El corazón del escorpión

El corazón del escorpión El corazón del escorpión José Manuel Palacios Pérez (Joseph Avski) Primer Puesto Novela IX Concurso Nacional de Novela y C

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El corazón del escorpión

El corazón del escorpión José Manuel Palacios Pérez (Joseph Avski)

Primer Puesto Novela IX Concurso Nacional de Novela y Cuento Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia

© José Manuel Palacios Pérez (Joseph Avski) © Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia ISBN 978-958-98290-6-6 Primera edición: Diciembre de 2009 Coordinación editorial: Dirección de Comunicaciones Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia. Diseño y diagramación: Taller de Edición Impresión: Litoimpresos y Servicios. Primer puesto categoría Novela. El corazón del escorpión José Manuel Palacios Pérez (Joseph avski)

1 ed. Medellín: Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia, 2009. 104 p. ; 21 cm. Primer puesto. IX Concurso Nacional de Novela y Cuento Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia 1. NOVELA COLOMBIANA. Título. Impreso y hecho en Colombia | Printed and made in Colombia Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia.

El luchador, ya viejo cuenta a su mujer el combate que no debió perder. Taniguchi Busón

Gracias a Alberto Salcedo Ramos que sin saber, escribió parte de esta novela

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¿Quieres que te la cuente?, dijo Milton Olivella y movió sus puños de acero con la pesadez de sus 57 años mal llevados. Luego se separó unos centímetros de la mesa haciéndose espacio entre dos sillas y tropezando otra mesa de la cual casi cae una botella de cerveza. Cuidado, dijo Alberto Salcedo Ramos cuando vio la botella tambalearse. No te preocupes, broder, lo tranquilizó Milton, que aquí en este bar me conocen y además estás con el campeón mundial, me entiendes. Era la primera vez que Salcedo Ramos lo veía en persona después de casi dos años de pesquisas. Hasta entonces Milton siempre estaba un paso por delante. Si iba a su casa a buscarlo Ángela Iguarán, la esposa, le decía que era una lástima pero que si por la gracia del Señor hubiera llegado cinco minutos antes lo habría encontrado. Si se decidía por el gimnasio de su amigo Jhonny Pitalúa éste le decía que Milton acababa de salir a comprarle unos guantes nuevos a su pupilo, un pelao, primo, que va a ser campeón mundial, como

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Milton. Si preguntaba en el mercado de Bazurto le decían que lo habían visto un momentico antes tomándose una avena, que si corre hasta la esquina lo encuentra. No importaba en qué lugar, en qué ciudad lo buscara, Milton Olivella estaba siempre un paso por delante. Antes de encontrarlo, escribiría Salcedo Ramos en su libro recordando a Olivella parado frente a la mesa levantando los brazos, Milton Olivella parecía haber adquirido el don de la ubicuidad. Un día lo expulsaban de un bar de Manizales por bailar desnudo sobre la barra y, cuando todavía no nos habíamos repuesto de la sorpresa, aparecía en Pasto con el rostro ensangrentado por negarse a pagarle a un taxista. En un restaurante de Cartagena le vaciaron una olla de sopa hirviente en el pecho y en el aeropuerto de Bogotá le rompieron la frente con una tranca. En Barranquilla le pegaron con un tacón puntilla por limpiarse las manos en el vestido de un maniquí. En Cali un ganadero le ofreció un mazo de billetes con tal de que se fuera rápido de la plaza de toros. Se volvió inquilino asiduo de calabozos y hospitales. Lo vieron sin dientes en Armenia y sin zapatos en Tunja. Lo vieron y lo vieron y lo vieron y lo vieron. Estaba en todas partes pero no estaba en ninguna. En Colombia todo el mundo, grande o chico, gordo o flaco, alguna vez se había tropezado a Milton Olivella armando escándalos. Llegó un momento, incluso, en que lo veían aunque no lo vieran. Fantasma de sí mismo, un día fue dado por muerto en Radio Sucesos RCN. Cuando reapareció indignado por la noticia, hubo gente

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que no le creyó que, en efecto, seguía vivo. Algunos dicen que está en Barranquilla, donde una amante llamada Cecilia. Otros juran que amaneció descalzo en el mercado de Galapa, Atlántico, jugando dominó. Los de más allá aseguran que como en Cartagena hay temporada taurina, es imposible que haya salido de la ciudad. ¿No era, acaso, el que andaba ayer por el Parque Bolívar, con una camiseta enrollada en la cabeza, convidando a pelear a un lustrabotas? ¿No era el que devoraba una posta de sábalo frito en una cabaña de La Boquilla? Si te pones a buscarlo, te pierdes tú también. Te confundes, sientes dolor en los talones. No entiendes por qué si Milton Olivella es omnipresente como el sol, tú no lo encuentras. Si quieres tropezarte con él –te previene el vendedor callejero de mariscos– debes ir a las once en punto de la mañana a los quioscos de La Matuna. Un jubilado de los que tertulian en los alrededores de la Gobernación cree que Olivella pasó hace media hora por el malecón de Bocagrande. Un taxista del aeropuerto jura que lo saludó en las playas de Crespo. Las prostitutas de la Calle de la Media Luna suponen que está almorzando con los boxeadores del Pie del Cerro y los boxeadores, a su vez, se lo imaginan encerrado con las prostitutas. Las versiones se multiplican según el número de personas a las cuales les preguntas. La semana pasada estaba en el barrio Chiquinquirá con un vaso de tinto en la mano. Hace cuatro días tenía una gorra de los Yankees y estaba conversando con su compadre Bernardo Caraballo. Si hubieras llegado diez minutos antes, lo habrías encontrado en esa cafetería tomando jugo. Ahora

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mismito se fue de aquí, mi hermano. ¡Corre, para que te lo pilles en la otra esquina! Ahí estaba todo el mundo para verme pelear, broder, lo escuchó decir Alberto recorriendo el bar con la mirada, tú sabes, no todos los días un campeón de mi talla se pone los cortos después del retiro, sabes cómo es. Salcedo Ramos no sabía dónde situarlo, si en la estampa de caballero inglés con acento caribe de la que hablaban los que lo describían sobrio, o como el huracán que destruía y humillaba todo lo que encontraba a su paso al que se referían cuando estaba alterado. Alberto no sabía con seguridad si estaba sobrio y simplemente excitado por la entrevista o si había consumido algo. Cuando le preguntó qué le había pasado en el labio y por qué tenía la camisa manchada de sangre se molestó un poco y le respondió que se había golpeado con una puerta de vidrio que no había visto. Un descuido, broder, por andar en las nubes. Sin embargo para Alberto Salcedo era evidente que algo distinto había sucedido. ¿Quieres que te la cuente?, repitió Milton Olivella mientras recordaba cómo había salido de los vestuarios con su caminado de hombre venido de otro mundo. Detrás de él venían sus segundos que vieron a la plaza de toros de Cartagena estallar en una ovación dilúvica. Milton levantó los brazos y dejó que la algarabía lo bañara. Llegó hasta el cuadrilátero con su paso cansino y saludó uno por uno a los periodistas que se hallaban en la mesa de prensa. Ahí estaba todo el mundo para verme pelear, dijo Milton

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echando una mirada alrededor para asegurarse de que en otras mesas se escuchaba su voz, broder, tú sabes, no todos los días un campeón de mi talla se pone los cortos después del retiro, sabes cómo es. Estaba la gente de Cromos, la de Semana, El Espectador, El Tiempo, El Universal, El Heraldo, eso sin contarte la gente que venía del extranjero, me entiendes, esa era mucha más: gringos, europeos, japoneses, la locura, una vaina para no creer. Milton hizo una pausa en su perorata para encontrar las palabras que estaba buscando, broder, eso fue el acontecimiento del año. Por el otro lado del cuadrilátero entró King, que lanzaba las manos hacia adelante en jabs al aire que en realidad estaban dirigidos a llamar la atención del público. Iba cubierto por una bata blanca que contrastaba con su piel oscura. Milton pensó que era bueno que King gastara sus energías innecesariamente antes de que el combate empezara. El público respondió con silbidos e improperios. Esa gente me quería, dijo Olivella restándole emoción a su voz, tú sabes, nadie había ido a ver pelear al gringo ese, me entiendes, todo el mundo estaba ahí por mí. Por un momento Alberto Salcedo lo vio tal cual como lo recordaba de la televisión: indiferente al relampagueo de los flashes, eran los días en que Milton parecía haber nacido bajo la tutela de Orión, pero no, su estrella tutelar era Antares, llamada por los árabes Kalb al-Akrab: El corazón de Escorpio. Olivella miró alrededor y ante la inesperada atención de las mesas que lo rodeaban, aumentó la teatralidad de sus ademanes.

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El primer round, empezó diciendo, me lo bailé. Puro juego de piernas, puro amago de golpes, puro movimiento de cintura. Sabes cómo, broder, como Muhammad Ali se bailó el primer round con Floyd Patterson, te acuerdas, en el año sesenta y cinco. Yo me le acercaba sin lanzarle ningún golpe, solo para ver qué tipo de golpe me tiraba para hacerme distancia, o le amagaba con un recto o con un gancho solo para ver dónde ponía la defensa. Esas vainas lo ayudan a uno a saber cómo pelear. Cuando el negro King se la pilló se me vino encima, pero yo seguía en lo mío, sabes cómo es, broder, ganándole de piernas, haciendo espacio, caminando, moviéndole la cintura, bailando. Es una vaina que se aprende con la experiencia, sabes cómo es, que las peleas no solo se ganan tirando trompadas. Entonces me pillé cómo atacaba. Esa vaina también es importante, sabes por qué, porque cuando uno ataca deja huecos y por esos huecos es por donde uno mete los mejores golpes. El negro me alcanzó a conectar un par de veces; pero eso no importaba, porque nunca me conectó duro. En cambio yo ya me lo conocía, broder, ya sabía qué iba a hacer, cómo me iba a atacar. Ahí estaba el secreto para ganar la pelea. Pero la pelea de verdad empezó en el segundo round. * * * Solo te digo una cosa: uno vale por lo que tiene. Eso es así, lo sabe todo el mundo. Después que no me vengan con cuentos de que es

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una gran persona cuando está sobrio y que le puso la luz eléctrica a Palenque y que es un hombre muy admirado y respetado en el mundo del boxeo; a nadie le importa si fuiste campeón mundial o si fuiste más rico que el Papa, si ahora no tienes nada, no vales nada, me parece. Madre sale de la cocina con su camisón de colores comprado en el mercado y un trapo envuelto en la cabeza, me trae una taza de café negro. No entiendo para qué se tiene que vestir como negra, como si la gente no se diera cuenta. Además, esos camisones son para pobres y uno vestirse como pobre es llamar la pobreza. Se demoró bastante en traerme el café pero no digo nada. Madre es una mujer sensible a la que es mejor tratar con delicadeza y no recalcarle sus errores. Los tiene, como todo el mundo, pero en realidad todos son excusables. Ya va a estar listo el desayuno, dice madre y se pierde en la cocina otra vez. Prendo un cigarrillo para acompañar el café negro. En realidad el desayuno debería estar listo ya, pero no digo nada. A veces no resulta fácil ser tan paciente pero es una cosa que se alcanza con la práctica. No deberías empezar a fumar desde tan temprano, dice madre asomando la cabeza por el agujero de la puerta que da a la cocina. No digo nada y fumo un rato. El café no está tan bueno. Le he dicho millones de veces que tiene que calentar el agua antes de meterla en la cafetera. Pero como no se levanta suficientemente

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temprano no le alcanza el tiempo. Y sin embargo se demora en darme el café y en servir el desayuno. A pesar de todo no digo nada. Madre sale de la cocina, pasa a mi lado y abre la ventana que está detrás de mí. De vuelta me pone la mano sobre el hombro. ¿Ya está listo?, pregunto. Ya casi, responde madre. Te dije que tengo una cita con el abogado y por eso tengo que llegar más temprano que siempre a la oficina, digo. Sí, hijo, ya va a estar listo, dice madre. Es una cosa de todos los días esto de esperar por el desayuno. Claro que si las cosas se hubieran hecho a mi modo ahora tendríamos una mujer encargada de preguntar qué quiere uno desayunar y a qué hora y otra encargada de hacer el desayuno. Eso y muchas otras cosas. Pero padre nunca permitió que yo me hiciera cargo de todo y madre siempre dijo que era su dinero. Madre por fin llega con los platos y los pone sobre la mesa. Faltan los cubiertos, digo. Va a la cocina por lo que falta y se sienta. Comemos en silencio por un rato. Yo pienso cómo sería todo si hiciéramos las cosas a mi modo: todo muy distinto. No llegó a dormir, dice madre como si fuera una novedad. Mejor, digo. No, hijo, yo no duermo bien cuando Milton no viene a dormir. Ni cuando viene a dormir, pienso. Con seguridad duerme mejor cuando no llega que cuando le pega.

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Yo duermo mejor cuando no llega a dormir, digo. Hijo, no hable así, es su padre y su lugar es con nosotros en la casa, dice madre. Esta no es su casa, digo. Esta es también su casa, si no es la casa de él tampoco es la mía, dice madre. Como sea, duermo mejor cuando no tengo que levantarme en la madrugada a aquietar a nadie, digo. Hijo, es que usted quiere arreglarlo todo a las malas, ponerse en el mismo nivel de su padre borracho o todo endrogado, pero la única manera de hacer que su padre se cure es la oración. La oración no ha hecho nada en todos estos años, pero no digo nada. Solo digo una cosa: si las cosas las hiciéramos a mi manera otro gallo nos cantaría. Esta tarde tengo una cita con él, ojalá no falle, digo. Es para lo de la plata, pregunta madre. Sí, digo, por la mañana me encuentro con el abogado para arreglar los papeles, para que la pensión de papá la administremos entre usted y yo, y por la tarde con papá para que firme. Ay, hijo, dice madre, no sé, me da como cosita pensar que su padre va a estar por ahí sin plata para comer. Él nunca se ha gastado un solo peso de esa pensión en comida, digo. No hable así, hijo, dice madre intentando no subir el tono. Ella sabe que no me gusta que me griten.

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Esa plata, digo, no es suficiente para cubrir los gastos de todas las cosas que padre rompe cada vez que llega drogado. Es la plata de él, hijo, dice madre. Nosotros vivimos bien con lo que tenemos. Vivimos bien porque yo trabajo, digo. Ella sabe que lo que gana no es suficiente para mantener la casa. Ganaba mejor cuando era empleada doméstica por días, las señoras ricas de Cartagena le pagaban más solo para darse el lujo de decir que la señora que hace el aseo o que lava la ropa o que hace el almuerzo en su casa es nada más ni nada menos que Ángela Iguarán, la esposa de Milton Olivella. Ahora no solo no trabaja en casas y gana mucho menos sino que regala el trabajo en la iglesia. Le he dicho mil veces que eso de regalar el trabajo en la iglesia no está bien o si no que a cambio nos mande el cura una de las empleadas domésticas de la casa cural para que se encargue de que no haya que esperar por el desayuno en las mañanas; pero ahora no digo nada. Yo preferiría que volviera a trabajar en casas de familia porque no va a encontrar un trabajo mejor remunerado y no sabe hacer nada más; el trabajo es trabajo y nunca es indigno. Ella dice que no hace falta porque vivimos bien, lo dice como si no recordara cómo vivíamos antes. Siempre termino el desayuno antes que madre. Prendo un cigarrillo. No fume tanto, hijo, dice madre. Hay más café negro, pregunto.

