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EDUCAR RECONOCIENDO LA DIGNIDAD Y SINGULARIDAD DE LA PERSONA P. Carlos Francisco Zúñiga Pesantes, S.J. Director del Colegio San Ignacio de Loyola Jesuitas – Piura La familia constituye la unidad esencial del tejido social, en cuyo contexto se ubica la persona humana. Como espacio vital, la familia, puede ofrecer las características y factores básicos para vivir y desarrollar a plenitud las facultades o potencialidades humanas que convierten a cada persona en singular y digna en el espacio y en el tiempo, por tanto, aporte para la sociedad a lo largo de la historia. Sin embargo, la sociedad postmoderna que privilegia por doquier al individuo y su libertad como fin en sí mismo, en la mayoría de veces, presenta condiciones adversas a esta finalidad de dignificación y por tanto de ejercicio pleno de derechos y deberes de la persona y la humanidad. Frente a esta situación sombría que parece haber asumido la sociedad, se considera que hacer el bien como ejercicio pleno de la libertad y por tanto fruto del amor humano, es una responsabilidad de las instituciones y las personas que creen firmemente en las facultades humanas como un don de Dios. En la formación del futuro profesional del país se toma en cuenta como punto de partida el contexto en el que vive y se va a desempeñar; pues el desempeño profesional tiene una radical “forma comunitaria” y como profesional participa de la vida de los hombres – por tanto de la familia‐ en medio del mundo.
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Hoy día el hombre está enfrentado a un nuevo tipo de crisis y no es posible dar respuestas sin entender el tipo de crisis que se atraviesa. Se vive en una coyuntura donde la crisis de la economía en cuanto tal se está desenvolviendo en combinación con una crisis ecológica y climática a escala mundial. En realidad, estima François Chesnais en "Discutir la Crisis" (Revista Herramienta No 39 octubre de 2008, Argentina) que se está ante el riesgo de una catástrofe, pero no ya de los sistemas económicos en sí, sino de una catástrofe de la humanidad. Se vive una situación catastrófica en la cual la naturaleza, tratada sin la menor contemplación y golpeada por el hombre en el marco de un sistema consumista y depredador, reacciona ahora de forma brutal. Es una actitud autodestructora. Si no se hace nada, el calentamiento global cobrará sus víctimas. Entre el 20% y 30% de las especies vivas podrían haber desaparecido de aquí a un cuarto de siglo. El cambio climático repercutirá fuertemente hasta en la especie humana misma. Aparecen epidemias, el acceso al agua se dificulta cada vez más y se encarece y con ello la disputa por las tierras se acentúa como nunca. Estamos acabando con la naturaleza, pero no percibimos que ella a su vez nos amenaza. La crisis actual viene a expresar no solo los límites históricos de los propios sistemas económicos. Estamos enfrentados a la vez a una crisis de la modernidad que considera a la naturaleza como un objeto de explotación. En síntesis se está ante una crisis de la civilización que integra estas diferentes dimensiones. Una dimensión fundamental en la actual crisis sistémica, en la opinión de Samir Amin1 , “¿Debacle financiera, crisis sistémica? Respuestas ilusorias y 1
Véase: www.observatoriocrisis.com.
