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RS AGOSTO 2014 LAS CONSECUENCIAS DE LA CRISIS MUNDIAL DE 2008, LA MAYOR INTEGRACIÓN CAPITALISTA Y LA NUEVA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL LIMITARÁN LA SUSTITUCIÓN DE IMPORTACIONES Y ALTERARÁN EL MODELO K Carlos Ábalo El trabajo que sigue es un borrador. El propósito fue pasar revista al modelo K -como el autor lo viene haciendo en números anteriores de la Revista Socialista- y analizar los obstáculos que se presentan a su persistencia por efecto de la crisis mundial de 2008 y de los cambios que introducirá la nueva revolución industrial. Razones de espacio y de tiempo obligaron a elaborar este resumen provisorio para darlo a publicidad en el presente número de la Revista para su discusión. En una segunda parte, que aparecerá en un próximo número, se examinará con más detalle el sentido de las transformaciones de la economía mundial en los últimos veinte años, los cambios en el modelo después de 2008, el estrechamiento de sus posibilidades con respecto a las conclusiones que se podían extraer hasta hace no más de dos años, la ya indudable marcha del capitalismo hacia su integración mundial, como lo había previsto Silvio Frondizi hace sesenta años y el cambio de escenario provocado por la aparición de las reservas de petróleo y gas shale de Vaca Muerta y la previsible consolidación en los próximos años de la Argentina como un gran productor de oro, cobre, plomo y zinc, que se agregará a su liderazgo en la producción de alimentos. Precisamente porque en un capitalismo más integrado habrá que afirmar las identidades nacionales y regionales, la Argentina y el Mercosur no podrán resignarse a producir materias primas para China y el Asia industrializada. El desafío para la región y los países que la integran será transformar al agro en una industria, utilizar a fondo la biotecnología y articular a amba con la una industria sustitutiva en transformación. La expansión del mercado mundial a través de China y los países emergentes, la descomunal quiebra bancaria de 2008 y su rescate con emisión por parte de los mayores países industrializados, el acelerado desarrollo de las supercomputadoras, la red informativa mundial y la genética, han desembocado en la concreción de una nueva Revolución Industrial que instala la plena robotización digitalizada de las manufacturas a través de cadenas internacionales segmentadas en distintos países, transforma la producción manufacturera en global, relega la sustitución de importaciones, reduce proporcionalmente el plantel obrero y reformula el concepto de autonomía nacional. Estas novedades que ya se están concretando, atañen directamente al interés de los socialistas y de los que aspiramos a que alguna vez la humanidad se pueda sacar de encima la sociedad de clases, la desigualdad social y el trabajo físico agotador y rutinario, pero así como la automatización revive el fantasma del desempleo permanente, la globalización renueva la amenaza imperialista a los estados nacionales. La integración del capitalismo será sin duda un camino poblado de conflictos entre el capital internacionalizado y los Estados nacionales; el conflicto de la Argentina con los fondos buitre bien podría ser uno de los primeros capítulos de este tipo. En la segunda parte de este ensayo se expondrá la bibliografía consultada.
El capitalismo nacional y el sistema mundial capitalista La capacidad de acumulación privada de capital es mayor que la capacidad de consumo, por lo que periódicamente se frenen las ventas y disminuye la rentabilidad del capital y la inversión y el empleo se retraen dando lugar a las fases de crisis del capitalismo, que tienden a ser superadas por cambios tecnológicos y sucesivas revoluciones industriales. El sistema mundial capitalista no es uniforme. La acumulación en gran escala del capital se sitúa en la industria de los países más desarrollados, que constituyen el centro del sistema mundial capitalista. En la periferia del sistema, los países menos desarrollados tienen menores posibilidades de acumulación en las manufacturas por no haber completado la revolución industrial, lo que disminuye su productividad media. En su mayoría, estos países aprovechan la explotación de sus recursos naturales y tratan de industrializarse atrayendo a la inversión extranjera directa (IED), tomando créditos internacionales, aprovechando el mercado interno y utilizando recursos del Estado en auxilio de sus industrias nacionales, pero sólo lo logran en parte, porque la IED y los créditos internacionales aumentan las remesas de capital por ganancias o intereses y si las primeras no tienen un fuerte impacto en la productividad y si las segundas no son limitadas pueden afectar la capacidad de acumulación local. La explotación de sus recursos naturales es necesaria para la industria y el consumo de los países más desarrollados, y suele ofrecer rentas extraordinarias que incentivan las inversiones. Los
países centrales se especializan en la producción industrial y los menos desarrollados en la exportación de materias primas derivadas de sus recursos naturales.
