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RETIRO DE CUARESMA SOBRE LA MISERICORDIA DE LA MANO DE ENRIQUE DE OSSÓ
El Corazón de Jesús Corazón de buen Padre
Introducción En el año de la misericordia dejamos que Enrique de Ossó nos acompañe en el retiro de cuaresma, ya que el amor misericordioso de Dios es uno de los aspectos recurrentes en toda la obra ossoniana. Para el retiro hemos escogido una meditación del día decimocuarto del Mes en la escuela del corazón de Jesús, que se divide en dos partes bien diferenciadas. La primera nos propone orar con la parábola del hijo pródigo, fragmento evangélico donde Dios muestra su infinita bondad y capacidad de perdón. En la segunda, Enrique revela hasta qué punto el amor incondicional y gratuito de Dios le afecta, le compromete con los hermanos, transformando activamente sus actitudes ante la realidad. El papa Francisco también comenta lo que él denomina las parábolas de la misericordia en la bula Misericordiae Vultus. Como Enrique, habla de un amor que no se define de forma abstracta, sino en activo, materializándose en un cuidado por la creación y responsabilidad con nuestros hermanos. Estamos llamados a “vivir en misericordia”. Misericordiae Vultus 9 En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,132). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón. De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22) y pronunció la parábola del “siervo despiadado”. Este, llamado por el patrón a restituir una grande suma, le suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía unos pocos centésimos, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: «¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?» (Mt 18,33). Y Jesús concluye: «Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos» (Mt 18,35).
La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Acojamos entonces la exhortación del Apóstol: «No permitan que la noche los sorprenda enojados» (Ef 4,26). Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. «Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo. Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.
Parte primera: ACERCARSE AL AMOR DE DIOS
La propuesta para acercarse a la parábola del hijo pródigo es claramente contemplativa. Para seguir la forma de orar de Enrique de Ossó, puedes leer el fragmento, al que te has acercado tantas veces, e integrarte en la narración. Allí observas la escena en silencio, compartes los sentimientos del hijo que vuelve, comprendes el dolor del que se da cuenta de que su hermano es tratado de manera especial, te admiras con la actuación del padre… Sientes que te identificas, en este momento de tu historia, con alguno de los personajes. Y dejas que sus actitudes te hablen directamente al corazón, te cuestionen sobre tus valores y prioridades. Percibe cómo el hilo conductor del relato es el amor, un amor que perdona y acoge. Lucas 15:11-32 Jesús dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me
levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enfadó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. EEO III: 515-516 Entre todos los títulos de que se gloría el Corazón de Jesús, dos son los que más campean en su boca en el Santo Evangelio: el de Padre y el de Pastor. Corazón amorosísimo y tiernísimo, que bajó del cielo para inspirar a los hombres confianza y ganarles el corazón por el amor y la compasión, no podía verdaderamente escoger otros títulos más adecuados a este fin. Todo el mundo sabe y ve por experiencia lo que es un buen padre y un buen pastor. Pues, he ahí, alma mía, al Corazón de Cristo: Corazón de Padre, Corazón de buen Pastor. Tam Pater nemo, tan bonus Pastor nemo. Nadie hubo ni puede haber tan buen Padre ni tan buen Pastor... ¡Qué Padre tan padre es el buen Jesús! ... Mírale retratado su Corazón paternal en la parábola del hijo pródigo. El hijo le pide la porción de su herencia, y luego de recibirla huye lejos de su casa y de su vista sin pedirle permiso y contra su voluntad; malversa su herencia en mala vida; padece hambre, miseria; es un miserable haraposo, un pillete... Mas este mal hijo, al volver en sí, recordando el buen trato de su padre vuelve a su casa, y el padre corre a su encuentro, le abraza, le pone el mejor vestido, el anillo, celebra un espléndido banquete con música y convidados, con transportes de alegría, y al mal hijo ni siquiera le