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Un Precioso y Poderoso Testigo de Jesucristo Por el Elder John M. Madsen El Elder John M. Madsen sirve como miembro de los Setenta de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El Antiguo Testamento es un precioso y poderoso testigo de Jesucristo, aunque hoy el nombre y título sagrado de Jesucristo no se encuentre dentro de sus páginas. De hecho, “Se han quitado muchas cosas claras y preciosas del libro” (1 Nefi 13: 28), pero el mensaje central y fundamental del Antiguo Testamento, y de hecho de todas las escrituras, es que la salvación solamente se puede encontrar en y por medio de Su santo nombre. TODAS LAS ESCRITURAS Y TODOS LOS PROFETAS TESTIFICAN DE CRISTO Jacob, el hermano de Nefi y un profeta del período del Antiguo Testamento, testificó: “sabíamos de Cristo y teníamos la esperanza de su gloria muchos siglos antes de su venida; y no solamente teníamos nosotros una esperanza de su gloria, sino también todos los santos profetas que vivieron antes que nosotros. He aquí, ellos creyeron en Cristo y adoraron al Padre en su nombre, y también nosotros adoramos al Padre en su nombre” (Jacob 4: 4-5; véase también 2 Nefi 11: 2-4). El Presidente José Fielding Smith enseñó que “toda revelación desde la caída ha venido por medio de Jesucristo, quien es el Jehová del Antiguo Testamento. En todos los pasajes en que se menciona a Dios y en los que se habla de su manifestación, se habla de Jehová. Fue Jehová quien que habló con Abraham, con Noé, con Enoc, con Moisés y con todos los profetas. Él es el Dios de Israel, el Santo de Israel; el que sacó a aquella nación de su cautiverio en Egipto, y el que dio y cumplió la ley de Moisés. El Padre nunca trató directa o personalmente con el hombre después de la Caída, y nunca se ha mostrado a no ser para presentar y dar testimonio del Hijo.” El Presidente Spencer W. Kimball declaró que: “los profetas del Antiguo Testamento desde Adán hasta Malaquías están testificando de la divinidad del Señor Jesucristo y de nuestro Padre Celestial. Jesucristo fue el Dios del Antiguo Testamento, y fue Él quien habló con Abraham y Moisés. Fue Él quien inspiró a Isaías y a Jeremías; y fue Él quien predijo, por medio de esos hombres escogidos, los acontecimientos del futuro, aún hasta el último día y hora.” No conozco ninguna declaración más poderosa que el magnífico resumen de la identidad y el papel del Señor Jesucristo que la declaración por la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles titulada “El Cristo Viviente” publicada al mundo el 1 de enero del año 2000, de la cual cito algunas frases claves: [Jesucristo] fue el Gran Jehová del Antiguo Testamento, el Mesías del Nuevo.
Bajo la dirección de Su padre, Él fue el creador de la tierra... Él dio su vida para expiar los pecados de toda la humanidad... Él fue el Primogénito del Padre, el Hijo Unigénito en la carne, el Redentor del mundo. Él se levantó de la tumba para llegar a ser “primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15: 20).... Algún día el volverá a la tierra.... Él gobernará como Rey de Reyes y reinará como Señor de Señores, y cada rodilla se doblará y cada lengua lo adorará. Cada uno de nosotros será juzgado por Él... Sus Apóstoles debidamente ordenados [testifican] que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios. Él es el gran Rey Emanuel, quien está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida, y la esperanza del mundo. JEHOVÁ FUE JESUCRISTO Jesucristo fue el Gran Jehová del Antiguo Testamento. ¿Donde encontramos esta verdad en las escrituras? Empezamos con el padre Adán, que aprendió acerca de la salvación por medio de Jesucristo y a quien se le mandó: “Enséñalo pues a tus hijos, que es preciso que todos los hombres, en todas partes, se arrepientan, o de ninguna manera heredarán el reino de Dios, porque ninguna cosa inmunda puede morar allí, ni morar en su presencia; porque en el lenguaje de Adán, su nombre es Hombre de Santidad, y el nombre de su Unigénito es el Hijo del Hombre, sí, Jesucristo, un justo Juez que vendrá en el meridiano de los