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respuestas necesarias", es el acceso cada vez más difícil a los recursos naturales, si se compara la situación de hoy con la de hace siete décadas. Durante la Gran Depresión del siglo XX, la escasez relativa de los recursos naturales nunca fue un elemento a tomar en consideración. El actual sistema consumista de producción impide para la mayoría de los habitantes de este planeta ‐los pueblos de los países del Sur‐ el acceso a sus recursos naturales. En tiempos pasados un país emergente podía satisfacer su demanda de recursos sin poner en discusión los privilegios de los países ricos. Sin embargo, en la actualidad esto ya no es el caso. Los países ricos‐ un 15% de la población mundial‐ acaparan anualmente, por su estilo de vida y patrones de consumo, el 85% de los recursos del planeta. Ante la creciente escasez, los países ricos difícilmente van a permitir que países emergentes accedan más a sus propios recursos. El conflicto por los recursos naturales entre Norte y Sur constituye por lo tanto el eje central de la lucha actual y de tiempos venideros. Los efectos o consecuencias de la post modernidad, a la luz de los aportes o tesis defendidas en este enfoque, son de primera prioridad para el análisis y la comprensión del proceso de formación como columna vertebral de la humanización, en consecuencia sienta las bases para la búsqueda de nuevos horizontes en la educación de la persona humana, por tanto de los profesionales. Estos efectos, a nuestro modo de entender la sociedad actual latinoamericana, los podemos resumir en tres ideas clave: •
El proceso acelerado de la modernidad fruto de la globalización de la
economía, de la ciencia, la tecnología y las comunicaciones impacta 3
abruptamente en pocas décadas en América Latina. De la tranquila comunidad cargada de valores rurales y comunitarios se pasa a una turbulenta sociedad del consumo y de la competitividad. Los grandes avances de la ciencia y la tecnología muy relacionados con los derechos individuales, no acaban de “cuajar” en una mentalidad marcada por los valores del trabajo cooperativo y del individuo colectivo. Esta es una explicación del porqué mucha gente vive sin referencias claras, pues no acaba de entender cómo las instituciones y las autoridades destacan y estimulan muchas veces al individuo singular, desprovisto de valores como la solidaridad, la honestidad, el amor a la vida que tanta importancia tuvo en la comunidad. Es decir, la dignidad humana como una expresión del ser de la persona se convierte en una utopía pasada o reservada a los “santos o cultos” que no pertenecen a esta sociedad. Por tanto, la libertad del hombre es insospechada, que puede llevar al individuo a tal extremo de enfrentarlo con los demás, cuando más bien se trata de hacerse persona en interacción con los demás. •
Lo que define a la ciencia y la técnica modernas, principal expresión de
modernidad, es la racionalidad instrumental en contraposición a las actividades humanas orientadas por la espiritualidad de la persona. Esta actitud y acción de predominio del pragmatismo surge por el desencantamiento de la naturaleza a la que se le concibe como recursos naturales de la cual se sirve el hombre como simples medios para satisfacer sus necesidades sin tomar en cuenta principios fundamentales de la sostenibilidad y sustentabilidad de los mismos. En comunidades modernas extremadamente positivistas, mal llamadas “desarrolladas”, los recursos son 4
medios necesarios a cualquier costo si la ciencia “dicta” que es un avance del conocimiento del hombre, por tanto se abandona la idea del alma y del ser de la persona, por tanto de la integralidad de la persona humana. De esta manera, la ciencia y la técnica fragmenta al hombre de la naturaleza y trae consigo la pérdida de la visión sistémica y del equilibrio ecológico. •
La persona humana al dejar su ser “donal”, deja o renuncia a su mayor
valor de la reciprocidad y las buenas relaciones sociales. Esta destrucción del sistema social de la entrega al otro, vale decir del amor por el otro, en cuanto otro da origen al mercado, por tanto al dinero que el Estado garantiza y preserva como el valor más alto del desarrollo de las naciones. Hoy el mercado define casi todas las actividades y la vida de las personas, haciendo de la libertad del hombre una independencia o autonomía negativa, lo que aleja del sentido comunitario y de la libertad como un proceso de autodeterminación personal. Hoy la técnica resuelve límites (limitaciones), por eso ocupa el corazón de la cultura, pues pareciera que el hombre desea superar a Dios, lo que hace que no acepte límites, así remplaza a la religión por la ciencia. Frente a esta crisis, las sociedades latinoamericanas están tomando conciencia de su dignidad y buscando nuevos caminos y nuevas opciones educativas: •
Algunos países han iniciado reformas educativas que tienden a
responder a los retos de la realidad de los pueblos para liberarlos de las