La especificidad de la acumulación de capital En los países centrales, la plusvalía obtenida en la explotación industrial acrecienta la acumulación, pero como el capital disponible excede el potencial de la demanda, el excedente se trata de colocar en los países menos desarrollados -donde la tasa de ganancia suele ser mayor porque los salarios son inferiores a los del centro desarrollado- y otra parte va a parar a los servicios, al comercio y, sobre todo, a los bancos y a las finanzas. Por su misma mecánica de desarrollo, el capital se concentra, unas empresas acumulan más que otras y las más débiles enfrentan las mayores dificultades de la crisis y de la competencia y dependen más del crédito. La competencia de los más fuertes se establece en el mercado mundial. Todo capital tiende a alcanzar el mercado mundial, de modo que la globalización es un fenómeno propio del capitalismo. En los países menos desarrollados –la periferia del sistema- el eje de la acumulación con posibilidades competitivas internacionales se encuentra en la explotación de sus recursos naturales. Si la explotación está a cargo de productores nacionales, el desarrollo puede ser mayor que si corre por cuenta de las empresas transnacionales (ET) porque en este caso una parte de los excedente se transfiere a los países de origen de la inversión, aunque también es habitual que una parte de las rentas por la explotación nacional de estos recursos se recicle al sistema financiero nacional o internacional. En este último caso hay fuga de capital con el objetivo es constituir activos líquidos en monedas de los países industrializados, que son monedas fuertes o monedas mundiales, las verdaderas monedas del sistema mundial. En las fases de alza del ciclo internacional aumenta la demanda de los países industrializados, suben los precios de las materias primas y crecen las exportaciones de los países periféricos, que mejoran sus posibilidades de crecimiento. De 2003 a 2008 la política económica del kirchnerismo (el modelo K) coincidió con una economía mundial expansiva: esa combinación fue la clave del gran crecimiento de la economía argentina en esos años, que después de una recesión continuada de cuatro años (de 1999 a 2002) creció en torno al 9% anual de 2003 a 2007 y de casi 7% en 2008. El menor crecimiento promedio en los seis años siguientes (2009 a 2014) fue en gran parte una consecuencia de la crisis mundial de 2008 y de que el modelo K sólo en parte se adaptó a las nuevas circunstancias.
La acumulación de capital en la Argentina y su vinculación con la economía global 1 Especialización agraria con bajo reciclaje de la renta a la inversión industrial La explotación agraria pampeana con destino al mercado mundial constituye el eje de la acumulación competitiva en la Argentina. Antes de la crisis de los años treinta del siglo XX el capitalismo agrario generaba un considerable excedente compuesto por la renta terrateniente y las ganancias de la burguesía agraria y de sus actividades conexas que soportaba los relativamente bajos precios internos de los alimentos, mientras el gasto público promovía la infraestructura del litoral pampeano y el desarrollo urbano. La característica de la acumulación consistía en que la renta se reciclaba a la construcción, la actividad bancaria y financiera, el comercio, la industria complementaria con la actividad agropecuaria y las manufacturas que resultaba más barato fabricar localmente, favoreciendo la importación del resto. Otra parte del excedente remuneraba las inversiones de capital extranjero y sus préstamos. La demanda urbana dio lugar a una cierta expansión de las agriculturas regionales no pampeanas y sus industrias básicas. Ante la crisis de los años treinta, Gran Bretaña se encerró en el proteccionismo con sus colonias y la falta de ingresos de exportación obligó a la Argentina a ampliar la producción industrial sustituyendo importaciones y a reciclar más excedentes hacia la industria, pero el nuevo capital industrial se originó más en el comercio y el crédito del Estado que en el reciclaje de la renta agraria y no se alcanzaron a desarrollar industrias más complejas que pudieran llegar a ser internacionalmente competitivas, como en los países industrializados: siguió imperando el reciclaje financiero, comercial e inmobiliario de la renta agraria. Ésa era la estrategia de las clases dominantes y de los partidos políticos de entonces. En 1943 el Ejército volvió a dar un golpe de Estado que pretendió afirmar la política industrial, sobre todo en las ramas vinculadas con la defensa. Desde entonces hasta los años noventa la explotación agraria pampeana se distanció cada vez más del desempeño del agro en los países desarrollados.
