(E N T R A D A L I B R E Y G R A T U I T A) Proyección del documental de Claude Lanzmann

(E N T R A D A L I B R E Y G R A T U I T A) Proyección del documental de Claude Lanzmann “SHOAH” Lugar: sede local de Izquierda Unida (Avda. de Grana

3 downloads 74 Views 300KB Size

Recommend Stories


G A S T O N W A L T E R G R A N D A r q u i t e c t o
GASTON WALTER GRAND A r q u i t e c t o ______________________________________________________________________ A N T E C E D E N T E S P R O F E S I

R E T R A T O D E M A R T A R O B I N
RETRATO DE MARTA ROBIN Jean Guitton Título original francés: “Portrait de Marthe Robin” Bernard Grasset. París. PREFACIO ............................

E l S e g u n d o F r e n t e d e G u e r r a c o n t r a B a t i s t a
1 S i e r r a d e l E s c a m b r a y El Segundo Frente de Guerra contra Batista ¿ C ó m o s e f u n d o e l f r e n t e d e g u e r r a d e l E s

Story Transcript

(E N T R A D A L I B R E Y G R A T U I T A) Proyección del documental de Claude Lanzmann

“SHOAH” Lugar: sede local de Izquierda Unida (Avda. de Granada 24, bajo) Día: Viernes 5 de mayo de 2006. Hora de inicio: 20’00 h. Duración: 9 horas y media.

El Ayuntamiento de Jaén (con mayoría del PP) no ha hecho nada por impulsar la moción de aprobada en el 2000 para hacer un homenaje a los resistentes republicanos en Mauthausen. Por eso convocamos a quienes estén interesad@s a dedicar una noche de nuestras vidas a estar junt@s y ver el mejor documental elaborado sobre los campos de exterminio. Ese es un buen modo de sentir y estar presentes en la memoria de los derrotados. ¿Por qué proyectar este documental de nueve horas y media de duración, de forma seguida… "Porque sólo así, de un solo trago, con la pausa necesaria para que no duelan demasiado los huesos y para alimentarse... sin romper el hilo del recogimiento y el sobrecogimiento, se percibe en toda su delicada verdad el hilo de seda que segrega la advertencia de Claude Lanzmann de que la enorme Shoah no es troceable a la manera que no lo son un pensamiento y una oración, pues sólo en la captura de la totalidad circular, en el apuramiento del tiempo cerrado sobre sí mismo donde flota éste supremo instante del cine considerado como forma de conocimiento, es posible entrar dentro y allí percibir la filigrana de la construcción formal que lo sostiene". (Ángel Fernández Santos, en "Un silencio inabarcable", sobre el documental “Shoah” de Claude Lanzmann. El País, 23 de abril de 2003).

5 de MAYO de 2006: COMPROMISO EN LA JORNADA DE LA MEMORIA DE LOS RESISTENTES REPUBLICANOS ESPAÑOLES EN LOS CAMPOS NAZIS DE EXTERMINIO.

C

omo lo hicieran los sobrevivientes en el campo de exterminio de Mauthausen aquel 16 de mayo de 1945, hoy, tod@s nosotr@s, habitantes y ciudadan@s, hombres y mujeres de la ciudad de Jaén, podemos y debemos declarar nuestro compromiso con aquel juramento: “Por la sangre derramada por todos los pueblos y los millones de seres humanos sacrificados, asesinados, inmolados por el fascismo-nazi, juramos no abandonar jamás el camino que nos hemos trazado”. La humanidad los ha ido olvidando y nuevas guerras volvieron. No hace mucho, de nuevo, se puso en marcha la maquinaria de guerra. Una guerra contra los excluidos, que constituyen la mayor parte de la humanidad. Una guerra, se dice, permanente y preventiva, contra el pueblo de Iraq que puso en marcha el gobierno de EE.UU y sus aliados, que intenta liquidar la memoria y la conciencia pacifista surgidas tras la II Guerra Mundial. Una guerra global entre militarismos y fundamentalismos que pretende dominar, repartirse el mundo, apropiarse de la riqueza energética estratégica e imponer el neoliberalismo. Que pagan muy caro los de abajo, los que viven por sus manos, las verdaderas víctimas de las guerras. De nuevo el estado de excepción se extiende por amplias zonas del planeta. Sabemos bien lo que nos acecha. Y sabemos, también, que de donde nace el peligro nace la salvación. No podemos mirar hacia otro lado. Debemos vivir de una manera más sencilla, sencillamente para que todos puedan vivir. Debemos y podemos rechazar las guerras y a quienes las organizan. Podemos y debemos echar tierra en el engranaje de esas máquinas del terror, desde cada sitio o lugar donde nos encontremos cada caul. Desobedecer a la guerra, expulsarla de nuestras vidas y de la historia. Construir y extender una cultura de la no violencia.