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Sí, responde madre. Tráigame más, digo. Madre se para y se pierde en la cocina. Vuelve con un pocillo de café caliente y me lo pone enfrente. Yo fumo y ella sigue desayunando por un rato. * * * Y yo dije: “Fue el primer consejo que le di, primo, que no confiara en nadie, aquí todo el mundo te quiere robar o te quieren hacer caer porque te tienen envidia”. Y el negro Espinosa dijo: “Así es, viejo Jhonny, no puedes confiar ni en tu madre, ni en tu propia madre. Pero así es la vaina, viejo Jhonny, parece que no le quieren entregar toda la plata que le ofrecieron”. Y yo dije: “Otro kibbe y otra avena. ¿Tú quieres algo más?”. Y el negro Espinosa dijo: “No, ya estoy bien”. Y la señora que vende los fritos dijo: “Aquí tiene”, y me entregó un kibbe y un vaso desechable con avena. Le pagué y fuimos caminando hacia el gimnasio. Ya me lo habían dicho. Ayer le estuve hablando de eso a mi mujer. Yo sabía que al pelao lo iban a tratar de engañar, ya yo me conozco esa gente, vi todo lo que hicieron con Milton, le decía. El pelao Miguel es bueno, un atleta natural, uno en un millón y es blanco, me entiendes, y con educación, le decía, y yo sé que si

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hace todo lo que le digo y se deja enseñar todo lo que sé, va a llegar a ser campeón mundial. Mi mujer no decía nada. El problema es que con esa gente con la que se fue parece que es todo más rápido, me entiendes, pero no es verdad, porque cuando llegas a una pelea por el título no estás preparado, mira a Milton, cuando peleó la primera vez contra el argentino en el… déjame ver… en el setenta y uno, le decía a mi mujer, perdió. Ajá, allá en el Luna Park, yo estaba con él y perdió, no porque el argentino fuera mejor que él, sino porque no estaba listo, me entiendes, Milton podía ganarle al argentino pero no podía derrotar la forma en que esa gente apoyaba a su peleador, es una vaina que nunca hemos sentido, me decía Milton, dime si no, me decía, y yo le decía que sí, que ese apoyo que el argentino recibía en Argentina es una vaina que nunca habíamos sentido y que Milton nunca sintió, ni siquiera cuando era el negro que más vale en Colombia, el negro que se acuesta con las reinas de belleza y que almuerza con los presidentes, porque la diferencia es que si había diez mil argentinos viendo pelear al argentino había diez mil personas que fueron a verlo ganar, en cambio si había diez mil colombianos viendo pelear a Milton había diez mil personas esperando verlo perder. Por eso es que cuando ya Milton era campeón mundial y peleó contra el argentino en Caracas y los de su esquina tiraron la toalla porque el tipo estaba sufriendo un castigo innecesario, me entiendes, le decía a mi esposa, y la pelea estaba perdida dos rounds antes y no había manera de recuperarla, el tipo lloró de vergüenza sobre el

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ring, como un niño, me entiendes, de vergüenza porque él no era él, sino un país. Mi mujer seguía sin decir nada. Pero eso era lo que yo le decía al pelao Miguel, que yo lo podía poner en la lista de aspirantes al título, pero que no quería que le pasara como a Milton la primera vez, porque conseguir una segunda oportunidad no es fácil, me entiendes, le decía a mi mujer que le dije al pelao Miguel, y lo importante es llegar a una pelea por el título preparado para ganar. Eso le dije. Una lástima que el pelao los escogiera a ellos porque son gente peligrosa y no les importa la carrera de los boxeadores, sino hacer plata con ellos, me entiendes. Pero mi mujer no decía nada, tal vez porque cuando me volteé ya estaba dormida. Y yo dije: “Y, ¿qué piensa hacer el pelao?”. Y el negro Espinosa dijo: “No sé, viejo Jhonny, eso sí que no lo sé”. Y yo dije: “Me da vaina, me entiendes, el pelao era un atleta natural, como Milton, una vaina especial”. Llegamos al gimnasio y mientras buscaba mis llaves para abrir, el negro Espinosa abrió con las suyas. Nos pusimos a colgar las peras, templar las cuerdas del ring, sacar los protectores para la cara, organizar las cuerdas para saltar y los guantes, revisar los sacos de arena, etc. La vaina con el pelao es que un venezolano llegó ofreciéndole mucha más plata por las peleas y un entrenador con más experiencia, me entiendes, pero una vaina es segura, primo, más experiencia no creo, tal vez mejores oportunidades, pero más experiencia ni por el putas. Yo lo viví todo ya, primo,

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con Milton lo conocí todo. Y claro, primo, el pelao se fue, me entiendes. Es como una descortesía, como una traición que lo dejen a uno así de fácil, pero yo entiendo que el pelao Miguel es joven y cree que tiene que hacerlo todo por el camino más fácil. El primero que llega a entrenar es Efraím, un niño rico que quiere ser escritor y cree que porque Hemiduay o quienquiera que sea fue boxeador y después escritor a él le va a pasar lo mismo. Una vaina es segura, nadie se vuelve más inteligente porque le cojan la cabeza a golpes. Y Efraím grita cuando entra en el gimnasio: “Jhonny Pitalúa: el coach”. Y yo dije: “El propio Fren, el tipo de las letras”. Y Efraím dijo: “Germán Espinosa, nombre de escritor ilustre”. Y el negro Espinosa dijo: “Efraím, nombre de marica”. Y Efraím dijo: “O en el mejor de los casos de peluquero”. Y Efraím se va a los vestidores a cambiarse de ropa. Yo siempre le decía al pelao Miguel, no desperdicies tus buenos años, no cometas los mismos errores que vi cometer a Milton. Se lo decía porque yo sabía que en algún momento iba a llegar alguien que iba a intentar quitarme el puesto y yo quería llegar allá con él, a la cima, me entiendes, siendo parte del equipo, no como el amigo ni como el tipo que lo descubrió, sino como el entrenador, me entiendes. Y el negro Espinosa le grita a Efraím cuando sale de los vestidores: “Calienta y después asaltos de dos minutos contra el saco y

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descansos de un minuto, por cuarenta minutos”. Entonces vi entrar a Óscar kid mano de ñame Manzur. Y entonces yo dije: “Óscar el kid mano de ñame Manzur, ¿cómo sigue tu mamá?”. Y Óscar kid mano de ñame Manzur: “Bien, viejo Jhonny, ya está en la casa”. Y yo dije: “Me alegro, primo, de verdad que me alegro”. Y Óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “Gracias, viejo Jhonny, se le tiene en cuenta la preocupación”. Al pelao Miguel lo descubrió Milton cuando estuvo trabajando aquí en el gimnasio. Un día lo vio en la calle peleando porque uno le había mentado la madre a otro, o no, déjame ver, o fue porque los dos querían a la misma muchacha; como sea, Milton le dijo que fuera al gimnasio a entrenar porque tenía condiciones. Milton decía que era su pupilo y que lo iba a llevar a ser campeón mundial, pero en esos días me pidió cincuenta mil pesos dizque para comprarle unos guantes de regalo al pelao y nunca volvió a aparecerse por el gimnasio. Y el negro Espinosa dijo saludando a Manzur: “Llegó el hombre de Ciénaga de Oro”. Y Óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “El negro más elegante de Cartagena, qué más mi vale”. Y el negro Espinosa: “Todo bien, Manzur, todo bien”. Y Efraím dijo: “Hey, Espinosa, por ahí me dijeron una vaina de los manes de allá de Ciénaga de Oro, del pueblo de Manzur”.

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Y el negro Espinosa: “¿Qué te dijeron?”. Y Efraím: “Que dizque todos los hombres de allá son maricas, que el único macho que había era un palo de mango que había en la plaza pero ya floreció”. Y todos se rieron menos yo que estaba pensando en el pelao Miguel y en que era una traición que el pelao Miguel se fuera con los venezolanos de esa manera. Y Óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “Si quieres ahora más tarde me haces sparring para que veas cómo un marica te levanta a trompadas”. Y Efraím se volvió a reír. Y yo dije: “Manzur, un poco de pesas y después al saco”. Y Óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “Yo no estoy haciendo pesas, viejo Jhonny, por lo del hombro”. Y yo dije: “Cierto, primo, se me había olvidado. Entonces haz lazo cuarenta minutos y después haz sombra con lastre que eso te sirve para el hombro”. * * * Milton Olivella levantó la vista hacia la barra para comprobar la atención de las mesas circundantes. Volvió la vista a los comensales sentados frente a las copas y dio un paso hacia atrás quedando entre dos mesas. Miró al periodista que lo miraba atentamente sin perderse detalle y acomodó sus pies y su defensa. La

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pelea de verdad empezó en el segundo round, repitió. El negro salió a buscarme desde el campanazo. Era joven, me entiendes, y mientras yo tenía que pelear con la cabeza, él podía derrochar energías. Yo me le paré así, sabe cómo es, mirándolo a los ojos, para que entendiera que no le iba a correr más y que ahora sí le iba a soltar los puños; pura presión, broder, yo sabía que no me podía poner a pegar, tenía que esperar el momento. Y funcionó, me entiendes, porque el tipo era grande, me entiendes, tenía mucha mejor distancia que yo y después que me le paré no se atrevía a venirse de frente. Milton Olivella se acercó a la mesa pero no se sentó. Se empujó un trago doble de ron y se cuadró otra vez, con el brazo derecho delante apretando el puño y el izquierdo detrás cerca del mentón. Era flaco como un suspiro. Me tiró un recto sin mucha fuerza y le hice una pinta con el cuerpo. Milton dio dos pasos hacia atrás y quedó cerca de la mesa. Entonces se me vino encima otra vez y le puse un recto de derecha sobre la defensa que lo hizo retroceder. Me tiró un recto de izquierda y yo otro de derecha, pero ninguno de los dos conectó. El negro se me vino encima y me abrazó, yo me dejé abrazar para descansar y esperé que el árbitro nos separara. Además yo sabía que el negro King se iba a distraer así que apenas me soltó le mandé un recto de derecha a la cara y lo conecté. Dio dos pasos hacia atrás y yo dos hacia adelante. Milton mandó tres rectos consecutivos cambiando las manos que atravesaron el aire del bar y terminó con gancho a un hombre invisible.

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La gente del bar sonreía viendo la combinación de golpes. Milton sintió el bullicio del público y los gritos de sus segundos para que hiciera distancia después del golpe. Delante de él vio al negro que se lanzaba sobre las cuerdas para recobrar el equilibrio. La gente gritaba eufórica después de la combinación. Milton escuchó la voz del entrenador: “¡Córtale! ¡Córtale, que quedó mareado! ¡La derecha!”. Le llegó otra vez hasta las cuerdas con la defensa alta. Mandó una combinación recto-upper cut que se estrelló contra los guantes de su oponente. Preparó un golpe buscando un hueco en la defensa, pero cuando lo quiso enviar el negro estaba casi detrás de él. Milton lamentó no haber aprovechado la oportunidad y haber dejado escapar el dinero que le habían prometido si ganaba la pelea. En las cuerdas se me salió por un lado, broder, y cuando me di vuelta se me echó encima y me abrazó. El negro King era mañoso, pegaba con los codos y con la cabeza, sabe cómo es. Esa vez no me alcanzó porque me gritaron que le quitara la cara y yo como no soy pendejo aparté la cabeza hasta que el árbitro nos separó. La campana sonó y Milton se retiró a su esquina donde sus segundos lo esperaban con la silla plegable lista. Se sentó y recostó los brazos sobre las cuerdas. Su pecho subía y bajaba mientras sus pulmones intentaban llenarse de un aire que parecía escaso. Salcedo Ramos pensó que en su cara maltratada se dibujaba una melancólica sonrisa. Lo recordó también sentado, en otra escena, una que había visto por televisión junto a su

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mujer y que ahora intentaba desarrollar frente a la pantalla de su computador. Escribió: Olivella volvió a bramar frente a las cámaras y descargó un nuevo puñetazo contra la pared. Tenía la bata típica de los enfermos de hospital, pero a través de los barrotes de la ventana parecía un condenado a muerte que reclamaba compasión. La escena resumía de manera dramática lo que había sido su vida: el llanto y los golpes, el trastorno y el encierro, la fama y la oscuridad. –¡Ayúdenme! –exclamó, con su vozarrón despedazado. En ese momento, los reporteros se metieron a la fuerza en la habitación. El hombre dejó de aporrear las paredes y la emprendió a bofetadas contra su propio rostro. Los camarógrafos ajustaron sus planos para registrar la nueva reacción. Relampaguearon los flashes, se desbordaron los murmullos. Y Olivella lució más desvalido entre aquella horda de perdición. –¡Ay, mi madre –fue todo lo que alcanzó a decir, antes de sentarse en el borde de la cama y ponerse a llorar con el rostro hundido entre las manos. Lloraba sin lágrimas, con un resuello profundo. A los 49 años había perdido la estampa magnífica del pasado. De la musculatura que en su época de boxeador causaba admiración en las ruedas de prensa no quedaba ni la sombra. Apenas los huesos continuaban allí: largos, nudosos, escasamente forrados por el pellejo. Nada de uñas pulidas, nada de bigote recortado en forma

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milimétrica. Se veía desgreñado, sucio. La bata ancha aumentaba su aire de huérfano. En sus brazos tan flacos sobresalían las venas, gordas y tensas. La piel negra ya no refulgía sino que se asemejaba al hierro oxidado. Donde antes brillaba un diente recubierto de oro con sus iniciales engastadas, había ahora un portillo oscuro que inspiraba pesar. Sus ojos no parecían hinchados por el llanto sino por una paliza. * * * Aún no llega Haeckermann. Si para lo único que sirve que tu padre sea el primer campeón mundial colombiano de la historia es para conseguir trabajo en una oficina de promoción del deporte en Cartagena, entonces que tu padre haya sido campeón mundial no sirvió para nada. Llamo a Lucero. No contesta. Me dijo que quiere que nos alejemos y nos demos un tiempo. Dice que no tiene las cosas claras, que me tiene miedo. No creo que sea una cosa para temer, es algo que pasa una vez y nunca más. No es culpa de la persona sino de la situación: un día difícil y una discusión con padre. No creo que sea como para alejarse y darse un tiempo. A lo mejor está con otro, me parece. Solo digo una cosa: mientras uno esté con una sola persona no hay por qué estar confundida: se hacen novillos, se habla por teléfono dos o tres veces por semana y cuando haya plata uno se casa. Eso es todo.

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Llegó Haeckermann, mi jefe. Si una cosa tiene buena es que sabe cómo vestirse. Hoy vino vestido todo de Ralph Lauren. Solo te digo una vaina: si uno tiene dinero eso tiene que verse. El dinero es para que la gente lo vea y la mejor forma es la ropa. No se trata de tirarlo por el suelo como si después fuera a crecer en un palo de mango, como hacía padre, pero sí de que si la gente lo ve vestido a uno sepa que uno tiene clase. Lo principal para que una mujer quiera hacer novillos con uno es eso, que lo vea bien vestido. Llegaste temprano Olivella, dice mi jefe. Tengo que salir un rato en la mañana y otro en la tarde señor Haeckermann, digo. Sí, ya me habías dicho ayer, dice mi jefe. Es para firmar unos papeles, digo. Qué papeles, Olivella, pregunta mi jefe. Los judíos lo quieren saber todo. Pero por lo menos saben cómo hacer dinero. Unos de… de la venta de unas propiedades de mi padre, digo. Y a tu padre todavía le queda algo, pregunta mi jefe, yo pensé que ya hacía años que no le quedaba nada. Me vas a perdonar que te lo diga, pero los negros no saben administrar plata. Es verdad, no le queda nada, pero no digo nada, me parece. La última propiedad de padre fue el apartamento pero es una historia de la que no me gusta acordarme porque si hubiéramos tenido dinero todo habría sido distinto, pero no teníamos y quedamos en la calle, como perros.

