Un mar de castillos peronistas -

Cristian Alarcón Un mar de castillos peronistas Primeras crónicas desorganizadas EDiTORIAL t; CHILE: ESA LLUVIA QUE NO MOJA • A» a última image
Author:  Álvaro Sosa Ruiz

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Cristian Alarcón

Un mar de castillos peronistas Primeras crónicas desorganizadas

EDiTORIAL

t;

CHILE: ESA LLUVIA QUE NO MOJA

• A»

a última imagen antes del exilio demoró treinta años en X-/llegar. Mis padres, m i hermano de un año y yo, de cuatro, estábamos sobre el bus que nos sacaría de La Unión, casi mil kilómetros al sur de Santiago de Chile, en la puerta de la casa de madera de los abuelos. Desde la ventanilla vi cómo se amontonaban los diez tíos Casanova y media aldea campesina para despedirnos. Eran unos treinta. Ella, m i abuela Aura, estrujaba con las manos el delantal que siempre usó sobre los batones floreados e intentaba no llorar. Cuando el micro aceleró y comenzó a moverse. Aura solo levantó la mano, y dijo adiós con los ojos achinados y húmedos. Cruzamos la Cordillera un 25 de junio, llovía como llueve siempre en el sur de Chile, de marzo a noviembre, con esa lluvia que no moja, que no embarra, que corre por la tierra siempre abierta dejando apenas unos riachos mínimos, desaparecidos al fin, esperando más. Llovió hasta Villa La Angostura, y luego hasta Bariloche. Allí dormimos en una residencia y esperamos a que pasaran las huelgas que paralizaban el país: habíamos escapado de la dictadura y de los fantasmas del pueblo en el peor momento, cuando el Rodrigazo de Isabel Perón. El dolor del destierro duró mucho: creo que hasta los veintitantos. Ya en la universidad casi convenzo a m i novia de la juventud de irnos juntos a Chile; todo lo que quería, lo que siempre quise, fue volver. Todas las lecturas de la adolescencia 69

habían sido una búsqueda del volver: desde el Donoso de

No!". Y luego: "Vamos a decir que No. Por la vida y por la paz".

El lugar sin límites, hasta el Donoso europeo de El jardín de al

Y cuando ganamos, vino la real realidad. Los gobiernos de la

lado, y luego incluso las novelas de Edwards, todo Parra, todo

concertación y la política de negociación permanente y entre-

Huidobro, todo el posboom. Más los épicos: La aventura de

gada con los restos no tan restos de la dictadura. Ese decir pero

Miguel Littín clandestino en Chile, y las de guerrilleros, como

no decir, ese juzgar pero no juzgar, la ambivalencia de los de-

esa nicaragüense extrema recomendada por Cortázar, La mon-

mocratacristianos y los socialistas que se mantuvo durante los

taña es algo más que una inmensa estepa verde. Queríamos

gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Freí y Ricardo Lagos. Si

aprender a disparar. No hubiéramos tenido miedo si había que

acaso las políticas públicas con un enfoque de género y cierta

matar. Leíamos cuentos y novelas chilenas con la desespera-

ahivez de la expresidenta Michelle Bachelet, presa y tortura-

ción del que busca una salvación cuando se está a la deriva, y

da durante el gobierno militar e hija de un general asesinado

hacíamos lo que fuera pensado que era la última cosa tal vez

por democrático, cambiaron el panorama político de fondo.

que haríamos de este lado de la Cordillera. Ahora no puedo

Aun así, durante ese período, revolución de los adolescentes

creer que haya vivido así. Debo haber tenido la edad de Camila

pingüinos de por medio, no hubo reformas consistentes en los

Vallejo, de Giorgio Jackson, los líderes estudiantes que son la

sistemas más injustos de Chile, el educativo quizá el más injus-

cara del movimiento que tiene contra las cuerdas al Estado chi-

to entre todos. Por eso, en estas nuevas marchas de la alegría

leno de hoy cuando decidí ir a probar qué era vivir en Chile en

que llenan las calles de Santiago, la política - l a de los partidos,

1991, 1992. Ya había llegado la democracia condicionada que

sobre todo la de la concertación- no tiene nada que hacer. La

dejó amarrada Augusto Pinochet. Las protestas en Santiago ra-

libertad de estos jóvenes revoltosos y creativos es otra: no le de-

leaban. El paroxismo político que fue la lucha por el No del

ben nada a nadie, pocas alegrías han recibido de la democracia

plebiscito contra Pinochet se había diluido. Instalado en casa

negociadora y negadora de sus padres.