tiempos” (Moisés 6: 57; véase también el versículo 52). A Enoc le fue mostrada la Crucifixión del Señor Jesucristo: “Y dijo el Señor a Enoc: Mira; y mirando, vio que el Hijo del Hombre era levantado sobre la cruz, a la manera de los hombres; y oyó una fuerte voz; y fueron cubiertos los cielos; y todas las creaciones de Dios lloraron; y la tierra gimió; y se hicieron pedazos los peñascos; y se levantaron los santos y fueron coronados a la diestra del Hijo del Hombre con coronas de gloria” (Moisés 7: 5556). Cuando los sacerdotes de Elkénah iban a sacrificar a Abraham a sus “ídolos mudos” (véase Abraham 1; 7-15), elevó su voz a Dios. Y a Abraham el Señor Jesucristo le declaró: “Abraham, Abraham, he aquí, Jehová es mi nombre, y te he oído, y he descendido para librarte” (Abraham 1: 16; véase también 2: 7-8). Abraham pudo testificar de allí en adelante que Su Salvador y Redentor y Libertador era el Gran Jehová. Abraham entendió que Jehová vendría a la tierra y ministraría entre los hombres como su Salvador y Redentor, según lo aprendemos de lo siguiente: “Y aconteció que Abram miró y vio los días del Hijo del Hombre, y se alegró, y su alma halló reposo, y creyó en Jehová; y Jehová se lo contó por justicia” (Traducción de José Smith [TJS] de Génesis 15: 12, en la Guía de Estudio de las Escrituras [GEE] pág. 217; véase también Génesis 22: 14; Helamán 8: 13-23).
El Señor le declaró a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob....YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.... Así dirás a los hijos de Israel: Jehová el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros” (Éxodo 3:6, 14-15). Entonces, según la versión Reina-Valera de la Biblia, el Señor le dijo a Moisés: “Yo soy JEHOVÁ .Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, más en mi nombre JEHOVÁ no me di a conocer a ellos” (Éxodo 6: 2-3). La TJS de este mismo pasaje se lee de manera diferente: “Y aparecí a Abraham, a Isaac, y a Jacob. Yo soy el Señor Dios Omnipotente; JEHOVÁ el Señor. ¿Y no era mi nombre conocido a ellos? (TJS de Éxodo 6: 3 en la nota b [Nueva Versión Reina Valera]). En la TJS también leemos: “Porque no te inclinarás ante ningún otro dios, pues el Señor, cuyo nombre es Jehová, Dios celoso es” (TJS de Éxodo 34: 14 nota b). Y en los Salmos leemos: “Sean afrentados y turbados para siempre [hablando de los enemigos de Dios]; Sean deshonrados y perezcan. Y conozcan que tu nombre es Jehová; Tú solo Altísimo sobre toda la tierra” (Salmos 83: 17-18; véase también 3 Nefi 11: 14). En el Nuevo Testamento, Juan registró las palabras del Salvador, las que confirman Su identidad como el Gran Jehová, o Yo Soy: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8: 56-58). Su testimonio ofendió tanto a los judíos que tomaron piedras para matarlo. (Véase Juan 8: 59). En estos últimos días, el Señor Jesucristo confirmó también su identidad como el Gran Jehová, o Yo Soy, que le habló a Abraham y a Moisés. En septiembre de 1830, el Señor le declaró al Profeta José Smith: “Escuchad la voz de Jesucristo, vuestro Redentor, el Gran Yo Soy, cuyo brazo de misericordia ha expiado vuestros pecados” (DyC 29: 1). En una revelación subsecuente por medio del Profeta José, el Señor declaró nuevamente: “Escucha y oye la voz de aquel que existe de eternidad en eternidad, el Gran Yo Soy, sí Jesucristo, la luz y la vida del mundo; una luz que brilla en las tinieblas y las tinieblas no la comprenden; el mismo que vine a los míos en el meridiano de los tiempos; pero los míos no me recibieron” (DyC 39: 1-3; véase también 38: 1). Entonces, cuando el Señor se apareció en majestad y gloria al Profeta José Smith y a Oliverio Cowdery en el Templo de Kirtland, José testificó: “Vimos al Señor sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y debajo de sus pies había un pavimento de oro puro del color del ámbar. Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el resplandor del sol; y su voz era como el estruendo muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía: Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre” (DyC 110: 2-4; véase también Apocalipsis 1: 13-18).
