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GAZA: EL OTRO CONFLICTO Antonio Hermosa Andújar (Universidad de Sevilla)
El interminable conflicto palestino-israelí, del que la guerra actual es sólo el último acto, ha vuelto a poner sobre el tapete otros conflictos –algunos aún más longevos que el que los reactualiza, alguno casi perenne-, al tiempo que destapado otros más recientes y casi nuevos, con los que al revelar la bajeza moral de sus actores saca a relucir las zozobras del alma humana, la encrucijada de rabias que la aquejan, su paso titubeante hacia varios destinos enfrentados y las sombras del futuro que le aguarda. No todo destila pesimismo, sin embargo. Ni todas las consecuencias sitúan el abismo directamente ante los pies de los afectados. Determinadas acciones del ejército israelí, calificadas por representantes de Naciones Unidas (NU) de “crímenes de guerra”, no han resultado indiferentes a la opinión pública internacional, y el clamor que se alza contra ellas exige su investigación y, en su caso, el procesamiento de los culpables. Además, una corriente casi oceánica de solidaridad se ha desatado ante la agresión sufrida por el débil a manos del fuerte, ha repudiado una violencia desglosada ya en más de mil muertos, la destrucción de viviendas, enseres e infraestructuras, odio y desesperanza renovados y el acre temor a que la palabra mañana designe un lugar vacío. Ahora bien, no todo es trigo limpio en ese recinto de esperanza acotado por la indignación y la solidaridad. Los motivos que las desatan, aireados en gritos,
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eslóganes o pancartas, y las acciones mismas que provocan, artículos o manifestaciones ante todo, rebosan a veces de alegría nihilista; con frecuencia, de promesas de odio –es decir, de nuevas remesas de nihilismo violentamente transportado a la escena internacional-, o incluso de esa inicua ingenuidad, legado patológico del cristianismo a la conciencia occidental, que transforma al desvalido de oficio, a ese reo de bondad que es el pobre eo ipso en mártir, aislándolo del contexto circunstante en una burbuja de inocencia. Voy a pasar por alto aquí determinadas consecuencias generadas por el conflicto en el mundo árabe -incluido el mundo palestino, en el que se ahonda el foso que divide al habitante de Cisjordania y al de Gaza-, del cual acentúa la división, tanto entre los países como, si bien de manera incipiente, en la propia opinión pública. Pero saber jugar esas nuevas fichas políticas creadas o enconadas por el conflicto será crucial para el devenir inmediato de la zona, sobre todo porque Egipto puede salir reforzado del conflicto, algo que quizá dé más de un quebradero de cabeza a Arabia Saudí por sus aspiraciones a liderar el bando sunní, pero que resultará en principio indigerible para Irán, donde el conflicto está potenciando la posición de Ahmadinejad. Con mayor razón prescindiré de comentar las reacciones en el campo israelí, siempre más variadas, matizadas y extremadas que en el campo árabe, que van desde el militarismo violento de algunos, fundado en la deshumanización previa del enemigo –“a los palestinos se les debe hacer comprender hasta en lo más hondo de sus conciencias que son un pueblo derrotado”, dijo en 2002 Moshe Yaalon, a la sazón Jefe del Estado Mayor israelí-, hasta el pacifismo violento de un Gideon Levy, que en sus artículos en Haaretz martillea una y otra vez la conciencia de sus compatriotas con la idea de responsabilidad unilateral de Israel de todo cuanto ocurre. No dudo ni por un momento en la sinceridad de los sentimientos de Levy ni en la honestidad de sus convicciones –en cambio, dudo bastante más de la 2
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afirmación de Vargas Llosa, que se vale de su ejemplo para confirmar que “todavía quedan justos (sic) en Israel” [subrayado mío]-; pero a sus años debería saber que no hay nadie tan perfecto como para ser solo malo, ni siquiera su propio Estado, o quienes lo dirigen. Y, por lo demás, alguien con su inteligencia pero con su conciencia ahíta de sentimiento de culpa podría firmar casi palabra por palabra todas las suyas. La invasión israelí -dije- de la Franja ha suscitado verdaderas oleadas de protesta en todas partes, siendo contestada multitudinariamente a lo largo y ancho del planeta; en el corazón de los manifestantes se juntaba la solidaridad ante la situación de penuria en la que vive de manera permanente la población de la zona debido al asedio israelí con la ocasionada coyunturalmente por el sufrimiento ante los crímenes y los daños del ejército enemigo. El domingo día 11 en Madrid, sin ir más lejos, miles de personas abanderadas por la izquierda oficial daban rienda suelta a su indignación ante la injusticia de