de amigos en Santiago, fue duro percibir cómo en todo grupo

Solo como un ejemplo, Camila Vallejo, la dirigente de la Fe-

había un pinochetista, cómo hablar de derechos humanos to-

deración de Estudiantes de la Universidad de Chile - l a FECH-,

davía era tabú, cómo tener cualquier diferencia quemaba y do-

es hija de dos exmilitantes del Partido Comunista, se crió entre

lía. No lo soporté. Discutí de más, no pude acostumbrarme al

Macul y La Florida, dos barrios de clase media, y fue a una

silencio reinante, al atraso cultural, al corset ideológico. Volví a

escuela subvencionada. Estudió Geografía. Hacía muchos años

huir como en aquel bus. Dejé atrás la idea de "retornar", que es

que sus padres habían dejado el Comité Central del- partido

como se le llamó en Chile al regreso de los exilios. A muy pocos

comunista más fuerte de América Latina, después del cubano,

"retornados" les fue bien. Es un tema pendiente. La herida que

claro, cuando Camila volvió a ese lugar mítico. Es activa m i l i -

no sangra, que no sana.

tante de las juventudes comunistas pero n i siquiera esa identi-

Fue difícil para los retornados y para los que militaron

dad roja y tradicional se cuela en su rol de dirigente de todos

desde la izquierda contra la dictadura. El plebiscito por el No

y todas. "Vivimos en una sociedad más madura, que cree en

fue una fiesta: el arcoíris -que aún no era gay- identificaba la

un Estado que provea derechos básicos y que no todo esté al

campaña. Se cantaba "¡Viene, la alegría ya viene! ¿Hasta cuán-

libertinaje del mercado", es una de las frases que la definen en

do ya de abusos? ¡Hoy es tiempo de cambiar! ¡Voy a decir que

su discurso de llegada masiva. Es, estratégicamente, la cara de

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la revuelta estudiantil: bella por donde se la mire, ojos verdes y simpatía adorable, Camila es un icono y se deja ser. Entre los que maquinan las acciones diarias por la educación gratuita hay otros, quizá más moderados, pero para los "cabros" está claro que ella encarna la mejor comunicación posible con una sociedad machista hasta el asco pero sedienta de nuevos símbolos y códigos. La alegría vuelve, de otra manera. Quizá la mejor escena para enseñarles a los adultos qué es la política hoy fue el ensayo general del video Thriller de Michael Jackson: tres mil estudiantes maquillados y vestidos como zombis en la Plaza de La Ciudadanía, frente a La Moneda, donde murió Salvador Allende. Y todo a YouTube grabado por mil cámaras diferentes al instante. La convocatoria fue por Facebook y Twitter, las dos armas fundamentales del movimiento. Luego vino una carrera de estudiantes secundarios que llevan semanas alrededor del palacio presidencial. Se llama Corrida por la Educación. Se proponen correr en postas durante 75 días, algo así como 2800 kilómetros, Es apenas una más de las acciones. Esta semana hicieron una performance con quinientos cartuchos de gases lacrimógenos que coleccionaron durante la represión de las marchas. Frente a La Moneda Camila y sus amigos dibujaron el signo de la paz con los restos bélicos. Para coronar el repudio a la tradicional manera de escupir manifestantes con camiones hidrantes -guanacos, en chileno-, construyeron símües hechos con cartón. Los rodeó un batallón de tortugas ninjas vestidas en homenaje a los grupos especiales de carabineros: trajes tan sofisticados que les llevaron tres días de producción. A eso le sumaron un "Gagazo" por la educación, o sea una coreo masiva sobre un tema de Lady Gaga. Y otra más con axé, ese ritmo que se baila en el programa de Tinelli. Quizá la más tierna fue la manifestación de héroes y villanos de los superhéroes: desde Superman y Linterna Verde al Pingüino y Gatúbela, no faltó nadie. El último 3 de agosto la marcha de los estudiantes fue tan

