eri­ cano sobre la poesía castellana m edieval. (Anales de la Univer­ sidad de Chile, 1852, 1854, 1855, 1 8 5 8 ). Bello veía con tristeza que su grande y estimado estudio sobre el Poema del Cid iba envejeciendo, inédito, y conocemos testimonios del gran dolor que eso le producía. También tenemos noticias de algunas gestiones fracasadas para im prim ir el libro. En el año 1862 experim enta una gran alegría al saber que un discípulo suyo, José Victorino Lastarria, como Decano de la

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Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, había propi­ ciado el acuerdo de publicación del texto completo. En la res­ puesta de Bello podemos observar claram ente su satisfacción: Creo mi deber expresarle el íntimo reconocimiento de que estoy penetrado. . . Miraba ya como algo deses­ perada la publicación de una obra que me ha costado no poco trabajo y desvelos. Yo trataré de ponerla en estado de pasar a la imprenta lo mejor y lo más pronto posible.

No pudo cum plir su propósito, ni tampoco vio el original en curso de publicación. Convencido de que tenía que renunciar a verlo en letras de molde, decide, ya sin esperanza, escribir al Secretario de la Real Academia Española, M anuel Bretón de los H erreros, una comunicación datada del 18 de junio de 1863, — a dos años de su muerte— donde expone los puntos de his­ toria literaria que creía haber resuelto en medio siglo de esfuerzos. Dos años después moría (el 15 de octubre de 1 8 6 5 ), y su obra no verá la luz hasta el año de 1881, al acaecer el prim er centenario de su nacimiento. La trayectoria bibliográfica de M ilá y Fontanals en los estudios de la poesía m edieval es distinta. La iniciación es más tardía que en el caso de Bello. A l publicar, en 1844, el Com: pendió de arte poético, a los 26 años de edad, niega explícita­ mente la existencia de la epopeya castellana. Estudia únicamente el origen y los caracteres del Romancero, siguiendo a W olf y a Durán. En este tratado, al exponer el tema de la “Poesía épica o narrativa” (Cap. I ) , se formula la siguiente pregunta: ¿Qué poema épico podemos oponer a los de los anti­ guos, ingleses e italianos? La respuesta es contundente: Ninguno, en vano nuestros críticos y poetas han de­ mandado a, Apolo que tuviese a bien inspirar una epopeya española; el dios se ha negado y tal vez no le era dable acceder.

La respuesta habría sido muy distinta, si ya hubiese em­ pezado la teoría de la épica heroico-popular que form ulará en 1853.

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En el cap. III estudia los romances con total ignorancia de los Cantares de Gesta y, al contestar la pregunta sobre cuándo se compusieron los primeros romances, dice: “ Puede creerse por razones de prudente conjetura que fue en los más remotos siglos de la restauración de la m onarquía, y tal vez empezaron a escribirse en dialecto bable o asturiano; pero faltan documen­ tos para dar una decisión satisfactoria en el particular” . Sigue con una errónea interpretación del romancero, como si se hu­ biese originado por el espíritu de la Reconquista. No había estudiado el punto y se conformó con aquello que habían es­ crito los críticos precedentes. M ilá se graduó en Letras en 1845, y después seguramente se decidió a estudiar la épica me­ dieval, impulsado por las investigaciones de la literatura popular catalana en la tradición oral viva entre el pueblo. Es en 1853, a los 35 años de edad, cuando publica el primer gran estudio, Observaciones sobre la poesía popular, que había insertado en El Diario de Barcelona. En este sensacional trabajo, M ilá define el concepto de “poesía popular” totalm ente vigente hoy en día. Formula la tesis del origen de los romances como poemas deri­ vados de los Cantares de Gesta. Y hace constar la existencia de un corpus épico en España, de donde deriva el romancero, y a la vez precisa el problema de los autores. El texto de M ilá, de 1853, m uestra, sin embargo, una cier­ ta vacilación: Entre los franceses es evidentísimo el tránsito de los antiguos cantos heroicos a las canciones narrativas, es­ critas o tradicionales, aun en lo respectivo a la versi­ ficación y a la lengua. Por fin, en nuestra España, cuando no hubiese otro motivo, se entraría en sospe­ chas de la misma procedencia al notar que el mayor número de romances primitivos versan sobre los ciclos épicos que antes dieron asunto a los Cantares de Gesta.

R atifica más decididamente estas afirmaciones en la lec­ ción inaugural del curso de 1865-66, en la U niversidad de Barcelona, donde afirm a rotundam ente: “ Sin temor de que nos obceque una teoría sistem ática, pensamos que nuestros prim e­ ros romances dimanaron de los Cantares de G esta” . . . “Los primeros romances fueron fragmentos de las gestas, de las que se tomaban una o más series monorrimas, y así muchos roman­ ces prim itivos pertenecen a ciclos generales. .

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Y por fin, con todo el aparato necesario y la argum enta­ ción completa, publica su libro monumental: De la poesía heroico-popular castellana (1 8 7 4 ) donde queda perfectamente expuesta su teoría, como obra finalizada. M uere diez años des­ pués sin haber añadido nada más. Tampoco lo necesitaba. * * * Los problemas de filología y de historia literaria que plantea la épica m edieval castellana son estudiados por Bello y M ilá, cada uno por su lado y en diferente momento, con sorprendentes coincidencias en la investigación y en las conclu­ siones. Ya he aducido la única mención del nombre de Bello en la obra de M ilá. Otra hubiera sido la glosa sobre la persona de Bello si aquél hubiese conocido la totalidad de los estudios sobre literatura medieval que había elaborado y divulgado el hum anista venezolano. Las aportaciones de Bello y M ilá son sorprendentes y adm i­ rables, particularm ente si pensamos que las construyen sin antecedentes en la crítica histórica, con la escasa documentación de la que se disponía en su época. Bello, cuando empieza sus escritos sobre los temas de la poesía épica, en el prim er tercio del siglo X IX , puede apoyarse en m uy pocas referencias de críticos e historiadores, menos aún que los que conoció M ilá. Algunos investigadores ingleses y alemanes habían iniciado la interpretación y valoración de la poesía hispánica: el romancero y la poesía épica. En la península, excepto Tomás Antonio Sánchez, editor del Poema del Cid, en 1779, casi nadie se había ocupado del asunto. Las concordancias de los resultados logra­ dos por Bello y por M ilá son sumamente demostrativas e im ­ presionantes. H ay, naturalm ente, algunas discrepancias, pero en conjunto se observa una gran afinidad en la argumentación y en las deducciones conclusivas. El punto de partida, incitante, para los dos hum anistas, es distinto. Bello en Caracas, antes de 1810, se había ya dis­ tinguido como investigador del lenguaje y lector insaciable de los clásicos castellanos. Ya había escrito el estudio sobre la Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana, “ el más original y profundo de sus estudios lingüísticos” , según la calificación de Menéndez Pelayo, obra donde muestra su maestría en la ordenación de las leyes del idioma que fue editada treinta años más tarde, por M anuel Rivadeneyra en Valparaíso,