2 El peronismo: eje en la sustitución de importaciones con especialización agraria en declive
Los inmigrantes europeos que integraban la clase obrera anterior a los años cuarenta cedieron su lugar a los migrantes procedentes del campo que -al contrario de aquellos- tenían poder de voto. Defendieron sus derechos junto al nuevo Partido Laborista y a los sindicatos y prepararon el ascenso del entonces coronel Perón a la presidencia de la República. El Estado peronista intensificó el desarrollo industrial apropiándose de una parte de la renta agraria mediante los derechos aduaneros, el IAPI y los tipos de cambio múltiples. Se ampliaron las industrias ya existentes y se fabricaron más productos de consumo y bienes intermedios a partir del ensamble de piezas importadas, casi sin auxilio de la inversión extranjera. La exportación agraria y el alza de los precios agrícolas de la inmediata posguerra ampliaron el mercado interno, los salarios reales y la producción manufacturera incentivada por el crédito, el gasto público y la política de precios diferenciales entre la exportación y el mercado interno para las materias primas agrarias, pero tampoco hubo un masivo reciclaje industrial de la renta ni una fuerte inversión extranjera y las manufacturas no elevaron sustancialmente su productividad, y como la Argentina no se integró al dominio estratégico de Estados Unidos, tampoco tuvo su ayuda, como la que recibieron Europa y otros países de América Latina. El crecimiento de la demanda y de la población agrandó y profundizó el desarrollo capitalista de las regiones no pampeanas, pero las exportaciones agropecuarias tradicionales se estancaron. En la inmediata posguerra la industria europea se recuperaba y modernizaba y la estadounidense alcanzaba altos niveles tecnológicos y de productividad, mientras que la producción nacional, aunque mejorada, estaba desactualizada e insumía mayores costos. El alto nivel de los salarios y el bajo costo de los alimentos era consecuencia de la política agraria del peronismo, que ya concitaba la oposición de las entidades patronales del campo, y la relativamente alta inversión se traducía en una débil aplicación de capital y en un poder de compra que no reflejaban el progreso de los salarios y la alta inversión, porque los bienes de capital eran caros y anticuados, lo mismo que los bienes durables que empezaban a integrar la canasta de consumo de los trabajadores. La industrialización y la distribución del ingreso dieron lugar a una política económica autónoma y proteccionista, al enfrentamiento con el establishment tradicional y a las tensiones con Estados Unidos. El estancamiento agrario terminó con el arrendamiento y el congelamiento del canon y los créditos gubernamentales facilitaron la compra de tierras por los pequeños y medianos productores y la oligarquía terrateniente perdió fuerza, aunque no se debilitó el dominio de la gran propiedad. El estancamiento del agro pampeano generó tal falta de divisas que obligó a Perón a plantear la batalla de la productividad y a apelar a la inversión estadounidense para producir petróleo, pero la izquierda peronista frenó esa política, se dispararon la inflación y las limitaciones materiales, la clase media completó su paso a la oposición y en 1955 sobrevino el golpe de Estado de la llamada Revolución Libertadora.
3 Especialización agraria debilitada con fuertes avances en la industria sustitutiva y paulatina apertura De 1955 a 1973 la acumulación basada en la renta agraria se reciclaba cada vez más a las actividades financieras, pero las inversiones industriales fueron estimuladas por el frondizismo y la fracción azul del ejército, mientras que los colorados con predominio de la Marina apoyaban la posición pro agraria tradicional. En 1958 el desarrollismo impuso un ajuste que golpeó al salario real y la ocupación, agravó el conflicto social y en 1962 un semi golpe de Estado volvió a limitar la política industrial sin anularla. La demanda mundial de materias primas alimenticias estaba frenada por el proteccionismo agrario europeo e influyó para que el agro argentino dejara de lado la revolución verde que incrementó los rendimientos de la agricultura mundial; sin embargo, el crecimiento industrial dio lugar a la fabricación de maquinaria agrícola, al aumento de la producción agropecuaria y a un incremento de las exportaciones manufactureras. En 1967 el general Juan Carlos Onganía y su ministro Adalbert Krieger Vasena pusieron en marcha una política más inclinada a la industria pero más abierta, con una devaluación de 40%, la remoción parcial de los controles de cambio y una reducción arancelaria para forzar una mejora en la competitividad industrial, junto con el ingreso al GATT, el restablecimiento de las retenciones a las exportaciones agropecuarias (resistidas por la Sociedad Rural) y el inicio de los cambios de moneda en busca de una mayor estabilidad cambiaria. Sus propuestas económicas desagradaron a los colorados de la Marina y, pese a las nuevas posibilidades de inversión, aumentó el reciclaje financiero de la renta agraria. En 1969, aunque el crecimiento del PBI fue del 8%, las demandas sociales condujeron al Cordobazo y agudizaron las diferencias sobre la política industrial y el reparto social hasta que el general Alejandro Agustín Lanusse destituyó a Onganía y pretendió alcanzar un arreglo con la mayoría de los dirigentes políticos y gremiales del peronismo que, como el resto de los partidos políticos nacionales, convalidaban la política de austeridad y la democracia condicionada.
Desde mediados de los años sesenta hasta 1974 hubo una década de buen ritmo de crecimiento, con bajas tasas de inflación y un aumento de las exportaciones industriales (MOI), y si bien no se interrumpió la mayor llegada de capital extranjero, no hubo mejoras considerables en la productividad pese al mayor énfasis en la producción de bienes intermedios (petróleo, siderurgia, aluminio) y de bienes durables de consumo.
4 La crisis social y política frustra un nuevo avance en la industria sustitutiva La presión popular y de las organizaciones armadas obligaron a los militares a aceptar las elecciones de 1973, que dieron el triunfo al peronismo, con Héctor Cámpora de Presidente como representante de Perón, quien puso en marcha el Plan Gelbard sustentado en una fracción de la burguesía industrial, las ventas de granos y manufacturas a la Unión Soviética y un Acuerdo Social opuesto al ajuste que moderó la suba de los precios. Sin embargo, al no poder disciplinar a las organizaciones guerrilleras, Perón convocó a nuevas elecciones y triunfó por amplia mayoría, aunque la derecha de su movimiento ganó posiciones. Se promovió el crecimiento industrial con más producción de bienes intermedios y de capital manteniendo la especialización agropecuaria y continuó el alto crecimiento del producto, pero la legislación laboral, las subas salariales, la agitación social y la mayor relevancia de las organizaciones armadas frenaron la recuperación de la tasa de ganancia, a lo que se agregó la crisis internacional del petróleo y el alza de sus precios. La muerte de Perón reintegró plenamente el poder a la clase dominante y la derecha peronista implantó en 1975 un ajuste destructivo (el rodrigazo), que adelantó el programa de la dictadura militar de 1976 y empezó a desbaratar la industria sustitutiva, a hundir los salarios y a promover el reciclaje financiero de los excedentes.
