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EL ESPAÑOL COLOQUIAL EN EL USO COTIDIANO
Rafael del Moral VIRGINIA TECH
Blacksburg, 28 de abril de 2015
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Queridos colegas, queridos estudiantes, queridos amigos:
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es voy a decir, antes de empezar, que el español es una lengua viva en constante cambio, que en cada generación modifica su coqueta vestimenta, renueva sus palabras, activa estructuras y busca cauces expresivos con recursos metafóricos nuevos y originales. ¿Hacia dónde evoluciona? ¿En qué han dejado de parecerse las palabras y expresiones actuales a las de hace unos años? Me ceñiré a una descripción concreta, a la de las novedades léxicas que revolotean por Madrid y que se pasean después por España. No voy a recrearme en las graciosas evidencias del leguaje popular como son el gusto por la aliteración en expresiones como: Guay del Paraguay o Alucina, vecina. Tampoco en la frase ingeniosa: más tonto que un higo, más listo que una ardilla, más delgado que un fideo… Ni en la rima fácil y otros recursos superficiales. Huye este recuento de esos ejemplos, y se recrea en aquellos que contribuyen al desarrollo de la lengua de la clase acomodada, de la tertulia y de la conversación distendida. Nuestros hablantes jóvenes, una vez abandonada la adolescencia, ocupan esos espacios privilegiados que fabrican nuevas palabras. Se distancian de la generación anterior al crear modas y ritos léxicos que nacen en ambientes urbanos, y que se desarrollan y extienden mediante mecanismos que escapan a nuestra comprensión. Las ciudades, y esto parece un irremisible destino, han desarrollado al menos dos clases sociales diferenciadas: las populares y las elitistas, y cada una con su vocabulario propio. Con frecuencia el español acude a la expresión gente bien para señalar a quienes se sirven de frases distinguidas y elegantes. A la gente bien se le conoce popularmente como gente pija, es decir, gente acomodada que tiene a bien mostrar su distanciamiento de las clases bajas. En las clases populares no hay gente bien, aunque sí gente de bien, es decir, buenas personas. Reconoceremos a una persona de la gran clase porque viste con estilo, y también porque se mueve con gracia al hablar mientras ilustra con gestos un modo de hablar que le es propio. Vamos a observar, sobre todo, las clases populares. Precisamente en este ambiente social ha brotado una nueva clase de jóvenes defraudados o frustrados en su trayectoria. Los llamamos ninis. La palabra es
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reciente. Se crea mediante la selección de dos sílabas de la frase ni estudia, ni trabaja. Son los que, desencantados en las aulas, han abandonado los estudios. Pero al acercarse al mundo laboral y comprobar las escasas posibilidades de obtener un trabajo digno, prefieren acogerse a la generosidad familiar y pasan los años en casa de sus padres sin oficio, sin beneficio, sin proyectos, sin objetivos, sin nada. A los que se pegan al mundo del trabajo con un salario bajo los llamamos mileuristas, pues no superan, o sobrepasan poco, los mil euros mensuales. Y si hace unos años el mileurista era un desplazado social, tiene ahora apariencia de privilegiado porque por debajo de ellos ha surgido un reducto aún más mísero, el de los trabajadores de unos cuantos centenares de euros. Podrían llamarse cientoeuristas, pero la palabra no ha nacido aún. Y por debajo, los subsidiados, que han de sobrevivir con los trescientos o cuatrocientos euros que el gobierno de turno les asigna. Todos mostramos cierta predilección por algunas palabras y desafecto por otras. La selección nos identifica, destaca nuestros gustos, pondera temperamentos, desnuda personalidades, y en el fluctuar de las voces, elegimos aquellas que más agrada emitir. Las modas son diversas. En el respeto a la mujer, especialmente en un país condicionado por el tradicional machismo, que desde hace años intentamos erradicar, nacen nuevas palabras relacionadas con las tendencias. Y en el de la técnica citemos dos vertientes, la de Internet, con conceptos tan nuevos como variados que necesitan recibir nombre con rapidez. De manera general, por otra parte, está de moda lo ecológico, lo biológico, lo que puede protegernos de la degradación del planeta. Así han nacido decenas de palabras en las que el prefijo bio- se acomoda en una variedad en ámbitos. En la bioenergía, encontramos biocombustible, biodiésel, bioetanol, biosintético; en la técnica biofilmografía, bioempresa, biogenética, biomolecular; e incluso en un ámbito moral nos encontramos con la biodisponibilidad o la bioética. Y se ha puesto lo bio tan de moda que alguien podría inventar la palabra biotontos para referirse a quienes no saben quitarse esa pesada tendencia de sus vidas. En busca de una aproximación satisfactoria vamos a dividir las novedades en tres apartados. Recoge el primero las surgidas por una necesidad social; el segundo, los avances que buscan dar nombre a la tecno-
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logía; y el tercero, aquellos términos que buscan eficacia y utilidad comunicativa.
