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EL CAPITAN DOG Y EL TESORO DE PALAGUA Escrito por Manuel Montenegro Reyes - Martes, 27 septiembre 2011 http://www.mundopalabras.es/2011/09/27/el-capitan-dog-y-el-tesoro-de-palagua/ El capitán Dog, subió a una caja grande, apostada en un costado del puerto de Soledad que sobre el río Grande de la Magdalena, permanecía, casi todo el tiempo atestado de barcazas, canoas, botes, champas y ahora, a mitad de siglo XIX, varios barcos a vapor y entre ellos el famoso Rayo, del que ya tenemos referencia( El ave encantada). El Capitán Dog, dio un rápido vistazo, con sus ojos de lince, color verde cafés. Mantenía la agilidad de otrora y no se le notaban los años; le había crecido una espesa barba con algunos tintes acanados. Sacó una pipa, al parecer elaborada en legítimo marfil; lentamente la cogió con la mano izquierda y con la otra extrajo un cerillo del fondo del bolsillo. Con pausada tranquilidad y a la vista de todos la encendió; le dio un chupón y moviendo suavemente la cabeza de arriba a bajo, mientras giraba observando a la gente dijo: - ¡Necesito ocho hombres para completar la tripulación! La gente, que se había reunido a su alrededor, se componía, en su mayoría de jóvenes y niños; y, una que otra mujer que curioseaba. Varios alzaron la mano. - ¡Voy a seleccionarlos en mi camarote! Dijo en voz alta y agregó: ¡el señor Koíto, los atenderá uno por uno! Y señalo a su fiel cocinero que en ese momento se acercaba. Parecía que al chino, tampoco lo había afectado el paso de los años y que era, al parecer, el único de su antigua tripulación que lo acompañaba. Su piel, curtida por el sol y el agua, había tomado en Koíto, un color acanelado con matices amarillos, que le daba cierta tersura joven a la composición de su rostro; ya no usaba la trenza, ni la vestimenta de antes. Todo había cambiado; hasta su acento lo había perdido y hablaba un español que, aunque algo burdo, era fácil de entender. Es más, conservaba la misma agilidad que cuando lo conocimos. De un solo brinco llegó a la caja que, momentos antes había abandonado el Capitán. - ¡Muy bien! Dijo pausadamente, saboreando las palabras y agregó: A mi patrón le gusta mucho la aventura y no está por demás advertirles que son peligrosas; muy peligrosas. La muchedumbre, se silencio y se vio a más de uno, dar media vuelta. De los que quedaron Koíto señaló a uno grandote y musculoso, que lo miraba de forma particular. - ¡Siga! Dijo el Capitán. Cuando entró, tuvo que agacharse en el umbral de la puerta. Luego, avanzó unos pasos y, como soldado en guardia, abrió las piernas, sacó pecho y con las manos empuñadas a los costados dijo:
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- ¡ Hakael Irachin a sus ordenes, señor! Dijo con voz de militar. Inmediatamente el Capitán se dio cuenta de su origen. - ¿Qué hace por aquí un guerrero marroquí? Y sin esperar respuesta el Capitán continúo. - ¡Queda contratado! ¡Bien venido al vapor Rayo! Y así siguió, uno tras otro recibiendo su personal. Koíto le mandó el último, no sin antes percatarse de la precensia de un joven de escasos 15 años, que venía levantando la mano insistentemente. Pero las órdenes del capitán eran estrictas y había que cumplirlas. Sin embargo Koíto estaba inquieto, no solo por la insistencia, sino que al final el muchacho se había quedado solo. De repente, y cuando Koíto daba la media vuelta para subir al barco, el muchacho grito: - ¡Soy el hijo de Laevo!El chino quedo paralizado; le hormiguearon las piernas; se le agito el corazón y su garganta no encontraba palabras o no le salían. Luego, de un solo salto, dio media vuelta y arrancó a correr para donde el muchacho y lo abrazó. - ¡¿El hijo de Laevo?! Pregunto asombrado. ¿Dónde está tu padre? ¿Qué ha sido de él? Las preguntas se amontonaron, una tras la otra; la alegría se desbordaba, mientras abrazaba al muchacho. Lo tomaba por los hombros; lo acercaba y lo retiraba, daba unos pasos atrás, para verlo mejor. No creía que ahí estuviera representado un gran amigo. - ¡Vamos hijo, bien venido a la tripulación! Dijo en medio del regocijo que en momentos cortaba su respiración y agregó: estoy seguro que al Capitán le va a dar mucho gusto verlo!.Evidentemente el Capitán Dog, lo recibió con los brazos abiertos, cuando Koíto le refirió que era el hijo de Laevo. - ¿Cómo te llamas? Pregunto el Capitán. - ¡Poenko! Contesto el muchacho. - ¡Poenko, Poenko! Se le quedó mirando. ¡Bien venido muchacho, al vapor Rayo!Poenko, de piel acanelada, liza y brillante; de cabello lacio negro y ojos verdes con tintes cafés, con una delicada y firme compostura permaneció de pies, frente a Koíto y el Capitán, que lo colmaron de adulaciones. Pero, qué hacía Poenko, el hijo del Yomanki y el Capitán por esos lares? Por qué decía que su padre era Laevo? La verdad, ahora era que Poenko, el hijo del Capitán Dog, estaba frente a su padre. Y ni siquiera cruzaba por la mente del Capitán la más remota idea de su origen; y menos asociarlo con Yomanki.
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Y, Poenko, tampoco sabía que el Capitán Dog, era su padre. La noche se vino encima, suave y alegre. El cielo estaba despejado y tachonado de innumerables estrellas. Y, los tres, seguían hablando en el camarote del Capitán, alimentando el pasado, con grandes y enormes recuerdos: de pasajes imposibles de olvidar. Más aún, cuando supieron que Laevo traicionado por sus hermanos, le habían robado todo lo que tenía. Todo menos el cariño de Poenko. Eso les contó Poenko. Esa fue la historia que les narró. Pero la verdad era otra. Cuando Poenko tenía 8 años, Yomanki enfermó con un fuerte paludismo (falsiparos); y, en su lecho, moribunda, entregó a su hijo una cuerdita con una laminita de oro, que colgó al cuello. Le dijo que existían dos láminas más, colgadas del cuello de los hombres que más había amado en su vida. Agregó además, que las tres láminas habían sido diseñadas por un guerrero Palagua valientes y decidido; que la historia de las luchas de los indios Carare y Paraguas, tenía mucho que ver con un tesoro: el tesoro de la ciénaga de Palagua. Cuando Yomanki agonizaba, luego de una larga travesía por el río Grande de la Magdalena, en el puerto de Latora (hoy Barrancabermeja), un hombre se arrimó a colaborar. Cuando los vio más de cerca exclamó sorprendido: - ¡Yomanki, Yomanki! La mujer entre abrió los ojos y también sorprendida, dijo en voz queda: - ¡Laevo! Ya, en los últimos minutos de su vida, recomendó el cuidado de su hijo Poenko a su viejo amigo. Desde entonces vivía con él; hasta que una noche llegó a casa borracho y muy malherido; días después murió. El Capitán, dio por terminada la charla y se fueron a dormir. Al otro día, muy de mañana, el vapor Rayo elevaba anclas; y con el poder de siempre, emprendía la travesía del majestuoso yuma(como llamaban al río los aborígenes). ¡El grandioso río Grande de la Magdalena! Aquel por el que surcaran años atrás conquistadores, príncipes y enviados encopetados de la corona Española; el que había visto nacer el desastre y exterminio de infinidad de aborígenes nativos en manos de los conquistadores; el río conocedor de los miles de esclavos negros que habían sido transportados desde el lejano Continente Africano; el que llevaba las aguas más abundantes, ricas en toda clase de peces; el río que alimentaba a miles de habitantes de la región; el río que fuera testigo, años después, de los cientos de muertos por la violencia; que aceptaba en su lecho, el baño de asesinos, estafadores, lujuriosos y pecaminosos. El Río Grande de la Magdalena, cuya historia, no había sido escrita con la veracidad que merecía, servia ahora de refugio y camino para la osada tripulación del vapor Rayo. El joven Poenko, desde aquel día, fue el fiel servidor del Capitán Dog y sobretodo de Koíto. Se convirtió en el ayudante número uno de la cocina, aunque en principio aspiraba trabajar como cualquier otro marino. Se hizo amigo de Ha-Kael y en las noches, sobretodo, escuchaba grandes historias de su tierra. Supo Poenko la forma de vivir de las tribus, algunas nómadas, del norte de África y de las incursiones a la
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Península por parte de los moros. Le contó Ha-Kael, como era su familia y sus hermanas. Incluso le prometió, que si le iba bien en este viaje, podrían ir a su tierra. El muchacho sediento de aventura escuchaba y escuchaba hasta altas horas de la noche; hasta que prácticamente se dormía, bajo las ondas melodiosas que emitía su amigo Ha-Kael. Ha-Kael, tenía facilidad de palabra, cuando se lo proponía; y sabía ser amable y carismático con todo el mundo. Servicial y muy fuerte, por cierto; con una contextura atlética asombrosa, que podía significar el poder de cuatro hombres juntos. De igual manera Poenko, no se quedaba atrás. Era alto, con uno setenta y cinco; bien formado y además, muy bien parecido. Otro de los hombres a bordo, eras un negro. Brillaba cuando se cubría de sudor; y en las noches, sobretodo cuando salía la luna. Era el negro Sebastián. Que al contrario de Ha-kael, era muy silencioso. Tan silencioso, que mucha veces había sido regañado por el Capitán, cuando se aparecía, así de repente y a sus espaldas; y solo decía “si” y seguía repitiendo el “si, si, si” hasta que el Capitán enfurecido le decía bruscamente “Ya”. Cuando el Capitán le daba una orden solo inclinaba, bruscamente, medio cuerpo y lo flexionaba varias veces repitiendo “si, si, si”. Hasta que todos, especialmente el Capitán, se dieron cuenta que Sebastián tenia dificultades para hablar: le habían cercenado la lengua. Al parecer Sebastián, era un evadido negro cimarrón que por intrépido, revolucionario y sobretodo inquieto, sus captores le habían cortado la lengua, en una tercera parte. Eso le impedía hablar su bantú original y solo sabia decir “si”, como todos los esclavos. Durante el siglo XVI, especialmente los españoles habían hecho de las suyas. Daban cacería a los hombres de África Occidental, como cazando animales y los traían hacinados, en pésimas condiciones en las bodegas de sus galeras. Se dice que fueron millones de negros que estos desalmados asesinos y tranfugas de España transportaron. Se cuenta que en las travesías, entre Dakar o Zaire al Nuevo Continente, de 2000 negros que transportaban solo llegaban mil. Al principio los mercaderes traían a América solo hombres, es decir casi solo hombres, pues de 2000 venían 300mujeres. Luego viendo la necesidad (esto es historia que contaremos luego), de dos mil esclavos mil eran mujeres, que servían, no solo como vientre para multiplicar el número de esclavos, sino de servicio domestico y servicio sexual. Para esa entonces los tales corsarios (españoles) no traían a sus esposas y su familia; por eso violaban a las indias y negras (Léase Las venas abiertas de América Latina). El negro Sebastián había pertenecido a un grupo Cimarrón dentro de un palenque. Como ustedes saben, el Capitán Dog tenía gran estima por los negros y con sobrada razón. Su madre era mulata y él había nacido cerca a Dakar. Por ésta y muchas otras razones, trataba a Sebastián bien, exceptuando aquel “Ya”, que le vociferara un día. Sebastián dormía en la litera de proa cerca al casquete de entrada (Describir mejor). Quizá, la briza de la noche lo remontaba al delicioso recuerdo de sus congéneres; su clan y sus padres, sus hermanas. Todos dispersos, quien sabe dónde. Tal vez ya hubieran muerto o quizás no. Para el pobre negro existía la posibilidad de encontrarlos algún día…un día no lejano.