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golpeada por los pacos que hubo doscientos detenidos. A l día siguiente, Camila Vallejo convocó por Twitter a un "cacerolazo contra la represión". Hasta ese día el cacerolazo para los chilenos era el recuerdo vago de algo que ocurrió en la Argentina hace diez años, cuando la crisis de 200 L La idea prendió como una chispa en un trigal seco. Todo Chile se incendió al calor de las ollas. En cada plaza se reunieron los vecinos, ya no los jóvenes solos, sino sus padres, sus abuelos, sus hermanos. El salto que dio la protesta la volvió noticia en el mundo. Y como si más torpe no pudiera ser, se descubrió que uno de los encapuchados que quemaron un auto en Valparaíso era un carabinero infiltrado. Desde ese día todas las noches hay cacerolazos en Santiago. Mis amigos chilenos grabaron el sonido de las cacerolas, y cada noche, además de golpear lo que encuentran, sacan los parlantes a las ventanas, y ponen play en el sonido de la época. Para allá parto esta semana, con esa imagen de la aldea campesina y Aura en la memoria, sin rencor, con alegría: decir adiós nunca es para siempre. Una mujer alta y rubia que fue entrenada para matar y no dejarse matar, una mujer que se salvó de una persecución salvaje de dos mil militares chilenos contra dieciséis guerrilleros del M o vimiento de Izquierda Revolucionario en las montañas del Sur, me recibe en una vieja y crujiente casa de Santiago. Es alta, un Aconcagua de mujer, con el pelo rubio teñido de rojo. A l final de la escalera, en un estudio tapizado de papel con sillones cubiertos de telas antiguas, se sienta de espaldas a la ventana por la que entra una luz crepuscular. Apenas alcanzo a verle los rasgos; de sus ojos verdes ocultos por el reflejo del sol solo puedo pensar que me escrutan como a los pacientes tratados aquí mismo en sesiones de terapia; es psicóloga. Me ha dado una oportunidad sin saber quién soy n i qué busco. Debo convencerla de que me cuente su vida. Hablo, intento resumir. Era un niño cuando nos refugiamos en la Patagonia argentina. Hasta ese momento, un junio frío como la niebla, había vivido al cuidado de una nana. 73

mi nana, una joven campesina venida del pueblo de Liquiñe. Se llamaba -¿se llama?- María Valencia. Aunque yo le había inventado un nombre. Le decía Yeya, m i Yeya. Era el tiempo de la Unidad Popular y Salvador Allende resistía aún el embate de los momios, la derecha que luego sería pinochetista, la que le diría Tatita al dictador. Pasábamos junto a María la mayor parte del tiempo solos, en una vieja casa alemana de madera, y en esas tardes, en esas noches en que m i madre hacía guardia en el hospital, María me contaba historias. Prefería siempre hablarme de su amor: el Comandante Pepe, un líder del MIR, que en las montañas ayudaba a los campesinos a tomarse los fundos madereros. Poco después del 11 de septiembre los m i licos fusilaron a Pepe y a otros once militantes del MIR en el regimiento de Valdivia. Le cuento a la mujer la historia y ella escucha y habla, pero ya no del pasado, sino de las calles otra vez llenas. Chile, con marchas y paros desatados a lo largo de toda su angostura, le parece, a lo lejos, cuando la noche cae sobre Santiago, no tan olvidadiza: quizá, piensa la mujer, en estos cabros que tienen al país de pie y sorprendido de su audacia, algo de aquellas luchas y de la resistencia a la dictadura haya sobrevivido al tiempo. Quizá -fuma y piensa- de esto se trate ese concepto con el que intenta curar algunas heridas en este consultorio, la memoria futuro. Es un viaje raro, porque llego a Santiago para dar una conferencia en la Cátedra Bolaño de la Universidad Diego Portales que se llamará "Crónica, memoria y ficción: vuelve, ya no será lo mismo". Es apenas un título para desgranar unas primeras reflexiones en torno a la historia con la que quiero construir un libro, quizá una novela. He pasado el verano entero investigando esa historia en el Sur, yendo de ciudad en pueblo, del mar a la montaña, buscando a los sobrevivientes de aquella gesta que comenzó el Comandante Pepe y luego continuaron otros en plena dictadura, cuando el M I R decidió enviar a Chile a militantes