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Le queda lo que en la familia le hemos ayudado a conservar, digo. Haeckermann hace una mueca y se da vuelta. Siempre hace eso cuando estamos hablando en hora de trabajo y le parece que no debemos seguir hablando y volver a trabajar. Eso está bien o de lo contrario es un error excusable, me parece. Ya terminé de arreglar las cosas para los campeonatos intercolegiales, digo. Haeckermann se da vuelta y se pone a mirar los papeles. En la mano izquierda tiene una pequeña pulsera de tela que dice Con esta mano no voy a jugar. Hace un año casi lo pierde todo. Madre dijo que nadie dice nada de Haeckermann porque es judío y en cambio todos hablan de padre porque es negro. Yo digo que no, que la diferencia es que la familia de Haeckermann sigue viviendo en Bocagrande y no la echaron a la calle y Haeckermann no terminó en la calle mendigando para comprar bazuco, me parece. Porque yo recuerdo cuando nos mudamos, que padre fue el primer negro en vivir en Bocagrande y que todo el mundo decía que en una sociedad racista como la de Cartagena, que había sido uno de los puertos esclavistas más importantes, era un logro, un ejemplo de cómo las cosas estaban cambiando. Pero la verdad es que lo único que importaba es que éramos ricos y todos querían a padre y a nadie le importaba que fuera negro. Si hubiéramos hecho las cosas a mi manera nadie hablaría mal de padre, le digo siempre a madre, y todas las mujeres querrían hacer novillos conmigo. Esto está bien. Hoy también tiene que quedar listo lo de las

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delegaciones que vienen a los juegos, dice mi jefe. Eso lo dejo listo en la tarde, digo. Muy bien, dice mi jefe. * * * Y entonces Efraím dijo: “Cuéntame de Milton Olivella cuando estaba empezando”. Efraím siempre quiere almorzar con el negro Espinosa y conmigo y siempre quiere que le hable de Milton mientras almorzamos. Y el negro Espinosa dijo: “Siempre andas preguntando las mismas vainas”. Y entonces Efraím dijo: “Me parece que voy a escribir un cuento sobre Olivella”. Y pensé que si alguien escribía un cuento sobre el pelao Miguel cuando llegue a la gloria ya no me incluirá a mí. Y Efraím dijo: “Será sobre la pelea esa que hizo después de haberse retirado”. Y el negro Espinosa dijo: “Nojoda, habiendo tantos momentos lindos en la carrera de Milton vas a escoger el peor”. Y Efraím dijo: “Un escritor dijo alguna vez que las historias de los victoriosos son todas iguales en cambio la de los derrotados no, o algo así”. Entonces yo dije: “Y para qué necesitas saber cómo era Milton

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cuando estaba empezando para contar su última pelea”. Y Efraím dijo: “Porque a lo mejor algo que pasó cuando estaba empezando fue la causa de esa pelea”. Y el negro Espinosa dijo: “Viejo Jhonny, mejor cuéntale y no le des cuerda para que empiece a decir vainas raras”. Y entonces yo dije: “La vaina fue así, primo, nosotros empezamos a entrenar juntos. Eso fue… déjame ver… en el año sesenta y tres… porque en el sesenta y cuatro nosotros… sí, en el sesenta y tres. Llegamos al gimnasio del turco Samir porque a mí me gustaba la vaina del boxeo y nos habían dicho que uno podía hacer plata con eso. El turco Samir nos dijo que le pegáramos a un saco de arena y después nos puso a hacer sparring y antes de que nos fuéramos me llevó aparte y me dijo que volviera a llevar al negro que había venido conmigo, o sea Milton, me entiendes, primo, que ese negro tenía condiciones y le pregunté por qué sabía y me dijo que esas cosas se ven pero que si me acordaba cómo había movido el saco de arena cuando le pegaba y le dije que sí entonces me dijo que lo había movido más que cualquier profesional de ese gimnasio. Y así es la vaina, el que tiene condiciones se le nota”. Y entonces Efraím me dijo con la boca llena de arroz: “Pero yo leí que Milton era un desastre al principio”. Y yo le dije: “Pero no te equivoques, primo, Milton siempre fue un tipo del carajo. Nunca se habría ido con los venezolanos ni nada de esas vainas, me entiendes. Desde el principio quería tener amigos famosos, saber de cosas de ricos, comer cosas raras

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y todas esas vainas, pero uno tiene que decir que nunca abandonó a sus amigos de antes, a los pobres. La verdad es que no, primo, nunca. Ni a su pueblo, me entiendes, tú sabes todas las vainas que hizo por Palenque. Yo me acuerdo cuando trabajábamos arreglando jardines de casas en el barrio de la Manga, una vez salió el dueño de la casa vestido con saco y corbata, muy elegante pensé, pero entonces Milton me empezó a decir que cuando él fuera rico no iba vestido así, y yo le pregunté cómo, y me dijo con la corbata y la camisa mal combinada, y yo le dije que qué mierda iba a saber él de eso, que nunca en su vida había tenido ni corbata ni camisas, y me dijo que eran cosas que él sabía, y le pregunté de dónde y me dijo que no se acordaba pero que las sabía. El turco Samir decía que su mujer decía que Milton tenía una vaina que nadie más tenía y yo la entiendo. Es una vaina rara que no sé cómo definir pero que es como la vez que se nos apareció el pelao pidiendo limosna. Milton y yo habíamos estado vendiendo pescado de casa en casa, descalzos, con un sol que te quieres morir. Tú no sabes lo que es eso, primo, porque eres un pelao que nació con plata, pero es una vaina que no se la deseo ni a mi peor enemigo: los pies se te quiebran por el salitre y el piso caliente, la cabeza te duele de tanto aguantar sol, la garganta, el sudor; una vaina fea, primo, fea. La vaina fue que después de estar todo el día vendiendo pescados de casa en casa nos alcanzaba la plata para llevar unos plátanos, arroz y huevos a la casa, o sea, yo a la mía y Milton a la de él. Como ya estaba oscureciendo decidimos tocar en una casa más.

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Salió una señora que nos dijo que no necesitaba pescado pero nos preguntó si habíamos comido algo y le dijimos que desde la mañana no habíamos comido nada y la señora nos sacó un plato con patacones, suero y queso a cada uno y una gaseosa fría. Y justo cuando íbamos a empezar a comer llegó un pelao a pedir limosna a la casa y la señora le dijo que no tenía plata y que la comida que había sobrado ya nos la había dado a nosotros. Entonces el pelao se dio vuelta y Milton lo llamó y le entregó su comida. Yo le dije que no le diera nada que él podía trabajar así como nosotros y Milton me respondió: Déjalo, broder, que el pelao tiene hambre. Me entiendes, primo”. Y Efraím dijo: “Pero yo no me refería a eso, viejo Jhonny, sino a cómo era como boxeador”. Y entonces yo: “Bueno, eso es otra vaina”. Y Efraím: “Cuéntame”. Y entonces yo le dije: “A Milton no le gustaba entrenar y no le importaba un carajo el boxeo. Tenía la racha más larga de peleas perdidas que nadie haya conocido, se paraba en el ring y ni se movía ni pegaba ni se protegía ni esquivaba, como si la trompera que le caía encima no fuera cosa de él. La gente lo odiaba. Solo había dos formas de que un boxeador negro llamara la atención del público en esa época, que peleara por el honor de la raza, y entonces todos los negros de Cartagena lo iban a ver pelear (eso quería ser yo, me entiendes); o ser un negro engreído, y entonces todos los blancos de la ciudad te iban a ver pelear

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con la esperanza de verte perder. Milton no era ninguno de los dos. Sus peleas eran tan aburridas que había que cambiarle el nombre cada vez porque si la gente se enteraba de que Milton era uno de los peleadores no pagaban la boleta. Antes de sus peleas me pedía el favor de apostar a su propia derrota, y desde luego siempre ganaba la apuesta, o sea, perdía la pelea, me entiendes. Tenía una racha de quince peleas perdidas y ni una victoria: peor que yo. Claro que yo entrenaba como loco, yo quería ser bueno, pelear en los Estados Unidos, conocer a Muhammad Ali, pero por más que intentaba seguía siendo malo, a la única persona a la que le ganaba fácil era a Milton”. Y Efraím preguntó con una presa de pollo en la mano: “¿Y cómo cambió eso?”. El negro Espinosa me mira masticando un pedazo de yuca enchumbado en suero. Ha escuchado mil veces las historias sobre Olivella pero siempre le gusta escucharlas una vez más. Y yo dije: “Pues fue un cambio raro, me entiendes. Lo primero fue que ganó su primera pelea. El turco Samir lo había listado para pelear con el mono Higgins y para que la gente no supiera que era él lo habían llamado la Amenaza negra. La vaina es que el mono Higgins, que tampoco estaba peleando con su nombre y el resultado de la pelea no afectaba el récord de su carrera (eso era una vaina muy común en esos días, ahora ya no se puede hacer), le pidió a un primo suyo que le ofreciera plata a Milton para que se tirara en el quinto round. Milton aceptó sin tener ni idea de que

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se trataba de una broma del mono Higgins. La pelea comenzó y en el primer round el mono Higgins se tiró. Apenas Higgins cayó la gente empezó a silbar. El árbitro empezó a contar Uno, dos, y Milton se agachó cerca de donde estaba Higgins y le dijo que se parara que no lo había tocado, y el árbitro siguió Tres, cuatro, y Higgins en el piso, y Milton le dijo Párate, broder, que es por una buena causa, y el árbitro Cinco, seis, y el mono Higgins en el piso sin pinta de irse a parar y Milton preocupado porque iba a perder la plata que le ofrecieron por tirarse en el quinto round, Párate, broder, en serio, que si no me vas a dañar un negocio que hice y me vas a hacer perder la plata de la apuesta, Ocho, y Higgins nada, ahí en el piso como si le hubieran metido un soplamocos sin nombre, y Milton le dice Párate, broder, en serio, que me estás haciendo emputar, y el árbitro Nueve, y Milton gritó con su voz de trueno Párate, nojoda, que no te toqué. La gente se puso tan brava, primo, pero tan brava cuando escuchó a Milton gritar que nos querían linchar a todos. Nos tocó salir corriendo, no solo a Milton y a Higgins, sino a todos, incluso a los que no habíamos peleado. Tocó dejar guantes, pantalonetas, cremas y de cuanta vaina ahí y salir corriendo. El turco se metió una emputada bíblica mi hermano, una vaina que ni te cuento, porque perdió plata y todas las vainas que no alcanzamos a recoger. A los dos los echó del gimnasio de una. Higgins se fue para Venezuela y le fue bien por allá y Milton a vender pescado y a lavar carros”. Y Efraím me interrumpió: “Pero…”.

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Y yo dije: “Aguanta, primo, que ya voy para allá. Te dije que fue un cambio raro. Un día Milton se apareció en el gimnasio con un señor, me entiendes. El man se encerró a hablar con el turco Samir en su oficina y Milton se quedó afuera conmigo. Le pregunté quién era el tipo y me dijo que su viejo. El tipo los había abandonado cuando Milton tenía seis años y se había ido para Venezuela con una vecina a la que había embarazado. Milton no me quiso contar nunca qué le había dicho su viejo y lo único que el turco Samir me dijo es que el papá de Milton le había pedido que aceptara a su hijo otra vez en el gimnasio, que él estaba seguro de que las cosas iban a ser diferentes y Samir le preguntó por qué razón él aceptaría y el padre de Milton le dijo que por hacer una obra de caridad, porque pedirle ese favor era lo único que el padre de Milton podía hacer por su hijo en la vida. Esa fue la última vez que Milton vio a su viejo y desde ahí empezó a ser, me entiendes, disciplinado y esas cosas”. Y Efraím: “Pero ¿qué le dijo el padre a Milton?”. Y yo le dije: “Ahh, eso sí que no lo sé, primo, porque Milton nunca quiso decirme”. Y entonces Efraím preguntó: “¿Y después nunca vio al padre otra vez?”. Y yo dije: “Nada. Cuando peleó en Venezuela intentamos localizarlo y conseguimos el teléfono, pero el tipo nunca quiso ver a Milton”. Y Efraím: “¿Cómo así?”.

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Y yo: “O sea, Milton logró hablar con su viejo por teléfono y le dijo que le había traído unos regalos de Colombia y le iba a regalar una plata pero el tipo le dijo que no, que él solo tenía una familia y que por favor lo dejara en paz. Esa vaina le dio muy duro, me entiendes, por fortuna fue después de la pelea porque si no Milton habría estado muy bajo de moral, pero tampoco me quiso hablar nunca de eso”. Entonces el negro Espinosa dijo: “Es hora, viejo Jhonny”, y nos paramos para volver al gimnasio. * * * Por unos días la imagen de Milton Olivella sentado en una cama de hospital fue recurrente en los sueños de Salcedo Ramos. Nunca aparecía deformada por los mecanismos de la entelequia ni mezclada con otros personajes en situaciones oníricas. La escena del sueño era siempre tal cual la había visto en televisión: Milton sentado en su cama de hospital, vestido con bata de enfermo y llorando como un niño desvalido. Alberto no compartió con nadie la recurrencia nocturna, seguro de que iba a desaparecer más temprano que tarde. Fue, sin embargo, su mujer la que entendió que la única manera de exorcizar la imagen era saber cómo y por qué el gran campeón Milton Olivella había llegado hasta una situación tan desesperada. Algunas de esas razones las conocían vagamente, al igual que el resto de los

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colombianos, pero los detalles profundos los ignoraban y eran esos los que romperían la recurrencia del sueño. María, su esposa, lo despertó un domingo con el café y un número telefónico escrito con marcador azul sobre un pedazo de cartón arrancado de una caja de cereales: Es el teléfono del doctor Christian Ayola, le dijo, del Hospital Psiquiátrico San Pablo. Salcedo Ramos la miró desconcertado: Es el doctor que atiende a Milton Olivella allá, explicó ella. Así se había inaugurado la búsqueda que ahora Alberto intentaba terminar con la escritura de su crónica. Salcedo Ramos buscó entre sus notas las referentes al diálogo con el doctor. Leyó y ordenó las ideas en su cabeza antes de volver al teclado. Releyó un poco lo que había escrito y continuó: La primera vez que el doctor Ayola vio a Milton Olivella en persona aún no trabajaba en el Hospital Psiquiátrico San Pablo: atendía urgencias en el Hospital Universitario de Cartagena. En esa ocasión Milton había sido dejado en la puerta de las urgencias del hospital por una camioneta Hilux que no esperó a que lo recogieran y aceleró para perderse en la noche. Cuando los enfermeros llegaron a recoger el cuerpo tirado en el piso se dieron cuenta de que tenía una puñalada en la nalga derecha que parecía que llevaba varias horas sangrando. El doctor Christian Ayola lo vio y pidió que lo levantaran y lo llevaran adentro. Ayola intentó quitarle el pantalón para revisar la herida pero Milton se despertó y se opuso con el argumento de que la única intención del doctor

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era robarlo. Ayola pidió que lo sedaran y cuando por fin Olivella no podía oponer resistencia los enfermeros lo despojaron de la prenda y encontraron una bolsa de manila llena de bolsas de cocaína escondida entre los testículos de Olivella. Milton aún reclama que en esa ocasión le robaron una gran suma de dinero en efectivo que llevaba consigo, aunque no se atreve a acusar al doctor Ayola, quien en últimas le salvó la vida porque si la herida no hubiera sido suturada a tiempo Milton podría haber muerto desangrado, sí acusa a los enfermeros. Ahora Milton era nuevamente su paciente en el Hospital Psiquiátrico San Pablo. Andrés Pastrana, aspirante conservador a la Presidencia de la República, lo había llamado por la mañana para decirle que quería ver a Olivella. Ayola le respondió que no se oponía, siempre y cuando la visita fuera secreta y no un acto público con intenciones políticas. El candidato presidencial volvió a la carga, con el argumento de que a los amigos no se les esconde. Esa relación se había forjado 22 años atrás, cuando Misael Pastrana Borrero, padre de Andrés, era el presidente de Colombia y Milton Olivella era el campeón mundial del peso walter junior. La empatía entre los dos fue inmediata. El Presidente lo recibía en el Palacio de San Carlos, lo ponía de ejemplo en sus discursos y se hacía fotografiar frente al televisor cuando Olivella peleaba. Como si fuera poco, iba a Palenque, el pueblo pobre donde nació el campeón, a inaugurar los servicios de energía eléctrica y acueducto. Olivella, por su parte, le dedicaba cada

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triunfo. Viajaba desde donde estuviera para acompañar a Andrés –entonces un muchacho de 18 años– en las caminatas que organizaba por las calles de Bogotá. Desde el 28 de octubre de 1972, cuando Olivella ganó el título, el país que lo había rechazado por pobre, por negro y por feo, permanecía ahora en trance de adoración. Lo mostraban por televisión todo el tiempo, los mismos que en su momento no habían querido pasar la pelea por el título porque los cachacos que dirigían los canales pensaban que el boxeo era una cosa de costeños y de negros. Los periódicos no le perdían ni pie ni pisada. El Heraldo lo mostraba en el aeropuerto de Barranquilla besando a una rubia de camisita breve abierta en el pecho. El Universal lo retrataba en una notaría de Cartagena mientras firmaba las escrituras de tres apartamentos que había comprado de un solo tirón. El Espectador nos informaba por quién iba a votar en las próximas elecciones. El Siglo mandaba reporteros a las casas del ex presidente Carlos Lleras Restrepo y del poeta León de Greiff, para preguntarles sus impresiones sobre el ídolo. Cromos enviaba a su mejor cronista, Juan Gossaín, a los países donde Olivella defendía el título. Fernán Martínez Mahecha revelaba que El Tiempo tenía cuatro carpetas de material de archivo sobre Olivella y solo una sobre Gabriel García Márquez. Y El Espacio, claro, lo sacaba en primera página apretando por la cintura a una azafata, bajo la palabra “¡Pillado!” escrita en grandes letras rojas. Olivella, además, salía con la cantante de moda en Colombia,