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servidumbres culturales, sociales, económicas y políticas que se oponen a su propio desarrollo. •
Otros países tratan de adecuar el sistema educativo al mundo del
trabajo, logrando apreciables éxitos. Así mismo se orientan a la apertura de carreras intermedias y a la educación no formal. •
Se empieza a notar un movimiento por revalorizar las culturas
nacionales autóctonas y para rescatar la identidad de los pueblos. •
Cada día crece el clamor de los pueblos por educar a sus hijos, pese a
su penuria económica, porque han comprendido que la educación tiene una influencia decisiva en el desarrollo económico, cultural, espiritual, social y político de los mismos. Consideramos que la persona humana, como componente de este tejido social, alcanza su plenitud en la medida que la familia la fortalece, la sostiene y la desarrolla. El fundamento primero de toda educación es la familia, por tanto, padre y madre de familia constituye el primer eslabón de la función formativa y docente o formadora; el cual al no existir o ser insuficiente para orientar y velar por el desarrollo integral de la infancia, la niñez o la juventud debe ser complementado por el segundo eslabón que es la escuela o la universidad donde el profesor asume el riesgo de educar. La fortaleza de estas instituciones educativas deriva de la fortaleza de la familia, dado a que allí se cimenta gran parte de la personalidad y por tanto de la identidad personal de los alumnos, como también de los profesores o formadores. Si la experiencia de ser miembro de familia es pobre, es posible que pobre 6
también sea la función docente o discente, a manera de un segundo padre‐ madre o hijo que no conseguirá dar lo que no tiene. Por tanto, verá en el primer eslabón (la familia) la causa de su fracaso o en su defecto acusará la influencia negativa de un tercer eslabón que lo constituyen las instituciones, los medios de comunicación y la sociedad en general como la responsable de la crisis de la persona y de la humanidad entera. Así, como un proceso cíclico vicioso, tratará el hombre de explicar su derrota. En este contexto de vicisitudes del mundo moderno, se inscribe el proceso de formación de los profesionales para el futuro. Se busca que colaboren, en alianza con otros actores sociales, en la salvación de la humanidad como un proceso de reconciliación con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. El libro “Educar es un riesgo”2 de Luigi Giussani, nos aclara que el proceso de la educación nos remite inmediatamente a un enfoque personalizador, en cuanto concebimos a ésta como el hecho de “sacar lo bueno que el hombre tiene dentro de sí” en contraposición de aquéllas pedagogías emergentes en la sociedad postmoderna de “introducir o asimilar en la vida de las personas lo que la realidad condiciona o determina”, asumiendo enfoques ecologistas y despersonalizadores o considerando a la persona como un sujeto activo que asimila críticamente la naturaleza y la realidad para comprenderla y transformarla desde el exterior con una posición puramente racionalista e 2
Para mayor profundización sobre la educación como la introducción a la realidad total y
la hipótesis explicativa de la realidad, véase Luigi Giussani “Educar es un Riesgo” (1977). pp. 41‐60.
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incluso materialista. En este enfoque introspectivo de la formación, la dinámica y factores del acontecer educativo se expresa en dos premisas: La primera; referida a la educación como introducción a la realidad total. Introducir a la realidad significa introducir a los significados, por tanto el formador o profesor, la escuela, la universidad, las instituciones, la familia, la sociedad en general muestran, orientan, enseñan el significado de las cosas en tanto hipótesis explicativa de la realidad (tradición). Pues la realidad es infinita, por tanto la tarea de la educación es infinita. Asimismo, el hombre por naturaleza busca el ser de las cosas, por tanto el significado del contenido. Cuando se pierde el sentido del bien y del mal, de lo importante y de lo secundario, se pierde el sentido político por tanto se niega la “tradición”, es decir la comunicación del sentido de la realidad. Ello ocasiona incertidumbre, indiferencia y desamor, ausencia de compromiso con la realidad; finalmente, la ausencia de la tradición niega la posibilidad de la verdad. La segunda; manifiesta que la realidad no se afirma nunca verdaderamente si no se afirma la existencia de su significado. Quien afirma que no existe la verdad, si es coherente, tarde o temprano va a afirmar que no existe la realidad. Termina diciendo, todo es ilusión, sueño, sombra. El escepticismo que niega la existencia de la realidad, carece de todo referente de autoridad, de alguien que recuerda el significado de las cosas; carece de esa presencia que mantiene en contacto con el significado de la realidad.
