EL ARRAIGO VALOR ORIENTADOR DE UNA POLÍTICA POBLACIONAL PARA LA PATAGONIA

Escuela de Ciencias Políticas Programa de Investigación Geográfico Político Patagónico EL ARRAIGO VALOR ORIENTADOR DE UNA POLÍTICA POBLACIONAL PARA

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Escuela de Ciencias Políticas

Programa de Investigación Geográfico Político Patagónico

EL ARRAIGO VALOR ORIENTADOR DE UNA POLÍTICA POBLACIONAL PARA LA PATAGONIA

Director Académico Lic. Federico Mihura Seeber Coordinador Ejecutivo Lic. Alex H. Vallega Responsable del Informe Lic. María Marta Orfali Fabre

Buenos Aires, marzo de 2003.

INDICE

PAG.

INTRODUCCIÓN

1-4

1. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL CONCEPTO ARRAIGO

5-7

2. LA CIUDAD COMO ÁMBITO PROPICIO PARA EL PERFECCIONAMIENTO HUMANO

3. LAS DIVERSAS FORMAS DE VIDA URBANA Y MANIFESTACIONES DEL ARRAIGO A LO LARGO DE LA HISTORIA - La intensa vida comunitaria en las polis griegas - El ejemplo romano y el valor de la fundación - La decadencia de la urbs romana y el advenimiento de un nuevo régimen de vida –el feudalismo- El renacimiento y el declive de las estructuras urbanas generadoras de arraigo

8-11

12-15 15-18 18-21 21-24

4. MEGALÓPOLIS Y DESARRAIGO

25-28

5. EL ARRAIGO EN LA REGIÓN PATAGÓNICA

29-35

6. A MODO DE CONCLUSIÓN

36-41

7. BIBLIOGRAFÍA

42

INTRODUCCIÓN

En un contexto mundial signado por la globalización y frente a una situación nacional de crisis, no sólo económica, sino fundamentalmente política en la que el peligro de fragmentación aparece latente, el valor arraigo reviste hoy gran trascendencia. Por arraigo entendemos el modo en que se vincula el hombre a su espacio y tiempo vital, a su semejante próximo y a los principios o valores –a la cultura- vigentes en la comunidad en la que habita. Es una condición exigida por la propia naturaleza humana para que la persona pueda alcanzar su perfeccionamiento. En la actualidad, dicho valor se encuentra claramente amenazado por las exigencias propias del mundo globalizado. Podríamos decir que la globalización promueve el desarraigo, y con él, el consecuente “desentrañamiento” del hombre. La aspiración contemporánea de que el hombre se transforme en un “ciudadano del mundo o universal” se encuentra en férrea oposición con el principio de la moral natural y la sobrenatural que concibe al hombre como un ser que, aunque posee una vocación universal de alcanzar un bien ilimitado, necesita estar arraigado a un espacio, un grupo social y una cultura. Por otra parte, la revolución en materia de las comunicaciones ha llevado al hombre a estar expuesto permanentemente a una gran cantidad de información desordenada que le impide poder asimilar los datos que recibe continuamente, lo que anula su capacidad de interpretación, profundizando su desarraigo. En tiempos de crisis como los que sufre actualmente el país se plantea la imperiosa necesidad de una política a largo plazo, y no sujeta a los vaivenes políticos, que permita el reordenamiento nacional. Entre las premisas que deberían ser consideradas por dicha política se encuentra el aspecto demográfico. En Argentina, como ha ocurrido en la mayoría de los países, se ha dado la conformación de importantes metrópolis, cuyo crecimiento se plantea como inversamente proporcional a las posibilidades de desarrollo integral que ofrece a sus pobladores. En contraste con ello, encontramos enormes territorios prácticamente despoblados que encierran grandes potencialidades. La política que se formule debería promover un cambio radical en esta tendencia demográfica, buscando atraer pobladores desde las metrópolis hacia las zonas menos pobladas. Asimismo, debería procurar el afincamiento estable de los pobladores en esas tierras animados por el sentido

de pertenencia a la nueva comunidad. De esta forma, el prever las condiciones necesarias para fomentar el arraigo deberá ser el valor orientador de dicha política, para lo que deberá tener en cuenta la idea de vecinalismo y ciudad tradicional. Una de las regiones del país que presenta actualmente las más óptimas condiciones para albergar nuevos habitantes, es sin duda la Patagonia. Su vasta extensión no se condice con la cantidad de pobladores que residen en ellas, quedando amplias zonas casi sin poblar. La raíz de esta situación es posible encontrarla en la historia de la región. Entre los siglos XVI y XVII, pese a los grandes esfuerzos realizados por el Reino Español, quien tuvo con la Patagonia un criterio colonizador al igual que con el resto de Hispanoamérica (definido durante los primeros siglos por los Austrias y luego por los Borbones), no logró colonizar la región. La gran rigurosidad del clima sumado a las grandes distancias que la separan del continente europeo hicieron fracasar la mayoría de los intentos, desalentando a España. Cuando por herencia del Reino Español la Patagonia pasa a pertenecer a Argentina, en un primer momento la acción nacional se ciñó a la realización de expediciones con la finalidad de profundizar el conocimiento sobre la región; no se podía dominar lo que no se conocía. Recién hacia 1865 es posible hacer referencia al comienzo del proceso poblacional cuando el gobierno nacional toma la decisión política de impulsar la colonización galesa del territorio de Chubut. Sin embargo, aunque desde el gobierno se dará continuidad a este proceso, cambiará la forma de emprenderlo. Los continuos avances chilenos y la inseguridad de las fronteras llevaron a la flamante clase dirigente a decidir la consecución de la denominada “campaña del desierto” (1878-1884), por la que se afianzó la soberanía nacional sobre 10.000 leguas de tierra. A pesar de que esta acción permitió alcanzar el dominio sobre la región, no hubiese sido suficiente para lograr el poblamiento de la Patagonia y, consecuentemente, su integración al resto del territorio nacional. Surgió, entonces, la necesidad de implementar políticas que atrajeran pobladores y promoviesen el desarrollo regional, dado que las condiciones geográficas de la región hacían impensable su poblamiento espontáneo. En este sentido, se llevaron a cabo algunas medidas que permitieron alcanzar con éxito el objetivo de poblamiento. Se crearon los Territorios Nacionales de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego por la ley 1532; se difundió la región en el

extranjero para fomentar la inmigración; se ejecutaron importantes acciones en materia de comunicaciones tales como la construcción de rutas y la promoción del ferrocarril; se efectuaron obras de infraestructuras como la construcción de obras de regadío o la realización de excavaciones en busca de agua potable. Además, debe subrayarse la obra civilizadora de los salesianos como así también la presencia de las Fuerzas Armadas en lugares estratégicos, que constituyeron factores protagónicos en el proceso de integración regional. Pese a todas estas iniciativas, aún hoy se observa la persistencia de la necesidad de implementar una verdadera política que permita completar el poblamiento y desarrollo de la Patagonia; objetivos que aún no han sido alcanzados debido a la falta de ejecución de una política nacional con continuidad y objetivos a largo plazo independiente de los cambios políticos. Precisamente desde el Programa Patagónico procuraremos contribuir a la formulación de esta política de poblamiento realizando una propuesta que posea el arraigo como valor orientador y que rescate la importancia del municipio como eje raigal. Puede observarse que el proceso de poblamiento patagónico estuvo signado por rasgos propios. Su gran prolongación (aún podría decirse que se encuentra inconcluso) y su división en distintas corrientes colonizadoras, dieron lugar a la conformación de pueblos con características diversas de acuerdo al criterio que iluminó su fundación. Así, por ejemplo, aquellos que fueron fundados como resultado de la colonización galesa en el territorio de Chubut difieren considerablemente de aquellos que debieron su desarrollo fundamentalmente al emprendimiento de una actividad económica como las comunidades del Alto Valle de Río Negro. Esta diversidad se aprecia también en el nivel de arraigo que presenta cada comunidad. Es posible incluso en una misma subregión encontrar pueblos muy arraigados, en los que ser “NyC” (nacido y criado) es un dato distintivo, y otros con alto desarraigo. A lo largo de este trabajo buscaremos analizar la importancia de promover el arraigo, valor indispensable en orden al perfeccionamiento de la persona humana, y estudiar las condiciones que favorecen el desarrollo de este valor. Teniendo en cuenta que la política que se formule en aras a impulsar el poblamiento regional debería tener como valor orientador al arraigo, procuraremos estudiar el ejemplo de algunas localidades patagónicas en las que sus poblaciones se encuentran verdaderamente enraizadas.

La política que se formule debería buscar la conformación de ciudades con alto nivel de arraigo, porque ellas son el ámbito propicio para el desarrollo integral del hombre. Además debería procurar los medios necesarios para promover una estrecha vinculación entre las distintas ciudades de cada región y, de esta forma, profundizar la integración regional, garantizando, asimismo, la armonía entre las distintas regiones como partes de un todo: la Nación. En este trabajo nos detendremos en el primero de estos objetivos.

1. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL CONCEPTO ARRAIGO

“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios omnipotente descendió a la condición de ciudadano de Nazaret, habitó en un espacio pequeño, en un tiempo determinado y en el seno de una familia. Tanto en los principios de la moral sobrenatural como de la moral natural se concibe al arraigo como condición o factor necesario para la perfección de la persona humana. El hombre habita. Habitar implica mucho más que meramente vivir. Vivir también lo hacen los animales. “El habitar humano tiene, claro está, un referente físico espacial, pero lo supera, enlazándose con lo social, con un marco cultural y con una vida espiritual propiamente humana”.1 El hombre habita con todo su ser; con toda su naturaleza compuesta de cuerpo y alma. El hombre es un animal racional. Su espíritu está encarnado. Su dimensión universal -espiritual- se encuentra ligada a la singularidad del cuerpo. Allí se encuentra la raíz de la necesidad natural del hombre de encontrarse estrechamente vinculado a un espacio y tiempo vital, a un grupo social y a una cultura. Estas dos dimensiones deben darse en armonía; el desequilibrio entre ellas atentaría contra el orden de perfeccionamiento de la persona humana. Naturalmente el hombre aspira a la universalidad, al bien ilimitado, pero lo hace desde su particularidad. De aquí se desprende que el arraigo es un valor que posee tres partes constitutivas interdependientes –cada una de ellas repercute en las restantes-: una espacial, una social y una cultural. El arraigo espacial hace que el hombre desee establecerse –afincarselocalmente en un espacio que lo conforma en su uniformidad2. Social porque el hombre, como ser social por naturaleza, requiere relacionarse con otros hombres, formar parte de grupos sociales. “...Allí importa el hombre persona no intercambiable, más que la eficacia en las funciones cumplidas. Pero también hay arraigo social ligado al modo en que el sujeto participa; participación que puede ser pasiva (acceso a bienes y servicios) y también activa (intervención en los asuntos de la comunidad local y de la sociedad global de

1

DEL ACEBO IBÁÑEZ; ENRIQUE; en la “La ciudad, su esencia, su historia, sus patologías”; editor DEL ACEBO IBÁÑEZ, Enrique; editorial Fades; Buenos Aires; 1984; pag. 13. 2 DEL ACEBO IBÁÑEZ; ENRIQUE; “Sociología del arraigo- Una lectura crítica de la teoría de la ciudad”; editorial claridad; Buenos Aires; 1996; pag. 17.”

