el conocimiento social, las representaciones sociales y las atribuciones a la sociedad

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EN ESTE CAPÍTULO SE ANALIZAN • cómo explica la gente su propia conducta y la de otros • las principales teorías de atribución causal • los sesgos de atribución • las atribuciones intergrupales • el conocimiento social, las representaciones sociales y las atribuciones a la sociedad

PREGUNTA INTRODUCTORIA • Acaba de llegar a un país extranjero y se da cuenta de que se está irritando por la manera aparentemente distante y brusca en que la gente responde a sus preguntas sobre indicaciones para llegar al hotel. ¿Es deliberada esta antipatía? ¿Podría ser una práctica cultural? ¿Es usted una persona intolerante para haberse ofendido tan rápido, o su conducta sólo confirma sus expectativas acerca de la gente de ese país? ¿En realidad le importa? De ser así, ¿qué factores tomaría en cuenta para explicar la conducta de ellos y sus propias reacciones? ¿Cuáles podrían ser las consecuencias de la explicación a la que llegue?

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Términos clave

3 Atribución y conocimiento social

Atribución Atribución externa (o situacional) Atribución interna (o disposicional) Atribuciones intergrupales Autoanticipación de mal desempeño (self-handicapping) Creencia en un mundo justo Descarte Efecto actor-observador Efecto del falso consenso Efectos no comunes Error extremo de atribución Error fundamental de atribución Esencialismo Esquema de causalidad Estereotipo Estilo atributivo Etnocentrismo Ilusión de control Inferencia de correspondencia Información de coherencia Información de consenso Información de distintividad Mezquindad cognitiva Modelo de covariación Nivel de análisis (o explicación) Personalismo Psicólogo (o científico) ingenuo Relevancia hedónica Representaciones sociales Sesgo de correspondencia Sesgo de resultados Sesgos de autoservicio o por interés personal Táctico motivado Teoría de la autopercepción Teoría de la identidad social Teorías conspirativas o del complot

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CAPÍTULO 3 ATRIBUCIÓN Y CONOCIMIENTO SOCIAL

Explicación social

Atribución Proceso de asignar una causa a nuestra propia conducta y a la de otros.

El pensamiento humano intenta buscar, construir y dar explicaciones a nuestras experiencias. Intentamos comprender nuestro mundo para hacerlo suficientemente ordenado y significativo para la acción adaptativa, y tendemos a sentirnos incómodos si no contamos con este conocimiento. En particular, necesitamos comprender a la gente. A lo largo de la vida, la mayoría de nosotros construimos de manera gradual explicaciones adecuadas (es decir, teorías) sobre por qué la gente se comporta de ciertas maneras; en este aspecto, todos somos psicólogos “ingenuos” o legos. Esto es de enorme utilidad, porque nos permite predecir (con variable exactitud) cuándo alguien se comportará de una determinada manera; también nos permite influir en que alguien se comporte o no de ese modo. Así, logramos cierto control sobre nuestro destino. La gente construye explicaciones acerca de fenómenos físicos (p. ej., terremotos, estaciones) y de la conducta humana (p. ej., ira, determinadas actitudes), y en general estas explicaciones son causales, pues atribuyen a condiciones específicas un papel causal. Las explicaciones causales son bases particularmente poderosas de la predicción y el control (Forsterling y Rudolph, 1988). En este capítulo, analizamos cómo la gente infiere las causas de su propia conducta y las de la conducta de los demás, y los antecedentes y las consecuencias de tales inferencias. Las teorías psicológicas sociales de inferencia causal se llaman teorías de la atribución (Harvey y Weary, 1981; Hewstone, 1989, Kelley y Michela, 1980; Ross y Fletcher, 1985). Hay siete marcos teóricos principales que componen el cuerpo general de la teoría de la atribución: 1 Teoría de la psicología ingenua de Heider (1958). 2 Teoría de la inferencia de correspondencia de Jones y Davis (1965). 3 Modelo de covariación de Kelley (1967). 4 Teoría de la labilidad emocional de Schachter (1964). 5 Teoría de la autopercepción de Bem (1967, 1972). 6 Teoría de la atribución de Weiner (1979, 1985). 7 Perspectiva intergrupal de Deschamps (1983), Hewstone (1989) y Jaspars (Hewstone y Jaspars, 1982, 1984). A continuación, analizamos las primeras seis de ellas y luego consideramos la atribución intergrupal por sí misma.

Procesos básicos de atribución Teoría de Heider de la psicología ingenua

Psicólogo (o científico) ingenuo Modelo de cognición social que caracteriza a la gente por el uso de análisis racionales, de tipo científico, causaefecto, para comprender su mundo.

Fritz Heider (1958) hizo que los psicólogos sociales prestaran más atención a la importancia de la psicología ingenua o lega que usa la gente, o sea al “sentido común”. Consideraba que estas formas de teorías son importantes por sí mismas porque influyen en la conducta. Por ejemplo, es probable que la gente que cree en la astrología actúe de manera diferente a la que no cree. Heider opinaba que las personas son psicólogos intuitivos que construyen teorías causales sobre la conducta humana, y como estas teorías tienen la misma forma que las teorías científicas de psicología social, son realmente psicólogos ingenuos o intuitivos. Heider basó sus ideas en tres principios: 1 Como sentimos que nuestra propia conducta es motivada más que aleatoria, tendemos a investigar las causas y las razones de la conducta de otra gente a fin de descu-

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En busca del significado de la vida Las religiones son una expresión de nuestra necesidad más básica de comprender el mundo en el que vivimos.

brir sus motivos. De hecho, la búsqueda de las causas parece impregnar el pensamiento humano, y por cierto a veces es difícil explicar o analizar algo sin utilizar un lenguaje causal. Heider y Simmel (1944) demostraron esto en un ingenioso experimento en el que se pidió a los participantes que analizaran los movimientos de ciertas figuras geométricas abstractas que les fueron descritas como si fueran seres humanos con intenciones de actuar de determinadas maneras. En la actualidad podemos ver el mismo fenómeno en la atribución, a menudo muy emocional, de motivos humanos a figuras inanimadas de juegos de video u ordenador. La necesidad omnipresente que tiene la gente de hallar explicaciones causales se revela con máxima intensidad en la manera en la que la mayoría de las sociedades construyen un mito de origen, una explicación causal elaborada del origen y el significado de la vida que suele ser el centro de una religión. 2 Como construimos teorías causales a fin de poder predecir y controlar el medio, tendemos a buscar propiedades estables y duraderas del mundo que nos rodea. Intentamos descubrir rasgos de personalidad y aptitudes persistentes de la gente o propiedades estables de situaciones que causan conductas.

Atribución interna (o disposicional)

3 Al atribuir causalidad a la conducta, distinguimos entre factores personales (p. ej., personalidad, aptitud) y factores ambientales (p. ej., situaciones, presión social). Los primeros son ejemplos de una atribución interna (o disposicional) y los últimos de una atribución externa (o situacional). Así, por ejemplo podría ser útil saber si alguien a quien conoce en una fiesta y que parece una persona fría y retraída es de hecho una persona fría y retraída o está actuando de esa manera porque no está disfrutando de esa fiesta en particular. Heider consideraba que, como las causas internas o intenciones están ocultas para nosotros, sólo podemos inferir su presencia si no hay causas externas evidentes. Sin embargo, como explicamos más adelante, la gente tiende a preferir las atribuciones internas a las externas, aun teniendo pruebas de causalidad externa. Parece que nos resulta fácil atribuir la conducta a las propiedades estables de las personas. Scherer (1978), por ejemplo, observó que la gente presume rasgos de personalidad estables en completos extraños sólo por escuchar su voz en el teléfono.

Atribución externa (o situacional)

Proceso de asignar la causa de nuestra propia conducta o la de la conducta de otros a factores internos o de disposición.

Asignación de la causa de nuestra propia conducta o la de la conducta de otros a factores externos o ambientales.

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Heider identificó los temas principales y aportó la comprensión básica que forma el camino para todas las teorías de la atribución ulteriores más formales.

Teoría de Jones y Davis de la inferencia de correspondencia Inferencia de correspondencia Atribución causal de la conducta a disposiciones de base.

Efectos no comunes Efectos de la conducta que son relativamente exclusivos de esta conducta más que de otras.

Sesgo de resultados Creencia de que los resultados de una conducta fueron buscados por la persona que eligió esa conducta.

La teoría de la inferencia de correspondencia de Jones y Davis (1965; Jones y McGillis, 1976) explica cómo la gente infiere que la conducta de una persona corresponde a una disposición o rasgo de personalidad de base (por ejemplo, inferimos que una acción amistosa se debe a una disposición de base a ser cordial). A la gente le gusta hacer inferencias de correspondencia (atribuir la conducta a una disposición de base), porque una causa disposicional es una causa estable que hace predecible la conducta de la persona, y así aumenta nuestra propia sensación de control sobre nuestro mundo. Para realizar una inferencia de correspondencia, nos basamos en 5 fuentes de información o señales (véase figura 3.1): 1 La conducta libremente elegida es más indicativa de una disposición que la conducta que está claramente bajo el control de amenazas, limitaciones o incentivos externos. 2 La conducta con efectos relativamente excluyentes para esa conducta y no comunes a varias otras conductas (es decir, una conducta con efectos no comunes) nos dice más acerca de la disposición. La gente asume que los otros están conscientes de los efectos no comunes, y que la conducta específica se realizó en forma intencional para generar un efecto no común: esta tendencia se ha denominado sesgo de resultados (Allison, Mackie y Messick, 1996). Por ejemplo, si una persona debe elegir entre la conducta A y la conducta B, y ambas generan más o menos los mismos efectos (es decir, efectos no comunes) o un número muy grande de efectos diferentes (es decir, numerosos efectos no comunes), la elección nos dice poco sobre la disposición de la persona. En cambio, si las conductas provocan una pequeña cantidad de efectos dife-

Figura 3.1 ¿Cómo hacemos una inferencia de correspondencia? Para inferir que la conducta de una persona se corresponde con una disposición subyacente, nos basamos en cinco fuentes de información.

Señales

El acto fue libremente elegido

El acto provocó un efecto no común, inesperado

El acto no fue considerado socialmente conveniente El acto ejerció una repercusión directa sobre nosotros (relevancia hedónica) El acto pareció ser deliberado para afectarnos (personalismo)

Inferencia de correspondencia El acto refleja alguna característica “verdadera” de la persona (rasgo, motivo, intención, actitud, etcétera)

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rentes (es decir, pocos efectos no comunes: p. ej, la conducta A causa sólo terror y la conducta B sólo alegría), la elección nos indica algo acerca de la disposición de esa persona. 3 La conducta socialmente conveniente nos dice poco sobre la disposición de una persona, porque es probable que esté controlada por normas de la sociedad. En cambio, la conducta socialmente inconveniente suele ir en contra de las normas y, por ende, es una mejor base para efectuar una inferencia de correspondencia. 4 Realizamos inferencias de correspondencia más fiables sobre las conductas de otros que tienen consecuencias importantes para nosotros, o sea las conductas que tienen relevancia hedónica. 5 Efectuamos inferencias de correspondencia más fiables sobre las conductas de otros que parecen estar destinadas a beneficiarnos o perjudicarnos directamente, o sea las conductas que tienen personalismo. Los experimentos diseñados para investigar la teoría de la inferencia de correspondencia aportan cierto aval. Jones y Harris (1967) observaron que los estudiantes estadounidenses que hacían atribuciones sobre los discursos de otros estudiantes tendían a efectuar más inferencias de correspondencia sobre posiciones socialmente impopulares elegidas libremente, como elegir hablar en apoyo de Fidel Castro.

Relevancia hedónica Hace referencia a la conducta que tiene importantes consecuencias directas para uno mismo.

Personalismo Conducta que parece dirigida directamente a beneficiar o a dañar a uno mismo en lugar de a otros.

¿Conducta libremente elegida? La información conseguida por una confesión obtenida bajo graves violaciones de la Tercera Convención de Ginebra de 1949 para el tratamiento de prisioneros no es fiable.

En otro experimento, Jones, Davis y Gergen (1961) observaron que los participantes realizaron más inferencias de correspondencia sobre conductas no correspondientes al rol, como una conducta afable y extrovertida en alguien que se postula para astronauta, en el que se requieren atributos de una persona tranquila, reservada, introvertida.

