El azar en la historia. A la búsqueda de un modelo de interpretación

El azar en la historia. A la búsqueda de un modelo de interpretación Antonio González Barroso Unidad Académica de Historia Universidad Autónoma de Zac

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El azar en la historia. A la búsqueda de un modelo de interpretación Antonio González Barroso Unidad Académica de Historia Universidad Autónoma de Zacatecas Revista de Investigación Científica Vólumen 2, número 1 ISSN 0188-5367

Palabras clave: azar, historia, modelo. Introducción El historiador francés Paul Veyne (1930-), en su libro Cómo se escribe la historia, afirma que el tejido histórico está compuesto por una trama, “una mezcla muy humana” de causas materiales (condiciones objetivas), fines (libertad) y azar (causas superficiales, incidente, genio u ocasión);1 pero a este último elemento no se le ha prestado la debida atención, ya que para los dos primeros se cuenta con los modelos de cobertura legal2 y silogismo práctico3, respectivamente, y para el último ninguno. Historia es un término ambiguo por partida doble: primero, por un lado hace referencia a la realidad pasada (historia materia, Res gestae, Geschichte) y por otro al estudio o ciencia de esa realidad (historia conocimiento, Rerum gestarum, Historie);

y segundo, cuenta con los sentidos amplio (todo el

pasado) y restringido (sólo el pasado humano). Se hace esta aclaración, porque el presente artículo presta atención a la historia materia en su sentido amplio.

1

Conceptualización ¿Qué es el azar? Causa a la que se atribuyen acontecimientos que se consideran sujetos sólo a la probabilidad (punto de vista ontológico) o cuya causa real se desconoce (punto de vista epistemológico). Si de la anterior disyunción se asume que el azar es una propiedad de la realidad y no una limitación gnoseológica (ignorancia, variables ocultas)4 – como lo muestran la probabilidad en la mecánica cuántica y la sensibilidad a las condiciones iniciales en la teoría del caos,5 llegándose a plantear la existencia de un principio de indeterminación inmanente, esencial, intrínseco (un indeterminismo fundamental, objetivo, por naturaleza)– entonces cabe preguntarse si el azar es un “principio” (arjé) y una substancia.6 “[…] el azar parece ser el dato fundamental, el mensaje último de la naturaleza.”7 En la antigüedad griega al “principio” se le adjudica el origen de todas las cosas, el regir del universo, es la “causa dinámica” de los procesos de cambio. En cuanto a la substancia, es el ser de las cosas, lo invisible, lo oculto, el trasmundo, la esencia del mundo. Ahora bien, si al azar se le concibe en esa conjunción, a la cual se le debe la realidad fenoménica caracterizada por lo múltiple, por la infinita posibilidad de azarosas combinaciones, entonces debe considerársele inmanente más que trascendente, como causa física (de lo empírico, de lo fenoménico); por lo cual es susceptible a un tratamiento cuantitativo (físico) antes que cualitativo (metafísico).8 Esto es, el azar es en el mundo y se confunde con el mundo posible y contingente, por lo que no es una substancia suprasensible o una entidad metafísica eterna y trascendente. Aunque cabe aclarar que si se reconoce al azar como el responsable del mundo tal cual es (monismo),

2

entonces se rescata la cualidad, el por qué de las cosas (su naturaleza) y no sólo el cómo de ellas (su funcionamiento). El azar se identifica siempre con lo que desordena, lo que altera, pero también lleva o conduce a la estabilidad dentro del cambio (dependiendo de las combinaciones), no todo es trastorno, por lo que el determinismo sólo da cuenta de los órdenes regulares y descuida lo aperiódico, lo desequilibrado. La necesidad es un producto del azar. Es más, el mundo mecánico (al que el filósofo y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz consideró como “el mejor de los mundos posibles”) es el que mayor propensión o facilidad de realización tiene.9 “No existe una necesidad, sino una probabilidad que termina por realizarse y puede repetirse. El desorden, portador de una infinidad de posibles, de una fecundidad inagotable, es él mismo

generador

de

orden;

hace

de

éste

un

accidente,

un

acontecimiento.”10 Si se reconoce que el orden observable es un producto del azar, entonces tampoco hay cabida para la finalidad o telos, es decir, el devenir no tiene metas

prefijadas

(potencialidades,

tendencias),

sino

que

está

en

permanente proceso de constitución. El azar y la finalidad se excluyen.11 Casualidad vs. Causalidad Se nos pide a los historiadores que en el análisis causal debemos señalar: de todas las condiciones necesarias relevantes cuál o cuáles (circunstancias caóticas) transformaron un tren normal de eventos (situación histórica estable) en uno anormal o extraordinario (situación histórica caótica, ruptura de la continuidad, cambio). ¿A cuál condición se debe la ocurrencia del evento que se trata de explicar? Contestar esta pregunta entraña el riesgo

