Taller de Escritura Creativa En un lugar del alma... Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves

15 Taller de Escritura Creativa 2014-2015 En un lugar del alma... Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves Aurora Bolzoni Capilla – Begoña

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Taller de Escritura Creativa 2014-2015

En un lugar del alma...

Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves

Aurora Bolzoni Capilla – Begoña De Miguel Iglesias– Caridad García Gómez – Grizzel Mayea Rosa – Cristina Mayo Trápaga – Amaia Méndez Yanes – Estíbaliz Pérez González – Leris Rodríguez Montaño

En un lugar del alma... Taller de Escritura Creativa 2014-2015

Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves

Título original: En un lugar del alma... - Taller de Escritura Creativa 2014/2015

Selección de textos surgidos de las propuestas de trabajo realizadas en el Taller de Escritura Creativa, organizado por el Área de Igualdad y Políticas de Género del Ayuntamiento de Abanto y Zierbena durante el curso 2014/2015

Primera edición, mayo de 2015

© de los textos, las autoras © del prólogo, Marisa Arza Murga © de la edición, Asociación Cultural Manantay

Diseño portada, maquetación y corrección de textos: Begoña Ibáñez Avendaño y Marisa Arza Murga

Depósito Legal: BI-597/2015

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros medios, sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.

Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos En la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué. Eduardo Galeano

PRÓLOGO En un lugar del alma... es el título que recoge este año los relatos de un grupo de mujeres que han compartido en Gallarta un espacio creativo y literario, generoso en voces y ecos. Generoso porque ninguna de ellas ha escatimado en regalarnos su creatividad y su atrevimiento de los que han nacido personajes y espacios en los que podemos verlas y vernos, enseñándonos que la literatura es, en realidad, un reflejo y un espejo de nosotras mismas. Ellas, nuestras escritoras, han escrito, escriben cada semana, desde ese lugar del alma que los demás transitamos sin querer pararnos, con prisa siempre por si acaso..., lugar en el que aún quedan los deseos, espacio en el que la nostalgia, a veces dolorosa, cura, en el que la aventura quema y cambia, y el amor aún es posible. En un lugar del alma..., de cuyo nombre ellas sí quieren acordarse, ellas nos cuentan que vivimos demasiado rápido, sin resuello, que a veces contemplamos el mar sin verlo, paseamos por nuestra ciudad o nuestro pueblo sin escuchar los pasos broncos o sutiles de la gente que anónima se cuela a nuestro alrededor, que nos dejamos seducir por la montaña pero la retamos en la cima, que caminamos nuestras calles sin esperanza alguna por sorprendernos con algo nuevo, que entramos en nuestras casas con la cotidiana rutina de lo ya vivido, y que muchas veces hablamos y hablamos sin sentido... Ellas nos muestran en sus relatos que la sorpresa existe si estamos con los ojos abiertos, que el mar, la montaña, la calle, las gentes... nosotras mismas, si nos aventuramos, podemos poner nombres nuevos a las cosas. Es así como ellas van forjando sus relatos en los que nos ayudan a descubrir aspectos nuevos de la realidad que, sin embargo, ya existían. Es así en la protagonista de El monte de la Cara donde descubre a Honorato, el anciano de ciento un años que vive en la residencia; en una mujer cansada del maltrato en El Hastío que decide abandonar a su marido; en Amanda que en El transcurso de la noche apuesta por sus sueños; en Lilí que aprende a volar con su fantasía en El disfraz verde; en la lucha de una mujer en Amaneceres dorados por vivir su propio destino; en Laura y María, dos mujeres que se reencuentran en La estación fantasma; en el amor de Adela y Francisco en Viaje sin retorno; y en la solidaridad entre las mujeres del barrio en Entre amigas... Es así como está tejido este libro de relatos y es así como debe ser leído, desde... un lugar del alma. Marisa Arza

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AL CALOR DE LA CHIMENEA Goizalde Me miré en el espejo que tenía colgado en la pared rosada aquella tarde de primavera. A lo lejos, por la ventana de la habitación donde había pasado toda mi vida, se divisaba un mar en calma que hacía reposar un sol radiante de esperanza. Al cabo de un rato, salí a la terraza atraída por el aroma a jazmín, me senté en la silla blanca de forja, pensativa, y dejé que el sol del atardecer acariciase mi cara sin maquillar. Había llegado a la madurez llena de paz interior, aunque mi corazón tenía las huellas propias de la edad y también de la sabiduría de un tiempo pasado en el que la calle fue una de las mejores maestras de aprendizaje en mi vida... Apenas tenía cinco años cuando muchas veces dormía en un banco del parque, acurrucada junto a un carrito de la compra donde teníamos todas las pertenencias mi madre y yo. Hasta que cierto día de invierno, al calor del fuego bajo un puente, vinieron dos hombres muy altos y nos llevaron a todos a un albergue. Algunos no quisieron y se arrastraron por el suelo; a mi madre y a mí nos llevaron a la fuerza, y abrazadas nos subieron en el furgón junto a los demás. ¡Con qué tristeza recuerdo aquel día...! Pero ahora me doy cuenta de que fue lo mejor para mí. La tarde iba cayendo y un estremecimiento de emoción recorrió mi cuerpo. Me levanté a por un chal y me lo eché por encima de los hombros. Pensativa, continué con mis recuerdos... Al llegar al albergue nos hicieron duchar. ¡Cómo recuerdo el agua caliente que corría por mi cara! Más tarde nos dieron ropa limpia, y un buen tazón de leche con galletas. Al calor de la chimenea en la cama parecía estar flotando sobre una nube. Desde aquel día no volví a ver a mi madre. Me llevaron a un orfanato. Allí los niños se mostraban huraños y esquivos, las monjas que lo llevaban decían: -No hay que dejar que hagan lo que quieran sino serán unos drogadictos como sus padres. Y nos pegaban con una varita de mimbre que tenía una bolita en la punta. Cuánto odiaba a Sor Angélica, la madre superiora, aunque yo siempre buscaba la mejor manera para engañarla. Amiga, capitana de todos, los niños me respetaban porque tenía una habilidad especial para sacar comida para ellos. A los pocos meses me llamó a su despacho la Madre Superiora, yo me puse a temblar y mis compañeros se miraron entre sí atemorizados. Todavía recuerdo la cara de “doberban” de la monja cuando pegaba con la varita encima de la mesa del comedor y nosotros quitábamos rápidamente las manos de la misma -¡Esas manos arriba! -gritaba la sabueso de la monja.- ¡Y tú, Raquel..., venga no te quedes ahí como un pasmarote! 7

Recuerdo que al llegar a la puerta del despacho de Sor Angélica, las piernas me temblaban. Desde dentro de la habitación dijo: -Pase, pase... -la monja que me acompañaba pasó. -Aquí la tiene Madre, esta es Raquel. -Vale, déjenos solas. - Hija mía... -me dijo la Superiora muerta de miedo -, te tengo que dar una mala noticia: han encontrado a tu madre muerta. -¿En dónde? – pregunté con voz temblorosa. -Bajo el puente. -¿Qué puente...? ¿Dónde solíamos dormir?... -Sí -contestó la Sor con frialdad. El mundo se me cayó encima; por primera vez me sentí abandonada y me pregunté a mí misma si tendría padre. -Quiero ir al entierro, Sor Angélica. -Ya ha sido hija mía. El cadáver estaba en malas condiciones y todo fue rápido. No lloré. Cabizbaja me fui a la habitación. Todavía hoy día a mi edad, cercana a la jubilación anticipada como se llama ahora, casi no sé llorar. Desde ese momento solo pensé en buscar a mi padre, algo que se convirtió en una obsesión. Al llegar a los dieciséis años, la Superiora me propuso salir a trabajar a un hotel cercano al colegio. -Ya sabes Raquel que hasta los dieciocho años no tendrás tu mayoría de edad, así que procura tener un buen comportamiento -me aconsejó. -Sí, madre, lo tendré en cuenta. -El dueño del Gran Hotel es un buen señor –continuó hablando la Superiora- y colabora con la Fundación. Me dijo que le gustaría que fueses tú a trabajar. -¿Qué pasa Madre... es que me conoce? -pregunte sorprendida. -Bueno, te ha visto algunas veces cuando venía a dar un donativo, él siempre tan generoso- reflexionó un instante-, también me ha dicho que no te preocupes por nada. En el hotel te darán una habitación para ti sola. Todo aquello me pareció algo extraño, pero tenía claro que no podía perder la ocasión de salir de allí. Además era un trabajo en el Gran Hotel de cuatro estrellas. Nunca lo hubiese ni pensado... Por la noche metí la ropa en la mochila y al día siguiente, acompañada por la sabueso, nos presentamos en el hotel. Allí nos recibió una señorita muy amable que nos dijo: -Hermana... váyase tranquila, la niña se queda en buenas manos. Nos dimos dos besos y la monja se marchó y con ella todos mis horrores. “Y ahora el comenzar de una nueva vida”, me dije. La chica que me acompañó hasta la habitación. Vestía uniforme negro, lo cual me llamó la atención y 8

