EL ENCUENTRO PERSONAL DEL HOMBRE CON DIOS

P. DE LETTER EL ENCUENTRO PERSONAL DEL HOMBRE CON DIOS El misterio del encuentro del hombre con Dios se, ilumina ante los estudios modernos sobre la
Author:  Ramón Gil Valdéz

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P. DE LETTER

EL ENCUENTRO PERSONAL DEL HOMBRE CON DIOS El misterio del encuentro del hombre con Dios se, ilumina ante los estudios modernos sobre la persona y la fenomenología de la relación interpersonal. El hombre de hoy; deseoso de autenticidad y personalismo religioso, encuentra en este estudio del P. de Letter una clara respuesta. The Encounter with God, Thought, 36 Spring (1961) 5-24 La teología de hoy se interesa por los aspectos personalísticos y antropológicos del dogma. No satisface ya una ciencia religiosa que trate sólo de cosas, olvidando las personas. Por esto, la gracia la vemos como una vida de inserción en Cristo; la fe no es un mero creer algo, sino creer en Alguien; los sacramentos no son simples útiles, sino acciones de Jesucristo, un encuentro con Dios. También es legítimo un enfoque antropológico de la teología. Porque la teología es la doctrina de la salvación, de nuestra salvación. Uno de los hechos más personales y humanos que. puede estudiar la teología es el evento fecundo de nuestro encuentro con Dios.

Fenomenología del encuentro El encuentro de que hablamos sólo se puede dar entré personas, pues implica la relación tú- y-yo. Todo encuentro es bilateral, dos personas han de moverse para llegar al encuentro. No deja de ser misterioso el encuentro personal. Toda persona se presenta ante mi yo como un recinto sellado; es un otro. Y ahí está el encuentro personal que es la unión con otro. Como encuentro implica una unión; como personal, exige una oposición o distinción frente al otro. Aquí radica esta carga de misterio; fe y riesgo que comporta todo encuentro. Se exige una unión que respete la distinción. Por esto, la unión del encuentro se, efectúa en el orden intencional, por el conocimiento y el amor. En lo esencial, estos mismos elementos se dan en el encuentro del hombre con Dios. También aquí se da un encuentro personal. Dios sale al encuentro, y nosotros vamos al encuentro de Dios. A la gracia divina corresponde una aceptación libre por parte del hombre. Pero se acentúa aún más la oposición entre persona y Persona. Lejos de toda fusión panteísta, en el encuentro con Dios hay que tener en cuenta el abismo que media entre Creador y creatura. No obstante, también se da la unión del encuentro, unión intencional por el conocimiento y el amor. Y ya que el abismo es mayor, Dios levanta al hombre, para hacerle capaz de esta unión. Le (la una sobrenaturaleza, y así el conocimiento y el amor con chic: el hombre se une a Dios son del orden de, la gracia.

P. DE LETTER Lo mismo que en el encuentro entre personas humanas, en el encuentro con Dios hallamos una experiencia sicológica que supone subyacente una realidad ontológica. Consideraremos, pues, dos aspectos, el sicológico o de conciencia, y el ontológico o real.

El aspecto objetivo del encuentro El aspecto objetivo del encuentro con Dios se manifiesta radicalmente en la vida de gracia. Por ella el alma se transforma ontológicamente, y adquiere una nueva relación con Dios Trino y Uno, que vive en su interior. Esta relación personal con Dios es algo objetivo y real. Este contacto con las personas divinas no es simplemente una relación lógica. Se trata de la gracia santificante, entidad objetiva, independiente de nuestra subjetividad. La gracia nos pone en contacto con Dios. La fusión no se realiza en el orden del ser; en este caso, nuestra personalidad quedaría absorbida por la de Dios. Nuestra unión con Dios es del orden intencional. Pero conviene recalcar una nota característica de dicha intencionalidad. La unión con Dios que se realiza por la vida de gracia no es siempre consciente. Se puede dar esta unión intencional aun sin actos de conocimiento y amor por nuestra parte. Esta unión intencional estriba más bien en los principios o facultades (gracias y virtudes infusas) de dichos actos de conocimiento y amor. Algo parecido se puede decir de nuestro encuentro con Dios por la vida de fe y por los sacramentos. La fe es un rendirse a una persona, que es la Verdad Increada. La fe implica la confianza de una persona que se fía de Dios. El aspecto ontológico de este encuentro con Dios está en que todo acto de fe es sobrenatural. Es un acto empapado de gracia. Esta gracia es una realidad en la mente del creyente (y secundariamente, en su voluntad); la gracia es el fundamento de una relación real con la Verdad Increada. En los sacramentos Cristo nos sale al encuentro con su acción sacramental (opus operatum). Su valor es tan ontológico que, por ejemplo, al recién nacido que recibe el Bautismo, se le concede la vida de gracia sin que él personalmente ponga ningún acto; es el Espíritu quien desciende y actúa directamente sobre él. Aunque también es cierto que, de ordinario, para la recepción de lo ontológico del sacramento hace falta una respuesta humana; lo contrario sería una cosificación del sacramento. Cristo nos sale al encuentro pero, para que se dé la unión, también falta nuestra cooperación, una disposición, un salir al encuentro, aceptar la gracia (opus operantes).