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entrenados en Cuba, en Libia y en Vietnam, a combatir la tiranía, y claro, fracasó. Fue como el retorno de los montoneros, pero al campo. Muchos de esos miristas murieron en combate. Otros, como la colorada que fuma y fuma, sobrevivieron y después de tanto, comienzan a contar lo que recuerdan. No es fácil convencer a estos sobrevivientes de hablar. Han sido clandestinos adentro y fuera de Chile por años, han vivido con otros nombres, han sido otros y han visto de cerca la muerte. Sospecho que Uego en un momento especial: una a una las escenas se ordenan para dar paso a un relato nuevo, que escapa de los clichés del héroe revolucionario para volverse más reales en la calle. La mujer que me contactó con la rubia, por ejemplo. Cenamos en un restaurante de Bellas Artes, barrio bohemio y en reconstrucción cerca del centro, a cuadras de la Alameda. En esa cena la mujer -llamémosla Amanda-, que estuvo desaparecida y presa en el centro de torturas conocido como Villa Grimandi -donde también estuvieron Michelle Bachelet y su madre-, me saluda con un: "Y, argentino, ¿cómo ves ahora a m i Chilito? ¿Se puso lindo, no?". Así es con cada uno: los amigos que conocí en el año 89, en el 90, cuando la resistencia final a la dictadura, tienen la alegría de los que vuelven a creer. Todos han estado en el cacerolazo, todos han pasado a bancar a los estudiantes en las marchas, todos paran esta semana de paro nacional, y todos creen que esto apenas comienza. A juzgar por los miles de miles que salen del metro de Santiago en la estación Los Héroes, a juzgar por el entusiasmo de los grupitos de chicos armados de paraguas y nylon contra la lluvia, y de sus cantos, y de sus saltos, esto recién comienza. Algunos creyeron que la marcha de los estudiantes se suspendería: no solo llueve, sino que en los barrios altos cae nieve. Son las diez y media de la mañana y los que vienen de por allá, la zona más acomodada, reciben mensajes en los celulares. "Hueón, por m i casa ya está todo blanco", le comenta una nena de pelo fucsia a su consorte espigado. "Voy a llamar a la casa". 75

dice él. La noticia se riega por la Alameda, el primer tramo de

las marchas. Tienen cuarenta años, vivieron los ochenta con la

la marcha de los paraguas. "¡A luca el piragüitas, a luca!", gri-

misma fruición. Se endeudaron para mandarlos a la universidad.

ta un vendedor. Salen los paraguas como las sopaipillas fritas

La conexión de esta generación de padres con esta generación

en grandes cacerolas al costado de la manifestación. La torta

de hijos es fuerte, son un eslabón de cierto tipo de cambio. Esta

frita chilena alegra la mañana. Seis grados, lluvia helada y per-

semana uno de los treinta chicos y chicas que están en huelga

sistente, la calle se sigue llenando. El gobierno de Santiago ha

de hambre -algunos ya a punto de comenzar a tener secue-

impuesto un recorrido chino, comenzar en una zona alejada

las de por vida por la falta de alimento- habló con su mamá para

de La Moneda por la avenida Alameda, y doblar en una calle

convencerla de que debe continuar: "Me dijo que ya no le i m -

estrecha de una zona comercial periférica, para hacer un buen

portaba lo que le pasara a él -contó la madre, una trabajadora

trecho luego por un barrio de galpones y talleres mecánicos de

de un barrio popular-, que ahora sigue adelante porque quiere

persianas bajas. Todo al paso de los estudiantes tiene las per-

que sus hermanitos sí puedan ir a la universidad". Con la marcha

sianas bajas: los medios han insistido con los enfrentamientos

detenida mientras comienzan a tocar los grupos invitados, frente

de lo que llama los encapuchados, los jóvenes más revoltosos,

a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile, el vapor

los que prenden barricadas de gomas y leña para cortar calles.