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1841; había adaptado El arte de escribir, de Condillac, trabajo lamentablem ente perdido, pero que señala claram ente la direc­ ción de sus preocupaciones; y por últim o, sabemos que había escrito sobre el diferente uso de las conjunciones consecutivas que, porque y pues, texto también perdido. En Londres amplía el horizonte de la historia literaria del castellano, al descubrir la obra de Tomás Antonio Sánchez y al m aravillarse ante la riqueza de información que le ofrece la biblioteca del Museo Británico, temas que discute con los compañeros liberales exilia­ dos de la España de Fernando V II. El vasto universo de la poesía m edieval le da campos de conocimiento que no había im aginado, y entonces dedica su talento a descifrar intrincadas cuestiones de historia literaria, de m étrica, de etimologías, de vocabulario, de estilo, de valores estéticos, etc., en la poesía prim itiva. Se ve claramente el propósito de servir — junto con su íntimo placer— a la cultura hispánica, de la cual el idioma y la literatura son piezas esenciales. Culm inará esta dedicación con la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1 8 4 7 ) escrita para preservar la integridad de la lengua “ medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derra­ madas sobre los dos continentes” . Constituye, a su juicio, el elemento fundam ental de la cultura para Hispanoamérica. M ilá se entusiasmó por el estudio de la poesía tradicional épico-heroica por otros caminos. Es la perduración de las for­ mas poéticas populares que encuentra vivas en las excursiones de juventud por las comarcas catalanas, lo que le lleva paula­ tinam ente a la investigación de las fuentes literarias medievales hasta alcanzar a form ular su obra, brillante y agudísima, sobre los poemas épicos y las raíces del Romancero. En ambos hum anistas los inicios son diferenciados, pero llegan al mismo objetivo: el nacimiento de la cultura literaria hispánica. Son dos motivaciones distintas, impuestas por el lugar de donde partían: Hispanoamérica y Cataluña. He de reducir la relación temática a una breve síntesis, a fin de no hacer demasiado enojoso el recuento detallado de los puntos de investigación en los cuales aportaron nuevos cono­ cimientos respecto a la poesía m edieval, como efectivas con­ quistas de la crítica histórico-literaria. El corpus de la poesía épica castellana estaba formado por los Cantares de Gesta, populares y anónimos. Los poemas

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eran divulgados por los juglares en fiestas de cortesanía o en las plazas de lugares que recorrían. Hubo un gran número de poemas, la mayor parte perdidos, pero su existencia ha quedado registrada en los textos de las Crónicas, cuando la historia escrita sustituyó a la poesía oral, recitada. Nos quedan única­ mente el Cantar del Mió Cid (todavía incompleto) y cien ver­ sos del Roncesvalles, localizados por Amado Alonso en un archivo de N avarra, y estudiados por Ramón Menéndez Pidal. H ay indicios indudables a través de la prosificación de las Cró­ nicas, de que han existido otros Cantares de G esta: La hija del Conde Don ]ulián, Sancho II, Siete Infantes de Lara, La Condesa traidora, Don García, Hijos del rey Sancho de Na­ varra, Bernardo del Carpió, Mora Zaida, Mainete, Fernán González, Abad de Montemayor. Tal riqueza de obras épicas justifica la convicción de haber tenido epopeya la literatura española en la Edad M edia desde el siglo X I hasta el X II, cuando se inició la decadencia del género. Para explicar su nacimiento y procedencia se han ensa­ yado diversas teorías que han dado lugar a polémicas muy vehe­ mentes en pro de tres hipótesis: a) La del origen francés, que ha sido sostenida por distinguidos investigadores, particular­ mente por Gastón Paris; b) La del origen arábigo, que aunque ha tenido mantenedores apasionados, en la actualidad está olvi­ dada; c) La del origen germánico, que parece prevalecer en nuestros días, después del formidable impulso recibido por parte de Ramón Menéndez Pidal. La investigación de la poesía épica castellana ha dado pie, y lo está dando aún, a una copiosísima bibliografía que no viene al caso considerar en este breve discurso. Interesa para este caso registrar sumariamente los precedentes conocidos por Bello y M ilá para llevar a cabo sus estudios. D urante los años de residencia en Londres (181 0-1 829) Bello dispuso de im pre­ sionante cantidad de obras del Museo Británico, que no sólo brindaba la consulta de impresos (monografías y recopilaciones docum entales), sino que le proporcionaba un tesoro de manus­ critos, que seguramente no habría podido consultar en ningún otro sitio. Menéndez Pelayo observa con exactitud que ningún otro estudioso del tema había acudido al conocimiento de las fuentes directas. Es la causa que hace más notable la labor pionera que lleva a cabo Andrés Bello. Menciona y analiza en

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los días en Londres a: Sánchez; la Crónica particular del Cid, ed. de Fr. Juan de Belorado; Floranes; Sarmiento; Sandoval; la Historia Roderici, ed. de Risco; Berganza; Southey; Quin­ tana; H erder; Sismondi. Y más tarde en Chile: Durán; H inard; Ticknor; Dozy; G ayangos; Crónica del Cid, ed. de Huber; Flo­ rencio Janer, editor del Poema del Cid (en edición paleográfica) y pocos autores más. Una relación muy reducida para una inves­ tigación de tanta am plitud. M ientras que M ilá en el primer capítulo de su obra, De la poesía heroico-popular castellana, dedicado al análisis de “ la literatura de este ramo de la poesía” , escribe 106 páginas con una minuciosa revisión de todo aquello que se había producido sobre la épica y el Romancero en lengua castellana. Es realm ente un contraste de relieve que permite a M ilá disponer de un perfecto repertorio bibliográfico para for­ m ular sobre una base firme su libro monumental. Ambos humanistas teorizan acertadamente sobre el con­ cepto de la presencia en C astilla de una auténtica epopeya como un conjunto propio, privativo, de cantos narrativos, medievales, extensos, de asunto nacional y de espíritu y estilo análogos, los cuales vinculan por el parecido y el carácter con el tipo literario de los cantos homéricos y no — como erróneamente se asig­ naba— con los poemas del Renacimiento. Sin intervención de elementos m aravillosos, ni heroico-mitológicos. Las expresiones críticas coinciden en calificar la suma de poemas épicos como una epopeya histórica con unidad, definición que contradecía abiertam ente a los historiadores de la literatura que los habían precedido. Bello y M ilá describen de manera casi idéntica la colección de Cantares de G esta, en castellano, la mayoría per­ didos, pero de posible rastreo en la prosa de las Crónicas. Bello escribe: . . . Se adivinan extractos de obras antiguas, que mere­ cen ser restituidas a la historia y fragmentos de viejos cantares, preciosas reliquias de la poesía castellana primitiva. (185 8).