5 Declive de la industrialización sustitutiva y especialización agraria con predominio del reciclaje financiero La dictadura cívico militar de 1976 removió los obstáculos al reciclaje financiero de la renta agraria y de los excedentes mediante la tablita cambiaria y la reforma financiera de 1977, restableció la vigencia de las ventajas comparativas del agro, se propuso terminar con la política de sustitución de importaciones, atraer capitales y contratar créditos. La tablita fue la segunda tentativa de alcanzar una convertibilidad del peso con el dólar a una paridad baja con el propósito de abatir la inflación. Al someter la estructura económica nacional a la lógica de la acumulación internacional, el sesgo desindustrializador afectó a la electrónica naciente y la limitación de la actividad industrial y la desregulación laboral con mayor desempleo trajeron como consecuencia una fuerte caída de los salarios y un empobrecimiento general y el reciclaje financiero condujo a la crisis financiera y a la incentivación de la inflación por la imposibilidad de sostener la tablita cambiaria y por los efectos del traspaso de la deuda privada al Estado efectuada por Domingo Cavallo al frente del Banco Central. En realidad, la política económica de la dictadura se concentró en aumentar la productividad y terminar con la expansión de la industria sustitutiva. Uno y otro objetivo convergían. El mayor poder de los trabajadores y sus altos niveles salariales provenían de una industria muy extendida y dirigida al mercado interno y al limitar su extensión se reducía el ingreso y el poder de los trabajadores con el fin de aumentar la productividad, pero la represión sindical y la anulación de las conquistas laborales no mejoraron la tasa de inversión ni la productividad, no alentaron el desarrollo tecnológico ni se pudo dominar la inflación. La caída de la actividad y del empleo se potenció con la crisis financiera y la situación empeoró con la guerra de las Malvinas, que llevó al fracaso de la Junta Militar y al llamado a elecciones. Todos los partidos políticos, incluso el peronismo, se plegaron a la política del ajuste inaugurada por la dictadura, apostando a que sólo de esa manera se dominaría la inflación, pero la inflación persistió con la dictadura, empeoró durante el alfonsinismo y terminó en la hiperinflación. Durante este período se incrementó la conflictividad laboral por la presión para reducir los costos salariales. La continuidad respecto de 1976 se advierte en que lo más notable de la segunda mitad de los años ochenta fue el aumento del desempleo y del empleo parcial, el deterioro de la infraestructura y la aparición de una mayor exclusión social. Si bien hubo una fuerte inclusión de las tecnologías de la información, la productividad tampoco creció de manera sustantiva y se intensificó la concentración industrial. El retroceso de la industria sustitutiva se combinó con un mayor peso de la gran industria, la inversión de una parte de los excedentes en ella y el crecimiento de las exportaciones primarias. La creciente demanda de materias primas alimentarias alentó la mayor producción del agro pampeano y la extensión de la frontera agropecuaria hacia el norte del país, desplazando en esa dirección una gran parte de la producción ganadera, estimulando una rápida adopción de tecnología y una elevada rentabilidad que frenó parcialmente la derivación de
excedentes hacia el circuito financiero, porque la rentabilidad agropecuaria de avanzada empezó a competir con las colocaciones financieras. La burguesía terrateniente y los grandes productores siguieron liderando la producción pampeana y los propietarios que trabajan sus tierras y agregan otras en arrendamiento se volvieron los productores más dinámicos, con no menos del 40% de las tierras totales, así que este período se destacó por los cambios introducidos por el sistema de contratación, consecuencia de la aplicación de nueva tecnología, de la ampliación del mercado y de la mayor rentabilidad. En esta franja se sitúan los más grandes productores de soja y los de doble cosecha. Otra característica es la aparición de productores extraterritoriales, que trabajan tierras arrendadas en cerca de un 20% de la superficie pampeana, o que suman las tierras arrendadas a las propias. El balance del decenio indica que la Argentina no pudo aprovechar plenamente la gran expansión de los países emergentes por la limitación del desarrollo industrial, la intensificación de la salida de capitales, la imposibilidad de sostener la inversión y los pagos de la deuda, y el PBI per cápita siguió disminuyendo. En los años noventa el Plan de Convertibilidad estableció la paridad fija de 1 a 1, creció la IED y la deuda externa, se desregularon los mercados, tuvieron lugar las privatizaciones y se redujo el crecimiento de la industria sustitutiva pero no el de las grandes empresas y las exportaciones de ese origen (MOI). El ajuste con dólar fijo y los créditos redujeron la inflación, pero la salida de capitales y el endeudamiento para sostener la convertibilidad agotaron la fase expansiva en 1998 y comenzó una recesión que desembocó en la imposibilidad de pagar de los vencimientos, el abrupto final del gobierno de De La Rúa en 2001 y el default. En la totalidad del período 1976 - 2001 se privilegió el combate de la inflación mediante el ajuste y la convergencia hacia una paridad fija con el dólar. La tablita de Martínez de Hoz, el Plan Austral, el Plan Primavera y la convertibilidad formaron parte de un conjunto orientado a un mismo propósito. El ajuste se profundizó restringiendo la inversión pública y la presencia del Estado en la economía, siempre con el objetivo de estabilizar el tipo de cambio y erradicar la inflación, pero la inflación resurgía con las devaluaciones y el aumento de la deuda requirió buscar una reprogramación con quita.