pertenencia)”3. Y por último, cultural porque para el hombre es importante poder creer – coincidir- con los valores, principios y normas vigentes en la comunidad que integra. “... En las antípodas de lo anómico, el hombre –ser libre, responsable y simbólico- se identifica crítica y creativamente con el marco normativo axiológico del mundo sociocultural –no estático, sino en crecimiento- que lo conforma y, a la vez, que él ayuda a conformar. Abreva en una Weltanschauung que lo ampara y fortifica, ámbito fértil de sentidos compartidos, marco y formas del habitar humano que no hacen sino propender y facilitar un nutricio arraigo”4. El arraigo se manifiesta en la voluntad del hombre de estar vinculado al espacio geográfico que lo alberga–su habitat- y a la fuente generacional que le dio origen (ancestros) y sus allegados, compartiendo con ellos la creencia en distintos principios y normas. Así, autores que han estudiado el tema del arraigo como Ferdinand Tönnies, han señalado que el hombre al arraigarse a un espacio lo hace también en el tiempo. “El área dispuesta y ocupada es entonces herencia común, la tierra de los antepasados respecto de la que todos se sienten y obran como descendientes y hermanos carnales”5. “El ser in-habita en el ser porque tener conciencia es, originariamente, conciencia del ser. En cuanto tal, este acto primero, aunque oscuro, hace patente la espiritualidad humana ya que, sin ella, no habría conciencia de; pero, simultáneamente, es menester esta “distancia” con lo otro en cuanto otro, porque el hombre es también cuerpo”6. Surge como una necesidad natural del habitar humano el contar con un lugar físico: la casa; porque el hombre al habitar lo hace con toda su naturaleza espiritual y corpórea. “La casa sólo existe porque el habitar del hombre la requiere por su naturaleza corpóreo-espiritual en la cual in-habita, previamente el ser participado. De ahí que el habitar humano requiera la habitación física: el hombre, la casa. A su vez, la casa, en cuanto edificio para habitar, supone el originario habitar como tenencia o participación del ser”7. El hombre es un ser limitado y por ello al habitar, necesita muros, acotamiento de su entorno más íntimamente

3

Ibídem; pag. 17. Ibídem; pag 17-18. 5 TÖNNIES, Ferdinand; “Comunidad y Asociación”; editorial Península; Barcelona, España; 1979; pag. 40. 6 CATURELLI, Alberto; “Metafísica del habitar humano”; en “La ciudad, su esencia, su historia, sus patologías”; op. cit.; pag. 22 7 Ibídem.; pag. 22. 4

propio. Aún dentro de una misma casa, co-habitada, existen espacios propios que salvaguardan la intimidad personal8. La casa es el lugar donde el hombre vive y convive. Es el ambiente propio de la familia, primera comunidad natural, donde se dan las relaciones “cara a cara”. La familia persigue un bien común que es superior a la suma de los bienes individuales de cada miembro. Asimismo, cada familia se une a otras familias; el bien de cada familia se une al de otras y en conjunto buscan un bien común. Aristóteles describe en “La Política” que la familia satisface las necesidades de todos los días pero, al no ser autárquica, se une con otras familias constituyendo la aldea. Esta última sirve para responder a las necesidades que no son meramente cotidianas. Sin embargo, al no poder autoabastecerse, se une a otras aldeas constituyendo la ciudad. “Si pues todas las comunidades humanas apuntan a algún bien, es manifiesto que al bien mayor entre todos habrá de estar enderezada la comunidad suprema entre todas y que comprende a todas las demás; ahora bien, ésta es la comunidad política a la que llamamos ciudad”9. “El habitar humano es, pues, habitar familiar y éste último es habitar urbano”10.

8

DEL ACEBO IBÁÑEZ, ENRIQUE; “Sociología del arraigo – Una lectura crítica de la teoría de la ciudad”; op. cit.; pag. 202-203. 9 ARISTÓTELES; “La Política”; editorial Panamericana; Bogotá, Colombia; 1992; pag. 7-9. 10 CATURELLI, Alberto; op. cit.; pag. 24.

2. LA CIUDAD COMO ÁMBITO PROPICIO PARA EL PERFECCIONAMIENTO HUMANO

Siguiendo el método aristotélico, podemos analizar a la ciudad partiendo de la consideración de sus causas. En la sociabilidad natural del hombre, en la necesidad natural humana de vivir en sociedad al no poder el hombre bastarse a sí mismo, encontramos la causa formal de la ciudad. “El que sea incapaz de entrar en esta participación común, o que a causa de su propia suficiencia, no necesite de ella, no es más parte de la ciudad, sino que es una bestia o un dios”11. Por su parte, la causa material está constituida por el conjunto de personas, el territorio y edificios que la conforman. Mientras que, la situación histórica que desencadenó la fundación de cada ciudad en particular, constituye su causa eficiente. De esta forma, en la Patagonia existen pueblos que surgieron como resultado del establecimiento de un asentamiento militar o que nacieron a la vera del ferrocarril; otros se formaron en torno al desarrollo de una actividad económica como la extracción de petróleo o la industria lanera; y algunos crecieron al amparo de la acción civilizadora de los salesianos o como fruto de la inmigración extranjera. Debe resaltarse que la contingencialidad histórica propia de la causa eficiente y, también, de la material no obsta a la esencialidad de la causa formal y final. Por último, cabe hacer referencia a la causa final de la ciudad. Como ya hemos señalado la misma se encuentra en el bien común, por el que entendemos el perfeccionamiento de todos y cada uno de los habitantes. La ciudad es un todo compuesto de diversas partes que cumplen una determinada función. Por ello usualmente se la compara con el cuerpo humano en el cual el mal funcionamiento de una de las partes ocasiona un desequilibrio. “Porque lo fundamental tanto en la ciudad como en el organismo no es que funciona vitalmente –y no mecanicistamente- sino que en ambos casos están sujetos a plan, tanto la materia viva como la ciudad, de la cual, además, se suele hablar de tejido”12. La ciudad se caracteriza por la diversidad de sus partes, por la pluralidad; buscar su excesiva unificación la destruiría. Esto es claramente señalado por 11

ARISTÓTELES; op. cit.; pag. 9. RANDLE, Patricio; “¿Qué es la ciudad”; en “La ciudad, su esencia, su historia, sus patologías”; op. cit.; pag. 67.

12

Aristóteles al criticar la propuesta platónica de alcanzar la comunidad de hijos, mujeres y bienes. Dice el filósofo “La ciudad, en efecto, es por naturaleza una pluralidad; de lo que resulta que el progresar hacia una extrema unidad, se convertirá de ciudad en familia, y luego de familia en hombre, porque de la familia podemos predicar la unidad, más que de la ciudad, y del individuo más que de la familia (...). Pero no sólo se compone la ciudad de una pluralidad de hombres, sino que ellos son de diferente condición”13. Es la búsqueda del bien común lo que da unidad a la diversidad o pluralidad de partes. El fin da armonía a la heterogeneidad de elementos que componen la ciudad. Esto se entiende claramente en las palabras de Marcel Demongeot que destacan la importancia de que la ciudad no se aparte de la búsqueda del bien común: “la razón de ser de toda vida política de la ciudad radica en la búsqueda del bien común, es decir, en la unión de todos en una vida virtuosa. Por eso los mayores males que amenazan a una ciudad son aquellos que llegan a destruir el bien común, o que la aleje por completo de él”14. Así, por ejemplo, como ya se analizará más adelante, en las megalópolis los intereses particulares suelen ponerse por encima del bien común, lo que transforma a la ciudad en un ámbito hostil para el perfeccionamiento de la persona humana, oponiéndose completamente a su verdadero sentido. Esta situación se ve aún agravada en el seno de la actual “ciudad global”, en la que se adune el máximo individualismo a la perspectiva universal del “globalismo”. Por ambos extremos -el individualismo y el universalismo- desaparece el “arraigo” político del hombre en su dimensión política (“ciudadanía”). Por ello se plantea la necesidad de volver al “municipio” como vida política arraigada, ligada a la tierra. La ciudad supone, asimismo, la existencia de un orden o autoridad que la encauce en la búsqueda del bien común y de una afinidad entre los habitantes15. El papel que el hombre desempeña en la ciudad es verdaderamente protagónico, porque es quien le imprime, en interrelación con los otros ciudadanos, su propia identidad. Por ello la ciudad es mucho más que el espacio natural sobre el que se asienta porque posee una personalidad que la distingue de otras ciudades. De allí que varios estudiosos del tema coincidan en afirmar que la ciudad refleja la unión del cuerpo y alma. El cuerpo estaría 13

ARISTÓTELES; op. cit.; pag. 26. DEMONGEOT, Marcel citado por RANDLE, Patricio en “La ciudad, su esencia, su historia, sus patologías”; op. cit.; pag. 73. 15 RANDLE, Patricio; “Aproximación a la ciudad y el territorio”; editorial EDUCA; Buenos Aires; 2000; pag. 24-25. 14

integrado por el espacio físico y los edificios que la conforman (el continente) y el alma por las “relaciones inter-humanas” de tipo político (el contenido). Es como una escultura, donde más allá del mármol sobre el que fue modelada lo que importa es la esencia de la obra de arte en sí. A pesar de esta similitud, la ciudad se diferencia absolutamente de una obra de arte en cuanto a la forma en que se proyecta. Un urbanista no puede planificar una ciudad como crea un artista una escultura y un cuadro, porque este último actúa libremente mientras que el primero debe atender a diversos factores que inciden en la comunidad urbana. “Una ciudad no puede proyectarse de modo totalmente libre como si se tratase de una creación artística, ni de modo totalmente utilitario como si se tratase de una maquinaria. La creación de la ciudad se asemeja más bien al diseño y cuidado de un jardín que no se puede hacer caprichosamente sino buscando conciliar las aptitudes naturales del sitio y la posición relativa en el espacio con las costumbres de sus habitantes, sus tradiciones, su historia, su vocación, sus expectativas futuras (...) Detrás de la ciudad hay un orden natural genérico que respetar –el orden natural y la circunstancia individual (casa comparable a las personas) que interpretar”16. El concepto de ciudad bien entendido –sentido tradicional de ciudad- debería implicar, pues, el desarrollo del valor arraigo en forma completa, en sus tres dimensiones constitutivas. En la ciudad el hombre se siente estrechamente vinculado a su espacio y tiempo vital, al “otro” próximo y a la cultura vigente. Esta idea se ve claramente comprendida en la definición de ciudad dada por Enrique Martín López: “entenderemos por ciudad un ámbito intermedio de convivencia organizado lógicamente a partir de actividades y funciones que se independizan progresivamente de los condicionamientos del medio natural y cuyos miembros, unidos particularmente por lazos de sangre, de amistad y de cooperación, están genéricamente vinculados entre sí por el principio de vecindad”17. Al analizar la definición el autor señala que el espacio es consustancial a la vida humana, porque en él se desarrolla la convivencia interhumana. La vida social humana se desarrolla en un espacio de naturaleza física pero que ha sido modificado culturalmente haciéndolo significativo para el hombre. Además, destaca, que la existencia de la ciudad implica la independización suficiente de las urgencias inmediatas de la naturaleza físico-natural (en el 16

Ibídem; pag. 14. LÓPEZ, Enrique Martín; “La comunicación humana en la ciudad, esbozo de un esquema preliminar”; en “La ciudad, su esencia, su historia, sus patologías”; op. cit.; pag. 95

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espacio, el tiempo y la causación), dando a lugar a un despliegue autónomo de la cultura. Afirma, también, que la expansión ecológica y demográfica de la ciudad no ocasiona la pérdida de vigencia del principio de vecindad, sino que por el contrario provoca la creación de unidades vecinales dentro de una ciudad, cuyos miembros interactúan mucho más entre sí que con los miembros de otras unidades vecinales18. Sin embargo, en cada ciudad varía la forma en que el hombre se siente vinculado al espacio urbano, a los otros habitantes y a la cultura local. Es decir que el modo en que se desarrolla el arraigo difiere de una ciudad a otra. “La ciudad es un lugar construido secularmente por la comunidad, asumiendo una intransferible impronta sociocultural a través de un irhaciendo la ciudad a través de la vida en ella, tarea individual y comunitaria al mismo tiempo, pero nunca exterior a sus verdaderos protagonistas (...) es a través del habitar como el hombre accede al ser de las cosas, tomando así contacto verdadero con la realitas. Enraizamiento vital del hombre en un ámbito de convivencia que, como el urbano, determina su arraigo espacio-socio-cultural”19. En el transcurso de la historia de la ciudad, el arraigo fue adoptando diversas formas. Desde la antigua polis griega, en la que los ciudadanos se sentían verdaderamente arraigados a sus comunidades, hasta las actuales megalópolis que padecen el desarraigo, la humanidad asistió a diversas formas de vida urbana caracterizadas por diversas manifestaciones del valor arraigo. Creemos que el analizar estas formas puede ser útil a la hora de formular nuevas políticas poblacionales.