Y M ilá, en la Oración inaugural del curso universitario, 1865, menciona los poemas perdidos de Bernardo del Carpió, Fernán González, Infantes de Lara, etc., que después entudiará monográficamente en De la poesía heroico-popular (1 8 7 4 ). Le definición como epopeya es la misma en los dos huma­ nistas. Afirm a M ilá:

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Adoptamos este nombre de epopeya sin olvidar que lo han rechazado no solamente los partidarios de las cla­ sificaciones pseudoclásicas, sino también profundos investigadores, que echan de menos en los poemas ca­ ballerescos o la unidad de compositor o el elemento mitológico.

El concepto y definición de M ilá respecto al carácter “ popular” del corpus épico castellano han quedado como con­ quistas definitivas. La palabra “ pueblo” se ha tomado moderna­ mente como equivalente de “nación” , m ientras que se ha de entender más correctamente como denominación de las “ clases inferiores de la sociedad” , iletradas, hum ildes, de costumbres sencillas, con sabiduría práctica, más sujetas al dominio del sentimiento que a la especulación reflexiva, que comprendía en tiempos antiguos también, la aristocracia m ilitar, que era igualm ente indocta. Por sus hechos y tradiciones, sus hábitos y espíritu, dio origen a la poesía heroica. Bello no llega a usar los términos de la definición de M ilá, pero también cree en la caracterización popular de los poemas épicos, y habla de la “general ignorancia y barbarie de los oyentes, en aquella tene­ brosa época en que comenzaron a desarrollarse los idiomas modernos” . La prosificación de los Cantares de Gesta en las Crónicas, los dos humanistas la contemplan de la misma forma. Bello recoge la sugerencia de Tomás Antonio Sánchez quien ya insinúa la conexión entre los poemas y los textos históricos. Bello desarrolla su estudio con considerable antelación respecto a M ilá, pero ambos comprenden igualm ente las causas de la incorporación de los poemas en los textos de las crónicas m edie­ vales, en íntim a relación, dado que el rigor histórico de los poemas y el carácter literario de las Crónicas hacían converger las obras a un mismo objetivo. Bello define el hecho como “ aguas que corren durante siglos por los mismos cauces” , y es exacto; M ilá tiene idéntico convencimiento y así lo explica en diversos pasajes de su obra. He dejado anotado que la historia de la crítica sobre la poesía m edieval nos presenta tres teorías diferenciadas respecto a los orígenes y las influencias que determinan su carácter. La tesis de la presencia francesa determ inante fue sostenida decidí damente por Bello en sus primeros trabajos (1 8 2 3 ), pero en

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escritos posteriores la defiende en forma más atenuada y vaci­ lante. M ilá cree que si bien la épica francesa está presente no es ni de mucho tan decisoria como la ve Bello y se manifiesta en todo momento conciliador y equilibrado al rechazar en este punto las opiniones extremas. Cree en la independencia original de la épica española aunque acepta como de influencia francesa algunos detalles de la narración y ciertas formas de expresión, pero afirma que los poemas castellanos corresponden al genio nacional y peculiar de C astilla. Quizás es la divergencia de más relieve entre los dos humanistas. La discusión de este punto no está concluida, pero en líneas generales hoy predomina el pen­ samiento de M ilá. En cuanto a la influencia musulmana, que ha tenido defensores apasionados, ha sido negada radicalmente por Bello y M ilá, excepto en algunas particularidades de cos­ tumbres derivadas de la larga convivencia hispano-arábiga, m ientras que la influencia germánica es aceptada por los dos humanistas como causa originaria remota y a través de la tra­ dición franca de la época románica en toda Europa en general. Donde presentan Bello y M ilá una coincidencia absoluta es en la réplica a la tesis que el romanticismo formuló respecto al origen del Romancero español que había creado una especie de mito al sostener que los romances eran obra prim itiva, es­ pontánea, colectiva, del pueblo como autor, y que además eran la fuente de los Cantares de Gesta. Favorecía mucho el nacio­ nalismo romántico que veía en la gran obra anónima, popular y tradicionalista, la manifestación del espíritu de una naciona­ lidad. Los Cantares de Gesta se habrían formado de la suma de cantos rapsódicos breves, anteriores a los poemas extensos. Bello y M ilá, casi con las mismas palabras dicen todo lo contra­ rio y creen que los hechos demuestran claram ente que del tipo de narraciones extensas se derivaron los cantos de tema frag­ mentario y cíclico que constituyen el romancero castellano. Bello escribe sus ideas en 1823 cuando M ilá tenía cinco años de edad. H oy, está descartada la teoría romántica que defen­ dieron muchos críticos siguiendo el pensamiento de Ferdinand W olf (1 7 9 6 -1 8 6 6 ). La institución de los juglares como divulgadores de la poesía popular es vista de manera idéntica por Bello y por M ilá. Casi explicada con los mismos términos. Los juglares eran per­ sonas que se distinguían por la destreza en la música instru­ m ental y en la organización de pasatiempos ligeros y de diver­

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sión, en general de pocas exigencias, pero que recibían hospita­ lidad en las residencias señoriales o por un precio mínimo atraían a la gente en las calles o en el campo. El estudio m agis­ tral de Menéndez Pidal nos ilustra perfectamente de todo el significado de la juglaría. La teoría métrica del verso en los Cantares de G esta y su evolución nos ofrecen una perfecta uniform idad de interpreta­ ción en Bello y en M ilá. La versificación irregular es defendida por ambos humanistas en total concordancia de opinión y, en cuanto al uso de la rima asonante en las series monorrimas, ya hemos mencionado el reconocimiento de M ilá a Bello por el hecho de haber sido éste el descubridor, en 1827, de los pre­ cedentes latinos del sistema que se había creído privativo de la versificación castellana. * * * El estudio concreto del Poema del Cid por parte de Bello y de M ilá nos ofrece un campo más preciso para ver las coinci­ dencias y las discrepancias entre los dos hum anistas, porque va no estamos en terreno hipotético, teórico, sino sobre el texto concreto del único Cantar de Gesta que se ha conservado casi en su integridad. Ha sido, por otra parte, el tema prim ordial de la copiosa bibliografía en la crítica hispánica y en la erudición internacional. Ensayaré un esquema breve del pensamiento ana­ lítico de Bello y M ilá. Creo haber demostrado que el interés por la investigación del Poema se inició en Bello poco después de 1810, cuando se estableció en Londres. Aunque su prim era publicación es de 1823 (Biblioteca Americana) está documentada la dedica­ ción a los problemas del poema mucho antes de 1816. Y pro­ sigue en esta labor prácticamente hasta las vísperas de su m uerte en 1865, sin haber tenido la suerte de ver impresa la gran monografía que continuó elaborando en Chile. En el estudio publicado en 1823 Bello inicia la difusión de sus pensamientos sobre el Poema del Cid en el comentario de réplica a Sismonde de Sismondi. H asta ese momento había conocido la edición de Tomás Antonio Sánchez; la Crónica del Cid, publicada por Fray Juan de Belorado, mencionada por Sánchez, quien da también las referencias de Floranes; y co­ noce los escritos de Southey y las opiniones de Bouterweck, H erder y poca cosa más. Con tan reducido aparato de soporte