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Educar, por tanto, sólo es posible y tiene sentido en tanto se reconoce la dignidad y la singularidad de la persona. Es decir, cada niño o niña, cada joven, en suma cada persona, es llamada a ser transformada por el toque del amor de (la autoridad) quien reconoce esta infinita riqueza humana y es él, quien puede imprimir autoridad o señorío para que a imagen y semejanza el otro ostente similar condición. Esta autoridad tiene como función mostrar la coherencia con el ideal. Es una persona que ayuda a ser más verdadero, ayuda a enfrentar el riesgo de la vida. Es algo que hace crecer como persona. De ello se deriva que conocer o enseñar la realidad no es sólo problema de inteligencia, sino también de moralidad. Cuando las cosas se vuelven interesantes, por tanto verdaderas, nadie las relativiza. Respetar la autoridad, es finalmente tener juicio de los contenidos, de los significados; pues, no es obediente quien sigue a lo que alguien dice, sino hace lo que de sí ha descubierto a la luz de lo que alguien ha dicho. Por eso, el problema de los padres, profesores y formadores no es problema de métodos, sino problema de autoridad y por tanto de dignidad humana. Salvador Bangueses3 , en el artículo “Formación en valores” aludiendo al principio “la educación es la base de la libertad” formulada por Simón Bolívar, sostiene que “educar consiste en hacer despertar las potencialidades creativas del ser humano; en ayudarle a dotarse de capacidades propias, forjando en él, actitudes de tolerancia y entendimiento, que le permitan o ayuden a desarrollar su propio yo en relación y con respeto a los demás”. Para el desempeño de esta función –prosigue el autor‐, la institución 3
www.educacionenvalores.org/spip.php?article1943.
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universitaria o de educación superior ha de actuar a través de la conservación, creación y transmisión del saber en los niveles más elevados del mismo. Y ha de hacerlo planteándose una actuación integral en la que los valores de libertad, tolerancia y participación cívica se sitúen en la esencia misma de aquélla, conjugando la equidad con la excelencia para, de esa forma, mostrarse abierta a los miembros de todos los grupos sociales y económicos. En referencia a las palabras de Santo Tomás de Aquino4 , la persona es el ser humano o individuo con dignidad y grandeza, es “alguien” y no “algo” con capacidad o potencia de conocimiento, de libertad y de amor. Esta naturaleza privilegiada de grandeza o majestad (dignidad) se expresa en tres características que lo dirigen por sí mismo al Bien: la excelencia, la interioridad y la autonomía. Con estas premisas quedan atrás aquellas posiciones
deterministas
o
funcional‐estructuralistas
(sutil
o
inconscientemente invasoras del seudo pensamiento de muchos de los llamados “humanistas modernos”) que definen a la persona como la suma o la combinación de factores, áreas o dimensiones que la educación debe desarrollar en forma integral. Se trata más bien de comprender la esencia de la naturaleza humana como un “ser capaz de obrar en consonancia con su valía”, por tanto, la educación debe propiciar el entendimiento de tal riqueza a partir de la singularidad de la persona, pues “el hombre es causa de sí 4
Citado por Melendo, T. Bloque 1: Introducción a la antropología: la persona. Tema 1: Antropología y persona: “Primera aproximación al significado de persona” Cuestión 2ª. Máster Universitario en Ciencias para la Familia, nivel avanzados. P. 8ss. 10