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LÓPEZ, Enrique Martín; op. cit.; pag. 96-102 y 114-115. DEL ACEBO IBÁÑEZ, Enrique; “Sociología del arraigo – Una lectura crítica de la teoría de la ciudad”; op. cit.; pag 15. 19

3. LAS DIVERSAS FORMAS DE VIDA URBANA Y MANIFESTACIONES DEL ARRAIGO A LO LARGO DE LA HISTORIA

-

La intensa vida comunitaria en las polis griegas:

Analizar la vida en las ciudades-estados del antiguo mundo griego nos permite estudiar el ejemplo de una de las manifestaciones urbanas de mayor nivel de arraigo y participación. Nos presentan, así, un modelo privilegiado, dado en los albores de la vida política occidental, y desde su génesis, de cual debieran ser las líneas de reconstitución en nuestro tiempo, que ve la dilución de sus valores en el que puede ser considerado su período histórico “terminal”. Antes de que se diera la conformación de la polis, la humanidad no había experimentado una forma urbana cuya población estuviera verdaderamente enraizada a la comunidad como lo estuvieron los ciudadanos de las antiguas poleis griegas. Durante el período paleolítico el hombre se encontró arraigado socialmente a su pequeña comunidad de origen por lazos de sangre y religiosos. Sin embargo, al ser nómade, el hombre paleolítico no se sintió vinculado a un espacio vital por lo que no percibió la dimensión espacial del arraigo. Más tarde, y una vez producida la revolución agrícola, el hombre neolítico abandonó poco a poco el nomadismo para asentarse definitivamente en el lugar donde emprendía la producción de alimentos. Se da así la formación de la aldea como una comunidad local que con el paso del tiempo y la profundización de la centripetalidad dio lugar al surgimiento de la ciudad. Cabe destacar la importancia que revistió el factor religioso como elemento unitivo o fuerza centrípeta. Luego, lentamente, la ciudad fue convirtiéndose en un ámbito de mayor estabilidad, en el cual arraigo, en sus tres dimensiones, alcanzó niveles inusitados. De esta forma surge la polis griega. Las ciudades-estado griegas se caracterizaron por ser pequeñas unidades territoriales bien delimitadas que poseían autarquía política, militar y económica; y cuyos ciudadanos se sentían responsables por los asuntos públicos y tenían gran participación en ellos. A pesar de que algunas de las poleis se encontraban separadas por accidentes geográficos, igualmente hubiera sido posible distinguir una de otra debido a la homogeneidad cultural que presentaban sus poblaciones. “(...) la marcada separación que existía entre dos

ciudades, las cuales, por vecinas que fuesen, formaban siempre dos sociedades completamente distintas. Había entre ellas una separación mayor a la distancia que hoy separa dos poblaciones, mayor que la frontera que divide dos estados, y era que ni tenían los mismos dioses ni las mismas ceremonias y preces”20. El poseer un culto y creencias propias y el conservar la forma de vida indicada por ellas, creaba una identidad exclusiva en cada ciudad que la diferenciaba absolutamente de otras. Por ello, autores como Platón, precavían sobre la necesidad de evitar la influencia excesiva de los extranjeros a fin de evitar la declinación de esa homogeneidad. Sin embargo, no puede ignorarse, pese a tan marcado localismo de la ciudad griega, que ella contenía en germen al movimiento unificante de la “nación griega”. Presente desde sus orígenes en elementos religiosos comunes (reuniones “pan-helénicas”, juegos olímpicos, oráculo de Delfos, etc.), tal fuerza aglutinante hizo eclosión en las guerras frente al enemigo común (guerras méricas) y en la posterior expansión macedónica. Importa destacar, pues, a este respecto, la congruencia entre los valores políticos locales, y su extensión nacional-imperial. El “espíritu” de la polis griega se mostró capaz de trascender a mayores espacios. La familia ocupaba un lugar muy importante como parte constitutiva de la polis. Era el ámbito donde debía educarse mirando a la constitución política. “(...) como además la virtud de la parte debe mirar a la del todo, menester es que la educación de los hijos y de las mujeres se haga mirando a la constitución política, si es que importa a la ciudad virtuosa el que nuestros hijos sean virtuosos y el que sean virtuosas nuestras mujeres”21. La familia se encontraba integraba no solamente por el señor, la mujer y los hijos sino también por los esclavos. Se componía, entonces, de tres relaciones: la conyugal, la filial y la heril. Aristóteles explica en su obra “La Política” que el esclavo es el que por naturaleza no es de sí mismo sino de otro y que posee un cuerpo vigoroso para ocuparse de las necesidades prácticas. Al encargarse el esclavo de las exigencias de la vida cotidiana, los hombres libres o ciudadanos -el señor o cabeza de la familia- pueden ocuparse y tener una participación activa en los asuntos públicos22. Podemos deducir, entonces, dos condiciones características de la vida en la polis que fueron propicias para originar en el ciudadano su sentimiento de

20

DE COULANGES, FUSTEL; “La ciudad antigua”; primera edición; editorial EDAF; Madrid, España; 1982; pag. 187. 21 ARISTÓTELES; op. cit.; pag. 23. 22 Ibídem; libro I.

pertenencia y arraigo espacio-socio-cultural a la comunidad: en primer lugar la armonía existente entre la vida pública y privada y, en segundo lugar, la participación activa del ciudadano en las cuestiones públicas. Respecto a la primera de ella, podemos señalar que el desarrollo de la vida pública no se oponía al de la vida familiar o privada. “En efecto, la casa y el “hogar” doméstico mantiene real vigencia, constituyendo un ámbito de arraigo complementario del representado por la polis propiamente dicha”23. Con relación a la segunda condición, podemos decir que el ciudadano se sentía verdaderamente responsable de los asuntos de la polis; las cuestiones de la comunidad le concernían a todos. “El Estado no admitía que el individuo se mostrase indiferente a los intereses generales, y no permitía que el filósofo o el hombre entregado al estudio hiciese vida aparte, porque tenía la obligación de ir a votar en la Asamblea y de ser magistrado cuando le tocase en suerte”24. Por ello observamos que existe una diferencia substancial entre lo que hoy entendemos por libertad y lo que significaba para los antiguos. Para los griegos la libertad era el tomar parte en los asuntos de la polis; cuanto mayor era esa participación en lo “público” mayor era la libertad de la que se sentían dueños. Lo público era asunto sólo de los ciudadanos, hombres libres por naturaleza capaces de “ocio”, mientras que los esclavos no participaban de dichos asuntos. Este concepto difiere absolutamente del de la sociedad occidental actual en la que el hombre se siente libre cuanto menor es la inferencia del Estado en la “esfera privada”. Otro rasgo característico de las poleis, que refleja este espíritu de identidad cultural y participación al que hicimos referencia, era la existencia del ágora o plaza central, verdadero núcleo de la vida social, política y, en algunos casos, comercial de la ciudad25. Por último, debemos destacar el hincapié que pusieron muchas de las comunidades de la Grecia antigua (como por ejemplo la de Esparta) en la educación. En ellas se la concebía como asunto de la polis y por lo general era una y misma para todos los ciudadanos porque debía estar orientada a formarlos y prepararlos para su posterior participación en las cuestiones públicas y animarlos en el espíritu de identidad cultural. Al respecto, Aristóteles

23

DEL ACEBO IBÁÑEZ, Enrique; “Sociología del arraigo – Una lectura crítica de la teoría de la ciudad”; op. cit.; pag 19. 24 DE COULANGES, Fustel; op. cit.; pag. 207. 25 En algunas poleis la plaza del mercado se encontraba separada del ágora.

señalaba que la educación debía ser “una y misma” para todos los ciudadanos porque debía darse con miras a alcanzar el único fin de la ciudad que es el bien común26. Para concluir, luego de estudiar esta forma de vida urbana que alcanzó un alto nivel de arraigo, podemos extraer aquellas características que alentaron el desarrollo de este valor: -

La identidad cultural que compartía la población.

-

El sentimiento de responsabilidad de los ciudadanos por los asuntos públicos y el nivel de participación activa.

-

La armonía entre la vida pública y privada resaltando el papel de la familia.

-

La estructura propia de la polis que poseía al ágora como núcleo de vida de la comunidad.

-

El importante papel que desempeñó la educación en la transmisión del espíritu de identidad cultural y de participación activa.

-

El ejemplo romano y el valor de la fundación:

Cuenta la leyenda que hacia el año 753 ac fue fundada Roma por los gemelos Rómulo y Remo. Para conocer los designios divinos acerca de quién debía ser el fundador (conditor) de la nueva ciudad, los hermanos decidieron ver qué les señalaba el vuelo de las aves. Ubicándose en dos puntos separados esperaron que las aves se acercaran hasta ellos. Al ver que hacia Rómulo volaron doce buitres mientras que a Remo sólo seis, los gemelos entendieron que el primero era quien tenía la autorización de Dios para proceder a fundarla. Esta pequeña historia que narra la tradición nos permite conocer el valor que le asignaban los romanos al “fundar”. El hombre romano encontraba que la fundación se apoyaba sobre fundamentos religiosos. Por eso al fundar una urbs27 se debía seguir una serie de ritos sagrados. El Dr. Alfredo Di Pietro explica el sentido espiritual que revestía la fundación para los romanos remitiéndose al principio de “homología” de los pueblos antiguos. El mismo sostenía que “lo que está Arriba es igual a lo que está Abajo; lo que está Abajo es 26

ARISTÓTELES; op. cit.; Libro VIII. Florencio Hubeñak define, en su libro “Los orígenes del mundo romano” (editorial Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1999, pag. 110), lo que significaba el concepto urbs para los romanos: “Cabe observar que, a diferencia de los griegos, que empleaban para la ciudad un único término (polis) que se refería indistintamente a la comunidad y al lugar, los romanos dividieron el concepto en dos: la urbs fue la ciudad como emplazamiento mientras que la comunidad de sus habitantes o ciudadanos fue conocida como civitas”.