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da a luz los primeros atisbos críticos sobre el Poema, que cons­ tituyen desde estos tiempos una aportación sustancial sobre diversos puntos: a) La fecha de composición, que supone es de principios del siglo X III; b) La relación del texto poético con las Crónicas; c) El autor, único, desconocido, y Per Abbat un simple copista; d) La influencia francesa en los orígenes de los Cantares de Gesta españoles; e) Los romances como derivados de los poemas épicos en contra de la opinión genera­ lizada en Europa; f) La versificación irregular, etc. (sobre la asonancia escribe en 1 8 2 7 ). Puede afirmarse que la investiga­ ción y las enmiendas al texto del Poema estaban acabadas en Londres, antes de 1829. Bello en Chile publicó algunas mono­ grafías parciales, como anticipaciones de su gran estudio: 1834 y 1841. Dos artículos titulados “Literatura castella­ n a” en El Araucano, donde amplía las ideas expuestas en el trabajo de crítica acerca de la obra de Sismondi. 1843. En El Crepúsculo. El estudio sobre “ Origen de la epopeya romancesca” . 1852, 1854, 1855 y 1858. En los Anales de la Universidad de Chile, cuatro artículos de crítica a la obra de George Ticknor intitulados “ Observaciones sobre la H istoria de la Literatura española” . 1863. En la Revista Ilustrada, publica la carta dirigida, el 18 de junio de 1863, a M anuel Bretón de los Herreros, Secre­ tario de la Real Academia Española, donde exponía los princi­ pales puntos conseguidos sobre el Poema del Cid, para que no se perdiesen al dejar este mundo. Tenía 82 años. Bello moriría 16 meses más tarde. M ilá dedica al tema trabajos fundamentales: 1853. El libro Observaciones sobre la poesía popular, Bar­ celona, 1853. H abía publicado el texto previamente en forma de artículos en el Diario de Barcelona. 1874. La obra m agistral De la poesía heroico-popular castellana, Barcelona, 1874. La precisión bibliográfica de Bello y M ilá es un signo bien individualizado de la historia de la crítica por parte de los dos hum anistas. La comprensión del valor literario y humano del Poema es absolutamente la misma. Las cualidades poéticas y de crea­ ción estética y los valores en la historia de la literatura caste­ llana son apreciados de forma totalmente coincidente. Hay una

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divergencia importante respecto al tiempo de su composición. Bello cree que es un poema compuesto entre 1207 y 1230, a pesar de que sus aseveraciones no son iguales en los numerosos trabajos que en diferentes momentos de su vida dedicó a este punto. Alguna vez había insinuado que podía ser de los últimos años del siglo X II. M ilá, por su parte, está convencido, y así lo reitera en diversas oportunidades, que el Poema es de me­ diados del siglo X II. La cuestión de la fecha de composición, a pesar de la autoridad de Menéndez Pidal que se adhiere a la tesis de haber estado compuesto hacia 1140, tiene hoy grandes historiadores que la impugnan y se inclinan por la tesis de Bello. Bello y M ilá comprenden y estim an el valor literario del Poema del Cid con sensibilidad sim ilar, manifestada en términos generalmente idénticos. La pintura fiel y detallada de las cos­ tumbres caballerescas de la Edad M edia; los diálogos apropia­ dos; el retrato de los caracteres; la naturalidad de los afectos; el amable candor de las expresiones; el tono de gravedad deco­ rosa en todo el poema, junto con la energía y la sublim idad homérica de muchos pasajes; todo esto le da un lugar preem i­ nente entre las primeras obras en lengua moderna. De la misma forma aprecian su valor histórico, con una mínima presencia de las fábulas atribuidas al Cid Campeador. En cuanto a la denominación del Poema ambos humanistas coinciden en nombrarlo como Poema del Cid o Cantar de Mió Cid o Gesta de Mió Cid. Predomina la denominación de Poema del Cid. Para Bello y M ilá el autor es desconocido y Per Abbat es un simple copista o, como lo denomina M ilá, “ gran refundi­ dor” que transcribe un texto anterior. Por otra parte, ambos coinciden en afirm ar que hay un autor único, no clérigo como alguien ha supuesto después. Los dos humanistas dividen el poema en tres cantares, siguiendo la indicación de determinados pasajes del texto. Tomás Antonio Sánchez lo había dividido en dos. Las tres partes que establece Bello, y después M ilá, han quedado como definitivas. Vemos, pues, que predominan las mismas conclusiones suficientemente expresivas de la sim ilitud de su pensamiento crítico. Pero donde la coincidencia entre Bello y M ilá alcanza un clím ax de auténtica emoción es en el problema de la parte inicial perdida del manuscrito conservado. Bello y M ilá utilizan el recurso de las Crónicas para reconstruir la porción que falta al comienzo.

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Bello sospecha que no es únicamente un folio perdido como casi generalm ente es aceptado, sino que falta una buena parte que debía comprender, quizás íntegramente, la vida del héroe. Apoya su afirmación en el hecho de que en las páginas narrati­ vas de las Crónicas constan elementos biográficos del Cid más extensos, en los cuales son visibles traslados de versos prosificados. El propio Bello por medio de obvias y verosímiles alte­ raciones transforma la prosa en versos largos que están muy próximos a la m étrica del Poema. Extiende entonces en el Poema la biografía de Rodrigo Díaz de V ivar desde los días de juventud. Después del juramento de Santa Gadea, cuando el rey Alfonso V I decide desterrarlo, recoge el coloquio que el Cid tuvo con sus partidarios y reconstruye de la Crónica del Cid (la única que pudo exam inar) diez versos que encajan perfectamente con el prim er verso del manuscrito conservado del Poema. Y confiesa: Y o no pretendo que el texto de la Crónica y mis con­ jeturales enmiendas restablezcan exactamente el de la gesta; aunque no es imposible que hayan acertado algu­ na vez a reproducirlo. Mi propósito ha sido poner a la vista por qué especie de medios se ha operado la transformación de la forma poética a la prosaica, y dar al mismo tiempo una muestra del auxilio que proporcio­ nan las Crónicas para completar enmiendas e interpre­ tar el Poema.