R

ememorar a los resistentes republicanos españoles en los campos de exterminio nazis, a todas las víctimas del pasado, de un siglo XX que, junto a avances muy importantes en las condiciones de vida y del conocimiento, ha visto morir a millones de personas, que ha visto Hiroshima y Nagasasaki, que ha vivido también la muerte y el terror en nombre de ideas de liberación bajo el estalinismo. Ahora se preparan nuevas guerras de confrontación entre civilizaciones, culturas y por el control de los recursos esenciales para la vida. Rememorarlos es redimirlos. Traerlos al presente, hacerlos nuestros, para seguir proyectando y trabajando por un horizonte de liberación de la humanidad. Siguen allí. Los traemos de Gusen y Mauthausen a nuestra memoria, a nuestra ciudad. Porque tenemos, como dijera Walter Benjamín, una cita secreta entre aquellas generaciones que fueron y la nuestra. Hoy celebramos esa cita. No olvidamos. No podemos olvidar. No podemos olvidarlos, no podemos olvidaros. Por nosotros mismos. Por los por venir. La lucha por la liberación de la humanidad debe continuar. El egoísmo no es una salida posible para la mayoría. Nuestro mejor sueño tiene que ver con nuestro compromiso. Nada importante se hace sin esfuerzo. Ese es nuestro compromiso. Ese es nuestro juramento. Otro mundo es necesario. Juntos, con todos aquellos que intentaron construir un mundo mejor, seguimos hacia delante. Luchamos y rememoramos, como lo hicieron otros antes, para hacer posible un mundo mejor. Su compromiso redimido. En un lugar del mundo llamado Jaén andados cinco días del mes de abril del año dos mil seis.

Entrevista con el documentalista Claude Lanzmann

“Sobrevivir a los campos de exterminio es lo anecdótico” El director de “Shoah” explica su visión de la vida y la muerte después del exterminio nazi.

Por Gerard Bague. Publicado en el diario El País el 09 de Enero de 2006.

C

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-1489-2006-01-09.html

omo en un viaje por el reino de la muerte exhumando cadáveres que le sirvieran para representar lo irrepresentable. Así se sintió el director de cine Claude Lanzmann (París, 1925) durante los 12 años de gestación de su película documental sobre el Holocausto, la monumental y para muchos definitiva “Shoah” (1985), de nueve horas y media de duración. El director francés cerró hace unos días el encuentro internacional “El arte y la memoria de los campos”, organizado por la Cátedra de Arte y Cultura Contemporáneos de la Universidad de Girona (UdG), en la que se proyectó su mítica película Shoah. Lanzmann es también director del magazine “Les Temps Modernes”, que fundaron Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. “Durante la larguísima preparación del film me invadió la sensación de vivir entre muertos. El reino de la muerte había triunfado. Cuando encontraba a algún testigo vivo, tenía la sensación de exhumarlo.” El cineasta afirma que “Shoah” no es un film sobre los sobrevivientes del exterminio, sino “sobre el último instante, sobre la radicalidad de la muerte en las cámaras de gas, sobre los únicos testigos de la aniquilación de todo un pueblo”. En la película no hay historias individuales. “Casi nunca dicen yo, dicen nosotros. Nadie cuenta por qué combinación extraordinaria de coraje, audacia o suerte consiguió sobrevivir, o como ha sido su vida después. Eso no tiene importancia. Ni lo pregunté. Sobrevivir es lo anecdótico, es lo que contó Steven Spielberg en su película.” Para Lanzmann no existen sobrevivientes. “No me gusta la palabra sobreviviente. En realidad todo el mundo está muerto. A los testigos yo los llamo resucitados. Son espectros.” El director de cine viajó por medio mundo para escoger los testimonios de su película. “Lo difícil no fue encontrarlos, fue persuadirlos para hablar.” Lanzmann quiso, antes de ponerlos ante la cámara, saberlo absolutamente todo de ellos. “Debían decir cosas muy duras y difíciles. Sin duda tendría que ayudarlos y necesitaba saberlo todo antes.” La puesta en escena es fundamental en Shoah, aunque se trate de un film documental. “Debía inventar la realidad del film, hacer un film de creación”. Algunos de los testigos le dijeron que lo sucedido en los campos de exterminio era irrepresentable o que sería mejor no hablar de ello. “Me dijeron que filmar el Holocausto era imposible. Tenían razón, por eso lo hice.”