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recibía homenajes de alcaldes y concejales, cultivaba amistad con famosos como José Luis Rodríguez el Puma y Óscar de León; regalaba toros en cuanta corrida podía, coronaba reinas en ferias populares, les tenía sendas mansiones a su mujer y a sus dos amantes oficiales, pontificaba sobre la temperatura ideal del vino de Oporto, se hacía brillar las uñas en salones de belleza, coleccionaba autos lujosos en cada una de sus viviendas y liquidaba sin misericordia a todos los boxeadores que enfrentaba. “Liquidaba sin misericordia a todos los boxeadores que enfrentaba”, pensaba Olivella sentado con los brazos apoyados sobre las cuerdas y los ojos cerrados, cuando el sonido de la campana lo reclamó. Se paró de su esquina y vio a King aproximarse lleno de energía. Hizo espacio entre una silla y una mesa, se empujó un trago de ron que pasó con cerveza y se plantó a esperar la arremetida de King. Contaba la pelea como si estuviera allí, como si la contara desde el pasado. Le caminé un poquito por el ring buscándole el lado. Me movía hacia las esquinas y hacia el centro pero el negro nada, tiraba y tiraba y no se cansaba, no se descuidaba. Me subía la guardia y se me alejaba buscándome la larga distancia cuando sentía que lo podía conectar de derecha o cuando sentía que estaba abriendo la defensa. Tú sabes, broder, me ganaba de brazo, era más alto que yo y esa pelea de lejos le convenía. Yo lo intentaba cansar pero era un pelao joven, sabe cómo es. Para empezar el tercero decidí sorprenderlo. Apenas el árbitro hizo la seña, le

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caminé de frente con una combinación. Si lo cojo lo tumbo, listo el pollo, nocaut. Pero nada, broder, el negro tenía maña, se me escapó por la derecha y me abrazó. Yo estaba cansado y me le recosté para descansar, sabes cómo es, broder, uno le deja todo el peso de uno al otro y uno descansa, y el otro se cansa, mientras le di unos golpes en las costillas, sabes, broder, esos golpes desgastan, cansan como un putas, pero el negro King era perro viejo y me clavó un cabezazo que me abrió la ceja derecha. Cuando nos separaron yo hice pinta de esperarlo, sabe cómo es, pinta de listo, como quieras, quédate allá que yo te espero acá, y el negro se distrajo por un segundo, se la creyó, broder, entonces me le fui con una combinación más corta, más rápida y al abdomen. Milton dio un brinquito a un lado de la mesa y combinó unos golpes rápidos al abdomen quedando sin guardia. El público sonaba como un ventarrón entrando por una ventana abierta. Los golpes rebotaron sobre el abdomen de King como sobre asfalto y un derechazo subió buscando el mentón descubierto. King esquivó el golpe y sacó un gancho que se estrelló contra las costillas de Milton. A veces puedes ver las cosas en cámara lenta durante la pelea. Es una vaina rara, broder. Cuando el negro King me clavó en las costillas empecé a ver todo en cámara lenta, me entiendes. Eso a veces pasa porque te duele mucho algo, como a mí las costillas, pero también puede ser cuando ves una luz en la defensa del otro y le metes la mano por ahí y lo mandas a la lona, eso también lo ves en cámara lenta, broder. Vamos broder, vamos, pensó Milton,

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esta es la pelea que hay que ganar, esta es la que te va a sacar del barro. De aquí en adelante vamos para arriba, no hay más oportunidades, si pierdes esta: se acabó. King avanzó dos pasos hasta alcanzar a Milton. Lanzó un recto con cada brazo, iniciando con el derecho, que se estrellaron contra la defensa de Olivella y por último, antes de retroceder, un upper cut que no encontró destino gracias al movimiento de cintura de Milton. Así es, broder, así, cuidando las costillas, pensó Milton. Ya pasó, ya perdió su turno, ahora es el tuyo. * * * Llamo a Lucero una vez más y no contesta. Dejo la bocina y salgo para la oficina del abogado. Abogado Armando Carreño dice una placa dorada a la entrada de la oficina. La secretaria me dice que espere a que “el doctor” se desocupe. Le explico que tengo prisa y me dice que no debe tardar más de cinco minutos. No está mal. Tiene el cabello negro y lacio, los ojos negros y la piel canela. Lleva una camiseta Gap que no demuestra buen gusto pero deja ver que hace el esfuerzo. Me mira de una forma que no sé qué significa. Parece que sabe hacer novillos. Quieres que te llame más tarde, le pregunto. Tengo novio, señor, responde. Parece que al abogado le va bien y hace buen dinero y

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seguramente hace novillos con la secretaria. Es un despacho grande y todo parece limpio y elegante. Hay libros con fotos de Cartagena para que la gente los vea mientras espera. La secretaria me hace pasar a la oficina del abogado Carreño. No sé en qué estaba ocupado “el doctor” porque nadie salió de su oficina para que yo entrara. Es la estrategia de todos los abogados: hacer esperar a los clientes para parecer mucho más importantes. El problema es que tienes que tener plata para hacer eso, de lo contrario, ya se sabe, nadie espera a una persona sin plata. Es una oficina grande con las paredes forradas de libros. Seguro que es una de esas personas que nunca ha leído uno solo de los libros de su oficina. Yo no gastaría mi dinero en una biblioteca, es la cosa más inútil en que pueda pensar. El abogado me saluda con amabilidad y me reconoce al instante. Me dice que es gran admirador de mi padre, que es una persona que le ha dado mucho a Colombia y bla bla bla. Está vestido con un traje de John Varvatos lo que quiere decir que tiene muy buen gusto y que viaja a Estados Unidos a comprar su ropa. En realidad no es nada que padre no usara en otra época. Para entrar en materia le explico: Lo que deseamos padre, madre y yo es que la pensión que el gobierno le da a padre por las glorias otorgadas al país no la cobre él sino yo. Ya veo, responde Carreño. O sea que usted sería el nuevo administrador de esa pensión.

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No, la encargada de administrar el dinero sería madre, respondo. Y para qué necesitan hacer ese procedimiento a través de un despacho legal, pregunta Carreño, si todos están de acuerdo. Hago cara de no entender. Me parece que si todos están de acuerdo, explica Carreño, lo más fácil es que su padre le entregue el dinero a su madre todos los meses. Lo que sucede es que con el problema con las drogas de padre, él prefiere no tener la tentación tan cerca, digo. Ya. Y por qué no se hace en el documento a su madre la encargada de reclamar el dinero de esa pensión, pregunta Carreño. Usted sabe, madre es una mujer mayor que no es bueno exponerla a los trámites burocráticos y a hacer colas todos los meses, digo. Para un documento de ese tipo necesitamos la firma de todas las partes, me dice el abogado. Terminamos de redactar el papel y me dice que cuando tenga todas las firmas vuelva a su oficina para hacerlo documento público. Nos damos la mano y nos despedimos. Cuando estoy por salir de su oficina el abogado me dice que salude a mi padre y que le diga que él es un gran admirador. Salgo al despacho y la secretaria no se despide de mí, de manera que ni siquiera me volteo a hacer un gesto. En el ascensor me voy pensando en todo el asunto. Se me ocurre que todas esas preguntas eran para que yo le diera dinero extra, como si lo que le pedí estuviera en contra de la ley. No es un tipo capaz del sacrificio ese abogado Carreño, algo así como

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hacerse cargo de su madre como lo hago yo. Por eso tiene una oficina como la que tiene. Uno no puede ser bueno y tener éxito en los negocios. * * * El pelao Miguel podría estar peleando por el título en año y medio o dos años si se hubiera quedado conmigo. Nadie más en este gimnasio puede aspirar al título. Eso es una cosa que se ve en el boxeador, me entiendes. Como cuando el turco Samir le puso el ojo a Milton la primera vez que fuimos a su gimnasio. Pero esa vaina de que se vaya con los venezolanos y no le importe todo lo que le he ofrecido acá es como ingratitud, me entiendes. Y entonces dije: “Duro Mano de ñame, duro, que así no tumbas ni a tu abuela”. Mano de ñame es un man dedicado y no pelea mal pero nunca va a disputar un título mundial. Es como era yo. Bueno, no, en realidad no. El pelao tiene lo suyo aunque no tenga madera de campeón, yo no tenía nada, solo las ganas pero nada más. Si tiene suerte gana un par de peleas importantes, hace algo de dinero y se retira con decoro. En últimas, los boxeadores como Mano de ñame son los más importantes porque son los que dan las sorpresas y los que hacen el deporte. Pensándolo bien muchos campeones mundiales no tienen madera de campeones, solo disciplina y buena suerte, porque si no hay un gran campeón vigente, como Milton o

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Muhammad Ali o Mike Tyson, alguien tiene que tener la corona y esa es la oportunidad para los buenos que no tienen madera de grandes campeones. Si en el boxeo solo hubiera grandes campeones mundiales, habría una pelea cada ocho años, me entiendes. Y yo dije: “Más duro, más duro. Cuando me muevas a mí y al saco de un golpe puedes decir que tienes el punch para pelear por un título mundial”. Y entonces Óscar kid mano de ñame Manzur dijo: “¿Milton te movía con todo y saco?”. Y yo: “Claro, a mí y a otro más. Era una vaina impresionante, primo”. Ahí está el detalle, el pelao Miguel tenía el talento y el deseo: uno en un millón, me entiendes, y la disciplina, la entrega, las ganas, primo, las ganas. Y el negro Espinosa dijo: “Viejo Jhonny, te buscan”. Solté el saco de arena y me di vuelta. Parado al lado de Espinosa estaba el pelao Miguel con su mochila al hombro. Y yo dije: “Qué milagro Migue, ¿cómo va todo?”. Y el pelao Miguel dijo: “¿Tienes tiempo para un cafecito, viejo Jhonny?”. Entonces cuando fuimos por el café el pelao Miguel dijo: “Viejo Jhonny, esa es la vaina, esos manes no son legales, tú me entiendes, me decían que me iban a dar un billete por la pelea y después resultaba que me daban menos; y vainas así”. El pelao Miguel toma un trago de su café y continúa: “Se supone

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que ellos son mi tim, la gente en la que uno confía, la que lo apoya y todas esas vainas; pero si uno no puede confiar en su tim entonces está jodido. O sea, viejo Jhonny, yo no me siento bien así”. Y yo dije: “Esa gente es así, primo, yo te lo había dicho mil veces”. Revolví el azúcar del café que se quedó asentada en el fondo del pocillo. Y el pelao Miguel: “Sí que sí, viejo Jhonny, sí que sí. Pero esa es la vaina, que uno solo aprende a los golpes, tú me entiendes, uno no aprende cuando otro se golpea. O sea, cuando me fui con esos manes yo creía en todo lo que me habías dicho, solo que yo pensaba que todo el mundo era así menos estos manes con los que yo me iba, tú me entiendes, uno siempre cree que uno va a tener mejor suerte que los demás. Como cuando uno se casa, viejo Jhonny, uno cree que el matrimonio de uno nunca va a tener los problemas que tienen los demás matrimonios, sí o no, menos los problemas del matrimonio de los viejos de uno; uno cree que su matrimonio va a ser el único perfecto, perfect, viejo Jhonny, perfect”. Y yo: “Así es Migue”. Y el pelao Miguel: “La vaina es que yo quiero volver al yim, viejo Jhonny, acá con la gente, que tú manejes mis vainas, como antes. Yo sé que la cagué, viejo man, y que te abrí del parche, pero yo me di cuenta de que este es el único lugar donde se van a interesar en mi carrera, no en sacarme plata. Acá éramos un tim y eso es muy importante, viejo Jhonny, sí que sí”.

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El pelao Miguel se quedó un momento en silencio esperando que yo dijera algo, pero yo no dije nada. Y entonces el pelao Miguel dijo: “Viejo Jhonny, yo aprendo de los errores, tú sabes, y ya esta lección la aprendí, como quien dice. Yo soy varón para decirte que la cagué y que tanto tú como el negro Espinosa como Olivella me lo habían advertido y sin embargo a la primera fui y metí la pata, pero también soy varón para decirte que este es mi tim y que este es mi tim hasta la muerte”. Y entonces yo dije: “Te me estás poniendo trascendental, primo”. Y el pelao Miguel: “Sí que sí, viejo Jhonny, sí que sí. Es que la vaina es en serio, viejo man, por mi madre. El boxeo es mi vida, tú sabes, y yo quiero llegar lejos y para llegar lejos se necesita tim guorc, tú sabes, trabajo en equipo…”. Y yo dije: “Bueno, déjame el discurso, primo, más bien termínate ese café y te vas a cambiar”. Y entonces el pelao Miguel abrió grande los ojos y dijo: “Nojoda, gracias, viejo Jhonny, de verdad, no te voy a defraudar”. * * * Recordaba perfectamente cómo había recibido el golpe que le ocasionó la lesión. Fue su segunda pelea contra el argentino Marturet. La primera fue en 1971, un año antes de que ganara el título. Marturet era el campeón vigente y Olivella lo enfrentaba como aspirante. El Luna Park estaba a reventar y desde el principio Milton supo

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que quien lo estaba derrotando no eran los golpes del argentino sino el apoyo delirante de la multitud que llenaba el lugar. Maturet era el orgullo de un país que levanta a sus héroes para nunca más dejarlos bajar, un país que jamás los abandona. Fue una sensación que nunca sintió en su tierra, nunca un público colombiano fue una amenaza para un peleador extranjero. Pero la pelea en la que había recibido la lesión fue mucho después, en 1976, en su segunda pelea contra Marturet, siendo Olivella el campeón y el argentino el retador. La pelea fue dispareja desde el comienzo. Marturet, un excelente peleador, especialmente ágil, ya acumulaba muchas peleas y muchos años y su agilidad y potencia no eran las de antes. Desde el principio Olivella lo castigó sin recibir respuesta, pum, al rostro de Marturet, pum, a la ceja, pum, a la boca, pum, a la ceja lastimada, pum, a la ceja rota, pum, a la boca sangrante, pum, al pómulo hinchado. El argentino aguantaba y se sostenía contra las cuerdas para no caer, se abrazaba a Olivella, se hacía perseguir por rounds enteros, evitaba el enfrentamiento y se abrazaba de nuevo para no pelear. Cada tanto lanzaba golpes al aire con todo lo que daban sus fuerzas esperando un nocaut que arreglara la pelea a su favor. Uno de esos golpes alcanzó a Milton en las costillas y lo puso a escupir sangre por casi un mes. La pelea terminó cuando los segundos de Marturet lanzaron la toalla al centro del ring en símbolo de rendición. Olivella levantó los brazos y celebró. Cuando volvió a los vestidores reconoció el llanto seco de Marturet.