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La teoría de la inferencia de correspondencia tiene algunas limitaciones y ha declinado en importancia como teoría de la atribución (Hewstone, 1989; Howard, 1985). Por ejemplo, sostiene que las inferencias de correspondencia dependen, en gran medida, de la atribución de intencionalidad; sin embargo, la conducta no deliberada (p. ej., conducta negligente) puede ser una base firme para una inferencia de correspondencia (p. ej., que la persona es descuidada). Asimismo, hay un problema con el concepto de efectos no comunes. Si bien la teoría de la inferencia de correspondencia postula que la gente evalúa el carácter común de los efectos comparando acciones elegidas y no elegidas, otras investigaciones indican que la gente simplemente no presta atención a las conductas que no vienen al caso y no sería capaz de calcular con exactitud el carácter común de los efectos (Nisbett y Ross, 1980; Ross, 1977). En términos más generales, aunque podemos corregir las atribuciones disposicionales a la luz de factores situacionales, éste es un proceso bastante deliberado, mientras que las inferencias de correspondencia son, en sí mismas, bastante automáticas (Gilbert, 1995). Modelo de covariación Teoría de Kelley de la atribución causal: la gente asigna la causa de la conducta al factor que covaría más estrechamente con la conducta.

Información de coherencia Información acerca de la medida en que un comportamiento Y siempre se produce concomitantemente con un estímulo X.

Información de distintividad Información acerca de si una reacción de una persona sobreviene sólo con un estímulo o es una reacción común a muchos estímulos.

Información de consenso Información acerca de la medida en que otra gente reacciona de la misma manera al estímulo X.

Descarte Si no hay una relación consistente entre una causa específica y un comportamiento específico, la causa se descarta a favor de otra.

Modelo de covariación de Kelley La teoría de la atribución mejor conocida es el modelo de covariación de Kelley (1967, 1973). Kelly creía que al tratar de descubrir las causas de la conducta la gente actúa de una manera muy similar a la de los científicos. Las personas tratan de identificar qué factores covarían con la conducta y luego asignan a ese factor un papel causal. El procedimiento es similar al de la técnica estadística de análisis de la varianza (ANOVA), y por esta razón el modelo de Kelley se suele denominar un modelo de ANOVA. La gente emplea este principio de covariación para atribuir una conducta a disposiciones internas (p. ej., personalidad) o a factores ambientales externos (p. ej., presión social). Para tomar esta decisión, la gente evalúa 3 clases de información asociada con la coocurrencia de una determinada acción (p. ej., risa) de una persona específica (p. ej., Tom) con una posible causa (p. ej., un comediante): 1 Información de coherencia: si Tom siempre se ríe con este comediante (alta coherencia) o sólo lo hace a veces (baja coherencia). 2 Información de distintividad: si Tom se ríe de cualquier cosa (baja distintividad) o sólo con el comediante (alta distintividad). 3 Información de consenso: si todos se ríen con el comediante (alto consenso) o sólo Tom lo hace. Cuando la consistencia es baja la gente descarta la causa potencial y busca una alternativa (véase figura 3.2). Si Tom a veces se ríe con el comediante y a veces no, presumiblemente la causa de la risa no es el comediante ni Tom, sino algún otro factor de covariación: por ejemplo, si Tom inhaló o no gas hilarante antes de escuchar al comediante o si el comediante hizo un chiste divertido o no (para una revisión de las condiciones que determinan la máxima probabilidad de descartar véase McClure, 1998). Cuando la consistencia es alta y la distintividad y el consenso también lo son se puede atribuir la risa al comediante, o sea el factor externo (la causa de la risa de Tom fue el comediante), pero cuando la distintividad y el consenso son bajos se puede atribuir la risa a un factor interno de la personalidad de Tom (Tom se rió con el comediante, porque simplemente es la clase de persona que tiende a reírse mucho). McArthur (1972) evaluó la teoría de Kelley haciendo que los participantes efectuaran atribuciones internas o externas de una serie de conductas, cada una acompañada de 1 de 8 configuraciones posibles de alta o baja información de coherencia, distintividad y consenso. Si bien había un apoyo general a la teoría (véase revisión de Kassin, 1979), se observó una tendencia de la gente a subutilizar la información de consenso. También hay algunos problemas generales que vale la pena considerar:

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• Sólo porque la gente puede utilizar información de coherencia, distintividad y consenso preempaquetada para atribuir causalidad (el caso de las pruebas experimentales del modelo de Kelley), esto no significa que lo haga en el curso normal de los eventos. • Hay evidencia de que la gente, en realidad, es mala para evaluar la covariación de diferentes eventos (Alloy y Tabachnik, 1984). • No hay ninguna garantía de que la gente utilice el principio de covariación; puede atribuir causalidad a la característica más prominente o a cualquier agente causal que parezca similar al efecto (Nisbett y Ross, 1980). • Si las personas de hecho atribuyen causalidad sobre la base de covariancia o de correlación, sin duda, son científicos ingenuos (Hilton, 1988): la covariación no es causalidad (véase capítulo 1).

Consistencia

Distintividad

Consenso

Atribución Descartar

Baja

(buscar una causa diferente)

Externa Alta

+ Alta

+ Alta

Alta

+ Baja

+ Baja

atribución al estímulo

Interna

Figura 3.2

atribución a la persona

Teoría de la atribución de Kelley

El modelo de covariación de Kelley establece que la gente decide qué atribuciones efectuar después de considerar la consistencia, la distintividad y el consenso de la conducta de una persona.

Otra desventaja del modelo de covariación es que la información de coherencia, distintividad y consenso requiere muchas observaciones. A veces contamos con esta información: podemos saber que, por cierto, Tom se suele reír casi por cualquier cosa (baja distintividad), y que otros no encuentran particularmente divertido al comediante (bajo consenso). Otras veces podemos tener, en el mejor de los casos, información incompleta o hasta ninguna información de observaciones. ¿Cómo atribuimos causalidad en estas circunstancias? Para considerar esto, Kelley (1972a) introdujo el concepto de esquemas de causalidad: creencias, opiniones o preconceptos, construidos a partir de la experiencia, acerca de cómo ciertas clases de causas interactúan para provocar efectos específicos. Uno de estos esquemas es que un efecto particular requiere, por lo menos, dos causas (denominado esquema de “múltiples causas necesarias”): por ejemplo, si nos dicen que alguien tuvo problemas por conducir ebrio decidimos que debe haber consumido cierta cantidad de alcohol y haber estado al mando de un vehículo. Aunque el concepto de esquemas de causalidad sí tiene cierto aval empírico (Kun y Weiner, 1973) y sí ayuda a resolver los problemas atributivos planteados en el caso de una sola observación, no es aceptado en absoluto de manera acrítica (Fiedler, 1982).

Esquemas de causalidad Creencias basadas en la experiencia acerca de cómo ciertos tipos de causas interactúan para provocar un efecto.

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Extensiones de la teoría de la atribución Labilidad emocional Schachter (1964, 1971; Schachter y Singer, 1962) ha sugerido la interesante idea de que las emociones tienen dos componentes distintos: un estado de activación psicológica, que no diferencia entre las emociones, y cogniciones, que rotulan la activación y determinan qué emoción se experimenta. A veces las cogniciones pueden preceder a la activación (p. ej., identificar a un perro como un rottweiler puede provocar una emoción que se experimenta como temor), pero otras veces puede haber un estado de activación que hace que se deban investigar posibles causas en el ambiente inmediato (véase más sobre afecto y emoción en el capítulo 2). Para investigar esta idea de que las emociones pueden de hecho ser lábiles, Schachter y Singer (1962) llevaron a cabo un experimento, ahora clásico. Se administró a unos estudiantes una inyección de adrenalina o un placebo (solución salina) usado como control. A continuación se separó el grupo de estudiantes que habían recibido la adrenalina en 3 subgrupos: 1) al que se le informó correctamente que esto causaría síntomas de excitación (p. ej., taquipnea, taquicardia), 2) al que no se les dio ninguna explicación, o 3) al que se les informó mal que podrían presentar una ligera cefalea y cierto mareo. Después, todos los participantes aguardaron en una habitación con un compañero y se les hizo completar cierto papeleo. Para la mitad de los participantes el compañero se comportó eufóricamente (haciendo payasadas y avioncitos de papel) y para la otra mitad mostró ira (rompiendo papeles y zapateando). Schachter y Singer predijeron que los participantes “mal informados” presentarían una excitación inesperada y buscarían una causa en su ambiente inmediato. La conducta del compañero actuaría como señal prominente, haciendo que los participantes en el grupo en que el compañero manifestaba “euforia” se sintieran eufóricos y los que estaban en el grupo que el compañero estaba “enojado” se sintieran enojados. Las emociones de los otros dos grupos que habían recibido la adrenalina y las del grupo control no serían afectadas por la conducta del compañero: los participantes del grupo control no habrían presentado ninguna excitación y los del grupo “informado” ya tendrían una explicación para su excitación. Los resultados del experimento avalaron, en gran medida, las predicciones. Quizá, la implicación más significativa del trabajo de Schachter sea su aplicación terapéutica (Valins y Nisbett, 1972). Si las emociones dependen de qué etiqueta cognitiva se les asigna, desde la atribución causal a la activación indiferenciada, entonces podría ser posible, por ejemplo, transformar la depresión en goce mediante una reatribución de la activación. Se ha diseñado un paradigma para investigar esta idea, llamado paradigma de atribución (Valins, 1966). Se alienta a las personas que se sienten ansiosas y mal sobre sí mismas por problemas internos a atribuir dicha a activación psicológica a factores externos. Por ejemplo, alguien que es tímido puede ser alentado a atribuir la activación psicológica asociada con conocer gente nueva a causas ambientales comunes en lugar de atribuirse a deficiencias de personalidad, y así ya no sentirá timidez. Una serie de experimentos han empleado este tipo de intervención con cierto éxito (p. ej., Olsen, 1988; Storms y Nisbett, 1970; véanse revisiones críticas de las aplicaciones clínicas de la teoría de la atribución en Buchanan y Seligman, 1995; Forsterling, 1988). Sin embargo, el entusiasmo inicial por la labilidad emocional y la aplicación clínica de la atribución errónea desapareció ante las críticas ulteriores (Reisenzein, 1983): • Las emociones pueden ser significativamente menos lábiles que lo que se pensó al principio (Maslach, 1979). Las señales ambientales no son aceptadas tan fácilmente como bases para inferir emociones por una excitación inexplicable, y como la excitación inexplicable es intrínsecamente desagradable la gente tiene cierta propensión a asignarle una etiqueta negativa. • El efecto de la mala atribución parece ser limitado (Parkinson, 1985). Se restringe en gran medida a las investigaciones de laboratorio, es poco fiable y de corta duración. No está esclarecido que el efecto sea mediado por un proceso de atribución, y, en cualquier caso, se restringe a una variedad limitada de estímulos que inducen emociones.

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EXTENSIONES DE LA TEORÍA DE LA ATRIBUCIÓN

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Teoría de la autopercepción Una implicación de largo alcance de tratar las emociones como una excitación o activación etiquetada cognitivamente es que la gente puede realizar atribuciones más generales sobre su propia conducta. Esta idea ha sido elaborada por Bem (1967, 1972) en su teoría de la autopercepción, que es una explicación sobre cómo construye la gente su autoconcepto. Por lo tanto, la tratamos en el capítulo 4, que explora la naturaleza del yo y la identidad.

Teoría de Weiner de la atribución Las dimensiones atributivas del logro de la tarea son el centro de otra extensión de la teoría de la atribución, formulada por Weiner (1979, 1985, 1986). Weiner estaba interesado en las causas y las consecuencias de las clases de atribución efectuadas respecto del éxito o del fracaso en una tarea: por ejemplo, el éxito o el fracaso en un examen de psicología social. Consideraba que al realizar una atribución respecto del logro consideramos 3 dimensiones del desempeño:

Teoría de la autopercepción Idea de Bem de que obtenemos conocimientos sobre nosotros mismos sólo efectuando autoatribuciones: por ejemplo, inferimos nuestras propias actitudes de nuestra propia conducta.

1 Locus: ¿el desempeño es causado por el actor (interno) o por la situación (externo)? 2 Estabilidad: ¿la causa interna o externa es estable o inestable? 3 Controlabilidad: ¿en qué medida el desempeño futuro en la tarea está bajo el control del actor? Estas dimensiones producen 8 tipos diferentes de explicación para el rendimiento en la tarea (véase figura 3.3). Por ejemplo, el fracaso en un examen podría atribuirse a “el entorpecimiento inusual de los demás” (el recuadro superior derecho de la figura 3.3) si el estudiante era inteligente (por lo tanto, el fracaso es externo) y fue perturbado por un estudiante cercano que estornudaba porque tenía rinitis alérgica (inestable e incontrolable, porque en futuros exámenes este estudiante podría no estar presente, o uno podría optar por sentarse lejos del estudiante que estornuda). El modelo de Weiner es dinámico, pues la gente primero evalúa si alguien ha tenido éxito o ha fracasado y experimenta, en consecuencia, emociones positivas o negativas. Después, efectúan una atribución causal sobre el rendimiento, lo que genera emociones más específicas (p. ej., orgullo por desempeñarse bien debido a la capacidad) y expectativas que influyen en el desempeño futuro.