L

anzmann gusta decir que el film está, en cierto sentido, fuera del espacio y el tiempo. “Lo filmamos en Polonia, pero el lugar donde transcurre es la conciencia.” Y respecto al tiempo, añade: “Muchos piensan que una cosa tan horrible sólo puedo pasar fuera del tiempo humano”. Además, el cineasta parisino cree que el Holocausto se ha situado en un tiempo legendario porque se trata de “un crimen perfecto sin rastro”, en el que todo estaba destinado a no dejar huellas. Ahí, advierte, se han apoyado los negacionistas del Holocausto. “Se abrieron las fosas para quemar los cadáveres y después los huesos fueron machacados para convertirlos en polvo que fue esparcido por los bosques.” Lanzmann insiste en diferenciar claramente los campos de concentración de los de exterminio. De éstos casi no hay imágenes, de ahí que rechazara utilizar los archivos fílmicos para construir su film. Los documentales filmados por los aliados en el momento de liberar los campos, con excavadoras moviendo montañas de cadáveres, no tienen nada que ver con los campos de exterminio de Polonia. “Esas víctimas era prisioneros de campos de concentración muertos en gran medida a causa de una epidemia de tifus.”’

Lanzmann, el francés que filmó lo irrepresentable

La historia contra el olvido “Si sobrevivo, sólo quiero una cosa: que me den cinco panes para comer”. Beatriz Sarlo Reflexiones sobre “Shoah”, el documental de Claude Lanzmann, que reconstruye la Historia desde detalles en apariencia triviales, siquiera anecdóticos, materializando así los temas ideológicos, proponiendo una nueva mirada sobre la memoria.

C

laude Lanzmann, en "Shoah" (1), responde a un desafío que plantea toda reconstrucción histórica que no se piense a sí misma segun leyes autosuficientes de objetividad. Dejará hablar a los testigos y a los restos, durante diez horas, para captar en una película aquello que por su naturaleza se resiste a la comprensión: el holocausto judío durante el régimen nazi. La estrategia de Lanzman se origina en una idea: que los restos materiales de los campos de concentración pueden proporcionar, debidamente interrogados por la cámara, un sentido. Insiste en registrar y en repetir los rieles que conducían a los condenados hacia Treblinka y los caminos embarrados de Chelmno, las explanadas sobre las que se descargaba el contenido humano de los vagones, las chimeneas de los crematorios, los dinteles y las puertas hoy sin muros que rodeaban al campo, algunas piedras que fueron pisadas por los condenados en su camino hacia la cámara de gas. Registra también el sonido chirriante de los trenes, el choque de los empalmes entre vagones, el ruido de motores y de máquinas. Filma deshechos con la idea que de la insistencia sobre estos restos de una arqueología fúnebre puede extraerse un sentido. Confía a la materialidad subsistente de los campos de exterminio, la construcción de explicaciones sobre el exterminio. Sabe que sabemos, pero también cree que no sabemos lo suficiente. O mejor dicho, que sabemos del horror de la Solución Final, pero no nos hemos enterado suficientemente de su mecánica y de su administración. Lanzmann pregunta a los testigos y a los sobrevivientes, y también a los verdugos, detalles en apariencia triviales: si hacía frío esa noche de la llegada, si las mujeres también debían desnudarse y dónde se las agrupaba, si el viaje hasta los campos de concentración había sido realmente insoportable por la falta de agua o alimentos. Lanzmann filma paisajes casi bucólicos: las dunas del campo de concentración en Belzec o el plácido rio Ner que pasa por Chelmno.