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El famoso Vapor Rayo, volvía otra vez a surcar las aguas del rio Grande de la Magdalena, después de haber permanecido en la ensenada de santa Marta, cerca a la hoy Ciénaga, prácticamente abandonado por más de cinco años. Abandonado por uno de los dueños, luego que el Capitán Dog y partiera para África, en busca de su madre, con Koito, que siempre lo acompaño. Fueron cinco largos años. El vapor Rayo, surcó el río varias veces, sin el Capitán Dog. Dog, se encontraba tripulando una enorme goleta que había comprado en los astilleros de Inglaterra, después que viajara a Hon Kong a conocer la familia de su amigo (para contar luego). El Rayo, había sucumbido a la negligencia de los hijos de un mercader veneciano aduciendo que “estos armatoste están pasados de moda papá, son historia”. Cuando Dog, regreso a América, luego de una gran odisea en el Triangulo de las Bermudas, donde naufrago y perdió toda su fortuna, su amigo Koito, le recordó el gran río de la Magdalena; le trajo a colación las aventuras con el Rayo. El Capitán lo compro hecho pedazos, por una irrisoria suma. Lo que más le costo fueron los arreglos, que duraron varios meses. ¡Ahora volvía Dog! ¡Volvía el vapor Rayo! ¡Volvía la aventura! Regresaron los recuerdos. Era inevitable que tanto al Capitán, como a Koíto les llegaron viejos recuerdos: unos buenos y otros desagradables. Pero siempre maravillosos recuerdos. Imposibles de olvidar. El vapor Rayo imponente, remodelado; con una nueva tripulación; con el orgullo de levantar anclas nuevamente, de sentir las tibias aguas del río que tantas veces acariciaran, ahora pitaba una y otra vez. ¡Sonaba esa sirena con tal fuerza que erizaba los bellos a sus tripulantes! Y la gente apostada en el puerto alzaba las manos una y otra vez. Brincaban y gritaban. Los niños, sobretodo, corrían de un lado para el otro. Parte de la tripulación y hasta el capitán alzaron las manos para despedirse. El vapor se abrió hacia el centro del río y tomó un costado de la corriente; pitaba y pitaba. La gente agolpada en el muelle hizo sacar un suspiro a la tripulación. El suspiro más profundo lo exhaló el capitán mientras decía a su gente: - ¡Bueno aquí vamos!- Y todos se dispersaron. Incluso Trueno, el perro pastor lobo que acompañaba ahora al capitán Dog. Trueno, llevaba algunos años acompañándolo desde que, lamentable y de viejo muriera Trosqui; el fiel perro que conociéramos en la travesía anterior. Ahora Trueno, ocupaba su lugar, pero al contrario de Trosqui, era sumamente silencioso. Casi ni ladraba y su pelambre negro oscuro, su corpulencia y esos ojos entre claros y verdosos, le imprimían una imagen de agresividad que mantenía a más de uno alejado del capitán. ¡Trueno era como el mismísimo diablo! Y permanecía, casi siempre, echado o agazapado a varios metros del capitán y cuando veía que alguien se acercaba se iba deslizando, lentamente, y poco a poco se incorporaba, para iniciar una especie de danza, dando sigilosos pasos para acercarse al capitán. De modo que la mayoría de la tripulación no se arrimaba y frenaban en seco a varios metros de distancia. Trueno, también detenía sus movimientos y se quedaba expectante. Luego doblaba nuevamente las manos
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y se echaba. Ese era Trueno. En la cabina de mando, HaKael y Poenko, gritaron muy contentos “aquí vamos” Antes que Dog llegara a la barandilla y cogiera camino a la sala de maquinas, Sebastián había tomado la iniciativa, como si intuyera la última decisión del Capitán. Cuando llegó, a la primera rampa, la que conducía a los dormitorios o literas, miró al negro que prácticamente le hacía calle de honor. El Capitán se limitó a decir “ si vamos a la sala de máquinas”. El calor allí, era un poco mayor, a pesar de lo espacioso del lugar: las paredes estaban revestidas, al parecer, de láminas quizá de acero o algún material sumamente fuerte. Todo estaba ordenado de tal forma que Dahiam, el maquinista, el encargado que esto funcionara a la perfección, estaba apostado y sentado en un rincón, donde escribía algo. Samuel, el tuerto, el auxiliar echaba carbón con una pequeña pala a la carreta que manejaba uno de los carboneros y que conducía cerca al fogón desde donde otro paliaba para atizar la combustión. Todo se movía rítmica y armoniosamente; con suma precisión y con un cálculo milimétrico cada movimiento del personal. Poco hablaban y la rutina ternábase como una estampa diseñada para dejar todo en orden. Todo el mundo en su sitio; hora tras hora, sin que nada alterara o pretendiera alterar aquella conformación de un trabajo sincronizado. El grupo de calderas era consiente de la necesidad y responsabilidad en la ejecución de la tarea encomendada. Sudaban a montones. Pero nadie se quejaba. A nadie se le ocurría siquiera pasarse el dorso de la mano por el rostro. Era robóticamente un conjunto de piezas humanas, ordenadas como maquinas en constante movimiento. Ni siquiera la presencia del capitán Dog interrumpió el trabajo. Samuel, el tuerto, sin embargo giró, unos segundos, la cabeza para observar a los recién llegados. Luego, de un corto espacio, el tuerto volvió a girar la cabeza y esta vez carraspeó; duro, para llamar la atención de Dahiam, que, concentrado en sus apuntes desconocía la presencia del Capitán y Sebastián. El Tuerto, tomo un pequeño carbón y en un improvisado giro lo arrojó donde estaba su jefe inmediato, con tan mala puntería que callo encima del papel que utilizaba Dahiam, lo que provocó una estampida de furia y una brusca reacción: - ¡Mierda, mierda! Y siguió el vituperio con ¡¿Quién putas me tira…?! Y se paró de un solo golpeY parado, casi en posición firmes, se quedó cuando vio al capitán y al negro. - ¡Si, señor, si señor! Lo que ordene mi capitánDog, movió la cabeza de arriba a bajo, como era su costumbre. - Todo en orden Dahiam?- ¡Si señor, todo en orden!-Respondió rápida y atropelladamente. Y agregó: el vapor Rayo tiene suficiente alimento para largo tiempo-Y movió también la cabeza como lo hacia el Capitán. - ¡Bien!- Dijo el capitán e inicio el ascenso a la segunda secciónLa quilla rompía la corriente y lanzaba borbotones de agua por los costados. El sol, iluminó el lado izquierdo, llenándolo de un espacio de tranquilidad y pasividad. La luz que acariciaba la nave, parecía imprimirle vida propia. Abría con su esplendor un torrente de afecto, cariño y sentimiento, endulzado con el fulgor de las ondas que se extendían, en un continuo erizar, hasta perderse en la orilla. Las débiles ondas que tocaban la ribera, era como un rumor de suaves palabras, que penetraban la selva y se perdían. Todos ocupaban su lugar.
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La organización de la tripulación era perfecta. En la cubierta, dos de los marinos limpiaban dejando todo impecablemente aseado. El Capitán salió a la rampa y caminó con paso firme hasta la punta de estribor; parecía andar solo. Sin embargo Trueno lo observaba echado y enchipado, como una culebra, en uno de los tubos de ventilación; y, el negro Sebastián, envolvía unas gruesas sogas, también a corta distancia y sin perder de vista al Capitán. Por estos lados el río se hace más ancho; muy ancho, pero lento. El agua represada desde el mar, parecía que hacía peso sobre su cauce. El vapor Rayo, serpenteando y a 8 nudos, subía el río grande de la Magdalena y devoraba hora tras hora, metros y metros, el caudal del majestuoso Yuma, como llamaban los indios al río. A la altura del hoy Sitio Nuevo, el río no presenta curvas prominentes y se ve, a lo lejos, una semillanura que hace paso a las desembocaduras de varios arroyuelos y a las ciénagas de Pivijay, Pajaral e incluso las de Piedras y Agujas. Días y días navegando, con la pesada carga, el vapor Rayo enfrentaba, con mucha fuerza, las aguas que se hicieron corrientosas cerca a lo hoy Salamina. Y el barco seguía subiendo. El vapor Rayo, surcaba las fronteras de los departamentos del Atlántico y Magdalena y se adentraba en Bolívar, por Calamar. Aquí, éste punto, se inicia una serie de curvas hasta llegar al Plato. El Plato, el hoy famoso Plato Magdalena( describir). Desde lejos, algunos marinos apostados en la proa avistaron la cercanía del puerto. El capitán Dog, con las piernas entre abiertas y la mirada fija en el horizonte, sacó su pipa y la encendió mientras pensaba “! Cuanto tiempo sin llegar ¡ Poenko, con los ojos brillantes de alegría pregunto a Hakael: - ¿Qué pueblo éste, Ha-Kael?- ¡No se! Baje y pegúntele al capitán que si debe saber.Poenko, salió disparado escaleras abajo y medio parando donde el capitán pregunto: - Mi capitán, Capitán Dog- ¡si diga! Dijo Dog sin mirarlo. - ¡Capitán qué puerto es éste que hay mucha gente esperándonos?- ¡El Plato! Contesto enfáticamente. Y volteándolo a mirar repitió: ¡El Plato!- Capitán, nos quedamos aquí algunos días?- ¡Quizás! Respondió. ¡Quizás! Repitió mientras caminaba a la punta de la proa. Poenko, de un solo brinco y a paso, más que largo, llegó primero donde permanecían los marinos, que ya preparaban las amarras y uno de ellos estaba presto a soltar el ancla. Sebastián, en compañía de Trueno, se deslizaba cerca deslizando sus manos por la barandilla de estribor. El gentío era enorme.