esos hechos agrupados bajo una pancarta con la siguiente leyenda: Paremos el genocidio (sic) palestino. Nadie, en efecto, sin el alma atrofiada, narcotizada o burocratizada puede permanecer insensible ante las imágenes de destrucción y muerte que nos han inundado estos días; pero creo también que el dolor ante tan gigantesco sufrimiento no es razón bastante para justificar la patada infligida a las partes bajas del diccionario con la palabra genocidio, más que nada porque no es ahí precisamente a donde se apunta. Cabe formular aquí el deseo de que en una próxima ocasión logre aunarse la manifestación de duelo y solidaridad con el respeto del castellano. En otros casos, las manifestaciones se hallaban encabezadas por los fósiles de la izquierda extraoficial -y otras fuerzas antisistema. Su alegría era visible (por no decir siniestra), pues merced al conflicto le ha renacido la ilusión de que, porque sobrevive, existe. Quizá incluso haya sido ese sobresalto de emoción lo que le ha permitido en algún caso, el francés, por ejemplo, darle ese toque poético – 3
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“Hamas, Hamas, les juifs au gaz”- a su lema, en sí una jaculatoria que además de poner en verso su hitlerismo rampante muestra hasta qué punto maniqueísmo y antisemitismo se hallan arraigados en las autodenominadas fuerzas progresistas de Europa tanto cuanto en las regresivas, o por mejor decir: la identidad antidemocrática de unas y otras. Desde luego, no toda la paleo-izquierda ha reaccionado igual: su homóloga latinoamericana, en lugar de la extinción de los judíos, sólo ha urgido a la extinción del “Estado sionista” judío, mientras en otras partes de Europa, al alimón con ciertos países musulmanes, se ha limitado a exigir la expulsión del embajador israelí -¡y aquí, los aplausos a Chávez son obligados!- y la abolición por la UE de su acuerdo preferencial con Israel. En todas ellas es el odio a Israel, reflejo del odio a Estados Unidos, estandarte del odiado capitalismo que tan bien les hace vivir a muchos de tales sujetos, lo que está detrás de sus cánticos de plañidera a favor de las víctimas palestinas más que un interés desideologizado por éstas. A juzgar por sus manifestaciones, no dudo de que, en lugar de las actuales escenas de dolor, preferirían ver nuevamente repetidas en un próximo futuro imágenes como aquéllas, no tan lejanas, en las que el buen pobre palestino, inocente como todos los mártires, manifestaba junto a la mayoría de su pueblo todo su júbilo por la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York (¡qué lección de eficacia para el ejército israelí: miles de muertos en un solo golpe!); o bien, en su defecto, aquéllas en las que el asesinato de un israelí por obra de un lanzamiento de esos morterillos caseros, típicos de pobres, le alegraba el día. (Nada de esto, faltaría más, autoriza el actual castigo de las tropas israelíes, o que los desmanes de las mismas queden impunes, o que su dolor no merezca simpatía, solidaridad y un rápido final). Otras reacciones, que reflejan una vez más la religiosa incapacidad de tantos musulmanes para adecuar sus reflejos a las exigencias democráticas, han dejado su 4
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testimonio en estas ya casi tres semanas. Omitiré aquí las de la calle árabe, en las que, sin embargo, dando rienda suelta a su resentimiento oficial y a su rabia à la page una multitud clamaba su venganza con consignas como ésta: “yihad, victoria y martirio” (que quizá sea la versión cristiana de poner la otra mejilla, ya que, al menos en principio, el martirio parece una singular manera de vengarse: a no ser que sea la venganza de los pobres, vaya usted a saber); o bien acusaba al presidente egipcio Mubarak de haber “vendido Gaza a cambio de dólares” (ellos, en cambio, se venderían gratis para hacer ciertas cosas, como “empuñar las armas para ir a combatir a Gaza”, un sugestivo modo de poner fin a un conflicto internacional). Con todo, me atrevo a recordar aquí aquello a lo que aludí en mi último artículo: todo eso se combina con la tenue afloración en la conciencia de cierta opinión pública árabe de que Hamás no es el bueno de la película e Israel el malo. También los musulmanes no radicales han hecho oír su voz; en Inglaterra, un grupo de representantes de organizaciones islámicas han escrito una carta al primer ministro Gordon Brown en la que escriben cosas así: “Como Vd. sabe, en el interior de las comunidades musulmanas del Reino Unido la rabia ha alcanzado niveles agudos de intensidad. El uso desproporcionado de la fuerza por parte del gobierno israelí… ha reavivado a los grupos extremistas y conferido poder a su mensaje de violencia y de conflicto perenne. Para los musulmanes, tanto del Reino Unido como de fuera, se corre el riesgo de un potencial aumento de la pérdida de fe en el proceso político” (The Guardian, 8-1-09). Y en otro lugar añade que, “en la actual situación se corre el serio peligro de que los jóvenes, testigos de la impotencia de las instituciones que en su opinión protegerían la vida inocente, se vuelvan hacia otras organizaciones en un esfuerzo por hacer oír su voz y detener la violencia”. O sea, que para los musulmanes su relación con la democracia aparece regida por el principio culito veo, culito deseo. Que funciona como ellos creen: 5