El modelo K hasta 2008: la diferencia con la política del ajuste, que otra vez es la propuesta de la oposición El modelo K empezó por reducir la deuda y bajar el monto de los compromisos anuales, potenció las exportaciones agrarias e industriales con aumento de los precios internacionales para las primeras, terminó con las cuasi monedas provinciales y logró un crecimiento económico récord entre 2003 y 2008, con ampliación de las conquistas laborales (restitución de las paritarias, vigencia del salario mínimo, vital y móvil y derogación de la ley de flexibilidad laboral), reposición de las retenciones (que permiten reducir el impacto local del alza en los precios de los alimentos), superávit fiscal obtenido mediante la elevación de los impuestos, crecimiento de la inversión privada (igual nivel que en la convertibilidad pero con más aplicación productiva -industria y agro-), fuerte expansión de la producción industrial con gran progreso de sus exportaciones, impulso a la integración con Brasil, reanudación de los proyectos espaciales, estímulo al desarrollo tecnológico, reestatización de YPF con aceleración de la inversión para explotar el shale de Vaca Muerta en asociación con Chevron y ampliación a otras asociaciones de ese tipo, terminación de Yacyretá con elevación de su cota, plena interconexión eléctrica nacional (incluyendo la postergada integración NOA-NEA) y ampliación de la red de gas, con fuerte crecimiento de los usuarios de ambos fluidos, finalización de la central nuclear de Atucha y preparación para construir la cuarta central de este tipo, desarrollo del reactor nuclear CAREM, mayor utilización de las energías renovables (la hidroelectricidad en diez años podría cubrir más del 40% de la matriz energética), y comienzo (aunque tardío) de la reconstrucción del ferrocarril Belgrano Cargas. La expansión de la infraestructura vial privilegió la integración del territorio nacional (sobre todo la ruta 40, eje nacional norte sur, y la mesopotámica, que es también la conexión vial con Brasil). El gasto público se convirtió en auxiliar de la industria y se establecieron subsidios diversos sobre la producción industrial y del consumo de los servicios, cargando el Estado con una parte de las tarifas de gas y electricidad y estableciendo así una virtual renta mínima social con un ingreso adicional para los hijos de las familias de menores recursos. El crecimiento fue excepcional hasta la crisis mundial de 2008, período en que formó parte de la expansión mundial encabezada por China y los países de menor desarrollo exportadores de commodities, que pasaron a ser considerados emergentes. El PBI de estos países, que venía en alza desde principios de los noventa, profundizó esa tendencia en el nuevo siglo y la Argentina lo aprovechó para reforzar su autonomía nacional relativa –muy restringida en una globalización bajo el absoluto predominio de los países centrales–, cuya manifestación más relevante fue la posibilidad de retomar la industrialización sustitutiva con el respaldo de reservas internacionales en alza. El eje determinante de esta política es la acumulación en función del mercado interno, con un relativamente alto nivel
salarial y de ocupación y un tipo de cambio relativamente elevado para limitar las importaciones y la compra de dólares y defender la industria nacional de la competencia extranjera. Es la misma política económica del peronismo histórico de 1946 a 1955 adaptada a las nuevas condiciones y con iguales dificultades para mantenerse si la demanda mundial se contrae o se frena el grado de autonomía posible que suponía el paulatino ascenso de China y de los países emergentes, limitado por las consecuencias de la crisis de 2008 y el todavía poco perceptible ascenso de una nueva revolución industrial que volverá a elevar la productividad de las manufacturas en el centro del sistema. El contenido de la política K difiere sustancialmente de la política económica del ajuste en su versión de los años setenta, iniciada por el rodrigazo y la dictadura y continuada en la democracia. Esta política de ajuste es el programa semi oculto de los partidos opositores al gobierno K, incluido una parte del peronismo, que enfatizan la lucha antiinflacionaria sin decir con qué instrumentos la llevarán a cabo. El beneficio al agro exportador en la política de ajuste empieza por una devaluación con quita de las retenciones y mayor libertad cambiaria y de precios, una combinación que contrae los límites para la producción industrial, reduce el empleo y los salarios reales, encarece el precio interno de los alimentos y amplía los márgenes de ganancia a través del alza de precios Los problemas se agravan y la imposibilidad de pagar la deuda conduce a la avalancha clásica de créditos. El ajuste siempre llevó a la misma encrucijada, con tasas de inflación más altas que las del modelo K (de hasta tres dígitos entre 1976 y la convertibilidad). La convertibilidad redujo la inflación con un endeudamiento creciente y el bajo tipo de cambio (1 a 1) desestimuló la actividad productiva y facilitó la compra de dólares, hasta que la recesión empinó la fuga de capitales y la deuda no se pudo pagar. El modo de acumulación de la clase dominante argentina se centra en una economía basada en la especialización agraria y el dólar barato -a tono con la productividad pampeana- que facilita el reciclaje financiero de la renta agraria, a la que terminan acompañando los excedentes en forma de ganancias o de ahorros de los particulares con ingresos relativamente elevados. El dólar barato es un promedio de cotización en condiciones de mayor estabilidad, porque cuando el agro tiene dificultades promueve la suba del dólar, ya que su producción es también un capital líquido. A su vez, el dólar barato sólo es compatible con la producción competitiva, por lo que su vigencia obstaculiza el desarrollo industrial y reduce el nivel de los salarios y del empleo. Los promotores del ajuste creen que así desaparecerá la inflación y llegarán IED que crearán industrias competitivas que no requieran políticas poco amigables para el agro. La política que favorece la industria sustitutiva y el nivel de empleo y la basada en el agro y las ventajas comparativas se convirtieron en un parte aguas político que dividió al país en dos concepciones inconciliables que persisten hasta el presente.