3

tanto

del

“pluralismo

multicausalidad)

indiscriminado”

como

del

(gran

variedad

“reduccionismo”

de

(causa

causas: decisiva:

monocausalidad, unicausalidad). 12 Ha

sido

común

clasificar

condiciones/causas,

los

condición

factores

causales

necesaria/condición

en

dicotomías:

suficiente,

causas

principales/causas secundarias, causas directas/causas indirectas, causas lejanas/causas

próximas,

restrictivas/causas

causas

permisivas,

externas/causas

estructura/evento,

internas,

larga

causas

duración/corta

duración. El primer grupo lo caracterizan los estados pre-existentes o tendencias de larga duración (estructuras impersonales, como la cultura y las instituciones) que influyen en un evento y que llevan a que éste sea posible; y el segundo lo representa la agencia humana (causas que están bajo el control del agente) y hace que el suceso se convierta en realidad.13 Estas dicotomías expresan la oposición determinismo (las estructuras como determinantes de la acción humana) vs voluntarismo (desempeño autónomo de los agentes), pero descuidan el papel de la contingencia en la historia. La oposición dicotómica se debe a las dos tradiciones en la epistemología de las

ciencias

del

hombre:

1.-

la

galileana

(causalista,

determinista,

mecanicista), se caracteriza por la preeminencia de la “necesidad” y la predicción de los fenómenos, es decir, su explicación (Erklaren); y 2.- la aristotélica (finalista o teleológica,

voluntarista), se distingue por la

prevalecencia del libre albedrío, la toma de decisiones en el obrar, es decir, la comprensión (Verstehen) de los actos.14 La contingencia en la historia se opone tanto al determinismo de fuerzas impersonales como a las acciones planificadas de un individuo (condiciones positivas), es decir, la ocurrencia de un evento tiene que ver más con la serie de acciones, omisiones, incompetencia (miopía, ineptitud, vacilación),

4

egoísmo y negligencia de otras personas (condiciones negativas).15 No siempre corresponden las expectativas de los actores con las consecuencias de sus acciones, sobre todo en épocas de crisis.16 A los productos o consecuencias (efectos) secundarios o incidentales (azarosos) se les llama subproductos, residuos, que son “los frutos esperados pero impredecibles” de una

acción

que

pretende

otros

objetivos.17

La

incertidumbre

(indeterminación, inconmensurabilidad) impide hacer planes para el futuro y entorpece la toma de decisiones (elecciones), lo que marca límites a la razón.18 “La teoría residual de la historia diría que las consecuencias no pretendidas ni imaginadas de las empresas humanas han sido y siempre serán

más

poderosas,

más

difundidas

y

más

influyentes

que

las

consecuencias pretendidas.”19 Entre las variadas contingencias (“causas sin causa”) de los asuntos humanos se encuentran las circunstancias fortuitas (por ejemplo, la suerte).20 Contingencias azarosas fueron decisivas en grandes encrucijadas de la historia, ya que los accidentes tienen el potencial de ejercer una poderosa influencia en el curso de los asuntos humanos (muertes repentinas o al contrario, escapar de ella [“mortalidad en reversa”]).21 La ocurrencia de un hecho no necesariamente lleva a la ocurrencia de un segundo hecho, sino a “diversos hechos posibles”, esto es, entre el primero y el segundo hechos existen posibilidades de las cuales una se concreta en el segundo.22 La contingencia en un acontecimiento implica la posibilidad que puede realizarse o no. La historia se orienta en un sentido obvio: el porvenir. Y el porvenir, muy rico en casos posibles, aún no ha diseñado sus formas exactas[…]El tiempo en la historia hállase compuesto así por momentos llenos de “lo posible no realizado”.23