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El atracadero o embarcadero estaba atestado de indios, negros, mulatos y algunas mujeres de la mejor clase social de esa región; la orilla estaban también aparcadas canoas, piraguas y balsas; algunas conformadas por troncos (rastras) de madera que los colonos embarcaban en alguna quebrada y sacaban para vender. El puerto del Plato estaba muy activo, no solo por la llegada del vapor Rayo, sino porque era un sábado. Allí, confluían cazadores de pieles; exploradores y colonos; pescadores. El Plato, era un pujante caserío, lleno de vida. Repleto de alegría y simpáticas muchachas. Un grupo, como siempre, digo siempre, porque era la costumbre; un grupo de chicas dedicadas a la vida licenciosa movían sus manos desde un estreno; otro grupo con sobrillas y muy bien ataviadas, discretamente medio levantaban las manos. La algarabía de los muchachos era sin medida. Asombrosamente alborotada. Sonaban unos tambores y flautas; un improvisado grupo musical estaba entre el gentío. Las campanas de la iglesia repicaban una y otra vez demarcando el amino que los pasos del sacerdote dejaban mientras se acercaba al muelle. El vapor Rayo, empezó a pitar y eso alborotó más a la gente del famoso puerto. Era toda una fiesta digna de aprovechar; apropiada para que esa noche el capitán escribiera: “Hacia tiempos que no me sentía tan a gusto, como el regocijo que me transmitió esta gente. Es un pueblo cordial y alegre. Un acogedor pueblo digno de recordar” Dos de los más conocidos mercaderes turco uno y judío el otro, subieron de primeros a darle la bienvenida al capitán y su tripulación. Amhin, dijo llamarse el primero y Baall el segundo. Amhin de mediana estatura y delgado; sin mucha apariencia física y con un bigote que iba de mejilla a mejilla, como en línea recta; cabello ondulado muy bien peinado que brillaba de la glicerina y con unos pequeños anteojos que llegaban a la mitad de su enorme nariz, con una pequeña genuflexión dijo: - ¡Bien venido Capitán…!En este punto hizo una pausa de inseguridad, de noble inquietud, de torpeza o quizá de malicia, cuando concluyo que en el haber de nombres no existía o recordaba el del capitán. Sin embargo carraspeó, se rascó la cabeza y con fingida inquietud impotente continuo: - Bienvenido capitán…- Se quedó nuevamente en suspenso, esperando que alguien le ayudara con el nombre. Y acto seguido la voz del capitán sonó como un trueno. - ¡Soy el capitán Dog! – Y continuó- Mi tripulación y yo les agradecemos el recibimiento.
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- ¡Si mi capitán Dog! –Dijo el otro que se presentó como el señor BaaelBaael, era de igual o con un poco menos estatura que Amhin, pero con mejor presencia. ¡Menos peso! Llevaba una gorrita de color café cubriendo sus cuatro pelos de la cabeza y vestía de chaqueta y pantalón del más fino lino blanco. Ambos, impecablemente vestidos, bajaron con el capitán que también se había preparado para la ocasión. Llevaba una camisa azul de seda china, con el cuello un poco más alto que de común; arremangado cuidadosamente hasta los codos. La empalizada construida, como muelle y que llegaba al barco 10 metros fuera de la orilla, era de madera sumamente resistente; casi todo de puro guayacán. Detrás de los tres, como escoltas, venían, primero Sebastián y Trueno; luego Ha-kael, Poenko y Zaid, el bodeguero. Zaid, del que no habíamos hablado era, como se dice actualmente, pura fibra: de mediana estatura (1,60 mts), pero solo músculos. Llevaba una pañoleta roja amarrada a la cabeza y puesto, por única ropa, un chingue. La mujer de Amhin, la señora de Baael y una que otra encopetada, de la clase pudiente, saludaron, especialmente al capitán y pidieron permiso para curiosear el barco y saludar a su tripulación. En verdad lo que buscaban, inicialmente, era al cocinero. - ¡Señor que gusto en conocerlo y poder saludarlo! - ¡Muy bien, señoras! -Dijo Koito, suspendiendo sus labores.- ¡¿En qué les puedo servir, señoras?- ¡ay, mire!- Dijo una de ellas- ¡Nosotras, casi siempre que llega un barco como este…! - ¡Así de bonito! –Dijo otra- ¡Con el lujo de tripulación!- Agregó una más.- Si señor…-Continuo la primera dama- La primera persona que saludamos es al chef. ¡Al cocinero, pues! Koíto, que no superaba el metro cincuenta, quedaba mirando para arriba a las damas que lo visitaban. Visiblemente turbado y un poco confuso, se limitó a decir: - ¡Aja, señolas, mulchas glacias! - Las razones del saludo son muchas. - Razones de peso… - Primero porque usted parece buena persona- Dijo la mujer de Amhin- Y porque usted mi estimado señor…!maneja la despensa! - Y, casi siempre usan los más novedosos… - …sofisticados y agradables aderezos- Concluyó la señora de Baael- Y además siempre se equipan con la loza más fina del Viejo Continente. Todas ordenadas alrededor de Koíto movieron la cabeza afirmativamente y dejaron el espacio para la palabra clave que todas esperaban. - ¡Loza china, señor…! - ¡Koíto! –Respondió el cocinero-¡Koíto!- Repitió. Y todas se quedaron mirándose una a otra saboreando y masticando el nombre del chino. - ¡¿Koíto?!- Dijo una encopetada moviendo la cabeza y sonriendo un poco- ¡Que bonito nombre!
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- ¡Muy bueno diría yo! – Acentuó la otra y alzo las cejas- ¡Vengan por aca señoras! – Dijo Koíto, rascándose la cabeza- ¡Vengan!. La mañana la pasaron entretenidas en la cocina y Koíto como todo un profesor de culinaria; de alta cocina, se las arregló para impartir conocimiento. Todos esos aliños, raíces secas, frutas deshidratadas, salsas preparadas y conservadas con la más alta ciencia de la época; en fin los misterios para preparar comidas al estilo francés, español, ingles, árabe y sobretodo del lejano oriente lo develo Koíto a estas inquietas señoras. Y la loza china, ni se diga, les prometió hablar con el Capitán para que les vendiera algunas cajas. La población de El Plato, situado sobre la ribera derecha del río grande de la Magdalena, estaba rodeado de varios arroyuelos (nombre de algunos) y su hidrografía la representaba sus ciénagas de Zárate y Malibu, en gran parte. Su gente sabían divertirse sanamente y rara vez se armaba algún tropel. Esa noche o esa primera noche, por duraron cuatro, la parranda fue hasta el amanecer. Algunos de los marinos se fueron donde las chicas de Casa Verde; otros para el bar de doña Anselmo y uno que otro a los jolgorios que montaron en varias casas. El Capitán y Poenko; y Trueno, lógicamente, estuvieron con el párroco disfrutando del viejo vino añejo, que tenía el cura y, dos botellas, que Dog hizo bajar de su haber privado. Luego a la fiesta que armaran las hijas de Amhin y Baael, con comilona y francachela, como decía el maestro Rafael Pombo. Bailaron, jugaron, gritaron y se divirtieron hasta bien entrada la madrugada. Durante los días siguientes vendieron piezas de seda, lino, paño escoses e ingles; unas máquinas de coser, loza y una cama estilo Luís XV para el señor Bael. De igual manera compraron pieles de oso, tigrillo y tigre; y, una que otra prenda en oro elaborada por los indios. Una mañana, estando el capitán sentado en un cómodo butaco, disfrutando del encanto de las chicas que se bañaban; de las que más arriba lavaban y de las que husmeaban, se acercó Poenko con paso ligero. - ¡Capitán! Dijo alegre y contento. ¡Ve las muchachas que se van a lanzar al agua? Pregunto señalando a un grupo de chicas. - ¡Si! Respondió el capitán. ¡Las veo! - Ellas dicen que nosotros, usted y yo, no somos capaces de alcanzarlas, ni siquiera río abajo. - ¡Ah, si: eso piensan ellas?- Si, señor. ¡Nos están retando! Dicen que el que pierda, prepara el almuerzo y lo sirve en la casa de las más robusta que es su tía, capitán. - ¡Vamos a ganarles! Grito el capitán. A duras penas se quitó las botas y se lanzaron al agua. Los brazos, de los dos, surcaban el aire una y otra vez; con brazadas que parecían mover los cuerpos a velocidad asombrosa. El grupo de mujeres nadaban y nadaban; y, los noveleros que habían visto el desafió corrían por la playa brincando por entre las piedras y troncos. Cuando ya las iban a alcanzar, salió una cuarta mujer a la orilla y grito “ganaron”. Y siguió gritando junto con jóvenes y chicos; con grandes también. ¡Ganaron, ganaron! Repetían y entonces salieron todos a la playa. En ese momento el capitán exhausto nadó tras de Poenko que subió a un tronco, desnudo el dorso. Iba llegando con su última brazada y la camisa en la mano, cuando dijo Poenko:
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- ¡Hicieron trampa capi! En ese preciso momento el capitán se quedó viendo el dorso desnudo del muchacho y la medalla de oro que colgaba de su cuello. ¡Impávido, asombrado y con ganas de gritar, salto a la playa y abrazó a Poenko! - ¡No es para tanto capitán, si hemos perdido! - ¡Hemos perdido! Gritó el capitán alegre y contento. Alzó la mano de Poenko gritando “hemos perdido” y seguía gritando como loco. Se acercaron las muchachas, riendo a carcajadas; todos reían. Y, algunos no sabían por qué, pero reían. Desde aquel día la vida para Dog y Poenko fue diferente y diferente también para Ha-Kael, porque había momentos que sus historias tenia que compartirlas con el Capitán y de igual manera escuchar sus relatos. Grandes aventuras que el lector, algún día conocerá. Esa misma noche, en la cena, el Capitán Dog tomó la palabra: - ¡Hoy, ha sido el mejor día de mi vida! Carraspeó y de pies irguió la cabeza y agregó: ¡quién iba a pensar que este viaje me fuera a dar tanta satisfacción! – Se frotó las manos, hizo un pequeño gesto con la boca y continuo- ¡hace varios años señores, que no venía río arriba…! Todos, aunque inquietos y con ganas de comer, movieron la cabeza de arriba abajo, pero no pronunciaron palabra. - ¡Cuando hablo de esto amigos! continuó el capitán. Cuando hablo de mis correrías por este río me es imposible no acordarme de una mujer que ame y que infortunadamente la perdí… Sonó un rumor de reproche e indignación con un toque de sentimentalismo y profunda nostalgia: “es duro! Acotó alguno por ahí; “muy doloroso” afirmó un segundo; y un tercero se lamento con un “como es el amor de grande…” - Con esa mujer, que infortunadamente murió, agrego el capitán, y para la que pido que todos, absolutamente todos se pongan de pies, para honrarla con un minuto de silencio…con esa mujer tuve un hijo. Todos se pararon, como impulsados por un resorte; agacharon la cabeza y cruzaron los brazos, unos por el frente del pecho y otros por detrás de la cintura. Hubo un espacio de silencio. Uno rezó una plegaria y quizá otro rumoró un Ave María. Pero todos con profundo respeto. A partir de aquel día, como les comentaba líneas atrás, hubo muchos cambios. Muy rara vez se veía al capitán solo. Ahora eran cuatro los que lo seguían como una sombra. Una tarde, antes de partir del Plato, se reunieron en el camarote del capitán: Sebastián, que junto con Trueno permanecían a la saga cerca de la puerta, Ha-Kael, Poenko y el capitán. Dijo el capitán que estaba seguro de su más allegado equipo de trabajo y que confiaba demasiado en los cuatro, incluyendo a Trueno, su fiel amigo. - Cuento que mis ojos se multipliquen por cinco en la vigilancia y cuidado del barco. Cuando iban en la gran curva, llegando a el hoy Santa Cruz de Mompox, en el Departamento de Bolívar, una pequeña avería les hizo bajar el ritmo a cinco nudos y anclarse, aunque no tenían pensado parar en éste puerto.