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La narración de Olivella fue interrumpida por un grupo de hombres que entraron sobrecogidos por una tragedia ocurrida apenas a una cuadra. Al parecer un hombre había arremetido a golpes contra una prostituta hasta dejarla sin vida. * * * Llamo a Lucero una vez más: no responde. Era un buen día para hacer novillos. Busco algo para almorzar. Algo económico. No soy el tipo de persona que se gasta su dinero pagando por muebles costosos, meseros bien vestidos y cocineros que estudiaron en Francia. Es una vergüenza que ocurra lo que ocurrió con padre: primero no tenía ni con qué comer, después solo comía en lugares exclusivos y ahora le regalan la comida en la calle. Eso nunca me va a pasar a mí. Pensándolo bien prefiero volver a casa. Paro un taxi y me subo. Cuando llego a casa escucho a madre rezando. …cuando casi se ha perdido toda esperanza. Ven en mi ayuda en esta gran necesidad, para que pueda recibir consuelo y socorro del cielo en todas mis necesidades, tribulaciones y sufrimientos, particularmente por mi esposo Milton para que lo liberes del demonio del vicio que lo atormenta… Dejo las cosas en la sala y llego hasta el comedor donde veo a madre arrodillada frente a la estatuilla de san Judas Tadeo y a una

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estampilla que tiene pegada en la pared. Ese san Judas Tadeo es demasiado bonito para ser un apóstol, me parece. Aunque claro un tipo así y con dinero puede hacer que todas las mujeres se vuelvan religiosas y hacer novillos con todas. En la vida real nunca se vio así como en la estampilla, me parece. Si se hubiera visto así no habría sido apóstol, a no ser que fuera pobre. Ya está el almuerzo, pregunto. Un momento, hijo, dice sin voltear a verme y sigue rezando,… y para que pueda alabar a Dios contigo y con todos los elegidos por siempre. Enciendo un cigarrillo y me siento detrás de ella a esperar el almuerzo. Desde donde me siento se ve madre y san Judas Tadeo. Si uno se ve así y tiene dinero puede hacer muchos novillos, me parece. Te doy las gracias glorioso san Judas, sigue madre, y prometo nunca olvidarme de este gran favor, honrarte siempre como mi patrono especial y poderoso y, con agradecimiento, hacer todo lo que pueda para fomentar tu devoción. Amén. Madre se levanta y se limpia las rodillas. Antes de venir a saludarme abre la ventana y apaga la vela que tenía encendida frente a la estatua del santo. Ya le traigo su almuerzo, hijo, me dice madre y se pierde en la cocina. Yo me quedo fumando y pensando en todas las mujeres con las que haría novillos si tuviera dinero y me viera como san Judas Tadeo. Lucero no me habría dejado de responder el

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teléfono, ni me habría dicho eso de “lo que pasa es que a veces me das miedo”. Madre parece que tenía todo listo porque se demora poco. Me dice que me estaba esperando y que me lave las manos mientras ella acomoda la mesa. Por lo menos no me toca esperar como a la hora del desayuno. Vuelvo con las manos lavadas y me siento a comer. Cómo le fue con el abogado, pregunta madre. Dice que los tres tenemos que firmar el documento, digo. Y su papá está de acuerdo, pregunta madre. Estaba de acuerdo la última vez que hablamos el asunto, digo. Cuando lo vi acababa de salir del Hospital Psiquiátrico San Pablo. Se veía un poco flaco pero más joven y, claro, no desvariaba. Eso no va a durar demasiado, me parece. Lo más seguro es que ya esté perdido. Yo creo que deberíamos dejarle por lo menos una parte a su padre, dice madre. Esa pensión es una miseria, digo. Seguimos comiendo en silencio por un rato. Le gusta la comida, hijo, pregunta madre. No está mal, digo, y seguimos comiendo hasta que madre interrumpe. Cuándo se va a encontrar con su papá, pregunta. Esta tarde, digo. No sea muy duro con él, dice madre. Hay más carne, pregunto.

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Madre se para y se lleva mi plato a la cocina. Vuelve al momento con mi plato y se sienta. Tenemos que orar, me dice madre. La oración es la única manera de derrotar al demonio que atormenta a su padre; acuérdese de la época en la que trabajaba en el gimnasio de Jhonny Pitalúa. Desde luego que me acuerdo de esa época. Madre se pasaba todo el día dando gracias en voz alta: Gracias Sagrado corazón que con tu santa sangre se ungió el milagro, gracias Virgen santísima que con tu intervención mis oraciones fueron escuchadas, gracias san Judas Tadeo, primo hermano de Jesús, patrono de las causas perdidas, que con tu poder tocaste a mi esposo. Jhonny es el único amigo que ha tenido Milton, dice madre, el único que ha intentado curarlo en vez de hundirlo. Es un hombre bueno, tocado por la gracia de nuestro señor Jesucristo. Deberíamos invitarlo a casa para que ore con nosotros por Milton. Papá no tiene remedio, digo, ni la oración ni nada lo va a curar. No hable así, hijo, dice madre con la voz quebrada, no juzgue así a su papá. Lo que él necesita es nuestro cariño y mucha oración. Solo Dios puede salvar a su papá, solo Él, y parece que se pone a llorar, yo no la miro y sigo comiendo. Eso fue lo que dijo el doctor, digo, cuando madre deja de llorar, que lo de padre era una enfermedad mental hereditaria. La droga… la dro…, dice madre y se echa a llorar otra vez. Dijo que la droga potenciaba la enfermedad y hacía que los episodios fueran más fuertes y más seguidos, pero eso no significa…,

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digo, pero madre interrumpe. Pero sin la droga la enfermedad se le puede controlar, dice madre lloriqueando, el enemigo es la droga, el… el… el… el demonio, dice madre. Si Milton hubiera ido a ese hospital en Cuba todo sería distinto. No digo nada para no indisponerla y sigo comiendo. Después de un rato madre habla. Todo este dolor es porque el Señor tiene misión para Milton, dice madre, una misión muy importante de ejemplo y testimonio. Los designios de Dios son inciertos pero inexpugnables. No creo que padre tenga una misión, digo. Voy a orar por ti, Julián, dice madre, para que el Señor te dé fe. No soporto que me hable así, como si fuera mejor que yo. La fe iba a evitar que no nos quitaran la casa y no nos tiraran a la calle como perros, digo. La culpa de que nos quitaran la casa no fue de Nuestro Señor Jesucristo, dice madre. No, pero tampoco hizo nada para que no nos la quitaran, digo. Y por qué no hizo nada usted, Julián, me pregunta madre como si fuera mi culpa. Y qué mierda iba a hacer, a mí nunca me dejaron manejar la plata de padre y ya usted no quería trabajar en casas de familia, digo. Podía haber aprovechado las oportunidades para no depender de nadie, dice madre.

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Qué oportunidades, pregunto, si a la hora de la verdad ya no había plata para mandarme a estudiar a Estados Unidos. Y por qué no estudió aquí como se lo ofrecí, dice madre, para eso trabajaba en casas de familia y me aguantaba todas las humillaciones que me hacían esas señoras que me tenían rabia porque yo siendo negra había tenido más plata que ellas. Ya yo conocía una vida diferente y no quería la misma miseria para usted. A esas alturas ya habría terminado y tendría un buen trabajo. No quería estudiar aquí, digo. Era mejor vivir lamentándose, dice madre. Levanto la mano y madre se corre hacia atrás para evitar el golpe pero me mira sin miedo. Deje de echarles la culpa a los demás de su mediocridad, Julián, porque nadie más tiene la culpa, dice madre. No soporto que me hable así como si fuera mejor que yo. Doy un paso hacia adelante pero me contengo y me voy del apartamento. * * * Milton Olivella nació el 27 de octubre de 1945 en la población caribeña de San Basilio de Palenque, años después proclamado patrimonio inmaterial de la humanidad. Por ese entonces, escribió Salcedo Ramos –al igual que en el momento de la visita que hice con mi esposa–, Palenque era un moridero de casas hechas

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con bastones de palma amarga, asegurados con bejuco malibú y paredes repelladas con una mezcla de cagajón de burro y arena. Dispuesto en cuatro calles que se juntaban en una explanada allende del cementerio y el arroyo El Caballito, conserva esa distribución desde que fue fundado por negros cimarrones fugados de Cartagena de Indias en el siglo XVII. Del patrimonio inmaterial queda poco o nada: los dialectos africanos que supuestamente se hablaban aún, están más muertos que el arameo y fueron reemplazados por un analfabetismo que es común a todos los idiomas. Lo único que saben los habitantes de Palenque es que ahí nació Milton Olivella. Cualquiera puede decir a ojos cerrados dónde vivió, dónde vivieron los abuelos, dónde jugaba y todos sin excepción señalan las ruinas del acueducto y los postes de luz eléctrica a los que una vez les quitaron los cables para hacerles mantenimiento y jamás volvieron a poner como si fueran las ruinas del Coliseo Romano y les recordara la época en la que fueron el centro de la civilización occidental. Si no es por Milton, dicen, aquí nunca habría habido agua y luz eléctrica, fíjate García Márquez intentó ponerle luz a Aracataca y no pudo. En 1953, cuando Milton tenía ocho años, doña Adelina Cassiani tomó la decisión de mudarse con su familia para Cartagena de Indias. Miguel de Jesús Olivella, padre de Milton, se había ido para Venezuela a buscar futuro pero después de dos años sin noticias de él doña Adelina decidió no esperar más.

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En Cartagena los acogió Rosalinda Cassiani, prima de doña Adelina. Las primeras impresiones que tuvo de la ciudad fueron negativas, recuerda la madre del peleador. La única opción para una familia negra y pobre en la Cartagena racista de esos años era vivir en Chambacú: un barrio de invasión, construido como y con lo que se pudiera amén de mangle, latas, plásticos y cartón; a merced de los vapores pestilentes de las lagunas Chambacú y El Cabrero; y con las calles adoquinadas de mojones de cuanto animal pueda convivir con el hombre. No tenía luz eléctrica, ni agua, ni alcantarillado, ni calles con pavimento, ni alumbrado público, ni servicios sanitarios, ni servicios de salud, ni nada; aunque en realidad Palenque tampoco tenía nada de eso. Lo primero que pensó doña Adelina fue que estaba mejor en Palenque, al menos con la lluvia o con el mar de leva no se llenaba la sala de la casa de mierda. Desde su llegada a Cartagena Milton empezó a trabajar. Comenzó con su tía Rosalinda vendiendo pescado en el mercado, después con una amiga de su tía vendiendo fruta a los turistas en la playa, luego lavando carros, cargando bultos, en construcción, haciendo oficios domésticos en casas de familia, o en cualquier otra cosa que se presentara. Siempre fue buen hijo, dice doña Adelina. Eso, escribe Salcedo Ramos, lo supo todo el país cuando la portada de todos los diarios mostraban a doña Adelina frente a una casa nueva, con nevera y lavadora, en un barrio popular de Cartagena. Milton había expresado desde su primera entrevista

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que el sueño de su vida era regalarle una casa propia a su madre. Ahora complementaba diciendo que le quiso regalar la casa en el mejor barrio de la ciudad pero que su madre se negó con el argumento de que seguía siendo pobre así su hijo tuviera plata. * * * Entonces el pelao Miguel dijo saltando la cuerda: “Cuatro peleas, ufff, viejo Jhonny, ffffu, ufff, todas ganadas”. Y yo: “¿Nocauts?”. Y el pelao Miguel: “Tres y una por decisión unánime, ffffu, ffffu”. Y yo: “Bien, ¿eh?”. Y el pelao Miguel: “Tienen plata, fffu, tú sabes, ffffu, el gimnasio, fffu, ffffu, tiene aparatos, fffu, para todo, uffff, para trotar, para, fffffu, subir escalas, uffff, te mide, ffffu, el ritmo cardíaco, uff, ufff, y saca unas vainas, ufff, en computador”. Y yo: “Tiempo. Descansas diez minutos y después diez series de veinticinco abdominales”. Y el pelao Miguel: “Ufff, fffu, ffuuu. ¿Milton ha vuelto por acá?” Y yo: “No, hace un año que no viene. Estuvo en el San Pablo”. Y el pelao Miguel: “Sí, uff, yo vi cuando lo internaron, fffu, fffu. Lo mostraron por televisión, fffu, había levantado a puños a un periodista”. Y yo: “Pobre Milton, me entiendes. Al principio, primo, yo me acuerdo que se subía en los buses a vender confites y cuando la

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gente le preguntaba si era Milton Olivella, él respondía que cómo se les ocurría, que Olivella vivía en tronco de casa en Bocagrande y andaba en tronco de carro y que con toda la plata que tenía no se iba a poner a vender confites en un bus”. Y el pelao Miguel: “Pobre Milton, viejo Jhonny”. Miguel se quedó mirándome como si quisiera decirme algo pero no se atreviera. Seguía respirando agitado. Entonces el pelao Miguel: “Estuvo en mi casa, uffffffffff ”. Y yo: “¿Qué?”. Y el pelao Miguel: “Milton, estuvo en mi casa, uffffffff ”. Y yo: “¿De visita?”. Y el pelao Miguel: “No, viejo Jhonny, uffffff. La vaina fue así, yo llegué a un bar en Getsemaní con unos amigos y unas amigas y todo normal, cervecitas, agarrada de pierna por debajo de la mesa. Uuuufffffff, al rato me paré al baño, porque me pasó lo que te pasa a ti que te entra la meona. Llegué al baño y cuando abrí la puerta del sanitario me encontré a Milton tirado en el piso, todo roto. Uuuuufffff. Lo ayudé a parar y me lo llevé para la casa. Mi vieja le echó vainas en las heridas y le dio de comer porque parecía que no había comido en una semana. Después lo acostamos en una cama y lo dejamos ahí. Al día siguiente cuando nos despertamos Milton ya no estaba y mi vieja estaba emputada porque se llevó las porcelanas de la sala, tú me entiendes, lo único que quedaba de otras épocas, de cuando mi viejo tenía plata y le compraba esas cosas a mi vieja. Uuuufffffffff, después un primo que

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trabaja en el bar me contó que Milton le pagó veinte mil barras a un amigo de él que es boxeador para que pelearan en la calle, ahí a la entrada del bar, y se dejara ganar, que para que la gente se diera cuenta de que Colombia tiene campeón para rato y esas vainas que se pone a decir Olivella cuando está borracho. Pero dice mi primo, que se pilló toda la pelea, que Milton le metió un soplamocos violento a su amigo y que su amigo se emputó y le metió la coñacera que nunca había podido meterle a nadie sobre el ring. La gente empezó a joder a Milton, que mierda Olivella estás en nada, que te gana hasta la sombra, y Milton empezó a tirar trompadas a diestra y siniestra y por fortuna no alcanzó a nadie. Después dice mi primo que se perdió y nadie sabía si se había ido o qué hasta que lo encontré en el baño”. No supe qué decir. Hubo un silencio hasta que por fin salieron las palabras de mí: “Listo, primo, diez series de veinticinco abdominales”. Y el pelao Miguel: “Es una pena, viejo Jhonny, una pena”. Y yo: “Una pena. Sabes una vaina, primo, todo habría sido distinto si Milton hubiera ido al hospital ese en Cuba”. Y el pelao Miguel: “Sí que sí, viejo Jhonny, sí que sí”. * * * La conmoción por la prostituta muerta había recibido atención de la policía y de la prensa. Al decir de algunos curiosos que salieron

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del bar y volvieron con la información, el asunto involucraba a alguien famoso en alguna medida, y con seguridad iba a alcanzar primera página en todos los diarios nacionales. Al parecer la prostituta le había preguntado al cliente por un golpe en el ojo y como respuesta éste la emprendió a golpes contra ella diciéndole que no se creyera mejor que él. Pasado el estremecimiento todos esperaban que Milton retomara la narración de su pelea. Milton, satisfecho de haber recuperado la atención, levantó la vista y caminó hasta la mesa. Se sirvió un trago y miró alrededor como pidiendo que le recordaran dónde había quedado en el relato. El negro me buscó para rematarme, sabía que me tenía ahí, sabes, broder, uno sabe esas cosas cuando está peleando, me tiró dos rectos y un opercat, pero no me dio y le gané distancia caminando hacia atrás. Llegué hasta las cuerdas y me le fui por un lado buscando tiempo para reponerme. Me había clavado duro, en la cara y el mundo todavía se me movía. Me llevó hasta la esquina. Me cubría la cara y mandé un par de golpes sin mucho sentido para intentar salir, pero nada, el negro sabía lo que estaba haciendo y me castigó en las costillas, en las malas, broder, eso me dolió como un putas. Además esos golpes son malos, broder, te cansan, te sacan el aire, uno no puede hacer distancia, uno pierde fuerza cuando lo clavan así. El negro sabía que me tenía, que era su oportunidad. Yo creo que él creía que la pelea iba a ser más fácil, y la estaba sufriendo y en ese momento sabía que la tenía, que la podía acabar, que podía volver a

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su casa con la plata, me entiendes. Pero sabes una cosa, broder, sabes lo que yo pensé en ese momento, lo que es para perro no se lo come gato, porque en ese momento sonó la campana. Necesito el pañuelo pensaba Olivella sentado en la pequeña silla de su esquina pero sabía que sus segundos no accederían nunca más. Milton estaba cansado y sentía que las fuerzas estaban próximas a abandonarlo. No había entrenado igual que en sus mejores días, no tenía paciencia para las sesiones físicas, no tenía dinero para una buena alimentación y le avergonzaba pedírselo a su amigo Jhonny Pitalúa. Una semana sin carne es mucho tiempo para un boxeador, pensaba. Sabes una vaina, dice Milton, la disciplina física cansa, mi vale. No es tanto el cansancio de cuando terminas de entrenar, sino el tener que ir todos los días al gimnasio y no poder hacer nunca nada distinto, cuidarte de las grasas, pilas con el azúcar, mil abdominales diarias, cuatro horas de gimnasio diarias, me entiendes. Es una vaina que te termina por aburrir. Es como que te roba la vida. Al iniciarse el décimo asalto, King salió decidido a terminar la pelea o por lo menos eso fue lo que notó Milton en su actitud. Atacaba sin descanso. Milton se le iba por los lados y lo abrazaba retirando la cabeza. Por fortuna la hemorragia de su ceja había sido detenida. Hacia el final del round Milton encajó un gancho de derecha de King en su mandíbula que lo hizo ver negro por un segundo. Sintió cómo se doblaban un poco las rodillas y los brazos le caían a los lados sin respuesta alguna. Escuchó el suspiro