mismo: en la medida en que hace buen uso de su libertad, en la medida en que ama”5 (Cardona). La escuela y la familia, los profesores, los formadores y padres o madres debemos estar hondamente preocupados –en esta sociedad del conocimiento que privilegia las capacidades y aptitudes como fines del aprendizaje o la educación‐ por hacer de la relación didáctica o la comunicación un medio para sacar de sí –de adentro‐ lo bueno o digno de cada niño o joven a partir de la autoridad que impone el señorío de la función de profesor, madre o padre de familia, que no es sino el respeto profundo de la esencia o condición humana a partir del descubrimiento o reconocimiento de la singularidad de la persona. Se trata de trascender la satisfacción de necesidades puramente materiales y superar los atentados a la singularidad humana como son el funcionalismo, el totalitarismo de la moda y la competitividad extrema con la finalidad de hacer de cada persona que no dependa más que de su propio ser. Salvador Carrasco Calvo6 en su artículo “La educación en los valores”, sostiene que en nombre de una educación pensada desde el valor del trabajo cooperativo y en equipo no puede olvidarse que la preparación de las nuevas generaciones pasa por la eficacia en el trabajo. Los recursos públicos invertidos en educación deben utilizarse con garantías de rentabilidad, es decir, buscando la calidad en la prestación de los servicios de utilidad pública 5
Ibid. Bloque 1: Introducción a la antropología: la persona. Tema 2: Otras dimensiones de la persona. “Dignidad humana y la libertad” Cuestión 2ª. Máster Universitario en Ciencias para la Familia, nivel avanzados. P.10.
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www.educacionenvalores.org/spip.php?article745
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que se financian. El éxito de las organizaciones y de las personas es una meta deseable. El hecho de rechazar una visión de la vida centrada en el éxito y la eficacia no justifica, en absoluto, que los valoremos como algo negativo o indeseable. Tenemos que ser capaces de señalar su valor relativo y de educar para asumir su presencia o su ausencia desde la dignidad y el respeto a los demás. Entiendo, continúa el autor, que uno de los retos educativos de hoy es el de hacer compatibles la rivalidad estimulante de que hablamos, con una vida formulada en términos de solidaridad y cooperación. Es posible vivir con dignidad en una sociedad competitiva como la nuestra, sin aceptar acríticamente la economía galopante que nos envuelve. La nueva sociedad civil que parece emerger en los últimos años (una sociedad fortalecida y autónoma) está exigiendo nuevas políticas sociales (alejadas del clientelismo partidario) y una nueva visión de los valores considerados fundamentales. En el proceso de formación profesional, la comprensión de la naturaleza de la persona por parte de los estudiantes, permite bases sólidas en su formación humana que resista los embates de un mundo competitivo y globalizado. Por ello interesa introducir los siguientes significados. La persona humana lo es plenamente en la medida en que ama, y amar es un privilegio de los seres libres. La libertad se resuelve en la capacidad de amar. Uno es libre, en la medida que ama más y mejor a lo más digno de ser amado. En esta perspectiva Cardona dice: “el hombre se advierte libre al ver que puede querer algo que estrictamente no necesita”7. Ello es el bien del 7
Citado por Melendo, T. Ibid., p.12.