Esta convicción crítica está compartida unos años después por M ilá, con absoluto desconocimiento de la posición de Bello. Sigue el mismo camino y propone seis de los versos del comienzo del Poema con pequeñas variantes respecto a los diez que había propuesto Bello. Mucho tiempo después Menéndez P idal da doce, incluyendo exactamente los diez que sugiere Bello. Doy la relación comparativa: M . P. — “e los que conmigo fuéredes de Dios ayades [buen grado” . BELLO 1° — E los que acá fincárcdes, quiérome ir vuestro [pagado M . P. — “ e los que acá fincáredes quiérome ir vuestro [pagado” .

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BELLO 2?

Es ora dixo A lvar Fáñez, su primo cormano:

M ILA I

Entonces salió don A lvar Fáñez, su primo [cormano:

M . P.

“ Entonces fabló A lvar Fáñez su primo [corm ano” :

BELLO 3?

Convusco iremos, Cid, por yermos o por [poblados:

M ILA II

Con vusco iremos Cid por yermos e por [poblados.

M . P.

“ convusco iremos, Cid, por yermos e por [poblados” ,

BELLO 4?

Ca nunca vos fallesceremos en cuanto vivos [seam os.

M ILA III

Ca nunca vos fallesceremos en cuanto vivos [seamos.

M . P.

“ ca nunca vos fallesceremos en quanto seamos [bibos e sanos” .

BELLO 5?

Convusco despenderemos las muías e los [cavallos.

M ILA IV

Convusco despenderemos las muías e los [cavallos.

M . P.

“ convusco despenderemos las muías e los [cavallos” .

BELLO 6?

E los averes e los paños,

M ILA V

E los averes e los pannos,

M . P.

“ E los averes e los paños” .

BELLO 7?

E siempre vos serviremos como amigos e [vasallos.

M ILA VI

Siempre vos serviremos como leales amigos e [vasallos.

M . P.

“ siempre vos serviremos como leales amigos e [vasallo s” .

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BELLO 8° — Quanto dixera A lvar Fáñez, todos allí lo [otorgaron. M . P. — “ Entonce otorgaron todos quanto dixo don [A lvaro ” ; BELLO 9° — Mió Cid con los suyos a Bivar a cavalgado, M . P. — “ mucho grades^io mió Cid quanto allí fue [razonado. . . BELLO 1 0 ?— E cuando los sus palacios vio, yermos e [desheredados. . . M . P. — “M ió Cid movió de Bivar para Burgos [adeliñado, assí dexa sus palacios yermos e desheredados” . Los primeros versos del manuscrito conservado dicen así: De los sus ojos tan fuerlemientre llorando iornava la cabeza i estóvalos catando. El segunde verso, “ estávalos catando” se refiere al pre­ cedente “ los sus palacios vio” del verso número 10 recons­ truido por Bello. Deducción importante que no ha sido debida­ mente subrayada. H abría suficiente con esta concordancia de juicio referido al principio del Poema para justificar el paralelismo crítico entre Bello y M ilá. La misma agudeza, el mismo acierto. En cuanto a la métrica usada en el Poema hay también una evidente coincidencia de criterio. Ambos opinan que está escrito en series monorrimas, de pocas o muchas líneas, desiguales, en versos largos e intercisos muy irregulares. Bello insinúa que hay tres tipos de versos: el alejandrino, con dos hem istiquios de siete sílabas, con acento en la sexta: y cierta frecuencia del endecasílabo con dos hem istiquios de cinco y siete sílabas, así como el verso eneasílabo. Ve en esta forma m étrica una pode­ rosa influencia de la versificación francesa en los tres metros predominantes. En cuanto a las correcciones del lenguaje no podemos esta­ blecer un término comparativo entre los dos hum anistas, porque M ilá no las propone. En cambio, Bello las había emprendido como el fin eminente de su estudio. En general las enmiendas y rectificaciones que introduce en el texto de T. A. Sánchez

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son acertadas, según el consenso y reconocimiento de los estu­ diosos posteriores a Bello. Ramón Menéndez P idal, en la edi­ ción crítica del Poema, acepta casi íntegramente todas las modi­ ficaciones sugeridas por Bello. Tampoco nos dan base para la comparación las notas sobre la gram ática del siglo X III y el excelente glosario del Poema, que Bello pone como apéndices al proyecto de nueva edición, M ilá no se ocupa de estos dos asuntos. Como resumen del repaso temático que llevo hecho, pienso que no es nada hiperbólica la afirmación de que Bello y M ilá eran almas muy parecidas en la formación, en la capacidad y criterio analíticos, en los estudios, en los intereses de historia y crítica literaria y en los propósitos y métodos que presidían sus investigaciones. El campo de la literatura épica medieval y en particular el trabajo sobre el Poema del Cid, nos da una formidable argu­ mentación para razonar el paralelism o que he intentado esta­ blecer en el presente discurso. Podemos hacer nuestro el diagnóstico de Menéndez Pelayo relativo a la marca del genio que es posible hasta en las investigaciones eruditas. Afirmaba también que: “ El nombre de Bello ha de ser, junto a los de Ferdinand W olf y M ilá y Fontanals, uno de los clásicos en la m ateria” . *

*

*

Y unas reflexiones finales. Bello y M ilá son dos hombres de dedicación perseverante, enamorados del silencio, del recogimiento, m editadores; per­ sonas serenas, de equilibrio, de sabiduría y buen gusto. Sus obras, aparte del disfrute íntim o, les proporcionan el placer de encontrar la verdad, a fin de hacer partícipes a los contem­ poráneos. Explican con modestia y hum ildad. Esencialmente educadores, se esfuerzan por divulgar con la palabra, por medio del libro, la monografía y el ensayo periodístico, el fruto de sus cavilaciones. Su generosidad intelectual es la razón del m agis­ terio prestigioso entre las generaciones. En el campo de la crítica histórica son dos figuras de enor­ me importancia que hoy vemos como hitos decisivos en la evolución de la cultura. Enseñan siempre en alto nivel, sin buscar la popularidad; midiendo sus opiniones; investigan y sopesan los razonamientos hasta alcanzar el triunfo de la causa