Interna

Controlable

Incontrolable

Figura 3.3

Externa

Estable

Inestable

Estable

Inestable

Esfuerzo habitual

Esfuerzo inusual

Ayuda u obstaculización consistente de otros

Ayuda u obstaculización inusual de otros

Capacidad

Estado de ánimo

Dificultad de la tarea

Suerte

Atribuciones de logros en función del locus, la estabilidad y la controlabilidad

Las atribuciones sobre el logro en la tarea de alguien son influenciadas por percepciones del locus, la estabilidad y la controlabilidad del desempeño.

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CAPÍTULO 3 ATRIBUCIÓN Y CONOCIMIENTO SOCIAL

Atribución de logros ¿No es encantadora? ¿Atribuirá Miss Mundo su nueva corona a su trabajo duro, su belleza física, juicios sesgados o quizás a la suerte?

El modelo de Weiner está bastante bien avalado por experimentos que aportan a los participantes los resultados del desempeño e información sobre locus, estabilidad y controlabilidad, a menudo en condiciones de un juego de roles (p. ej., de Jong, Koomen y Mellenbergh, 1988; Frieze y Weiner, 1971). Sin embargo, los críticos han sugerido que la dimensión controlabilidad puede ser menos importante de lo que se pensó al principio. También se han preguntado en qué medida la gente, fuera de condiciones controladas de laboratorio, analiza, en realidad, de esta manera los logros. Más recientemente Weiner (1995) ha ampliado su modelo para poner énfasis en los juicios de responsabilidad. Sobre la base de las atribuciones causales, la gente realiza juicios de responsabilidad, y son estos juicios, no las atribuciones causales en sí mismas, los que influyen en la experiencia afectiva y las reacciones conductuales.

Aplicaciones de la teoría de la atribución La idea de que la gente necesita hallar la causa de su propia conducta y la causa de la conducta de los demás a fin de planificar sus propias acciones ha tenido una repercusión significativa sobre la psicología social. Ya hemos observado algunas maneras en las que se ha aplicado esta idea: por ejemplo, atribuciones de logros y la reatribución de la activación psicológica como técnica terapéutica. En esta sección, analizaremos otras dos áreas en las que se han empleado las ideas de atribución: los estilos atributivos y las relaciones interpersonales.

Diferencias individuales y estilos atributivos

Estilo atributivo Predisposición de un individuo (personalidad) a efectuar cierto tipo de atribución causal a la conducta.

La investigación de las diferencias individuales duraderas en los tipos de atribución que hacen las personas, o su estilo atributivo, ha sido defendida por Rotter (1966), quien considera que las personas difieren respecto del grado de control que sienten que tienen sobre las recompensas y los castigos que reciben. Los internalistas consideran que tienen un enorme control personal sobre su destino: las cosas suceden porque ellos hacen que sucedan. Los externalistas son más fatalistas: consideran que tienen escaso control sobre lo que les sucede; las cosas simplemente ocurren por casualidad, por suerte o por las acciones de agentes externos poderosos.

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APLICACIONES DE LA TEORÍA DE LA ATRIBUCIÓN

Rotter diseñó una escala de locus de control de 29 ítems, que se ha empleado para relacionar el locus de control con una serie de conductas, como las opiniones políticas, la forma de manejar los logros, las reacciones ante la enfermedad, etcétera. Un problema de la escala es que quizás no mida realmente un solo constructo (es decir, una sola dimensión de la personalidad), sino más bien una serie de creencias relativamente independientes relacionadas con el control (Collins, 1974). Se han desarrollado otros cuestionarios para medir los estilos atributivos: una tendencia de los individuos a efectuar determinadas clases de inferencias causales en lugar de otras en diferentes situaciones y a lo largo del tiempo (Metalsky y Abramson, 1981). De éstos, el cuestionario de estilos atributivos o ASQ (attributional style questionnaire, Peterson y cols., 1982; Seligman, Abramson, Semmel y von Baeyer, 1979) es quizás el más conocido. Mide las clases de explicación que la gente da sobre eventos que causan aversión (es decir, desagradables) en tres dimensiones: interna/externa, estable/inestable, global/específica. La dimensión global/específica hace referencia al grado en que una causa tiene una variedad amplia o reducida de efectos: la “economía” es una explicación global que para algunos puede ser redundante, mientras que el cierre de una determinada compañía es una explicación específica. Las personas que tienden a considerar los eventos que provocan aversión como causados por factores internos, estables y globales tienen un “estilo atributivo depresivo”, que puede llevar a la impotencia y la depresión y tener consecuencias adversas para la salud (Abramson, Seligman y Teasdale, 1978; Crocker, Alloy y Kayne, 1988). Fletcher y cols. (1986) han elaborado otra escala ligeramente diferente, denominada escala de complejidad atributiva (ACS, attributional complexity scale), para medir las diferencias individuales en la complejidad de atribuciones que las personas hacen de los eventos. El concepto de estilo atributivo como un rasgo de la personalidad no está exento de problemas: por ejemplo, el ASQ y el ACS proporcionan sólo evidencia limitada de la consistencia individual en la atribución causal más allá de la situación (p. ej., Cutrona, Russell y Jones, 1985). También plantea problemas el importante vínculo entre el estilo atributivo, la indefensión adquirida y la depresión clínica. Aunque más de 100 estudios que reclutaron alrededor de 15.000 participantes confirman una correlación promedio de 0,30 entre el estilo atributivo y la depresión (Sweeney, Anderson y Bailey, 1986), esto no prueba causalidad: es una correlación en la que un factor explica el 9% de la variación del otro. Resultan más útiles los estudios diacrónicos que muestran que el estilo atributivo medido en un momento predice síntomas depresivos en una fecha ulterior (NolenHoeksma, Girgus y Seligman, 1992), pero tampoco en este caso se establece la causalidad. La causalidad es difícil de probar, porque no es ético inducir una depresión clínica en contextos experimentales. Sólo nos queda la evidencia experimental de los estudios del estado de ánimo transitorio, que es un análogo bastante pálido de la depresión. ¿Es correcto generalizar lo que se siente al desempeñarse bien o mal en una tarea trivial de laboratorio y extenderlo a una auténtica depresión clínica?

Relaciones interpersonales Las atribuciones adquieren gran importancia en las relaciones interpersonales (véase capítulo 13), especialmente en las relaciones interpersonales íntimas (p. ej., amistad y matrimonio), en las que las atribuciones son comunicadas para cumplir diversas funciones: por ejemplo, explicar, justificar o excusar conductas, así como atribuir culpa e infundir culpa (Hilton, 1990). Harvey (1987) sugiere que las relaciones interpersonales atraviesan tres fases básicas: formación, mantenimiento y disolución (véase también modelo de socialización grupal de Moreland y Levine [1982, 1984] en el capítulo 8). Fincham (1985) explica que durante la etapa de formación las atribuciones reducen la ambigüedad y facilitan la comunicación y un entendimiento de la relación. En la fase de mantenimiento, disminuye la necesidad de efectuar atribuciones, porque se han construido personalidades y relaciones estables. La fase de disolución se caracteriza por un aumento de las atribuciones a fin de recuperar una comprensión de la relación.

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Una característica notable de muchas relaciones interpersonales es el conflicto atributivo (Horai, 1977), en el que las parejas ofrecen interpretaciones causales divergentes de la conducta y disienten respecto de qué atribuciones adoptar. A menudo las parejas ni siquiera se ponen de acuerdo en una secuencia causa-efecto; uno dice “me retraigo porque me fastidias”, el otro “te fastidio porque te retraes”. A partir de investigaciones sobre todo de parejas heterosexuales se ha observado que el conflicto atributivo tiene una correlación fuerte con la insatisfacción respecto de la relación (Kelley, 1979; Orvis, Kelley y Butler, 1979; Sillars, 1981). Pero el principal impulso de la investigación se ha concentrado en el rol de las atribuciones en la satisfacción conyugal (p. ej., Finchman y Bradbury, 1991; Fletcher y Thomas, 2000; Noller y Ruzzene, 1991). Un objetivo importante ha sido distinguir entre los cónyuges angustiados y los no angustiados a fin de brindar terapia para las relaciones conyugales disfuncionales. Los estudios de correlación (p. ej., Fincham y O’Leary, 1983; Holtzworth-Munroe y Jacobson, 1985) revelaron que los cónyuges felizmente casados (o no angustiados) tienden a darle crédito a sus parejas por un comportamiento positivo y citan factores internos, estables, globales y controlables para explicarlo. El comportamiento negativo se explica atribuyéndolo a causas consideradas externas, inestables, específicas e incontrolables. Las parejas angustiadas se comportan exactamente del modo contrario. Además parece que, mientras que las mujeres tienden a presentar en forma bastante continua pensamientos atributivos acerca de la relación, los hombres sólo lo hacen cuando la relación se vuelve disfuncional. En este aspecto, y a diferencia de la opinión popular, los hombres pueden ser barómetros más diagnósticos de la disfunción conyugal. ¿La dinámica atributiva provoca relaciones conyugales disfuncionales, o las relaciones disfuncionales distorsionan la dinámica atributiva? Esta importante pregunta causal ha sido encarada por Finchman y Bradbury (1987; véase revisión de Hewstone, 1989), quienes obtuvieron parámetros de atribuciones de responsabilidad, atribuciones causales y de satisfacción conyugal de 39 parejas casadas en dos ocasiones con 10-12 meses de intervalo. Las atribuciones efectuadas en la primera ocasión predijeron de manera fiable la satisfacción conyugal a los 10-12 meses, pero sólo para las esposas.

Atribución de la culpa En ocasiones, las parejas no pueden coincidir en cuál es la causa y cuál el efecto. Por ejemplo, ¿los reproches causan retraimiento o es al revés?

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Otro estudio longitudinal (aunque sólo de dos meses) confirmó que las atribuciones tienen, de hecho, una repercusión causal sobre la satisfacción ulterior respecto de la relación (Fletcher, Finchman, Cramer y Heron, 1987). Estudios longitudinales ulteriores, más extensos y mejor controlados, han replicado estos hallazgos tanto en maridos como en esposas (Finchman y Bradbury, 1993; Senchak y Leonard, 1993).

Sesgos de atribución Es evidente que el proceso de atribución está sujeto a sesgos: por ejemplo, puede estar sesgado por la personalidad, por la dinámica interpersonal o para satisfacer las necesidades de comunicación. No enfocamos la tarea de atribuir causas para la conducta de una manera totalmente desapasionada, desinteresada y objetiva, y los propios mecanismos cognitivos responsables de la atribución pueden estar sujetos a imperfecciones que los vuelven subóptimos. La evidencia acumulada sobre sesgos y “errores” atributivos ha ocasionado un cambio de perspectiva. En lugar de considerar a la gente como científicos o hasta especialistas en estadística ingenuos (en cuyo caso los sesgos deberían considerarse, en gran medida, un fastidio teórico), ahora pensamos en la gente como mezquinos cognitivos o tácticos motivados (Taylor, 1981, 1988; véase también capítulo 2). Los individuos emplean atajos cognitivos (estrategias heurísticas) para efectuar atribuciones que, aunque no siempre son objetivamente correctas, son bastante satisfactorias y adaptativas. A veces la elección del atajo y la elección de la atribución también pueden ser influenciadas por motivos personales. Los sesgos son características totalmente adaptativas de la percepción social común y cotidiana (Fiske y Taylor, 1991; Nisbett y Ross, 1980; Ross, 1977). En esta sección analizamos algunos de los sesgos atributivos más importantes.

Mezquindad cognitiva Modelo de cognición social que sostiene que la gente utiliza las cogniciones menos complejas y exigentes capaces de producir conductas generalmente adaptativas.

Táctico motivado

Sesgo de correspondencia y error fundamental de atribución Uno de los sesgos de atribución mejor conocido es el sesgo de correspondencia: una tendencia general de la gente a atribuir indebidamente la conducta a disposiciones de la personalidad estables subyacentes (Gilbert y Malone, 1995). Este sesgo se denominó originalmente error fundamental de atribución, y las expresiones se suelen emplear como sinónimos: el cambio de denominación refleja la evidencia acumulada de que este sesgo o error puede no ser tan “fundamental” como se pensó en primera instancia (véase más adelante). El error fundamental de atribución, identificado por primera vez por Ross (1977), hace referencia a una tendencia de la gente a efectuar atribuciones disposicionales respecto de la conducta de otros, aun cuando haya causas externas/ambientales claras. Por ejemplo, en el estudio de Jones y Harris (1967) mencionado antes, los participantes leyeron discursos sobre Fidel Castro escritos por compañeros suyos. Los discursos eran pro-Castro o antiCastro, y los autores o bien habían elegido libremente escribir el discurso o bien se les había ordenado que lo hicieran. Cuando mediaba una elección, no era sorprendente que los participantes pensaran que los que habían escrito un discurso pro-Castro estaban a favor de Castro, y viceversa: así fue que se produjo una atribución interna disposicional (véase figura 3.4). Pero también se efectuó una atribución disposicional cuando los escritores del discurso habían recibido órdenes de redactarlo. Aunque había evidencia abrumadora de una causa exclusivamente externa, los participantes parecieron ignorar, en gran medida, esta información y preferir una explicación disposicional: un error fundamental de atribución. Otros estudios aportan evidencia empírica adicional sobre el error fundamental de atribución (Jones, 1979; Nisbett y Ross, 1980). Por cierto, el error fundamental de atribución, o sesgo de correspondencia, se ha demostrado reiteradamente tanto dentro como fuera del laboratorio de psicología social (Gilbert, 1998; Jones, 1990). El sesgo de correspondencia

Modelo de cognición social que postula que las personas tienen múltiples estrategias cognitivas, entre las que eligen en función de objetivos, motivos y necesidades personales.