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Santa Cruz de Mompox, fundada el 3 de mayo de 1537, luego del aniquilamiento de la tribu Kimbaya y, con el nombre, del gran guerrero el cacique Mompoj; deriva este nombre de la lengua malibu. Aunque existen muchas versiones el verdadero fundador fue don Alfonso de Heredia. La Villa de Santa Cruz de Mompos, es un hermoso puerto que siempre recordaba el Capitán Dog, por sus mujeres y por la valentía de sus hombres que acompañaron a Simón Bolívar y de los cuales dijera el prócer: “Si Caracas me dio la vida, Mompox me dio la gloria”. Chalupas, champas, piraguas y balsas improvisadas, algunas con vástagos de troncos de plátano y otras con madera (corcho) ; habían algunas que le construían un pequeño techo, para guarecerse del sol, especialmente. Las playas eran y siguen siendo hermosísimas. Bancos de arena adornaban con su blancura el entorno; atarrayas y congolos… Algunos salieron con sus embarcaciones a recibir el Rayo y prácticamente lo escoltaron hasta el muelle. Llegaron, casi a medio día, y sin embargo los lugareños prepararon un suculento almuerzo compuesto de pescado (una gran sardinata), bollo de yuca, arroz, plátano en abundancia y una bebida fermentada. Luego se fueron a descansar en una gran casa de madera donde colgaban algunas hamacas (chinchorros). El Capitán y Poenko, caminaron playa abajo, cuando el sol había mermado y se tornaba amarillo oscuro, casi rojo. Durante el paseo, siguió Poenko contando sus anécdotas. Una de ellas, de las charlas que tuviera con Yomanki. Haciendo un esfuerzo, donde dudaba de su memoria y tenía que agacharse o mirar el horizonte, unas veces río arriba, otras hacia el occidente, por donde moría el astro rey. Contó entonces, que Yomanki le había referido la existencia de un gran tesoro en alguna parte de la Cienaga de Palagua. Que existía un secreto a su alrededor y que, los tres medallones, los conducirían directo a la respuesta y al tesoro. El capitán Dog, se emocionaba cada vez más, en la medida y forma que Poenko narraba los detalles de la historia que su madre le había contado. Parecía inyectar entusiasmo a todos, incluso a Ha-Kael y a Sebastián. ¡Hasta Trueno se erguía y abría más los ojos cuando Poenko enfatizaba sobre algún episodio, que llenaba de misterioso enigma. - Mamá me aseguró que el tesoro era enorme; ¡como una montaña!- Si Yomaki lo dijo tiene que ser verdad. Afirmó el capitán.- ¡Si tiene que se r verdad! ¡No hay duda! Dijo Ha-Kael. ¡Una montaña de oro! Terminó diciendo. Los días pasaron; raudos. Meses de continua navegación, con sus respectivos arribos a los puertos más necesarios; importantes o a donde había que llegar por descansar, como a Tora (Barrancabermeja). La mitad de la carga que traían: sedas, cortinas. Piezas de tela hindú; loza. Juegos de té, planchas y máquinas de coser. Especias desconocidas como azafrán, canela, clavo, nuez moscada y café(traído del Cairo). Traían perfumería y adornos para las mujeres; tabaco Cubano, vinos de Italia y Whisky de Inglaterra. Gran parte de todo eso se quedó en Torá y de igual manera levantaron artesanías, orfebrería y algunas especias, desconocidas en oriente y en Europa. El vapor Rayo, como habíamos dicho, anteriormente, era de la primera producción; y, más o menos tenía capacidad para cien o ciento vente toneladas. Las bodegas traían cereales: trigo, arroz y cebada. La anchura del río en este sector era parecida al Orinoco, hacía el lado de Puerto Carreño, en el hoy Departamento del Vichada. ¡Una hermosa vista!
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La Torá era de los puertos del río grande de la Magdalena, más organizado, por esa entonces (Barrancabermeja en el Departamento de Santander). Barrancabermeja, la capital petrolera de Colombia, a pesar de ser una ciudad tan nueva en la creación administrativa, se pierde en los comienzos del descubrimiento y la conquista de nuestro país. En Barrancabermeja vale el que, sin perder el honor, ha sabido conseguir dinero. Por eso obreros y señores se confunden. Todos llevan su camisa inmaculadamente blanca. La única diferencia posible sería la del talento. “Y es que la vida como la cultural en Barrancabermeja es natural". Durante la travesía, muchas veces se reunieron los cuatro a estudiar un mapa antiguo, que habían trazado los conquistadores Gonzalo Jiménez de Quezada y Rodrigo de Bastidas en sus incursiones por las regiones, del hoy Magdalena Medio. El mapa aunque adolecía de detalles, a los que luego se enfrentarían, delineaba algunas trochas y los caminos más conocidos, que conducían de la orilla hasta la montaña donde habitaban algunas familias Paraguas. ¡El clan de los Paraguas, constituía varios asentamientos especialmente sobre el costado oriental de la ciénaga. Ya, por los años que nos referimos el famoso clan, había sido diezmado y casi destruido; los rezagos tanto de los Carare, como de los Paraguas, habían emigrado a las montañas. Bien arriba, a donde les fuera imposible a los tales blancos llegar (recientemente, año 2007, se descubrió que la palabra blanco y negro es una referencia clasista y racista acuñada por los españoles). Según los planes del capitán Dog, era iniciar la búsqueda por los lados de la aldea donde había vivido Yomanki y el lugar de origen de su hijo. El plan había generado detalles y cálculos de tiempo; cuantos hombres irían y cuál sería el equipaje. - ¡Pero, traer una montaña de oro, eso va hacer muy difícil! Comento Ha-Kael” - ¡La traemos por pedacitos! Adució Poenko. Los días fueron pasando y el entusiasmo creciendo. ¡Todo estaba bajo control! Nada había quedado al azar e incluso llamaron al camarote del capitán a Koito, a Dahiam y a Zahid. - El Rayo va a permanecer unos días anclado. Dijo el capitán. - ¡Si señor! Respondió Koito. - ¡Usted, Koito, quedará al mando! Afirmó el capitán y enfatizo: Koito será mi voz y decisión mientras permanezca yo en tierra. - ¿Muchos días capitán? Preguntó Dahiam - ¿Cuál es la misión? Dijo Zahid Dog, se quedó mirándolos con ganas de decir “Es algo que a ustedes no les importa”, pero cambió de idea. - ¡Vamos de visita muchachos, de visita! Acentuó el capitán y miró a Poenko. - ¡Si de visita! Acotó Poenko - ¡Vamos a visitar la aldea de la madre de mi hijo! concluyo el capitán Por la noche Zahid vio a Dahiam sentado fumandose un abano, bajo la luz de la luna en la popa de la nave.