El aspecto sicológico del encuentro El encuentro tiene una gran riqueza sicológica, porque es un encuentro de personas. Para el encuentro se requiere un conocimiento de la persona que vamos a encontrar. Este conocimiento no puede ser puramente conceptual o de segunda mano. A la persona sólo se llega por la intuición sintética. Pues por conceptos abstractos no se puede llegar al sujeto, al individuo inefable. Necesitamos conocer no sólo qué es, sino quién es. Esto se logra por una especie de intuición que trasciende la quiddidad (qué) para llegar a la personalidad (quién).

P. DE LETTER La escolástica definió a la persona por la autoposesión. La filosofía contemporánea ha enriquecido esta definición, añadiéndole un elemento relativo. La persona sólo se da en relación y oposición a otras personas. No hay yo sin un tú. Es fácil vislumbrar la riqueza de esta concepción de la persona, que ilumina maravillosamente la vida trinitaria. Así, pues, una concepción total de la persona implica la autoconciencia del yo en oposición al tu. Al introducir un elemento relativo en la idea de persona, se refuerza el elemento inasequible de la individualidad. La relación sólo es cognoscible por intuición; porque no es algo, sino un hacia algo (un esse ad). Aunque se presupone un cierto conocimiento de lo qué es, la persona sólo puede ser captada por una visión sintética, tina intuición súbita o progresiva que nos ilumina el misterio de quién es. El lenguaje registra esta intuición con la expresión no-conceptual, pero riquísima, de frases como: Es él. En resumen, el encuentro con una persona es una vivencia consciente de la relación túy-yo. Este encuentro, por el amor y el conocimiento, presupone un conocimiento conceptual de la persona; pero es algo más. Es un contacto, un conocimiento directo, una intuición del quién. Por esta intuición se llega al tú inefable, sustrato ole todas las cualidades y descripciones. Esta experiencia del misterio de una persona es enriquecedora, y desata las potencialidades del conocimiento y del amor. Si el encuentro personal presupone un conocimiento de la persona, se impone la pregunta: ¿qué conocimiento de Cristo o de la Trinidad se necesita para el encuentro personal con Dios? ¿Podemos tener un conocimiento directo de Cristo y de las Personas Divinas? Prescindiremos de las experiencias místicas, para ceñirnos a una experiencia corriente y común a todo cristiano. No hay que decir que la experiencia del encuentro, tratándose de Personas Divinas, guarda sólo una analogía con los encuentros humanos; aquí interviene un nuevo factor misterioso, que es la gracia. Y si la persona humana nos ha aparecido inefable, con mucha más razón lo será una Persona Divina. No obstante, la fe nos invita a experimentar el contacto personal con Dios. En este estudio analizaremos por separado dos puntos. El primero incluirá el conocimiento conceptual previo para ponerme en contacto con la Personé Divina. Trataremos de la imagen mental que nos formamos de dicha Persona, lo que es para ml, lo que conozco de Ella; en resumen, qué es. Un paso ulterior será un análisis del conocimiento directo, que se consigue en: el contacto con la Persona. Este conocimiento, que es intuitivo, llega hasta, el quién de la Persona.

Imagen conceptual No ofrece especial dificultad comprobar la existencia de esta imagen mental, tratándose de la Persona de Jesucristo. Cada cristiano -tiene su idea peculiar de Cristo, más o menos clara y completa. La lectura del Evangelio, el estudio de la religión y la plegaria nos han ido trazando una silueta viviente de Jesús. Gracias a ellas, a veces, ante una obra de arte o una biografía, podemos decir: "Jesucristo no era así". Este perfil de Cristo, formado por elementos dogmáticos, históricos y vivenciales, es sustancialmente