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otro en cuanto otro. La dignidad de la persona se expresa en la capacidad de dominio y uso del cosmos, es decir, en su señorío de trascender o vencer el miedo excesivo a la muerte, de dominar los placeres de la comida, de la bebida y de las posesiones materiales (usarlo en la medida conveniente, respetando la distancia que nos eleva por encima de ellas), de sincerar las relaciones íntimas y saber tratar al otro(s) como persona(s) digna(s), venciendo la agresividad y el malhumor o malestar; aceptando la perfección del ser del otro como expresión de respeto. Cada persona merece respeto incondicional, en cuanto cada persona es irrepetible o singular. Kierkegaard manifiesta que “el destino del hombre no es ser como los otros, sino tener cada uno su propia particularidad”. Cada persona humana, por el hecho de tener esta categoría, la de persona; trasciende su propio género y ostenta un significado particular, propio y nobilísimo, al margen o con independencia de los demás exponentes de la humanidad. Por eso los vocablos “normal o anormal” en los seres humanos carecen de sentido. En cuanto a la naturaleza racional del hombre, ésta se define por las facultades del espíritu o la mente que vienen a ser potencias intelectivas: entendimiento y voluntad (Santo Tomas). La articulación de las potencias del alma, explica el autor, se inclinan sobre sí mismas… y sobre la esencia del alma y todas sus potencias. Así, el entendimiento es más perfecto, digno, alto, más noble que la voluntad. Podemos entender más de lo que deseamos pero no desear más de lo que entendemos. El último fin es alcanzado antes por el entendimiento que por la voluntad. Gilson remarca, “es esencial a la 13
voluntad ponerse en funcionamiento ante un bien (entendido)... Donde no hay conocimiento intelectual no hay voluntad”. Perseguir bienes inauténticos es vivir según “los sentidos”, no según el entendimiento. La persona como ser complejo y racional tiene múltiples dimensiones que revelan su naturaleza única en el universo. Tres de estas dimensiones nos parecen esenciales y que resumen la grandeza de la persona como ser trascendente y que deben tenerse en cuenta en todo proceso de formación. El amor humano entendido como el “querer el bien para otro, en cuanto otro” (Aristóteles), como un acto de voluntad propio de un ser libre como es la persona, constituye la dimensión rectora de la perfectibilidad humana. En última instancia este es el fin de toda educación, la de elevar la categoría humana a partir de la comprensión de la esencia del amor humano. Querer el bien significa enseñar y facilitar el amor, hacer crecer al otro en tanto persona cabal, por tanto la brújula de todo acto educativo es enseñar a querer a la persona a la que se forma, es interesar por el bien de los demás a esa persona; evitando incitarla a encerrarse en sí misma, en su bien abreviado o aparente y egoísta. Se trata, como dice Ortega, de comprender que: “amar a una persona es estar empeñado en que exista… no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquella persona esté ausente”. Se trata de volcar cuanto somos, sentimos, podemos anhelamos… en apoyo de quien amamos con el fin de que se despliegue y desarrolle hasta su culmen perfectivo. Porque, gracias al amor se pule a quien queremos… también nos completamos,… cambiamos de calidad. El 14
amor nos perfecciona, nos hace crecer… Sólo el amor inteligente es capaz de hacer progresar al hombre… justo en cuanto persona. La aspiración esencial del amor es desear el bien del otro, que viva y que sea bueno. Así, el secreto de la educación es imaginar a cada ser un poco mejor de lo que es en realidad, pues, la conciencia sólo se abre cuando acoge al amor. Cuando ambas partes se descubren como un don recíproco, como regalo o una entrega sincera que compromete la entera persona que lo hace. Del amor humano se desprenden actitudes como el afecto, de tal modo que la madurez afectiva depende de la capacidad de amar –afirmación de Juan Bautista Torelló‐, del verdadero amor personal que consiste en la búsqueda y entrega al otro no porque sea útil o procure placer, sino por valor intrínseco que constituye en cuanto persona. Así pues, una segunda dimensión es la afectividad como una realidad global que se debe abordar siempre con una visión de conjunto y concentrándose en el ser de las cosas para descubrir el significado definitivo. La afectividad, está relacionada con sentimientos (estados de ánimo), pasiones, emociones, etc. que se presentan en cualquier tiempo y circunstancia y penetran con un tono particular y único cada uno de nuestros actos. Modula nuestras relaciones con el entorno, los demás y con uno mismo, así como canaliza, secciona y modula los conocimientos que asimilamos. En la actualidad se observa una falta de conocimiento y manejo de los afectos, el marcado racionalismo, incluso conlleva al olvido o desprecio de la afectividad o el exceso de importancia o redescubrimiento de la vida afectiva hace que la 15
