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Universidad de Buenos Aires. Facultad de Psicología.
Psicología Evolutiva Adolescencia. Cátedra 1- José A. Barrionuevo.
EL OTRO Y EL DISCURSO CAPITALISTA.
Prof. José Barrionuevo. Lic. Hugo Loureiro.
2010.
José Barrionuevo y Hugo Loureiro El OTRO Y EL DISCURSO CAPITALISTA.
Diferenciar Otro y otro en psicoanálisis y, especialmente en cuanto a su lugar en la adolescencia, es de fundamental importancia. Leemos en materiales de cátedra1 que hay Otro familiar, Otro social, Otro materno… pero ¿qué significa ese Otro con mayúsculas? Y ¿cuáles son las relaciones de éste con el sujeto?
El lenguaje preexiste al sujeto y está antes de que él nazca y antes de que el niño pueda hablar el lenguaje le inaugura un lugar en la cultura. Recordemos que el sujeto del psicoanálisis es sujeto del inconciente y del lenguaje y que este lenguaje le vendrá desde Otro lugar.
El Otro es ese lugar que constituye la anterioridad y la preeminencia sobre el sujeto.
El Otro simbólico se sustenta en el hecho que el ser hablante debe someterse a las leyes del lenguaje aun antes de nacer, en tanto las relaciones entre sus padres están reguladas por la palabra. Inmerso en un “baño del lenguaje” significa que se hablará de “ese niño”: llevará un nombre (elegido o casual); tendrá un apellido, mas allá de la voluntad de sus padres; se encontrará incluido y determinado por la historia de las generaciones que lo preceden (mitos, leyendas familiares, expectativas a cumplir, mandatos, etc.). Precisamente, en este “baño del lenguaje” el sujeto se ubicará en el lugar que le será asignado, y allí se reconocerá. La compleja tarea que supone el recambio de los emblemas identificatorios endogámicos por otros apoyados en la Cultura y el encuentro con un otro sexuado que resignifca
aquello
que
había
caído bajo
represión, imponen
al joven un
reposicionamiento subjetivo, bajo la dialéctica falo-castración: ¿cómo re-conocerse en este “nuevo” lugar? El Otro es alteridad radical. No se trata de alguien en particular, es una alteridad no personal. Es el lugar donde el decir es leído y sancionado como dicho. Sin embargo alguien, con nombre y apellido, puede “encarnar” este lugar, puede “encarnar” al Otro. Pero, que el interlocutor esté para el hablante en el lugar del Otro, no quiere decir que 1
Barrionuevo, J. (2010). Adolescencia y juventud. Bs. As.: Editorial EUDEBA.
aquel realmente lo sea. Porque cuando decimos “encarnar”, como en la pesca, es un señuelo, un engaño. Cualquier personaje significativo en la vida de un sujeto puede “encarnar” el lugar del Otro: los padres o uno de ellos, un maestro, un amigo. Es que el Otro no es el interlocutor, no es otro cualquiera, es el lugar evocado en el recurso a la palabra. Sin embargo, en tanto hay lenguaje hay otro a quien va dirigido el mensaje. Y para que este otro pueda recibir las palabras que lleva el mensaje es necesaria la función del Otro, como tesoro del significante y como alteridad radical. El otro en cambio es un semejante, tal como puede serlo un compañero del colegio para un adolescente, si bien también los padres pueden ser otros en tanto que, desde la lógica del complejo fraterno, otro significativo puede estar encarnando al Otro por fuera del ámbito familiar. El Otro, en cuanto lugar de la palabra, se opone entonces al otro imaginario. Respecto del Otro materno, tendríamos que diferenciar la “madre simbólica”, que inscribe su función en términos de la alternancia presencia-ausencia, al modo de la “madre suficientemente buena” que conceptualiza Winnicott, con relación a la dialéctica ilusión-desilusión; la “madre real”, todopoderosa, omnipotente; y la “madre deseante”, que representa un enigma para el sujeto, respecto del lugar hacia el cual orienta su deseo.