El Señor Jesucristo fue el Gran Jehová del Antiguo Testamento y el Mesías del Nuevo. Él es el “Cristo Viviente, el Hijo inmortal” del Dios Viviente, el Salvador y Redentor del mundo. LA SALVACIÓN VIENE SOLAMENTE POR MEDIO DE JESUCRISTO Consideremos algunas escrituras que muestran el mensaje fundamental y central del Antiguo Testamento; que la salvación se obtiene solamente en y por el nombre de Jesucristo. El libro de Moisés, que es la traducción del Génesis hecha por José Smith, revela que todos los profetas desde Adán hasta Noé comprendieron el plan de salvación o sea el evangelio (véase Moisés 5: 58-59). Ellos comprendieron que la salvación solamente llega “en el nombre de Cristo... y por medio de ese nombre” (Mosíah 3: 17). Por ejemplo, el Señor le dijo a Adán: “Si te vuelves a mí y escuchas mi voz, y crees y te arrepientes de todas tus transgresiones, y te bautizas en el agua, en el nombre de mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es Jesucristo, el único nombre que se dará debajo del cielo mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres, recibirás el don del Espíritu Santo, pidiendo todas las cosas en su nombre, y te será dado cuanto tú pidieres” (Moisés 6: 52; ver también6:57-62; 7:45-47; 8:19-24). El Libro de Mormón, que esencialmente es en su mayor parte un registro del Antiguo Testamento, confirma que los profetas de los tiempos del Antiguo Testamento conocieron el plan de redención y sabían que la salvación está solamente en y a través del nombre de Jesucristo. Nefi, el hijo de Lehi, dijo: “Pues, según las palabras de los profetas, el Mesías viene seiscientos años a partir de la ocasión en que mi padre salió de Jerusalén; y según las palabras de los profetas, y también la palabra del ángel de Dios, su nombre será Jesucristo, el Hijo de Dios. Y ahora bien, hermanos míos, he hablado claramente para que no podáis errar; y como vive el Señor Dios, que sacó a Israel de la tierra de Egipto,....no hay otro nombre dado debajo del cielo sino el de este Jesucristo, de quien he hablado, mediante el cual el hombre pueda ser salvo” (2 Nefi 25: 19-20; véase también 10: 3; 31: 2-21). El rey Benjamín testificó: ...Viene la salvación, sino por medio del arrepentimiento y la fe en el Señor Jesucristo Y el Señor Dios a enviado a sus santos profetas entre todos los hijos de los hombres, para declarar estas cosas a toda familia, nación y lengua, para que así, quienes creyesen que Cristo habría de venir, esos mismos recibiesen al remisión de sus pecados y se regocijasen con un gozo sumamente grande, aun como si él ya hubiese venido entre ellos... Y además, te digo que no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por la cual la salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo, el Señor Omnipotente, y por medio de ese nombre” (Mosíah 3: 12-13, 17; véase también 5: 7-8; 13: 32-35; 1 Nefi 6: 4; Alma 38: 9; Helamán 5: 9-11). Antes de que regresemos nuevamente al Antiguo Testamento, debemos tomar nota de que los antiguos profetas se refirieron a Jesucristo con diversos nombres o títulos, entre los que se incluyen: Dios, Jehová, Mesías, Salvador, Redentor, Libertador, el Dios de Israel, El Santo de Israel, y muchos más. También debemos tomar en cuenta que en la versión del Rey Santiago, (en inglés) la palabra hebrea para el nombre de Jehová casi siempre se
tradujo en el Antiguo Testamento como “Señor” o “El Señor”. Aparece así miles de veces en el Antiguo Testamento. Unos cuantos pasajes del Antiguo Testamento indican que la salvación se encuentra sólo en y por el nombre del Señor Jesucristo, que según hemos demostrado, era el Gran Jehová. En la mayoría de los pasajes siguientes, apropiadamente podemos agregarle el sagrado nombre y título de Jesucristo cada vez que se use Jehová. En los Salmos leemos lo siguiente: “Jehová [Jesucristo], roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio” (Salmos 18: 2 véase también el Salmo 27: 1). “Venid, aclamemos alegremente a Jehová [Jesucristo]; Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación” (Salmos 95: 1). “Tomaré