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igual a lo que está Arriba”. “(...) hay un orden paradigmático que está en lo “alto”, en lo celeste, al cual hay que repetir, término por término en la tarea que se quiere realizar en la tierra”. El “conditor” al fundar una urbs debía obedecer a las reglas de este principio y por ello acudía a la colaboración de un “augur” quien era el encargado de interpretar lo que ocurría en el cielo para que pueda transcribirse ese orden en la tierra28. Esta raíz religiosa que el romano encontraba en el “fundar” le atribuía una fuerza especial a la acción. Otro rasgo que influyó considerablemente en la fundación de urbs estuvo relacionado con la mentalidad agrícola del romano. Los romanos tenían un vínculo muy estrecho con la tierra, “(...) entre el hombre y la tierra se establece una ´alianza´, la cual para la mentalidad jurídica de los romanos adquiere la forma de un ´contractus´ (...) pero cometeríamos un error si viéramos en esta ´alianza´ un interés puramente pragmático (...) podríamos decir que existe una verdadera simbiosis material y espiritual”29. Poseían un gran amor por la tierra, por el trabajo que les demandaba, por los frutos que les brindaba, etc.. Este sentimiento se vio reflejado en la personalidad propia del romano caracterizada por su espíritu de perseverancia, tenacidad, gusto por el trabajo y paciencia. Esta idiosincrasia favoreció notablemente el éxito en los asentamientos urbanos que emprendieron, fundamentalmente en lo que se refiere al desarrollo del arraigo en su dimensión espacial. El amor a la tierra facilitaba el afincamiento, mientras que el espíritu de perseverancia y tenacidad le aportaba estabilidad al asentamiento. La personalidad del romano además se caracterizó por su pragmatismo y previsibilidad. Esto se tradujo en la planificación arquitectónica desplegada a la hora de fundar una ciudad, como así también, en la magnitud de las obras de infraestructura que emprendió. En el libro “Los Romanos” su autor Barrow describe minuciosamente la forma en que se llevaba a cabo esa planificación. Relata que los romanos al planear una ciudad lo hacían con trazos definidos. En primer lugar se trazaban dos amplias calles que se cortaban perpendicularmente y desde el punto en que se cruzaban se marcaban parcelas rectangulares y se trazaban las calles. A la entrada se edificaba un arco generalmente adornados con estatuas o monumentos. En la parte central se ubicaban los edificios públicos, el templo, las oficinas, la basílica (utilizada para reuniones y para los tribunales 28 DI PIETRO, Alfredo; “Homo conditor”; en “La ciudad, su esencia, su historia, sus patologías”; op. cit.; pag. 45 -47 29 Ibídem; pag. 34.

de justicia), la biblioteca y el foro (espacio abierto con columnas). Las tiendas se ubicaban en barrios previamente determinados junto con las del mismo gremio. En la mayoría de las ciudades había anfiteatros, teatros, baños, jardines, fuentes, estadios, etc.30 Asimismo, entre las grandiosas obras de infraestructura creadas por los romanos, deben mencionarse especialmente dos de gran genialidad que constituyeron verdaderos legados. Estas son los acueductos que abastecían de agua potable a los pobladores y las cloacas. Así, por ejemplo, en Roma se edificaron 14 acueductos y la cloaca Máxima, que gracias la excelencia de su construcción funcionaron hasta hace poco tiempo. Aquí encontramos un nuevo aspecto importante para destacar: el romano siempre buscaba la perdurabilidad de sus emprendimientos. “Esta sólida grandiosidad fue característica de todo lo que construían los romanos. Edificaban con miras a la utilidad y a la duración”31. Otra peculiaridad propia de la personalidad del romano fue el gran respecto por la reglamentación. Esto, en lo que respecta a la vida en la ciudad, se vio reflejado en la vigencia de una serie de normas que procuraban hacer más ordenada la convivencia en ella, por ejemplo, las reglas que indicaban la altura que debían tener los edificios o las disposiciones que impedían el tránsito pesado en determinada hora. “Los ideales de la civilización romana en relación a la vida urbana fueron fundamento de una conducta rectora, de un fuerte sentido, sino comunitario, jurídico aceptado por todos que servían de base a su organización”32. A la comunidad de creencias y leyes debe sumársele la de costumbres, lo que sin duda constituía una sólida base para la conformación de estrechos vínculos entre los “civitates” romanos. Este rasgo fue verdaderamente propicio para la consolidación del valor arraigo en su dimensión social y en la cultural en el seno de la urbs. Como señala Grimal: ”La ciudad romana no representaba solamente un cierto número de comodidades materiales, era sobre todo el símbolo omnipresente de un sistema religioso, social y político que constituía la armadura de la romanidad”33. Podemos concluir, entonces, sintetizando aquellos aspectos que promovieron la fundación de la urbs a la que sus “civitas” se sentían unidos por profundos lazos raigales:

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BARROW, R.H.; “Los Romanos”; Fondo de Cultura Económica; México; 1950; pag. 135-136. Ibídem; pag. 137. 32 RANDLE, Patricio; “Aproximación a la ciudad y el territorio”; op. cit.; pag. 33. 33 GRIMAL, P citado por DI PIETRO, Alfredo; op. cit. pag. 62. 31

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Los fundamentos religiosos que encontraban en el “fundar”.

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La mentalidad agrícola del hombre romano y, consecuentemente, su espíritu de perseverancia y tenacidad.

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La planificación urbana que incluía en su núcleo importantes espacios para el desarrollo de la vida pública de los “civitates” tales como el foro, el templo, la basílica, los teatros y anfiteatros, etc.

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Las precursoras obras de infraestructura que brindaban mejor calidad de vida a los “civitas”, tales como los acueductos.

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La vigencia de normas que reglamentaban la vida urbana y el respeto de los romanos hacia ellas.

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La comunidad de costumbres que compartían los “civitates”.

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La decadencia de la urbs romana y el advenimiento de un nuevo régimen de vida -el feudalismo-:

Con el paso del tiempo, las ciudades romanas comenzaron debilitarse y sus límites a desdibujarse. Las urbs dejaron de ser ejes raigales y de ejercer su fuerza centrípeta, tras el avance del universalismo propuesto, desde el punto de vista político, por el imperio y, desde el religioso, por el cristianismo. Sólo se mantiene el espíritu de la “urbs” de manera débil en las sedes episcopales. Esta situación se vio agudizada por la dispersión de la población causada con la extensión de las invasiones bárbaras. Así, paulatinamente, tendrá lugar la emigración de la ciudad al campo, lo que dará lugar a un nuevo régimen de configuración social: el feudalismo. Podemos definir al feudalismo como el sistema político, social y económico que rigió la Europa de los siglos IX al XI. Se caracterizó por la existencia de vínculos de dependencia entro los hombres (señor-vasallo), por el fraccionamiento del derecho de propiedad, por la consecuente jerarquía derechos sobre la tierra y por la división del poder público, originándose en cada zona una jerarquía de poderes autónomos34. Como podemos observar en el feudalismo reinaron cánones de jerarquía y estamento. El señor, propietario del feudo, le debía protección y sustento al vasallo, quien a su vez le debía al señor obediencia y 34

HUBEÑAK, Florencio; op. cit.; pag 276.

servicio. El feudo se transformó, entonces, en la nueva unidad política, social y económica. Tal como señala el historiador Florencio Hubeñak “El feudalismo no fragmentó a Europa, sino que trató de superar la fragmentación cuando la anterior forma de unión ya no era válida”35. Para comprender este régimen no puede desconocerse el importante papel desempeñado por el cristianismo, que durante aquel período constituyó el verdadero marco referencial. La organización estamental de la sociedad debía responder a la organización jerárquica de la Iglesia. De las características enunciadas podemos deducir que existieron dos factores que promovieron el desarrollo intenso del arraigo en el ámbito del feudo: el religioso y el territorial. El compartir las mismas creencias religiosas y respetar una comunidad de normas emanadas de dichas creencias, como así también la conciencia de pertenencia a un espacio pequeño y bien delimitado, constituyeron la base sobre la que se asentó el sentimiento raigal que vinculó al hombre medieval con el feudo. Hacia el siglo XI comienza lentamente a producirse lo que ha sido conocido como la revolución urbana protagonizada por el resurgimiento de las ciudades. “Las ciudades del Medioevo parecen haber tenido un doble origen. Por un lado, el surgimiento de muchas urbs romanas que habían quedado ´cubiertas por el polvo de las invasiones´ y que adquieren nueva vida por medio de los mercaderes y, por otro, aquellas que nacen de los antiguos portus o puestos para guardar mercancías, existentes en muchas regiones, especialmente portuarias. Tampoco debe descuidarse la importancia de los comerciantes ubicados alrededor de los burgui medievales, verdaderos castillos”36. A partir de las expediciones realizadas hacia oriente en busca de productos que luego eran vendidos en Europa, el comercio adquiere un grado importante de desarrollo provocando cambios en la estructura social. Para realizar sus tareas los comerciantes debían enfrentar la dificultad y peligrosidad de los caminos sumado a la complejidad que se les presentaba para atravesar los feudos. Estas condiciones entorpecían su actividad al dilatar los tiempos y, consecuentemente, disminuir la rentabilidad. Por ello optaron por establecerse en lugares fijos, a la vera de la ruta que recorrían las mercancías, para que hasta allí se acercaran quienes estuviesen interesados. Estos lugares empezaron a ejercer una fuerte atracción 35 36

Ibídem; pag. 275. Ibídem; pag. 376.

poblacional y, paulatinamente, comenzaron a tomar vida propia no solamente económica sino también social y política. Paralelamente al resurgimiento urbano se produce la proliferación de corporaciones. Este hecho ocurre como consecuencia de la progresiva división de oficios y trabajos que se lleva a cabo en el Medioevo. Los artesanos que llegan desde los feudos hasta las nuevas ciudades se agrupan en asociaciones para proteger sus intereses dando lugar a la formación de corporaciones. “El Medioevo no valoraba a ningún ciudadano que viviese alejado de su correspondiente gremio y éste era considerado un marginado respecto de la sociedad, como lo era todo aquel que escapaba al cerrado orden estamental medieval”37. De esta forma se consolida un entramado social que, aunque complejo, se encontraba perfectamente integrado. “Así, familia, vecindario, gremio, municipio, urbe, región comunidad eclesial representaban ámbitos interrelacionados e inclusivos de intenso arraigo geo-socio-cultural. Mientras, de una parte, las corporaciones medievales eran ´la ciudad en su aspecto económico´, y la ciudad ´las corporaciones en su aspecto social y político´ (Mumford), la comuna emerge como la ´forma sociológica´ de la urbe así como la municipalidad lo hace en tanto ´forma política´ (Ledrut). La comuna se edifica a partir de las corporaciones, verdaderos ejes comunitarios y de control social”38. Por último, en lo que se refiere a las características arquitectónicas de la ciudad medieval podemos mencionar algunos rasgos distintivos. Las mismas se encontraban rodeadas por murallas, esta peculiaridad impidió que la población creciera de manera desmesurada favoreciendo su integración. Además, pueden añadirse otras características que son descriptas detalladamente por Patricio Randle en su libro “Aproximación a la ciudad y el territorio”: la inexistencia de espacios baldíos entre las construcciones que al asegurar la privacidad de los jardines permitió la vida en contacto con la naturaleza; la edificación de una completa infraestructura que incluyó hospitales, escuelas, universidades, locales comerciales y mercados especializados; la homogeneidad edilicia producto de la comunidad cultural; y el crecimiento espontáneo de la mayoría de las ciudades. Podemos inferir, entonces, que la estructura social de la edad media, aunque compleja e intensa, supo generar lazos raigales en sus pobladores. Los fundamentos de estos lazos 37

Ibídem; pag. 378 DEL ACEBO IBÁÑEZ, Enrique; “Sociología del arraigo – una lectura crítica de la teoría de la ciudad”; op. cit.; pag. 23.