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- ¡Dahiam, Dahiam! Dijo Zahid en voz baja. - ¡Si! Respondió Dahiam extrañado. ¿Qué pasa? Por qué ese susurro? - ¡No haga bulla! Replico Zahid. No haga bulla y escuche. - ¡Fuma? Pregunto Dahiam pasándole el tabaco. - ¡No! Solo escuche. Enfatizó y tomo asiento muy cerca de su compinche.-Hizo una pausa- ¡No le parece extraño el viaje de visita que va hacer el capitán? Con la mitad de la tripulación? De visita? Y continúo. ¡Además llevan, según creo o visto provisiones para un mes. ¡Eso no es un viaje de visita! - ¡Si, creo que si! Dijo Dahiam frunciendo la frente y haciendo una mueca de indiferencia, mientras exhalaba una bocanada de humo. - ¡Aja y qué!? Pregunto Zahid. - Y qué…? Pues que van a otra vaina y yo me imagino a donde! Hizo una pausa y cabeceando lentamente agrego: ¡Van a buscar un tesoro! - ¡Un tesoro, un tesoro! Y como saliendo del asombro. ¡Un tesoro!? Las manos de Zahid se trenzaron con suma alegría; se pasaba la mano izquierda por la boca, como saboreando el dulce placer del oro. Los ojos le brillaron más que de costumbre. ¡Se puso inquieto! Caminó un poco alrededor y paró súbitamente. Volteo a mirar a Dahiam que permanecía tranquilo mirando el horizonte y fumando su tabaco; se acercó y le susurro: - ¡Qué vamos hacer? Y agregó: ¡No podemos dejar que se queden con todo el baúl de oro. - ¡Montaña de oro! Afirmó lacónicamente Dahiam y continúo. ¡Una montaña de oro! Y yo, ya tengo un plan! El Rayo lo anclaron en un remanso, cerca de la desembocadura del río Carare. Al amanecer el Capitán reunió a toda la tripulación e hizo las recomendaciones del caso; y, confirmó a Koíto en el rango de comandante del navío; además notificó a los marinos que lo acompañarían. - ¡Sobra decir, que confío plenamente en la disciplina, organización y la lealtad de los que se quedan en el vapor Rayo! Aumento un poco el volumen de su voz y agrego. ¡Espero no encontrar problemas a mi regreso y menos que le vayan a causar disgusto al comandante Koíto! Bajaron dos botes; a uno de los cuales subió Poenko y Ha-Kael y gran cantidad de provisiones. En el otro siete de los marinos; Sebastian, Trueno y el Capitán fueron los últimos. Ya, en la playa, acomodaron las embarcaciones bien adentro; se distribuyeron la carga, dejando libres de peso a los dos guías que iban adelante abriendo trocha. La selva enmarañada parecía una muralla de infranqueable belleza. Luego penetraron a la zona donde los grandes árboles, con sus raíces a manera de bambas permitían un mejor camino. Hormigas arrieras y la temible conga desfilaban con su carga a cuestas; reptiles de gruesa cresta, parecidos a las iguanas, pero de menor tamaño; serpientes venenosas, unas que se deslizaban al escuchar los pasos de los exploradores (la mampa, la coral, la X, el verrugoso y casi todas las serpientes mortales salen de noche. De día permanecen en sus refugios enrollados o enchipados durmiendo). La biodiversidad de la región del Carare era rica y abundante: arañas enormes de diferentes colores (rojas, negras y cafés) que la humedad ayuda a su supervivencia y se ocultan en sus agujeros. Algunas levantaban sus patas delanteras y rascaban el espacio, avisando que estaban preparadas, si los intrusos se acercaban mucho.
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Luego de varias horas, llegaron a un destapado. Posiblemente un conuco, que los aborígenes en alguna habían limpiado para sembrar su comida. La bandada de perdices alzó el vuelo. Se oyó un estruendo entre la maleza que se alejaba, quizá un venado o una danta. Cruzaron; y, nuevamente la tupida maleza antes de entrar a la arboleda para finalmente llegar a la orilla del río Carare. Cristalinas aguas se deslizaban por su cauce; sonaba contra algunas piedras y una fila de garzas levanto el vuelo para irsen a posar en el árbol más cercano. ¡Parecía que hubiera llegado el invierno (como en Europa) y cubierto de nieve sus copos! Revoloteaban mariposas de diferentes colores y en diferentes direcciones. Un colorido fantástico! Azules, rojas, verdes y amarillas; combinaciones tan maravillosas que el más afamado pintor del mundo hubiera exhalado un suspiro. Allí, en su orilla improvisaron un cambuche, mientras se ingeniaban una balsa para cruzar. ¡Ni un ser humano se veía por parte alguna! La jungla repleta de información, con los cánticos de las aves; el chillido de los micos; de los grillos, los sapos y, todo el ecosistema se unía en un agradable concierto tanto a la hora de acostarse, seis de la tarde, como a la hora de levantarse. El ritmo sonoro de la selva en toda su armonía, junto con el chapoteo de algunos peces, les dio la bienvenida. Cuando el Capitán Dog, piso la orilla, recordó a Yomanki y, sin nadie entender por qué, se arrodilló y elevó una plegaría. - ¡Aquí, dijo, en este lugar conocía YomankiLos ojos se le aguaron y para disimular, miro el cielo. - ¡Sigamos! dijo. ¡La aldea debe de estar cerca, verdad hijo!. -Y miró a Poenko- ¡Si padre, ya llegamos. Estamos cerca! Sin embargo la trocha o camino que conocían ya no existía. En su reemplazo un gran rastrojo bien tupido. Se notaba que hacía mucho tiempo que no pasaba nadie por allí. El gorjeo de las torcazas rompió las incógnitas que surcaban por las mentes de padre e hijo. Sebastián que se había ausentado un rato, regresó manoteando y señalando más allá de los árboles. A paso rápido, corrieron detrás del negro que, en pocos segundos se les perdió. Cuando lo volvieron a avistar, estaba encaramado sobre un gran tronco y seguía señalando el horizonte. ¡Desde allí, vieron el lugar donde había vivido Poenko! - ¡Mi aldea! Grito el muchacho.¡Nada había! Solo escombros; y, más escombros. La maleza cubría los últimos vestigios, de lo que fuera la tribu Carare. ¡Nada había! Pilas de palos secos; uno que otro clavado aún en la tierra…troncos o pedazos de árboles…! Un silencio pegajoso, penetraba por los poros! Sudaban. Dejaron la carga en la sombra y se dispersaron, sobretodo los marinos, inquietos y curiosos. Albergaban, quizá la esperanza de encontrar alguna vasija de oro…o algo por el estilo. El capitán se sentó en el centro
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del peladero, sobre un gran tronco. Poenko caminaba, junto con Trueno, por los costados, buscando con sus ojos alguna pertenencia de sus abuelos o de su familia. Sebastián que había tomado por sentadero una gran raíz, observaba paneando su cabeza, de derecha a izquierda con la mente en blanco; nutrida, tal vez de agradables recuerdos de su infancia, o quizás con las putrefactas palabras de aquel despiadado y cruel español que le había cercenado la lengua. ¡No! Su vida estaba repleta de pasajes desagradables, que no valía la pena traer a colación. ¡En ese momento oyó un murmullo a sus espaldas! Alguna rama seca o unas hojas pisadas por un animal que se desplazaba lenta y sigilosamente para no hacer ruido. Sin embargo el fino oído del negro captó el movimiento y giró su cuerpo rápidamente, machete en mano. ¡No vio nada! Y, el leve ruido había cesado. ¡Se quedó quieto y a la expectativa… Ha-Kael, que había notado la reacción del negro, presintió que asechaba algo peligroso y comenzó a dar pasos largos y lentos…precisos. Sin hacer ruido avanzaba en apoyo de su amigo. Todos estaban atentos; y, el capitán sin hablar señaló al grupo para que se quedaran quietos, mientras Ha-kael avanzaba. Casi con igual sigilo y cautela llegaron Poenko y Trueno. Sebastián, con el dedo de la mano derecha puesto en su boca les marcó un silencio y, con la mano izquierda les mostró la maleza. Poenko, contenía a Trueno por el pelambre. Ha-kael que portaba una escopeta se preparó para la acción. El silencio comenzó a romperse con el crujir de las hojas, cada vez más cerca. Se abrieron las ramas y apareció una anciana de por lo menos ochenta años. - ¡Uf! Dijo Ha-kael. ¡Señora casi la mato!- ¡Es una señora! Gritó Poenko a todo pulmónEl capitán y el resto de la tripulación arrimaron. ¡La india no se movía! Los miraba. Dio unos pasos y se desmayó. Con el cuidado de Poenko y Sebastián, ya en la noche, cerca de una gran fogata y en un buen cambuche la india recobró el conocimiento. Les dijo en su lenguaje nativo y que Poenko traducía; que ella era una de las jóvenes de la tribu que había supervivido milagrosamente a una especie de epidemia o brujo. El brujo del que hablaba la anciana era un virus que, por razones hasta ahora desconocidas, tenía un lagarto, de regular tamaño que habitaba la poceta cerca de donde ellos estaban. Supuestamente era una célula muerta que la tribu ingirió y que produjo la aceleración de la vejez. Años después, otra expedición conocedora de los datos ahora expuestos, vino en busca de esa célula, porque supuestamente debía tener la de la eterna juventud o de la vida eterna. Escuchando a la anciana en resumidas cuentas la historia se tornaba asombrosa: según parecía ella era la mensajera de un gran guerrero que agonizaba en la montaña bien arriba; y que de igual manera la maligna bacteria aniquilaba lentamente. La mujer murió, no sin antes dejarles unas pocas señas para encontrar al guerrero. La noche se hizo larga…muy larga.
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Cremada la mujer, iniciaron la marcha monte arriba, por el cause de una quebrada. Iban trepando, por el borde de las afiladas rocas, a paso lento. ¡Uno, dos, tres días de ascenso! Una mañana, dos de los marinos desaparecieron; al parecer huyeron al barco. Nunca llegaron. El sendero abrupto, rocoso y resbaladizo se hacía más pendiente y peligroso; muy peligroso. ¡Tan peligroso, que había muerto uno de los marinos en espectacular caída; se rompió el cráneo en mil pedazos! Tan peligroso era el ascenso que uno de los marinos iba muy mal de una pierna que se había incrustado en una hendija entre dos enormes rocas, que prácticamente tuvieron que sacar media pierna. ¡Muy peligroso era la pendiente! Una noche se vino tremendo aguacero con truenos, rayos y centellas incluidos Cuando el Capitán Dog, cayó en cuenta que se encontraban al borde de una quebrada, era demasiado tarde. Un gran bombazo con palos y ramas se les vino encima. ¡Volaron por el aire, como cuando se destapa una botella de champaña! ¡Salieron disparados y en diferentes direcciones! Solo quedaron pegados los gritos de auxilio de algunos. ¡Fue rápido y desastroso el impacto! En pocos segundos desaparecieron y solo quedo colgado de la noche el tintineo de la lluvia. ¡Luego se oyó una voz, como suspendida en el espacio; en la espesa oscuridad! - ¡Poenko, Sebastián, Ha-Kael…! Era la voz del Capitán. Luego, una a una las respuestas salieron, pero no las personas. Se escucho nuevamente al capitán. - ¿Están bien? Y otra vez la respuesta, pero en coro, sin verse. ¡Ni uno solo de ellos! Se inicio en la oscuridad un corto diálogo y al final dejaron que amaneciera. El cuadro que nos mostró la luz del nuevo día era más que diciente: todos aparecían dispersos en diferentes árboles y aferrados como garrapatas de la primera rama que encontraron. Se bajaron con mucha dificultad y se reunieron Poenko, Sebastián, Ha-kel y el Capitán; nadie más. ¡Ni rastros de los otros y menos de nuestro querido perro Trueno. - ¡Carajo! Comentó el capitán. ¡Me quede sin perro! - ¡Y sin provisiones capitán! Afirmó Ha-kael ¡Sin nada! - Y ahora qué hacemos? Preguntó Poenko. - ¡Seguir! Afirmó el capitán. ¡Seguir! Y siguieron, esta vez en fila; lentamente hasta donde aparecía una especie de escalinata en pura piedra. Poenko, tomó la iniciativa y con una pequeña arma avanzó sobre una débil cortina de bruma, tras la que se oían unos golpes. Los demás lo siguieron raudos, hasta alcanzarlo. Lo encontraron detenido observando una gran puerta, como de madera petrificada; detrás de la cual se continuaba oyendo los golpes. - ¡Hay alguien al otro lado! Dijo el capitán afirmativamente.