la copa de la salvación, E invocaré el nombre de Jehová “[Jesucristo]. Salmos 116: 13). “He deseado tu salvación, oh Jehová [Jesucristo], Y tu ley es mi delicia” (Salmos 119: 174). “Porque Jehová [Jesucristo] tiene contentamiento en su pueblo; Hermoseará a los humildes con la salvación” (Salmos 149: 4). Del profeta Isaías leemos lo siguiente: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová [Jesucristo], quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la Salvación” (Isaías 12: 2-3). “Porque Jehová [Jesucristo] es nuestro juez, Jehová [Jesucristo] es nuestro legislador, Jehová [Jesucristo] es nuestro Rey; él mismo nos salvará” (Isaías 33: 22). “Yo, yo Jehová [Jesucristo], y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43: 11; véanse también los versículos 3 y 15). “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová [Jesucristo] de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel; Dios de toda la tierra será llamado” (Isaías 54: 5; véase también 41: 14; 44: 24; 48: 17; 60: 16; compárese con 3 Nefi 11: 14). Otros profetas del Antiguo Testamento dieron testimonios similares (tal como los hallamos en Job 19: 25; Jeremías 50: 34; Oseas 13: 4 Jonás 2: 9; Miqueas 7: 7; Habacuc 3: 8; Zacarías 9: 9), porque sabían, al igual que todos los profetas desde el principio, hacia quien debían ver para obtener la salvación. En el Nuevo Testamento, leemos estas poderosas palabras de testimonio dichas por el apóstol Pedro, quien acababa de sanar a un hombre en nombre de Cristo: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a
quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 1012; véase también 10: 43; Salmos 118: 22; Mateo 16: 13-16). Juan el Amado, el discípulo de nuestro Salvador, resumió el propósito de sus propios escritos y el de todas las escrituras cuando testificó: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20: 31; véase también 2 Nefi 11: 2-4; Jacob 7: 10-11; Alma 33: 14; Moisés 6: 63). En la Doctrina y Convenios, sección 18, el Señor declara: “Tomad sobre vosotros el nombre de Cristo, y declarad la verdad con solemnidad. Y cuantos se arrepientan y se bauticen en mi nombre —el cual es Jesucristo— y perseveren hasta el fin, tales serán salvos. He aquí, Jesucristo es el nombre dado por el Padre, y no hay otro nombre dado, mediante el cual el hombre pueda ser salvo” (DyC 18: 21-23). En la sección 20 de la Doctrina y Convenios, leemos lo siguiente: A fin de que fueran salvos cuantos creyeran y se bautizaran en su santo nombre, y perseveraran con fe hasta el fin; no solo los que creyeron después que él vino en la carne, en el meridiano de los tiempos, sino que tuviesen vida eterna todos los que fueron desde el principio, sí, todos cuantos existieron antes que él viniese, quienes creyeron en las palabras de los santos profetas, que hablaron conforme fueron inspirados por el don del Espíritu Santo y testificaron verdaderamente de él en todas las cosas, así como los que vinieran después y creyeran en los dones y llamamientos de Dios por el Espíritu Santo, el cual da testimonio del Padre y del Hijo... Y sabemos que es preciso que todos los hombres se arrepientan y crean en el nombre de Jesucristo, y adoren al Padre en su nombre, y perseveren con fe en su nombre hasta el fin, o no podrán ser salvos en el reino de Dios. (Dy C 20: 25-27, 29; véase también 76: 1; 109: 4). Vemos en los pasajes anteriores (así como otros que se podrían citar), que el mensaje central y fundamental del Antiguo Testamento, y en realidad de todas las escrituras, es el que la salvación solamente está en el y por medio del nombre de Jesucristo. EL ANTIGUO TESTAMENTO DA TESTIMONIO DE JESUCRISTO Consideremos ahora como es que el Antiguo Testamento brinda testimonio adicional del Señor Jesucristo. Quizá el relato del Señor resucitado cuando habla con dos de Sus discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24: 13-27) sirva de ilustración: “Entonces él [Jesús] les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24: 25-27). Que el Antiguo Testamento testifica del Señor Jesucristo y de Su gran misión de redención se ilustra adicionalmente en el relato de lo que ocurrió esa misma noche cuando el Señor