persona “actúe según lo que le dicta el corazón” lo que igualmente tergiversa la unidad del hombre y lo convierte en un sujeto sin libertad ni voluntad. Al respecto Yepes manifiesta, “la conducta no mediada por la reflexión y la voluntad, la conducta apoyada únicamente en sentimientos… produce insatisfacción con uno mismo y baja autoestima… Las ganas como criterio de conducta no conducen a la excelencia”. El abordaje de la afectividad como modulación de nuestras relaciones es esencial en la formación de los profesionales, pues en la medida que se profundice el entendimiento de la complejidad de los afectos, es probable que también se maneje los sentimientos, emociones, pasiones, etc. Manolo Ordeig8 sostiene que en la afectividad se unen lo sensible y lo espiritual de la persona. Es como el nudo de ambas dimensiones. Por ejemplo, se comprueba la gran influencia mutua entre el cuerpo y el espíritu: los estímulos externos y las resonancias interiores. La dimensión afectiva de la persona ‐igual que las tendencias biológicas‐ posee la misma dignidad humana de que gozan la inteligencia y la voluntad, aunque está en un orden diverso. No es menos humano sentir atracción (p.ej: por una persona de otro sexo), que pensar. 8
Ejemplos: D. Javier Echevarría, en una de sus Cartas, nos insiste en ser "hombres de criterio"; lo cual equivale a tener un norte claro en la vida, aunque haya no pocos zigzags a lo largo de su recorrido; D. Alvaro del Portillo, también en una Carta, nos invita ‐en una aparente paradoja‐ a "amar también con la inteligencia". www.mercaba.org/FICHAS/almudi.org/voluntad_y_afectividad_1.htm
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En esta perspectiva surge una visión muy positiva de la afectividad humana, alejada tanto de una absolutización de los sentimientos, como de un falso espiritualismo: no somos ni sólo afectividad (impulsos, emociones, instintos), ni solo espiritualidad (razón y voluntad). Somos personas y, como tales, contamos con una serie de dinamismos, diferentes pero igualmente "humanos". Algunos ejemplos concretos de lo que se quiere decir: ‐ No debe importarnos que se noten nuestros afectos (especialmente los positivos); más aún, los demás deben "notar" que les queremos; ‐ Tener compasión es algo muy valioso; significa "padecer‐con" el que pasa un mal momento en su vida; ‐ La tristeza tampoco es mala, especialmente si proviene de participar en el dolor ajeno; ‐ Lo mismo la alegría por una buena noticia: hay que saber participarla a otros y participar en las de los demás; ‐ Es necesario "dejarse cuidar": no ser "autosuficientes"; dar a los demás la oportunidad de que ejerzan el bien con nosotros; ‐ Es muy importante tener "pesquis" para captar la situación anímica de otra persona; p.ej: saber si necesita animarle o, por el contrario, no decirle nada... Conocer esa condición multivalente de la naturaleza humana, sus posibilidades y sus límites, coordinarla y actuar consecuentemente, es 17
objetividad y realismo. Al mismo tiempo, es condición imprescindible para alcanzar el equilibrio interior característico de la persona madura. En resumen: la afectividad, subordinada a la voluntad y modulada por ésta, constituye una fuerza poderosa y creativa para realizar el bien propio del hombre, para amar a los demás y a Dios con todo nuestro ser. Finalmente, la sexualidad como una tercera dimensión, es un elemento que define al ser humano y lo distingue de los animales. Sólo el ser humano tiene sexualidad; el animal, sólo tiene genitalidad. El ser humano es masculino y femenino, hombre y mujer; el animal, sólo es macho y hembra. El mismo Hijo de Dios asumió la sexualidad; Jesús fue hombre, masculino. La sexualidad es una dimensión totalizante e integrante del ser humano. El varón y la mujer tienen la dimensión de la sexualidad en todo su ser. Es inconcebible la naturaleza humana asexuada. En el ser humano todo es sexuado (la voz, las manos, la manera de caminar, los gestos, los pensamientos, los deseos, la afectividad, etc.). La sexualidad abarca, pues, toda la persona. Por tanto, la sexualidad no puede quedar ausente en la relación con Dios. La sexualidad es un derecho y un deber universales. Nadie puede impedir que el varón y la mujer vivan y realicen su sexualidad. Sería destruirlos. Pero además, el varón y la mujer tienen la obligación de vivir su sexualidad en plenitud. Si no lo hacen se vuelven inhumanos. 18