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¡demócratas de toda la vida!; que, dicen, funciona como no debe: pues ¡Yihad, que viva Al Qaeda, Occidente satánico, martirio y muerte, amén! Donde hay un problema, y más si es grave, o se soluciona ya o la democracia es una farsa. No sólo se advierte aquí una gran inteligencia de la democracia, ¡y de la otra!, sino que le profesan una lealtad de pistoleros: sus advertencias suenan como amenazas y su paz sabe a pólvora. Y lo malo es que las cosas nunca funcionan al revés: cuando los atentados de Londres a ningún radical se le ocurrió pensar que como los criminales de Al Qaeda siguieran actuando así, traicionando a su pacífica religión, se volverían demócratas. A los musulmanes de pro, en fin, la democracia les produce una férvida urticaria incluso cuando viven en ella. Algo similar cabe decir de ciertos musulmanes de a pie. Desde el inicio de la guerra, este gran instrumento de democracia que es en sí y por sí internet por cuanto permite opinar a cada uno de los miembros del pueblo soberano –qué se opine es otro cantar: basta con que se pueda opinar, como si en la democracia no cupiera la calidad, sino el número tan solo- hizo en Francia de vehículo a una infinidad de mensajes que, en teoría, comentaban las opiniones de la prensa. Tal fue la cantidad de improperios, protestas, injurias y demás lindezas que los periódicos, casi al unísono y desde el inicio de la guerra, decidió cerrar la sección de comentarios. Véronique Maurus, la defensora del lector en Le Monde, decía en su texto, al hilo de lo sucedido, que hay temas malditos, que manchan al que penetra en ellos, diga lo que diga, haga lo que haga. Pero cuando un lector –es uno de los casos señalados- escribe al diario esto: “estad seguros que os golpearemos donde más os duele”; cuando se escribe algo así, digo, algo queda claro: si hay temas malditos es porque hay algo maldito en la mayoría de quienes se ven concernidos en ellos. Nos encontramos
ante
un
sujeto
que,
libremente,
lee
una
opinión;
que,
democráticamente, dispone de un espacio para dar la suya, es decir, de argumentar 6
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su disensión: pero el juego democrático del intercambio de ideas es demasiado fuerte para quien no tiene ninguna, para quien sólo conoce el principio de autoridad y su séquito de intolerancia hacia lo que no rueda en su prefijada dirección, como la propia Maurus viene a decir; por eso, en vez de rebatir, aúlla; fortalecido por el anonimato y la solidaridad de grupo, muestra toda la cobardía de que es capaz amenazando. Una última observación. Algunas de las reacciones señaladas, tanto colectivas como individuales, o el nuevo alegato de Al Qaeda contra Occidente a causa de la guerra en curso entre Israel y Hamás, vuelven casi solipsista la siguiente afirmación de Tipi Livni, la canciller israelí: “Israel no ha actuado ni actuará sino en función de sus propias consideraciones, de las necesidades de sus ciudadanos en materia de seguridad y de su derecho a la autodefensa”. Las amenazas antevistas señalan en cambio que Palestina se le ha quedado estrecha al conflicto, y que éste gustaría prolongarse en territorio occidental y aun más allá. Y si las amenazas dan a Israel, según la canciller el derecho a la autodefensa, esas mismas amenazas, por no hablar de sus consecuencias, deberían dar a la comunidad internacional su derecho a inmiscuirse en él. Confiemos en que NU no haga oídos sordos a la llamada de la realidad pese a los derechos, e incluso contra ellos, que la soberanía pueda conferir a los titulares del territorio. En resumen: maniqueísmo, antisemitismo, las miserias del legado cristiano, el inagotable caudal de resentimiento de los musulmanes árabes y, finalmente, la evidencia de que no hay ya conflicto tan pequeño que no afecte a la totalidad del mundo -que urge a la sociedad internacional a no hacer dejación de sus obligaciones y tomar en su mano las riendas de su destino-, constituyen la amplia panoplia de conflictos evidenciada en el principal pero independiente de él. Juntas, las piezas componen la imagen sombría del futuro. Pero que se volverá inviable si renunciamos a afrontarlo con determinación. 7