5

Dependiendo del conjunto de antecedentes, para algunos el evento a estudiar es casual (accidental, circunstancial, fortuito, aleatorio, azaroso, contingente) y para otros determinado24; es más, estos últimos consideran que el azar (en el sentido material) es a menudo el ejecutor de la necesidad.25 Con la retrospectiva los sucesos pasados vistos en la posteridad aparecen como necesarios, “ilusión de fatalidad” (la caída de un imperio, pero lo mismo puede decirse de un efecto contrario, el fortalecimiento del mismo), a diferencia de los contemporáneos que los consideran azarosos. “Ni una ni otra es a priori verdadera o falsa; (pero) el porvenir rectifica con frecuencia el juicio de los actores.”26 Así, para unos: [...]se invoca el azar cada vez que los fenómenos naturales irrumpen en el mundo de la historia (temblores de tierra, enfermedad de un jefe, circunstancias atmosféricas que determinan el resultado de una guerra, de una batalla, etcétera), cada vez también que la disimetría entre la causa y el efecto (pequeña causa y grandes efectos) nos golpea, o asimismo cada vez que un gran hombre parece ejercer una acción sobre el devenir.27

Y, para otros: Supongamos, por ejemplo, que la historia conduzca por necesidad a una Europa unida: afirmado en ese saber el historiador contemplaría sin temor las últimas guerras europeas, restos de una época que se termina. Divididos o no esos azares se organizarían como tales en la perspectiva verdadera sobre el pasado.28

En resumen, en la explicación histórica no basta la enumeración causal de los eventos ni los propósitos de los agentes para dar cuenta de los sucesos, sino que es necesario incluir la variable “azar” para tener una imagen satisfactoria de los mismos.

6

Tal vez lo anterior no sea más que un “descubrimiento negativo”, es decir, el descubrimiento de nuevos campos de ignorancia que suprimen nuestra ilusión de saber (la explicación histórica no es dicotómica).29 “Quizá nuestros modernos descubridores no sean en absoluto descubridores sino más bien inquisidores, en una época de descubrimientos negativos donde las consecuencias no se miden por el carácter definitivo de las respuestas, sino por la fertilidad de las preguntas.”30 Tratamiento disciplinar Si el azar en la física parece ser un descubrimiento relativamente reciente, en la historia su presencia es secular. Por ejemplo, la Fortuna, personificación del azar en la antigüedad, es una de las pocas diosas paganas que subsiste en la historiografía hasta el siglo XVIII, a pesar de los intentos del teólogo latino Agustín de Hipona

(354 d. C.-430 d. C.)

de sustituirla por la Providencia. Se recurre

a la Fortuna cuando los sucesos escapan a la planificación humana.31 Respecto a esto último, ya Nicolás Maquiavelo (1467-1527), reconoce que la fuerza de las circunstancias –azar, fortuna, destino– se opone al libre albedrío. “La Fortuna se configura en Maquiavelo con una personalidad imprecisa. A veces parece el mero azar y a veces es una especie de inteligencia directora, cuyos designios se ocultan al hombre”.32 Por otra parte, el filósofo griego Aristóteles (c. 384 a. C.-322 a. C.) considera el azar ajeno a toda ley y a su ocurrencia esporádica, de aquí que lo infrecuente se confunda con la contingencia. “La regularidad prueba la existencia de un vehículo necesario; la singularidad, la ausencia de tal nexo”. Además, para Aristóteles el azar está en función de la teleología o la finalidad, es decir, se pretende conseguir o lograr algo pero se obtiene otra cosa no esperada: se cava un hoyo para plantar un árbol y se encuentra un tesoro.33 Un ejemplo de esto es Cristóbal Colón, quien queriendo encontrar