Sesgo de correspondencia Sesgo general de atribución en el que la gente tiene una mayor tendencia a considerar que la conducta refleja (corresponde a) atributos de personalidad de base, estables.

Error fundamental de atribución Sesgo de atribuir la conducta de otro a causas internas más que a causas situacionales.

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Figura 3.4 Error fundamental de atribución: atribuir actitudes a los escritores del discurso sobre la base de su libertad de elección al escribir el discurso

Pro-Castro 75

Se atribuyó una actitud pro- o anti-Castro a los estudiantes que eligieron libremente escribir un discurso pro-Castro o antiCastro. Aunque menos intensa, esta misma tendencia a atribuir el discurso a una disposición subyacente (error fundamental de atribución) prevaleció cuando los escritores no tenían ninguna elección y sólo se les había ordenado que escribieran el discurso.

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Fuente: basado en datos de Jones y Harris (1967)

Esencialismo Tendencia dominante a considerar que la conducta refleja propiedades básicas e inmutables, a menudo innatas, de las personas o de los grupos en los que aparece tal conducta.

Discurso pro-Castro

Actitud de los escritores

Discurso anti-Castro

Anti-Castro

25

0

Elección

Sin elección Grado de elección

también puede ser responsable de una serie de tendencias explicativas más generales: por ejemplo, la tendencia a atribuir indebidamente los accidentes en la carretera al conductor más que al vehículo o a las condiciones del camino (Barjonet, 1980); y la tendencia de alguna gente a atribuir la pobreza y el desempleo a la persona más que a las condiciones sociales (véase más adelante). Pettigrew (1979) ha sugerido que el error fundamental de atribución puede surgir de una forma algo diferente en contextos intergrupales, en los que los grupos efectúan atribuciones sobre la conducta endogrupo (dentro del grupo) y exogrupo (fuera del grupo); es lo que denomina error extremo de atribución (véase más adelante). El sesgo de correspondencia y el error fundamental de atribución están estrechamente relacionados con otros dos sesgos: el sesgo de resultados (p. ej., Allison, Mackie y Messick, 1996), en el que la gente asume que una persona que se comporta de una manera determinada buscaba todos las consecuencias de esa conducta, y el esencialismo (Haslam, Rothschild y Ernst, 1998; Medin y Ortony, 1989), que considera que la conducta refleja propiedades subyacentes e inmutables, a menudo innatas, de la gente o de los grupos a los que pertenecen. El esencialismo puede ser particularmente problemático porque hace que la gente atribuya características estereotípicas negativas a atributos de personalidad esenciales e inmutables de los miembros de ese grupo (p. ej., Bain, Kashima y Haslam, 2006; Haslam, Bastian, Bian y Kashima, 2006). Por ejemplo, el estereotipo exogrupo de ser despreocupado, liberal y escasamente educado se vuelve más pernicioso si estos atributos se consideran propiedades inmutables, quizás inducidas genéticamente, de los miembros del grupo: se considera que las personas en sí mismas tienen personalidades que son inmutablemente holgazanas, inmorales y estúpidas. Se han propuesto una serie de explicaciones para el error fundamental de atribución: Foco de atención La conducta del actor atrae más atención que el telón de fondo: su prominencia en la cognición es desproporcionada, sobresale como la figura contra el fondo situacional y, por lo tanto, está causalmente sobrerrepresentada (Taylor y Fiske, 1978). Así, el actor y la conducta del actor forman lo que Heider (1958) denominó una “unidad causal”. Esta explicación tiene mucho sentido. Los procedimientos destinados a desviar el foco de atención del actor y dirigirlo a la situación han mostrado que aumentan la tendencia a efectuar atribuciones situacionales en lugar de disposicionales (p. ej., Rholes y Pryor, 1982). Cuando la gente en realidad desea averiguar sobre una situación a partir de la conducta de una persona, se concentra en la situación y es menos probable que salte a una atribución disposicional: el error fundamental de atribución se anula o se invierte (p. ej., Krull, 1993).

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Olvido diferencial La atribución requiere la representación de la información causal en la memoria. Hay cierta evidencia de que la gente tiende a olvidar más rápidamente las causas situacionales que las causas disposicionales, lo que, con el tiempo, produce un desplazamiento disposicional (p. ej., Moore, Sherrod, Liu y Underwood, 1979; Peterson, 1980). Otros estudios muestran el efecto opuesto (p. ej., Miller y Porter, 1980), y Funder (1982) ha argumentado que la dirección del desplazamiento depende del foco de procesamiento de la información y se produce inmediatamente después de que se ha atribuido la conducta. Factores culturales y de desarrollo Se ha intentado caracterizar el error fundamental de atribución como un resultado automático y universal de la experiencia perceptiva y de la actividad cognitiva (p. ej., McArthur y Baron, 1983). Sin embargo, este tipo de enfoque no toma en cuenta factores culturales y de desarrollo significativos (Higgins y Bargh, 1987; Markus, Kitayama y Heiman, 1996; véase también más adelante y capítulo 16). Por ejemplo, en las culturas occidentales, los niños pequeños explican la acción en términos situacionales concretos y aprenden a hacer atribuciones disposicionales sólo en etapas tardías de la infancia (Kassin y Pryor, 1985; White, 1988). Este proceso en sí mismo puede no ser universal. Miller (1984; véase figura 3.7) informó que los niños hindúes no pasan a dar explicaciones disposicionales sino a dar explicaciones cada vez más situacionales. Quizás estos procesos reflejen distintas normas culturales para la explicación social o diferencias más básicas entre las concepciones occidental y no occidental del yo: el yo occidental autónomo e independiente y el yo no occidental interdependiente (Markus, Kitayama y Heiman, 1996; véanse también capítulos 4 y 16). El error fundamental de atribución es una característica bastante ubicua y socialmente valorada de las culturas occidentales (Beauvois y Dubois, 1988; Jellison y Green, 1981), pero es menos dominante en las culturas no occidentales, aunque está presente (Fletcher y Ward, 1988; Morris y Peng, 1994). El error fundamental de atribución puede no ser tan fundamental como se pensó al principio. En alguna medida, puede ser una manera normativa de pensar (véase análisis de normas en los capítulos 7 y 8). Ésta es una razón por la que Gilbert y cols. (p. ej., Gilbert, 1995; Gilbert y Malone, 1995) recomiendan reemplazar la expresión “error fundamental de atribución” por la expresión, más exacta, “sesgo de correspondencia”. Factores lingüísticos Una última observación, bastante interesante, de Nisbett y Ross (1980) es que el idioma inglés está construido de tal manera que suele ser relativamente fácil describir una acción y al actor en los mismos términos, pero mucho más difícil describir la situación del mismo modo. Por ejemplo, podemos hablar acerca de una persona amable u honesta y de una acción amable u honesta, pero no de una situación amable u honesta. El idioma inglés puede favorecer las explicaciones disposicionales (Brown y Fish, 1983; Semin y Fiedler, 1991).

Efecto actor-observador Imagine la última vez que un empleado de un negocio fue grosero con usted. Es probable que usted haya pensado: “¡Qué persona grosera!”. En otras palabras, hizo una atribución interna a la personalidad perdurable del empleado. En cambio, ¿qué explicación dio la última vez que usted le contestó bruscamente alguien? Probablemente no en términos de su personalidad sino por factores externos, como la presión por la falta de tiempo o el estrés. El efecto actor-observador (o efecto yo-otro) es, en realidad, una extensión del error fundamental de atribución. Hace referencia a la tendencia de la gente a atribuir a factores diposicionales internos la conducta de los otros y a factores ambientales externos la propia (Jones y Nisbett, 1972). Veinte años de investigación han aportado evidencia sustancial de este efecto (Watson, 1982) y algunas extensiones y calificaciones. Por ejemplo, no sólo tendemos a atribuir de manera más disposicional la conducta de los otros que nuestra propia conducta, sino que también tendemos a considerar que su conducta es más estable y predecible que la propia (Baxter y Goldberg, 1988).

Efecto actor-observador Tendencia a atribuir nuestras propias conductas a factores externos y las conductas de otros a factores internos.

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Una serie de factores pueden influir en el efecto actor-observador. La gente tiende a hacer más atribuciones disposicionales para la conducta socialmente conveniente que para la inconveniente, sin importar quién sea el actor (p. ej., Taylor y Koivumaki, 1976), y los actores tienden a ser más disposicionales al atribuir conductas positivas y más situacionales al atribuir conductas negativas que los observadores (p. ej., Chen, Yates y McGinnies, 1988). El efecto actor-observador se puede invertir si el actor sabe que su conducta es causada por una disposición. Por ejemplo, usted puede “adoptar” un puercoespín herido completamente conciente de que tiene cierta debilidad por los animales heridos y que ha hecho esta clase de cosas en el pasado (Monson y Hesley, 1982). Por último, el efecto actor-observador puede ser abolido o revertido si se insta al actor a tomar el rol del observador respecto de la conducta que va a ser atribuida y al observador el rol de actor. En estas circunstancias, el actor se vuelve más disposicional y el observador más situacional (p. ej., Frank y Gilovich, 1989). Hay 2 explicaciones principales del efecto actor-observador: 1 Foco perceptivo. Esta explicación es casi idéntica a la del “foco de atención” para el error fundamental de atribución (véase antes). Para el observador, el actor y la conducta del actor son llamativos contra el telón de fondo de la situación. En cambio, el actor no se puede “ver” a sí mismo comportándose, de manera que la situación de fondo asume el rol de una figura contra el telón de fondo del yo. El actor y el observador tienen perspectivas diferentes (bastante literalmente) sobre la conducta y por lo tanto la explican de distintas maneras (Storms, 1973). De hecho, la prominencia perceptiva sí parece desempeñar un papel importante en la explicación causal. Por ejemplo, McArthur y Post (1977) informaron que los observadores tendían a hacer atribuciones más disposicionales para la conducta de un actor cuando éste estaba intensamente iluminado que cuando la iluminación era tenue. 2 Diferencias de información. Otra razón por la que los actores tienden a efectuar atribuciones externas y los observadores internas es que los actores tienen mucha información sobre la que basar su manera de comportarse en otras circunstancias. En realidad pueden saber que se comportan de modos muy diferentes en distintos contextos y, por ende, tienden a considerar, con bastante exactitud, que su conducta se encuentra bajo control situacional. Los observadores no tienen acceso a esta información autobiográfica. Simplemente tienden a ver que el actor se comporta de cierta manera en un contexto o en un número limitado de contextos y no tienen información acerca de cómo lo hace en otros contextos. Por lo tanto, no es una presunción irrazonable efectuar una atribución disposicional. Esta explicación, sugerida por primera vez por Jones y Nisbett (1972), sí tiene cierto aval empírico (Eisen, 1979; White y Younger, 1988).

Efecto del falso consenso

Efecto del falso consenso Consideración de que nuestra conducta es más típica de lo que en realidad es.

Kelley (1972b) identificó la información de consenso como uno de los 3 tipos de información que la gente empleaba para hacer atribuciones acerca de la conducta de los otros (véase antes). Una de las primeras grietas del modelo de atribución del científico ingenuo fue el descubrimiento de McArthur (1972) de que los que efectuaban atribuciones, de hecho, subutilizaban, o incluso ignoraban, la información de consenso (Kassin, 1979). Con posterioridad, se hizo evidente que las personas no ignoran la información de consenso, sino que más bien aportan la suya propia. La gente ve su propia conducta como típica y asume que, en circunstancias similares, otros se comportarían de la misma manera. Ross, Greene y House (1977) demostraron por primera vez este efecto del falso consenso. Les preguntaron a estudiantes si aceptarían caminar por el campo de la universidad durante 30 minutos utilizando un cartelón que llevara la publicidad “Coma en lo de Joe”. Los que aceptaron estimaron que el 62% de sus compañeros también lo habrían hecho, mientras que los que se negaron estimaron que el 67% de sus compañeros tampoco habrían aceptado.

