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1° PREMIO POESÍA
Visiones, quejas y gritos
Seudónimo: Toxi
Momento de inspiración
Hay algo de locura en lo que concebimos. En realidad, no hacemos otra cosa que consentir aquí lo nuestro. De nosotros fluye el venal líquido que pulsa la blanca virginidad de la materia. Así, se vierten en el papel nuestros íntimos fantasmas, angustias y un amor quemado como un hierro hondo que aún late sordamente, tan de nuestra carne como nosotros mismos. Son dones arrancados, impalpable sangre en la hemorragia de nuestro ser, inánimes palabras que se dan a la vida en otras pupilas, en otros entendimientos
para también hacer posible allí lo nuestro. Somos la savia viva del arte, la mansedumbre que se consume a gritos en un caldero de silencio y soledad, simplemente peleles hemoptísicos que vomitan sus tisulares poemas en la graficación de un alma. Ella nos transubstancia, nos engendra en nosotros mismos.
Hablo desde
Vi la melancolía del poeta,
las tierras calcinadas,
el círculo de largos buitres
aleteando en un corazón con causa.
Vi pateras repletas de hambre y muerte.
Vi grandes ojos y bocas muy pequeñas
habitadas por lágrimas, pisadas en las calles
como basura de banqueros.
Vi prostituidas voces en lupanares adoctrinados
-con broncíneos leones en la puerta-
donde se peleaban las ideas.
Vi a los grandes políticos del robo
y sus grandes gargantas en el oscuro interior.
Vi al rey de los elefantes
y no era un dios el árbol carcomido
por la podrida patria.
Hablo desde la sangre y el vacío,
hablo desde el dolor, desde la indignación,
desde los tuétanos y el silencio hablo,
desde el altar y el presbiterio - que consienten y callan-,
en medio de la noche insana e insomne,
desde las cucarachas y las ratas
del nuevo vasallaje,
más allá de la cima del odio,
y desde los reptiles-hombres que habitamos la tierra,
hablo desde el amor,
desde la desesperación,
desde el poema.
Gritad
Gritad por los recortes del gobierno, gritad a los que no les recortan, gritad por los paraísos perdidos, gritad por el rey de los elefantes, gritad, porque Dios no existe, gritad para que exista, gritad por los inversores que nos arruinan, gritad por tanto mártir hipotecado, gritad por la inmoralidad de los banqueros, gritad por tanto miserable suelto, gritad por los indignados del mundo, gritad por los niños robados, gritad por el hambre de los demás, gritad por las vacas gordas, gritad porque sí, gritad porque no,
gritad por esta herida que es la vida: un turbión de espesa queja gritándonos en el cerebro.
En profundo
Cae, gotea la belleza del instante del verso. Se arrastra la música. La palabra se desnuda en silencio en el espacio blanco del folio teñido por las serpientes de la melancolía. Sangra por la furia de las rosas, por las espinas del recuerdo. Enciende el rubor de la pátina de estos versos adormecidos, tristes, oscuros, iluminados débilmente por un rayo de luz que se apagará para que yazcan en el ataúd del olvido.
El poeta se queja
Así vosotros, oh mortales, no conocéis la extenuación ante el rostro serio de la mesa. Las úlceras de nuestro oficio arden igual que fieras navajas bajo la luz de lámparas hastiadas. No conocéis la impiedad del alcohol ni el antropófago abrazo del desconsuelo en horas que se clavan como martillos en un yunque. El poeta muere cada día de angustia y olvido en el purpúreo amanecer, sin voz sus agostadas venas pues ya no hay nada nuevo que decir ni más túnica o tela que cortar en la longitud del tiempo.
Cuando las ondas de flamígeros címbalos arden en el ritual de entronización de los laureados, miras, ahogado en soledad, la cumbre del Parnaso desde el grotesco rostro de tu apresurado cántico, al que le sangran los versos, y te sientes en el fuego mientras contemplas tus palabras corriendo por el folio como si fuesen perros despavoridos que huyeran del maltrato de su amo.
La búsqueda
Subía por las horas desde el zaguán de las tinieblas hasta el ático mismo de las tinieblas, en la profundidad de la tristeza, - para qué, se decía-, con los ojos cerrados, ya marchito y difunto, sin gloria, tras el indomable verso. Y bajaba temblando en la escalera hacia las alcantarillas de los sobajados prostíbulos del arte, con manos imprecisas, naufragas, senescentes, luminosas en sus finos contornos, exactas en el símbolo. Y pensaba que no era búsqueda sino fin
y que aún estaba infinitamente vivo sin saberlo, y que su madre se escondía en él, y que aún era posible el poema, y que no era la búsqueda del verso virgen sino la imperceptible necesidad de ser amado lo que le hacía escribir.