7

una vía más corta a la India (tierra de las especias), descubre América (accidentalmente). A este tipo de descubrimientos imprevistos y afortunados, producto del azar y la inteligencia, se les llama en el ámbito angloparlante serendipity (serendipidad), neologismo derivado de la obra Peregrinación de tres hijos jóvenes del rey de Serendip (1754) del escritor inglés Horace Walpole (1717-1797).34 Antes de continuar, vale la pena hacer referencia al historiador inglés Edward Hallett Carr (1892-1982), quien considera que cuando los historiadores aluden al papel del azar en la historia es cuando sus sociedades se encuentran en crisis, tal es el caso de Polibio (c. 200 a.C.-c. 120 a. C) –el primero en abordarlo sistemáticamente– y Cornelio Tácito (c. 55 d. C.-c. 120 d. C.), quienes otorgan al azar la responsabilidad de la decadencia de Grecia y de la Roma republicana respectivamente.35 Sobre el papel del azar en la historia es famoso el aforismo del matemático, físico y filósofo francés Blas Pascal (1623-1662): “Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, toda la faz del mundo hubiese cambiado”.36 Por lo que se plantea que cuando el mundo se seculariza y la Providencia desaparece, entonces su lugar lo ocupa el azar, el cual “se convierte ya en un motivo inmanente del que se pueden deducir grandes consecuencias”.37 Pero con el descubrimiento del principio de causalidad (determinismo), el siglo XVIII destierra también al azar del escenario histórico, fortaleciéndose esta

posición

con

el

idealismo

decimonónico,

ya

que

“todo

lo

aparentemente azaroso tiene su sentido”.38 En lo que respecta al siglo XX, la posición puede ilustrarse con E. H. Carr, para quien el azar no tiene lugar en “una interpretación racional de la historia”.39 Las posiciones providencialista (voluntad divina), causalista (“la mano invisible” en Adam Smith) e idealista (“la astucia de la razón” en Hegel) no sólo destierran el azar, sino también la

8

libertad; fortaleciendo, en cambio, las ideas de destino y fatalidad (paradójicamente son tan importantes en la antigüedad como la Fortuna). Ahora bien, se debe al filósofo de la historia Raymond Aron (1905-1983) uno de los estudios más completos sobre el azar en la historia, quien se basa, a su vez, en el Ensayo sobre los fundamentos de nuestros conocimientos y sobre los caracteres de la crítica filosófica (1851) del matemático y filósofo francés Antoine-Augustin Cournot (1801-1877). Para Cournot existen dos tipos de ciencias: las teóricas y las históricas. Las primeras se basan en el encadenamiento de fenómenos según leyes y las segundas reconstruyen la evolución de los estados pretéritos del universo a partir de su estado actual.40 Asimismo, en las ciencias teóricas impera el orden, en contraste con las históricas, que son “irreductibles al orden”: “el azar es el fundamento de la historia”.41 Cournot define el azar como el encuentro o coincidencia de dos series independientes o encuentro o coincidencia de un sistema y de una serie.42 Por ejemplo, para el primer caso se tiene el desprendimiento de una teja (debido al viento y la fuerza de gravedad) y el paso de un peatón (que se dirige a su empleo) a quien golpea (lo inesperado); para el segundo, el choque de un cuerpo extraño con el sistema solar. Lo que caracteriza estos hechos (los encuentros) es su imprevisibilidad, aunque cada una de las series o sistemas están sujetas a determinismos.43 Para ilustrar esto en el ámbito de la historia humana, Raymond Aron recurre al ejemplo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918): una serie es la diplomacia austríaca en los Balcanes (otras series son las diplomacias rusa y alemana en la región), el asesinato del archiduque forma parte de la serie de la actividad de los revolucionarios

9

serbios o del paneslavismo y el sistema es la guerra en la prolongación de la política europea.44 Raymond Aron, por su parte, considera que el azar no agota el concepto de historia, ya que la historia es la reconstrucción de los estados previos de los sistemas que se observan hoy. “La historia se caracteriza no tanto por lo fortuito como por la orientación de un devenir”.45 Respecto a lo anterior, Aron comenta que Cournot distingue entre las historias de la naturaleza (cosmológica, física o biológica) y la historia humana, ya que en las primeras impera el orden y un movimiento global y orientado; y aunque a la segunda le impute la discontinuidad de la causalidad por el azar46, piensa que “[...]más allá del azar –pasiones individuales, decisiones voluntarias, catástrofes naturales, guerras, etcétera– se captaría un orden que convertiría en inteligible el caos que se ofrece primero al historiador”.47 Esto supone, según Aron, que para explicar un acontecimiento cualquiera (el estallido de la Primera Guerra Mundial), los accidentes (el asesinato de Sarajevo) deben considerarse inscritos en las llamadas causas profundas (rivalidad franco-alemana, carrera armamentista, política de alianzas), por lo que el suceso se

vuelve

inevitable; los accidentes se desvanecen, se

compensan, “los movimientos seculares rigen los movimientos de períodos cortos”. Empero, estima que si la guerra inicia en otra fecha (antes o después de 1914), las consecuencias no son las mismas.48 Cournot, de acuerdo con Aron, asume la causalidad histórica, es decir, los eslabonamientos necesarios que conforman sistemas (“el término hacia el cual se encamina la evolución” [postura escatológica]) y donde los accidentes son ahogados, por lo que Aron le cuestiona a Cournot que aprehenda el devenir en su término49: “[...]¿cómo captar el movimiento