pensé: “No tendré que llevarlo yo también... con las ganas que tengo de quitarme el del orfanato...”. Al entrar en la habitación, abrió el gran ventanal de la terraza y sol radiante entró en la misma; al fondo, un mar en calma con un horizonte azul celeste me sorprendió. Después aquella mujer abrió el armario y me dijo: -Aquí tienes todo lo necesario. Si las tallas no están bien o necesitas algo más me dices. Tengo la orden del señor de que no te falte de nada. Yo me llamo Emilia y ¿tú?..., perdona que te tutee, pero eres tan joven... -Sí, claro, yo me llamo Raquel... –respondí. -Bueno, como ves aquí a la entrada tienes una cocina con todo lo necesario: nevera, microondas... Ponte cómoda y mañana ya hablaremos. Hoy tienes el día libre. “¡Viva!”, grité tímidamente al marcharse Emilia. Y me tumbé en la cama con los brazos en cruz. Yo no estaba acostumbrada a que me tratasen así, con esa delicadeza. Emilia más tarde sería como una madre para mí, aunque muy pronto me dejaría a causa de un cáncer de garganta que no pudo superar. Un día el dueño del hotel me llamó a su despacho. Nerviosa toqué con los nudillos en la puerta, una voz varonil me respondió enseguida: -Adelante Raquel, te estaba esperando. -Usted perdone, señor. -Señor Almeida, por favor. -Es que acaban de llegar los señores de la Fuente y les he estado atendiendo. -No tienes por qué disculparte, lo primero es el trabajo... y eso es lo que me gusta de ti. Pasaron los años y un día el señor Almeida me sorprendió al decirme: -Por desgracia, señorita Raquel, Emilia ya no está y tú vas a ser ahora la responsable del hotel. Desde ahora eres la directora del mismo. -Muchas gracias, señor –acerté a decir. -¡De nada Raquel! -Se levantó de la silla y me puso la mano sobre el hombro. En ese momento sentí algo especial en mi corazón. Esbelto, con canas en las sienes y ojos azabache, al acercarse a mi vi en ellos un fondo de tristeza-. Bueno, Raquel, espero que todo vaya bien. jAh!... se me olvidaba decirte que si quieres puedes cambiarte a otra habitación o vivir fuera del hotel, tienes todo tu derecho... -¡No!... me encuentro muy bien aquí, gracias. Nos despedimos con un afectuoso apretón de manos que me llenó de ternura. Al salir del despacho me dije a mí misma que nunca había pensado que llegaría tan alto. Desde aquel momento el trabajo llenó toda mi vida y llegué a formar con mis compañeros aquella familia que nunca tuve. Fueron unos años 9

de bonanza. Cambié el color de los uniformes a un azul turquesa, fue algo innovador, que le dio otro aire al hotel. El señor Almeida al poco tiempo enviudó, y la tristeza le llevó a una depresión que le hizo enfermar. Yo, a veces iba a su casa a cuidarle. Al calor de la chimenea, sus ojos se llenaban de lágrimas cuando me decía que no había tenido hijos.... Al cabo de unos meses murió de un infarto. Aquel día lloré por primera vez después de lo de mi madre. Echamos sus cenizas al mar. Pasados los días de rigor, el notario nos convocó a todos los trabajadores en el salón azul para la lectura del testamento. Tras un profundo silencio, comenzó la lectura del mismo: -Mis trajes y corbatas para Ramón, el cocinero; mi colección de relojes para María, Jessica, y Martín; y mi hotel para la directora del mismo: la señorita Raquel Martínez Revuelta...” Todos nos miramos sorprendidos mientras el notario seguía diciendo: -... con la condición que siga con el negocio. Y, si algún día va a la quiebra, que el edificio sea dedicado a una casa cuna. El apartamento también es para la señorita Raquel Martínez Revuelta. Los demás enseres los dono para el Orfanato de las hermanitas. Ahora, con el pasar de los años y a punto de dejar el hotel para convertirlo en una casa cuna, mi corazón se enternece con el recuerdo del señor Almeida.

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VIAJE SIN RETORNO Emeki Francisco y Adela se hallaban sentados frente al televisor cuando un enorme ruido les sorprendió a sus espaldas y ambos se quedaron paralizados. ¿Habría entrado alguien en la casa?... Se interrogaron con la mirada sin atreverse a volver la cabeza, se abrazaron fuertemente y así permanecieron unos segundos eternos hasta que se atrevieron a mirar tras de sí. Entonces descubrieron que de la estantería, donde tenían sus libros, se había caído al suelo un tomo grande y viejo de pastas gruesas titulado Una lagartija con una gran ilusión que, tras el impacto contra el suelo, quedó abierto boca abajo. El libro estaba estampado con aquel pequeño lagarto verde que les miraba de frente. - Ja ja ja, Adelita -rió divertido Francisco-, vaya susto nos ha dado esa lagartija que nos mira con cara de guasa. - Calla, calla, tonto, yo creía que nos habían entrado a robar y aún estoy temblando de miedo. - ¿Miedo conmigo al lado? -volvió a interrogar en tono jocoso Paco. - No te hagas el gracioso, que tú también te has asustado-. Abrazados de nuevo, volvieron a reír juntos. Eran las ocho y media de una cruda noche de invierno, el anciano matrimonio, tras reponerse del susto, se dispuso a calentar la cena. - La sopa y el pescado huele que alimenta -dijo el hombre mientras ponía en la mesa platos, cubiertos, servilletas y yogures, luego ambos se dispusieron a cenar. -Después del susto esta sopa calentita nos sentará muy bien -dijo Adela sentándose frente a su marido. Mientras disfrutaban de la cena fueron comentando lo cruda y desapacible que se presentaba la noche con los enormes truenos que se escuchaban fuera. Cuando acabaron de comer, recogieron y fregaron los platos disponiéndose de nuevo a sentarse frente al televisor. Como todos los días, habían de informarse de lo que ocurría en el mundo a través de las noticias. -Aunque para lo que nos dicen... -comentó la mujer con cierto desdén. -Bien cierto es que este mundo está loco y parece haberse vuelto al revés aseveró el hombre con gesto un tanto preocupado y moviendo la cabeza de un lado a otro. Acabadas las noticias, ya eran las diez y media de la noche, el matrimonio se dispuso a ir a la cama. Paco se levantó primero y de pronto soltó una carcajada. El volumen de Una lagartija con una gran ilusión aún permanecía

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en el suelo, lo recogió y lo volvió a colocar sobre la estantería. Luego, dirigiéndose a su mujer, le comentó burlón: -Espero que este bicho verde no nos vuelva a asustar nunca más. Se acostaron. A Paco le costó conciliar el sueño, ya que de pronto le vino a su cabeza algo que le ocurriera años atrás, luego abrazo fuertemente a su mujer. -¡Qué suerte he tenido de haberme casado contigo Adelita! -le dijo estampándole un cálido beso en la mejilla. Adela replicó a su marido: -¡No seas bobo y duerme tranquilo! –dijo devolviéndole a su vez el gesto cariñoso que le había dedicado. A la mente de Francisco acudió entonces Julia, su primera novia, y aquella última escena de despedida en el aeropuerto cuando se abrazaron y lloraron juntos, prometiéndose amor para toda la eternidad. Después se separaron. -Te enviaré noticias pronto –le dijo Julia sonriendo, y así desapareció a través de la puerta de embarque. El joven padeció una larga y tediosa espera porque su novia parecía haberle olvidado pronto, y es que no tuvo noticias de ella hasta que... seis meses después de aquel día inolvidable le envió una nota:"Paco vivo en Japón encantada de la vida. Tengo un empleo en una compañía de ballet y viajo por todo el mundo. Estoy aprendiendo idiomas". Ese fue el último recuerdo de Paco antes de cerrar los ojos y dormirse abrazado a Adelita.

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AMANECERES DORADOS Cari García Gómez Me levanté de madrugada, me puse el chándal, los deportivos y sin tomar más que un vaso de agua, salí a la calle. En medio de la desazón que sentía mi cuerpo, comencé a dar vueltas al gran parque cercano a mi casa. Pronto amanecería, yo esperaba contemplar esos amaneceres dorados en las blancas mañanas aún sin contaminar por la polución de los coches en la ciudad. Durante media hora corrí sin descanso, agotada por el esfuerzo me senté en un banco, cerré los ojos tratando de acallar mi conciencia que, a pesar del esfuerzo físico, acudía una y otra vez martilleando en mi cerebro como si de un clavo se tratara. Habían pasado tres años, tres largos años en los que ni un solo día había conseguido olvidar la locura cometida... “¡Alfredo! ¡Alfredo, perdóname!”, me repetía cada mañana arrepentida, pero después la rabia acudía a mí y el arrepentimiento se esfumaba como el humo de un cigarrillo. Me enamoré como una quinceañera, con ese amor ciego alagado por sus palabras zalameras. La primera vez que lo vi fue en la biblioteca de la universidad, era el último año de carrera, debido a la enfermedad de mi madre yo llevaba dos años de retraso. Cuando desgraciadamente falleció, agobiada por la pena, decidí cambiar de ciudad y reanudar los estudios. Hablé con mi hermano Alfonso, diez años mayor que yo que acababa de cumplir veinticinco, él era mi única familia, pero estaba casado y tenía su propia vida. -Me da mucha pena que te vayas, pero quizás sea lo mejor para ti, cambiar de ambiente te hará bien -me dijo dándome un abrazo, después me hizo prometer que si le necesitaba acudiría a él de inmediato. -Sin duda, Alfonso, voy a estudiar, quiero terminar la carrera cuanto antes, luego regresaré, no podría vivir en otro lugar -le dije dándole un beso. Al día siguiente me marché, no me alejé mucho de mi ciudad, Zaragoza. Me matriculé en Pamplona, dejando Salamanca en el olvido. Comenzaron las clases en octubre. Al entrar en el aula me llevé una sorpresa: el profesor era la misma persona que yo había visto en la biblioteca. Me quedé impactada, lo mismo que me pasó la primera vez. Supe que se llamaba Diego Ramírez. Era muy atractivo, de grandes ojos negros, pelo semilargo entrecanoso, vestía ropas informales pero con una personalidad que desde el primer momento me cautivó. Sin darme cuenta nació en mí un sentimiento que creí que también él compartía conmigo. Los primeros encuentros fueron citas en la biblioteca donde me recomendaba los libros que me convenían para mis estudios, pero, pasado un tiempo, una tarde me confesó sus sentimientos. Alagada por sus palabras me sentí la mujer más afortunada. Comenzamos una relación apasionada, me entregué a él en cuerpo y alma, sin 13

