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Cómo complacer a todo el mundo sin dejar de hacer... lo que uno quiere Cómo convertirse en maestro de hojurani... sin saber magia Cómo hacer... que un padre sea mejor persona Cómo vivir con una estrella del pop... sin volverse loco Klaus-Peter Wolf
Jos Gonz‡lez Torices
Teatro de escuela
El Orgullo del Caribe no es un barco pirata cualquiera. Además de una tripulación desastrosa, famosa en todos los mares, por su mal olor, tiene a su mando a Gancho Pérez, un capitán con garfio, pata de palo y un parche en un ojo, complementos estos dignos de un buen pirata, si no fuera porque no es ni manco, ni cojo, ni bizco. Y si a esto añadimos un loro parlanchín, un contramaestre que repite todo lo que dice su capitán, un carpintero que habla en verso, un timonel cascarrabias y un cocinero, que sólo cocina pasta y sopas especiales, tendremos asegurada una travesía llena de sorpresas y esperpénticas aventuras, con tesoro y romance amoroso incluidos.
Carlos Reviejo
PEARSON ALHAMBRA
Otros títulos de la colección:
El capitán Gancho Pérez y los versos de Odas John · Carlos Reviejo
Recomendado a partir de 10 años
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2ª edición
Teatro de escuela José González Torices
Ilustraciones de
Carlos Javier Cecilia Goyo Rodr’guez
www.pearsoneducacion.com
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El capitán Gancho Pérez y los versos de Odas John Ilustraciones de
Nivio López Vigil
A Carlos Reviejo la profesión de maestro le llevó a escribir para los más pequeños, y para ellos ha publicado más de una treintena de títulos. Aunque él prefiere la poesía, género al que ha dedicado gran parte de su producción, también disfruta escribiendo narraciones en las que predomina el humor. Sus libros han recibido algunos premios, entre los que destaca una Mención de Honor en la Feria de Bolonia. Hoy, en la soledad y tranquilidad de un pueblo abulense, El Tiemblo, alejado del mundanal ruido, sigue pensando que escribir para niños es una de las cosas más serias que un escritor puede hacer.
Nivio López Vigil estudió Artes Aplicadas y se licenció en Historia y Arqueología. Realizó algunos trabajos de Antropología y divulgación cultural, pero desde hace casi veinte años no le queda tiempo más que para dibujar, dibujar y dibujar. Después de tanto tiempo entre pinceles y algún que otro premio, se atreve a llamarse ilustrador infantil. Y está encantado.
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El capitán Gancho Pérez y los versos de Odas John
Todos los derechos reservados. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal).
© 2007, PEARSON EDUCACIÓN, S.A. Ribera del Loira, 28 28042 Madrid www.pearsoneducacion.com © del texto: Carlos Reviejo © de las ilustraciones: Nivio López Vigil Equipo editorial: Mónica Santos y Esther Martín González Coordinación de producción: José Antonio Clares ISBN: 978-84-205-5379-5 Depósito Legal: M-
Impreso en España – Printed in Spain
Este libro ha sido impreso con papel y tintas ecológicos
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En la residencia de piratas jubilados Sentados en cómodas hamacas, tres viejos caballeros de fortuna, ya apartados del oficio, Gato Negro, Barbacana y Jonás, contemplan desde la terraza de la residencia de corsarios retirados El Ancla de Oro cómo el sol se va ocultando poco a poco en el horizonte marino. —Ya las puestas de sol no son como las de antes... —suspira el que responde al nombre de Gato Negro. —¡Y que lo digas! —asiente Barbacana, rascándose los escasos pelos que flotan en su cabeza movidos por la brisa marina. —Ya no se respeta nada... ¡Ni las puestas de sol! —exclama Jonás, al mismo tiempo que se quita la pipa de la boca y deja salir una densa y apestosa bocanada de humo.
Piratas, ni más ni menos.