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podemos encontrarlos, principalmente, en el factor religioso como aglutinante y en la clara delimitación del espacio –tanto en los feudos como en la urbe-. Debe acentuarse la profunda interrelación existente entre los distintos ámbitos, condición favorable al arraigo: “la ciudad representa un ámbito de adscripción y arraigo, inclusive de todas las pertenencias grupales de sus habitantes”39. Y debe señalarse, asimismo, el gran legado dejado por la ciudad medieval en materia arquitectónica.

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El renacimiento y el declive de las estructuras urbanas generadoras de arraigo:

Entre los siglos XIV y XVI tuvo lugar en Europa un movimiento al que se lo conoció como Renacimiento. Hacedor de grandes creaciones artísticas y culturales, no se destacó por haber realizado grandes aportes en materia urbanística, a excepción de lo relacionado meramente con lo arquitectónico. Podríamos decir que, a partir de esta etapa, la ciudad empieza a alejarse paulatinamente de los parámetros de vida de la ciudad antigua y de la ciudad medieval, que con éxito habían logrado alcanzar la promoción del arraigo en sus tres dimensiones. Durante el Renacimiento, Europa asistió a un profundo cambio cosmovisional que la alejó de la concepción teocéntrica propia del mundo medieval para llevarla hacia una visión antropocéntrica. Esta transformación se vio fuertemente alimentada por el papel protagónico que desempeñó la burguesía al producirse el desarrollo del capitalismo. Dentro de este marco la ciudad abandonó su condición de núcleo raigal. Frente a ello, el hombre padeció el desarraigo tanto en lo espacial como en lo social y cultural. Dejó de sentirse estrechamente vinculado a un espacio vital, a una comunidad y a una cultura. “(...) la burguesía comienza a dominar al influjo de una economía monetaria y expansionista por definición. El dinero emerge, así, como verdadero factor de desarraigo, minando las estructuras raigales típicas de la ciudad y sociedad medievales. El dinero ´emancipa´ al individuo de todo intenso lazo vinculante con la realidad social y cultural”40. La ciudad se transforma, gradualmente, en un ámbito en el que las relaciones interpersonales se racionalizan y en el que el ciudadano se concentra en su propio interés en

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Ibídem; pag. 23. Ibídem; pag. 23.

desmedro de lo público. Este complejo escenario es descrito claramente en el siglo XVI por Robert Crowley: “Esta es una ciudad de nombre, pero no de hecho. Es un puñado de hombres que van en pos del lucro. Van tras la ganancia y en cuanto a los bienes de la Comunidad nadie se preocupa. Puedo llamarla un infierno sin orden donde cada uno mira para sí y nadie para todos”41. El siglo XVII y la acentuación de la tendencia hacia la uniformidad, el sensualismo y el absolutismo del Estado Nacional y soberano temporal en reemplazo del de Dios y la Iglesia Católica, traen aparejado la constitución de la ciudad barroca. En ella el individualismo adquiere aún una mayor dimensión. “Perdido su sentido de vínculo estrecho con los cuerpos sociales intermedios, el individuo aislado, se atomiza, se desarraiga socialmente y, por ende, se torna, paradojalmente, más manipulable por un poder centralizado”42. Este nuevo espíritu se tradujo en las características arquitectónicas de la ciudad. En este período se pone especial hincapié en lo estético. Así, por ejemplo, los monumentos adquieren gran relevancia; se construye una edificación uniforme y se abren avenidas para facilitar el mayor movimiento. Al respecto, Lewis Mumford explica en su libro “La cultura de las ciudades” que el concepto barroco contiene dos elementos contradictorios: en primer lugar el lado matemático y metódico que se vio expresado en la perfección de los planos de las calles, el trazado formal de las ciudades y el diseño ordenado del paisaje; y en segundo lugar, la pintura y la escultura del período que abarcó lo sensual, lo rebelde, lo anticlásico, etc.43. Otro dato destacado de esta etapa fue el surgimiento de la ciudad capital, clara expresión de la concentración del poder reinante por aquellos días. En ella se centraliza gran parte de la

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CROWLEY, Robert citado por MUMFORD, Lewis; “La cultura de las ciudades”; Editores EMECË; Buenos Aires; volumen I; pag. 95. 42 DEL ACEBO IBÁÑEZ, Enrique; “Sociología del arraigo – una lectura crítica de la teoría de la ciudad”; op. cit.; pag. 24. 43 MUMFORD, Lewis; op.cit.; pag. 102.

actividad política y económica y encierran un intenso movimiento. Podríamos decir, que comienzan a perfilarse las que unos siglos después serán llamadas megalópolis. Hacia el siglo XVIII, como consecuencia del proceso de industrialización acelerado, la ciudad se alejará aún más de los parámetros que la habían convertido en un núcleo raigal en el que el hombre encontraba el ámbito adecuado para su desarrollo integral. Surge, así, la llamada ciudad industrial dentro de la cual se ahondó la tendencia hacia el individualismo, el utilitarismo, la uniformidad, la explotación y la pérdida de interés por el bien común. Una serie de factores llevaron a su conformación. En primer lugar, el cambio que se produjo en la economía al transformarse en industrial: la gran demanda de mano de obra barata, la producción a gran escala, la expansión de los mercados que permitieran la colocación de los excedentes de producción, etc.. En segundo lugar, la fuerte migración de la población del campo a la ciudad en respuesta a la importante demanda de mano de obra, lo que provocó un crecimiento poblacional sin precedentes. El criterio rector de la ciudad dejó de ser el bien común de la población. El nuevo criterio fue el de la utilidad al esquema económico industrial aunque ello fuera en total desmedro de lo que es bueno para el hombre. Esta evicción del “hombre” como beneficiario del aumento económico al servicio de la “vida buena” (o al mero “solaz de la vida”) es puesto de manifiesto por el autor Werner Sonmbart en su obra “El Burgués”como característica de la mentalidad capitalista moderna: “En seguida nos choca (...) la ganancia y los negocios”44. “La ciudad se hace utilitaria: ha triunfado definitivamente el espíritu de la burguesía. (...) Con ello no sólo aumentará el peso específico de la industria y del comercio sino que dará comienzo a lo que, con razón, se ha llamado el mundo totalitario del trabajo que se refleja en la ciudad. (...) Pero sobre todo, la ciudad aseguró el consumo y éste a su vez creó nuevas necesidades. Las funciones urbanas se diversificaron, se desdoblaron, se refinaron. Pero todo este proceso tuvo un desarrollo desordenado y violento”45. Lewis Mumford señala que dentro de esta forma urbana tuvieron lugar dos procesos paralelos: el de superedificación y el desedificación. El primero de ellos lo explica a través, por ejemplo, de todas la obras efectuadas en materia de comunicaciones y transporte; mientras que, con relación a la desedificación, se refiere a la tala de árboles y exterminio de especies animales que pusieron en peligro el equilibrio ecológico y, dentro del ambiente 44 45

SOMBART, Werner; “El Burgés”¸editorial Alianza; Madrid; 1979; pag. 179. RANDLE, Patricio; “Aproximación a la ciudad y el territorio”; op. cit.; pag. 38.

urbano, a la pérdida de la forma y de las instituciones sociales. Lo que el autor quiere sugerirnos es que no todo lo que se edificó fue bueno para el hombre46. Podemos concluir, entonces, remarcando el cambio absoluto en la forma de vida urbana que tuvo lugar en el siglo XVIII. La ciudad se alejó de su finalidad natural transformándose en un eje de desarraigo en el cual al hombre no le es posible alcanzar su felicidad. Lamentablemente esta tendencia no ha podido ser revertida en el tiempo sino que por el contrario se ha visto notablemente acentuada con el surgimiento de las megalópolis que protagonizaron el escenario urbano del siglo XX. Así acudimos hoy a una verdadera crisis de la ciudad.

46

MUMFORD, Lewis; op. cit.; volúmen I; pag. 274

4. MEGALÓPOLIS Y DESARRAIGO:

Durante el siglo XIX el proceso de concentración poblacional, provocado por la persecución de intereses económicos, se acrecentó notablemente y dio lugar a la conformación de metrópolis. En el siglo XX este proceso no se detuvo, sino que, contrariamente, se vio extendido aún más. Esta evolución puede apreciarse claramente en números: en 1800 no existía ninguna ciudad con más de un millón de habitantes, sin embargo, cincuenta años más tarde, Londres ya había alcanzado los dos millones y París más de un millón. En 1900 encontraremos ya once metrópolis con más de un millón de habitantes, tendencia que se multiplicará en los años sucesivos. De esta forma, al promediar el siglo XX, todos los continentes albergarán más de una metrópolis, las que comenzarán a ser conocidas como megalópolis. Asimismo, se producirá un incremento de las ciudades de más de cien mil habitantes47. Empero, este crecimiento no debe ser entendido como un avance; de hecho, al producirse de manera desordenada, genera sólo inconvenientes. Aristóteles parece haberse adelantado a esta realidad de las megalópolis en su libro “La Política” al señalar “(...) no es lo mismo ciudad grande que populosa. La experiencia misma pone de manifiesto que es difícil, y tal vez imposible, que pueda legislarse bien la ciudad demasiado populosa”48. Definir a la megalópolis como una ciudad de mayores proporciones podría constituir una falacia. En realidad, no hay nada más ajeno a la naturaleza propia de la ciudad que las actuales megalópolis. La ciudad, que naturalmente debería constituir un ámbito óptimo para el perfeccionamiento de la persona humana, se ha convertido en un eje de desarraigo que no produce más que el desentrañamiento del hombre y con ello, y en virtud de la necesidad de arraigo para la vida humana perfecta, un obstáculo casi decisivo para esto último. Hemos señalado que la ciudad se caracteriza por su heterogeneidad pero al mismo tiempo hemos destacado que esa diversidad de elementos que la componen encuentra su armonía y sentido en la búsqueda del bien común, que convoca a “todos y cada uno” a un bien que está por encima del bien particular, y no representa su suma. La megalópolis, en cambio, podría ser definida como un “agregado humano”; como un conjunto integrado por un

47 48

MUMFORD, Lewis; op. cit.; pag. 24. ARISTÓTELES; op. cit.; pag. 144.

territorio, edificios e individuos que no hacen más que buscar su provecho propio, dejándose a la deriva el interés por el bien público. Cabe destacar que las megalópolis han encontrado un fuerte estímulo en el “universalismo”. Podríamos decir que así como la polis respondió exactamente a la idiosincrasia del antiguo pueblo griego, la megalópolis es la forma urbana que ha sido coronada por la globalización al reflejar su espíritu de manera acabada. La idea promulgada por este fenómeno de alcanzar la conformación de la “aldea global”, en férrea oposición con los localismos, es congruente con la consolidación de las megalópolis como comunidad amorfa en la que reina el anonimato. Otro rasgo propio de la megalópolis es la escasa o, a veces, nula participación en los asuntos públicos. Mientras que el ciudadano de la polis se sentía más plenamente libre cuanta mayor intervención tenía en las cuestiones de la comunidad, el de la megalópolis asocia la libertad a la independencia de lo público. Esta diferencia entre ambas formas urbanas se asocia también a otra divergencia importante. Hemos señalado que el ciudadano de la polis era aquel que contaba con el tiempo para el “ocio” y que esto era posible por la existencia de esclavos que debían ocuparse de las cosas necesarias para la vida diaria. Contrariamente, la vertiginosidad de los tiempos y la hiperactividad propia de la megalópolis, someten al ciudadano de hoy a un ritmo de vida que lo esclaviza y no le deja lugar para el “ocio” o el espacio reflexivo enriquecedor de la persona humana. Podríamos decir, entonces, que, aunque el habitante de la megalópolis se siente libre, está preso de un marcado hiperactivismo al que está obligado para no quedar excluido de la sociedad. Este efecto que en realidad ha difundido universalmente las condiciones de la antigua esclavitud, ha tenido lugar pese a las promesas depositadas en el desarrollo tecnológico como sustitutivo de la mano de obra esclava y teóricamente promotor del “tiempo de ocio”. Las razones de este paradojal resultado justificaría largas reflexiones, pero el hecho no podría ser negado por nadie. Debe sumarse a esta constatación, otra que también aparece contradiciendo los presupuestos cosmovisionales modernos, y ello específicamente en el ámbito de la participación del individuo en lo público, teóricamente alentado por la ideología democrática, y desmentida en los hechos por el dato sociológicamente comprobable de la cada vez menor participación electoral del ciudadano de las democracias desarrolladas.