de las cien mil bocas que parecen respirar acompasadas cubre a

En la marcha la fiesta es todo lo que pasa: no hay capuchas más

la multitud de una bruma espesa. Es el frío del día más frío del

que para la lluvia que no parará hasta el

año. Nieva en Santiago y ellos están allí sin moverse. Una nena

final.

n •

, TAÍ""

con la cara llena de piercings recibe un llamado. Escucha. Corta. La marcha se vuelve angosta pero más consistente sobre la ca-

"De m i colegio llamaron a m i papá", cuenta. "Le preguntaron si

lle Blanco Encalada. En la porción más divertida una banda de

sabía dónde yo estaba, les dijo que en el colegio. Pero no. Ahora

músicos sopla los vientos y saca una marcha que agita a la multi-

estoy castiga". Sus amigos se ríen y la rodean para apretujarla.

tud hasta el salto desenfrenado. Dos nenas de no más de catorce

Se viene un pogo general de paraguas. Es cómico saltar con los

y sus pololos se han cubierto enteros con bolsas de consorcio,

paraguas. Llevo uno que había en la casa de m i amiga, con un

vendidas en el camino a una quinta parte que los paraguas. Son

print de postales de Río de Janeiro. Y m i novio, a m i lado, uno

como teletubbies punkis saltando sin parar. En las piernas, chu-

naranja. No nos perdemos nunca en la multitud porque somos

pines; en las cabezas sombreros inventados con nudos estrafala-

identificables desde lejos. Luego nos veremos en las fotos del dia-

rios. Tienen esa felicidad irredenta que solo existe en la fruición

rio El Mercurio entre todos esos pingüinos, saltando en un pogo

de la política juvenil. No les importa nada. Dicen que perderán

a ritmo tropical. El canto, ese tema de no sé quién pero que se

el año, y qué. Así piensan los estudiantes, los secundarios y ios

pega luego durante la semana entera: "Tus besos son los que me

universitarios. El diario El Mercurio publica una noticia para

dan alegría, tus besos son los que me dan el placer, tus besos son

matizar el éxito del movimiento masivo: una escuela privada

como caramelos, me hacen llegar al cielo, me hacen hablar con

de ricos recibió a diecinueve alumnos de escuelas tomadas

dios". Lo toca Chico Trujillo, banda de lo que ya se conoce como

con altísimos promedios pero protege sus identidades porque

la nueva cumbia chilena, un encuentro entre el rock y el ritmo

temen que sus compañeros quieran lincharlos. La mayoría de

que en realidad define la identidad chilena con mayor justicia y

los padres o "apoderados" apoyan a sus hijos en las tomas y en

memoria. Entre los pogueros del ritmo pasa, intocado, un viejo

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profesor, un señor de lentes con aire allendista. "El Chicho" está presente: en grafitis, en remeras, en conversaciones. Se habla de los planes que algún día tuvo la Unidad Popular para la educación. "¡Güeña, Chicho!", le grita uno al profesor. Risas. Y la masa

En la calle, el día del paro, los manifestantes entrenados en esquivar el agua del guanaco y en devolverles a los pacos las bombas de gas lacrimógeno, también parecen de un optimismo político de otra época. Los que decidieron que había que mani-

arranca con el lema que no abandonan más: "¡Y va a caer, y va

festarse por la Alameda, de lejos lucen como salidos de un video

a caer la educación de Pinochet!". Parece que regresar es volver

de los ochenta. Los camiones hidrantes se pasean por la anchura

al futuro. La mujer que recuerda las luchas perdidas, la sobrevi-

de la Avenida, reyes del centro; los de paro se corren del chorro

viente, su amiga, los que quisieron cambiar el mundo, de pronto

asqueroso juntos, en bloque, hasta ponerse tras un quiosco de

pueden creer en su descendencia. Los hijos están allí, caminan

revistas que usan como escudo. Avanzan, retroceden, lo hacen

por las grandes alamedas.