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de la muchedumbre reunida en la plaza de toros. Cuando volvió en sí entendió que no había caído y resguardó la barbilla con su hombro y subió la guardia. * * * Camino hasta el fondo donde está mi escritorio. Haeckermann está sentado en su oficina y se da vuelta para ver quién llegó. Se vuelve a voltear sin saludar. Si aún viviera en Bocagrande, si padre tuviera su colección de carros deportivos… Haeckermann me saludaría siempre, me parece. Empiezo a arreglar todo lo de la delegación que viene a los juegos nacionales. Un trabajo de mierda aunque he tenido peores, me parece. Yo puedo hacer el trabajo de Haeckermann mejor que él. Pero él es judío y yo soy negro y él tiene dinero y yo no y él fue a la universidad y yo no. Esa es la diferencia, me parece. A mí me prometieron ir a la universidad, en Estados Unidos, las mejores, las más costosas. Tenía los juguetes que nadie más tenía, tenía más ropa que cualquier niño de Bocagrande, tenía chofer para mí solo. Hasta que un día no había ni chofer ni carro y nos fuimos de Bocagrande al apartamento del que después nos sacaron y madre empezó a trabajar de empleada doméstica por días y todas las señoras ricas de Cartagena la contrataban para decir que la mujer de Milton Olivella era la que barría su casa. Madre me llevaba con ella y me decía que arreglara el jardín y cortara

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la grama y después venían las señoras ricas y me pagaban y me decían pobre muchacho nunca pensaron en él y decían entre ellas que era una tragedia cada vez que alguien pobre se volvía rico que no sabía manejar la plata y que terminaba siempre mal. Y después madre me decía Ve donde la señora a la que le arreglas el jardín y le entregas estos pescados y cuando se los entregaba me pagaban y decían mira en lo que terminó. Y después madre me llevó a un taller donde me pagaban por lavar carros y por las noches caminaba Getsemaní o Bazurto buscando a padre y madre se pasaba la noche llorando Dónde estará, estará bien, le habrán hecho algo, la gente cree que él todavía tiene plata y le pueden hacer daño... Nunca hubo dinero para mi universidad, padre prefirió regalarlo, compartirlo con las putas. Después yo quería pelear, pero padre no me dejó. Eso estaba bien para él pero siempre me dijo que no para mí. Pero para mí no está bien ir a la universidad ni trabajar para uno de sus amigos ricos como el hijo que tuvo con Rocío que trabaja para el ex presidente. Pero ellos son diferentes porque cuando se dieron cuenta de que todo se iba a caer se fueron y se llevaron lo que pudieron. Eso debimos haber hecho nosotros, dejarlo, irnos lejos. Voy al puesto de Haeckermann. Ya está listo lo de las delegaciones, digo. Ok, déjalo ahí, dice mi jefe sin voltear. * * *

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Entonces escuché que alguien entró gritando al gimnasio: “Buenas tardes a todos, llegó el campeón”. Era Milton, con el labio roto y la camisa sucia de sangre. Y después señaló hacia Óscar kid mano de ñame Manzur y gritó: “Suelta más la derecha… así no, más duro, más duro, esooooo, así, hazme caso, broder, si quieres llegar a ser campeón”. Y después volteó hacia Efraím y gritó: “¿Y éste? Este es nuevo, ¿no cabezón? Vamos pelao”. Y después volvió hacia el pelao Miguel y gritó: “Cabezón, y ¿cómo va mi pupilo? Ya está listo para pelear por el título, te lo digo yo. Hey, Migue, tengo que hablar contigo ahora más tarde para que nos pongamos de acuerdo para devolverte las porcelanas. La vaina fue que me levanté temprano y me gustaron para mandarle a hacer unas iguales a Ángela y como no tuve a quién preguntarle pensé que podía llevármelas para que tomaran la muestra y devolverlas el mismo día, sabe, pero me embolaté y se me ha olvidado llevártelas”. Y el pelao Miguel: “Not guorry, viejo Milton, todo rait”. Y entonces Milton volteó hacia el negro Espinosa y gritó: “El negro Espinosa, el segundo negro que más vale plata en este país, porque el primero soy yo”. Y se echó a reír. Entonces volvió a decirle al negro Espinosa: “Pide las gaseosas que van por cuenta mía”. Y entonces Milton me miró a mí y empezó a caminar hacia

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donde yo estaba. Entonces dije: “Milton, primo, qué milagrazo”. Y Milton: “Tú sabes, cabezón, uno nunca se olvida de los amigos”. * * * Salcedo Ramos recordaba una situación parecida, en la que Milton desfallecía y se quedaba sin fuerzas. La anécdota le fue repetida por el turco Samir y quedó consignada en su libro: asegura [el turco Samir] haberlo visto en su esquina, durante una de sus últimas peleas, haciendo trampa para reanimarse y poder aguantar el siguiente round. “Sergio Álvarez lo había golpeado muy duro y Milton estaba atravesando un sofoco. Entonces aplicó la jugadita de un cantante vallenato que no te voy a nombrar: sacó un pañuelito con coca y se pegó un pase delante de todo el mundo. Eso se vio hasta en la Patagonia. Cuando sonó la campana salió hecho una fiera y le dio un concierto de boxeo a Álvarez”. Al final del combate, según Arrieta, Milton le reclamó al empresario el botín convenido: una camioneta y un kilo de cocaína. Poco tiempo después, cuando se apartó del boxeo, su situación empeoró. Las cuentas bancarias se fueron consumiendo en una vorágine de candela y desenfreno. Lo que se le iba por el bolsillo izquierdo no regresaba jamás por el derecho. Muy pronto quedó arruinado. Pasó de brindar whisky Sello Negro a mendigar sobras de cerveza en bares de mala muerte, del avión

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al bus cebollero, de los zapatos Corona a las chancletas de plástico, de los manteles presidenciales a los andenes, de la cocaína al bazuco, de las cantantes de moda a las puticas de cuchitril, de las primeras planas a las páginas judiciales. El capital que derrochó, según cálculos del periodista Eugenio Baena, fue superior al millón y medio de dólares. Los amigos del éxito –comparables con esos insectos que se emborrachan dando vueltas alrededor de las lámparas– partieron cuando sintieron la oscuridad del fracaso. Necesitaban un nuevo campeón para la foto. Llegaron entonces los perdedores, envueltos en una humareda terrible. Libre de los compromisos del gimnasio, de la dictadura de la dieta, Milton se tiró al desastre. El médico Christian Ayola declara que las drogas y el alcohol no ocasionaron el problema de Olivella, como todo el mundo cree, sino que lo agravaron. Ayola descarta, además, posibles secuelas del boxeo, ya que Olivella no fue un hombre golpeado. “Yo estudié su cerebro y no tiene ni una sola lesión neurológica”, agrega. “Mi diagnóstico es el siguiente: trastorno bipolar afectivo, lo que anteriormente se conocía como enfermedad maniacodepresiva”. Según Ayola, se trata de un mal genético que Olivella heredó de su madre. “Obviamente, en el caso de él, la crisis se recrudece por el uso de sustancias alucinógenas y por su sentido totalmente errado del éxito y del fracaso”. Milton tenía que estar a punta de neurolépticos para el estado sicótico y estabilizadores para el humor. En Colombia y en Cartagena todo conspiraba

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contra el propósito de curar a Olivella. Había demasiados fisgones que convertían su salud en un asunto de dominio público, demasiadas lenguas diligentes que podían dañarlo más con sus comentarios y demasiados compinches esperando a que terminara el tratamiento para festejarlo en grande con una nueva orgía de bazuco. Ayola recordó que el Hospital Psiquiátrico de La Habana tenía renombre por su manera de tratar la adicción a las drogas y consideró que sería una buena opción para Olivella, no solo por la calidad de sus médicos sino también porque allá estaría aislado de los peligros que afrontaba en nuestro país. En Cuba, por ejemplo, sería un ciudadano más, un hombre anónimo entreverado en una legión de enfermos iguales a él. Compartiría un pequeño cubículo con tres pacientes, lo cual podría servirle para que dejara de creerse el cuento de que era un ser único, el eterno campeón mundial, el negro más grande, el patrono del nocaut, la jáquima de los boxeadores, el que pega como con un martillo, el que enseñó a ganar a los colombianos, el de siempre, no hay con quién, el que a la hora de rematar no parece usar dos puños sino las aspas de un ventilador asesino, el único otra vez, el invencibleeeeeee Milton Olivellaaaaaaaaaaaaa. Ayola suponía que la egolatría de Olivella empezaría a resquebrajarse cuando se sintiera desconocido en Cuba. Allá, además, no pensaría en fugarse del hospital, porque no tendría adonde ir. Esto último era especialmente importante si se tenía en cuenta que en 1987 se había escapado de Hogares Crea, la finca de

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rehabilitación en donde lo internaron gracias a una campaña del periodista Fabio Poveda Márquez. Frente al aspecto cadavérico que ofrecía Olivella en su catre del Hospital San Pablo, resultaba inevitable preguntarse cómo se produjo su caída desde la cúspide hasta el fondo del barranco. Nacido y criado en el naufragio, no supo qué hacer en tierra firme, cuando los vientos empezaron a ser favorables. Se enloqueció con el oro, se intoxicó con el vino. Tocado de pronto por la varita de los dioses, olvidó que estaba marcado a hierro vivo por la desgracia. Siguió lanzando golpes a diestra y siniestra, sin darse cuenta de que no ganaba en el ring para salvarse sino para tallar su propia derrota. Las drogas y el licor le arrebataron la fuerza, la disciplina y la corona de campeón. Lo llevaron a humillar y a destrozar a su familia. Después le aniquilaron la vergüenza. Lo sometieron al escarnio público como sinónimo del bruto que destruye con la cabeza el imperio que edificó con los puños. Los colombianos, que antes lo veneraban, lo volvieron blanco de burlas. “¿En qué se parecen Olivella y los dinosaurios?”, preguntaban. “En que fueron grandes en el pasado, pero hoy no existen”. * * * Nadie hace novillos con alguien que ha salido en televisión porque la policía lo está sacando de su casa, me parece. Ahí está el

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policía diciéndonos que nos tenemos que ir de la casa porque las escrituras están a nombre de un gringo de apellido Green y madre le explica al policía que ese apartamento es el único que queda de todos los que padre compró cuando era campeón mundial y que está a nombre de Milton Olivella y no a nombre de ningún gringo Green y entonces llegan las cámaras de televisión a cubrir el escándalo que cubre nuevamente al ex campeón mundial de boxeo Milton Olivella y a su familia pero padre no es consciente de que ya no es campeón mundial o por lo menos no es consciente todo el tiempo y a veces cree que sigue viviendo en esa época. Cuando llegó a almorzar con nosotros parecía todo normal y hablaba del mar de leva y de cómo eso perjudicaba el turismo en Cartagena y madre parecía contenta de que padre estuviera bien y porque no llegó violento ni tirando cosas al piso ni rompiendo nada y se sentó a almorzar y a decir que el mar de leva afectaba el turismo y las perspectivas económicas de todo el departamento y que la inversión destinada a apoyar el deporte y en especial el boxeo en la ciudad se podía ver perjudicada y de la visita del Presidente al puerto y de la estrecha relación del Presidente con Cartagena y lo mucho que estaba dispuesto a hacer por la ciudad y por San Basilio de Palenque y eso ya nos sonó raro y madre levantó la vista con una sombra de preocupación y se quedó mirando a padre y padre siguió hablando y diciendo que no es que él quisiera que nadie se lo agradezca pero que si el Presidente se interesaba por Cartagena y por Palenque era porque el campeón mundial

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Milton Olivella había intercedido ante el primer mandatario del país y dijo que tenía que ir a encontrarse con el Presidente porque le iban a poner luz eléctrica a Palenque y de pronto le pregunta a madre dónde están las llaves del Porche y madre con la cara llena de lágrimas le dice que él vendió el Porche y padre dice que no tiene tiempo para juegos porque el Presidente lo está esperando que necesita las llaves del Porche, del carro, y madre lo mira llorando y él se para y se busca en los bolsillos del pantalón y yo le grito que qué Porche ni que nada que él no tiene ni un Porche ni una mierda, que todo se lo gastó y entonces me dice que mucho ojo con la forma en que le hablo porque él es Milton Olivella, campeón mundial de boxeo categoría Welter Jr. y yo le digo que él ya no es campeón de una mierda y entonces parece que no me escucha y dice para sí mismo Ya sé dónde dejé las llaves del Porche y se va de la casa. Y ahora somos nosotros los que nos tenemos que ir de la casa porque el policía le explica a madre, delante de la periodista y de la cámara, que Milton Olivella firmó los papeles en donde consta que la casa es ahora propiedad de William Green y que el monto correspondiente a la compra ya fue pagado y entonces la periodista pregunta al policía cómo fue pagado el monto y quién es William Green y el policía responde que al parecer el monto fue pagado con cocaína pero que hasta que no se compruebe no se pueden tomar cartas en el asunto y que alias el gringo es un presunto traficante de coca pero que hasta el momento no se ha podido demostrar nada y madre no deja de llorar

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e intenta hablar pero el llanto no la deja y el policía nos repite que nos tenemos que ir inmediatamente o nos tiene que llevar presos por invasión de morada y mamá entre sollozos le dice que esa es nuestra casa y que no hemos invadido la casa de nadie y el policía le dice que ya no es nuestra casa y que padre ya la vendió y solo nos dejan sacar algo de ropa y madre se tira al piso y llora y yo la intento levantar y ella no se levanta solo llora y dice llorando Dónde vamos a vivir… Dónde vamos a vivir… Dónde vamos a vivir… Dónde vamos a vivir… y al policía y a la periodista no les importa que nos quedemos en la calle sin plata y sin casa, a nadie le importa qué nos pase porque no tenemos plata y uno vale por lo que tiene. ¿Es por aquí?, me pregunta el taxista. Miro el lugar y me doy cuenta de que sí es por aquí donde me voy a encontrar con padre, me parece. Sí, déjeme aquí, digo. Le pago y me bajo. Una cosa así no se puede perdonar, me parece. Nadie va a querer hacer novillos con una persona que la echan de su casa por televisión. Nadie que quiera a su esposa y a su hijo los deja sin casa. Antes todas las mujeres querían hacer novillos conmigo pero eso era antes, me parece. Llamo a Lucero desde un teléfono público. Nunca contesta. Camino hasta la cafetería donde me voy a encontrar con padre. Son un par de calles derecho hasta la calle del Estanco del Tabaco, me parece. Lucero llegó después cuando ya nadie quería hacer

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novillos conmigo porque cuando tu padre es campeón mundial y tiene dinero todas las mujeres quieren hacer novillos contigo, pero si tu padre derrochó todo el dinero y se muere de hambre en la calle entonces ninguna mujer quiere hacer novillos contigo y si con tu trabajo solo ganas lo necesario para mantener a tu madre y no tienes carro propio y el apartamento en el que vives es alquilado porque te echaron del que vives mientras todo el mundo lo veía por televisión y eres negro y tu jefe es judío y no eres tan hermoso como san Judas Tadeo, entonces nadie va a querer nada contigo, me parece. Lucero decía que a ella no le importaba eso pero ahora no responde el teléfono y es porque ya encontró alguien con dinero, me parece. Llego al lugar pero padre no ha llegado, prendo un cigarrillo. * * * Entonces le volví a preguntar: “¿Qué te pasó?”. Y Milton: “Nada, broder, ya te dije, un accidente”. Y yo: “Déjate de vainas, Milton, que eso fue una pelea”. Y Milton: “Deja esa vaina quieta que ya te dije que fue un accidente”. Y yo: “Como quieras, ¿de dónde vienes?”. Y Milton: “De verme con Julián. Sabes, broder, les di la pensión que me da el gobierno, a Julián y a Ángela, es que… sabes… voy a empezar a hacer las cosas bien, me entiendes”.