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—¡Por todos los demonios marinos! Como te vea fumar sor Micaela, adiós al ron de los domingos... —advierte Gato Negro. —¡Bah! —replica Jonás—. Ésa no ve ni a un galeón de cien cañones a dos metros. —Es verdad —razona Gato Negro—, pero huele como un sabueso. —Hablando de olores, ¿habéis visto el que despide Canelones Joe? —¡No me hables! Huele peor que una docena de huevos de gaviota podridos —confirma Barbacana—.A menos de cien yardas no hay quien pueda resistir su presencia. —Pues no será porque Hércules, el enfermero, no le haya dado sus buenos restregones con estropajo de maroma y jabón de algas —recapacita Gato Negro. —Pero ése tiene el mal olor impregnado en la piel —ríe Jonás—. Ni aunque se bañara con agua de rosas todos los días podría des
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prenderse de él. Tened en cuenta que fue cocinero del Orgullo del Caribe. —¿Del Orgullo del Caribe? —pregunta incrédulo Barbacana. —Sí. Perteneció a la tripulación del capitán Gancho Pérez. —No me digas que tú conociste a Gancho Pérez... —dice con admiración Gato Negro. —No. Por suerte, nunca llegué a tenerle cara a cara, aunque recuerdo que en una ocasión, navegando cerca de la isla del Sombrero, llegó hasta la goleta en la que yo navegaba el olor del Orgullo del Caribe —explica Jonás. —Entonces, ¿cómo sabes lo de Canelones? —preguntó intrigado Barbacana. —Fue él mismo el que un día, con el viento en contra, claro está —ríe el pirata tapándose la nariz—, me contó su historia. —¡Por cien ballenas moñudas...! ¿A qué esperas para contárnosla? —le apremia Gato Negro.
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—No sé si recordaré todos los detalles... Ya sabéis que mi memoria hace aguas últimamente. Además, es una historia muy larga. —Tiempo no es lo que nos falta. Ningún barco atracado en el puerto nos espera para hacernos a la mar —asegura Barbacana—. Así que larga velas y comienza la travesía... —Eso, que nos tienes en ascuas —se frota las manos Gato Negro. —Está bien. Si os empeñáis, ahí va la historia. Jonás acomoda su pata de palo sobre un taburete mientras los dos compañeros aproximan sus hamacas para oírle mejor...
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El Orgullo del Caribe y su tripulación Gancho Pérez, en apariencia, fue un pirata de los pies a la cabeza (y digo en apariencia por las razones que ya os explicaré al final de este relato). No le faltaba un detalle: pata de palo de la mejor madera del Brasil, parche en un ojo, pendiente en una oreja —no recuerdo si en la derecha o en la izquierda—, garfio de acero, que utilizaba para mil menesteres, entre ellos el de comer, como palillo de dientes y otros muchos que no es éste el momento de ponerse a detallar. Tan diestro era en el manejo de su gancho, que bien merecido tuvo el apodo con que se le conocía. Lucía, además, una abundante barba, que no se sabía si era rubia o morena, al igual que su cabellera, porque la llevaba siempre cubierta de polvo y grasa a partes iguales, y en la cual se decía que jamás había entrado peine alguno. Para que nada le faltara, era pro-
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pietario de un loro al que llamaba Pirracas y que había pertenecido a un famoso corsario ahorcado en el puerto de Bristol. Se pasaba, este animalito, todo el día subido sobre el hombro del capitán, chillando, una y otra vez, viniese o no viniese a cuento: «¡Pasta, mucha pasta!». Nadie sabía lo que aquel endiablado loro quería decir con su repetida cantinela. Unos afirmaban que se refería al oro, a las monedas, y que lo había aprendido de su antiguo dueño, que, como buen escocés, se pasaba todo el día contando las monedas obtenidas en cada botín. Otros creían que se debía a los espaguetis que el cocinero de a bordo, que, como ya os he anticipado, era Canelones Joe, le había enseñado a sorber, colgado de una pata, con indudable destreza. Fuera como fuese, lo importante es que el dichoso loro aburría al más paciente filibustero con su repetida e insulsa palabrería. Al capitán Gancho Pérez tampoco le hacía mucha gracia, pero tener
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un loro era signo de distinción entre la piratería y se aguantaba las ganas de desplumarlo. Naturalmente, como todo capitán pirata que se precie, Gancho Pérez mandaba un barco. Un bajel, adquirido en las subastas Morgan & Fernández del Rastro Corsario de La Martinica, viejo y herrumbroso, que se caía a pedazos y que se mantenía a flote milagrosamente. A simple vista se apreciaba que jamás había sido repintado y que la limpieza no era una de las virtudes de sus tripulantes. Sus velas, un puro remiendo, estaban hechas con miles de retales que con infinita paciencia y maestría logró unir Tristán Kior, marinero danés, aprendiz de sastre en su ciudad natal, y que parecían, más que velas, la paleta de un pintor poco aseado, por los cientos de colores y lamparones que lucían. Llevaba este barco el nombre de Orgullo del Caribe, como bien podía leerse en su popa, en letras grandes y doradas, tal vez lo único brillante y lim-