Agro versus industria y autonomía nacional versus apertura: la sustitución de importaciones El principio básico del peronismo histórico, reflejo de las aspiraciones de las mayorías nacionales de su época, se sintetizaba en alcanzar un nivel de ingresos adecuado para acceder a la canasta básica de consumo y a un nivel de vida próximo al estado de bienestar, coincidente con el propósito de las naciones europeas en el mundo de la posguerra hasta la mitad de los años setenta. Tal objetivo es incompatible con una economía sin industria e insuficiente nivel de empleo, sólo centrada en el poder exportador de un agro que durante casi medio siglo no aprovechó su potencial, ya sea por los bajos precios internacionales de sus productos, por el proteccionismo europeo que lo privó de mercados o porque con el reciclaje de sus ingresos en el circuito financiero o en el dólar ladrillo de la inversión inmobiliaria lograba una rentabilidad o una seguridad que la industria no le proporcionaba. La sustitución de importaciones, además de sostener el nivel de los salarios y del empleo y de mejorar la productividad de manera muy despareja, fue vista como una forma de asegurar la independencia política del Estado nacional, pero no pudo reducir la brecha con los parámetros internacionales de costos, aunque avanzó considerablemente en la producción de insumos intermedios y de bienes de capital, consiguió aumentar sus exportaciones y en los noventa atrajo las IED que integraron una parte importante de las manufacturas al sistema industrial global, con una mejora en la capacidad competitiva de algunas ramas y un aumento significativo en las exportaciones. En la crisis de los años treinta, que impulsó la sustitución de importaciones, Federico Pinedo propuso una estrategia industrial complementaria del desarrollo agropecuario y entrevió el papel determinante de la integración con Brasil pero su advertencia cayó en saco roto. En los años setenta, la disputa entre el papel del agro y el de la industria fue motivo de enfrentamientos políticos, porque la industria ya ocupaba un espacio en la elite gobernante. Los partidarios de la industria no propusieron sustituir el papel primordial del agro; consideraban que el desarrollo industrial era indispensable para que la Argentina enfrentara con éxito la rivalidad regional con Brasil y los partidarios de la preeminencia del agro no
rechazaban la necesidad de un cierto desarrollo industrial, pero querían que éste no amenazara las ventajas comparativas ni fomentara reivindicaciones que perjudicaran sus intereses, como había ocurrido con el peronismo. Los años setenta demostraron que la lucha de los trabajadores por su ingreso estaba asociada al requerimiento de una expansión industrial, que para una lectura conservadora fue la desencadenante de los problemas económicos, sociales y políticos del país y las más grandes instituciones del agro y la mayoría de los políticos afines a ellas defienden al agro tradicional en términos del pasado, como la expresión de un Antiguo Régimen local, previo a 1945 y a la aparición del peronismo. Por otra parte, la mayor parte del peronismo acuña una concepción nacionalista que no se corresponde con el capitalismo, aunque no busca salir del capitalismo. El capitalismo supone el mercado mundial desde siempre. Las burguesías nacionales que desarrollaron la industria en los países avanzados no pudieron hacerlo sólo con sus mercados nacionales sino a través del colonialismo y el imperialismo. Por eso el mercado mundial fue rehecho más de una vez, incluso a través de guerras mundiales. Estados Unidos desplazó a Gran Bretaña, Alemania nunca pudo alcanzar un dominio exclusivo sino asociado y las dos guerras mundiales brindaron a la industria estadounidense un mercado planetario. Desde ese momento, ninguna burguesía nacional pudo desarrollar la industria sin el respaldo decidido de su Estado nacional o mediante condiciones políticas excepcionales. China se industrializó apoyada en un poderoso capitalismo de Estado y pudo hacerlo porque se asoció con las ET y su acceso al mercado mundial fue decisivo para reducir el costo laboral y ampliar la demanda en una magnitud que no se podría haber alcanzado de otra manera, acorde con la magnitud de la actual acumulación de capital. La larga crisis y la desindustrialización en los países avanzados que tuvo lugar a partir de los años setenta prueba que se requería un mercado mundial más amplio, lo que no habría ocurrido sin la caída de la Unión Soviética, la transformación