E

stos paisajes cumplen una doble función: se muestran como “escansiones” del relato, por una parte; se muestran como ejemplos de que no hay felicidad natural que, allí en Polonia, no lleve desde comienzos de los años cuarenta el estigma de la muerte: sobre las dunas, un resto de chimenea o un muro que delatan el campo de exterminio; junto al Ner, la carretera barrosa donde algunas veces los camiones-cámaras de gas arrojaban, después de una frenada brusca, su carga de judíos que no terminaban de morir y a quienes algún oficial daba un tiro de gracia. Por eso, a los chóferes se les recomendaba una velocidad media y sin sacudidas. Frente a la muerte, paisajes y preguntas pueden parecer poco significativos y, sin embargo, a partir de ellos, en el modo arqueológico de quien reconstruye a la bestia partiendo de un hueso, el perfil material de la muerte abandona el infierno de las generalidades. El film se ocupa largos minutos con el corte de pelo a las condenadas o con la disposición de los pasillos y galerías que ordenaban la línea de producción de muerte en el campo. ¿Quién pagaba los pasajes de los judíos hasta los campos de exterminio? La pregunta sólo es banal desde una perspectiva de superficie: responderla proporciona un ángulo no operístico sobre la muerte de millares; organizar el exterminio requirió de nuevas y complicadas tecnologías. Por eso Lanzmann hace también las preguntas que menos se hicieron y que, inesperadamente, disparan las respuestas más impresionantes porque reorganizan el aprendido discurso sobre la represión, la crueldad y el número. Pregunta a los oficiales nazis cuáles eran sus instrucciones, no las de una política general, sino las pequeñas y cotidianas que tenían que ver con la disposición de los cadáveres y la relación entre número de muertos y posibilidad de incinerarlos. Si este número no mantenía una relación más o menos armónica, comenzaban a acumularse los cadáveres, el olor nauseabundo, las posibilidades de una peste. Shoah demuestra que la tarea de matar no era sencilla y, por este camino, convence sobre la deliberación de todo lo actuado, sobre la excepcionalidad de la Solución Final, sobre su poder para teñir todo el régimen nazi.

L

anzmann no usa ni una sola imagen de archivo: prescinde de las fotografías de cuerpos macilentos, de cadáveres amontonados, de niños portando la estrella amarilla sobre el abrigo. Sostiene, implícitamente, que estos documentos han dado, por ahora, todo lo que podían dar. Fueron vistos miles de veces y si no han perdido su verdad documental, nos han ido acostumbrando a su horror. Construye Shoah, entonces, con otras imágenes, que todavía no habían rendido la significación de la que son portadoras, o, para hacer justicia a la estrategia de Lanzmann, la significación que él les extrae. Shoah está pensada sobre la repetición y, en este sentido, la sintaxis de la película copia la repetición de los actos sobre los que habla. La monotonía de una empresa de exterminio es inevitable, en la medida en que la decisión del régimen nazi fue la de terminar con todos los judíos en un tiempo que no podía ser infinito. Esto diferencia fuertemente al Holocausto de otras empresas de represión, tal como, además, es puesto en evidencia por el debate de los historiadores alemanes. Podría decirse que Shoah abre el interrogante sobre las condiciones de posibilidad material de la empresa y que sobre ello interroga a sobrevivientes y a victimarios de un modo frío e insistente. La pregunta materializa los temas ideológicos: ¿cómo alguien pudo pensar que la Solución Final era posible? Y no sólo desde la perspectiva moral, sino también desde los problemas abiertos ante su planificación concreta. El resultado a que llegan estas cuestiones no es para nada banal: quien fuera colaborador de Les Temps Modernes sabe que una represión tiene su momento materialmente repugnante y no sólo su etapa de ideación. Por eso, Shoah insiste en el detalle no para delinear el campo de la anécdota individual sino para presentar lo concreto de la historia, la perspectiva que coloca a su objeto, más allá de la emoción, en el registro material de la administración de la muerte. Por eso, también, las imágenes finales de Shoah no registran la topografía de los campos, ni las caras de sus víctimas sobrevivientes. Por el contrario, la historia del exterminio termina sobre un paisaje fabril de la cuenca del Ruhr, que empuja a pensar cuáles son los lazos (metafóricos, simbólicos, ideológicos o sociales) que se anudan entre los hechos de la década del cuarenta y el presente. Lanzmann recorre ese paisaje de fábricas con la pregunta silenciosa:¿qué queda de ese pasado en el presente?. Y sobre esas fábricas se escucha su voz leyendo la instrucción secreta del Reich emitida el 5 de junio de 1942 acerca de los cambios que es necesario introducir en los camiones-cámara de gas para que estos cumplan eficazmente su doble propósito de matar y trasladar. Shoah carece de alegato final o, mejor dicho, se niega absolutamente a otro alegato que no sea, nuevamente, el del registro histórico de la técnica desplegada en el exterminio.