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Con gran dificultad Ha-kael y Sebastián iniciaron la apertura de ka gran puerta. Sin embargo fue necesario el apoyo del Capitán y de Poenko para poder abrirla luego de múltiples esfuerzos. Dentro, un gran salón, cuyas paredes brillaban, bajo la luz de una tea. ¡Era una caverna con paredes de carbón en bruto, sumamente negro(nota)!. En medio de este espacio un hombre flaco; muy flaco. ¡Parecía un esqueleto! Ciego y con uno que otro cabello sobre su cabeza. Golpeaba instintivamente con un bastón el suelo. Con voz entrecortada dijo: - Por fin llegaron! Y agrego: me llamo WanhaiacoLa imagen de Wanhaiaco, era macabra, aterradora y en cierta medida repugnante. A pesar del estado caótico en que se encontraba el hombre, logró levantarse apoyado en su bastón. Era alto, muy diferente a los aborígenes que conocemos, cuya estatura no alcanza el metro sesenta. Se sentía el poderío aún, con el que quizás, un día había dominado y manejado todo un clan; todo un imperio. Ya de pies; con voy lenta y entrecortada, pero dinamizada de tal forma que todavía imprimía respeto dijo: - Hace muchos años cuando los sueños eran realidad y la fantasía del niño se convertía en cristales de ilusión…- hizo una pausa, miró a lo alto de la caverna y prosiguió- ¡mi imaginación con el poder que me conferían los dioses logré crear un paraíso lleno de afecto, de pureza…-carraspeo un poco y tosió- … un paraíso lleno, sobretodo de amor! Wanhaiko, contó una historia medio mito, medio increíble…medio mágica! El relato que hizo, lo resumiremos de tal manera que, usted amigo lector, en su mente, lo haga realidad. Había una montaña, la Serranía de las Quinchas, bien al sur por donde nace, el también leyenda, río Carare, cuyo esplendor llamaba la atención y atraía de forma nada común. Tenía tres picos que sobresalían y brillaban. El del centro, para cierta época del año(abril)cuando el astro rey aparecía, recibía directamente una estela de luz, que aumentaba su poder de iluminación y en su esplendor parecía extenderse a los otros dos picachos. En términos generales, los tres picachos, tenían una relación directa entre Yomanki, Dog y el aborigen Wanhiako. (Una Leyenda para contar luego). Yomanki, por lo visto era la mensajera del amor. Wanhiako, iluminado, había recibido instrucciones de fabricar tres amuletos (medallones), que unidos daban poder especial para penetrar al Gran Tesoro, con el que su pueblo adquiriría lo que quisiera sobre la tierra. ¡Ese gran tesoro estaba en la Cienaga de Palagua! Dijo Wanhiako que las tres medallas o laminitas, unidas imprimían triple poder: que uno de ellos, el regreso de Yomanki; otro penetrar las aguas y el tercero…!no alcanzó a decirlo…! Solo se limitó a extender la mano derecha, en la que empuñaba el tercer medallón; lo mantuvo en vilo unos segundos y luego la dejo caer lentamente y murió; ya cuan largo era abrió la mano. Wanhiako murió. Justo en ese momento, cuando expiraba el cacique, se oyó el latido de un perro: el latido de Trueno. Pareciera que el espíritu de Wanhiako se hubiera reencarnado en Trueno. Por lo menos eso insinuaba la
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reacción de los cuatro hombres que, momentáneamente quedaron hipnotizados bajo el influjo de la férrea mirada del perro. Luego bruscamente el capitán como saliendo del trance exclamó: - ¡Trueno! ¡El bueno de Trueno! - ¡Perrito! Acotó Poenko. ¡Venga perrito querido! Padre e hijo se desplazaron a acariciar al animal, que correspondiendo su alegría vatio la cola muy lentamente. ¡Cualquiera pensaría que no se encontraba de buenas pulgas! No sabemos por qué. Construir una barcaza para remontar el río Carare, fue uno de los desafíos iniciales para emprender la gran odisea que Wanhiako les había encomendado. Según referencia del guerrero el primer cometido era el regreso de Yomanki… ¡Una larga travesía! Que a la mañana siguiente emprendieron. Se movían lentamente, siempre por la orilla y empujados por sendas palancas en manos de Sebastián y Ha-kael. ¡Subían! Lo cierto era que subían. El río era caudaloso, por esa entonces; tenía tramos tan planos, que algunas veces la corriente los ayudaba y parecía que bajaban. Sobre la ribera bejucos entrelazados rozaban las aguas, dando la apariencia de un manglar; en estos lugares se hacía más difícil avanzar y se ayudaban agarrandose de las ramas y de cuanta enredadera encontraban. Un caño que salía de la ciénaga, hoy la Colorada, ampliaba el horizonte. ¡Era casi imposible acampar! Y, cuando lo hicieron duraron varias horas tratando de limpiar la maleza; lo consiguieron a medias. Y, a medias cogieron una pava… y como se dice…a medias se la comieron mal azada. Allí, pernoctaron un día y, con algunas raíces y ciertos frutos, saborearon algunos peces, hoy en vía de extinción. Y siguieron subiendo. El río Carare con una extensión de……., luego de pasar la desembocadura de la quebrada Los Indios, se hace más correntoso. Casi imposible de navegar. La rocas aparecían ahora más seguidas y le daba lidia remontarlas. Los días pasaban. Y también pasaban en el vapor Rayo. La tripulación se inquietaba y esto lo aprovecharon Dahiam y Zahid. - Creo, dijo Zahid, que ha llegado el momento de apoderarnos del barco. –Y agregó- ¡Ya me tiene cansado ese chino con sus falsas expectativas y sus malas explicaciones! - ¡Si! Afirmó pausadamente Dahiam. ¡Vamos hacer lo siguiente… En los días que siguieron, no hicieron más que alimentar la cizaña y conseguir aliados. De tal manera, que a la final, el pobre de Koíto había quedado solo. Prácticamente con un solo aliado: Samuel el tuerto. Samuel le tenía bronca a Dahiam y siempre lo consideró un enemigo. Ahora tenía la oportunidad de desquitarse. ¡Pero no iba hacer fácil! Nada de eso. Al contrario, se le convirtió en una pesadilla. Parapetado Koíto con su fusil, en la cabina de mando, observaba a Dahiam que reunía a fogoneros y
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marinos; se subió lentamente a un bulto de carbón y dijo: - ¡Amigos, compañeros de infortunio!- Hizo una pausa, mientras observaba a la tripulación- ¡Personal del Rayo! Estamos aquí, anclados, hace una semana esperando que el capitán y sus amigos visiten la tribu… ¡Eso es inaudito! ¡Absurdo! No podemos esperar tanto. - Ya se los comieron los caníbales que abundan por estos montes! -Afirmó Zahid y continúo.- ¡La verdad es que debieron haber regresado hace tres días y nada. ¡Nada maldita sea, nada! – hizo una pausa y continuó con un grito- ¡Se murieron, se perdieron o se los comieron las fieras! ¡No van a volver! - ¡Estamos solos, sin capitán! – Miro a los lados y agregó- ¡Eso que tenemos remplazando al capitán no sirve! ¡Tomemos el barco y nos vamos…! Todos comenzaron a gritar “SI, SI” y alzaban las manos algunas empuñado una arma. Entonces se oyó un disparo seguido de la voz de Koito que había salido a la baranda de la capitanía. - ¡Aquí mando yo, por órdenes del capitán Dog! –Y continúo- El capitán no demora en volver. ¡Tenemos que esperarlo! – Y subiendo el volumen de su voz grito- ¡Todos a trabajar! ¡Pónganse a trabajar! Todos se dispersaron, algunos refunfuñando. Zahid y Dahiam al ver la decisión e Koito, con mucha cautela y haciéndose los desentendidos, se fueron charlando a los camarotes. Dahiam volteo a mirar a Zahid diciendo “ya veremos” y desaparecieron. Entretanto el Capitán Dog y sus hombres enfrentaban un nuevo problema: el caudal mermaba y el río se estrechaba, entonces resolvieron abandonar la embarcación y coger por la orilla. A la cabeza de la fila iba Trueno, que siempre se adelantaba por lo menos cincuenta metros. Sebastián que seguía en el orden, detuvo la marcha, cuando vio a Trueno que se doblaba y agazapaba, en señal de precaución. Todos se quedaron quietos y silenciaron sus pasos; en cuclillas arrimaron donde el negro. - ¿Qué pasa? Preguntó el capitán en susurro y casi al oído de Sebastián. - ¡Si, si ¡dijo el negro y señaló a Trueno. Había una roca que tenía una cavidad antes de la altura central. En esa espacio estaba Trueno. Lentamente el capitán se quito el sombrero y asomo la cabeza. Lo secundaron sus compañeros. ¡Como a doscientos metros, cerca de veinte hombrecitos (1.20 mts) jugaban con una muchacha, mucho más alta que ellos! ¡Parecía que la bañaban! - ¿Qué hacen? Preguntó Ha-Kael a sus compañeros en susurro. - ¡No se ¡ Respondió Poenko. Parece que la bañan. - ¡La lavan! Dijo el capitán. ¡ Esos caníbales están lavando y preparando su comida. - ¡Qué! Exclamó asombrado Poenko. ¡No puedo creer eso papá. - ¡Vamos a asustarlos! Repuso el capitán. El capitán hizo que Sebastián se desnudara y urgió el siguiente plan: con un poco de la pólvora que les había dado Wanhiaco. La colocaron cerca de la cúspide de la roca, dentro de un agujero, semiporoso. La explosión fue aterradora y el humo dejo al descubierto la figura del negro que, ayudado con la voz de trueno de Ha-kael, le impuso a la escena el más impactante y asombroso misterio. Cualquiera diría que el demonio venia a redimir y rescatar la doncella; y así lo creyeron los pigmeos que salieron despavoridos. La muchacha era de la tribu Opón y el último de los alimentos de los Kaijanas, un reducto de pigmeos nómadas (algunas tribus emigrantes del Valle del Cauca). Yorbeda, la aborigen, tenía todos los atributos de una ninfa. Supremamente hermosa, con características