reservas; tenía necesidad de afecto, quizás fuese la pena que aún sentía por la muerte de mi madre, y fui feliz. Un día, al salir de clase, una compañera quiso hablar conmigo. Rosa era una joven poco atractiva, delgada, feucha y con una dentadura demasiado grande para su cara menuda, quizás por eso los compañeros la llamaban “chilindrina”, a pesar que era la más inteligente de la clase -María –me dijo-, sé que tienes relaciones con el profesor Alfredo, lo sé hace mucho tiempo y los demás también lo saben. Yo te aprecio, por eso me atrevo a decírtelo... Vives engañada, está casado, su mujer vive en Londres, es una afamada pintora. ¡No te has dado cuenta de que hay fines de semana que no está contigo! ¿Qué te dice?... ¿Qué disculpa te da? -me preguntó cogiendo mis manos y apretándomelas con cariño. Me dejó muda, no podía creerlo, quizás fuese envidia porque me había preferido a mí. -No te creo -le dije poniéndome en pie para marcharme. -Hazme caso, el amor que sientes no teja verlo, le conozco hace mucho tiempo, te lo digo por tu bien, porque te aprecio de verdad -me confesó muy seria poniéndose en pie. Camino de mi apartamento, donde tantas veces nos habíamos amado, comencé a recapacitar sobre cómo era nuestra relación. Los fines de semana que no estábamos juntos me decía que me quedara estudiando mientras él preparaba los próximos exámenes. Yo le creía, pero ahora lo veía claro, había detalles, cosas que a veces me extrañaban, pero sus caricias eran más fuertes que mis dudas. Cuando llegué a casa la rabia me consumía, abrí el escritorio, cogí un estilete y lo guardé en el bolsillo de mi abrigo. Con los nervios a flor de piel salí a la calle dispuesta a desenmascararlo, al llegar al portal toqué el timbre del piso donde vivía en la Plaza de la Libertad. -¿Quién es? -oí que preguntaba. -María, tengo que hablar contigo -le respondí. Cuando llegué a la planta, la puerta del piso ya estaba abierta y él me estaba esperando. Entré sin decir nada, después, con los ojos llenos de lágrimas le dije que había descubierto su doble vida, le llame ruin, cobarde, y muchas cosas más hasta quedar agotada por el dolor que sentía en mi corazón, las piernas me flaquearon y estuve a punto de caer al suelo. Se acercó a mí con intención de abrazarme, entonces metí la mano en el bolsillo del abrigo, cogí el estilete y se lo clavé en la espalda. Después salí corriendo al tiempo que veía caer a Alfredo al suelo. Asustada fui al apartamento, recogí las cosas más necesarias y me dirigí a la estación de autobuses, cogiendo el primero que salió con destino a Zaragoza. 14

Ya en la casa donde había vivido con mi madre, esperé día tras día a que viniera a buscarme la policía, pero pasaron los días y nadie se presentó. Pasados dos meses recibí una carta de la buena “cuchilindrina” en la que me decía: “El profesor Alfredo ha faltado un mes, pero ahora sigue con su vida de siempre, espero que tú estés bien.” Su información me tranquilizó, pero yo aún siento la angustia sobre mí y lo que hice. De nuevo dejé aparcado el final de mi carrera. Quizás con el tiempo...

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EL HASTÍO Grizzel Mayea Rosa Ha pasado un año de aquella mañana, cuando al regresar de mi paseo matutino me mortificó sobremanera ver que la bañera no estaba preparada y que las zapatillas y el batín no estaban en su sitio. Llamé a voces a Carmen, no respondió. La busqué en la cocina, en la sala y en el comedor. No la encontré. Me dirigí, entonces a la habitación. Enseguida llamó mi atención un pequeño cuaderno de tapas de color rosa que había a los pies de la cama. Lo abrí en la primera página y leí: Lunes, 3 de tres octubre de 2009 Querido amigo: Sólo puedo confiar en ti. Mis hijos Adolfo y Martita ya son mayores, tienen sus propios problemas y no me parece justo cargarlos con los míos. Dicho esto vayamos a lo nuestro. Hoy me encontraba en franco ajetreo entre sartenes y pucheros. Era mi primer día de clases. Quería dejar hecha la comida y adelantar el primer plato de la cena antes de marcharme al Centro de Educación para adultos en el que matriculé. Estaba empeñada en sacarme el graduado. Siempre quise estudiar, hacerme al menos de un oficio, pero me casé muy joven, pronto vinieron los hijos y mis deseos se vieron frustrados. Escuché girar la llave en la cerradura. A esa hora sólo podía ser Adolfo, “el führercito”, como solía llamar secretamente a mi marido, que regresaba de su paseo matinal. Solícita y por no tenerlo pisándome los talones, dándome órdenes y haciéndome reproches dejé lo que estaba haciendo, encendí el calentador, le preparé el baño, el bocadillo con seis lonchas de mortadela y también el zumo de naranjas, endulzado con dos azucarillos, ni uno más, ni uno menos, que merendaba habitualmente, y lo coloqué, como le gustaba a él, en la mesa del comedor sobre un mantelito de papel de color lila. Él entró en el baño mientras mascullaba: -No tuviste tiempo de hacerlo antes. Que no se repita. No sé a qué diablos vas a ir a la escuela si cada día eres más tonta. Nada dije, volví a la cocina... Martes, 4 de octubre de 2009 Amigo mío: Hoy, no más abrir la puerta, Adolfo dijo: -Eh, mujer, mi hermano Antonio viene conmigo. Nos ha traído unas setas. Mientras me ducho prepáranos un revuelto con ellas y abre una botella de vino. 16

Después de saludar a Antonio retiré el zumo de naranja y el bocadillo de mortadela recién hechos y comencé a batir los huevos. ”Una botella de vino” me dije y continué batiendo los huevos. Puse la mesa y volví a la cocina. Hasta ella llegaban las voces de Antonio y mi marido. Entre copa y copa discutían de fútbol y de política. Intentaban arreglar el mundo. El tiempo pasaba deprisa y entretanto yo continuaba enfrascada en los quehaceres del hogar, y él, disfrutando de su hermano, del revuelto, del buen vino. La juerga se extendió y no pude ir a clases. Miércoles, 20 de octubre de 2009 Mi fiel amigo: Dos palabras resumen mi día a día: hastío, rutina...

Viernes, 1 de diciembre de 2009 Querido amigo: Viendo que los días, las semanas, los meses transcurren para mí de idéntica manera, mi paciencia ha llegado al límite. He decidido abandonar para siempre a Adolfo. Quiero vivir lo que me queda por vivir, haciendo todas aquellas cosas de las que me privé, de las que me privó. Gracias por permitirme compartir contigo tantos secretos. Terminé de leer el diario, lo arrojé contra el piso. Estaba tan indignado y aún ahora lo estoy. No entiendo su egoísmo, no entiendo por qué se marchó. Me rompí el lomo trabajando para ella, nunca le faltó nada. “Führercito” ni “führercito”, mira que llamarme así...