recuerda sus extravíos, ni le deja confesar su culpa, porque ¡ay! lo tenía perdido y lo ha recuperado, lo creía muerto y está vivo, y con esto está satisfecho su corazón paternal. ¡Qué padre tan padre!... ¡Oh Corazón de mi Padre Cristo Jesús! Al contemplarte en este paso, ¡qué ganas no me dan de arrojarme a tus brazos y sentir el calor y los latidos amorosos de tu adorable Corazón!... Tan padre como Tú nadie lo es ni lo puede ser, porque nadie nos ama, ni nos sufre, ni nos espera con tan subido amor... Dime, Corazón de Jesús, ¿qué sentiste cuando estabas abrazado con tu hijo pródigo, pecador? ¿Cómo juntaste tu ropa a su ropa, tu Corazón a su corazón, tus brazos a sus brazos, tu boca a su boca, tu adorable Persona al más vil de los hombrecillos? ¿No recuerdas, sus extravíos, el agravio y la injuria que te hizo al dejar tu casa, al disipar todo tu patrimonio? Todo lo recuerda o mejor, todo lo ha olvidado mi Corazón de Padre, dice Jesús, quia tam Pater nemo, porque nadie tan buen
Padre como Yo. Venid, pecadores y tristes y necesitados y atribulados, venid todos a Mí, y os consolaré, os confortaré, os perdonaré, porque no hallaréis, ni hay, ni puede haber en todo el mundo otro Padre mejor que Yo... Vayamos, pecadores todos, con confianza y humildad y contrición, al Corazón paternal de Jesús, fuente inagotable de dulzura, de clemencia y de amor. No importa hayamos sido grandes pecadores, peores que el hijo pródigo... Jesús es Padre, es nuestro Padre... Nadie tan Padre nuestro como su Corazón y esto basta: ¡oh qué Padre tan Padre! ¡Padre mío de mi alma! yo también pequé delante del cielo y pequé contra Ti. Perdóname... perdóname, que con tu gracia jamás ya me separaré de tu servicio u de tu amor.
Segunda parte: CONFIAR PLENAMENTE EN ÉL
La primera parte del retiro debe ponernos en contacto con ese Dios que es todo misericordia, de cuyo amor no podemos dudar, porque se ha encarnado en nuestra propia historia de salvación. Con esta seguridad interior, Enrique de Ossó da un paso más y se adentra en el territorio de la confianza total. Dios es el suelo firme, y él ha experimentado que “Tú, Señor, aseguraste mi vida con la esperanza de tu misericordia”. El texto que se nos ofrece parte de la convicción plena de que Dios no nos va a dejar, y lanza una pregunta: ¿puedes dudar del amor de Dios? La confianza básica y radical es la base del camino de fe, de la alegría, del gozo, de la paz. Enrique de Ossó va desgranando estas virtudes que nacen del encuentro misterioso con ese Dios que nos habita. La respuesta de la persona es la misma que dio Teresa a la invitación de Jesús “haz lo que es en ti, y déjame tú a Mí y no te inquietes por nada”: el olvido de sí, el deseo de siempre servir y amar, y el trabajo confiando en promover los intereses de Jesús. El texto ossoniano está lleno de referencias bíblicas que pueden ayudar a revitalizar en nosotros la seguridad y el abandono en Dios: Salmo 4, Salmo 12, Salmo 26, Salmo 39, Isaías 32, Isaías 49. También se encuentran resonancias teresianas muy conocidas que ayudan a conectar desde nuestro carisma con está vivencia universal. Enrique de Ossó se encuentra afectivamente implicado en la experiencia de la misericordia de Dios, de manera que haberse encontrado con el Dios que ama tiene una incidencia clara en su manera de afrontar cada situación, en su relación con los otros, en su capacidad de riesgo, en su seguridad interior. Cuando entres contacto con el texto después de haber orado la parábola del hijo pródigo, te puedes preguntar: ¿Me fío de Dios, de su amor providencial e incondicional por mi? ¿Vivo con una “fe viva” y activa? ¿En qué detalles de mi vida lo percibo? ¿Voy tomando desde la confianza mis decisiones vitales? Según Enrique, la consecuencia de la confianza es el gozo y la alegría. ¿Están estas actitudes es presentes en mi día a día? Podrías escribir tu Salmo de misericordia confiada. Revive y actualiza cómo el Padre te conduce por el camino de del abandono. Déjate en sus manos, puesto que siempre te ”lleva en sus palmas”, y reconcíliate con tus desconfianzas y tu falta de fe. Perdona y déjate perdonar. Pregúntate si el encuentro con Jesús te lleva al deseo de “siempre serviros y amaros, y dar gusto a vuestro paternal Corazón”. ¿Cómo puedo comprometer mi vida para dar respuesta a este deseo? ¿Cómo puedo materializarlo visiblemente en forma de servicio a los hermanos?