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erudita, llena de aciertos, lo cual constituye la fuerza de su enseñanza trascendente. M ilá está considerado con justicia como el fundador de la romanística en la Península, mientras que Bello es proclamado orientador de la civilización hispanoame­ ricana. Es la natural diferenciación objetiva impuesta por los rasgos privativos de América y Europa. La misión de los dos hum anistas persigue la misma finalidad en países distantes: la formación del hombre. Menéndez Pelayo, que ha glosado la valía de los dos hu­ m anistas, im agina a Bello como uno de los grandes patriarcas constructores y orientadores de pueblos que conducen al per­ feccionamiento de las repúblicas independizadas políticamente, las educa y les redacta las leyes fundam entales. Así mismo, deja definida la personalidad de M ilá en el panorama peninsular como figura de ingenuidad patriarcal y robusta por su carácter. Los dos se dirigen a distinto destinatario. Bello adscribe sus admoniciones hacia la cultura de los pueblos americanos. Cree que debe recurrirse a los duros m ateriales de la cantera hispánica para edificar las nuevas sociedades; mientras que M ilá asienta las bases de su proyecto educativo en los ante­ cedentes históricos catalanes y provenzales v en la litera^ira castellana como elementos de civilización. El propósito es idén­ tico; los testimonios son distintos, pero eso no significa la menor discrepancia sustancial. Y ambos redactan las conclusio­ nes de sus estudios, hasta en los temas pretéritos v remotos, en forma de consejos o resúmenes hacia el futuro de las comunida­ des donde viven. Esta es la valía que les agradecen las sociedades modernas. Ambos estuvieron a la altura de la misión que les exigía el mo­ mento histórico que vivieron. Los dos son pioneros e intérpre­ tes del destino natural que requerían sus pueblos. Construyen su teoría con trabajos profundos y por campos no transitados. Para nuestro tiempo son dos modelos, dos paradigm as. Están lejos de prescribir una servil imitación o un simple calco de conocimientos y métodos que no serían eficaces. El análisis del humanismo contemporáneo que nos ha to­ cado vivir pienso que nos obliga a hacer un examen de concien­ cia para reactivar de nuevo el entusiasmo, el contenido, y sobre todo la actitud ante el hecho cultural, para rectificar las peli­ grosas desviaciones que estamos sufriendo. Y si hay un conven­ cimiento de esta realidad es necesario buscar los antecedentes

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que nos pueden dar el aviso oportuno y adecuado. Y no los encontraremos en otros lugares de cultura más idóneos que en nuestros legítimos maestros. Bello y M ilá son ejemplos cada uno en su estilo específico, con las sorprendentes coincidencias que he ensayado presentar, inexplicables si no hubiera una pasión, un juicio, un pensamiento, que con absoluta independen­ cia el uno del otro no fuese en el fondo idéntico y coincidente. La lección que se puede desprender de la revisión que he hecho de los dos extraordinarios hum anistas, es la de que han sentido y entendido, en adm irable paralelism o, la necesidad es­ piritual de resolver unos problemas de cultura con el mismo amor, con la misma clarividencia. La conducta y la ciencia no pueden someterse a las mudanzas del capricho. Las conquistas del ser humano, casi inmodificables, adaptadas naturalm ente al instante histórico de civilización, son valores sumamente respe­ tables. Son nuestro patrimonio. Las advertencias de los grandes nuevos ciudadanos de cada pueblo quedan incorporadas como normas de educación y no se pueden negligir, porque constitu­ yen la base y la definición de la propia identidad. Los consejos saludables se han de aceptar, recoger y asim i­ lar, porque son la palabra que señala el buen camino y nos prescriben las normas de nuestra ética colectiva. No las hemos de buscar muy lejos en nuestro caso. De la misma tierra o de tierra sim ilar, sea Barcelona o Caracas o Santiago de Chile, nos llegan, para nuestro bien y nuestro futuro las indicaciones que sólo hemos de entenderlas y asim ilarlas. ¿No será esto la entraña misma de la continuidad u n iversitaria?, ¿o de la civilización? Quizás la enseñanza de Bello fue seguida y adm itida a medida que era divulgada, mientras que la de M ilá ha tardado más liempo, pero es necesario reconocer que hoy la obra y el consejo de los dos humanistas están vigentes. Quiero concluir con una sentencia de M ilá, pronunciada en esta Universidad en el discurso inaugural del curso 1865-66: Aconsejamos a nuestros jóvenes que antes de buscar lo ajeno, inquieran lo que se halla en nuestra propia casa, y que desdeñen en gran manera aquellas nove­ dades que sólo seducen por ser tales, que sin cesar se suceden y destruyen, como una ola traga a otra ola, y suelen pasar aquí por novedades, cuando son vejeces allá donde nacieron.

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DISCURSO DE CONTESTACION por el Dr. BUENAVENTURA DELGADO CRIADO

«Lo menos que, a mi modesto entender — escribió J. Pía— se puede decir de Pedro Grases es que es un hombre digno de ser observado. Encontrar a un coterráneo digno de ser obser­ vado es para mí un don del cielo. Ello no menudea y menos en los tiempos que correm os»1. Nació Pedro Grases en Vilafranea del Penedés el año de la Semana Trágica. Estudió Bachillerato en el Instituto de Reus v se licenció con premio extraordinario en Filosofía y Letras (1 9 3 1 ) y en Derecho por la U niversidad de Barcelona. M uy pronto se dedicó a la docencia como catedrático de Literatura del Institut-Escola y como profesor encargado de Lengua A rábiga, nombrado por el Patronato U niversitario de la Universidad Autónoma de Barcelona, el 19 de septiembre de 1934. «Nosotros pertenecemos — escribió Grases— a una gene­ ración española trunca y rota por la guerra civil. Con los com­ pañeros de mi tiempo vivimos el entusiasmo de un servicio público, al proclamarse la República tardía de 1931. Veíamos por delante la posibilidad de arrim ar el hombro a una empresa liberal, por la que sentimos el más decidido fervor. A ello nos lanzamos al llegar a la mayoría de edad. Pero en Europa Ja crisis de nuestra época, que ha instaurado la fuerza como único poder determinante de la vida entre los pueblos, hizo comenzar en la Península el agrietamiento de todos los valores a los que vale la pena dedicar la existencia. Y ahí habrían terminado nuestros propósitos de no haber liberado Bolívar y los demás libertadores las Repúblicas hispanohablantes. América nos ofre­ ció la posibilidad de rehacer la vida física y reanudar las empresas de orden in telectual»2. 1 Destino. Barcelona, 26 de marzo de 1966. 2 “Palabras en un colqouio de Humanidades. Intervención en un ci­ clo universitario de Caracas”, P. Grases, Obras Completas. Seix Barral, Barcelona, 1983, vol. 13, pág. 324.