Queda, así, constituida la megalópolis como un “agregado humano”, como una comunidad atomizada ligada por lazos meramente racionales y objetivos. Y esto es así porque se encuentra guiada por criterios económicos que la alejan cada vez más de su finalidad propia. “La ciudad se convierte predominantemente en mercado, y su habitante, el hombre, en un ser consumidor y productor. No importa el sujeto en tanto realidad personal irrepetible, sino más bien este homo faber et consumens, regulado bajo estrictas normas cuantificables de máximo rendimiento y eficacia”49. Esta ciudad-mercado, a la que no le interesa el hombre como ser único e irrepetible, sino tan sólo como consumidor, conduce hacia la pérdida de la individualidad, hacia la uniformidad, hacia la conformación del “hombre masa”. En un contexto de vertiginosidad, hiperactivismo, uniformidad, relaciones sociales racionales, el hombre pierde sus raíces, se desarraiga. Este desarraigo abarca tanto la dimensión espacial como la social y cultural. En primer lugar, el proceso de crecimiento de la megalópolis se da de forma compulsiva, sus límites están desdibujados. Por ello se entiende que su poblador no pueda sentirse afincado a un espacio al que no llega a conocer en su totalidad y cuyos contornos ignora. En segundo lugar, también es muy difícil que el hombre se sienta arraigado a una comunidad atomizada, vinculada por relaciones meramente objetivas y con escaso interés en las cuestiones públicas. Por último, el ciudadano de la megalópolis, salvo algunas excepciones, no posee un fuerte sentimiento de pertenencia a una cultura. El respeto por la tradición y la valoración de la historia son principios casi inexistentes. Todas estas condiciones descriptas, llevan al habitante de la megalópolis a sentirse desarraigado en su totalidad, a encerrarse en sí mismo, obstruyéndose, así, su perfeccionamiento. Esta difícil situación se encuentra alimentada, asimismo, por la desvalorización de la familia como célula básica de la sociedad. El acelerado ritmo de la metrópolis le resta tiempo a la vida en familia. Pero además se ve fuertemente influenciada por el espíritu que anima a la metrópolis individualista; por el predominio economicista que alienta el “egoísmo”. De esta manera se da lugar a la formación del hombre-masa, el hombre “sin raíces”. El hombre se aísla y encierra en sí. Hemos señalado que el hombre es un ser social por 49

DEL ACEBO IBÁÑEZ, Enrique; “La vida en la gran ciudad”; en “La ciudad, su esencia, su historia, sus patologías”; op. cit.; pag. 272.

naturaleza, que necesita del otro para alcanzar su perfeccionamiento. En este sentido, el aislamiento al que es sujeto en la megalópolis no hace más que oponerse a su desarrollo integral y, con ello, a su felicidad. Esta situación crítica que atraviesa la sociedad es realmente difícil de revertir al encontrarse fuertemente estimulada por el fenómeno que rige al mundo en la actualidad: la globalización. Una ciudad sin limitaciones y sin cultura y un individuo “sin raíces” son premisas necesarias para la configuración de una “aldea global”, para la formación del “ciudadano del mundo”. La autora Saskia Sassen en su libro “La ciudad global. Nueva York, Tokio, Londres”, analiza esta nueva realidad urbana conformada a partir de la globalización de la economía. Señala que el crecimiento de las transacciones internacionales ha otorgado a Nueva York, Tokio y Londres un rol central en la gestión y control de las redes globales. Pero a su vez, destaca, que esta economía mundializada necesita incorporar cada vez más bases de operaciones. Así, algunas ciudades (alrededor de treinta) se han convertido en estratégicas para este proceso basado en la hipermovilidad del capital y en el desarrollo de las telecomunicaciones. Estas ciudades funcionan en concierto a fin de cumplir con sus determinadas tareas jugando un rol estratégico en la nueva forma de acumulación basada en las finanzas, en la globalización y en la industria50. Asimismo, respecto a la relación que mantienen estas ciudades con el resto del país que integran, la autora destaca que “en el pasado el sistema urbano tenía como función la integración del territorio nacional. Hoy estas grandes ciudades globales están más orientadas al mercado internacional que hacia el territorio nacional. Hay estadísticas de los 80 y principios de los 90 que muestran que mientras Londres o Nueva York vivían un gran dinamismo, en sus respectivos países había unas caídas tremendas del crecimiento económico, de aumento del desempleo” Y añade que uno desearía “que el Estado fuera más activo en inventar nuevas políticas sociales, de distribución. Pero la tendencia de los estados fue facilitar la mundialización sin generar políticas que compensen el precio que ha pagado el pueblo” 51.

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SASSEN, Saskia; “La ciudad global. Nueva York,, Tokio, Londres”; editorial Eudeba; Buenos Aires; 1999; Conclusión. 51 Entrevista a Saskia SASSEN por Olga VIGLIECA; “Asimetrías de la ciudad global”; diario Clarín; 12 de septiembre de 1999.

5. EL ARRAIGO EN LA REGIÓN PATAGÓNICA

Luego de haber analizado los distintos niveles alcanzados por el valor arraigo en el seno de las diversas formas urbanas que se fueron sucediendo a lo largo de la historia y de haber estudiado las críticas condiciones generadoras de desarraigo planteadas actualmente por el auge de las megalópolis, debemos profundizar en la situación de la región patagónica. Hemos señalado que debido a las condiciones geográficas, su proceso de poblamiento revistió rasgos considerablemente distintos al emprendido en el resto del país, siendo el más tardío. Originalmente, el territorio patagónico se encontraba habitado por distintos grupos de aborígenes: los puelches o pehuenches que inicialmente ocupaban el oeste de la actual provincia de Neuquén y que, posteriormente, se fueron extendiendo hacia Chile y el lago Nahuel Huapi; los picunches, los mapuches y los huilliches, que vivieron en el centro y sur de Chile y que luego se extendieron hacia la Patagonia; los tehuelches que habitaron en las provincias de Santa Cruz y Chubut; y los yáganes y onas, que ocuparon el sur y el norte de Tierra del Fuego, respectivamente. A pesar de los numerosos esfuerzos fundacionales realizados por parte de la Corona española, tanto en tiempo de los Austrias como de los Borbones, cuando la Patagonia pasa a manos argentinas existía una sola enclave en el desierto: Carmen de Patagones. Una vez superados los conflictos internos que protagonizaron el proceso de consolidación nacional, desde el Gobierno Argentino comenzó a pensarse en la forma de alcanzar la definitiva integración de la región patagónica. Será en primer lugar, a través del impulso a la colonización galesa realizado por el gobierno de Mitre, la forma en que se emprenderá el camino para alcanzar dicho objetivo. Años más tarde y respondiendo a los lineamientos propios del programa de la denominada “Generación del 80” se producirá un rotundo cambio en la manera de viabilizar el citado cometido. Así se dará comienzo a la campaña del desierto que permitió obtener el dominio sobre todo el territorio regional en sólo seis años. A partir de entonces, y una vez conformados los cinco Territorios Nacionales, se inició la formulación de una serie de medidas por las cuales se fue paulatinamente consolidando el poblamiento e integración regional -aún inconcluso-.

La falta de un criterio uniforme en la búsqueda de dicho objetivo sumada a la amplísima extensión regional dio lugar a un proceso de poblamiento integrado por distintas corrientes colonizadoras. Fue la sumatoria de factores o emprendimientos diversos, la que impulsó el desarrollo del citado proceso que se tradujo en la formación de un escenario demográfico heterogéneo. Entre dichos factores podemos destacar algunos tales como la importante acción civilizadora de los salesianos, el fomento de la inmigración, el rol social de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, la presencia de asentamientos militares, el impulso al desarrollo de determinadas actividades económicas tales como la cría de ganado ovino y la explotación frutihortícola y la promoción del ferrocarril. Como puede observarse, la mayoría de dichos aspectos respondieron a una acción concreta emprendida en su momento por el Gobierno Nacional que, lamentablemente, careció de continuidad. La acción civilizadora de los salesianos ejerció una influencia notable a lo largo de todo el territorio patagónico. La misma se centró en la educación de niños y jóvenes, impartiendo conocimientos que incluyeron desde la enseñanza religiosa hasta la enseñanza de escritura, de oficios, de artes, etc.. Contempló, asimismo, la construcción de capillas; escuelas de artes y oficios, de agricultura y de primeras letras; hospitales; imprentas; y tuvo iniciativa en obras públicas, canales, plantaciones, caminos y observatorios meteorológicos. Un claro ejemplo de la influencia ejercida por la gran obra salesiana podemos encontrarlo en la fundación de la ciudad de Río Grande (Tierra del Fuego), la cual fue posible gracias a la tarea realizada en la zona desde la Misión Nuestra Señora de la Candelaria. Respecto al fomento realizado por el Gobierno Nacional a la inmigración, el mismo constituyó una de las más destacadas premisas formuladas en el programa de la “Generación del 80”. Podríamos mencionar muchísimos casos de localidades que se desarrollaron gracias a los esfuerzos realizados por los inmigrantes, pero vale destacar uno en particular: el de la colonización galesa en el territorio de Chubut, fruto de la cual fueron fundadas las ciudades de Rawson, Gaiman, Dolavon, Trelew, 28 de Julio y Trevelin. Además, podríamos citar otros numerosos ejemplos como la colonización de los boers en Colonia Escalante (Chubut); el establecimiento de colonias de italianos, rusos, alemanes e ingleses en la zona del Alto Valle y Valle Medio de Río Negro; o el asentamiento de

italianos en Río Turbio (Santa Cruz) atraídos por el yacimiento de carbón, entre muchos otros. Como ya hemos señalado, también la presencia de asentamientos militares influyó considerablemente en el proceso de poblamiento patagónico. Localizados en lugares estratégicos, supieron convertirse en verdaderos centros, en torno a los cuales, tuvo lugar la conformación de pueblos. Este modelo de fundación se observa, principalmente, en el territorio neuquino, en el que localidades como Chosmalal, Junín de los Andes, San Martín de los Andes y Las Lajas debieron su existencia a la presencia de algún regimiento. Asimismo, no podemos dejar de enfatizar el importante rol social desempeñado por Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) tanto en la atracción de pobladores como en su definitivo afincamiento. Ocurre que YPF, además de concentrar la mayor parte de la explotación de hidrocarburos en el sur, procuró desde sus inicios crear todas las condiciones necesarias para alentar el arraigo de sus empleados y familias a lugares que por sus características geográficas (clima y distancias) hacían difícil el habitar. Ciudades como Comodoro Rivadavia (Chubut –1901), Cutral Có (Neuquén – 1930) o Rincón de los Sauces (Neuquén) debieron su desarrollo a YPF. También el emprendimiento de determinadas actividades económicas, concretamente incentivadas desde el Gobierno Nacional a través de la legislación y el sustento económico, ejercieron gran influencia en la creación de pueblos en todo el territorio patagónico. Así, por ejemplo, la cría de ganado ovino favorecida desde el Gobierno por leyes vinculadas a la adjudicación de terrenos, redundó en la fundación de Puerto Deseado en Santa Cruz; Sarmiento, Gobernador Costa, José de San Martín en Chubut; Las Ovejas, Invernada Vieja, Varvaco en Neuquén; o Río Colorado, Colonia Juliá, Brumichon y Echaren en Río Negro. Por su parte, el fomento a la explotación frutihortícola, alentada particularmente a través de la construcción de canales de riego o de los beneficios otorgados a las cooperativas, repercutió en el desarrollo de los pueblos del Alto Valle y Valle Medio de Río Negro. Por último, debemos resaltar la notable trascendencia que tuvo para el poblamiento regional el tendido de las vías del ferrocarril. Muchísimas ciudades patagónicas deben su existencia o perdurabilidad en el tiempo a la llegada del ferrocarril. Este es el caso de los pueblos de la Línea Sur (Río Negro) que nacieron a la vera del tren.