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Hay más de 100 estudios que atestiguan la solidez del efecto del falso consenso (Marks y Miller, 1987; Mullen y cols., 1985; Wetzel y Walton, 1985). Éste puede tener muchas causas. Como las personas tienden a buscar la compañía de otras similares, quizás simplemente encuentran más individuos similares a ellas mismas que distintos, por lo que su consenso es mayor. Otra posibilidad es que nuestras propias opiniones tiendan a ser tan prominentes que desplazan la consideración de alternativas y, por ende, cualquier comparación que aporte una estimación más exacta del consenso. Una tercera posibilidad es que justifiquemos subjetivamente la corrección de nuestras opiniones y acciones basándolas en un consenso exagerado. Esto indica la importante posibilidad de que el falso consenso sea un mecanismo para mantener una percepción estable de la realidad: realidad basada en el consenso. La investigación de los factores que influyen en el efecto del falso consenso señala que el efecto es mayor para las creencias más importantes y que nos interesan mucho (p. ej., Granberg, 1987) y para las creencias sobre las que estamos muy seguros (p. ej., Marks y Miller, 1985). La amenaza externa, las cualidades positivas, la similitud percibida con otros y la condición de grupo minoritario también aumentan las percepciones de consenso (p. ej., Sanders y Mullen, 1983; Sherman, Presson y Chassin, 1984; van der Pligt, 1984).

Efecto del falso consenso Esta bañista del Ártico a mediados de invierno descubre un sesgo de atribución importante. ¿Quién más nadaría aquí antes del desayuno?

Sesgos de autoservicio o por interés personal Hay una serie de sesgos que son bastante claramente de autoservicio o por interés personal, porque parecen proteger o aumentar la autoevaluación (véase capítulo 4). La gente tiende a atribuir a razones internas y a asumir el crédito por sus éxitos (o sesgo de automejoramiento), o a atribuir a razones externas y a negar la responsabilidad por sus fracasos (sesgo de autoprotección). Éste es un efecto fuerte que se ha observado en muchas culturas diferentes (Fletcher y Ward, 1988). Aunque las explicaciones iniciales sobre el éxito y el fracaso pueden ser relativamente humildes, las atribuciones disposicionales respecto del éxito y las situacionales respecto del fracaso se tornan más pronunciadas con el tiempo (Burger, 1986). En general los sesgos de automejoramiento son más comunes que los de autoprotección (Miller y Ross, 1975), pero esto se puede deber, en parte, a que la gente con baja autoesima no tiende a protegerse atribuyendo a razones externas sus fracasos; más bien, los atribuyen a razones internas (Campbell y Fairey, 1985).

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Sesgos de autoservicio o por interés personal Distorsiones de atribución que protegen o mejoran la autoestima o el concepto de uno mismo.

Autoanticipación de mal desempeño (self-handicapping) Hacer públicamente atribuciones externas por adelantado sobre nuestro previsto fracaso o mal desempeño en un evento venidero.

Ilusión de control Creencia de que tenemos más control sobre nuestro mundo del que en realidad tenemos.

Los sesgos de autoservicio o por interés personal sirven sin duda al yo (Snyder, Stephan y Rosenfield, 1978). Sin embargo, Miller y Ross (1975) sugieren que también puede haber un componente cognitivo, especialmente para el aspecto del automejoramiento. En general las personas esperan triunfar y, por ende, aceptan la responsabilidad por el éxito. Si se esfuerzan mucho por triunfar, correlacionan el éxito con su propio esfuerzo y suelen exagerar el grado de control que tienen sobre desempeños exitosos. En conjunto, estos factores cognitivos podrían alentar la atribución interna del éxito. De todos modos, parece probable que, en general, intervengan factores tanto cognitivos como motivadores (Anderson y Slusher, 1986; Tetlock y Levi, 1982), difíciles de separar entre sí (Tetlock y Manstead, 1985; Zuckerman, 1979). Los sesgos de autoservicio tienen una serie de otras ramificaciones. Los esfuerzos de autopresentación puede influir en el grado en que la gente asume públicamente el crédito por el éxito (a menudo, la modestia puede impedir el automejoramiento) o niega la responsabilidad del fracaso (los hechos pueden hacer que los intentos de autoprotección sean embarazosamente transparentes) (p. ej., Schlenker, Weingold y Hallam, 1990). Riess, Rosenfield, Melburg y Tedeschi (1981) investigaron esta idea y observaron que los esfuerzos de autopresentación debilitaban, pero no abolían, los sesgos de autoservicio o por interés personal. También hay evidencia de un sesgo de autoservicio anticipatorio, en el que la gente que prevé el fracaso hace deliberada y públicamente atribuciones externas antes del evento. Berglas (1987) ha denominado a esto autoanticipación de mal desempeño (self-handicapping) (véase recuadro 3.1 y figura 3.5). Otro fenómeno de atribución por interés personal o de autoservicio es la atribución de la responsabilidad (Weiner, 1995), que se ve influenciada por un sesgo de resultados (Allison, Mackie y Messick, 1996). La gente tiende a atribuir mayor responsabilidad a alguien que participa en un accidente con consecuencias importantes que con consecuencias menores (Burger, 1981; Walster, 1966). Por ejemplo, atribuiríamos mayor responsabilidad al capitán de un buque cisterna que derrama millones de litros de petróleo que al capitán de un pequeño barco que derrama sólo unos pocos litros, aunque el grado de responsabilidad puede, en realidad, ser el mismo. Este efecto puede formar parte de una tendencia general a aferrarse a una ilusión de control (Langer, 1975) al creer en un mundo justo (Furnham, 2003; Lerner, 1977). A la gente le agrada pensar que las cosas malas le suceden a la “gente mala” y las cosas buenas a la “gente buena” (es decir, las personas obtienen lo que merecen), y que la gente tiene control sobre los resultados. Este patrón de atribuciones hace que el mundo parezca un lugar controlable y seguro, en el que podemos determinar nuestro propio destino.

Nuevas investigaciones 3.1 Autoanticipación de mal desempeño (self-handicapping): explicación de su fracaso Imagine que está aguardando para rendir un examen de un tema que le resulta difícil y que prevé que no aprobará. Usted bien podría asegurarse de que tanta gente como sea posible sepa que no ha repasado, que en realidad no le interesa el tema y que, por si fuera poco, tiene una terrible resaca. Así, su fracaso ulterior será atribuido a razones externas sin que parezca que usted busca excusas para explicarlo. Berglas (1987) llamó a esto autoanticipación de mal desempeño (self-handicapping). Para investigar el fenómeno, Berglas y Jones (1978) les pidieron a los participantes que intentaran resol-

ver algunos problemas que eran solubles o insolubles. Se les dijo que lo habían hecho muy bien y, antes de continuar con una segunda tarea de resolución de problemas, se les permitió que eligieran tomar un fármaco llamado Actavil, que mejoraría ostensiblemente su funcionamiento y rendimiento intelectual, o Pandocrin, que ejercería el efecto opuesto. Como se predijo, los participantes que habían tenido éxito con los problemas solubles confiaron en su capacidad y, por ende, eligieron Actavil para mejorar aún más (véase figura 3.5). Los que habían tenido éxito con los problemas insolubles atribuyeron su rendimiento a la suerte y eligieron Pandocrin para poder explicar con mayor facilidad el fracaso previsto en la segunda tarea. Fuente: basado en datos de Berglas y Jones (1978)

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ATRIBUCIÓN INTERGRUPAL

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Porcentaje de sujetos que eligieron cada fármaco

Figura 3.5 100

Actavil: mejora el rendimiento Pandocrin: diminuye el rendimiento

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50

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0 Soluble

Insoluble

Tipo de problema con el que se trabajó

Autoanticipación de mal desempeño (self-handicapping): elección del fármaco en función de la resolución del problema Los participantes que se habían desempeñado bien en un problema soluble podrían atribuir su desempeño a cuestiones internas (p. ej., a su capacidad); anticipando un desempeño igual de bueno en una segunda tarea similar, eligen un fármaco que mejora el rendimiento, Actavil, en lugar de uno que disminuye el rendimiento, Pandocrin. Los participantes que se habían desempeñado bien en un problema insoluble podrían atribuir su desempeño a cuestiones externas (p. ej., a la suerte); escasaza que tienen pocas esperanzas de un desempeño equivalente en la segunda tarea, eligieron el fármaco que disminuye el desempeño, como opción de autoanticipación de mal desempeño. Fuente: basado en datos de Bergas y Jones (1978)

La creencia en un mundo justo puede generar un patrón general de atribución en el que las víctimas son consideradas responsables de sus desgracias: pobreza, opresión, tragedia e injusticia suceden porque las víctimas las merecen. Los ejemplos de la hipótesis de un mundo justo en acción son conceptos tales como que los desempleados son responsables de no tener trabajo y que las víctimas de violación son responsables de la violencia ejercida contra ellas. Otro ejemplo es la creencia, sostenida por cierta gente, de que los seis millones de víctimas judías del Holocausto fueron responsables de su propio destino: que se lo merecían (Davidowicz, 1975). La creencia en un mundo justo también puede ser responsable de la autoculpa. Las víctimas de eventos traumáticos, como el incesto, las enfermedades debilitantes, las violaciones y otras formas de violencia, pueden experimentar una sensación intensa de que el mundo ya no es estable, lleno de significado, controlable ni justo. Una manera de reinstalar una ilusión de control es, irónicamente, asumir cierta responsabilidad por el evento (Miller y Porter, 1983).

Creencia en un mundo justo Creencia de que el mundo es un lugar justo y predecible donde le suceden cosas buenas a la “gente buena” y cosas malas a la “gente mala”.

Atribución intergrupal Las teorías de la atribución se ocupan, sobre todo, de cómo la gente realiza atribuciones disposicionales o situacionales respecto de su propia conducta y de la de los demás, y de las clases de sesgos que aparecen en este proceso. La perspectiva está muy atada a las relaciones interpersonales: las personas, como individuos únicos, hacen atribuciones sobre su propia conducta o sobre la conducta de otros individuos únicos. Sin embargo, hay otro contexto atributivo –las relaciones intergrupales– donde los individuos como miembros de un grupo hacen atribuciones respecto de la conducta de ellos mismos como miembros del grupo y de otros como miembros del grupo o fuera del grupo (Deschamps, 1983; Hewstone, 1989; Hewstone y Jaspars, 1982, 1984). Abundan los ejemplos de atribuciones intergrupales. Uno es la atribución de los problemas económicos a grupos minoritarios (p. ej., inmigrantes de Europa oriental en Gran Bretaña, Gastarbeiter [trabajadores invitados] en Alemania). Otro es la explicación de la conducta en términos de propiedades estereotípicas del grupo de pertenencia: por

Atribuciones intergrupales Asignaciones de la causa de nuestra propia conducta o la de la conducta de otros a la pertenencia al grupo.

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CAPÍTULO 3 ATRIBUCIÓN Y CONOCIMIENTO SOCIAL

ejemplo, atribuciones sobre el desempeño compatibles con estereotipos sexuales (Deaux, 1984) o estereotipos raciales (Steele, Spencer y Aronson, 2002). La primera afirmación que se puede hacer acerca de las atribuciones intergrupales es una extensión del sesgo de autoservicio o por interés personal mencionado antes. Las atribuciones intergrupales se caracterizan por el etnocentrismo o un sesgo en interés del Etnocentrismo Preferencia evaluativa grupo, según el cual las conductas socialmente convenientes (positivas) de los miembros para todos los aspectos del grupo y las socialmente inconvenientes (negativas) de los que no son miembros del de nuestro propio grupo grupo (exogrupo) se deben a disposiciones de origen interno, y que las conductas negativas en relación con otros del grupo y las positivas del exogrupo se deben a factores situacionales externos (Hewstone grupos. y Jaspars, 1982; Hewstone, 1989, 1990). Este efecto prevalece más en las culturas occidentales que en las no occidentales (Fletcher y Ward, 1988). Es común en contextos de deportes de equipo, donde el éxito del propio equipo se atribuye a aptitudes internas estables más que al esfuerzo, la suerte o la dificultad de la tarea; este sesgo de mejoramiento del grupo es más fuerte y más consistente que el sesgo correspondiente de protección del grupo (Mullen y Riordan, 1988; Miller y Ross, 1975). Pettigrew (1979) ha descrito un sesgo relacionado llamado error extremo de atribución: Error extremo de una extensión del error fundamental de atribución de Ross (1977) en el dominio de las atriatribución Tendencia a atribuir el buciones sobre la conducta del exogrupo. Pettigrew sostuvo que la conducta negativa del mal comportamiento del exogrupo tiene una atribución disposicional y la conducta positiva del exogrupo tienen razolos que no son miembros nes externas o se justifica de otras maneras que preservan nuestra imagen desfavorable del del grupo (exogrupo) y exogrupo. El error extremo de atribución hace referencia a atribuciones efectuadas sólo para buen comportamiento las conductas del exogrupo, mientras que las perspectivas intergrupales más amplias considedel grupo (endogrupo) a ran también las atribuciones sobre el grupo propio. factores internos, y el Taylor y Jaggi (1974) llevaron a cabo uno de los primeros estudios de atribuciones buen comportamiento intergrupales en el sur de la India, con un fondo de conflicto intergrupal entre hindúes del exogrupo y mal y musulmanes. Los participantes hindúes leían viñetas que describían acciones socialcomportamiento del mente convenientes de hindúes o musulmanes (p. ej., ofrecer refugio en caso de lluvia) endogrupo a factores o socialmente inconvenientes (p. ej., negar refugio) hacia ellos, y después elegían una externos. de una serie de explicaciones sobre la conducta. Los resultados fueron los previstos. Los