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COGIDO CON ALFILERES Lucía Guillermo se había quedado viudo hacía cinco años, no tenía hijos. Era un hombre joven, atractivo, cuyo pelo negro dejaba entrever alguna que otra cana. Desde la muerte de su esposa hacía una vida sedentaria: del trabajo a casa, de casa al trabajo. Era director de un Banco de renombre en el centro de Madrid y desde entonces tenía poca comunicación con sus empleados, ya que el recuerdo de Berta le tenía alejado de la sociedad. La añoraba tanto... Un buen día recibió la llamada de un antiguo amigo, le hizo ilusión; hacía años que no sabía nada de él. Era capitán de barco y, aunque las travesías eran largas, por mediación de su familia supo de la muerte repentina de Berta. -Guillermo, amigo mío- le entró así por teléfono, como si se hubiesen visto ayer-, lo que me ha costado encontrar tu teléfono. - ¡Hombre, Miguel!... ¿Qué es de tu vida?... ¡Cuánto tiempo! -Ya sabes que cuando embarco a veces son muchos los meses que paso fuera. Sé de tu dolor, pero espero un sí de tu parte; bueno lo esperamos todos. -¿Cómo que todos? -contestó Guillermo extrañado. -Sí, no te alarmes, ya lo hemos hablado. Como te he dicho antes nos ha costado trabajo dar con tu teléfono, hemos comprobado que lo has cambiado y nadie lo tenía... y en el Banco ninguno de los empleados nos lo quiso dar. -Si, era una orden mía, pero bueno... ¿qué es eso tan importante que os traéis entre manos?... Yo, como comprenderéis, no estoy con mucho humor, pero dime, dime... -Verás, nos queremos reunir todos los que terminamos la carrera al mismo tiempo y fuimos buenos compañeros en la Universidad de Deusto. Cada uno se buscó el trabajo en distintas provincias y eso nos alejó, aunque algunos coincidieron y se siguen viendo a menudo. A ver qué me dices a esto: hemos pensado reunirnos en Bilbao para recordar aquellos tiempos y recorrer sus calles como antaño. -No sé... me pillas en un momento de mi vida que no tengo humor de nada. -Piénsatelo, aunque solo te quedes a la cena, nos darías una gran alegría a todos; ya sabemos por lo que estás pasando. Mira, haremos una cosa: te llamaré mañana a la misma hora y me darás la respuesta ¿de acuerdo? -De acuerdo. Tú siempre tan convincente. Guillermo volvió a sus pensamientos, puso la cadena musical y metió en ella un disco de tangos interpretado por Carlos Gardel; era su música favorita, y fue así como conoció a Berta. La carne se le puso de gallina al escuchar aquella frase que decía: “Tango, tango un abrazo loco por sentirte de nuevo junto a mí”. Se echó a llorar dejando la música puesta y se acostó. 18

A la mañana siguiente todavía sonaba, paró la cadena, se aseó, desayunó y se dispuso a ir al trabajo. No dejaba de pensar en qué le diría a Miguel cuando le volviese a llamar por la tarde; tenía ganas de volver a verlos, sería un reencuentro magnífico, pero era tan poco su humor que temía chafarles la fiesta. Terminó la jornada de trabajo y de nuevo se dirigió hacia su casa, una vez en ella, volvió a poner música mientras se acomodaba esperando la llamada, Se le hizo eterna la tarde, pero por fin el teléfono sonó. En un principio pensó no cogerlo, pero no tuvo valor y tomó el auricular. -Guillermo, como puedes comprobar soy fiel a mi palabra. -Sigues siendo tan persuasivo como antaño. -Y dime... ¿te lo has pensado bien?... ¿lo has meditado? Nos harías terriblemente felices; solo falta tu confirmación. Suspiró y por fin le dijo: -Lo has conseguido, me reuniré con vosotros. Miguel no cesaba de darle las gracias, a la vez que le decía: -Ahora mismo se lo voy a comunicar a los demás. Guillermo colgó el auricular y se quedó pensando en qué hubiera opinado Berta de aquello, probablemente ella misma le hubiese hecho acudir a la reunión, sin siquiera dudarlo. Llegó el tan temido día para él, tomó el avión en el aeropuerto de Barajas, y aterrizó en el de Sondica solicitando un taxi que le condujera hasta el Hotel Ercilla. Cuando pisó suelo miró al cielo, entró en el hotel y el recepcionista le indicó la sala donde le esperaban los compañeros, ya que fue uno de los últimos en llegar. Todo fueron abrazos, hubo hasta lágrimas, y luego dicen que los hombres no lloran... Cenaron. En la sobremesa cada uno iba hablando de sus experiencias en la vida, todos se recordaban y se preguntaban el porqué de aquella dejadez, de no verse más a menudo. No tuvieron necesidad de salir del hotel, decidieron quedarse pues a partir de las dos de la madrugada empezaría un gran espectáculo. Guillermo se alegró; no tenía el cuerpo para mucha chufla. ¡Cuál sería su asombro cuando comprobó que la sorpresa de la noche era un grupo de especialistas bailando tangos! Se le quedó la sangre helada, suspiró profundo, miró a su alrededor y solo pudo ver en sus amigos un puñado de alfileres cogiéndole, haciéndole sangrar abundantemente. Los compañeros alarmados por su estado llamaron a una ambulancia, para cuando esta llegó Guillermo ya había fallecido.

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LA ESTACIÓN Mai Menes María y Laura eran dos amigas de la infancia. María se quedó en su pueblo natal de Azpeitia, pero Laura tuvo que irse a la otra punta de España, a Córdoba, por cuestiones de trabajo. Las dos amigas con la distancia y el paso del tiempo perdieron contacto sin saber la una de la otra. Aquel día a María le tocaron el portero automático. -Soy el cartero. -Sí, bajo -dijo María. El cartero le entregó una carta certificada y ella se quedó sorprendida. Su cabeza solo pensaba y pensaba. “¿Quién será?”, se dijo y abrió la carta donde constaba: “El día 14-4-14 a las 14 de la tarde debe acudir usted a la Estación de Ventura en Irún, no puede faltar a la cita.”. Maria se dijo que sería una broma pero... “¿de quién?...” Al anochecer, Laura después de un día muy intenso de trabajo, llegó al portal de su casa y vio en su buzón un papel, lo abrió: era un aviso de correos. Al día siguiente acudió a por dicho sobre y, teniendo ya el escrito en su poder, lo leyó: “Debe acudir el 14-4-14 a las 14h a la Estación de Ventura en Irún, no puede faltar.”. Empezaba a hacerse preguntas... “¿Por qué en esa estación solitaria e inmunda que no estaba ya abierta al transito de pasajeros?... Pero ¿quién será el macabro que me cita?”. Las dos amigas hicieron indagaciones por separado, pero no llegaron a ninguna conclusión lógica. María se acordaba de que en la cuadrilla habían hablado alguna vez de una estación un poco abandonada y no muy fiable, pero no recordaba el nombre de aquel lugar, Empezaron los preparativos para acudir a aquel encuentro. Cada una preparó su maleta con algo de ropa, porque no sabían cuánto tiempo iban a estar fuera de sus hogares. Laura cogió el tren de Córdoba a Irún, que la dejaba al lado de la estación de Ventura. Cuando llegó a su destino a las 13:40, aún le quedaba un ratito para la cita. María se subió en Azpeitia al autobús dirección Irún, alcanzando a su destino a las 13:45, y también le faltaba algo de tiempo para aquel encuentro, con solo andar dos pasos llegaría a la famosa estación que se encontraba pegada a la de los autobuses. Las dos amigas deambularon por los alrededores, cada una donde la había dejado su transporte. Sin saber qué hacer, porque todavía era pronto para dicha cita, decidieron bajar a la estación Ventura. Laura bajó por el extremo de la derecha de la escalera. A medida que la iba bajando, se encontraba a su paso las escaleras y paredes mugrientas, que en años no habían visto un triste bote de pintura, papeles tirados por todos los lados, e incluso orines de personas que 20

trasteaban por allí; al final apareció en el andén que la aproximaba cada vez más al medio. María, por su parte, se deslizó por la escalera de la izquierda, donde se encontró con un hombre harapiento de cabellos muy desaliñados. El hombre la habló, pero María ni lo miró y mucho menos le contestó. Bajaba deprisa y, en un instante, el hombre la cogió de su chaqueta y le dijo: -Me das el dinero o te rajo. Pero María le dio tal empujón que descendió las escaleras a saltos. Corrió hasta el andén y llegó hasta la mitad. Cuando estaba en el centro se vieron las dos. -Tú... ¿qué haces aquí? -Me han citado aquí. Laura respondió que a ella también, y las dos se abrazaron muy fuerte. -Cuántos años sin vernos... –dijo Laura. Las dos amigas juntas empezaron a mirar aquel lugar donde se hallaban: una vieja estación de metro sin uso, llena de basura por todas partes; los retretes más mugrientos que el galipo; las puertas que se caían a pedazos por la humedad; en la oficina del jefe de estación los cristales hechos añicos; papeles caídos por todas partes. En centro de donde se encontraban había un reloj cuyas agujas estaban siempre en el mismo sitio porque se habían oxidado por el paso del tiempo, la tapa daba golpes porque no encajaba y tenía su cristal roto en pedazos; los raíles de la vía estaban llenos de roña con capas de diversas suciedades cada cual más asquerosa. -¿Quién será el que nos ha citado? -Pues no sabría decirte, Laura –le contestó María -. Solo sé que en la cuadrilla habíamos hablado de una estación de metro fantasma, pero nada más. A las dos en punto sonó el altavoz de la estación de Ventura: -Laura y María, después de muchos años sin veros, os hemos querido reunir aquí. Nos dábamos cuenta de que es un sitio un poco fantasma, pero no sabíamos de qué forma hacerlo para que estuvierais juntas de nuevo. Os anunciamos que dentro de quince días tenéis boda de Maite y Aitor y que estáis invitadas a dicho enlace. Laura y María se miraron y les contestaron al unísono: -¡Estáis locos!... Pero os damos las gracias por esta pequeña broma un poco....