De esta forma, se ha ido configurando el proceso de poblamiento regional que ha dado lugar a la conformación de pueblos con rasgos muy distintos, que como ya hemos señalado, también difieren en el nivel de arraigo generado. Incluso dentro de una misma subregión podemos encontrar pueblos con una población altamente arraigada linderos con otros que padecen desarraigo. A continuación analizaremos el ejemplo de algunas localidades ubicadas en la subregión cordillera chubutense a fin de destacar aquellos aspectos que hayan fortalecido el arraigo y aquellos que lo han obstaculizado; aspectos que deberán ser considerados al tiempo de la formulación de una política de poblamiento para la Patagonia.

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El arraigo en los pueblos de la Cordillera chubutense

En el mes de agosto del año 2002 el PIGPP coordinó la realización de un trabajo de campo, desarrollado por estudiantes de Ciencias Políticas, que se llevó a cabo en diez localidades de la subregión de la cordillera chubutense. En dicha oportunidad, en el que se efectuaron encuestas generales a la población, según una muestra seleccionada por el método aleatorio simple, y entrevistas a representantes de las “fuerzas vivas”, se desarrollaron algunos interrogantes tendientes a conocer el nivel de arraigo en cada ciudad. A continuación se describirán algunas respuestas de los pobladores brindadas en el marco de dicho trabajo, las cuales podrían ser de utilidad para la formulación de una política de poblamiento para la Patagonia. En primer lugar debe destacarse que un 86% del total de seiscientas ocho personas encuestadas señaló que no dejaría de habitar en la región (ver Gráfico 1). Dicha respuesta, que en algunas localidades fue casi unánime, se vio fundamentada por diversos motivos. La mayoría justificó su deseo de permanecer en la Patagonia por el sentimiento de arraigo que la vincula a ella; tanto los “NyC” como la mayor parte de los “VyQ” consultados expresaron poseer un verdadero sentimiento de pertenencia a la región, que los impulsa a desear permanecer en ella a pesar de los obstáculos a los que deban hacer frente. Otras argumentaciones comunes para explicar esta respuesta fueron el estilo de vida en contacto con la naturaleza que permite la Patagonia; la tranquilidad que ofrece; las posibilidades que brinda en relación a las que otorgan otras regiones, etc.

Pudo observarse, especialmente a través de las respuestas de las “fuerzas vivas” locales entrevistadas, que en la mayoría de las localidades la población presenta una marcada identidad cultural y sentimiento de pertenencia, lo que genera un fuerte arraigo a la región y, en particular, a cada pueblo. A pesar de que en muchos casos se hizo mención a todos lo obstáculos que deben enfrentar -tales como la falta de empleo; el deterioro del sistema de comunicaciones; la carencia, en algunas ciudades, de actividades culturales y recreativas, entre otros, la mayor parte subrayó su voluntad de seguir habitando en la región. Se aprecia, entonces, el carácter determinante de los sentimientos de identidad cultural y de pertenencia en el grado enraizamiento a la región y a la localidad. Asimismo, se los consultó sobre qué les aconsejarían a sus hijos. La mayoría, al igual que en el caso anterior, señaló que les recomendaría quedarse; aunque en esta oportunidad el porcentaje que se inclinó por esta respuesta fue menor: un 64% (ver Gráfico 2). Parecería, entonces, que al pensar en el futuro de los hijos, las posibilidades de desarrollo y empleo –condicionante del “arraigo”- presentan mayor influencia en la respuesta. No obstante ello, un 80% de los jóvenes (de entre 20 y 30 años) se manifestaron a favor de continuar habitando en la Patagonia (ver Gráfico 3). Pudo apreciarse que, mayormente, poseen un fuerte sentimiento de pertenencia a la región a la que eligen por el estilo de vida que proporciona respecto a otros lugares y, particularmente, a la localidad en la que habitan. A pesar de que, tal como señalaran los encuestados en la mayoría de los lugares en los que se realizó el trabajo de campos, aquellos jóvenes que cuentan con mayores recursos suelen abandonar su localidad de origen o incluso la región a fin de continuar sus estudios, en la mayoría de los casos se destacó que regresan, salvo algunas excepciones como en El Maitén, Cholila o José de San Martín, en la que se destacó como un realidad preocupante, el hecho de que los jóvenes no regresen. Otro dato importante extraído del trabajo de campo, es el hecho de que los patagónicos no son tan pesimistas respecto al futuro que posee la región. La mayoría calificó como “regular” la situación que atraviesa la Patagonia y de menor gravedad respecto a la de otras regiones, y enfatizó las grandes potencialidades que encierra (ver Gráfico 4). Este rasgo, evidentemente, posee un peso importante en la decisión de continuar habitando en la región. Hemos hecho especial hincapié en la importancia de la identidad cultural en la determinación del arraigo. Este valor se vincula fundamentalmente con el pasado -el

respeto por la historia, la tradición, el esfuerzo de los antepasados, etc.- y con el presente – el compartir determinados valores, normas, costumbres, etc.- pero, asimismo, tiene su implicancia en el futuro. Una fuerte identidad cultural redunda en el desarrollo de un proyecto común. Por último, nos parece importante resaltar ciertos rasgos particulares, que revisten algunos de los municipios en los que se llevó a cabo el trabajo, que alientan el desarrollo del arraigo en el seno de sus comunidades. En primer lugar, nos referiremos a la localidad de El Hoyo, en la que más de un 90% señaló que no abandonaría la región. El Hoyo es un pueblo con un gran promedio de VyQ que residen fundamentalmente en la parte urbana –que no desean abandonar el lugar-, mientras que una amplia parte de los NyC habitan en la zona rural. En dicha comunidad existe un marcado sentido de pertenencia fundamentalmente ligado al estilo de vida en contacto con la naturaleza que ofrece y poco a poco se va generando ámbitos propicios para la vida pública. Algunas iniciativas que pueden resaltarse, en este sentido, son la organización de manera conjunta de actividades recreativas y deportivas y la creación del nodo del Club del Trueque. Por su parte un 91% de los habitantes consultados de Epuyén aseveraron que no abandonarían el lugar. A pesar de albergar un importante porcentaje de población VyQ, paulatinamente, el sentimiento de identidad cultural y pertenencia local está tomando mayores proporciones. Algunas acciones emprendidas por el Municipio en los últimos tiempos han alentado este proceso. Por ejemplo, el establecimiento de una fecha para conmemorar el aniversario de Epuyén (1° de septiembre) luego de realizar una consulta popular o la elección de un escudo a partir de un concurso en el que la población interesada presentara distintos modelos. Estos hechos sin duda ayudan a imprimir un carácter particular al pueblo y a alimentar la “identidad cultural” que vincule a NyC y VyC. Paralelamente, también es importante destacar el rol desempeñado por las organizaciones intermedias en el seno de Epuyén, en las cuales los pobladores canalizan sus intereses y necesidades. Dichas organizaciones, que promueven la participación de los ciudadanos en cuestiones públicas, son verdaderamente consideradas desde el Municipio y escuchadas a la hora de tener que hacer frente a algún problema concreto del pueblo.

En Trevelin un 88% de los encuestados manifestó que no dejaría de habitar en la región y demostró un fuerte sentimiento de pertenencia a la localidad. Este sentimiento se encuentra particularmente alimentado por la profunda valorización de la historia del pueblo y con ella al esfuerzo realizado por aquellos pioneros galeses que hicieron posible la existencia de Trevelin. Esta valorización se traduce en una honda identidad cultural que crea lazos de afincamiento muy importantes. Este gran interés por la historia local del pueblo se ve canalizado desde el Municipio a través de la creación de sitios históricos y de la celebración de actos conmemorativos. Valgan como ejemplos los festejos por el centenario del histórico plebiscito celebrado en 1902 por el cual los colonos galeses manifestaron unánimemente desear vivir bajo bandera argentina o la reconstrucción de la Escuela 18 (lugar donde se celebrara el mismo) como museo del pueblo. El caso de la localidad de Tecka es realmente destacable. Los ciudadanos de Tecka enfrentan en la actualidad grandes dificultades económicas, originadas fundamentalmente porque la actividad agropecuaria –que absorbe una importante porción de la mano de obra local- se encuentra concentrada en pocas manos, lo que ocasiona el desempleo y bajos salarios. Esta situación sumado a la falta de posibilidades de estudio ha sido la causa de que muchos pobladores optaran por abandonar la localidad –según nos relataran la mayoría de los entrevistados en el lugar-. Sin embargo, desde hace algunos años esta situación se ha visto notablemente revertida a partir de la creación de la Escuela Polimodal desde donde se organizan talleres que capacitan a los estudiantes para facilitar su posterior inserción laboral y se promueven actividades culturales y de recreación como el establecimiento de la emisora de la Escuela con la finalidad de crear intereses en los alumnos. Todos estos ejemplos ponen de relieve acciones emprendidas por los mencionados Municipios en pro de alcanzar la profundización del sentido de identidad cultural y de pertenencia, elementos determinantes en la configuración del arraigo en el seno de las comunidades. Dichas acciones u otras similares con la misma finalidad deberían ser contempladas al tiempo de formular una política de poblamiento regional.

6. A MODO DE CONCLUSIÓN:

A lo largo de este trabajo hemos procurado resaltar la importancia que presenta el arraigo en orden al perfeccionamiento de la persona humana. Lamentablemente, este valor se encuentra profundamente olvidado, no sólo en nuestro país sino en el resto del mundo, oponiéndose a lo que es bueno para el hombre y necesario para su felicidad. En este sentido, hemos planteado la exigencia de que el arraigo vuelva a ser el criterio orientador de toda política poblacional.