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A las playas venezolanas llegó el náufrago Grases el 17 de agosto de 1937, con otros españoles de reconocido valer como Eugenio Imaz, Augusto Pi Sunyer, Juan David G arcía Bacca, Agustín M illares Cario, Pablo V ila, etc. «Llegaba con la deso­ rientada soledad del evadido por dignidad, sin q u eja»3, convir­ tiéndose pronto, gracias a su talante, a su calidad humana y a su extraordinario tesón y laboriosidad en «Don Pedro. El caballero inagotable. El M aestro» con mayúscula4. La docencia y la investigación han sido sus dos principales actividades. Creó y dirigió, a partir de 1942, la Oficina Biblio­ gráfica Venezolana de la Biblioteca Nacional. Empezó a publicar el Anuario de Biblioteconomía y de la Biblioteca Central de la Universidad, siguiendo el ejemplo de Eugenio D ’Ors, creador en Barcelona de una escuela semejante. Grases ha desarrollado principalmente su labor docente en el Instituto Pedagógico Na­ cional y en la Facultad de Filosofía y Letras de Caracas, pero también ha impartido cursos en las universidades de H arvard, Y ale, Indiana, Stanford, Berkeley y Cambridge. Conocidas y apreciadas internacionalmente son sus inves­ tigaciones sobre Andrés Bello, preceptor de Simón Bolívar. Grases, se ha escrito, se puso al formidable empeño de rescatar la obra ingente de Bello, actualizarla, explicarla y hacerla ase­ quible para todos. A este fin dirigió la edición de Obras Com­ pletas de Bello y asesoró la edición de los Escritos del Libertador, en más de doce volúmenes. Además de los trabajos ajenos, Pedro Grases lleva edita­ dos catorce gruesos volúmenes en la editorial Seix Barral de Barcelona, en los que se recoge su polifacética producción inte­ lectual sembrada a los vientos durante más de medio siglo de tesón y pasión derrochada en pro de la cultura hispánica. D urante su fecunda vida Grases ha sido siempre fiel al lema de la feina ben jeta. H a sido un «gran maestro en la capa­ cidad, la exactitud, la minuciosidad y el rigor técnico que la verdadera disciplina bibliográfica dem anda»5. 3 Domingo Miliani, “La vida venezolana Prefacio a la segunda edición de Nuevos Cultura Venezolanas. Mérida, 1967. 4 Domingo Miliani, ibídem. 5 Jorge Basadre, Prólogo a Introducción a para la historia de la República del Perú Lima, 1971, 3 vols.

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de Don Pedro Grases”. Temas de Bibliografía y las bases documentales con algunas reflexiones

«N o es nada fácil — ha escrito otro autor— seguir la tra­ yectoria de este Pedro Grases investigador diligentísim o, obser­ vador agudo, publicista prolífico, un personaje que no contento de cargar con el peso de sus tareas propias, no teme, no le asusta echarse sobre los hombros labores extras o ajenas, cuando se trata de ayudar, de colaborar, de prestar consejos valiosos, de orientar y aun de prestar m ateriales absolutamente inéditos» . Sus escritos «son ríos, son un inmenso mar de datos, noticias, informaciones, críticas, hallazgos»6. Gracias a su esfuerzo Venezuela y con ella la comunidad hispánica ha recuperado a personajes semiolvidados o poco co­ nocidos. Gracias a Grases es posible «leer a García de Sena, a Simón Rodríguez, a Juan Germán Roscio, a Tomás Lander, a Fermín Toro, a Baralt. Gracias a él, Bello adquirió contempo­ raneidad. Gracias a su acuciosidad se han creado fuentes biblio­ gráficas que facilitan cualquier tipo de indagación en campos del estudio de la Literatura, del 19 de abril, de la Independencia y de los orígenes de la Em ancipación»7. «E n la actualidad —-escribió el historiador Augusto M ija­ res— ninguna obra histórica de alguna importancia puede escri­ birse entre nosotros sin recurrir a los estudios documentales y bibliográficos de G rases»8. Otro crítico dijo hace quince años que su obra «era ina­ barcable. Unica por la cantidad, casi fabulosa, de los m ateriales investigados, analizados, compulsados, ordenados^ dados a co­ nocer a todos. Unica también por la variedad, no menos sor­ prendente, en que esos m ateriales se han ido, poco a poco, clasificando. Unica, por último, en cuanto a la influencia peda­ gógica que tan gigantesca tarea ha ejercido — ejercerá siempre, más bien— sobre las nuevas generaciones del p aís»9. En ade­ lante — añade otro erudito— «no se podrá escribir sobre las letras y el pensamiento venezolano, sin mencionar a Pedro 6 José Ratto-Ciarlo, “Investigaciones bibliográficas”, Ultimas Noti­ cias Caracas, 5 de mayo de 1968. 7 Juan Liscano, “Significación de Pedro Grases", La obra de Pedro Grases. Caracas, 1976, pág. 59. ------ * D. Casanovas, “Letras de Pedro Grases”, La obra de Pedro Grases. Caracas, 1976, págs. 220-221. 9 Pedro P. Paredes, “Memorial. Investigaciones bibliográficas”, La obra de Pedro Grases, ob. cit., pág. 172.

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Grases, sin servirse de Pedro G rases, sin seguir a Grases en toda su asombrosa variedad de pesquisas y hallazgos»10. A mi entender, Pedro Grases es, por encima de todo, un lorm idable hum anista que ha predicado humanismo durante toda su vida y ha ejercido como tal, haciendo de guía, de con­ sejero, de maestro espiritual de todo el que se le ha acercado pidiéndole ayuda. H a encarnado en sí mismo las tres virtudes cardinales que, en su opinión, han de orientar la labor del hum anista o, si se quiere, del hombre de letras: 1* La hum ildad. 2“ El propio respeto. 3? La discreción. «E l mayor saber y el mayor valer humano — ha escrito— van siempre acompañados de la mayor generosidad y hu­ mildad»n. Pedro G rases, según el sentir unánime de todos los que le han conocido, ha repartido a manos llenas su saber y su valer. Y por si esto fuera poco, ha sabido mantener incólumes aquellos valores por los que vale la pena ir quemando lenta­ mente la existencia. Nuestro mayor orgullo como universitarios barceloneses es reconocer hoy pública e institucionalm ente los extraordina­ rios méritos de este catalán universal al que han rendido tam ­ bién homenaje las universidades de Los Andes, de San Marcos, de M iam i y de Cam bridge, por las que es Doctor Honoris causa y que posee numerosas condecoraciones alemanas, brasileñas, británicas, bolivianas, colombianas, chilenas, peruanas, vene­ zolanas, españolas y catalanas.

10 A. Uslar Pietri, “Pedro Grases, el servidor”. La obra de Pedro Grases, ob. cit., pág. 21. u Pedro Grases, Ensayos y reflexiones, Obras completas, vol. 13, pág. 328.