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EL DISFRAZ VERDE Ledis Hace mucho tiempo una niña de ocho años, llamada Lilí, se mudó con sus padres a una casa antigua de una tía que se la dejó como herencia. Era verano, Lilí no conocía a nadie en el pueblo. A pesar de que era alegre, risueña y muy curiosa, se sentía muy triste porque no iba a ver más a sus amigos. Una mañana, al despertarse, se sintió aburrida, recorrió toda la casa buscando algo con qué entretenerse, bajó al sótano y encontró algunas cosas para jugar. Mientras se divertía emocionada con unos juguetes le llamó poderosamente la atención un viejo baúl que se encontraba en un rincón y estaba lleno de polvo. Lilí, llena de curiosidad, se acercó y le quitó un poco de polvo de la tapa; lo abrió y, para su sorpresa, se encontró con varios disfraces olvidados. Empezó a probárselos y, entre todos los que había, le impresionó un vestido verde con lentejuelas que brillaban como estrellas; lo más increíble fue que, cuando se lo puso, el vestido se adaptó a su cuerpo. Era largo, con mangas y muy pegado a la cintura. ¡Lilí estaba alucinando! De repente, se transportó a un lugar desconocido y fantástico. Un lugar mágico donde los animales y las plantas hablaban, un bosque claro, transparente, con grandes árboles, con un verdor de naturaleza virgen y un riachuelo que atravesaba el bosque con un ruido de cascada que invitaba a soñar. -¡Hola, Lilí! -saludó un caballo alado blanco al acercársele. Era un caballo con alas de plumas y podía volar muy alto. Se llamaba Pegaso. -¡Hola... ¿cómo sabes mi nombre y cómo llegué hasta aquí? -preguntó Lilí asustada y extrañada. -Los que vivimos en el bosque nos enteramos de todo lo que pasa en tu pueblo, y sabemos que eres nueva. Ha pasado mucho tiempo sin que nadie se adentrara en estos bosques. El disfraz que te pusiste es mágico; las niñas que se visten con él se trasladan hasta nosotros. -¿Hasta cuándo voy a permanecer en este sitio? -le dijo ella preocupada-. ¿Cuándo voy a ver a mis padres? -Podrás ver a tus padres cuando quieras, con solo quitarte el traje estarás en tu casa, y cuando desees volver al bosque con ponerte simplemente el vestido será suficiente -le explicó Pegaso. -¡Yupiiii, qué bien!... Ya entiendo... ¡Qué buena idea! -celebró Lilí. Pegaso era muy simpático y amable, y ella se sentía a gusto en su presencia. -Sube que te llevaré a un lugar para que conozcas a los demás -le dijo Pegaso. -Síííí... vamos -dijo Lilí entusiasmada. 22

Lilí montó a lomos del caballo y este voló por el cielo azul, subió muy alto, pero ella no sintió miedo. Shhhuuuuuuu...., soplaba el viento con suavidad en la cara de la niña mientras su pelo se movía. -¿Qué es eso que se ve a lo lejos, creo que me están saludando? -pregunto Lilí. -Son los amigos, los árboles que te saludan. Lilí hizo un gesto con la mano para devolverles el saludo. -¡Haaaa... jajajajajaja! De repente, Pegaso bajó con tanta rapidez que Lilí lanzó un pequeño grito sujetándose con fuerza al cuello del caballo, riendo con esa risita nerviosa de las niñas cuando son muy felices. Al bajar, encontraron más seres mágicos, entre ellos las Hadas de los Dientes; el Ratoncito Pérez; centauros con cuerpo de caballo y brazos y cabeza de hombre; elfos de apariencia frágil y delicada, orejas puntiagudas y piel pálida; sirenas mitad pez, mitad mujer... Había ninfas procedentes de la fuerza de la naturaleza; OGROS, enormes humanoides de aspecto tosco y desagradable pero muy amables; dragones, reptiles que vuelan y echan fuego por la boca; el Ave Fénix, que es un enorme pájaro envuelto en llamas de plumaje rojo, anaranjado como el fuego... Todos estaban esperando a Lilí para darle la bienvenida con una mesa llena de frutas recogidas en el bosque. -¡Hooolaaaaa, bienvenida! -gritaron todos al unísono. Lilí saltó del caballo impresionada por lo que estaba viendo. Bailaron, jugaron todo el día y cuando oscureció la niña se quitó el disfraz y volvió a su casa con sus padres. Habían pasado solo dos horas desde que Lilí se fue al bosque encantado. -Lilí, ven a comer -la llamó su madre. La niña, inmediatamente, guardó de nuevo el disfraz en el baúl y corrió escaleras arriba. -¿Qué estabas haciendo? –le preguntó la madre-. Tienes una sonrisa de oreja a oreja y un brillo en los ojos... -Nada, mamá- respondió esta con picardía. Desde entonces, Lilï todos los días se pone el verde disfraz de la fantasía para jugar con sus amigos del bosque.

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ENTRE AMIGAS Goizalde La veía todos los días temprano, al amanecer, cuando el tímido sol asomaba sus rayos plateados por la montaña y los vecinos comenzaban a desperezarse para acudir a sus trabajos diarios. Ella bajaba silenciosa las escaleras, y al llegar al portal miraba de un lado a otro y sacaba la bolsa de basura que depositaba en el contenedor del mismo. (Entretanto yo esperaba a mis amigas para ir a andar, como todos los días desde que me había quedado en el paro. En chándal y con mis zapatillas deportivas iba a dar mi paseo diario.) Entretanto yo esperaba a mis amigas en chándal y con mis zapatillas deportivas para ir a andar, como todos los días desde que me había quedado en el paro. La urbanización era pequeña, alejada de la ciudad. Sus bloques de casas de ladrillo cara vista de lo años sesenta delataban el tipo de gente que en ellos vivía. Últimamente muchos de sus propietarios, ya mayores, habían fallecido y algunos de sus herederos alquilaban los pisos. Por este motivo ahora era una barriada de gente variopinta. Hacía poco tiempo que la mujer vivía en el primer piso de la calle Andalucía. Apenas salía aunque sí se solía ver de vez en cuando a un hombre que a mi amiga y a mí no nos caía nada bien. A pesar de que su aspecto era limpio y aseado. Cierto día de noviembre cercano al 25, mi amiga Estefanía me dijo: -Bego... ¿te has dado cuenta? -¿Queeeé? -Mira, en el tendedero de María hay ropa de bebé. -Bueno, será que tiene uno. -Qué raro, nunca lo hemos visto -continuó mi amiga curiosa. -Anda, anda, deja ya de inventarte más cosas, que ya te has inventado demasiadas porque sí.... hasta el nombre con el que según tú la mujer se llama, María. -¿Y no es cierto? -Todas somos María. Tú María Begoña y yo otra María... ¿no crees? -Bueno, bueno, camina, no sé yo si hoy nos va a pillar el agua. Mi amiga y yo nos subimos la cremallera del chubasquero y comenzamos a andar por el bidegorri. Al volver, después de dos horas, un tumulto de gente frente a mi portal me asustó, intenté entrar. -Vivo aquí –dije, pero un Ertzaintza me lo impidió- ¿Qué pasa? Sin contestar a mi pregunta, la mujer que estaba en la puerta vestida de uniforme me dijo: -¿En qué piso vive usted? -En el segundo derecha -contesté nerviosa-. ¿Por qué...? ¿Ha pasado algo? 24

-Ha sido hallado un hombre muerto. -¿Dónde? -grité asustada. -En el primero derecha. -¡Ah!... donde María. -¿Conocía a la mujer? -No, pero la veía bajar la basura todos los días. Entretanto mi amiga, al enterarse del revuelo que se había armado, volvió sobre sus pasos y se presentó en el portal. -Ves, ya te lo decía yo, Bego, que había algo raro. La vi bajar en bata y zapatillas de casa, con las manos esposadas, el cabello revuelto, mirando hacia atrás, con lagrimas en los ojos. María miró al suelo y bajó las escaleras hasta llegar al portal. Una mujer joven con gafas de cristales azulados sostenía en brazos al bebé cuyo afán era quitárselas. Con lágrimas en los ojos, desencajada, volvió sobre sus pasos gritando con voz entrecortada: -¡Te quiero cariño! ¡Volveré pronto! -Señorita, por favor; cuídele es un niño muy sensible. Esto fue lo último que le oí decir a María. El bebé, ajeno a todo, reía en brazos de la mujer que le hacía carantoñas. Entre palabras de apoyo, abriendo un pasillo, la mujer llegó al coche donde una Ertzaintza la introdujo en el furgón hacia la comisaría. Allí María declaró cómo, de manera fortuita, había dado un mal golpe a aquel hombre, que no era su marido, y que este no la dejaba salir de casa bajo la amenaza de quitarle el bebé. Por este motivo, al ver que el hombre abría la puerta de la calle y se llevaba al bebé, ella mantuvo un forcejeo con él, cogió un martillo que tenía a la entrada de la despensa y él cayó al suelo dejando un cerco de sangre. A la mañana siguiente todos los periódicos daban la noticia en portada. El caso llegó a lo tribunales y fue juzgada por un jurado popular que la declaró inocente.