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pio que llevaba encima. Porque si hemos de mencionar su cubierta, habrá que señalar que no había sido baldeada desde los días del Diluvio. Tan pegajosa estaba que la tripulación podía mantenerse en pie, sin moverse, aunque azotara el más violento de los tifones. La tripulación del Orgullo del Caribe, haciendo honor a su barco, era la más sucia que se hubiera conocido jamás en el mar al que hacía mención su nombre, y casi se podía afirmar que en cualquier otro mar de otras latitudes, incluido el mar Negro. Baste con mencionar que uno de los requisitos para enrolarse en aquel barco era jurar solemnemente que jamás se usaría el agua en la limpieza personal ni en otros menesteres, a no ser en peligro de muerte o en caso de naufragio y, como se puede uno imaginar, en la cocina. El incumplimiento de esta norma acarreaba el ser sometido al castigo conocido como «el embudo», y que consistía en hacer ingerir al infractor, mediante un embudo, de ahí su
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nombre, un galón de agua salada. Después, con la barriga llena, era desembarcado en la primera isla o puerto con el que se toparan, además de ser incluido en la lista negra del barco. Porque se podía ser traidor o amotinado, pero ser limpio... ¡jamás! De ahí que el Orgullo del Caribe tuviera un olor tan particular, conocido del uno al otro confín de los procelosos mares.Tan particular, que ni las moscas ni las ratas podían aguantarlo. Y ésa era una de las pocas ventajas con las que contaba aquella embarcación. Los tripulantes se habían hecho a aquellos efluvios de tal manera que ellos no los percibían, y era al desembarcar cuando la falta de ese olor les hacía enfermar y buscaban, como pez en el agua, las hosterías y mesones más sucios para poder soportar su estancia en tierra. Algo que, por supuesto, disgustaba a hosteleros y mesoneros, ya que les espantaban
Aproximadamente, cuatro litros y medio.
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la clientela, que huía despavorida ante la presencia de aquellos rudos marinos, de los que se aseguraba que su ropa podía mantenerse en pie, sin sujeción alguna, debido a la cantidad de suciedad almacenada. Sobre cubierta, cada mañana, cantaban una canción que casi era su himno: Para las ranas, el agua, y para el pirata, el ron, porque sólo es buena el agua para la navegación. Al agua le llaman tinglis y al buen ron, confortitatis; yo no quiero beber tinglis porque crío gusarapis.
Pero ya es hora de que nos dejemos de cancioncitas y sigamos conociendo a algunos miembros de la tripulación de este singular barco.
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Índice En la residencia de piratas jubilados . . . . . El Orgullo del Caribe y su tripulación . . . . Comienza la acción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En busca del tesoro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡Motín a bordo! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El principio del final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Otra vez en la residencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los versos de Odas John . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Páginas del noticiero pirata LA VOZ DEL MAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Cómo complacer a todo el mundo sin dejar de hacer... lo que uno quiere Cómo convertirse en maestro de hojurani... sin saber magia Cómo hacer... que un padre sea mejor persona Cómo vivir con una estrella del pop... sin volverse loco Klaus-Peter Wolf
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El Orgullo del Caribe no es un barco pirata cualquiera. Además de una tripulación desastrosa, famosa en todos los mares, por su mal olor, tiene a su mando a Gancho Pérez, un capitán con garfio, pata de palo y un parche en un ojo, complementos estos dignos de un buen pirata, si no fuera porque no es ni manco, ni cojo, ni bizco. Y si a esto añadimos un loro parlanchín, un contramaestre que repite todo lo que dice su capitán, un carpintero que habla en verso, un timonel cascarrabias y un cocinero, que sólo cocina pasta y sopas especiales, tendremos asegurada una travesía llena de sorpresas y esperpénticas aventuras, con tesoro y romance amoroso incluidos.
Carlos Reviejo
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El capitán Gancho Pérez y los versos de Odas John · Carlos Reviejo
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Ilustraciones de
Carlos Javier Cecilia Goyo Rodr’guez
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Nivio López Vigil
A Carlos Reviejo la profesión de maestro le llevó a escribir para los más pequeños, y para ellos ha publicado más de una treintena de títulos. Aunque él prefiere la poesía, género al que ha dedicado gran parte de su producción, también disfruta escribiendo narraciones en las que predomina el humor. Sus libros han recibido algunos premios, entre los que destaca una Mención de Honor en la Feria de Bolonia. Hoy, en la soledad y tranquilidad de un pueblo abulense, El Tiemblo, alejado del mundanal ruido, sigue pensando que escribir para niños es una de las cosas más serias que un escritor puede hacer.
Nivio López Vigil estudió Artes Aplicadas y se licenció en Historia y Arqueología. Realizó algunos trabajos de Antropología y divulgación cultural, pero desde hace casi veinte años no le queda tiempo más que para dibujar, dibujar y dibujar. Después de tanto tiempo entre pinceles y algún que otro premio, se atreve a llamarse ilustrador infantil. Y está encantado.