10

global en tanto que se presenta inacabado? El historiador no sobrevuela el paisaje histórico; se mantiene en el mismo nivel que el devenir que se esfuerza por exponer”.50 Otro francés, el historiador Paul Veyne, quien, como se informa en la introducción, considera al tejido histórico compuesto por una trama de causas materiales, fines

y azar (“el inapreciable azar que cambia el curso

de las cosas”), menciona que si se destaca alguno de estos factores de la trama, se tienen distintas concepciones: la materialista si se hace hincapié en las causas materiales, la idealista si lo que se toma en cuenta son los fines y “la concepción clásica de la historia como teatro en el que la Fortuna se divierte trastocando nuestros planes” si se resalta el azar.51 Veyne considera que en el mundo humano impera la libertad y el azar, por lo que este último factor puede bloquear el que los seres humanos dispongan de las causas materiales para sus fines.52 Para él, el azar son las “causas superficiales” (“las más eficaces”), aquéllas que producen un gran efecto con poco costo, son “económicas”; a diferencia de las “causas profundas”, que además de ser costosas, son difíciles de descubrir y requieren un mayor esfuerzo explicativo.53 “Al demonio de la historia le cuesta menos provocar un incidente que enfurecer a todo un pueblo, y las dos causas, igualmente indispensables, no tienen el mismo precio. La causa profunda es la menos económica”.54 La desproporción entre causas insignificantes y sus efectos, lleva a Veyne a comparar el azar en la historia con la definición de Henri Poincaré sobre los fenómenos aleatorios: variaciones imperceptibles en las condiciones iniciales pueden magnificar el fenómeno.55

11

Una sociedad no es una olla en la que los motivos de descontento, a fuerza de hervir, terminen haciendo saltar la tapa, sino una olla en la que un desplazamiento accidental de la tapa desencadena la ebullición, que acabará haciéndola saltar. Si no ocurre el accidente inicial, el descontento sigue siendo difuso[...]Bien es cierto que el espectador no puede predecir en absoluto el paso del estado difuso al de explosión.56

Si para Veyne la historia es un “tejido”, “una trama”, también la considera un “juego de estrategia”, en el que el enemigo puede ser un hombre o la naturaleza: la nariz de Cleopatra o los cálculos en la vejiga de Cromwell. Hablar del calificativo “económico”, para las causas superficiales en el juego de estrategia, implica que atacan al enemigo en su punto más débil (el corazón [sentimientos] de Antonio, la vejiga de Cromwell). “Si el azar más improbable basta para romper unas defensas, es porque presentaban puntos débiles desconocidos hasta entonces.”57 Veyne considera que muchos historiadores se empeñan en buscar las “causas profundas” de la historia, cuando en realidad mucho se debe a las “superficiales”58,

lo cual lo lleva a aseverar: “[...]la historia está llena de

posibilidades abortadas, de acontecimientos que no han tenido lugar. No puede considerarse historiador a quien no perciba, en torno a la historia que ha ocurrido realmente, un tropel indefinido de historias simultáneamente posibles, de ‘cosas que podían ser de otra manera’”.59 Sobre el tema de los futuros posibles, la escuela norteamericana de la New Economic History, fundada en 1957, hace ejercicios de imaginar “lo que pudo haber sido si”, a partir de la econometría retrospectiva y de las llamadas “hipótesis contrafactuales”.60 Se conjetura, por ejemplo, en el libro Los ferrocarriles y el crecimiento económico americano (1964) de Robert W. Fogel, acerca del desarrollo de los Estados Unidos si en vez de ferrocarriles se hubiesen construido canales para la navegación fluvial, creando de esta