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¿HACIA DONDE NOS DIRIGIMOS? Manifiesto 8 de marzo de 2015 Emeki Promovida por Emakunde, la imagen que este año ilustra el cartel del "Día Internacional de la mujer" nos debe hacer reflexionar ya que, a pesar de la lucha que seguimos manteniendo por la igualdad y dignidad de las mujeres, no conseguimos avances, porque mientras nuestro cerebro y nuestro corazón intentan continuar hacia delante, la otra mitad de nuestro cuerpo nos ha dado la espalda, o cuanto menos parece oponerse a que ambas partes, puedan caminar en la misma dirección. ¿Hacia dónde nos dirigiremos después de este profundo estancamiento en los logros conseguidos hasta ahora? A pesar de todo seguiremos luchando por conseguir nuestros derechos irrenunciables en pos del respeto y de la igualdad, que cada vez parecen más lejanas e inalcanzables, a juzgar por los casos de esas tres mujeres que recientemente han padecido abusos sexuales y malos tratos en nuestra Comunidad Autónoma, y las lacerantes voces que siguen elevándose en significativos lugares públicos. Lo anteriormente expuesto, lejos de hacernos desistir en luchar por nuestros derechos, debe servirnos de acicate para conseguir la igualdad de los mismos por un trabajo digno, es decir, al desempeño de un mismo trabajo, la misma remuneración salarial. Porque hoy en esta faceta existe la gran discriminación de que la mujer llega a cobrar hasta un 37% menos que el hombre, desempeñando el mismo trabajo; y no digamos en el desempeño de las tareas domésticas. Aunque es algo en lo que se ha avanzado, gracias a que muchos hombres han sido capaces de comprender y compartir con gusto, aún se siguen escuchando en grandes lugares públicos denigrantes frases como “tu a fregar y a limpiar la casa” y otras impronunciables frases contra mujeres que desempeñan tareas hasta ahora reservadas en exclusiva para los hombres. A las mujeres nos queda una gran tarea por delante y, como buenas corredoras de fondo, lejos de amilanarnos seguiremos luchando por el respeto y por la igualdad, derechos fundamentales que nos corresponden como a todos los seres humanos.

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EN EL TRANSCURSO DE LA NOCHE Cari García Gómez Todo había sucedido en unos minutos. Después de tres años de convivencia, la discusión llegó a tal virulencia que Amanda salió de la casa dando un portazo y en un estado de nervios que no le dejaba pensar lo que haría en adelante. Después, ya en la calle, se dirigió a su coche que tenía aparcado a unos metros del portal, lo puso en marcha y sin rumbo fijo tomó la carretera de la costa. No recordaba cuánto tiempo llevaba conduciendo, pero decidió parar en la primera gasolinera para repostar y tomarse un café. Un kilómetro más adelante se detuvo, aquel lugar solitario le pareció adecuado, tenía una terraza amplia, con buena sombra, descansaría un rato y reflexionaría qué hacer en adelante. Las decisiones ante un café siempre le habían salido bien. Llenó el depósito de gasolina. Al colocar la manguera en su sitio, en un taburete de madera vio un libro. “Alguien se lo ha olvidado”, pensó. Lo cogió y leyó el título Breve relato de una lagartija sin ilusión. “¡Qué título más curioso!”, se dijo, “lo entregaré en la cafetería”. Y con él en la mano llegó al mostrador, pidió un café con leche y mostrándoselo al camarero le señaló: -Me lo he encontrado junto al depósito de gasolina, seguro que lo han olvidado. -No señorita, estos los dejan los clientes para que los cojan los que quieran leerlos. Si usted quiere llevárselo puede hacerlo, a cambio puede dejar otro, así corren de mano en mano sin necesidad de comprarlos -le explicó el camarero mientras le servia el café. -Gracias, quizás lo haga, veré si tengo alguno en el coche que pueda dejar en su lugar -le contestó. Después cogió la taza y se dirigió a la terraza con el libro en la otra mano. El sol ya tenía fuerza a finales de abril, Amanda cerró los ojos recibiendo en su rostro aquel hermoso regalo que calentaba su cuerpo dándole una paz de la que estaba tan necesitada. Entre sorbo y sorbo trató de pensar serenamente, de aclarar sus ideas y decidir qué haría en adelante. Afortunadamente aún conservaba su apartamento... De pronto y con decisión se puso en pie, cogió el libro que había dejado sobre la mesa y se dirigió hacia el coche. Al entrar en él, vio en el asiento del copiloto la biografía de María Callas, la había leído dos veces, por lo que sin pensarlo la cogió y la dejó en el lugar en el que había encontrado al otro. Después puso en marcha el coche y se incorporó a la autopista. Se sentía relajada y puso toda su atención en la conducción. Había decidido regresar a la ciudad.

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Una vez en su apartamento se dio una ducha, se preparó un sándwich, lo puso en una bandeja y se sentó después en el sofá del salón. En el transcurso de la noche, mientras reflexionaba sobre su situación, decidió aceptar el contrato que hacía tiempo le estaba ofreciendo su profesor, de esa manera se alejaría para siempre de Paco, el único que se oponía a su carrera siendo este el motivo de sus continuas discusiones. Al día siguiente habló con Fernando diciéndole que había meditado sobre su ofrecimiento, que aceptaba y que le gustaría marcharse cuanto antes. -Me alegro, no te arrepentirás, eres trabajadora y lograrás lo que te propongas -le dijo Fernando apretando sus manos con entusiasmo. Dos días después Amanda cogía el avión rumbo a Japón. Transcurrido un tiempo en el que trabajó sin descanso, llegó el día de su presensación en el Gran Teatro de Tokio, los aplausos que recibió la consagraron como una de las mejores bailarinas del momento. Después de su apoteósica actuación en la que recibió numerosos ramos de flores y felicitaciones, regresó al Hotel Envasador de madrugada, estaba cansada pero tremendamente feliz, había logrado el sueño de su vida. Una vez en su habitación, se dirigió al cuarto de baño y se desmaquilló lentamente; después se duchó disfrutando del agua, dejándola correr por su cuerpo hasta sentirse relajada. Tras ponerse un camisón de seda y la bata a juego, reparó en el libro que había recogido en la gasolinera el día que huyó de Paco. ¡Paco!... Hacía tiempo que no se acordaba de él. Entonces se sentó en la cama y volvió a leer el título: Breve relato de una lagartija sin ilusión. “Algún día tengo que leerlo”, pensó para sí. Seis meses después de aquel día inolvidable le envió una nota a Paco que decía: “Vivo en Japón encantada de la vida. Tengo un empleo en una compañía de ballet y viajo por todo el mundo. Estoy aprendiendo idiomas.”

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LOS SIETE CABRITOS Grizzel Mayea Rosa Los añicos del espejo en que un día contempló su fealdad la Luna se dispersaron en su mayoría por el firmamento, excepto siete de ellos, los más pequeños y revoltosos; únicos responsables de la imagen distorsionada que provocó su ira. Así que, obviando la ausencia de fuerzas gravitatorias y conociendo las propiedades térmicas que les confería el azogue decidieron escapar. Pero antes querían agotar un último recurso. Aguardaron pacientemente a la llegada del Astro Rey y pidieron a este que intercediera a su favor para que la Luna les perdonara su fechoría, a lo que él respondió: -La conocen bien, saben el mal genio que se gasta. No sé cómo se les ocurrió hacerle semejante broma. Ella y yo mantenemos una relación cordial. Necesito tiempo para pensar cómo afrontar esto. Por el momento solo se me ocurre que se marchen cuanto antes a otro planeta donde utilizarán sus poderes solo para hacer buenas acciones. Yo los estaré observando mientras suplico el perdón a la Luna. Eso sí, deberán regresar en siete días, ni uno más, ni uno menos, pasado ese tiempo sus poderes perderán efecto y las fuerzas se irán desvaneciendo poco a poco y no podrán regresar. ¿Entendido? Un cerrado sí fue la respuesta y tras elegir como destino a la Tierra, a media mañana, al calor de sus rayos, siete fulgurantes cabritos, abandonaron el espacio, dejando a su paso una estela plateada. Después de sortear los peligros que se les presentaron en las diferentes capas atmosféricas llegaron al tejado de una diminuta casa de fachada de color verde lima, donde los sorprendió una pertinaz lluvia que se prolongó hasta el final de la tarde. Sin otro lugar en el que guarecerse, corrieron hacia el canalón y se cubrieron con las hojas secas que habían caído en otoño del sauce blanco, de las acacias y del ficus que la rodeaban. Al cabo de un rato escucharon un tintineo de llaves. Un anciano enjuto, de barbas blancas y larga melena, vestido con una larga túnica de lino blancuzco y gruesas sandalias de esparto, abrió la puerta, enfocó con una linterna herrumbrosa unas hierbas puntiagudas que crecían a un lado del domicilio y, después de pronunciar unas palabras, cortó un montón de ellas. Intrigados por aquella aparición, descendieron por el interior del desagüe hasta llegar a un rústico alambique que ocupaba gran parte del húmedo sótano, soterrado a tres metros bajo tierra y que estaba medio lleno de agua y de pequeñas ramas de sauce blanco. Empezaron a nadar hacia la estrecha boca del destilador cuando escucharon el chirriar de una puerta que se abrió lenta, muy lentamente. En su umbral se recortó la figura del anciano de blancas barbas y larga melena que encendió la linterna y, guiándose por la tenue luz, se abrió paso en la oscuridad. Al llegar junto al alambique bajó el zurrón, que cargaba 29