resucitado se apareció a sus discípulos. Lucas reporta: “Y [Jesús] les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (Lucas 24: 44-46; véase también los versículos 33-43). Las palabras habladas por Pedro en el día de Pentecostés indican que él entendía que el Antiguo Testamento testifica clara y poderosamente de Jesucristo: “Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer” (Hechos 3: 18). El apóstol Pablo también confirma que el Antiguo Testamento testifica clara y poderosamente de Jesucristo. Pablo le escribió a los santos en Corinto diciendo: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras. (1 Corintios 15: 3-4; énfasis agregado). LA LEY DE MOISÉS, LOS PROFETAS Y LOS SALMOS Solamente nos podemos imaginar lo que pudo haber sido estar entre Sus discípulos cuando el Señor resucitado se apareció y “les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las escrituras” (Lucas 24: 45). El Señor les recordó a sus discípulos que debían cumplirse todas las cosas porque así “está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lucas 24: 44). Consideremos brevemente lo que está escrito con respecto a Jesucristo en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. LA LEY DE MOISÉS ¿Cuál era el espíritu y la intención de la Ley de Moisés según se registra en el Antiguo Testamento? Nefi, el hijo de Lehi, lo explica: Y a pesar de que creemos en Cristo, observamos la ley de Moisés, y esperamos anhelosamente y con firmeza en Cristo, hasta que la ley sea cumplida. Pues para este fin se dio la ley; por tanto, para nosotros la ley ha muerto, y somos vivificados en Cristo a causa de nuestra fe; guardamos, empero, la ley, a causa de los mandamientos. Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados. Por lo tanto, hablamos concerniente a la ley para que nuestros hijos sepan que la ley ya no rige; y, entendiendo que la ley ya no rige, miren ellos adelante hacia aquella vida que está en Cristo, y sepan con qué fin fue dada la ley. Y para que, después de cumplirse la ley en Cristo, no endurezcan contra él sus corazones, cuando la ley tenga que ser abrogada. (2 Nefi 25: 24-27). El rey Benjamín testificó: “Con todo, el Señor Dios vio que su pueblo era gente de dura cerviz, y les designó una ley, si la ley de Moisés. Y les mostró muchas señales, y maravillas, y símbolos, y figuras, concernientes a su venida; y también les hablaron santos profetas referentes a su venida; y sin embargo, endurecieron sus corazones, y no
comprendieron que la ley de Moisés nada logra salvo que sea por la expiación de su sangre” (Mosíah 3: 14-15; véase también 2 Nefi 11: 4; Jacob 4: 5). Abinadí declaró: Y ahora os digo que se hizo necesario que se diera una ley a los hijos de Israel, sí, una ley muy estricta; porque eran una gente de dura cerviz, presta para hacer el mal y lenta para acordarse del Señor su Dios; por tanto, les fue dada una ley; sí, una ley de prácticas y ordenanzas, una ley que tenían que observar estrictamente de día en día, para conservar vivo en ellos el recuerdo de Dios y su deber para con él. Mas he aquí, os digo que todas estas cosas eran símbolos de cosas futuras. Y bien, ¿entendieron la ley? Os digo que no; no todos entendieron la ley; y esto a causa de la dureza de sus corazones; pues no entendían que ningún hombre podía ser salvo sino por medio de la redención de Dios. (Mosíah 13: 29-32). En Alma 25 leemos: Sí, y observaban la ley de Moisés; porque era necesario que la observaran todavía, pues no se había cumplido enteramente. Mas a pesar de la ley de Moisés, esperaban anhelosamente la venida de Cristo, considerando la ley mosaica como un símbolo de su venida y creyendo que debían guardar aquellas prácticas exteriores hasta que él les fuese revelado. Pero no creían que la salvación viniera por la ley de Moisés, sino que la ley de Moisés servía para fortalecer su fe en Cristo; y así, mediante al fe, retenían la esperanza de salvación eterna, confiando en el