EEO III: 516-520 Pondera seriamente, alma mía, estas dos verdades, que te serán de gran consuelo y te alentarán a perseverar en el servicio y en la casa de tu Padre. La primera es que no puede acontecer cosa alguna que no venga colada por las manos de éste tu amorosísimo Padre. Y que sin su permiso nadie te puede dañar, ni caer siquiera un cabello de tu cabeza... La segunda es que todas las cosas que te acontezcan, tanto prósperas como adversas, las ordena tu buen Padre para tu bien temporal y eterno, y puede, y sabe, y quiere, porque es infinitamente bueno, sabio y poderoso, hacer que su voluntad se cumpla siempre y en todas las cosas... ¡Oh Padre mío amorosísimo! ¡Con que ninguna pena, adversidad ni trabajo me pueden venir ni acontecer que no venga colada y registrada por tus manos! Todas las cosas que me vienen y acontecen por la mano de tan buen Padre mío, me vienen todas, todas para mi bien y provecho... ¡Oh cuánto me animan estas verdades! Porque de una voluntad tan buena como la de Dios mi Padre, y que tanto me ama, bien cierto y seguro puedo y debo estar que no quiere para mí sino lo bueno y mejor, lo que más me conviene, aunque yo no lo comprenda bien. Esta providencia tan paternal y tan particular que Dios tiene de mí, es una de las mayores riquezas y tesoros de que gozan los que aman y sirven por la fe a tan buen Padre. Rodeado estoy, Jesús mío, como con escudo por todas partes de tu buena voluntad. ¿Qué tengo que temer? ¿Quién me podrá dañar? Como a la niña de tus ojos me tienes guardado, Jesús mío; en lo más secreto y amoroso de tu Corazón me tienes escondido... ¡Qué verdad es ésta tan rica, tan preciosa, tan estimable! ¡Qué Corazón y amor de padre tienes Tú, Señor mío Jesucristo, tan hermoso y bondadoso con todos tus siervos! Si te entregaste a Ti mismo a la muerte por mí, ¿qué no harás por mí?, ¿qué no me darás? Si me has dado lo más, ¿cómo no me darás lo menos? Porqué mi padre y mi madre me dejaron; mas por su cuenta el Señor me tomó. ¡Oh alma mía!¡Cuándo acabarás de entender esta verdad tan fundamental y consoladora! ¡Oh cuán amparada y socorrida te sentirás en todas tus necesidades y trabajos!... Dime, alma desconfiada, con cuya desconfianza injurias sobremanera mi paternal Corazón, te dice Jesús; si acá tuvieses un padre muy rico y poderoso y bondadoso y muy privado y favorecido del rey, ¿qué confiada y segura estarías en todos los negocios que se te ofreciesen de que no te faltaría el valor y amparo de tu Padre? ¿Pues con cuánta mayor razón ¡alma de poca fe! has tú de tener esta confianza y seguridad, considerando que me tienes por Padre a Mí, en cuyas manos está todo el poder del cielo y de la tierra, y de que no te puede acontecer cosa alguna de la tierra sin que primero pase por mi mano?... Si esta manera de confiar tiene un hijo con su padre que le puede faltar, y con ella duerme seguro, ¿cuánto más la debes tener en Mí, que soy más Padre que todos los padres, y que en mi comparación no merecen los otros el nombre de padre? Porque Yo tengo contigo, porque sobrepujan infinitamente todos los amores que pueden tener todos los padres de la tierra... De Mí, tal Padre y Señor, ¿no puedes estar bien confiada y segura que todo lo que te enviare será para tu mayor bien y provecho? Mira mi Corazón alanceado por ti; mira mi sangre toda derramada por ti; mira mi vida toda dada por ti; mira mi Cruz, mis espinas, mi Iglesia, mis Sacramentos... ¿Puedes dudar de mi amor? ¿Qué más puedo hacer por ti para moverte con toda eficacia a la confianza en mi amor,