Conducta contraestereotípica ¡Vamos, Boris! En ocasiones, la conducta del ex presidente iba en contra de lo que el pueblo ruso esperaba

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ATRIBUCIÓN INTERGRUPAL

participantes hindúes efectuaron más atribuciones internas para los actos socialmente convenientes que para los socialmente inconvenientes de los hindúes (endogrupo). Esta diferencia desapareció cuando los hindúes efectuaron atribuciones respecto de los musulmanes (exogrupo). Hewstone y Ward (1985) efectuaron un seguimiento más completo y sistemático, con malayos y chinos en Malasia y Singapur. Los participantes realizaron atribuciones resumidas internas o externas para conductas convenientes o inconvenientes de malayos o de chinos. En Malasia, los malayos mostraron un claro sesgo de atribución etnocéntrica: atribuyeron más a factores internos un acto positivo de un malayo que un acto similar de un chino y atribuyeron menos a factores internos un acto negativo de un malayo que un acto similar de un chino (véase figura 3.6). El efecto de mejoramiento del endogrupo fue mucho más intenso que el efecto de menoscabo del exogrupo. Los participantes chinos no mostraron sesgo etnocéntrico; en cambio, presentaron una tendencia a hacer atribuciones similares a las efectuadas por los malayos. En Singapur, el único efecto significativo fue que los malayos hicieron atribuciones internas para actos positivos de malayos. Hewstone y Ward explican estos resultados en términos del carácter de las relaciones intergrupales en Malasia y Singapur. En Malasia, los malayos son claramente el grupo mayoritario y los chinos una minoría étnica. Más aún, las relaciones entre los dos grupos eran tensas y relativamente conflictivas en esa época, y Malasia impulsaba una política de asimilación étnica. En general tanto los malayos como los chinos compartían un estereotipo desfavorable de los chinos y un estereotipo favorable de los malayos. En cambio,

Proporción de atribuciones internas

1,00

Acto negativo

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Estereotipo Imagen de evaluación ampliamente compartida y simplificada de un grupo social y sus miembros.

Acto positivo

En Malasia

En Singapur

0,80

0,60

0,40

0,20

°°°°0

Objetivo: chino

Participante:

malayo

CHINO

chino

malayo

MALAYO

chino

malayo

CHINO

chino malayo MALAYO

Etnia de los objetivos y los participantes

Figura 3.6

Atribución interna de actos positivos y negativos por malayos o chinos en función de la etnia de quien atribuye

Los malayos mostraron un sesgo atributivo etnocéntrico en el que un acto positivo por razones internas era atribuido más a un malayo que a un chino, y un acto negativo por razones externas era atribuido menos a un malayo que a un chino: el efecto fue más pronunciado en Malasia, donde los malayos son el grupo dominante y los chinos la minoría étnica, que en Singapur. Los chinos no mostraron un sesgo atributivo etnocéntrico. Fuente: basado en datos de Hewstone y Ward (1985)

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CAPÍTULO 3 ATRIBUCIÓN Y CONOCIMIENTO SOCIAL

Nivel de análisis (o explicación) Tipos de concepto, mecanismos y lenguaje utilizados para explicar un fenómeno.

Teoría de la identidad social Teoría sobre la pertenencia a grupos y las relaciones intergrupales basada en la autocategorización, la comparación social y la construcción de una autodefinición compartida en términos de propiedades que definen al endogrupo.

Singapur es más tolerante desde el punto de vista étnico. Los chinos son mayoría, y los estereotipos étnicos son notoriamente menos pronunciados. La implicación importante de este análisis es que la atribución etnocéntrica no es una tendencia universal que refleja cognición asocial; más bien, depende de la dinámica intergrupal en un contexto sociohistórico. Las clases de atribución que los miembros del grupo hacen acerca de la conducta del endogrupo y del exogrupo son influenciadas por el carácter de la relación entre los grupos. Esto es compatible con el argumento de Hewstone (1989) de que un análisis correcto de la atribución, descrita más exactamente como explicación social, requiere una articulación cuidadosa (es decir, integración o conexión teórica) de diferentes niveles de análisis (o explicación) (véase Doise, 1986; véase también capítulo 1). En otras palabras, necesitamos saber cómo los procesos cognitivos individuales, las interacciones interpersonales, la dinámica del grupo de pertenencia y las relaciones intergrupales influyen, son influenciadas y se interrelacionan entre sí. Hay más evidencia sobre las atribuciones intergrupales etnocéntricas que viene de estudios de actitudes interraciales en contextos educativos de los Estados Unidos (Duncan, 1976; Stepahn, 1977), de estudios de relaciones interétnicas entre israelíes y árabes (Rosenberg y Wolfsfeld, 1977) y entre hindúes y musulmanes en Bangladesh (Islam y Hewstone, 1993), y de estudios de atribuciones de éxito y de fracaso basadas en raza, género y clase social (Deaux y Emswiller, 1974; Feather y Simon, 1975; Greenberg y Rosenfield, 1979; Hewstone, Jaspars y Lalljee, 1982). Más recientemente Mackie y Ahn (1998) observaron que el sesgo de resultados, la presunción de que los resultados de la conducta fueron buscados por la persona que eligió la conducta, es afectado por la condición de miembro del grupo o no del actor y por la conveniencia o no del resultado. Mackie y Ahn observaron que había un sesgo de resultados en el caso de un miembro endogrupo y un resultado conveniente, pero no cuando el resultado era inconveniente. Hay por lo menos dos procesos que pueden explicar las atribuciones intergrupales etnocéntricas. El primero es de tipo cognitivo. La categorización social genera expectativas congruentes con la categoría en forma de previsiones (Deaux, 1976), esquemas (p. ej., Fiske y Taylor, 1991) o prototipos o estereotipos grupales (p. ej., Hogg y Abrams, 1988; Turner y cols., 1987; véase capítulo 11). La investigación indica que la conducta compatible con el estereotipo o con la expectativa es atribuida a factores internos estables, mientras que la conducta incompatible con la expectativa es atribuida a factores inestables o situacionales (p. ej., Bell, Wicklund, Manko y Larkin, 1976; Rosenfield y Stephan, 1977). Cuando la gente explica la conducta que confirma la expectativa, puede simplemente fiarse de disposiciones implícitas de un estereotipo, sin molestarse en hacer un esfuerzo cognitivo por considerar otros factores (Kulik, 1983; Pyszczynski y Greenberg, 1981). El segundo proceso involucrado en las atribuciones intergrupales es la necesidad de la gente de obtener autoestima basada en el grupo de pertenencia a partir de comparaciones intergrupales. La teoría de la identidad social describe este proceso (p. ej., Tajfel y Turner, 1979; también Hogg y Abrams, 1988; véase capítulo 11). Como la gente deriva su identidad social de los grupos a los que pertenece (una descripción y evaluación de sí misma en función de las características que definen al grupo), tiene un gran interés en mantener u obtener un perfil intergrupal que sea más positivo que el de otros grupos relevantes. El sesgo de atribución etnocéntrico satisface con bastante claridad este objetivo: atribuye a motivos las cosas buenas acerca del grupo y las cosas malas acerca de los que no pertenecen al grupo (exogrupo), y atribuye a motivos externos las cosas malas acerca del grupo y las cosas buenas acerca del exogrupo.

Atribución y estereotipación Los procesos de atribución que operan en la sociedad en un contexto intergrupal bien pueden desempeñar un papel importante en modelar el perfil y la dominancia de determinados estereotipos. La estereotipación no sólo es una actividad cognitiva individual (véase capítulo 2); también puede cumplir funciones de defensa del yo (hacer que uno se sienta

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bien en contraste con los otros) y funciones sociales (permitir que uno se adapte a los conceptos del mundo de otra gente) (Snyder y Miene, 1994). Según Tajfel (1981a), los grupos sociales pueden activar o acentuar estereotipos existentes para atribuir eventos angustiantes de gran escala a las acciones de exogrupos específicos, es decir, chivos expiatorios. Por ejemplo, durante la década de los treinta en Alemania, los judíos fueron culpados por la crisis económica de la época. Fue conveniente activar el estereotipo de “judío mezquino” para explicar en términos simplistas la falta de dinero: no hay dinero porque los judíos lo están acaparando. Asimismo, se pueden elaborar estereotipos para justificar acciones cometidas o planificadas contra un exogrupo. Por ejemplo, un grupo podría desarrollar un estereotipo de un exogrupo y caracterizarlo como mentalmente lento, simple, holgazán e incompetente para explicar o justificar la explotación económica y social de ese grupo.

Conocimiento social y atribuciones a la sociedad La gente no se despierta cada mañana y reconstruye causalmente su mundo de nuevo. En general nos basamos en guiones causales bien aprendidos (Abelson, 1981) y en esquemas de causalidad generales unidos a etiquetas situacionales, de personalidad y del grupo al que pertenecemos. Nos detenemos, pensamos y efectuamos atribuciones causales sólo cuando los eventos son inesperados o incompatibles con las expectativas (p. ej., Hastie, 1984; Langer, 1978; Pyszczynski y Greenberg, 1981), cuando estamos de mal humor (Bohner, Bless, Schwartz y Strack, 1988), cuando sentimos falta de control (Liu y Steele, 1986) o cuando las atribuciones son ocasionadas por objetivos coloquiales: por ejemplo, cuando deseamos ofrecer una explicación o justificación particular de una conducta a alguien con quien estamos conversando (Hewstone y Antaki, 1988; Lalljee, 1981; Tetlock, 1983). En general nos basamos en un caudal de conocimientos culturales adquiridos y ricamente refinados que explican automáticamente lo que está sucediendo alrededor de nosotros. Este conocimiento reside en creencias u opiniones culturales, estereotipos sociales, ideologías colectivas y representaciones sociales (véase recuadro 3.2).

La vida real 3.2 Una costumbre muy extraña: el contexto cultural en la atribución causal

Gün Semin cuenta una historia ficticia acerca de un aborigen brasileño que visita Río de Janeiro y luego regresa a su tribu de la selva amazónica (Semin, 1980, p. 292). En determinados días más personas de las que ustedes han visto en toda su vida llegan a este enorme sitio de adoración, una choza abierta de la que nunca se imaginarían el tamaño. Llegan gritando, cantando, con símbolos de sus dioses, y, una vez que todos están reunidos, los gritos alejan a todos los espíritus extraños. Después, a la hora establecida, llegan los sacerdotes con vestimentas coloridas, y los cánticos se elevan a gritos de guerra hasta que llegan tres sumos sacerdotes, vestidos de

Esquemas de causalidad Creencias basadas en la experiencia acerca de cómo ciertos tipos de causa interactúan para provocar un efecto.

negro. Todos los sacerdotes que estaban corriendo alrededor con objetos sagrados redondos los abandonan, y, a la orden de los sumos sacerdotes, comienza la ceremonia religiosa. Después, cuando el sumo sacerdote jefe emite un sonido agudo, todos corren detrás del único objeto sagrado que queda, sólo para patearlo lejos cuando lo alcanzan. Siempre que el objeto sagrado atraviesa una de las dos puertas y golpea la red sagrada, los seguidores religiosos comienzan a gritar, clamando a los cielos, y la mitad de los sacerdotes se embarcan en un festejo frenético hasta que el sumo sacerdote principal sopla el silbato. Por supuesto, ésta es una descripción de un partido de fútbol de alguien que no conoce el propósito ni las reglas del juego. Ilustra un punto importante. Para que las explicaciones causales sean significativas, deben formar parte de un marco interpretativo general muy complejo, que representa nuestro conocimiento cultural socialmente adquirido.