en su encorvada espalda, y sacó del interior siete manojos de hierbas puntiagudas, un enorme fajo de hojas de moringa o árbol de la vida, un puñado de levadura y una gran cuchara de madera. A continuación se subió en un cajón, los vertió en él y empezó a revolverlos suavemente con la cuchara de madera mientras repetía fervientemente: -Qué obre el milagro, que obre el milagro... y se haga la luz. Luego se marchó, cerrando por fuera la puerta. Sin otro quehacer y aún sin entender lo que estaba ocurriendo, los ruegos del anciano conmovieron a los siete fragmentos de espejo que, valiéndose de sus poderes gravitaron sobre el rústico alambique y lo bañaron de luz. Entonces se produjo un burbujeo en su interior. Las hierbas puntiagudas desprendieron infinidad de espículas repletas de calcio; las ramas de sauce dejaron salir el ácido acetilsalicílico que contenían; las hojas de Moringa expulsaron muchos y variados minerales y vitaminas; y la levadura aceleró el proceso de fermentación que duró hasta el amanecer, y cuyo resultado fue un elixir aromático y de agradable sabor. De nuevo escucharon el chirriar de la puerta y el anciano, linterna en mano, entró en el recinto y se detuvo cerca del destilador. Al contemplar el contenido del mismo la expresión de su rostro pasó en fracciones de segundos del asombro a la alegría y de esta a la emoción. Dando pequeños saltitos salió para volver enseguida con dos sacas llenas de pequeños frascos de vidrio en los que fue envasando el preciado elixir. Mientras se dedicaba a esta encomienda, los añicos de espejo escaparon y tras subir una empinada y angosta escalera se detuvieron en una estancia con un largo pasillo a cuyos lados había pequeños cubículos con un armario central, un escritorio y cuatro literas en algunas de las cuales dormían niños y niñas y otras estaban vacías. Continuaron subiendo y llegaron a un piso donde también había algunos cubículos pero con dos literas, un comedor en forma de ele, una cocina estrecha y una especie de salón recibidor donde había dos grandes bancos de madera, un revistero y un mostrador tras el que permanecía sentada una anciana de grandes mofletes, cabellos entrecanos recogidos en la nuca, de aspecto pulcro, mirada inteligente y afable sonrisa, que escribía y escribía en un enorme cuaderno de tapas de cuero fileteadas en oro. Tan embebida estaba en esta misión que no se percató de que siete añicos de espejo cruzaron a toda velocidad el vestíbulo y escaparon por la puerta. Una vez en el exterior exploraron e indagaron todo lo que pudieron del lugar, y fue así como supieron que habían aterrizado en una pequeña isla del Caribe llamada El Paraíso, con muy pocos habitantes que vivían felizmente de las riquezas que les ofrecía la mar, la agricultura y las bondades de la madre Naturaleza, que era pródiga en esa región. Pero inexplicablemente, un día el cielo se cubrió de una gruesa capa de niebla que impedía la llegada de los rayos 30

del Sol por lo que las aguas que bordeaban la isla, antes ricas en moluscos, crustáceos y peces, al enfriarse dejaron de albergar a estas especies. La agricultura también se afectó al no poder realizar la fotosíntesis; las plantas y los animales herbívoros que se alimentaban de ellas y por ende los carnívoros y también hombres, mujeres y niños, sobre todo estos últimos que empezaron a padecer raquitismo, de ahí que Eulalio, el anciano de barbas blancas que era un reputado botánico y Teodora, la anciana que escribía, escribía y que era licenciada en Medicina General, hicieran de su casa un hospital donde atendían a los aquejados de la enfermedad y pasaran el mayor tiempo posible intentando curarlos. Los añicos, consternados, rápidamente trazaron un plan y se distribuyeron las tareas de tal forma que cuatro de ellos se apostarían en los cuatros puntos cardinales e intentarían captar la energía solar capaz de atravesar aquella cortina de niebla para hacer válido el fenómeno físico de la reflexión, atrapándola y dirigiéndola directamente sobre todos y cada uno de los puntos de la isla de forma tal que sus habitantes pudieran fijar la vitamina D gracias a su recepción y dejar de padecerla. De los tres restantes, dos serían los encargados de redirigirla sobre las aguas circundantes y sobre las plantas para que realizaran la fotosíntesis y también sobre los animales; tanto los de sangre fría, como los de sangre caliente. En una palabra, iban a hacer un esfuerzo titánico trabajando de sol a sol para lograr el restablecimiento del equilibrio ecológico que, por fuerzas ajenas a la naturaleza, había quedado roto. Finalmente, el séptimo gravitaría sobre el rústico destilador y lo inundaría de luz para continuar produciendo el apreciado elixir. Así transcurrieron seis largos días y siete largas noches tras los cuales lograron finalmente restablecer la normalidad. Al séptimo día el Sol los sorprendió inundando de luz la isla al mismo tiempo que les anunciaba que ya podían regresar. Y cuentan que ese viernes día siete, a media mañana, los siete cabritos que aterrizaron sin gloria alguna en el tejado de aquella casa de fachada de color verde lima, partieron de él convertidos, ahora, en siete palomas blancas que desplegaron sus alas, y que emprendieron el vuelo y desaparecieron en el firmamento para consolidarse como una Constelación de estrellas muy jóvenes, llamada Pléyades, cuyo significado en griego es “palomas” y que también es conocida como “Los Siete Cabritos”. LILÍ

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EL MONTE DE LA CARA Lucía Desde muy niña observaba cómo en la parte superior de aquel monte se iba formando día tras día un saliente que, cada vez con más fuerza, tomaba la forma de una enorme cara. En las paredes de la montaña los canteros habían dejado formas de animales, hombres, carros... que poco a poco iban desapareciendo, pero aquella cara seguía allí, por lo que aquel lugar fue conocido como el monte de La Cara. Honorato fue un trabajador y contaba historias. Tenía ciento un años y su memoria era prodigiosa. Me gustaba conversar con él, era uno de los de mayor edad en la residencia a la que yo acudía a diario. De él escuché muchas leyendas de mi pueblo que yo ignoraba. Honorato era oriundo de Desierto Altzaga y recordaba historias que le habían contado sus antepasados y que, a su vez, fue transmitiéndome a mí. -Honorato... -le comenté en una de aquellas conversaciones que a lo largo de la tarde manteníamos- ya de aquello no queda nada. Han edificado grandes empresas y han hecho unos hermosos paseos, también han plantado grandes árboles; hoy no lo reconocerías. Si un día nos lo permiten voy a sugerirle a la dirección de la residencia que podamos realizar un viaje hasta allí. Yo lo intentaré y, si es necesario, recurriré a instancias mayores, pues me gustaría que lo vieses. -Anastasia –me preguntó entonces Honorato-: ¿continúan estando allí las tres cruces? -Allí siguen -le contesté. -Verás -recordó entonces-, no sé si será cierta la historia que se cuenta de ellas, pero un buen día un cantero se puso muy enfermo con una grave infección en la boca debido al mal estado de su dentadura. Nadie podía hacer nada por él, por lo que le subieron al monte La Cara donde se encuentran las tres cruces, que representan un Vía Crucis que se realizaba desde Desierto Altzaga haciendo un largo camino de peregrinación. Lo depositaron en la cruz y allí lo dejaron, la fiebre era muy alta y pensaron que moriría. Cuál no sería su sorpresa cuando a los cuatro días lo volvieron a ver totalmente sano y sin la muela. Los canteros que lo habían dejado allí -siguió contándome Honorato-, no daban crédito y gritaban: “¡Brujería!, ¡Brujería!”. Emeterio, que así se llamaba el hombre, estaba pálido. El capataz de la cantera lo trasladó a su caseta y le preguntó, un poco asustado, qué era lo que había ocurrido. Emeterio le refirió que había visto venir por el camino de la peregrinación a un corcel blanco con un anciano en sus lomos. El anciano, que tenía una gran cabellera blanca, una túnica y una vara en su mano izquierda, se bajó del corcel. 32

Emeterio se asustó y pensó que iba a morir pero aquello fue su salvación. Aquel hombre le mandó abrir la boca, le dio a beber de una pequeña botella que sacó de su alforja y, sin siquiera sentirlo, le quito la muela. No le dio tiempo a darle las gracias, solo pensó que este sería el famoso "Sacamuelas" del que tanto se oía hablar, pero al que nadie daba crédito. Yo escuchaba asombrada a Honorato. ¡Qué memoria tenía con aquellos años!... Aquel día había contado aquella historia, pero era como un diccionario, sabía de todo. -Hasta mañana, Honorato –me despedí de él al tiempo que le daba un beso. Ha pasado el tiempo y aún no termino de reponerme. Honorato falleció en la madrugada siguiente de un infarto. Cuando llegué a la residencia y vi las miradas de los allí presentes me asusté, fui entonces hacia la sala y me encontré su silla vacía. Solicité verlo, no me pusieron ningún impedimento, lloré ante él. Todos nuestros planes se habían ido al traste. Todo lo que aquel anciano me enseñó y que podía haber seguido aprendiendo de él se fue, se lo llevó. Quedé tocada hasta el punto de que aún guardo toda la documentación de la salida que le prometí para que volviese a ver cómo había cambiado todo lo que recordaba del monte La Cara. A la mañana siguiente subí hasta allí y tomé un puñado de tierra... Lo malo de aquella despedida es que no fue como a mí me hubiera gustado, sin embargo Honorato se llevó pero un poquito de tierra del monte donde continúan las tres cruces.