12

manera una imagen histórica alternativa (ucronía).61 “Como dice R. Romano, la escuela norteamericana nos aporta ‘una cierta concepción de lo aleatorio de la historia’”.62 Es más, en el ejemplar temático del año 2002 de la revista History and theory, dedicado a la “historia no convencional”, se encuentra un artículo acerca de las hipótesis contrafactuales: “¿Por qué preguntamos ‘qué tal si’? Reflexiones sobre la función de la historia alternativa” de Gavriel Rosenfeld. En él el autor se propone hacer un recuento de lo que nunca pasó para tener una mejor comprensión de la memoria de lo que sí pasó (aunque esto ya se lo había propuesto el historiador alemán Alexander Demandt, en 1984, en su libro Historia que nunca pasó), ejemplificándolo en tres casos: los nazis ganan la Segunda Guerra Mundial, el Sur gana la guerra civil y la revolución de independencia americana fracasa.63 Ahora bien, desde el ámbito de habla hispana sobresale el historiador peruano Jorge Basadre Grohmann (1903-1980), quien, en su libro El azar en la historia y sus límites, aborda el problema del azar en la historia. Menciona que el autor francés Pierre Vendryés, en su libro De la probabilidad en historia. El ejemplo de la expedición de Egipto (1952), muestra lo aleatorio del acaecer humano

ilustrándolo con la campaña de Napoleón a Egipto, quien se

propone llegar hasta la India, pero es frustrado ante la derrota naval de Aboukir en manos del almirante inglés Nelson.64 Basadre afirma que aunque la historia utiliza expresiones como: en consecuencia, por lo tanto, mas; también emplea frases “probabilistas”, ya sea por el uso de condicionales o de adjetivos dependientes del sufijo -ble: previsible, posible, viable, probable. Asimismo, considera que “la historia es imperfectamente racional”, ya que está inmersa en un tiempo contingente y discontinuo, a diferencia del tiempo racional que es necesario, continuo,

13

lineal y homogéneo.65 Aunque el autor no desarrolla más esta distinción, hace depender de ella el azar en la historia. Por otra parte, estima que la historia es un proceso en el que se desarrollan designios humanos, por lo que el azar sólo los retarda o los acelera, de aquí que para él el azar no es absoluto sino relativo.66 Otro autor que maneja Basadre en su libro es el francés G. H. Bousquet, quien en el artículo “El azar. Su papel en la historia de las sociedades” (1967) expone varios ejemplos históricos productos del azar, entre otros: votaciones parlamentarias que definen destinos por la diferencia de un voto (la implantación de la tercera república francesa en 1875, por la ausencia de un diputado monárquico que estaba en el baño en ese preciso momento), futuros posibles truncados por muertes prematuras (Alejandro Magno, Lenin), circunstancias meteorológicas que modifican sucesos (eclipses, cometas, nevadas).67 Modelización Construir un modelo es encontrar la regla o función que explique el comportamiento de los sistemas68, por medio de una operación o ecuación; aunque no de manera exclusiva. Por ejemplo, Poincaré encuentra que el comportamiento

dinámico

puede

representarse

mejor

de

manera

geométrica que por medio de una fórmula. Dada la complejidad de muchos sistemas dinámicos, es extremadamente difícil denotarla con ecuaciones, facilitándose la tarea usando “imágenes visuales y representaciones mentales”.69 Un sistema se estudia mediante teorías, con su formalismo matemático e interpretación conceptual, pero si no se cuenta con un modelo matemático

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es conveniente optar por un “modelo verbal”, como en los casos de la teoría de la evolución y el psicoanálisis, ya que la historia de la ciencia muestra que el lenguaje ordinario antecede al matemático, “a la invención de un algoritmo”.70 Una alternativa a la modelización matemática es “la explicación en principio”, es decir, explicaciones provisionales o preliminares, muchas veces intuitiva, “en campos complejos y teóricamente poco desarrollados”. Como dijera el historiador francés Marc Bloch (1886-1944): “Allí donde es imposible calcular se impone sugerir”.71 La heurística (entendida como descubrimiento, invención, formulación de nuevas hipótesis y teorías) en la que predomina el razonamiento analógico (“lógicas suaves” o “flexibles”, “infralógica”) y no el inductivo o deductivo, puede ser útil al respecto; ya que además de la inducción y la deducción está la “abducción”, la intuición. “No procede por inferencia, sino que es previa a la inferencia.” La intuición es predemostrativa, es la hipótesis o conjetura inicial (inventiva, creatividad, imaginación) que debe ser validada posteriormente.72 Las distintas ciencias y ramas del conocimiento comienzan generalmente por una etapa intuitiva durante la cual el pensamiento y el lenguaje se utilizan para formar imágenes vagas, conceptos imprecisos y analogías más o menos superficiales de los procesos que busca comprender. Es la etapa en la cual no se conocen aún los elementos esenciales de una situación. Es una etapa de búsqueda, es el proceso de construcción de una abstracción adecuada del problema, con la que se pueda empezar a trabajar.73