I

nstrucciones simples e higiénicas sobre cuántas “piezas” cargar en los camiones y las ventajas que acompañan la disminución del número de “piezas” para la celeridad y eficacia de la faena. Son relaciones materiales cuantificables: a menos judíos, más gas venenoso; a más gas, menos tiempo de duración operativa, mayor velocidad del transporte, mayor seguridad de que todos lleguen muertos a destino. La historia del niño judío que salva su vida porque puede cantar agradablemente y aprender las canciones que le enseñan los SS (“cuando los soldados marchan por la calle / las muchachas abren las ventanas”), mientras los campesinos polacos también ven y escuchan, da una dimensión de la vida cotidiana bajo el nazismo que es menos concesiva que aquellas que trabajan la hipótesis de que, aún bajo el horror, la vida continuaba. Lanzmann quiere más bien decir: la vida, a veces, continuaba en el horror y esto es lo que vale la pena recordar. La constancia del horror puede no destruir materialmente todo, pero al mismo tiempo nadie se salva de esa presencia permanente. Entre dos posibilidades de discurso (no se sabía nada / no se quería saber) Lanzmann trabaja con la idea de que aun los gestos menos hostiles llevan la carga de la época. Por ejemplo, el gesto con que los aldeanos polacos le avisan a los judíos que su viaje en tren es hacia la exterminación. Una y otra vez esos campesinos se pasan el dedo índice por la garganta, indicando el próximo degüello, una forma rural de la muerte que los alemanes habían reemplazado por la tecnología del gas. Repetido hoy, ante la camara de Shoah, el gesto es obsceno. (…)

¿Por qué Lanzmann filma “Shoah”? La pregunta es sobre la necesidad de este film. Después de todo lo que se escribió y se filmó sobre el holocausto ¿cuáles pueden ser las razones de esta película? Lanzmann recopila un saber sobre los campos de exterminio y, en este sentido, Shoah tiene la hipótesis de que siempre se sabe demasiado poco, que lo que se sabe tiene la fragilidad de un discurso que puede ser olvidado y, por lo tanto, que es necesario volver una y otra vez sobre ello, porque el tiempo, las ideologías, la política de los estados, el cansancio de la culpa (como dice Habermas en su debate con los historiadores), o el cansancio que produce la monotonía del horror, carcomen ese núcleo de saber que comenzó a constituirse en la posguerra. Ha pasado casi medio siglo y es preciso levantar nuevamente el monumento que recuerde el horror, no para intensificar ese recuerdo sino para poner un obstáculo a su quizás inevitable deterioro. Las imágenes impactantes de los años cuarenta y cincuenta se han percudido y frente a eso Shoah quiere devolverles el esplendor fúnebre que tuvieron. Como en el diálogo escrito por Marguérite Duras para Hiroshima mon amour, la película de Lanzmann repite: no has visto nada en Treblinka.

L

a relación entre memoria y olvido puede ser objetivada en un discurso, pero para que la relación exista, debe también existir el documento que dé a la memoria por lo menos tanta fuerza como al olvido: el documento que se imponga como sustento de la memoria y que la memoria tiende, inevitablemente, a rechazar. En efecto, la historia de los historiadores y la historia presente en la memoria colectiva son distintas: “Para el historiador, Dios mora en los detalles. Pero la memoria se subleva, denunciando que los detalles se han transformado en dioses”.(2) Lanzmann corre el riesgo de esta sublevación, de la que se defiende a partir de una definición de lo que es detalle: aquello que menos conocíamos. No el primer plano de la muerte, sino el plano lejano de un paisaje nevado, de

un bosque agitado por el viento, de una aldea campesina, donde estuvo el campo de concentración. Si el detalle de la muerte subleva a la memoria, otro detalle, el de las cabelleras de las mujeres judías que caían bajo las tijeras del peluquero judío antes de entrar a la cámara de gas, enfrenta la sublevación de la memoria con la sorpresa de que todavía sabemos muy poco de Treblinka. Las horas en que suceden los hechos (por ejemplo las horas registradas en el diario de un dirigente judío como Czerniakow, el mismo dia de su suicidio) son tan importantes para Lanzmann como la muerte, precisamente porque pueden restituir una noción concreta de tiempo, que el olvido oblitera en un flujo de desastres cuya repetición los condena a perder su caracter individual y, por lo tanto, a integrarse en un relato convencional, repetitivo, hipercodificado: una narración, cuya letra conocida destruye la extrañeza y la distancia.