como un ejército pacífico que disfruta como el ratón que burla

La mujer entrenada para matar y no dejarse matar, la mujer que

das, más escupidores que llamas jujeñas. Hasta el mediodía las

al gato, como cien pulgarcitos contra varios gigantes con ruesobrevivió a la montaña y a los fantasmas de la montaña, se sorprende porque Camila Vallejo tiene un manejo impecable cuando sale al aire junto al que de lejos podría ser visto como su tutor o encargado, el presidente de la CUT y miembro, como ella, del

persianas del centro y todo el Santiago comercial -desde Providencia hasta el Cerro Santa Lucía, el mercado, y hacia el oeste Ñuñoa, y al sur La Florida- están bajas, clausuradas, como si esperaran el paso del huracán Irene. Hacia el mediodía la calma

Partido Comunista de Chile. La chica logra tener su espacio y no

se volverá estallidos dispersos, pero continuos. La protesta en su

parecer una acolita del profesor, no lo critica ni lo deja pagando

versión más chilena -pequeños focos que enloquecen y ponen

pero se nota su diferencia. La mujer entrenada en Cuba ve a Ca-

furiosos a carabineros- se desatará, y nadie sabe todavía que un

mila Vallejo y piensa que eso es memoria, ese cuerpo de mujer

chico muerto pondrá el primer mártir en las calles, un nene que

fatal, ese pañuelo al cuello, esa seriedad para plantarse ante Se-

al parecer pasaba, hijo de una familia pobre y evangélica.

bastián Pinera y decirle que se sientan a negociar con los doce

La protesta va súper, dicen los estudiantes, lástima los en-

puntos que exigen solo para empezar. La mujer que sobrevivió

capuchados: les encanta el nombre a todos, a los periodistas, a

a todos los combates, fuma por horas, llena su estudio de humo,

los pacos, al gobierno y a los mismos manifestantes pacíficos

repleta el cenicero y se envuelve en el halo misterioso del pasa-

que los detestan por violentos y desintegrados del movimien-

do a medida que la noche se hace más noche en Santiago. Los

to, por lúmpenes. Aquí al cabeza argentino se le tiene nombre:

ecos del paro nacional resuenan en el silencio de los días previos,

en distintas versiones básicamente se les dice o insulta: ¡flaites!

cuando el país que conoció el socialismo vuelve a mirar a sus jó-

El flaite es el gamín colombiano, el huachafo peruano, el naco

venes militantes y se pregunta, no ya un hacia dónde vamos, sino

mexicano. Usan esa ropa global que suma al pantalón ancho

un hasta dónde llegaremos. No hay quien haya quedado al mar-

caído, las Nike supersónicas y, en este caso, la capucha con pa-

gen de la crítica a todo el sistema político que significa la protesta juvenil: esta exguerrillera piensa que se viene lo mejor, el momento en que todo estalla y comienza un cambio lento pero imparable. La mujer de las m i l batallas perdidas es optimista. 78

ñuelo en la boca. Los estudiantes probos intentan aislarlos: son escenas como las de Mayo del 68, cuando entre los más furibundos había otros casi gandhianos, que pedían ya no arrancar adoquines del barrio latino para lanzarlos a la policía francesa.