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PALABRAS DEL RECTOR MAGNIFICO ANTONI M. BADIA M ARGARIT

Que se acerquen, por favor, el Doctor Pedro G rases, el Doctor Gomá y el Doctor Delgado. Doctor Pedro Grases, por la Junta de Gobierno de la U niversidad de Barcelona, a propuesta de la Facultad de Filo­ sofía y Ciencias de la Educación, habéis sido nombrado Doctor Honoris Causa, en testimonio y reconocimiento de vuestros relevantes merecimientos, y así lo confirmó el M inisterio de Educación y Ciencia. En virtud de la autoridad que me ha sido conferida, os entrego este título y, como símbolo, el birrete laureado, anti­ quísimo y venerado distintivo del magisterio; usadlo como co­ tona de vuestros méritos y estudios. Recibid el anillo que en tiempos antiguos se acostumbraba entregar en esta respetable ceremonia como emblema del privilegio de firmar y sellar los dictámenes, consultas y censuras idóneas a vuestra ciencia y piofesión. Recibid, asimismo, estos guantes blancos, símbolo de la pureza que han de mantener vuestras manos, señales, unos y otros, de la distinción de vuestra categoría. Porque os habéis incorporado a esta U niversidad, aceptad ahora, en nombre del claustro, el abrazo fraterno de quienes se honran y congra­ tulan de ser vuestros hermanos y colegas. En realidad, señoras y señores, hemos terminado nuestra tarea. Perm itidm e, sin embargo, añadir unas palabras, fuera de protocolo. Las circunstancias impusieron que una vida que parecía destinada a la carrera universitaria en esta Universidad de Barcelona, tomara un violento cambio de rumbo, como tantos hubo a causa de la gran destrucción de tantas cosas. Por eso veo en Pedro Grases un símbolo, sin que ello signifique dism inuir ninguno de sus merecimientos, sino todo lo contrario. Es un símbolo de la ingente labor cultural que han llevado a cabo lejos de nuestro país, los grandes exiliados políticos, inte­ lectuales y científicos. Gracias a ellos se ha producido una nota­ ble expansión de la ciencia catalana, así como de las cualidades

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personales de muchos hombres de ciencia catalana, como la laboriosidad, el rigor, la solvencia — y no lo digo yo, sino que ha sido proclamado desde el exterior— . Catalunya, en este sentido, ha sido un modelo de pueblo; supimos hacer conocer quiénes somos. Pedro Grases fue portador, en los medios cul­ turales de Venezuela, de muchas de nuestras cualidades. Por otra parte, tal como ha acontecido en otros fenómenos cultutales del destierro, Pedro Grases fue la levadura que hizo ferm entar muchos valores locales. Pedro Grases, con espíritu abierto y universitario, cultivó el campo de la investigación y la erudición en Venezuela y supo estim ular muchas vocaciones. Pedro Grases tuvo siempre el pensamiento en Catalunya, como lo atestiguan sus frecuentes viajes, su relación constante, humana y científica con todos nosotros. Del mismo modo man­ tuvo su vinculación con la Universidad de Barcelona. Quiero decir públicamente aquí que, con la mayor satisfacción nuestra, hace pocos meses celebramos un acto muy emotivo, en el Aula Magna, en la oportunidad de presentar y ofrecer a la U niver­ sidad sus Obras Completas. Para concluir, quiero decirte, Pedro Grases, que si un día viste truncadas tus ilusiones puestas en esta casa, y tuviste que renunciar a tu proyecto de vida universitaria que pensabas desarrollar en Barcelona, hoy esta antigua Universidad de Barcelona desea corresponder al afecto que siempre le has ma­ nifestado, y te coloca junto a los demás colegas, con los cuales constituís el Claustro de Honor. Recibe la más cordial enhora­ buena.

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PALABRAS DEL MUY HONORABLE JO RD I PUJO L, PRESIDENT DE LA GENERALITAT

Buenas tardes Señor Rector, Muy Honorable Señor Pre­ sident del Parlam ent, Señoras y Señores. Seré muy breve, porque el papel de protagonista hoy corresponde, en primer lugar, al Doctor Pedro Grases y, después, a la Universidad de Barcelona. De todos modos deseo pronunciar unas pocas palabras para felicitar al nuevo Doctor Honoris Causa de la Universidad de Barcelona y decir que he venido por razones de amistad y también por la importancia de la obra del Doctor Pedro Grases. El Doctor Grases ha sido hombre que ha realizado una iabor bien hecha, y la ha llevado a cabo no en un campo — diga­ mos— de cosas pequeñas, ni en un terreno muy limitado. Ha rendido una obra inabarcable. Ha trabajado bien en niveles de alta exigencia y en un horizonte muy y muy vasto. La Generalitat de Catalunya y el pueblo de Catalunya se honran, en consecuencia, de poder contar entre nosotros con una persona como el Doctor Grases. Hace pocos días en el Palacio de la G eneralitat, en un acto muy distinto y con un personaje muy diferente al Doctor Pedro Grases, yo decía que nuestros compatriotas van regre­ sando a nuestra tierra. Si en dicha oportunidad decía que el hecho era bueno, con mejor causa podemos decirlo hoy, cuando sentimos el placer de poder estar con una persona que prosigue en una línea de actuación de gran eficacia intelectual. Nos satisface que esta presencia de Pedro Grases en Bar­ celona, y poco o mucho en toda América, haya sido siempre muy señalada por esta característica profundamente catalana, es decir, la de querer labrar poco a poco una realidad sólida, lo que suelo denominar “construir un país” . Y ello con la conciencia y la idea clara de que un país no se construye sólo desde la Adm inistración, desde el poder político, sino también desde la cultura y desde la propia conciencia y convicción de lo que se es.

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Q uisiera decirle, — esto es algo que no he dicho nunca a Pedro Grases— , que una de las cosas que más me impresionó en la línea de dar sentido a la propia identidad, de orgullo a la propia identidad, fue un libro suyo, en el que se recogen varias biografías venezolanas, donde se explican algunas de las más importantes personalidades del siglo XX de Venezuela — juristas, historiadores, naturalistas y médicos— interpretadas de un modo sencillo, digno de los biografiados, para dar fuerza espiritual al país. Recuerdo lo que una vez me decía el Presidente de M éxico, López Portillo: “Nosotros tenemos que procurar hacer de los países americanos, que son m uy extensos y tienen muchas posi­ bilidades, un pueblo, un estado, y no hacerlo de cualquier m anera” . M e refiero al terreno de las ideas, de la cultura y de la propia conciencia de los valores nacionales. Esta doctrina está en lo que podríamos denominar la línea catalana de toda la política, la línea catalana de hacer país. Pedro Grases; muchísimas gracias por haber dado a cono­ cer el nombre de Catalunya por todo el mundo.

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I NDICE Acto de investidura del Doctorado Honoris Causa al Dr. Pedro Grases, en la Universidad de Barcelona (España), el 24 de abril de 19 8 4 ...................................................................................... Palabras del Rector Magnífico Antoni M. Badía Magarit . .

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..

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Discurso del Dr. Pedro G r a s e s ..............................................................

19

Discurso de contestación por el Dr. Buenaventura Delgado Criado . .

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Palabras del Rector Magnífico Antoni M. Badía Margarit . . . .

59

Palabras del Muy Honorable Jordi Pujol, President de la Generalitat.

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Este libro se terminó de imprimir en Caracas, Venezuela, en los Talleres de Anauco Ediciones, C. A., en el mes de noviembre de mil novecientos ochenta y seis.

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