En la adolescencia es necesario el desprendimiento o desasimiento del Otro familiar, en términos freudianos: desasimiento de los padres de la infancia, en un trabajo de duelo en el cual el Otro del complejo fraterno tendrá especial importancia. El Otro de la tribu urbana, por ejemplo, se manifestará a través de múltiples otros con los cuales el sujeto se identifica para ser: con sus vestimentas, discurso peculiar, peinado y música propia. El trabajo de duelo representa para el adolescente en tanto tal, la dolorosa tarea de tomar distancia de aquello que Freud señaló como núcleo del sistema narcisista y marca de la inmortalidad del yo: “His Majesty the Baby”. La aceptación, no sólo de la propia castración, sino de la caída de la omnipotencia parental, sumirá al sujeto en la angustia; éste mutará desde aquella imagen especular de la infancia, de aquel niño previsible y adaptado a las demandas y expectativas de los adultos, a un adolescente indómito, extraño para sí mismo y para el ámbito familiar. Tal como Freud lo sostiene, el sujeto se encontrará atravesado por los avatares de “la tormenta de la pubertad”.
En el Seminario 17 “El reverso del psicoanálisis” Lacan propone cuatro discursos: el del Amo, el de la histérica, el analítico y el universitario como fórmulas útiles que vienen a representar algo. El discurso es una estructura necesaria que excede a la palabra, subsiste sin palabras en formas fundamentales que no pueden mantenerse sin el lenguaje. El discurso capitalista, que luego agrega a los originarios cuatro discursos, lo considera prolongación o derivación del discurso del Amo, y está caracterizado por el rechazo de la castración, genera la ilusión en el sujeto del encuentro con el objeto de la satisfacción. El discurso capitalista es un rechazo de la imposibilidad, “si hay voluntad se puede” sería su máxima. Perversión del discurso del Amo, desvitaliza el lazo social y promueve el individualismo y el aislamiento como expresiones de un goce sin fin y encierro autoerótico.
En el tiempo del capitalismo tardío se confunden goce y consumo, y el Otro del discurso capitalista sostiene el mandato insensato de gozar que se tramita por la exigencia de consumir los objetos que produce la sociedad de consumo. Esta promesa de un consumo generalizado, en tanto supuesto goce accesible para todos, contrasta con la generación de los propios excluidos del mercado; entre ellos, los jóvenes. Cómo lleva esto a violencia y patologías del acto es consecuencia que se estudiará en otro espacio.
En este punto sería conveniente aclarar las diferencias entre deseo y goce en tanto se habló de goce al hacer referencia al discurso capitalista.
El deseo para Freud es el deseo inconciente, que es diferente a la necesidad que se halla referida a un objeto real que satisface la necesidad a través de una acción especifica, reduciéndose la tensión. Por eso puede resultar difícil entender que por ejemplo en la neurosis obsesiva su deseo es de dificultad, deseo prevenido en la fobia o en la histeria deseo de deseo insatisfecho desde el aporte de Lacan. Aquello que le es inherente al deseo, es, precisamente, su insatisfacción. En cuanto a necesidad, demanda y deseo remitimos a la Ficha de Cátedra: Deseo y fantasma2.
Goce, diferente a placer, se refiere a aquello que lleva al sujeto a perder su cuota de libertad, con la marca del exceso que provee la pulsión de muerte, pudiéndose definirlo como una satisfacción paradójica, sufriente, que el sujeto neurótico obtiene en el síntoma y tiene la marca de lo ilimitado, de lo que no cesa. Tal exacerbación de la 2
Barrionuevo, J. Capano, R. & Sánchez, Magalí. (2011). Deseo y fantasma. Ficha de cátedra de Psicología Evolutiva Adolescencia (Cat. 1)
satisfacción pulsional, es decir, el “mas allá” freudiano, quiebra el principio homeostático que en términos económicos constituye el principio del placer y reconduce al sujeto a intentar el logro de lo imposible: el reencuentro con el objeto perdido. El goce se inscribe del lado del sufrimiento y del dolor, por eso articula compulsión a la repetición y pulsión de muerte. Corresponde hablar de “goces”3, si bien no nos detendremos en la consideración de los mismos.