espíritu de profecía que habló de aquellas cosas que habían de venir. (Alma 25: 15-16; véase también 34: 10-14). Aprendemos más acerca de la ley de Moisés de parte del Señor resucitado quien les declaró a los nefitas: “He aquí, os digo que se ha cumplido la ley que fue dada a Moisés. He aquí, soy yo quien di la ley, y soy el que hice convenio con mi pueblo Israel; por tanto, la ley se cumple en mí, porque he venido para cumplir la ley; por tanto, tiene fin” (3 Nefi 15: 4-5). LOS PROFETAS Como hemos visto, todos los profetas —incluyendo los profetas del Antiguo Testamento— testifican de Jesucristo. Algunos pasajes de Isaías son representativos de todo lo que los profetas dijeron. Consideremos unos pocos. Por ejemplo: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7: 14). Mateo testifica que el nacimiento de Jesús a la virgen María fue en cumplimiento de la profecía de Isaías concerniente a Emanuel: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1: 21-23; véase también DyC 128: 22-24). Ahora veamos las palabras inmortales de Isaías que son conocidas por incontables millones de personas gracias a la obra musical El Mesías de Handel: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9: 6). ¿Quién es este “hijo”? ¿”De quién es hijo”? (Mateo 22: 42). ¿Quién es este “Dios fuerte, el Príncipe de paz” de que habla Isaías? Las escrituras revelan claramente quien es Él.
Él es Jesucristo, que nació en este mundo como el “Hijo Unigénito” (Jacob 4: 5, 11) de Dios “el Padre Eterno” y el hijo de María “según la carne” ( 1 Nefi 11: 21, 18). Él es Jesucristo, el largamente esperado “Mesías” el “Salvador” y “Redentor del mundo” (1 Nefi 10: 4-5), de quien todos los “profetas testificaron” (3 Nefi 11: 10). Él es Jesucristo, el “Cordero de Dios,” que fue “juzgado por el mundo”...y “fue levantado sobre la cruz” (1 Nefi 11: 32-33) y “crucificado” (1 Nefi 19: 10) “para expiar los pecados del mundo” (Alma 34: 8). Él es Jesucristo, quien, antes de condescender a “descenderá del cielo entre los hijos de los hombres” (Mosíah 3: 5), era ni más ni menos que el Gran Jehová, que le dio “la ley” a Moisés en el monte (3 Nefi 15: 5). Él es Jesucristo, “el Padre del cielo y de la tierra, el creador de todas las cosas desde el principio” (Mosíah 3: 8), cuya “expiación infinita” (2 Nefi 9: 7) efectúa “la resurrección de los muertos” (Helamán 14: 15). Él es Jesucristo, “el Juez Eterno de [los] vivos y [los] muertos” (Moroni 10: 34). Él es Jesucristo, “el Señor Omnipotente que reina, que era y que es de eternidad en eternidad” (Mosíah 3: 5). El capítulo 53 de Isaías es otra profecía gloriosa. Cumple el propósito y el espíritu de la profecía según lo explicó el apóstol Juan cuando declaró: “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19: 10). Isaías describe elocuentemente y testifica de la vida, del ministerio mortal y de la Expiación infinita efectuada por el Señor Jesucristo. También testifica que Cristo sería “Despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53: 3), que Él “llev[aría] nuestras enfermedades y sufr[iría] nuestros dolores” (versículo 4), y que seríamos curados “por su llaga” (versículo 5). Isaías también previó que a pesar de haber sido “angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero” (versículo 7). Los escritores del Nuevo Testamento y los profetas de los últimos días, testifican igualmente que la profecía de Isaías se refiere a la misión y a la muerte de Cristo. Quizá la evidencia más convincente confirmando que Isaías 53 es una profecía acerca del Señor Jesucristo, es el testimonio de Abinadí, el cual, al igual que el Libro de Mormón clama desde el polvo a todo el mundo (ver 2Nefi 26:12-17; 33:4-13; Mormón 8:14-24; Moroni 10: 27). Abinadí, a punto de ser martirizado a manos del rey Noé y sus sacerdotes, citó completo el capítulo 53 de Isaías (véase Mosíah 14) y explicó su significado (véase Mosíah 15), confirmando así su testimonio de que el Mesías que vendría y expiaría los pecados de la humanidad ¡era el mismo Señor de quien Isaías dio testimonio tan poderosa y proféticamente!