L

a cuestión pasa entonces por una materialidad nueva que el detalle acumula sobre la muerte conocida y en proceso de olvido. Aun cuando se piense que se sabe, en esta seguridad de saber hay un malentendido: sobre este punto, sobre el holocausto, nunca puede saberse todo y, tampoco, nunca podrá resignarse a un saber parcial que es a la vez inevitable (como de toda práctica) y enemigo de la memoria. En cuanto se acepte “saber menos” se aceptará la posibilidad de olvidar. Y, si se acepta la posibilidad de olvidar, lo siguiente no es la repetición (puede o no serlo) sino el acto de resignar los valores que el holocausto destruyó junto con la destrucción de los judíos. Volver a la cuestión no es, entonces, una actividad meramente del recuerdo fáctico, sino del recuerdo de las razones de la condena. Los detalles pelean por la presentificación del pasado para hacer presentes los valores que en ese pasado fueron afectados por unos y defendidos por otros. En este sentido, Shoah no intenta un movimiento sólo reconstructivo sino prospectivo. No dice solamente “esto se hizo”, sino “esto pudo (y puede) ser hecho”.

(1) Shoah, presentada por la AMIA y la Sociedad Hebraica Argentina, fue proyectada en Buenos Aires en 1989 y posteriormente emitida, durante cinco días consecutivos, por una de las empresas de televisión por cable. La película dirigida por Claude Lanzmann, fue filmada y editada a lo largo de cinco años, y concluída en 1985. Producida por Le Films Aleph e Historia Films con la participación del Ministerio de Cultura de Francia, tuvo como directores de producción a Stella Gregosz-Quef y Séverine Olivier-Lacamp; los asistentes de investigación fueron Corinna Coulmas, Iréne Steinfeldt-Levi (también asistentes de dirección) y Shalrni Bar Mor; los directores de fotografía fueron Dominique Chapuis, Jimmy Glasberg y William Lubchansky; la cámara estuvo a cargo de Caroline Champetier des Ribes, Jean-Yves Escoffier, Slavek Olczyk y Andrés Silvart; los sonidistas fueron Bernard Aubony y Michel Vionnet; el montaje fue realizado por Ziva Postec y el montaje de sonido por Daniella Fillios, Anne Marie L’Hôte y Sabine Mamou. El film tiene aproximadamente diez horas de duración. Shoah lleva como epígrafe el siguiente texto de Isaías, 56, V: “Yo les daré un nombre imperecedero”; las primeras palabras que se escuchan, sobre la primera imagen, son pronunciadas por un sobreviviente del ghetto de Varsovia: “Me dije: Soy el último judío, voy a esperar la mañana, voy a esperar a los alemanes”. (2) Josef Hayim Yerushalmi, “Reflexiones sobre el olvido”, en Y. Yerushalmi, N. Loraux, H Mommsen, J. C. Milner y G. Vattimo, Usos del olvido, Nueva Visión, Buenos Aires, 1989, p. 24. * Artículo publicado en: Punto de vista. Año XII, Nº 36 - Buenos Aires, diciembre de 1989. Para localizarlo en Internet:

http://www.fmh.org.ar/revista/19/lahist.htm

Si esto es un hombre Los que vivís seguros En vuestras casas caldeadas Los que os encontráis, al volver por la tarde, La comida caliente y los rostros amigos: Considerad si es un hombre Quien trabaja en el fango Quien no conoce la paz Quien lucha por la mitad de un panecillo Quien muere por un sí o por un no. Considerad si es una mujer Quien no tiene cabellos ni nombre Ni fuerzas para recordarlo Vacía la mirada y frío el regazo Como una rama invernal. Pensad que esto ha sucedido: Os encomiendo estas palabras. Grabadlas en vuestros corazones Al estar en casa, al ir por la calle, Al acostaros, al levantaros; Repetídselas a vuestros hijos. O que vuestra casa se derrumbe, La enfermedad os imposibilite, Vuestros descendientes os vuelvan el rostro. “Si esto es un hombre” de Primo Levi, sobreviviente, escritor y testigo en el campo de exterminio de MONOWITZ-AUSCHWITZ número 174517. Puedes descargarte la moción de IU (que redactó F. Javier Aguilera con mucha sensibilidad y tras un largo trabajo de documentación) en el Ayuntamiento de Jaén con el título “EN MEMORIA DE LOS RESISTENTES JIENNENSES EN LOS CAMPOS DE EXTERMINIO NAZIS”: •

Moción: http://www.iujaen.org/documentos/mocionCamposExterminio/mocionMemoriaResistentesJaenCamposExterminio.doc • Anexo con listado: http://www.iujaen.org/documentos/mocionCamposExterminio/anexo.doc

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.