Un acercamiento

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De acuerdo con el historiador estadounidense David F. Lindenfeld, la historia ha tenido los siguientes acercamientos a la teoría del caos: el metafórico, el analógico y el riguroso. El metafórico redescribe los bien conocidos acontecimientos históricos con el lenguaje de la teoría del caos (se usan palabras como “orden” y “caos” para describir ya sea el colapso de la República de Weimar o el de la Unión Soviética). El analógico, un acercamiento alternativo, es cómo ciertos temas de la teoría del caos pueden aplicarse al problema de la relación entre las acciones humanas y las estructuras en la historia, como son :74 a) Dependencia sensible a las condiciones iniciales (efecto mariposa): disimetría entre una pequeña acción (aparentemente insignificante) y sus consecuencias trascendentes. El papel de la contingencia en los asuntos humanos (alternativa a las dicotomías en los análisis causales).75 b) Similaridad a través de las diferencias de escala: ya sea entre el individuo y la colectividad o entre los diferentes niveles psicológicos de los individuos (intenciones, motivos y personalidad). Explicando lo uno aludiendo a lo otro y viceversa.76 c) Estructuras disipativas y ramificación77: la historia podría usar la imagen de ramal para dar cuenta de procesos históricos como los de transición (por ejemplo, de la República de Weimar al Tercer Reich). El historiador reconstruye con la retrospectiva los sucesos previos y posteriores a un punto crítico, donde el resultado sólo es uno respecto a un número finito de alternativas, pero del cual no se puede dar cuenta precisa con antelación a la ocurrencia del suceso.78 Muchos sucesos pueden ser descritos por una serie de ramas, donde cada una representa una decisión concreta y la sucesión

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de ellas limitan (estrechan) las opciones, dando lugar a eventos catastróficos en la historia.79 Como ejemplo de esto tenemos el caso de la Primera Guerra Mundial, que no inicia inmediatamente, sino que entre un hecho y otro se dan una serie de sucesos que llevan a que la guerra se haga inevitable, y estos sucesos son decisiones que se convierten en acciones: del asesinato del archiduque Francisco Fernando (el asesino cree que este acto ayuda a que Serbia se libere del yugo austro-húngaro) le sigue el envío de un ultimátum de Austria-Hungría a Serbia (los Habsburgo consideran que si no solicitan castigo a los culpables, su posición en la región se ve comprometida); el ultimátum provoca que Rusia, por su parte, movilice su ejército hacia los Balcanes (los Románov no quieren arriesgar su influencia en la zona); los serbios, sintiéndose apoyados, desoyen las exigencias del ultimátum; AustroHungría ve amenazada su situación y declara la guerra, lo que, a su vez, por el sistema de alianzas militares preexistentes, lleva a la conflagración generalizada. El riguroso, al que yo llamaría homológico, pretende aplicar la matemática del caos a los eventos, pero es hasta ahora el menos prometedor, porque no ha satisfecho las expectativas.80 Tal vez este acercamiento es todavía prematuro; sin embargo, así como se transita de uno metafórico a uno analógico (que no brindará sus frutos a menos que el historiador se actualice teóricamente), se posibilita su redención futura. Al azar se le concibe comúnmente como lo imprevisto, lo inesperado, lo que irrumpe intempestivamente y modifica o que en el mejor de los casos está latente, pero esto no es más que manifestaciones que adopta, el azar es un continuo, siempre está presente; por lo que partiendo de las premisas que el azar (llamémosle A) es un constituyente de la realidad (desde el nivel subatómico hasta el cósmico) y siempre está presente (desde el principio

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hasta el final de los tiempos), entonces es posible plantear, con las reservas del caso, como valores límites del azar 0 y 1 (0

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