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CAPÍTULO 3 ATRIBUCIÓN Y CONOCIMIENTO SOCIAL

Representaciones sociales Representaciones sociales

La teoría de Moscovici de las representaciones sociales describe una manera en la que el conocimiento cultural sobre las causas de las cosas se puede construir y transmitir (p. ej., Explicaciones elaboradas Farr y Moscovici, 1984; Lorenzi-Cioldi y Clémence, 2001; Moscovici, 1961, 1981, 1988; colectivamente de Purkhardt, 1995). (Véase análisis de la relación entre representaciones sociales y actitudes fenómenos no familiares en el capítulo 5.) Las representaciones sociales son comprensiones consensuales compartiy complejos, que los das por los miembros de un grupo. Emergen a través de la comunicación cotidiana infortransforman en una mal. Transforman lo poco familiar y complejo en familiar y simple, y así brindan un marco forma familiar y simple. de trabajo para interpretar nuestras experiencias. Un individuo o un grupo de interés especializado proporciona una explicación técnica sofisticada, no obvia, de un fenómeno común (p. ej., explicar la enfermedad mental en términos de factores biológicos o sociales en lugar de fuerzas espirituales). Esto atrae la atención pública y se torna ampliamente compartido y generalizado (es decir, simplificado, distorsionado y ritualizado) a través de la discusión informal entre legos. Ahora, es una representación social: una explicación de sentido común aceptada, incuestionable, que tiende a hacer caer alternativas y se convierte en ortodoxia. La formulación original de Moscovici se enfocó en el desarrollo de la teoría del psicoanálisis, pero es igual de aplicable a otras teorías formales y fenómenos que han sido transformados para convertirse en parte de la conciencia popular: por ejemplo, la teoría de la evolución, la teoría de la relatividad, teorías dietéticas y de la salud, la economía marxista y el sida. La teoría de las representaciones sociales ha recibido algunas críticas, a menudo por la manera bastante imprecisa en la que está formulada (p. ej., Augoustinos e Innes, 1990). No obstante, sí sugiere una manera en la que la interacción social común en la sociedad construye las teorías causales de sentido común o “ingenuas” (legas) que son ampliamente usadas para explicar eventos (Heider, 1958). Una fuente de crítica es que siempre ha sido difícil analizar cuantitativamente las representaciones sociales. Sin embargo, se han dado algunos pasos hacia el desarrollo de técnicas cuantitativas apropiadas (Doise, Clémence y Lorenzi-Cioldi, 1993). Además, Breakwell y Canter (1993) han reunido una colección de capítulos que describen en términos concretos las diversas maneras en que diferentes investigadores han enfocado la medición de las representaciones sociales. Estos métodos incluyen análisis cualitativos y cuantitativos de entrevistas, cuestionarios, datos observacionales y material de archivo. Un buen ejemplo de este pluralismo metodológico es la descripción clásica de Jodelet (1991) de las representaciones sociales de la enfermedad mental en la pequeña comunidad francesa de Ainay-le-Chateau, en la que se emplearon cuestionarios, entrevistas y observación etnográfica. Las representaciones sociales, como las normas (véanse capítulos 7 y 8), tienden a estar basadas en grupos y difieren entre los distintos grupos, de manera tal que la conducta intergrupal a menudo puede girar alrededor de un conflicto de representaciones sociales (Lorenzi-Cioldi y Clémence, 2001). Por ejemplo, en los países occidentales, las actitudes y las conductas que promueven modos de vida saludables se asocian positivamente con el estatus social, y los mensajes de promoción de la salud tienden a emanar de grupos de profesionales de clase media (Salovey, Rothman y Rodin, 1998). Un análisis de representaciones sociales indica que estos mensajes son relativamente ineficaces para promover modos de vida saludables en personas que no pertenecen a la clase media, porque son incompatibles con el marco de representación más amplio de una buena vida para esta gente. El desarrollo de la Unión Europea (UE) ha aportado un terreno fértil para la investigación de la representación social (p. ej., Chryssochoou, 2000), que se vincula con el estudio de la dinámica de identidad europea (p. ej., Cinnirella, 1997; Huici y cols., 1997). En muchos aspectos, la UE puede ser considerada una representación social prototípica: una idea nueva y bastante técnica que tiene sus raíces en cuestiones económicas complejas relacionadas con el libre comercio, los subsidios, etcétera. Pero la UE es ahora una parte aceptada y un lugar común del discurso europeo que a menudo suele poner énfasis más en aspectos emotivos de la identidad nacional y europea que en asuntos económicos y comerciales.

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Rumor El proceso mediante el cual se construyen las representaciones sociales tiene más que un simple parecido pasajero con la manera en que se desarrollan y comunican los rumores. Uno de los primeros estudios del rumor fue llevado a cabo por Allport y Postman (1945), quienes hallaron que si los participantes del experimento describían una fotografía a alguien que no la había visto y después esta persona se la describía a otra y así sucesivamente, sólo persistía el 30% del detalle original después de 5 re-descripciones. Allport y Postman identificaron 3 procesos asociados con la transmisión de rumores: 1 Nivelación: el rumor se vuelve rápidamente más corto, menos detallado y menos complejo. 2 Agudización: se enfatizan y se exageran selectivamente ciertas características del rumor. 3 Asimilación: el rumor es distorsionado de acuerdo con los prejuicios, las parcialidades, los intereses y las agendas preexistentes de la gente. Estudios más naturalistas han hallado bastante menos distorsión en la transmisión de rumores (p. ej., Caplow, 1947; Schachter y Burdeck, 1955). Que los rumores sean distorsionados o no, e incluso que se transmitan, parece depender del nivel de ansiedad de aquellos que escuchan el rumor (Buckner, 1965; Rosnow, 1980). La incertidumbre y la ambigüedad aumentan la ansiedad y el estrés, lo que lleva a la gente a buscar información con la que racionalizar la ansiedad, lo que aumenta, a su vez, la difusión del rumor. Que el consiguiente rumor se distorsione o se vuelva más preciso depende de si la gente considera el rumor con una orientación crítica o acrítica (Buckner, 1965). En el primer caso, el rumor se refina, mientras que en el último (que suele acompañar a una crisis), se distorsiona. Los rumores siempre tienen una fuente, y a menudo esta fuente elabora deliberadamente el rumor por un motivo específico. El mercado de valores es un contexto perfecto para la elaboración de rumores. Al final de la década de los noventa el rumor desempeñó un papel evidente en el aumento del valor de las compañías dot com, que después colapsaron en la fusión NASDAQ a principios del año 2000: un ejemplo concreto fue la rápida promoción y después la caída de boo.com. Otro motivo para elaborar intencionalmente rumores es desacreditar a individuos o a grupos. Una organización puede difundir un rumor acerca de un competidor para debilitar su participación en el mercado (Shibutani, 1955), o un grupo social puede propagar un rumor para culpar a otro grupo de una crisis generalizada. Un buen ejemplo de esto es la invención y la divulgación de teorías conspirativas o del complot (Graumann y Moscovici, 1987).

Teorías conspirativas o del complot Las teorías conspirativas o del complot son teorías causales elementales y exhaustivas que atribuyen calamidades naturales y sociales generalizadas a las actividades intencionales y organizadas de ciertos grupos sociales que se considera que forman cuerpos conspirativos para arruinar y luego dominar al resto de la humanidad. La teoría conspirativa mejor conocida es el mito de la conspiración mundial judía (Cohn, 1966), que emerge periódicamente y a menudo provoca persecución sistemática masiva. Otras teorías conspirativas son la creencia de que los inmigrantes planifican deliberadamente debilitar la economía, que los homosexuales diseminan intencionalmente el HIV, y que las brujas (en la Edad Media), la CIA (más recientemente) y Al-Qaeda (más actual) están detrás de casi todos los desastres mundiales que usted conoce (p. ej., Cohn, 1975). La popularidad de las teorías conspirativas aumenta y disminuye. Fueron particularmente populares desde mediados del siglo XVII hasta mediados del XVIII:

Teoría conspirativa o del complot Explicación de eventos generalizados, complejos y preocupantes en términos de acciones premeditadas de pequeños grupos de conspiradores muy organizados.

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En todas partes, la gente percibía propósitos dentro de propósitos, conspiraciones dentro de conspiraciones, había conspiraciones en la corte, conspiraciones secretas, conspiraciones ministeriales, conspiraciones de facciones, conspiraciones aristocráticas y, en la última mitad del siglo XVIII incluso conspiraciones de sociedades secretas gigantes que atravesaban las fronteras nacionales y se extendían sobre el Atlántico. (Wood, 1982, p. 407)

El teórico del complot talentoso puede, con consumada habilidad y sorprendente versatilidad, explicar aun los eventos más crípticos y desconcertantes en términos de esquemas tortuosos y maquinaciones inescrutables de conspiradores ocultos. Billig (1978) considera que es precisamente esto lo que vuelve tan interesantes a las teorías conspirativas: son increíblemente efectivas para reducir la incertidumbre (Hogg, 2007b). Suministran una explicación causal en términos de disposiciones duraderas que pueden explicar una amplia variedad de eventos, en lugar de factores situacionales complejos que no se pueden aplicar de manera tan amplia. Además, los eventos preocupantes se vuelven controlables y fáciles de remediar, porque son causados por pequeños grupos de gente muy visible, en lugar de deberse a circunstancias sociohistóricas complejas (Bains, 1983). No es sorprendente que las teorías conspirativas sean casi inmunes a la evidencia de desconfirmación. Por ejemplo, en diciembre de 2006, publicó el resultado de una investigación de tres años y 3,5 millones de libras sobre la muerte de la Princesa Diana en 1997: aunque no hubo ninguna evidencia de que la familia real británica conspirara con el gobierno británico para asesinarla e impedir su matrimonio con un egipcio musulmán, esta teoría conspirativa aún persiste. Otra teoría conspirativa aun mayor prevalece en gran parte del mundo musulmán: que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos fueron perpetrados por Israel o quizás incluso por el propio gobierno de los EE. UU. (Lewis, 2004).

Atribuciones a la sociedad El énfasis en las atribuciones como conocimiento social se expresa en la investigación sobre las explicaciones que da la gente acerca de fenómenos sociales a gran escala. En general esta investigación avala el concepto de que las atribuciones causales respecto de fenómenos específicos están localizadas dentro de (y son moldeadas por) sistemas de creencias más amplios, socialmente construidos. Por ejemplo, la investigación de explicaciones sobre la pobreza revela que tanto los ricos como los pobres tienden a explicarla en términos de gente pobre y no de la situación en la que se encuentra esa gente (p. ej., Feagin, 1972; Feather, 1974). Esta tendencia individualista no es tan intensa en las personas con ideología más de izquierda o socialista, o en las que viven en países en vías de desarrollo, donde la pobreza es generalizada (Pandey, Sinha, Prakash y Tripathi, 1982). Las explicaciones de la riqueza tienden a depender de la afiliación política. En Gran Bretaña, los conservadores la atribuyen a cualidades individuales positivas de ahorro y trabajo duro, mientras que los laboristas la atribuyen a una determinación implacable, una cualidad negativa individual (Furnham, 1983). No es sorprendente que también haya diferencias transculturales: por ejemplo las explicaciones individualistas tan comunes en Hong Kong (Forgas, Morris y Furnham, 1982; Furnham y Bond, 1986). De modo similar, las explicaciones sobre el desempleo son influenciadas por las creencias u opiniones y los sistemas de valores más amplios de las personas (capítulo 5). Feather (1985) hizo que estudiantes australianos explicaran el desempleo en una serie de dimensiones. Ellos prefirieron explicaciones referidas a la sociedad más que individualistas: por ejemplo, un gobierno deficiente, el cambio social y la recesión económica fueron consideradas como causas más válidas de desempleo que la falta de motivación y las desventajas personales (véase también Feather y Barber, 1983; Feather y Davenport, 1981). Sin embargo, los estudiantes políticamente más conservadores tendieron a poner menos énfasis en las explicaciones referidas a la sociedad. Estudios llevados a cabo en Gran Bretaña muestran que allí las explicaciones referidas a la sociedad son más prominentes que las explicaciones individualistas, y que hay un grado bastante importante de coincidencia entre los empleados y los desempleados que respondieron (Furnham, 1982; Gaskell y Smith, 1985; Lewis, Snell y Furnham, 1987).