Aquí los pacifistas se enlazan, y rodean a los flaites al grito de

muerto para causas políticas. Así sigue siendo vista la política

"si eres tan valiente, ¡sácate la capucha po flaite!", o "¡que se

por millones de chilenos.

mueran los flaites!". E l término no deja de ser interesante para

Los estudiantes se reunieron luego del paro en un espacio

ver cómo se divide l a sociedad más clasista del continente: los

mapuche en el sur de Chile, en Temuco, y aceptaron dialogar

expertos dicen que viene deflighter o volador, aquí usado para

con Pinera. En cada ciudad del interior del país con universi-

definir al fumador de marihuana o "volado", en chileno. En la

dades los estudiantes se han movilizado, y se ha parado el doble

calle dicen que en realidad viene de las Nike Air Flight, trucha-

día de huelga nacional. En Puerto Montt, al lado del mar, se

das en Chfle y rebautizadas Flight Airs. Los pibes las pedían en

marchó en bote por la crisis de la pesca. Ciudad en expansión,

las ferias chilenas como Flaiters. El flaite representa al caído, al

de crecimiento rápido en los noventa, hoy está sitiada por el

que no está en los planes de nadie, n i de los propios estudian-

desempleo y la pobreza. Marcharon veinte m i l por sus calles

tes rubios que lideran la protesta, y está en el odio de la clase

onduladas: y uno de ellos, un cantante bien puertomontino, de

media arribista como número uno: en 2005 una radio hizo una

esos que solo cantan en las esquinas y en los bares de Angelmó,

campaña "graciosa" llamada "Piteate a un flaite", algo así como:

se paró con su guitarra frente al guanaco de turno dispuesto a

mate a u n flaite. La sacó del aire por la denuncia de una diputa-

frenar el avance de la represión. Le dieron duro con el chorro

da socialista a la que le pareció too much el asunto.

»'

de agua pestilente, se aguantó, se aguantó, y cuando vio que ya

La diferencia entre los pacíficos y los violentos demora lo

le habían arruinado la guitarra, la agarró como una estrefla de

que el Estado tarda en volverse asesino. El paro nacional llegó

rock, y la partió contra el asfalto. En estos días invitado a un

con todo tipo de prevenciones, y de amenazas. En la tele se p o -

programa de T V habló para el país, para el mundo, y dijo: "No

día escuchar a cada rato a los ministros de Pinera -sobre todo al

agradezcan tanto por lo que hice, más bien salgan con las ca-

de Interior, Rodrigo Hinzpeter, cuya cabeza piden los estudian-

cerolas de sus casas y comiencen a golpear, hay que sumarse al

tes por la muerte del joven evangélico- advertir sobre lo que se

movimiento". La producción le regaló un instrumento nuevo.

venía los dos días de paro nacional "flegal". La mentada ley es

Parto, vuelvo a irme, dejo Santiago a las siete de la tarde, ano-

la ley que más usó - s i usó alguna- el dictador Augusto Pino-

checiendo, con los ojos llorosos no ya por la emoción de los pri-

chet para reprimir en la calle cualquier asomo de resistencia. El

meros días sino por el ácido y penetrante gas que lo llena todo,

estudiante Manuel Gutiérrez Reinoso cruzaba una pasarela - o

hasta el lobby y los pisos superiores del coqueto hotel pegado a la

puente peatonal- que une las comunas de Macul y Peñalolén

iglesia San Francisco, a pocas cuadras de la Moneda. El viaje fue

junto a un amigo y su hermano cuando sintió una molestia y

un regreso descomunal: desde la paz de la marcha de los para-

dijo: " M e llegó algo en el pecho". Era una bala de la Uzi 9 m m

guas y esa cumbia, la de tus besos son como caramelos, carame-

de un carabinero que declaró haber disparado al aire. Manuel

los, hasta esta sombra final previa al diálogo que ahora sí acepta

se desplomó. Eran las once de la noche. Lo velaron al día si-

el gobierno con los estudiantes después de las revueltas duran-

guiente, en su iglesia, y lo llevaron al cementerio unas 1200

te el paro nacional. Y en el medio esos recuerdos de la muerte

personas, trabajadores y vecinos de su barrio. Su familia no

salidos de las entrañas de los viejos protagonistas de la política,

quiso que Camila Vallejo o alguno de los dirigentes estuvieran

atónitos, sorprendidos, dispuestos a recordar sus propias luchas

en la ceremonia: dijeron que no permitirían que usaran a su

quizá solo porque pueden mirar atrás desde este Chile joven.

m

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