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AMELIA Mai Menes En el municipio de Abanto y Zierbena, situado entre La Balastera y Putxeta, nuestro barrio de Castaños se encuentra en medio. El eje central se halla en el pueblo de Gallarta, donde la mina de Concha II era entonces una explotación de mineral de hierro. En dicho barrio quedaron algunos paradigmas de nuestro pasado minero. Tenemos un área de descanso conglomerado a La Balastera, ubicado junto a las ruinas de los cargueros, lavaderos de mineral de solano y hornos de calcinación; en la actualidad existe un merendero, varios asadores y un pequeño estanque aprovechando el hueco redondo donde antaño daba vuelta la maquina del tren, que llevaba las vagonetas con el mineral. Cuenta la leyenda que hace muchos años en lo alto del camino, en una casita con un hermoso jardín, vivía una mujer llamada Amelia. Decían que podía leer el pensamiento de otras personas, pero no era una sorgina. Era guapa, su cabello largo y moreno, su piel suave como la de un bebé, y llevaba un vestido largo, ceñido a la cintura, con mangas largas y transparentes. La mujer recibía muchas visitas en su casa, eran caminantes que querían saber de otros, incluso los ricos poderosos deseaban saber cosas del futuro. Un día al atardecer, mientras se preparaba una taza de sus hierbas aromáticas, tuvo el presentimiento de que con la máquina con la que se transportaba las vagonetas iba a suceder algo, por eso se puso en marcha y, aligerando el paso, llegó al lugar donde estaban trabajando con el mineral y preguntó por el encargado. Dialogó con él hasta hacerle entender que revisara todo, desde la máquina hasta las vagonetas. -Hágalo cuanto antes porque va suceder un percance –le dijo. El encargado dispuso todo para revisar la maquinaria y así lo hicieron. Finalmente dieron el visto bueno porque todo se encontraba en perfecto estado. En aquel tiempo nuestras vagonetas no paraban de pasar y pasar cargadas con rocas recién sacadas de la mina. Un hombre llamado Benito trabaja cargándolas, pero aquella mañana sucedió una tragedia. Cuando cumplía con la tarea de agravar el mineral, no supieron nunca cómo, de repente la maquinaria se puso en marcha y le atropelló la vagoneta cortándole las dos piernas. Después de aquel fortuito accidente le pusieron dos piernas de madera, material del que se disponía en aquella época, y sus amigos le construyeron una especie de chabola en Balastera donde, con sus dos piernas de madera y acompañado con sus dos bastones, se movía con soltura. Con el tiempo Benito se decidió a poner un puesto de arreglo de calzado y estuvo unos cuantos años como

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zapatero del barrio aunque más tarde se bajó para Putxeta y regentó una pequeñita tienda de caramelos. Amelia no pudo dar crédito a lo que había sucedido. Ella había avisado y se preguntaba una y otra vez qué pudo producir aquel accidente; al final descubrieron que el freno del dispositivo falló. Tardó en recuperarse de aquella tragedia porque se echaba la culpa de lo sucedido, pero desde entonces los habitantes de aquel barrio de Castaños empezaron a creer en sus predicciones.

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LA LEYENDA DEL PUENTE EL SOBACO Ledis Esa mañana de invierno me desperté muy temprano y miré por la ventana como de costumbre. Hacía un viernes maravilloso y radiante, el sol había salido después de tantos días de lluvia. “¡Qué buen día!”, pensé. En las noticias escuché que venía un aire del sur y anticiclones. “Igual son por eso los cambios”, dije para mis adentros. Decidí ir a andar un poco por el bidegorri para desentumecerme de tanto tiempo agazapada en casa. Me puse mi ropa de deporte y zapatillas cómodas, mis auriculares enchufados al móvil, y salí escuchando mi música, mucha gente había coincidido conmigo para hacer lo mismo. Al llegar a la altura del túnel El Sobaco me detuve a observar su estructura y me pregunté el porqué de ese nombre tan particular. Un señor mayor de pelo canoso y aspecto muy agradable con txapela negra, vestido con pantalón azul, camisa de cuadros blanca y azul, que se apoyaba en una cachaba, y que también estaba paseando por la zona se me acercó al ver mi interés diciéndome: -Este túnel se creó en 1876... y por aquí pasaba el ferrocarril transportando hierro desde Galdames, pasando por el barrio la Labasterra, y llegando hasta Barakaldo. -El nombre de El Sobaco... ¿de dónde lo han sacado? -le pregunté curiosa. -Recibe ese nombre por su singular forma curva que impide ver la luz al final de la galería pero, según dicen también puede ser por la cantidad de hombres que pasaban por aquí sucios y malolientes por el trabajo duro de la minería... Se parecía a los sobacos de estos hombres. -¡Ja, ja, ja...! -nos reímos los dos. El hombre continuó hablando con interés, la historia se tornaba interesante, y como al parecer no tenía mucha prisa y yo tampoco, nos sentamos en un banco cerca del lugar. El calor del sol era muy agradable. -Cuentan que hace mucho tiempo -prosiguió-, era muy temprano, por la mañana, cuando todavía no había salido el sol y estaba oscuro ya que no había alumbrado eléctrico, de tantos idas y venidas unos hombres vislumbraron a una mujer cerca del túnel. Cuando pasaron cerca de ella, observaron que era hermosa, con largos cabellos dorados y que llevaba un vestido largo hecho de escamas plateadas. Percibieron todo esto porque el ferrocarril pasaba lento, además parecía que una luz iluminara el cuerpo de aquella mujer para darle un hermoso brillo, enamorando a todos con su presencia. La veían todos los días a la misma hora. Los hombres cada día se enamoraban más y más de aquella linda criatura, sentían curiosidad al ver a una mujer sola y a esas horas de la mañana... Nunca pudieron acercarse a ella para conocerla porque iban en el 36

tren. Cuentan que un día acordaron acudir andando hasta al túnel de El Sobaco en busca de ella. Fueron con linternas y, en la penumbra mañanera, vieron sombras que se movían, oyeron gritos, ladridos de perros, pero no encontraron a nadie. Parecía que solamente la podían ver cuando iban en el ferrocarril. Un escalofrío recorrió el cuerpo de todos ellos y el miedo les hizo salir de allí a todo correr. “Esto es obra del demonio”, comentaron persignándose, y ya no le prestaron más atención y, con el tiempo, su luz se fue desvaneciendo poco a poco hasta desaparecer. -Qué leyenda más interesante –asentí satisfecha. -No, txabala, no es una leyenda -afirmó con convicción-. Mi padre trabajó en el ferrocarril transportando hierro cuando era muy joven, y fue él quien nos la contó a mis hermanos y a mí cuando éramos niños porque él fue testigo de lo que pasó. -Muchas gracias por todo, qué interesante y agradable ha sido escuchar tu historia -le dije y me despedí de aquel señor tan amable con una sonrisa de complacencia en los labios por lo que había aprendido ese día, y continué con mi paseo percibiendo el aire del sur en mi cara.

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HAIKUS Homenaje del Taller de Escritura Creativa a Concha Méndez, María Zambrano, Clara Campoamor, Dulce Mª Loinaz, Josefina de la Torre, Rosalía de Castro, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Victoria Kent, Ernestina de Champourcin y Concepción Arenal, protagonistas de “Mujeres de Carne y Verso” de Paco Damas.

dulce tu lírica sutil femineidad en el recuerdo (Grizzel Mayea)

voz susurrante calamo entre los desos vocacional (Lucía)

mujer tu nombre olvidada de todos con vida propia (Goizalde)

corazón libre preciosa rebeldía perseverante (Ledis)

fuera prejuicios igualdad tolerable lucha sin tregua (Emeki)

esplendorosa profunda caminante sueños dormidos (Cari García)

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rebelde ser pasional huracán libre tu vuelo (Grizzel Mayea)

ecos de gaitas guerra de lengua profundo llanto (Lucía)

sombras al viento pintora de ilusiones obras maestras (Goizalde)

cautivadora amor ilimitado de gran influencia (Ledis)

libres ideas luchadora incansable independiente (Emeki)

emprendedora emperatriz de sueños incomprendida (Cari García.)

de verso único en tu Latinoamérica innovación (Mai Menes)

amanecer sol radiante de luz canto de pájaros (Estíbaliz Pérez)

por los derechos luchadora incansable dignos propósitos (Mai Menes)

ave que vuela jilguero soñador pájaro alegre (Estíbaliz Pérez)

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ÍNDICE Goizalde Al calor de la chimenea Entre amigas Haikus

7 24 38

Emeki Viaje sin retorno ¿Hacía dónde nos dirigimos? Haikus

11 26 38

Cari García Gómez Amaneceres dorados En el transcurso de la noche Haikus

13 27 38

Grizzel Mayea Rosa El hastío Los siete cabritillas Haikus

16 29 38

Lucía Cogido con alfileres El monte de La Cara Haikus

18 32 38

Mai Menes La estación Amelia Haikus

20 34 39

Estíbaliz Pérez Haikus

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Ledis El disfraz verde La leyenda del Puente El Sobaco Kaikus

22 36 38

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