La sexualidad realiza y complementa a la persona humana. El yo humano es masculino o femenino. No es el cuerpo ni el alma, sino el yo humano el que es sexuado. El encuentro con el tú femenino es el que realiza al yo masculino y viceversa. No existe "yo" sin "tú". Como muy bien señala Ignacio Falgueras Salinas “es, consecuentemente, la integración armónica de las funciones masculina y femenina lo que hace verdaderamente humano el habitar del hombre en el mundo, o lo que es igual, sin una u otra de esas funciones nuestra existencia mundana carecería de sentido humano”. La sexualidad es lo que hacemos, pensamos o sentimos como varones o como mujeres y esto depende de todo el cuerpo, del ambiente que nos rodea y que percibimos con nuestros sentidos. Depende de nuestras ideas, de nuestra conciencia y de los objetivos que nos hemos fijado en la vida. Es, por lo tanto, mucho más que una simple expresión física. No se puede reducir la sexualidad al orgasmo, porque la sexualidad es algo que abarca todo el ser. Así, Tomás Melendo Granados afirma que “la sexualidad puede configurarse como trasunto del inefable Amor de Dios, que crea a cada hombre para encaminarlo hacia la dicha sin fin en el interior de su propia vida felicísima, porque es capaz de establecerse como acto y expresión portentosos del amor humano, y no a la inversa”. En este sentido, podemos decir que la sexualidad es eterna. Los resucitados están en la vida eterna como hombres y mujeres, masculinos y femeninos. Seremos como ángeles en lo que se refiere a la genitalidad, pero no a la sexualidad. María es Madre, mujer, femenina. Cristo, el Hijo, resucitó con su cuerpo de hombre, masculino, y así fue exaltado a la derecha del Padre. 19
Según Víctor Frankl, creador de la Escuela de "Logoterapia" (En busca del sentido de la vida), agrega a la concepción tradicional de la sexualidad la dimensión espiritual. Lo primero que aparece como importante es el concepto de amor unido al placer, pero no como entidades opuestas y excluyentes, sino como categorías distintas actuando simultáneamente. El amor es el que determina a la sexualidad su condición humana, constituyéndose en "un fenómeno primordial de la existencia humana...el amor supone un poco más de respecto al encuentro (vinculación con la pareja), ya que no se limita a acoger al semejante en su condición humana sino además en su unicidad y singularidad, o lo que es lo mismo, como persona". El amor otorga sentido a la sexualidad, no así el placer. Este es sólo satisfacción del impulso sexual y se agota una vez consumado el acto; el amor se manifiesta, antes, durante y después. Por eso la persona amada es irremplazable, insustituible, no así para el placer. Si aceptáramos que el placer es la motivación primaria de toda actividad humana terminaríamos en un nihilismo ético. El placer es una consecuencia y no el objetivo del encuentro. Cuando se busca en sí mismo desaparece porque no tiene soporte. El amor va dirigido a lo espiritual de la persona, a lo que "es", y la persona amada no tiene que hacer nada para ser amada, el amor no es un mérito, es una gracia. Cuando sólo se busca el orgasmo se ve a la sexualidad como un instrumento para conseguir el placer y no un medio para lograr el amor.
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Dice Frankl: "amar significa poder decirle "tú" a alguien; pero no sólo esto, sino poder decirle también "sí", esto es, no sólo aprehenderle en toda su esencia, en su individualidad y unicidad, tal como hemos dicho anteriormente, sino aceptarle en lo que vale....En otras palabras, citando una hermosa frase de Dostoiesky: "Amar significa ver a la otra persona tal como la ha pensado Dios". (Cf. La psicoterapia al alcance de todos: algunas consideraciones en torno al amor).
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