Es digno de tomarse en cuenta que Abinadí, de cara a la muerte, testificó de Cristo, que vendría para romper las ligaduras de la muerte, como si Él ya hubiera venido. Abinadí declaró: Ahora bien, si Cristo no hubiese venido al mundo, hablando de cosas futuras como si ya hubiesen acontecido, no habría habido redención. Y si Cristo no hubiese resucitado de los muertos, o si no hubiese roto las ligaduras de la muerte, para que el sepulcro no tuviera victoria, ni la muerte aguijón, no habría habido resurrección. Más hay una resurrección; por tanto, no hay victoria para el sepulcro, y el aguijón de la muerte es consumido en Cristo. Él es la luz y la vida del mundo; sí, una luz que es infinita, que nunca se puede extinguir; sí, y también una vida que es infinita, para que no haya más muerte (Mosíah 16: 6-9; véanse también los versículos del 10 al 15) Haríamos bien en examinar nuestro testimonio del Señor Jesucristo a la luz del testimonio de Abinadí. Finalmente, en Isaías 61 leemos: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí. Porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados” (Isaías 61: 1-2). Jesús no dejó duda alguna con respecto al significado de estas palabras proféticas. Habiendo comenzado su ministerio mortal, regresó a Nazaret “y en el día de reposo entró en la sinagoga....y se levantó a leer.” Les leyó Isaías 61: 1-2. Entonces cerró el libro, se sentó y dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (véase Lucas 4: 16-21). LOS SALMOS Ahora consideraremos algunos pasajes seleccionados de los Salmos. Es muy significativo que nos demos cuenta de que el Salvador y otros escritores del Nuevo Testamento citaron los Salmos con más frecuencia que cualquier otro libro del Antiguo Testamento. Empezamos con el salmo que contiene algunas de las palabras exactas que mencionó el Salvador mientras colgaba en la cruz estando en agonía indescriptible: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? (Salmos 22: 1; véase también Mateo 27: 46). Ahora consideremos estas palabras proféticas que describen gráficamente los sentimientos, la humillación, el sufrimiento y la agonía que sufrió el Salvador durante Su Crucifixión: “Todos los que me ven me encarneces; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía” (Salmos 22: 7-8; véase también Mateo 27: 39-43). “He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado;
me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos, Entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmos 22: 14-18; véase también Mateo 27: 35; Marcos 15: 24-25; Juan 19: 37). “El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; Y consoladores, y ninguno hallé. Me pusieron además hiel por comida, Y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Salmos 69: 20-21; véase también Juan 19: 28-30). En el salmo siguiente, vemos una clara referencia a la traición de Jesús por Judas: “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mí pan comía, Alzó contra mí el calcañar” (Salmos 41: 9; véase también 55: 12-13; Mateo 26: 20-23; Juan 13: 18-19). Algunos versículos de los salmos también nos dan referencias a pasajes del ministerio, las enseñanzas y la Resurrección de Jesucristo: “Pues a sus ángeles mandará acerca de tí, Que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, Para que tu pie no tropiece en piedra” (Salmos 91: 11-12; véase también Mateo 4: 5-6; 26: 53; Lucas 4: 10-11). “Entonces claman a Jehová en su angustia, Y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas” (Salmos 107: 28-29; véase también 88: 8-9; Mateo 8: 24-27). “La piedra que desecharon los edificadores Ha venido a ser cabeza del ángulo” (Salmos 118: 22; véase también Mateo 21: 42; Hechos 4: 10-12). “E [Dios] hizo llover sobre ellos maná para que comiesen, y les dio trigo de los cielos” (Salmos 78: 24; también véanse los versículos 25-27; Juan 6: 31-35). “Yo dije: Vosotros sois dioses, Y todos vosotros hijos del Altísimo” (Salmos 82: 6; véase también Mateo 5: 48; Juan 10: 34-36). “Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; Mi carne también reposará confiadamente; Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Salmos 16: 9-10; véase también Hechos 2: 22-23). “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Salmos 110: 1; véase también Mateo 22: 41-45). CONCLUSIÓN Por los pasajes que se han citado y otros muchos que se pueden citar, vemos que el Antiguo Testamento es un testigo de Jesucristo muy precioso y poderoso. Los profetas, antiguos y modernos, testifican solemnemente que la salvación es posible solamente en y por medio de Su santo nombre.