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Y yo: “¿Te peleaste con Julián?”. Y Milton: “Nojoda, viejo Jhonny, ya te dije que dejaras esa vaina quieta”. Nos quedamos en silencio un rato. Con las persianas de mi oficina cerradas parece que el gimnasio estuviera vacío. Hasta que Milton dice: “¿Ya te dije que un periodista quiere hablar conmigo esta noche?”. Y yo: “Nada, no me has dicho”. Y Milton: “Por lo que me han dicho el man escribe libros y quiere escribir uno sobre mí. Para que veas, en Colombia todavía recuerdan al campeón”. Y yo: “Te felicito”. Y nos volvemos a quedar en silencio. Me pongo a mirar una foto colgada en la pared en la que salimos Milton y yo vestidos como cantantes de la Fania All Stars en los buenos tiempos. Y Milton: “Sabes una vaina, cabezón, yo creo que Julián nunca me va a perdonar por lo del apartamento”. Y yo: “Nadie te admiró y te idolatró tanto como Julián. Me acuerdo que salía en las noches a buscarte porque no llegabas a tu casa y Ángela estaba preocupada, y se metía en todos esos lugares que no eran para un niño y cuando la gente en la calle se metía contigo porque estabas borracho el niño te defendía como un leoncito asustado”. Y Milton: “Yo sé, viejo Jhonny, yo sé, por eso es que me duele”. Se le quebró un poco la voz, carraspeó la garganta y siguió

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hablando: “Ahora me odia, viejo Jhonny”. Nos volvimos a quedar en silencio. La foto la tomaron en Los Ángeles. Milton me pedía que lo acompañara siempre, como uno de sus segundos. A veces hacía de sparring, a veces solo lo acompañaba. Milton también estaba mirando la foto. Y Milton: “Sabes una vaina, cabezón, fíjate cómo es la vida, tú nunca ganaste nada y ahora estás mejor que yo”. Hizo una pausa y siguió hablando: “Cuida al pelao Miguel, no para que sea campeón sino para que no se vuelva mierda después”. * * * Fue una cosa de un segundo, explicó Milton levantando el brazo izquierdo hasta cubrir su mandíbula y acomodando sus pies en forma de T, lo vi todo negro pero no me caí. Cuando reaccioné escondí la barbilla en el hombro y subí la guardia. El negro King se me vino encima otra vez. No me dejaba descansar, broder. Yo intenté aprovechar, me entiendes, dejarlo tirar golpes, cansarlo, estudiarle el ataque para saber por dónde podía hacerle daño. Milton se movía hacia un lado y hacia otro esquivando los puños invisibles que King le enviaba en el bar. Hizo una pinta hacia la derecha y tropezó una silla con el muslo, en ese mismo momento vio una luz en la defensa de King y lanzó un upper cut que reventó contra la mandíbula. King se fue hacia atrás y cayó recostado sobre las cuerdas. Milton lo buscó inmediatamente intentando no

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dejarlo caer. Sabía que si King tocaba suelo se repondría del golpe y volvería a atacar, sin embargo si lograba castigarlo lo suficiente antes que tocara el suelo estaba seguro de que no se pararía antes de que el árbitro contara diez y se iría a casa con el dinero para su tratamiento en Cuba. Milton llevó a King hacia una esquina y lo acorraló. Un gancho de derecha reabrió la herida que King tenía en la ceja. Milton mandó una combinación a las costillas y remató con un upper cut que en su camino tropezó una botella vacía de cerveza que se estrelló contra el piso. King se protegía pero no podía responder. Milton arremetió con todas las variantes ofensivas que poseía. El joven King parecía que se iba al piso pero Milton no lo dejaba caer y le repetía el castigo. El público vitoreaba cada golpe. En medio del entusiasmo de la muchedumbre Milton Olivella escuchó el sonido de la campana que anunciaba el final del asalto, no lo podía creer. Se maldijo por no haberlo dejado caer. Un hombre joven como King podía reponerse en los sesenta segundos que separan un round de otro mientras él ya no tenía fuerzas para atacar. Conforme esperaba al comienzo del round pensaba en la estampa de san Judas Tadeo que su esposa llevaba a todas partes. Milton se aferró a los rezos de Ángela Iguarán. Al comienzo del décimoprimer round Olivella arremetió contra King seguro de que los rezos de su esposa le darían la victoria. Era su oportunidad de recuperar su vida. Ambos peleadores pegaron y recibieron sin tregua. Milton sentía cómo sus golpes se hacían más débiles.

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No sabía si lo mismo pasaba con los golpes de King porque no los sentía. El dolor de las costillas lo estaba matando y sabía que en cualquier momento se iba a desplomar, no por un golpe en particular, sino porque su cuerpo se iba a quedar sin restos, sin embargo decidió no dejar nada para después y siguió pegando con todo lo que su vida le permitía. King hacía lo mismo. Pegaba sin preocuparse de levantar la defensa o de buscar el momento. Pum, golpeaba, pum, recibía, pum, golpeaba, pum, recibía, pum, pegaba, pum, encajaba, sin descanso. El público vitoreaba la gallardía de los peleadores y lanzaba frases de aliento. Milton lanzó un gancho de derecha no solo usando la fuerza de su brazo sino todo el impulso de su cuerpo. El golpe derribó a King que parecía inconsciente y hasta el mismo Olivella casi cae a la lona exhausto. El árbitro inició el conteo. Milton dudaba de poder mantenerse en pie durante los diez segundos en que King debía permanecer en la lona. El réferi alcanzó seis en el conteo y King a duras penas parecía empezar a reaccionar. A la cuenta de ocho parecía que se ponía de pie pero tambaleó. Milton vio esa vacilación como la confirmación de su victoria, levantó las manos y saludó al público. Sin embargo cuando la cuenta llegó a diez King estaba de pie, el árbitro le sostenía los guantes y lo autorizaba a continuar. Tan pronto el combate se reanudó los dos peleadores se abrazaron. Una vez el árbitro los separó no hicieron mucho por pelear.

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Ambos buscaban recuperar fuerzas, sin embargo Milton sentía que las fuerzas lo seguían abandonando a pesar de que no hacía ningún esfuerzo. King, por el contrario, parecía que se recuperaba y su semblante se fortalecía. Olivella paró un par de jabs enviados por King pero sintió que levantar la defensa fue una labor al borde de sus capacidades. King pareció entender la situación y atacó. Milton se escabulló hacia las cuerdas y de allí hacia una esquina. King lo perseguía invitándolo al combate. Milton siguió esquivo hasta que King lo acorraló en una esquina. Intentó defenderse con un jab que se estrelló contra la defensa de King. Éste contraatacó con un gancho al costado que resintió aún más la lesión de Olivella. Milton se arqueó un poco por el dolor y vio un upper cut venir hacia su cara. Levantó el brazo izquierdo para proteger el mentón pero no estaba seguro de si la extremidad le respondía o no. Sintió que volvía de Cuba, recuperado y que en el aeropuerto lo esperaban su esposa y su hijo. * * * Padre llegó tarde, como se esperaba. Cómo está, digo. Bien, hijo, sabe, recuperado, responde padre, luchando contra la enfermedad. Gracias a Dios, hijo, y a los rezos de mamá, hace varios meses que no consumo, desde que entré al hospital. Cuida a tu mamá, hijo, cuídala, ella es una santa que no se merece la

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vida que yo le doy, pero sabe qué, hijo, la fe de tu madre me va a salvar, yo sé. La vida es como una pelea por el título y aunque voy perdiendo por puntos, gracias a la fe de tu madre la pelea no está perdida. Sé que es mentira, que ha consumido hace poco. Se le nota. Padre es el hombre más mentiroso sobre la tierra. Viene el mesero. Padre pide para tomar una gaseosa y yo otra. Dice que una cerveza no porque no quiere nada de alcohol. Dice que por ahí empieza a caer nuevamente en el vicio y que tiene que mantener la guardia arriba. Nos traen las bebidas y nos quedamos en silencio un rato. Aquí tengo los papeles, digo. Explícame otra vez, hijo, dice padre. Hago esto por ti y por tu madre, sabes, porque los quiero mucho y quiero enmendar los errores que he cometido, empezar de nuevo, me entiendes; tú sabes cómo es, hijo, tú sabes. Saco la cajetilla de cigarrillos y le ofrezco uno. Cigarrillo sí, hijo, dice padre tomando uno, es que me calma. Te digo una vaina, es más fácil no consumir si fumo, una vaina jodida porque es escoger entre dos males el mal menor. Así es la vida, jodida. Yo saco otro cigarrillo y la candela. Le ofrezco fuego y después prendo el mío. Callo la primera vez y saco los papeles: Estos son los papeles para autorizar a madre para que cobre la pensión que le da el gobierno, digo.

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Déjame ver esa vaina, dice botando el humo. Le paso los papeles y espero que los vea. No sabe leer. Los mira por todos lados y me los devuelve. Parece que todo está bien, dice padre. Igual explícame otra vez no vaya a ser que se me haya escapado algo. En la vida hay que estar seguro de las decisiones que uno toma, yo me he arrepentido muchas veces y no quiero que me vuelva a pasar, sabes. Dice que autoriza a madre para que cobre la pensión que le da el gobierno a usted, digo. Qué tengo que hacer entonces, pregunta padre. Nada, solo firmar, digo. Entonces pásame los papeles, dice padre. Le paso los papeles y los vuelve a mirar como para comprobar que todo está en orden. Yo mientras tanto busco un lapicero entre mis cosas y se lo paso. Padre toma el lapicero y escribe MILTON OLIVELLA en mayúsculas con letra de niño de siete años.

Ahí está, dice padre y me devuelve los papeles. Veo que no tiene el anillo de matrimonio, supongo que lo cambió por droga. Dónde está el anillo de matrimonio, pregunto. Lo tengo guardado, dice padre. Dónde, pregunto, dónde lo tienes guardado. En la casa de un amigo, dice padre. Qué amigo, pregunto. Uno, dice padre.

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Lo cambiaste por droga, verdad, pregunto. Padre no responde. Lo cambiaste por droga, digo. Lo tengo guardado, dice padre. Dónde, pregunto. En la casa de un amigo, dice padre. Cómo se llama, pregunto. No lo conoces, dice padre. No importa, dime el nombre, digo. Padre se queda en silencio. Lo cambiaste por droga, digo. No he cambiado nada, dice padre. Entonces dónde está el anillo, pregunto. Ya te dije, dice padre. En la casa de quién, pregunto. Ya te dije, no lo conoces, dice padre. No importa, dime quién es, digo. Un amigo de la televisión, me lo tiene guardado en su casa en Bogotá, dice padre. Entonces sí lo conozco, si trabaja en televisión, digo. No, no lo conoces, dice padre. Dime el nombre, digo. Es que no es actor, dice padre. Qué hace en televisión entonces, pregunto. Otra cosa, dice padre.

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Qué cosa, pregunto. Escribe las novelas, dice padre. Cómo se lo entregaste si no has ido a Bogotá desde mucho antes de entrar al hospital, digo. Padre no responde. Dónde está el anillo, pregunto. Lo tiene un amigo en su casa en Bogotá. Cómo está Ángela, pregunta padre. Mamá está bien, digo, dónde está el anillo, pregunto. Dale muchas saludes mías, dice padre, dile que la extraño mucho. Dónde está el anillo, digo. Dile que en estos días voy para quedarme, dice padre, lo que pasa es que necesito terminar unos asuntos que tengo pendientes, unos negocios, sabes cómo es. Si dejo ese asunto listo nos podemos hacer un billetico para empezar de nuevo, para recuperar la vida que llevábamos antes. Dile que vamos a empezar una nueva vida, sabes, siguiendo los preceptos de nuestro señor Jesucristo. Dónde está el anillo, pregunto. De todos modos la voy a llamar por teléfono antes para que sepa que en cualquier momento llego definitivamente, dice padre. Me paro y cojo a padre por el cuello de la camisa. Dónde está el hijueputa anillo, le grito. Padre me empuja y se zafa. Me acerco y lo vuelvo a agarrar por el cuello de la camisa. Dónde, digo moviendo a padre hacia adelante y hacia atrás,

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está, el, hijueputa, anillo, digo. No te creas mejor que yo, dice padre y me empuja, respétame que estás hablando con un campeón mundial, dice padre. Qué campeón mundial ni qué mierda, grito y lo intento agarrar de nuevo por el cuello de la camisa. Padre no se deja agarrar y me empuja. Detesto que me empuje. Lanzo un puño y se lo estrello en el labio inferior. Siento en los nudillos estallar el labio contra los dientes. Padre no se detiene a ver la herida que le acabo de propinar y se me viene como si fuera un demonio. Me alcanza en el ojo y me voy al piso. Se intenta acercar pero le descargo una patada en el abdomen que también lo hace caer. Ni una llamada el día del cumpleaños, hijo de puta, grito. Me paro y cuando intento acertar otro golpe siento que me agarran de atrás: el dueño del local. Levanto la vista y a padre también lo tiene agarrado un grupo de gente que no sé de dónde salió. Nos impiden seguir peleando aunque ambos deseamos seguir. Lo quiero golpear Lo quiero golpear. * * * Después de que su padre logró que lo recibieran de vuelta en el gimnasio, la disciplina de Olivella fue integral, le había dicho el turco Samir a Salcedo Ramos. Milton vivía entregado al gimnasio, lejos de las francachelas y los bochinches. Cuando quería un trago se lo tomaba con mesura. Siempre tenía la cabeza bien

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puesta en su sitio. Aunque ya a esas alturas fumaba marihuana –una maña que adquirió en Chambacú, el barrio marginal de Cartagena donde creció– lo hacía de manera secreta. Nadie sospechaba, porque Milton lo ocultaba con un cuidado extremo. Una de sus estrategias, por ejemplo, consistía en no cargar, por nada del mundo, la droga: siempre la consumía en el mismo lugar donde la compraba. Se trataba, entonces, de un vicio esporádico que no afectaba ni su salud mental ni física. Después del pecado venía la expiación: los ejercicios abdominales, el salto de cuerda frente al espejo, los goterones de sudor. Y por la noche se acostaba temprano para recuperar energías. Dormía, mínimo, nueve horas de un solo tirón. Su obsesión por la puntualidad era notable. Repetía en alta voz los compromisos pendientes, para que no se le olvidaran. Y procuraba llegar quince minutos antes a sus citas. Además era maniático del rigor. Si el plan de preparación establecía ocho asaltos diarios, él los peleaba todos aunque tronara, lloviera o relampagueara. Si lo pactado era correr seis kilómetros, corría seis kilómetros, no cuatro ni cinco. Si el entrenador le decía que para perfeccionar su gancho de izquierda tenía que lanzarlo repetidamente durante media hora, él lo tiraba durante cuarenta y cinco minutos. Jamás hacía las tareas a medias, jamás aplazaba para mañana lo que debía terminar hoy. Su conducta intachable fuera del ring también contribuyó a su éxito. Pese a su incultura, Milton Olivella, sabía estar. Todo

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se resume en una frase muy simple, dice Samir, Milton era un caballero del carajo; a mi esposa, que en paz descanse, siempre le impresionaron sus buenos modales. Su señorío infundía respeto, sin embargo, y el turco Samir hizo una pausa, en una época fue un lastre cuando salía a flote en el ring. De repente, pese a que el rival estaba groggy, él se abstenía de rematarlo, quizá porque en el fondo consideraba una falta de educación pegarle a un hombre tan maltrecho. Era en esos momentos cuando su ineficacia sacaba de quicio a los espectadores. El problema más grave, a juicio del turco Samir, no era la impotencia a la hora de exterminar al contrincante herido, sino que en esos momentos Milton se confundía totalmente, ni siquiera oía las instrucciones que él le gritaba desde la esquina. Se quedaba inmóvil, envarado. Algunos oponentes moribundos aprovechaban ese segundo aire que él les ofrecía, y terminaban ganándole. Una noche, por pura casualidad, sus mentores descubrieron la forma de quitarle esa tara. De pronto Jorge Machado, quien se estrenaba como representante de Olivella, iracundo por tanta pasividad de su boxeador, disparó un hijueputazo que despertó al público y a los peleadores. Era una reacción que nunca se podría haber esperado del turco Samir que conservó su carácter calmo hasta el día de su muerte y que si acaso gritaba un Sube la izquierda que te estás desprotegiendo. La reacción de Milton ante el grito de Machado fue inmediata: lanzó un recto de