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CONOCIMIENTO SOCIAL Y ATRIBUCIONES A LA SOCIEDAD

Otras investigaciones han considerado las clases de explicación que la gente da sobre los disturbios (el capítulo 11 analiza en detalle la inquietud social, el comportamiento colectivo y los disturbios). Los disturbios son fenómenos sociales muy complicados, pues reconocen causas próximas y alejadas: un determinado evento o acción podría desencadenar el disturbio, pero sólo debido a la conjunción compleja de condiciones más amplias. Por ejemplo, la causa próxima de los disturbios de Los Ángeles de 1992 puede haber sido la absolución de oficiales de policía blancos acusados de golpear a un motociclista negro, Rodney King (véase recuadro 11.1), pero es improbable que esto solo hubiese promovido el disturbio de no mediar la inquietud racial y los problemas económicos que atravesaba Estados Unidos en esa época. Al igual que las explicaciones sobre la pobreza, la riqueza y el desempleo, las clases de explicación que la gente da sobre un determinado disturbio parecen estar influenciadas por la perspectiva sociopolítica de la persona (p. ej., Litton y Potter, 1985; Reicher, 1984, 2001; Reicher y Potter, 1985; Schmidt, 1972). Los miembros más conservadores de la clase dirigente tienden a identificar desviaciones o patologías personales o sociales, mientras que los que tienen actitudes sociales más liberales tienden a identificar circunstancias sociales. Por ejemplo, Schmidt (1972) analizó las explicaciones de los medios de comunicación gráficos sobre la avalancha de disturbios en ciudades estadounidenses durante 1967. Las explicaciones se podían clasificar con respecto a tres dimensiones: 1 legitimidad-ilegitimidad, 2 causa interna-externa, 3 causa institucional-ambiental. Las dos primeras dimensiones estaban intensamente correlacionadas, y había causas externas legítimas (p. ej., errores de renovación urbana, condiciones de barrios marginales) combinadas y causas internas ilegítimas (p. ej., propósitos delictivos, creencia en que la violencia da resultado) combinadas. Las fuentes de los medios de la derecha política tendieron a identificar causas internas ilegítimas, mientras que las clasificadas como de “centroizquierda” (es decir, liberales) pusieron el énfasis en causas externas justificadas. Por último, Sniderman, Hagen, Tetlock y Brady (1986) investigaron la manera en la que la gente da explicaciones sobre la desigualdad racial y tiene preferencias por diferentes políticas gubernamentales. Utilizaron una muestra nacional de sujetos de raza blanca de los Estados Unidos (en 1972) y estuvieron interesados en investigar la influencia del nivel de educación. Observaron que los blancos con menos nivel de educación empleaban un proceso de razonamiento “impulsado por el afecto”. Comenzaban con sus sentimientos (principalmente negativos) hacia los negros, y luego procedían directamente a culpar a la poca asistencia del gobierno. Una vez hecho esto, “volvían sobre sus pasos” para cerrar el círculo y así justificar su recomendación: a saber, que los negros eran personalmente responsables de su propia situación desventajosa. En cambio, los blancos mejor educados adoptaron un proceso de razonamiento “impulsado por la cognición”, y razonaron hacia adelante y hacia atrás. Sus recomendaciones de política se basaron en atribuciones causales para la desigualdad y a su vez sus atribuciones causales fueron influenciadas por su preferencia política.

Contribución de la cultura Cada vez es más evidente que las atribuciones específicas o explicaciones causales pueden ser comprendidas por completo sólo si se tienen en cuenta las creencias y los sistemas de valores más amplios de los individuos. Ya hemos visto, por ejemplo, la influencia de valores sociopolíticos, nivel educacional, grupo de membresía y etnicidad; y han aflorado factores culturales por todas partes. La gente de diferentes culturas suele hacer atribuciones muy distintas, hace atribuciones de diferentes maneras o enfoca toda la tarea de explicación social de distintos modos (R. Bond y Smith, 1996; Markus, Kitayama y Heiman, 1996; Smith, Bond y Kag˘itçibas,i, 2006; Triandis, 1976; Triandis y cols., 1972). En consecuencia, la posibilidad de malenten-

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CAPÍTULO 3 ATRIBUCIÓN Y CONOCIMIENTO SOCIAL

Cultura y atribución ¿Es la marioneta responsable de sus propias acciones? La probabilidad de efectuar atribuciones disposicionales sobre la gente es menor en los orientales que en los occidentales, ¡dejen en paz a las marionetas!

didos interpersonales transculturales es enorme. Por ejemplo, el pueblo zande de África occidental tiene una doble teoría de la causalidad, en la que las causas próximas de sentido común operan dentro de un contexto de hechicería como causa alejada (Evans-Pritchard, 1937; véase también Jahoda, 1979). Para los zandes, una distinción interna-externa tendría poco sentido. Otro ejemplo: Lévy-Bruhl (1925) informó que los nativos de Motumotu de Nueva Guinea atribuyeron una epidemia de pleuresía a la presencia de un determinado misionero, de sus ovejas, de dos cabras y, por último, a un retrato de la reina Victoria. Aunque inicialmente parezcan bastante extrañas, estas clases de atribuciones son fáciles de explicar como representaciones sociales: ¿cuánto más extrañas son que, por ejemplo, las “teorías de las cuerdas” que se hicieron populares en la física a mediados de los ochenta para construir una teoría unificada del universo (véase Hawking, 1988)? Considere la pregunta introductoria bajo la luz de lo que acaba de leer. Un área de investigación sobre las atribuciones transculturales es el error fundamental de atribución (véase antes). Hemos dicho que en las culturas occidentales la gente tiende a efectuar atribuciones disposicionales sobre la conducta de los otros (Ross, 1977). También hay evidencias de que estas atribuciones disposicionales se vuelven más evidentes en la ontogenia (p. ej., Pevers y Secord, 1973). En cambio, en las culturas no occidentales la gente se inclina menos a hacer atribuciones disposicionales (Carrithers, Collins y Lukes, 1986; Morris y Peng, 1994). Es probable que esto refleje la influencia más profunda y abarcadora de los roles sociales en las culturas no occidentales más colectivistas (Fletcher y Ward, 1988; Jahoda, 1982), y en parte una visión más holística del mundo, que promueve el pensamiento dependiente del contexto, unido a la ocasión (Shweder y Bourne, 1982). Para investigar mejor el papel de la cultura en las atribuciones disposicionales, Miller (1984) comparó la clase media norteamericana con los hindúes de cuatro grupos etarios (adultos, y 15, 11 y 8 años de edad). Los participantes describieron comportamientos prosociales y antisociales, y dieron sus propias explicaciones espontáneas sobre las causas de estas conductas. Miller pudo codificar las respuestas para identificar la proporción de atribuciones disposicionales y contextuales efectuadas por los participantes. Entre los niños más pequeños hubo muy poca diferencias transculturales (véase figura 3.7). Pero a medida que aumentaba la edad los dos grupos divergieron, sobre todo porque los estadounidenses adoptaron, cada vez más, atribuciones disposicionales. Para las atribuciones contextuales, los resultados fueron los contrarios.

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RESUMEN

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Proporción de atribuciones disposicionales

Figura 3.7 Atribuciones disposicionales en función de la edad y los antecedentes culturales

0,5 Norteamericanos

0,4 0,3

Hindúes

0,2 0,1

Los norteamericanos y los hindúes no difieren inicialmente en la proporción de atribuciones disposicionales efectuadas respecto de la conducta. Sin embargo, a los 15 años hay una clara diferencia que se acentúa en la edad adulta; los estadounidenses hacen una cantidad significativamente mayor de atribuciones disposicionales que los hindúes. Fuente: basado en datos Miller (1984)

0

8 años

11 años

15 años

Adulto

Edad

La lección importante que enseña este estudio es que los factores culturales tienen un impacto significativo sobre las atribuciones y las explicaciones sociales. En el capítulo 16 volvemos a tratar el papel de la cultura y el funcionamiento social de los seres humanos.

RESUMEN • Las personas son psicólogos ingenuos que buscan conocer las causas de sus propias conductas y las de las conductas de los demás.

pias, y una tendencia a proteger el autoconcepto atribuyendo sus propios fracasos a razones externas y sus éxitos a razones internas.

• De forma muy similar a la de los científicos, la gente considera la información de consenso, la consistencia y la distintividad al decidir si atribuye la conducta a rasgos de personalidad y disposiciones internas, o a factores situacionales externos.

• Las atribuciones sobre la conducta de la gente como miembros del grupo (endogrupo) o no (exogrupo) son etnocéntricas y están basadas en estereotipos. Sin embargo, este sesgo es afectado por el carácter real o percibido de las relaciones intergrupales.

• Las atribuciones que realizamos pueden ejercer una profunda repercusión en nuestras emociones, autoconcepto y relaciones con los demás. Puede que haya diferencias individuales en la propensión a efectuar atribuciones internas o externas.

• Los estereotipos se pueden originar en una necesidad de los grupos de atribuir la causa de los eventos angustiantes a gran escala a exogrupos que tienen propiedades (estereotípicas) vinculadas de manera causal con los eventos.

• En realidad, las personas son malos científicos cuando hacen atribuciones. Tienen muchos sesgos diferentes, de los cuales los más importantes son una tendencia a atribuir las conductas de los demás a razones disposicionales y a razones externas las pro-

• La gente recurre a atribuciones causales sólo cuando no hay conocimiento social fácilmente accesible (p. ej., guiones, esquemas causales, representaciones sociales, creencias culturales) para explicar las cosas de manera automática.

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CAPÍTULO 3 ATRIBUCIÓN Y CONOCIMIENTO SOCIAL

L I T E R AT U R A , C I N E Y T V The Third Policeman (El tercer policía) Libro de Flann O’Brien de 1967. Un libro descabellado y mágico acerca del absurdo. Tiene una sección muy divertida que es pertinente a las representaciones sociales. Hay un relato hilarante de cómo se pueden formar y mantener representaciones sociales extrañas (en este caso, acerca de la teoría atómica).

JFK La película de Oliver Stone de 1991. Kevin Costner es un fiscal del distrito de Nueva Orleans que reabre el caso para investigar quién asesinó en realidad al presidente John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, y cuál fue el complot detrás del hecho. Éste es un maravilloso encuentro con las teorías conspirativas y la necesidad de la gente de elaborar una explicación causal, por extraña que sea, sobre un evento perturbador. En la película, también actúan Tommy Lee Jones y Sissy Spacek.

The Devils (Los demonios) El clásico de culto de Ken Russell de 1971, muy desgarrador, acerca de la inquisición y la intriga política en la iglesia y el estado. Las escenas son grotescas y recuerdan las pinturas de Hieronymus Bosch. La película está basada en una novela de Aldous Huxley, y actúan Vanessa Redgrave y Oliver Reed. Muestra hasta qué horribles extremos puede llegar un grupo para proteger su explicación causal final: toda divergencia se considera herejía o blasfemia y es duramente castigada para garantizar que nadie crea en esta explicación de la naturaleza de las cosas.

Macbeth La tragedia de Shakespeare de 1606/07 en la que tres brujas profetizan una cadena de hechos maléficos cometidos por Macbeth durante su sangriento ascenso al poder, incluido el asesinato del rey escocés Duncan. La pregunta causal es si la profecía causó los eventos o si hubo algún otro complejo de causas.

LECTURAS RECOMENDADAS Fiske, S. T. y Taylor, S. E. (1991). Social cognition (2ª ed.). Nueva York: McGraw-Hill. Este libro, que todavía es la cobertura más autorizada y completa de cognición social, también trata de manera excelente la teoría clásica y la investigación de la atribución. Esto no es sorprendente, dado que los procesos de atribución son procesos cognitivos sociales, y que la teoría de la atribución fue precursora de la cognición social contemporánea. Fletcher, G. y Finchman, F. D. (eds.) (1991). Cognition in close relationships. Hillsdale, NJ: Erlbaum. Una recopilación de los principales académicos aporta capítulos detallados sobre atribución y otros enfoques sociocognitivos de las relaciones estrechas. Hewstone, M. (1989). Causal attribution: From cognitive processes to collective beliefs. Oxford: Blackwell. Una cobertura completa y detallada de la teoría y la investigación de la atribución, que también trata las perspectivas europeas que ubican los procesos de atribución en el contexto de la sociedad y las relaciones intergrupales. McClure, J. (1991). Explanations, accounts, and illusions: A critical analysis. Cambridge, UK: Cambridge University Press. Una discusión crítica, de amplio alcance y ecléctica de la atribución como explicación social. Moskowitz, G. B. (2005). Social cognition: Understanding self and others. Nueva York: Guilford. Un texto de cognición social, totalmente actualizado y completo, escrito con un estilo relativamente accesible como introducción al tema. También considera la atribución. Smith, E. R. (1994). Social cognition contribution to attribution theory and research. En: P. G. Devine, D. L. Hamilton y T. M. Ostrom (eds.). Social cognition: Impact on social psychology (pp. 77-108). San

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LECTURAS RECOMENDADAS

Diego, CA: Academic Press. Una cobertura dirigida a las dimensiones cognitivas sociales de los procesos de atribución. Trope, Y. y Gaunt, R. (2003). Attribution and person perception. En M. A. Hogg y J. Cooper (eds.), The Sage handbook of social psychology (pp. 190-208). Londres: Sage. Una revisión reciente, completa y muy amena de la investigación sobre atribución. Weary, G., Stanley, M. A. y Harvey, J. H. (1989). Attribution. Nueva York: Springer-Verlag. Una discusión sobre las aplicaciones de la teoría de la atribución y la operación de los procesos de atribución en contextos clínicos y la vida cotidiana fuera del laboratorio.

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