NOTAS 1. Doctrinas de Salvación, compiladas por Bruce R. McConkie, 3 vols. (1954-1956), 1: 25. 2. En Conference Report [El Reporte de la Conferencia] abril de 1977. Página 113; o en el Ensign de mayo de 1977, pág. 76. 3. Ensign, abril 2000, págs. 2-3 4. Ensign, abril 2000, pág. 3. 5. Debe tomarse nota de que en Moisés 6: 52 y 59 (así también en DyC 29: 1, 45-46), el Señor Jesucristo habla como si Él fuera Dios el Padre. Por la ley de la investidura divina, aquí en la tierra, el Hijo representa al Padre en todas las cosas, así que Él puede hablar como si fuera Dios el Padre. Para un mayor entendimiento de este principio, véase “El Padre y el Hijo: Una Exposición Doctrinal de la Primera Presidencia y los Doce” en Messages of the First Presidency of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, [Los Mensajes de la Primera Presidencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días], compilados por James R. Clark en 6 volúmenes (1965-1975), 5: 26-34. Se volvieron a imprimir en el libro escrito por James E. Talmage, Los Artículos de Fe (1951) páginas 512-520. 6. Véase Jesús el Cristo por James E. Talmage (1975 ) páginas 36-37. 7. Véase también Juan 1:14, 18; 1 Juan 4:9; 2 Nefi 25:12; DyC 49: 5; 76:13; 93:11; Moisés 5:57. 8. Véase también Gálatas 4: 4; 2 Nefi 32: 6; Mosíah 3: 8. 9. Véase también Juan 1: 41; 4: 42; Apocalipsis 5: 9; 1Nefi 1: 19; 10: 6-17; 2Nefi 2: 610; DyC 13: 18: 47; 43: 34; 93: 7-9. 10. Véase también Mosíah 3: 13; Helamán 8: 13-23. 11. Véase también Juan 1: 29; Moisés 7: 47. 12. Véase también Mateo 28: 5; Hechos 2: 36; 1Nefi 19: 9, 13-15; 2Nefi 6: 9; Mosíah 3: 9; 15: 7-9; DyC 20: 23; 45: 52. 13. Véase también 1 Pedro 3: 18; Mosíah 3: 11-18; Alma 22: 14; 33: 22-23; DyC 35: 2; 46: 13; 53: 2. 14. Véase también Juan 1: 14; 6: 38; Hebreos 2: 9; Mosíah 3: 6-8; DyC 88: 6. 15. Véase también Juan 1: 3; Hebreos 1: 2; 2 Nefi 9: 6; Alma 11: 39; Helaman 14: 12; 3Nefi 9: 15; DyC 38: 1-3; 76: 24; Moisés 1: 33. 16. Véase también 2 Nefi 2: 6-10; Alma 34: 8-16; 36: 17-18; DyC 76: 40-42, 69. 17. Véase también Filipenses 3: 21; 1 Juan 3: 2; 2 Nefi 9: 9-13, 21-22; Jacob 4: 11-12; Alma 11: 42-45; 40: 23; Helamán 14: 16-19; DyC 88: 16-17. 18. Véase también Juan 5: 22; Hechos 10: 34-42; Romanos 2: 16; 14: 10; 2 Nefi 9: 1317, 41; Mosíah 3: 10, 18; 3 Nefi 27: 13-15; Mormón 3: 20-22; Moisés 6: 57. 19. Véase también Mateo 28: 18; Efesios 1: 22; Apocalipsis 19: 6; Mosíah 3: 6-8, 18; 5: 15. 20. Véase Doctrinas de Salvación 1: 21-23; Jesús el Cristo páginas 48, 689; Mateo 8: 17; Juan 12: 38; Hechos 8: 27-35; 1 Pedro 2: 24-25. Fuente: http://rsc.byu.edu/es/archived/selecci-n-de-art-culos/elder-john-m-madsen-un-precioso-ypoderoso-testigo-de-jesucristo