- El adolescente y el Otro: Las marcas de la postmodernidad.
Concebir a la adolescencia como un nuevo posicionamiento subjetivo en torno al revalidamiento de la dialéctica fálico-castrado, supone interrogarnos acerca de los avatares que para el sujeto, en este caso adolescente, implica el progresivo abandono de los perimidos emblemas endogámicos, en dirección a la inserción en el mundo de la Cultura (exogamia). No hay Cultura sin “mal-estar”, y esta es la conclusión freudiana que data de hace casi un siglo. Pero parafraseando al creador del Psicoanálisis: se trataría de un nuevo “Malestar en la Cultura” que en estos tiempos del capitalismo tardío, impone al sujeto otras condiciones a la clásica oposición entre satisfacción pulsional y exigencias civilizadoras?
Si nos encontramos en la época de la caída del Nombre-del-Padre, que desde el contexto socio-cultural e histórico se vehiculiza mediante ciertas afirmaciones del estilo “Muerte de las ideologías”, “Fin de la historia”, etc.; es evidente que la irrupción de los adolescentes en el llamado mundo adulto no será sin consecuencias. Parece advertirse que el desfallecimiento o debilitamiento del lazo social intenta suplirse con un “nuevo” Otro, con características peculiares: el mercado. De ahí que, en consonancia con la lógica “alocada” del consumo de objetos, se le asigne al adolescente un lugar idealizado en la cultura de nuestros días: el de consumidor. Claro está que no sólo representa una estrategia de marketing, sino una propuesta ideológica. Por lo tanto, el “trabajo” que los adolescentes deben efectuar (desasimiento de la autoridad de los padres y hallazgo de un objeto no incestuoso, al decir de Freud), se llevará a cabo bajo coordenadas socio-culturales muy diferentes a las de la Modernidad.
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Barrionuevo, J. (2010). Adolescencia y juventud. Bs. As.: Editorial EUDEBA.
La noción de futuro, cuestión esencial en la problemática adolescente en tanto remite a la construcción y consolidación de proyectos (“que hacer?”, “de que manera?”, “con quien o quienes?”, etc.), y que guarda íntima relación con el concepto lacaniano de fantasma, ya que supone el intento por responder al deseo del Otro, aparece en estos tiempos, desdibujado, degradado: la adolescencia se asemeja a una condición estable. La devaluación de lo simbólico y la preeminencia de lo imaginario, o en otros términos, la degradación de la palabra a favor del predominio de la imagen (especularidad), denotan el empobrecimiento del deseo.
Si el futuro es por definición lo potencial, un territorio poblado de incertidumbres, en ciertas ocasiones algunos adolescentes solo pueden proyectar a corto plazo, en una búsqueda de realización inmediata.
Sostenemos que la adolescencia puede ser entendida desde el Psicoanálisis, como“…una contundente conmoción estructural, un fundamental y trabajoso replanteo del sentimiento de sí, de la identidad del sujeto.” 4 Pero lo afirmado no reduce la cuestión a una temática exclusivamente subjetiva. La adolescencia es una construcción histórico-social, y por lo tanto atraviesa también, trastocándola, a la estructura familiar, que hasta entonces había logrado mantener aparentemente cierta homeostasis. La familia no constituye en estos tiempos el único agente de socialización y transmisión de valores. A los profundos cambios operados en su conformación (familias monoparentales, ensambladas, ampliadas, etc.), se le suma el debilitamiento o desfallecimiento de las funciones materna y paterna, con el correlativo achicamiento imaginario de la brecha generacional. Nos referimos a padres que aspiran a mantenerse eternamente jóvenes, apropiándose de los emblemas identificatorios, jergas, indumentaria, modismos, etc., propios de los adolescentes, con la inevitable ausencia de adultos, en términos de posicionamientos simbólicos, con los cuales aquellos deberían confrontar y que, en expresiones que suelen usarse actualmente, correspondería a “la adolescentización de los padres”. En este contexto, el sostén y fuente de identificación se asienta en el grupo de pares, la tribu o grupos cualesquiera, que provee un lazo social fraterno.