providencia y protección tan paternal y particular que tengo de ti y de todas tus cosas? Haz lo que es en ti, y déjame tú a Mí y no te inquietes por nada. Mi Padre se deleita contigo, y el Espíritu Santo te ama, y Yo te amo en caridad perpetua... ¡Oh Padre mío y Dios mío! a vuestros paternales brazos me arrojo con toda confianza. Recibid en vuestra casa otra vez a este vuestro hijo pródigo que tanto os ha ofendido, y contadme a lo menos como uno de vuestros criados, pues no soy digno de ser llamado hijo vuestro, porque he pecado delante del cielo contra Vos... Olvidad mis yerros pasados, que quiero siempre serviros y amaros, y dar gusto a vuestro paternal Corazón. Amén. Afectos. Dios se ha encargado y tomado cuidado de mí y de todas mis cosas; no me faltará nada. Yo soy mendigo y pobre. Dios anda solícito y cuidadoso de mí. (Psal. xxll et xxxIx ).Por estas verdades conozco, Dios mío, que hasta que ponga toda mi solicitud en Vos, que tenéis cuidado de mí, nunca tendré paz ni verdadero reposo del corazón, y siempre andaré turbado y desmayado. Hasta que me arroje y me ponga del todo en vuestras manos y me fíe de Vos, sintiendo en mi corazón una muy familiar y filial confianza en Vos, no viviré feliz. Quiero, Dios mío, hacer con Vos aquel concierto admirable que hizo vuestra sierva Santa Teresa de Jesús. Quiero olvidarme de mí, y dejar mis trazas y cuidados para acordarme de Vos y fiarme de Vos solo. Haré lo que es en mí, cumpliendo mis deberes, y dejáreme a mí mismo y todas mis solicitudes en Vos, y no me inquietaré por nada. Quiero con vuestros hijos reposar en hermosísima paz y en los tabernáculos de la confianza, y en el descanso muy cumplido y abastado de todos los bienes (Isa. xxxll), y en paz juntamente dormir y descansar, porque Tú, Señor, aseguraste mi vida con la esperanza de tu misericordia. (Psal. lV). No quiero sentir aquellos alborotos y congojas y desasosiegos que sienten los que miran las cosas y los sucesos con ojos de carne, sino antes estar con mucho gozo y alegría en todos los acontecimientos. Quiero abundar en esta confianza, porque con ella abundaré más en gozo y alegría espiritual, porque sé que cuanto más me fíe y ame, más quieto y seguro estaré de que todo lo convertiréis en mi bien, y no puedo creer ni esperar menos de vuestra bondad y amor infinitos. Quiero cavar y ahondar bien, Jesús mío, en este amor, providencia y protección tan paternal y particular que tiene vuestro Corazón misericordiosísimo de mí y de todas mis cosas. Mis suertes están en vuestras manos, y Vos estáis encargado de mí y tenéis de mí tanto cuidado como si no tuvierais otra criatura en el cielo y en la tierra que gobernar sino a mí solo. Tú tienes, Jesús mío, para mí entrañas tiernas y regaladas, más que de padre y más que de madre, pues si fuere posible que haya alguna madre en quien pueda caber olvido de su hijo chiquito, y que no tenga corazón para apiadarse del que salió de sus entrañas, en Ti, me dices, Señor, nunca jamás cabrá este olvido, porque en tus manos me tienes escrito, y tus manos están siempre delante de ti. (Isa. XLIX). Porque siempre me traes en las palmas, y me tienes delante de tus ojos para ampararme y defenderme; porque mejor que la mujer que ha concebido y trae el niño en sus entrañas, y le sirve de casa, de litera, de muro, de sustento y de todas las cosas, me traes Tú en tus entrañas. No quiero, pues, tener zozobra ni perder mi quietud y sosiego por los diversos sucesos y acontecimientos de la vida, porque sé que ninguna cosa me puede acontecer sin la voluntad de mi Padre celestial, y muy confiado estoy y satisfecho de tu grande amor y bondad, que todo será para mayor bien mío, y todo lo que me quitares por una parte me lo devolverás por otra en cosa que más valga. Solo te pido una cosa, Padre mío celestial, y es que siempre te sirva y te ame, y con esto haz de mí lo que quisieres, que está todo mi bien en contentarte. Amén.