P. DE LETTER el mismo en todo cristiano, a pesar de innumerables variantes. Pero lo que da vida a nuestra idea de Cristo más es fruto de la oración que del estudio. El amor nos ha acercado más a esta Persona que el conocimiento desnudo. El conocimiento sólo llega a la superficie. Gracias al amor se puede llegar al interior de la Persona. Al llegar, pues, el momento del encuentro con Jesucristo, ya llevamos una imagen de su Persona; no es un encuentro a ciegas. Pero la dificultad surge cuando consideramos el encuentro personal con las Personas de la Trinidad. Es necesario para el encuentro tener un concepto de cada una de las tres Divinas Personas. Sin embargo, este concepto es sumamente inadecuado. Para hacernos una idea de la Persona de Cristo, podía intervenir la imaginación. Jesucristo, al fin y al cabo, es una Persona hecha cuerpo, aunque sea divina. Pero tratándose de las Personas de la Trinidad, puros espíritus, nuestra image n antropomórfica de la persona no nos sirve. Todo lo imaginativo, aquí sólo tiene un valor metafórico. Aun los mismos conceptos abstractos, nuestra sicología los ha unido a imágenes; pues bien, estas imágenes concomitantes nos ocultan a las Personas Divinas, en vez de revelárnoslas. Pero el misterio es aún mayor. Hasta el aspecto espiritual del concepto se queda corto al aplicarlo a Dios. Para poder aplicar nuestros conceptos más puros a las Personas Divinas, les tenemos que dar un sentido de ilimitación, de indefinido; sólo así se pueden aplicar a una personalidad infinita. A pesar de esta doble inadecuación, conservan nuestros conceptos un contenido positivo, que nos sirve para concebir a Dios. Por ejemplo, el concepto de persona, purificado de su carga creatural, expresa una gran perfección que podemos aplicar a las Personas Divinas. Nuestra mente puede soslayar la contradicción entre la unidad de esencia y la trinidad de personas, porque son aspectos diversos. La unidad se refiere al qué, y la trinidad al quién. Ayudados por la fe podemos llegar al encuentro con las Personas Divinas, con un conocimiento mínimo suficiente para el contacto personal. Al fin y al cabo, aun en el orden humano, llegamos al encuentro ignorando casi todo el misterio de aquella persona.

Acercamiento intuitivo El aspecto intelectual de la fe es el más extrínseco. La fe unida al amor nos proporciona un juicio existencial y una postura personal que incluyen una como intuición directa de la Persona de Cristo y de Dios tripersonal. Este aspecto íntimo de la fe nos relaciona con las personas Divinas. Es un sí a una verdad no-evidente, la entrega a una persona. El asentimiento de la fe también depende de la voluntad, no es pura intelección. El asentimiento libre de la fe se dirige a la Persona, que nos garantiza la verdad de lo que creemos. Es un rendirse a la Verdad Eterna y personal; y sólo secundariamente se trata de aceptar esta verdad particular. La imagen. mental de Cristo es un prerrequisito necesario para el encuentro, pero la entrega de la fe va mucho más lejos, llega a la Persona misma de Cristo captada por una intuición oscura y aconceptual. Jesucristo actúa en los sacramentos. Al cooperar nosotros a su acción se establece un diálogo de gracia. Esta respuesta, existencial a Jesús nos da un misterioso sentido de su Persona y presencia. Nos rendimos más por amor que por clarividencia conceptual; aunque la conciencia de este encuentro con Cristo depende, en gran parte, de la atención que le prestemos. Esta intuición arroja una

P. DE LETTER claridad nueva sobre la Persona de Jesucristo (el quién) aunque no nos dé a conocer cosas nuevas (el qué) acerca de Él. Esta intuición que nos revela la Persona es un conocimiento por connaturalidad, un conocimiento amoroso, una unión. La persona, que permanece misterio ante el conocimiento conceptual (aun tratándose de una persona humana), se revela aquí, ante la mirada del amor que penetra hasta el quién. El encuentro con Cristo en los sacramentos es un diálogo de entrega en que el opus operantis del fiel corresponde al opus operatum de Cristo. Por este encuentro, Cristo se me hace más real, significa más en mi vida. Aumenta mi confianza en Él, cuento con Él; Él es el Absoluto que jamás me pueda faltar, el horizonte eterno de todas mis seguridades. Este encuentro llena la vida de paz y alegría, como tantas veces lo testifican los júbilos del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por un valle tenebroso, no temeré el mal, porque Tú estás conmigo (Sal 22, 1-4) Esta misma intuición se da respecto a las tres divinas Personas, bajo el influjo de la fe. También para con Ellas se puede dar este diálogo de gracia y la entrega por el amor. De ahí nace también la intuición del conocimiento por connaturalidad, que nos muestra a las tres divinas Personas como amantes que nos aman y nos capacitan para amarles. Y también se pueden distinguir las diversas Personas. El Padre coma fuente de fuerza y ayuda; el Hijo como luz y conocimiento; y el Espíritu Santo como amor y entusiasmo. Todo el conocimiento conceptual que se tiene de la Trinidad se condensa alrededor de estos tres Quienes. Por este encuentro, el misterio de la Trinidad aparece cada vez menos abstruso y más familiar, porque la fe amante da nuevos ojos para ver. Sobre todo algunos místicos, como san Ignacio de Loyola. han llegado a una espiritualidad trinitaria, en que aparecen muy definidas cada una de las Personas divinas. Tradujo y condensó: LUIS ESPINAL

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