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de diosa. Cabello negro lacio, que le llegaba hasta los hombros; ojos negros, bien negros y relampagueantes, parecidos a los de Trueno; nariz aguileña y labios delgados. Una estatura mediana de un metro con setenta. La escultural figura de la india dejo a todos boquiabiertos; al principio confundidos. ¡No sabían qué hacer! La muchacha no corrió; al contrario fue a su encuentro. Se dirigió especialmente donde Sebastián, que ya se había cubierto el cuerpo y que, la presencia doblada de Yurbeda a sus pies lo inquietaba. ¡Lo puso muy nervioso! La chica se unió al grupo; y estaba pendiente de todo lo que sucedía alrededor de Sebastián, al que consideraba su salvador y señor. Al negro no le gustaba el asunto. Y cuando Yurbeda le hacia un acto de afecto y cariño, la rechazaba. Lo que causaba una estruendosa carcajada en sus compañeros. Poco a poco el río Carare se fue estrechando. Se hizo un hilo de agua, que corría entre dos grandes rocas. ¡El río Carare nos mostraba la belleza de su nacimiento! Habían llegado a la falda de la Serranía de Las Quinchas. Desde allí miraron el horizonte selvático que habían recorrido; una estela de bruma semioscura, que se extendía kilómetros y kilómetros sin encontrarle fin. Al frente un desafío más: los filos de la gran montaña, como una pared inalcanzable. ¡Inaccesible, casi imposible de coronar! Pero, definitivamente, para éste grupo de expedicionarios, no había nada imposible. Inicialmente buscaron como rodear los farallones; luego, detectar por dónde les quedaba más fácil ascender y finalmente tomar la ruta menos peligrosa. El equipo, poco en realidad, que traían, les impedía utilizar al máximo sus habilidades de alpinistas. Sin embargo, y muy contra la disposición del Capitán, Poenko, inició el ascenso, apoyado a corta distancia por Sebastián. Yorbeda pensó secundarlos, pero se lo impidieron, casi a la fuerza. Como se pueden imaginar, los filos o salientes que dejaba, por lo menos ver, la mole de rocas, eran muy pocos. Poenko, rebuscaba con las manos la mejor grieta, muy pequeña por cierto, y de ella se aferraba. La subida era casi perpendicular y fuera de eso muy lamosa y resbaladiza. En algunas partes chorreaba agua. Iban lentamente ascendiendo, con los ojos fijos de los compañeros que, expectantes, no parpadeaban. ¡Cada vez que Poenko desmoronaba y caía al vacío un pedazo de roca, todos templaban los nervios, sobretodo el Capitán. ¡Una hora quizás había pasado! A veces se detenían en una laguna de incertidumbre; de inseguridad, de impotencia. ¡No encontraban de donde aferrarse; nada! Entonces Poenko cambiaba de ruta y se iba horizontal hasta encontrar lo que buscaba; otras, utilizaba el cuchillo para romper por alguna rendija por donde solo cabía el dedo índice. ¡Metros y metros de ascenso! ¡Por fin la primera cumbre! ¡Lo habían logrado! Ayudados con lianas, lazos y cuanto material encontraron, subieron todos. Se extendía un pequeño bosque, quizás de unos dos o tres kilómetros, que hacía base de otra pendiente; un poco menos abrupta.
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Los líquenes, musgos y helechos eran la característica. Tanto, que el suelo parecía un colchón cubierto de una suave grama de tierna contextura. Los árboles, de una extraña formación, eran gruesos y pequeños, cubiertos de lama; algunos parecían petrificados. Hasta cierto punto daban la apariencia de haberse sembrado o reproducido al estilo bonsái. ¡Hasta los pájaros parecían más diminutos y aislados, quizás del resto del mundo, por su falta de tamaño para poder competir. La cacería allí, para prepararse una suculenta cena, fue fácil. Cogieron con las manos, y sin necesidad de correr o disparar un arma, un venado. Acamparon y pasaron la noche muy tranquilos. Al amanecer, Ha-kael que había visto un pequeño lago cerca, se fue en busca de algo para el desayuno, para su sorpresa, pudo coger con las manos más de un pez; pero, cosa rara, los habitantes del lago eran normales, aparentemente, y si le digo un poco más grandes. ¡Tan grandes que de pronto apareció uno de por lo menos cinco metros de largo que abrió su bocota frente a Ha-kael! En principio arrancó a correr, pero luego se detuvo, cuando noto que el animal no se movía del punto donde se encontraba. Entonces, quizá con el fin de espantarlo, le lanzo uno de los peces que tenía en las manos; y el animal se limitó a recibirlo, engullirlo y volvió abrir su bocota. ¡Y Ha-kael le lanzo uno más, que se comió inmediatamente! Luego, dio media vuelta y se fue. ¡Ha-kael, no salía del asombro! Cogio otros pescados y se fue al campamento. Contó la historia y nadie se la creyó. Solo cuando tuvieron la experiencia y jugaron con los peces grandotes, entendieron la maravilla que habían encontrado. Al otro día, muy temprano la expedición renovó la travesía, pues supuestamente el sol del séptimo día, del mes de julio, iluminaría los tres picos de la cumbre. Cogieron el camino, ascendiendo por una pequeña franja que bordeaba la montaña y que a veces se tornaba tan estrecha que tenían que circular de espaldas y con mucho cuidado. Pasaban las horas y seguían caminando con cortos descansos, pues la idea era llegar antes de que anocheciera a la altura planeada. ¡Eran las cinco de la tarde y aún no se veía el final! Al fondo, el valle del hermoso pez. La bruma y la brisa empezaron a provocar detenciones y roce de las espaldas contra la roca para evitar caer. ¡La noche se les vino encima y ni modo de acampar, ni parar! Tenían que seguir casi a tientas. El único que avanzaba más rápido era Trueno. Ha-kael, encabezaba la fila seguido de Sebastián y lógicamente de Yorbeda que jamás se desprendía; luego detrás el capitán y finalmente Poenko. Habían improvisado una cadena con una de las sogas, previniendo que uno de ellos rodara al precipicio. La marcha era lenta y ahora, la luz de la luna los ayudaba. Trueno latió; y latió. Y siguió latiendo, y finalmente aulló, como el lobo que alcanza la cumbre. ¡Habían llegado! ¡La cumbre había sido alcanzada! Pequeños montículos de roca, dispersos en el magistral espacio. Una planicie cuya extensión dejaba ver, en el centro, los tres picachos que buscaban. El más alto, el del centro, no tenía más de cuarenta metros de altura y los otros dos, quizá, entre veinte y treinta metros. Conformados de roca sólida, tenían un color entre amarillo y marrón; compuesto de capas bien diferenciadas. Calculaba el capitán, por lo que había dicho Wanhiako, que el día siguiente sería la fecha precisa; por lo tanto el sueño, aunque placentero, se torno expectante.
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El Capitán unió, en las ranuras donde coincidían, las tres láminas de oro y casaron preciso. ¡Se aproximaba el alba y todos buscaron lugar frente a los picachos! El Capitán Dog y Poenko, presidiendo la ceremonia, subieron a la plataforma que había, también de roca sólida. Dog, se colgó al cuello el medallón completo y frente a las moles de roca asió a Poenko con su mano derecha. La luz comenzó a penetrar a la planicie. Un rayo de luz pasó raudo hasta estrellarse con la roca central y luego esa luz se pasó a los otros dos picachos, pero la esperada estela lumínica que debía salir y pegar, supuestamente, como lo había mencionado el guerrero, no llegaba. ¡Hubo un momento de incertidumbre; de confusión! Todos se miraron y Ha-kael grito “qué sucede capitán”. Pero no había respuesta; ninguna respuesta. El capitán y Poenko estaban en trance. Pero faltaba algo, ese algo que tenía relación con los tres picachos y que de momento Ha-kael presintió cuando relaciono los tres picachos. Pensó “si eran tres picachos, la representación en esa plataforma debían ser tres personas”. Miró instintivamente a Yorbeda, la asocio con los picachos y la hizo subir a la plataforma. Yorbeda tomó la mano del Capitán y en ese preciso momento la luz de los tres picachos se extendió al medallón e iluminó a Yorbeda, al Capitán y a Poenko. ¡La luz se hizo más intensa y tomó forma de anillo! Se formaron varios anillos alrededor de los tres y luego otro rayo de luz salio súbitamente rumbo al espacio. ¡Fueron segundos del maravilloso espectáculo! Y luego, todo en calma. Un éxtasis de tranquilidad y paz sin límites. Nada se oía; silencio absoluto. Trueno volvió a latir y a aullar como lobo en celo. Entonces Sebastián y Ha-kael comenzaron a moverse sincrónicamente, hasta quedar viendo a sus tres amigos que también iniciaban sendos movimientos, pero muy lentamente. - ¡Capitán, Capitán! Llamó Ha-kael. ¿Se siente bien capitán? - ¡Si! Dijo el capitán. SiCuando el capitán respondió estaba frente a Yurbeda. Se quedó mirándola, de forma extraña; fijamente. Se le atraganto el aliento; no pasaba el aire. Se pasaba las manos por los ojos; una y otra vez. Y movía la cabeza entre más la miraba. ¡No era Yurbeda, no era Yurbeda! - ¡Yomanki, Yomanki! Grito.Había reencarnado o era parte del hechizo o algo por el estilo, pero lo cierto era que frente a él estaba su amada: Yomanki. Indiscutiblemente todo en Yorbeda había cambiado: sus gestos, su modo de portarse y su rostro. No había duda, era Yomanki. ¡Yomanki había regresado! Yomanki estaba viva y abrazaba a su querido hijo y al capitán Dog. La escena era conmovedora; muy tierna. Romántica en grado sumo. ¡Increíble! Los tres estaban en la plataforma pletóricos de dicha y felicidad. Brotaba por los poros, todo el gusto que les daba encontrarse juntos. Era