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Barrionuevo, José. Adolescencia. Semblante de las metamorfosis de la pubertad. En Adolescencia y Juventud. Parte 2. EUDEBA. Buenos Aires. En prensa.
Cuáles son las implicancias que el panorama descripto supone para la clínica “actual” con adolescentes? Advertimos el incremento de problemáticas con sesgo depresivo (apatía, tedio, marcado aburrimiento, inhibiciones de diverso tipo, etc.) que pueden concebirse como respuesta subjetiva deficitaria desde lo simbólico, ante a la dilución del lugar asignado al futuro, como paradigma sostenido en y por el contexto. Por otro lado, avatares pulsionales con escaso recubrimiento fantasmático, que dan lugar a distintas configuraciones clínicas (anorexia-bulimia, adicciones, impulsiones, actuaciones transgresoras). Dichas problemáticas nos revelan que no se trataría de un cuerpo erógeno; aquel que Freud descubrió a partir del tratamiento de la histeria y que era sede de distintas sensaciones (placenteras, displacenteras). Por el contrario, podríamos pensar en un cuerpo-objeto al cual el sujeto pretende manipular a su antojo: múltiples tatuajes, piercing, rigurosas dietas, intensas disciplinas gimnásticas, etc.), y al que la ciencia acude en su auxilio mediante cirugías, implantes; técnicas todas al servicio de obturar la angustia. La estricta relación entre delgadez y juventud en muchos casos desmiente las diferencias sexuales y generacionales: un cuerpo, y el mismo, “para todos”; coherente con la lógica del discurso capitalista al sostener una promesa que no puede cumplir, es decir, un goce que se haría extensivo al conjunto de los sujetos y que se revela como un imperativo, en tanto goce sin límites.
Cómo pensar la clínica respecto de estos nuevos paradigmas?
La configuración del lazo social, en el cual vacila o fracasa la relación del sujeto con el Otro, se encuentra en íntima vinculación con aquellas configuraciones clínicas en las cuales el actuar (acting out, pasaje al acto), cobra relevancia. El déficit o desfallecimiento del Nombre-del-Padre y la aspiración a la fusión con lo materno (goce incestuoso), nos muestra que en estos “nuevos malestares” el sujeto se aproxima a un goce devastador. No se trata de síntomas en torno al deseo inconsciente y a la dialéctica represiónretorno de lo reprimido, sino que estas cuestiones apuntan a la identidad misma del sujeto. Si en la época del discurso del amo, el neurótico pagaba con síntomas la necesaria restricción a la satisfacción pulsional como condición de ingreso a la Cultura, en estos tiempos del capitalismo tardío, la imposibilidad o dificultad de renunciar al goce supone la presencia de un vacío, que el consumo de objetos promete cubrir, obturar. Este vacío o la nada, no aparecen articulados al Otro, deviniendo innombrables.
Se trata de un sujeto no dividido, y precisamente porque “falta la falta”, el pánico, terror, o depresión intensa, representan las consecuencias de la tambaleante posición subjetiva. Podríamos afirmar que las citadas configuraciones clínicas le aportan al adolescente ciertas insignias, emblemas, que sostienen así su identidad al incorporarlo a un grupo homogéneo: en el caso de las adicciones, por ejemplo, “ser del palo”. Esto constituye la respuesta subjetiva a la inexistencia o al desfallecimiento del Otro.
Bibliografía - Barrionuevo, J. (2010). Adolescencia y juventud. Bs. As.: Editorial EUDEBA. - Lacan, J. (1962). El Seminario. Libro 10: La angustia. Editorial Paidós, 4ta. reimpresión, Buenos Aires, 2008 __________ (1964). El Seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Editorial Paidós, 1ª reimpresión, Buenos Aires, 1987 __________ (1969). El Seminario. Libro 17: El Reverso del Psicoanálisis.. Editorial Paidós, 1ª reimpresión, Buenos Aires, 1992