La crisis actual que atraviesa Argentina fue ocasionada, en gran medida, porque el país arrastra desde hace muchas décadas la carencia de políticas a largo plazo, ajenas a los vaivenes políticos y formuladas en respuesta a las necesidades nacionales y no solamente con miras a lo exigido por la coyuntura internacional. Esta ausencia se evidencia notablemente en lo que hace a la cuestión poblacional, puesto que los planes o programas elaborados en esta materia han padecido la falta de continuidad, lo que ha obstruido el éxito en su cometido. De esta forma ha quedado conformado un escenario demográfico nacional que presenta muchos inconvenientes. En primer lugar, se ha dado la formación de importantes metrópolis (como por ejemplo Córdoba) y de una megalópolis, Buenos Aires, que ha adoptado todas las características propias de la ciudad global. Este proceso se ha desarrollado por la importante migración producida desde el campo o desde ciudades pequeñas hasta estos puntos que ofrecen, aparentemente, mejores condiciones para alcanzar una prosperidad. Sin embargo, como hemos señalado, dichos ámbitos suelen ser hostiles para el hombre al promover su desarraigo. En segundo lugar, paralelamente a la aglutinación poblacional producida en determinados puntos, encontramos en nuestro país amplios espacios despoblados y abandonados en distintos lugares del territorio y, fundamentalmente, en la región patagónica. En este sentido es importante que la política poblacional que se formule trate de revertir el proceso. Principalmente deberá procurar revertir el rumbo de las migraciones; es decir, deberá buscar atraer pobladores desde los centros que padecen hacinamiento hacia las zonas menos pobladas, como la Patagonia. Alcanzar este objetivo no será fácil y demandará muchos años, pues implica un cambio absoluto del ideal de vida que hoy pasa por vivir en una comunidad guiada por criterios individualistas, que ofrezca mayores posibilidades de crecimiento económico y confort. Dicho objeto deberá buscarse por el camino de la promoción de la idea de vecinalismo y de la ciudad/municipio como eje raigal, ámbito óptimo para el desarrollo de la persona humana. De los distintos ejemplos de formas urbanas que tuvieron lugar a lo largo de la historia podremos extraer algunas premisas que deberían ser consideradas para alcanzar con éxito la consecución de políticas en materia de poblamiento orientadas por el valor arraigo.

Como observamos en el análisis de la vida en las antiguas ciudades de Grecia y Roma, es de vital trascendencia para una comunidad el poseer una profunda “identidad cultural”. Podríamos considerar a este valor como la condición de mayor incidencia en el nivel de arraigo alcanzado en el seno de una ciudad. A pesar de las vicisitudes económicas o geográficas a las que deba hacer frente una comunidad, si la misma posee una marcada “identidad cultural” dichos obstáculos no podrán ocasionar la extinción de la ciudad. Esta identidad se encuentra en intensa vinculación con el sentimiento de pertenencia. El compartir valores, principios, normas, tradiciones, una historia, hace al hombre sentirse más plenamente parte de una comunidad. En orden a lograr la promoción de la “identidad cultural” y, consecuentemente, del sentimiento de pertenencia en una ciudad será prioritario el papel que jugará la participación. Debe impulsarse una intensa participación de la comunidad en los asuntos públicos, siguiendo el modelo de los antiguos ciudadanos de la polis. Para ello deberán contemplarse distintos aspectos. Primeramente, en lo que hace a la planificación urbana, deberán proyectarse espacios públicos, como el ágora en los pueblos griegos o el Foro para los romanos. Así, es importante que la ciudad cuente con una plaza ubicada en un lugar central y que, en torno a ella, se encuentren la Iglesia y los edificios públicos, entre los que deberían contarse con la Municipalidad, un salón público para actividades culturales (conferencias, obras de teatros, proyección de películas), un espacio para la realización de actividades recreativas y deportes, entre otras. En otras palabras, debería seguirse el modelo de ciudad hispana. En nuestro país todas aquellas ciudades que fueron fundadas bajo el período de dominación de la Corona España poseen esta estructura caracterizada por su plaza central, frente a la cual se encuentra la catedral y el cabildo. Este modelo se aprecia claramente en los pueblos y ciudades del norte de nuestro país, los cuales cuentan con el desarrollo de una activa vida pública y cultural. Aquí, hemos tocado otro aspecto que debe ser considerado por toda futura política de poblamiento. Los habitantes patagónicos suelen quejarse por la falta de vida cultural o recreativa que les ofrecen sus comunidades. De hecho, muchas veces esta carencia alimenta la decisión de abandonar el lugar de origen. Asimismo, actualmente es una de las condiciones mencionadas por los pobladores del sur como una de las principales causas, sumado al nivel de desempleo, del alto grado de alcoholismo que aqueja a la juventud. Por ello, desde el municipio deberá darse un especial

hincapié a la promoción de actividades culturales y recreativas, en orden a alentar el afincamiento. Otro punto importante que debe ser tenido en cuenta para fomentar la identidad cultural y sentimiento de pertenencia es la educación. Importa que, como lo hicieron los antiguos griegos, se eduque en el amor y respeto por la tradición, la historia y en el espíritu de preocupación por los asuntos públicos. En esta cuestión encontramos una gran falencia no solamente en la región patagónica sino en casi todo el territorio argentino. Por último, es necesario, además, trabajar en este sentido desde lo institucional. Cada municipio debería trabajar en generar espacios de debate, consulta y participación pública, de modo que la población se sienta parte. Por ello será muy trascendente promover la formación y consolidación de instituciones intermedias, siguiendo el ejemplo de las corporaciones del medioevo. La identidad cultural y el sentimiento de pertenencia pueden ser consideradas como las variables principales del índice del arraigo. Podría decirse que constituyen su aspecto subjetivo y mayormente determinante. Sin embargo, no son las variables exclusivas sino que también debemos considerar aquellas que integran su lado objetivo y que no pueden ser omitidas si se busca fomentar el afincamiento en zonas menos pobladas. En este sentido, la política que se formule deberá ir acompañada de los medios para que se ejecuten las obras de infraestructura necesarias para facilitar el habitar en dichas ciudades. Recordemos el ejemplo de los romanos que dotaban a la ciudad con una destaca infraestructura, pensada y construida con la voluntad de que perdurara en el tiempo. En Argentina, la Generación del 80 fue la inspiradora de algunas obras tendientes a promover el poblamiento patagónico que fueron pensadas de esta forma. Entre ellas encontramos el tendido de vías de ferrocarriles, la construcción de canales de riego, la realización de excavaciones en busca de agua, etc. Lamentablemente, esta iniciativa no sólo careció de continuidad, sino que además se vio fuertemente revertida en las últimas décadas. Así, por ejemplo, el cierre de numerosos ramales de ferrocarril ha sometido a muchísimos pueblos patagónicos y, en general, de distintas regiones de la Argentina, a un profundo aislamiento, condición que se constituye en una de las causas desencadenantes del desarraigo. Es importante, entonces, promover la realización de tales obras. Si bien es cierto que la crisis económica por la que atraviesa nuestro país parecería hacer impensable la ejecución

de este tipo de empresa, se plantea como una imperiosa necesidad si se quiere avanzar hacia el desarrollo de la Nación en su conjunto. Pretender afincar de manera espontánea pobladores en zonas desfavorables, bien por su clima o por las distancias que las separan de los centros neurálgicos de nuestro país, es prácticamente inimaginable. ¿Cómo lograr una verdadero poblamiento e integración de la región patagónica frente al retroceso que ha padecido el sistema de comunicaciones?. ¿Cómo es posible que la región que nutre de gas al resto del país y que posee las más bajas temperaturas a nivel nacional, cuente con numerosas localidades a las que no ha llegado el gas corriente con el consiguiente gasto que esto origina?. ¿Cómo puede ser que la Patagonia sea la gran proveedora de energía hidroeléctrica y que por sus fuertes vientos podría convertirse en una gran productora de energía eólica, y aún posea localidades en las que la falta de energía se transforma en un freno para el desarrollo de actividades productivas?. Todas estas preguntas y muchas otras que hoy no encuentran respuestas deberán ser resultas en toda política que se formule porque de otra forma será imposible avanzar en el intento de provocar el cambio en el rumbo de las migraciones que requiere el país en orden a su futuro desarrollo integral. Además, es necesario que la política que se formule contemple los medios necesarios para que cada municipio pueda brindar la asistencia social necesaria para promover el arraigo de la comunidad. El actual sistema centralizado de gestión social frecuentemente hace compleja la respuesta a las demandas concretas que se presentan en cada municipio, generando, asimismo, el despilfarro de recursos en el mantenimiento de burocracias e instancias intermedias. Por último, la mayoría de las zonas menos pobladas y, en particular, la región que nos ocupa presentan grandes posibilidades para su desarrollo económico. Sin embargo, estos recursos suelen ser desaprovechados. Para subsanar esta realidad, toda política en materia poblacional deberá ir acompañada por programas que alienten el desarrollo de aquellas actividades productivas para las que cada lugar presenta potencialidades y, de esta forma, garantizar la perdurabilidad de los asentamientos al generar fuentes de trabajo. Aquí, también podemos referirnos a algunos ejemplos de medidas tomadas con este criterio y que impulsaron el poblamiento patagónico: el fomento a la formación de cooperativas y el impulso al sistema de riego que facilitó el emprendimiento de la actividad frutícola tuvo gran implicancia en el poblamiento del Alto Valle y Valle Medio de Río Negro; la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales que no

sólo concentró la mayor parte de la explotación de hidrocarburos sino que además procuró brindar a quienes se desempeñaban en ella las condiciones necesarias para facilitar su afincamiento, lo que alentó el poblamiento de una extensa región de Chubut y también de Santa Cruz y Neuquén; o las leyes que fomentaron la actividad lanera que incidieron, principalmente, en el poblamiento de Tierra del Fuego, Santa Cruz y Chubut. Lamentablemente, dichas medidas han sido abandonadas y en escasas ocasiones han sido reemplazadas por otras, lo que ha obstaculizado el poblamiento de la región. Por ello, es necesario hacer un profundo relevamiento de las potencialidades que presenta cada subregión, escuchando las sugerencias de los antiguos pobladores de la zona, para así poder formular programas que se adecuen a las condiciones locales. Si se lograra con éxito revertir el sentido de las migraciones actuales, fortaleciendo el valor arraigo en el seno de las ciudades/municipios localizadas a lo largo de toda la Patagonia y, en general, de todo el país, no por ello dejarán de existir las actuales metrópolis o megalópolis. También será importante que la política que se plantee repare en cómo, paulatinamente, generar el arraigo en el seno de estas comunidades. El camino, seguramente, estará en resaltar el papel del barrio, siguiendo el principio vecinalista, como instancia óptima para la participación y, asimismo, fomentar la formación de instituciones intermedias. Por otra parte deberá buscarse crear interés por los sitios históricos y organizar eventos de tipo cultural o recreativos que promuevan el respecto por la tradición local y el desarrollo de una activa vida pública. En síntesis, podríamos concluir señalando que mientras que la identidad cultural y el sentimiento de pertenencia a una comunidad son variables determinantes en el índice del arraigo; encontramos otras condiciones objetivas como el contar con una adecuada infraestructura, con la asistencia social necesaria y con el estímulo para el desarrollo de actividades productivas, que constituyen variables condicionantes, pero no por ello de escasa importancia. Todas estas variables deben ser, sin duda, contempladas a la hora de formular una política poblacional que se encuentre orientada por el valor arraigo. Destáquese, además, que aunque se busque fortalecer a la ciudad/municipio como primera comunidad política en la que el hombre encuentre las condiciones óptimas para su desarrollo integral, no por ello se intenta suplir a la Nación. Se trata de seguir el ejemplo de

la antigua Grecia, en la que pese al marcado localismo de la polis, contenía esta en germen al movimiento unificante de la “nación griega”.

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