de China y la aparición de nuevos países emergentes. La aparición de China en los noventa como gran país industrial fue el primero de los grandes cambios en el sistema mundial capitalista desde los setenta, al término del sistema de Bretton Woods. La revolución comunista china generó una enorme base económica autónoma. Pero con la Unión Soviética quedó en evidencia que su autonomía la había retrasado en productividad, y la confrontación con Estados Unidos en las condiciones tecnológicas de los noventa le hubiera impuesto un costo imposible de soportar. China se diferenció de la Unión Soviética y con la base económica inicial obtenida con su autonomía ingresó al mercado mundial, en diez años se incorporó a la OMC y eso disparó las IED, que China combinó con su única gran ventaja comparativa –su masiva mano de obra barata- desplegándola internacionalmente en asociación con las ETs. Sin el previo período de autonomía y sin la siguiente asociación con las ET no se podría haber convertido en el taller industrial del mundo, y esa conversión fue posible porque era el único país que podía ampliar el mercado mundial por sí misma y -por sus importaciones de commodities- algunos países en desarrollo se convirtieron en emergentes integrándose al mercado mundial, ampliándolo en una escala de otra manera imposible de alcanzar. Los pequeños países del sudeste asiático vecinos de China (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur) también pudieron hacer uso de una cierta autonomía desde los años setenta, porque el capitalismo los necesitaba para llevar allí parte de la producción japonesa de altos costos, el deterioro ambiental y la necesidad de ese entonces de contener a China, para lo cual contaron con privilegios, ayuda económica, la presencia de las ET y el respaldo financiero y tecnológico de los países industrializados. En los países de menor desarrollo, las corrientes nacionalistas autónomas rechazaban la presencia de las ET, aunque las ET fueron ocupando posiciones dominantes sean cuales fueren las estrategias de desarrollo nacionales. La Argentina es un ejemplo, pues el peso del capital extranjero en su estructura industrial es mayoritario pese al carácter relativamente autónomo de la sustitución de importaciones. Lo que en realidad sucede con la industria contemporánea es que su mercado sólo puede ser global por las necesidades que impone la magnitud de la acumulación y la escalada tecnológica, y la competitividad industrial de los países centrales requirió el auxilio del mercado colonial y del imperialismo, lo que impulsó a los mayores países industriales latinoamericanos (Brasil, México y Argentina) a apoyarse en la sustitución de importaciones para que sus empresas industriales nacionales pudieran aprovechar sus respectivos mercados internos y alcanzar el nivel de desarrollo de los países avanzados. Pero la industria sustitutiva sólo pudo llegar a esos parámetros de competitividad cuando disponía de una porción del mercado mundial (Techint, Pescarmona) o la había conquistado al apoyarse en una ventaja comparativa que transformaba en competitiva (Arcor). De ahí que podría afirmarse que no hay posibilidad de desarrollo de las burguesías nacionales en ese marco, por lo que estas burguesías y sus empresas tienden a reproducir su capital en términos de moneda fuerte, calculan sus precios en dólares, remarcan continuamente los precios en moneda nacional, fugan capitales para que se puedan acumular en un ámbito de moneda fuerte o dependen de los subsidios estatales. El subsidio o la facilitación de acceso a la riqueza son propios de todo gobierno que elija una
determinada fracción del capital para apoyar su estrategia. Estados Unidos le otorgó el mayor subsidio conocido a sus bancos en quiebra al rescatarlos de la crisis en 2008 y en la Argentina el gobierno de Rivadavia entregó tierras a ganaderos, saladeristas y comerciantes por la ley de enfiteusis: en ocho años a partir de 1822, poco más de 500 beneficiarios recibieron unos 86.000 km2 a un promedio de 16.000 a 17.000 ha para cada uno y al terminar la Conquista del Desierto, el gobierno de Roca pasó a otros 500 beneficiarios 47.500 km2 de tierras, a razón de 9.500 ha para cada uno, reforzando la acumulación terrateniente, y a ninguno de los defensores acríticos de esas operaciones se les ocurre catalogarlas como corrupción, aunque Sarmiento no le daba otro nombre al acusar a Roca de enajenar de manera clandestina la tierra pública a un precio 7 a 8 veces inferior al del mercado.