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derecha que le arrancó el protector bucal a su contendor. En principio nadie se percató de la situación hasta que la pasividad volvió y Machado lanzó un insulto peor que el anterior. Milton respondió con un gancho pavoroso que, al estrellarse en las costillas de su rival, sonó como la rasgadura de un lienzo. Machado vio de golpe lo que estaba pasando, y claro, largó un nuevo grito: –¡Negro hijo de puta, no sirves para una mierda! Milton mandó un derechazo que pasó zumbando a pocos centímetros del rostro de su contendor. Donde hubiera atinado sencillamente le habría desprendido los dientes, recuerda Samir. –¡Servirás para marica, porque para boxeador no! Fustigado por la lengua punzante de su nuevo mánager, Milton decidió tirarse a fondo. Con un gancho de derecha lanzó a su contrincante contra las cuerdas, y ahí mismo, envalentonado por los nuevos insultos de Machado, dio el golpe de gracia. El contendor se arrodilló en la lona, boqueando de manera penosa y luego se dejó caer del todo. A partir de esa noche Machado se ubicaba en la esquina de su protegido no para dar consejos técnicos sino para lanzar insultos en los momentos indicados. La noche del 28 de octubre de 1972, en la que Milton Olivella estaba siendo derrotado en su segunda, y seguramente última, pelea como aspirante al título mundial, Machado lanzó la frase que cambió la historia de la categoría Welter Jr. –¿Quieres dólares, Olivella? Entonces suelta las putas manos

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y pega, negro hijueputa, o si no te devuelves a comer mierda a Palenque. Olivella lanzó una combinación tan rápida que el afectado dijo a la prensa no haberla visto y tan potente que lo acostó sobre el tinglado del complejo Nuevo Panamá por mucho más de los diez segundos que le tomó al juez Hernández dar por terminado el combate. Quince mil personas quedaron en silencio, desconcertadas por el desenlace. Incluyendo el equipo que acompañaba a Olivella, los colombianos en el coliseo que lo vio consagrarse campeón no sumaban quince personas. El momento más importante de la historia del deporte colombiano no fue visto por nadie porque los canales de televisión habían decidido no trasmitir la pelea con el argumento de que el boxeo era un deporte de costeños y de negros, que no despertaba interés en la capital. Mientras Milton Olivella le enseñaba a una nación lastimera y derrotada que se podía ganar, el país permanecía de espaldas, ignorante. Por esos días el presupuesto no alcanzaba para que Milton llevara a ninguna de sus dos mujeres o a alguno de sus amigos. El reinado de Olivella comenzó en el abandono y la soledad. A la salida del coliseo lo esperaba Machado en una camioneta. Lo primero que vio Olivella al entrar en el plaustro fue una rubia que sería la primera mujer blanca con la que compartiría la cama. Antes de dejar el lugar Milton pidió autorización para invitar al derrotado a la celebración. Mucho más tarde, en una habitación

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de prostíbulo cerca del puerto de Ciudad de Panamá, después de que Machado les pidiera a las mujeres que se retiraran, Olivella recibió, enfrente de su rival, la primera suma de dinero importante de su carrera. * * * Entonces Efraím dice golpeando el saco de arena mientras yo se lo sostengo: “Un, dos, ufff, ufff. Un, dos, ufff, ufff. Un, dos, ufff, ufff. ¿Cómo fue la vaina, viejo Jhonny? Un, dos, ufff, ufff ”. Y yo: “Nada, primo, yo entrenaba como no tienes idea”. Y Efraím: “Un, dos, ufff, ufff ”. Y yo: “Te digo una vaina, nadie ha entrenado tanto como yo entrenaba en esa época, yo quería ser bueno, el mejor”. Y Efraím: “Un, dos, ufff, ufff ”. Y yo: “Incluso cuando Milton era disciplinado, primo, él se iba a fumar un porro en las noches y a visitar a Ángela y yo me quedaba entrenando”. Y Efraím: “Un, dos, ufff, ufff ”. Y yo: “Primo, y cuando Milton me decía, Hey, cabezón, y se acercaba, Nos vemos más tarde, broder, ya yo no puedo más” Y Efraím: “Un, dos, ufff, ufff ”. Y yo: “Pero yo me quedaba ahí, dándole, creyendo que algún día yo podía ser bueno”. Y Efraím: “Un, dos, ufff, ufff ”.

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Y yo: “Es una vaina hijueputa esa, primo, la de desear tanto algo y no poder obtenerlo”. Y Efraím: “Un, dos, ufff, ufff ”. Y yo: “Te hace daño, te come”. Y Efraím: “Un, dos, ufff, ufff ”. Y yo: “Cuando Milton estaba en la cima, primo”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Llegó un momento en que nadie podía tocar a Milton y él sabía”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Y eso no es bueno, primo, eso es exceso de confianza”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Todos los boxeadores peso Welter que le podían hacer la pelea estaban retirados o muertos”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Él sabía, primo, y se tenía una confianza absurda y yo estaba ahí deseando pelear, deseando un lugar para mí”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Antes de las peleas hacía siesta en el momento en que cualquier boxeador del mundo está a punto del colapso nervioso, él dormía”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Y mientras él dormía yo entrenaba, esperando que algún día yo también tuviera mi oportunidad”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”.

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Y yo: “Mejoré. Mejoré bastante. Llegué a tener un récord decente en el que nunca incluía las doce peleas perdidas en racha antes de ser profesional”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Pero nunca fue suficiente”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Nunca llegué a estar en la lista por el título. Nunca llegué al nivel de Milton, ni siquiera al de los que lo enfrentaban, que no estuvieron en su nivel”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y yo: “Y después lo vi hundirse y era como si yo mismo me hundiera”. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Pero era mejor hundirnos los dos que tener que soportar el fuego que me quemaba por dentro. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Es como ver que alguien más fornica con tu mujer enfrente de ti y no puedes hacer nada, nada distinto de amarla y odiarla. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y entonces empecé a llevarle cocaína a los entrenamientos y le decía que lo hacía por amistad; y le explicaba que no quería que anduviera con malas compañías para conseguirla y le pedía que consumiera poco, que intentara dejarla gradualmente, que consumiera un poco menos cada día, que él era todo lo que yo quería ser y que por eso no quería que se destruyera porque era

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como si me destruyera. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Pero cuando llegaba a casa lo imaginaba consumiendo cada vez más y la sonrisa me desbordaba la boca. Milton era como una estatua y yo la volaba en mil pedazos y yo volaba con él. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. Y después cuando perdió el título y me lloraba en el hombro yo también lloraba, pero de alegría, porque por fin habían acabado nueve años de fuego, de incendio constante. Cuando perdió el título empecé a fumar y dejé de entrenar, estaba libre. Y Efraím: “Un, dos, uff, uff ”. * * * Voy a la calle de la Media Luna. Voy a la calle de la Media Luna. Voy a la calle de la Media Luna. Voy a la calle de la Media Luna. Lucero no responde el teléfono. Nadie quiere hacer novillos con una persona que no tiene dinero, ni siquiera Lucero. Fumo fumo. Yo no le quería pegar. A padre sí porque gritaba yo soy el campeón mundial nojoda y lo que hay es campeón para rato nojoda yo soy el negro que más vale en este país nojoda pero ya no era campeón mundial aunque éramos ricos y las mujeres querían hacer novillos conmigo y madre estaba rezando y padre le decía que se callara y padre estaba lleno de sangre por todas partes porque se había puesto a pelear en el bar y le habían roto

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una botella en la cabeza y madre rezaba y le preguntaba qué pasó y padre no respondía hasta que me lo contó un vecino que le habían roto una botella en la cabeza y madre rezaba y padre le decía que se callara que se lo ordenaba el campeón mundial y madre rezaba y padre le empezó a gritar que por qué rezaba si era que se creía mejor que él mejor que el campeón y madre no decía nada pero seguía rezando y padre le decía que no creyera que era mejor que él y madre rezaba y padre le gritaba No eres mejor que yo No eres mejor que yo Me oyes No eres mejor que yo y madre no dejaba de rezar Benditas ánimas del purgatorio virgen santísima san judas tadeo sagrado corazón de jesús y padre No eres mejor que yo Me entiendes No eres mejor que yo No eres mejor que el campeón y madre seguía rezando y padre le gritaba que se callara y madre rezaba y padre Cállate te digo Que te calles y madre no dejaba de rezar Benditas ánimas del purgatorio san judas tadeo sangre bendita del sagrado corazón y padre le gritaba que dejara de rezar que ella no era mejor que él y madre Jesús misericordioso libera a mi esposo de esa fuerza que lo posee y padre Cállate te lo digo por última vez y madre Señor entra en el cuerpo de mi esposo y comunícale tu infinita paz Hazle sentir… y madre cayó y la nariz le sangraba pero no dijo nada y siguió rezando y llorando y yo le quería pegar y le pegué y le dije que ya no era campeón mundial ni una mierda y me gritó que respetara al campeón y madre me gritaba que no le pegara a padre que era mi padre y tenía que respetarlo y que

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ella era su esposa y por eso él podía pegarle pero yo no quería respetarlo y nos agarramos a golpes y madre gritaba benditas ánimas del purgatorio virgen santísima san judas tadeo sagrado corazón de jesús no dejes que se maten no dejes que se peguen y desde ese día si padre llega a la casa violento sé que es la única manera de tratar con él, a los golpes, como perros, como animales. Pero a Lucero no quería pegarle, a lucero no a lucero no a lucero no a lucero no. No contestó el teléfono. Fumo. Camino por la calle del Estanco del Tabaco y después por la calle de la Soledad y después no me acuerdo y después fumo fumo y salí a la Plaza de Santo Domingo y me metí por la calle Baloco y seguí no me acuerdo por dónde hasta el baluarte de San Pedro mártir y fumo y fumo y fumo y fumo y seguí por la muralla y doblé por la calle Portobello y después fumo no fumo me fumo acuerdo fumo pero fumo caminé fumo mucho fumo rato y caminé y caminé hasta que salí a la calle de la Media Luna. Fumo. A lucero no a lucero no a lucero no. La llamo pero no contesta. Ella me pidió que nunca hiciera estas cosas pero ya no es mi culpa, ella no me contesta. Mientras llamo a Lucero otra vez veo a padre. Me escondo para que no me vea. Fumo. Entró al bar donde se iba a ver con el periodista: la camisa llena de sangre, el labio hinchado. Parecía una persona muerta. Está muerto de todos modos, me parece. Entro al lugar. Prefiero no tomar nada, prefiero fumar. Miro

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a las mujeres y escojo una. Subo con ella a hacer novillos. No la quiero golpear No la quiero golpear No la quiero golpear. Fumo. * * * Era una suerte que el golpe no lo hubiera alcanzado, pensaba Olivella. No sentía dolor y las punzadas en las costillas habían cedido. Se escuchaban los gritos del público como el ruido atronador de las hélices de un helicóptero. Fue mi mejor época, pensó Olivella y se dejó ir en el recuerdo. En esa época los rivales caían como rociados por insecticida. En los minutos previos a las peleas Olivella estaba más preocupado por tener que suspender la conversación sobre política nacional con Andrés Pastrana, el hijo del Presidente, que por los puños de su contendor. Por esos días Milton le había pedido al presidente Misael Pastrana que le pusiera luz eléctrica a San Basilio de Palenque, su pueblo natal, y el mandatario había respondido con una perorata sobre el plan estratégico de desarrollo que había implementado en el país y la inconveniencia de modificar el programa. Sin embargo concluyó que era un proyecto viable y lo iba a tener en consideración. Los días pasaron y Palenque seguía en el olvido gubernamental en el que se mantenía desde 1901, año en el cual las tropas del general Jaramillo, en nombre del presidente de la república don José Manuel Marroquín, incendiaron el pueblo

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en represalia por tres gallinas y una olla de sopa que los habitantes del Basilio habían brindado al general Robles y su batallón hostil al gobierno. Excepto una nueva quema de casas los habitantes de Palenque no esperaban nada del gobierno central. De quien algo esperaban era de Milton que era venerado casi como un santo. La respuesta de Milton al descuido presidencial fue pública: –Si no me va a hacer el favor de ponerle luz eléctrica a mi pueblo que me lo diga de frente –dijo ante las cámaras de televisión. Para muchos esa fue la señal de que Palenque nunca tendría luz eléctrica. Por más importante que fuera Milton un desafío abierto al Presidente en esos términos no podía terminar en otra cosa que en la declinación de la propuesta. Dos días después un helicóptero de las fuerzas armadas de Colombia descendió sobre San Basilio. Los habitantes salieron de sus casas y se agruparon en la plaza de tierra pisada a ver la novedad del aparato. Del autogiro descendieron al mismo tiempo Milton Olivella y el presidente Misael Pastrana. Milton iba vestido con un pantalón y un saco a rayas, una camisa blanca de cuello de tortuga y zapatos de tacón; el Presidente, que parecía un asesor de Olivella encontrado para la ocasión, vestía con un pantalón azul turquesa y una camisa azul celeste. Detrás de ellos bajó una comitiva de periodistas encargados de demostrarle a la opinión pública que las promesas del Presidente nunca son en vano. El mandatario dio un pequeño discurso en el cual

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habló de la instalación de la luz eléctrica como el primero de muchos proyectos contemplados para San Basilio. La gente de Palenque no prestó atención al discurso del Presidente porque todos estaban concentrados en tocar a Milton Olivella para comprobar con sus propias manos que era real. * * * El culto a su figura se debía, explica Juan Gossaín, a que Olivella fue el hombre que nos enseñó a ganar. “Antes de él”, añade, “éramos un país de perdedores. Nos consolábamos conjugando el verbo casitriunfar. Vivíamos todavía celebrando el empate con la Unión Soviética en el Mundial de Fútbol del 62. Olivella nos convenció de que sí se podía y nos enseñó para siempre lo que es pasar de las victorias morales a las victorias reales”. A mediados de los años setenta, Gossaín fue testigo, en Cartagena, de un hecho que le hizo entender la idolatría que desataba el boxeador. El periodista pasaba por una calle del centro, en medio de la modorra de la dos de la tarde, cuando de pronto se asomó una prostituta envuelta en una toalla. La mujer se dirigió a gritos a los vendedores de lotería de la otra acera. –Oigan, ¿a qué hora es la pelea de Olivella? En aquellos años de esplendor, el campeón era un tema obligado en la entrada o en el postre. Cuenta el ex presidente Belisario Betancur que en cierta ocasión el escritor Gabriel García Márquez

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fue recibido, en una reunión de colombianos en Madrid, con la siguiente exclamación: –¡Acaba de llegar el hombre más importante de Colombia! Entonces García Márquez, moviendo la cabeza en forma teatral, como buscando a alguien en el recinto, respondió: –¿Dónde está Olivella? Olivella estaba sentado en su esquina siendo atendido por sus segundos. Cuando despertó alguien le oprimía una esponja con agua fría en la cabeza y le daban viento con una toalla. Se dio cuenta de que no tenía ni guantes ni protector bucal. Enfrente King era levantado en hombros por sus segundos. Del griterío del público solo podía identificar insultos en su contra. Se levantó y salió del ring rumbo a los camerinos. –Vamos –dijo a sus segundos–, que no quiero que me vean llorar como a Marturet el argentino. Terminada la narración de su pelea Olivella pidió disculpas y dijo que se tenía que retirar porque tenía otro compromiso, le pidió a Salcedo Ramos que se apresurara con el libro que lo quería para festejar el aniversario de su título mundial y se despidió de un abrazo. Los comensales de las mesas vecinas lo despedían con poses boxísticas y puños al aire. De pronto una mujer con aire de casquivana lo despidió a gritos: –¡Adiós, campeón! Desde otra mesa se escuchó: –¡Campeónnn! ¡Te veo bien, cuídate!

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Olivella hizo la “V” de la victoria con la mano izquierda, aparentemente despreocupado por establecer de dónde venían los gritos. Pasó entre las mesas en dirección a la puerta, sonrió, chocó la mano de un hombre que se la ofreció abierta. Hasta que dio la impresión de que ya no avanzaba a pie sino encaramado en lo más alto del camión de los bomberos, donde jamás de los jamases volvería a alcanzarlo la derrota. Caminaba desamparado en su quimera, pero dispuesto a defender hasta el final el único trono que le queda.

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