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algo indescriptible y muy difícil de plasmar en pocas palabras. Sebastián y Ha-kael asombrados no terminaban de entender lo que había sucedido y se limitaron a decir: - ¡Yomanki, el eterno amor del Capitán! - ¡Yomanki, la madre de Poenko! Esa era la pura realidad, Yomanki había reencarnado, como lo aseguró Wanhiako. Yomanki, había tomado el cuerpo de Yurbeda. Los abrazos se cruzaron. El regocijo general y el primer paso; el primer poder del medallón se hizo efectivo; ahora tenían que pensar en la segunda parte: El Tesoro de Palagua (Cienaga en el hoy departamento de Boyacá). El festejo no se hizo esperar e improvisaron un asado y algo de licor que Ha-kael y Yomanki lograron inventar, con el sumo de unas raíces. Permanecieron todo el día y la noche en un merecido descanso. Sin embargo el Capitán dijo: - Como entenderán, ya llevamos tres semanas lejos del barco.- Hizo una pausa y agrego: el objetivo central de la expedición era encontrar el tesoro…y, gracias al Todo Poderoso…me he encontrado con la dicha completa. ¡Mi familia es el mejor tesoro!- Se quedo mirándolos- Sin embargo seguimos con nuestro plan. Ahora llegaba el segundo obstáculo: conquistar la serranía de Las Quinchas y descender por el río… el ahora Ermitaño. La tarea a simple vista era fácil. Pero, la serranía era inmensa y, tardarían quien sabe cuatas semanas. Y, eso no se podía. Yomanki, les comentó que existía un canal subterráneo que podría acelerar el viaje. Dijo también que el medallón tenía un poder que ella podía utilizar. Yomanki se colgó el medallón y les dijo “síganme”. La agreste montaña era inmensa. Los montículos, de roca sólida, se sucedían uno tras otro. Llegaron a la base de uno de los más grandes y Yomanki colocó sus dos manos sobre la mole de piedra y comenzó a deslizarlas lentamente, primero hacia el lado izquierdo y Lugo para el derecho. ¡Se detuvo y se fue caminando pegada a la montaña! Luego volvió a detenerse; e inició el mismo proceso anterior, pero esta vez a medida que se movía miraba el medallón. ¡De pronto emitió un pequeño brillo! - ¡Aquí es! Dijo Yomanki. Todos se miraron incrédulos. No veían absolutamente nada. - ¡Ha-kael! Llamo Yomanki. ¡improvise un mazo con un palo o con una roca!-Enfatizo- ¡Si, señora! Respondió Ha-kael. Junto con Sebastián, bajaron unos metros y, rebuscando aquí y allá, finalmente hallaron un pedazo de madera petrificada que, con facilidad movieron y presentaron a su patrona. Yomanki les explicó lo que tenían que hacer después que marcara dos puntos, en la roca. El primer certero impacto que lograron los dos hombres, no pareció ejercer ningún efecto, pero, segundos después y casi perpendicular se abrió una grieta que, se fue expandiendo primero lentamente y luego rápido, hacia arriba. Entonces Sebastián movió la cabeza instando a Ha-kael a ejecutar el segundo golpe;
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el segundo asestado a un metro del otro y en la base de la mole de roca, abrió una ranura que inicio el ascenso, ampliando cada vez más el orificio. Las dos grietas se encontraron a un metro y emitieron un sonido bajo, ronco “pong” o algo así. Pasaron breve segundo…expectantes. ¡Un espacio de tiempo no calculado, pero inmenso en el mecanismo instalado. Luego se vino el pedazo al piso y dejó a la vista un agujero. Avanzaron por el casi arrastrado durante varias horas. Agotadoras jornadas, con breves descansos. La gruta se ampliaba un poca a veces y luego se achicaba; tanto, que tenían que pegar los codos al suelo. Sudaban copiosamente; el barro pegado al cuerpo. Ciertos animalitos picando, aunque suave; pero molestos y desesperantes. El suplicio siguió hasta que al rato la cueva se amplió dejando a la vista una enorme bóveda. Al centro un poso de cuatro metros, por donde se sentía el paso de un arroyuelo. Siguieron por el cause. A medida que avanzaban se hacia más profundo y más rápido, casi imposible de controlar. ¡Aumento la velocidad de forma vertiginosa! Uno detrás del otro, iban por lo menos a veinte kilómetros por hora. En un momento se hizo estrecho el canal y finalmente se hundieron, se sumergieron y brotaron a un remanso. De aguas más tranquilas. Subieron a la superficie. Todos exhaustos, pero vivos. Yomanki grito: - ¡Llegamos, llegamos! Se buscaron; se encontraron y nadaron a la orilla. Estaban en la hoy Cienaga de Palagua. Esa tarde, disfrutaron de las bellezas que encerraba el ecosistema de esos parajes. Flores rojas, amarillas, rosadas, blancas; cintas altas y arbustos de hojas moradas, verdes y blancas. ¡Acasios floridos y hermosas enredaderas con orquídeas de todas las especies! Frondosos árboles, pero a diferencia de las selvas a que estaban acostumbrados, estos estaban armónicamente situados que dejaban entre uno y otro, una alfombra de arbustos repletos de mariposas de todos los colores inimaginables. ¡Era un paraíso! La fauna ni hablar: ciervos y dantas; conejos, liebres y codornices. ¡Torcasas, loras y guacamayas! Había de todo. Y lo más curioso…no se asustaban, con la presencia del hombre. Con razón los aborígenes, podían conseguir su sustento diario sin ningún esfuerzo. Los peces los cogían con las manos o simplemente con una varita puntiaguda. Al otro día dijo el capitán: - ¡Llegó el momento de la verdad! - ¡Si! Dijo Ha-kael ¿Cómo vamos a encontrar el punto donde está el tesoro? - ¡Fácil! Contesto Poenko y señaló a su madre. ¡Fácil, no les parece!- y continuó- ¡Mi madre es toda sabiduría y estoy seguro que lo sabe! Las miradas todas, incluso la del capitán, convergieron hacia Yomanki. - ¡Creo que si! Respondió ella. Siguiendo instrucciones de Yomanki, se fueron bordeando las aguas, hasta encontrar dos árboles bien juntos. ¡Parecía uno solo! Por orden de su madre Poenko cogió el medallón y se lo colgó. Luego se lanzó a las aguas y se sumergió, quizás tres metros…en ese preciso instante, las aguas a su alrededor desaparecieron y calló a un vacío de
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escasa profundidad. El piso era de blanca arena tan perfecta y suave que los pies de Poenko parecían caminar por sobre una colcha muy suave y tersa. ¡A pocos pasos vio, dentro de un hoyo en el piso, un cerro de oro, que sobresalía un metro! Poenko, vació un poco en una gran bolsa y se la tercio al hombro, hasta llegar al punto por donde había llegado. ¿Y ahora qué? Se preguntó. Cómo salgo? Se pregunto una y otra vez. Pego un brinco; pero fue poca la altura que alcanzó, sobretodo con semejante peso. ¡Brinco y brinco; y nada! Se acordó que cuando venía bajando había agarrado instintivamente el medallón, ejerciendo un cambio total y efectivo. Se le ocurrió lo mismo y salió disparado, cayendo casi a la orilla. La operación la realizo varias veces hasta quedar, cada uno, con la porción indicada para realizar el sueño de su vida. Esa misma tarde llegaron por el río Ermitaño al Gran Magdalena; nuestro Gran río, Magdalena, que como buen padre recibe a sus hijos en las buenas y en las malas. Que por esa época, en aquel recóndito ayer, que los octogenarios recurdan como si fuera el más grande océano por ellos visto( no tenían referencia de ríos como el Orinoco, el Metra, el Caguan o el Atrato); aquel río, del que tantas veces hemos hablado en el curso de estos relatos y que esperamos que tanto los niños y niñas, todos los lectores lo aprecien, le cojan afecto, amor y respeto. El río Magdalena, es la arteria fluvial de Colombia en Sur América; es vida y sustento de mucha gente; es nuestro padre y madre. En honor a esa gran mujer La virgen; a las mujeres de nuestro país y del mundo entero…debemos quererlo. ¡Debemos asumir sus problemas y defenderlo! Lo que no sabían los expedicionarios, era que el barco venía subiendo, comandado por Dahiam. Zaid había muerto, en la refriega, cuando se apoderaron del vapor Rayo. Koíto estaba mal herido, pero seguía sirviendo en la cocina. Samuel, el tuerto, operaba en las maquinas, ahora como jefe de carboneros, pero estrictamente vigilado. Cuando Dahiam vio al Capitán Dog, anclo el barco a prudente distancia y mandó a un emisario diciéndoles que dejaran el oro, el medallón, al negro y a Yomanki; que era la única forma de entregarle el aparato. Y que, cuando volvieran con todo el tesoro, les entregarían a sus amigos. Además los advirtieron que a su regreso querían encontrar el barco intacto o de lo contrario no volverían a ver a la india. - ¡imposible! Grito el capitán- ¡Entonces no hay barco! Afirmó el emisario. - ¡Vaya dígale a Dahiam, que lo voy a pensar! Concluyó el capitán. Esa noche fue muy larga mientras veían la luz del barco en espera. - Que hacemos papá? Preguntó Poenko. - No podemos entregar a Yomanki. Aseguro Ha-kael. - ¡Imposible! Estoy pensando que acción tomar. Aseguró el capitán
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Yomaki le dijo a Dog, que ella sabía cómo intentarían apoderarse del tesoro y que los dos con Sebastián sabrían resolver el problema y regresar antes de lo esperado. Le comento al oído a su amado la acción a seguir en un hilillo de voz, que más que sonido bucal, era una alabanza al espíritu y un argumento aceptable. Al otro día, muy de mañana, el capitán acepto y el cambio se hizo: los bandidos de Dahiam, ocho de los hombres y con Yomanki a la cabeza partieron monte adentro en busca de todo el tesoro. El Capitán Dog confiaba en las palabras de Yomanki y más que confiar esperaba que la especialidad de los dos Yomaki y Sebastián diera buenos frutos. De modo que pensaron en descargar en el puerto más cercano y regresar lo más pronto posible. El vapor Rayo pito una y otra vez, con la algarabía de la tripulación al regresar y ver en la playa a su amada y al negro, muertos de la risa y de la alegría. Los otros, Dahiam y su gente descansaban en el fondo de la ciénaga. Se habían hundido uno tras otro, detrás de Dahiam que portaba el medallón y nunca más regresaron. Los otros que se habían quedado cuidando maltrechos y enfermos; cansados de esperar se fueron y se perdieron en la selva. ¡Se los tragó la manigua! Aún hoy, después de tanto tiempo se supone que en el fondo de la ciénaga de Palagua hay un gran tesoro. Fin
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