La inflación como manifestación de la forma de acumulación La acumulación de capital en la Argentina se caracterizó por el reciclaje de la renta y de una gran parte de los ahorros y las ganancias a dólares o a colocaciones en dólares, lo que provoca inflación en forma permanente. De modo que la inflación es inherente a la forma que adopta la acumulación de capital en la Argentina. La prueba es que hay inflación sistemática y con grandes crisis en los últimos cincuenta años, y que su agudización está asociada a las crisis externas. Una permanente salida de capital sólo puede ser neutralizada en períodos de fuertes exportaciones, que caracterizan a las fases ascendentes del ciclo. Con una salida permanente de capitales, agravada en los períodos de crisis, el valor de la moneda tiende a depreciarse por la pérdida de divisas. Las monedas de los países de la periferia se deprecian frente a la moneda mundial por el ensanchamiento de la disparidad de las productividades. La intensidad de la depreciación depende de la pérdida de productividad comparada con los países industrializados. En el caso de la Argentina la depreciación es continua por la permanente salida de divisas determinada por la forma de acumulación de capital y a eso se agrega el ensanchamiento permanente de la brecha de productividad provocada por la misma expansión industrial. La productividad industrial es en promedio menor a la internacional, pero la brecha es muy variable según las ramas y las empresas. Cuando suben los precios porque se acentúa la salida de capitales, se despiertan las expectativas de nuevas correcciones cambiarias que a su vez intensifican las subas de precios y la salida de capitales. Si hay una pequeña devaluación, ésta se traslada a los precios en una magnitud que supera a la devaluación porque se le agregan las expectativas de la próxima corrección cambiaria y si la devaluación es mayor el traslado a precios es más lento, pero va ganando velocidad a medida que la tasa inflacionaria se acerca a la tasa de devaluación. Los aumentos de precios tampoco son proporcionales al gasto en insumos pagados en dólares o a las diferencias de productividad de cada rama. La devaluación o sus expectativas unifican la corrección inflacionaria y ésta ocurre en todas las ramas, independientemente de su brecha particular de productividad o del peso de los insumos importados. Por eso, al unificar la suba de precios, ésta incorpora rentabilidades excepcionales y variables a la ganancia empresaria, lo que a su vez refuerza la salida de capitales, ya que –en un contexto tan marcado por la inflación- la inversión en gran escala y destinada a un relativamente largo período sólo se produce en las ramas de competitividad asegurada o con atractivos mercados para la exportación. Las alzas constantes de precios seguidas de correcciones postergadas de salarios dan lugar a desproporcionalidades que aceleran las alzas de precios y sus respuestas, con una clara repercusión en las expectativas. No hay que olvidar que el origen de la inflación se encuentra en la brecha de productividad y su evolución. Eso significa que su corrección se encuentra en el área de la producción, no en la monetaria. La corrección provocada por el ajuste tiene más efectividad cuando se corrige la brecha de productividad, que se encuentra en la estructura industrial. La aceleración inflacionaria proveniente del gasto público es posible, pero depende de cómo se resuelve la ganancia de productividad en la producción material. Así, por ejemplo, si el conjunto de una economía nacional gana en productividad, tiene más margen para emplearla en gastos no directamente productivos. En Estados Unidos su enorme productividad, potenciada por la renta proveniente de sus inversiones externas, soporta un elevado gasto militar o un rescate bancario de la magnitud que tuvo el que siguió a la quiebra de Lehman Brothers. Al revés: la brecha de productividad que aquejaba a la economía soviética impidió que pudiera mantener una carrera armamentista que garantizara el equilibrio necesario para evitar la demostración de fuerza. Esto significa que el gasto público no es inflacionario por sí mismo: depende de si la productividad comparada del conjunto de la economía nacional ofrece un excedente utilizable en gasto improductivo o en un gasto que aumentará la productividad futura.
Por eso no todo el gasto público tiene el mismo efecto. Los subsidios para sostener el consumo tienen más efectividad cuando el mantenimiento de la demanda puede reanimar a la economía de manera inmediata por lo que, cuando la reanimación se concreta, hay que expandir la producción buscando la manera de ganar productividad. La inversión pública se diferencia del gasto público común porque prepara el terreno para un incremento futuro de la productividad, como sucede con las obras de infraestructura, la educación, la investigación científica y el cuidado sanitario y la salud. No todo el gasto público constituye un mismo bloque. Las dos áreas decisivas de la economía argentina son el agro y la industria. El agro tiene probada competitividad internacional y la industria sólo es internacionalmente competitiva en parte e insume importaciones mayores que sus exportaciones. Como el balance de divisas es fundamental para alcanzar un mayor control de la inflación y ésta depende en gran medida de la competitividad general de la economía, es obvio que la línea directriz de la estrategia nacional tiene que orientarse a exportar más industria haciéndola más competitiva. Esto es necesario siempre, pero lo será más en el futuro inmediato porque el rasgo característico del período 2003-2008 estuvo dado por la primera gran transformación de la economía mundial en los últimos veinticinco años, cuando el crecimiento de China y de los países emergentes se convirtió en el eje de la acumulación internacional. En esa etapa, dentro de la que transcurre la expansión K de 2003 a 2008, la mayor presencia mundial de los países emergentes posibilitaba una mayor autonomía nacional dentro de la integración mundial, y se expresaba en las mejores perspectivas y fortaleza interna del Mercosur. La crisis de 2008 modificó esa perspectiva, porque se perfila una segunda gran transformación de la economía mundial de los últimos veinticinco años: la Tercera Revolución Industrial coloca otra vez a Estados Unidos y Alemania como referencias del curso que tomará el sistema capitalista, lo que limitará mucho las ya estrechas posibilidades de las autonomías nacionales, se acelerará la integración y tendrá que mejorar aceleradamente la productividad , al punto que la sustitución de importaciones ya no podrá ser la guía indicadora del proceso de industrialización, lo que implicará para la Argentina un desafío considerable.