1. Necesidades sociales
La cortesía, a veces poco sincera, suaviza las situaciones mediante el delicado uso de la diplomacia. Todas las lenguas modernas dan importancia a mostrarse amable o cortés, y algunas son especialmente ricas en pronombres de tratamiento. El saludo tradicional español, el menos teñido de valoraciones, el más coloquial, es hola, pero en condiciones que así lo exijan, cierta clase social puede elegir una de las siguientes expresiones: buenas, muy buenas, qué cuentas, qué me cuentas o los más familiares: qué pasa contigo, tío; qué hay, tronco, o sencillamente qué dices, qué es de ti, qué hay de bueno… La fórmula Buenos días don José, con la réplica: Buenos días tenga usted, don Ricardo, que con protocolo tan cortés acompañaba los encuentros de hace unos años, está agonizando, se pierde, y ya solo puede oírse, y cada vez menos, en zonas rurales. Y se han generalizado otras voces un poco confundidas con los progresos en el acercamiento de las clases sociales. La Revolución francesas acuñó el término citoyen. La unión soviética, tovarich, y la versión española, en la Cuba revolucionaria, ha sido compañero. El español de España no ha encontrado equivalencia, pero ha surgido el apelativo tío o tía, muy extendido entre los jóvenes, y también entre mayores. Recojo una charla entre estudiantes: - Tía… ¿Y a ti te parece bien que los americanos manden gente a Marte para que se queden allí? - Pues claro, tía, si no tienen dinero para traérselos, pues que se queden allí viviendo. La conversación necesita rellenar vacíos, servirse de frases introductorias. Cuando se trata de presentar una idea y apoyarla en el interlocutor, la fórmula es Dices tú... en frases del tipo: ¿Y dices tú que los norteamericanos se van a entender con la dictadura cubana? Y una nueva muletilla que rellena el vacío, apoya la opinión: Pues… ¿sabes lo que te digo…? Que no me lo creo.
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Y entonces puede aparecer una frase hecha que apoya la afirmación del tipo es lo que hay o con eso se dice todo… Lo he oído en las noticias. Es lo que hay... Ha salido el presidente Obama hablando con Raúl Castro… Así que… con esto se dice todo Y podría seguir con otras frases hechas como darle mil vueltas a alguien o quedarse con, que significa dominar al adversario: Pero tío, no te das cuenta… El presidente le da mil vueltas al cubano, y se está quedando con él… ¿Pero tú no sabes que los unos viven a cuerpo de rey y los otros están a verlas venir? Los cambios sociales condicionan el lenguaje. La clase política, que tanto influye en la imposición de las formas de una y otra tendencia, cuida los tratamientos igualitarios, y prefiere nivelar por la parte baja, y no hacia arriba. Nuestro antiguo Rey, Juan Carlos I, solo habla de tú. El usted no lo usaba, como lo prueba aquella memorable frase que le dedicó al dirigente venezolano Hugo Chávez: ¿Por qué no te callas?
Y el nuevo rey, Felipe VI, todavía no sabemos cómo se dirige a los otros porque, tan cargado de prudencia, prefiere evitar aquellas decisiones que contribuyan a erosionar su popularidad. En los usos cotidianos el
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uso de usted queda reservado para el contacto en las primeras conversaciones, y pronto uno de los dos propone el tú y el otro lo acepta. La tendencia arraiga en Madrid, y con menos fuerza en capitales de provincia. Las zonas rurales, sin embargo, se muestran más conservadoras. Una fórmula más forzada que natural se impone como nueva para defender la igualdad de la mujer. A veces da por hecho que ya se ha superado la de los hombres en general. La lengua, sin embargo, se pone al servicio de las ideas con la intención de recordar la presencia del género tradicionalmente débil. Frases generales de antes como El hombre ha conquistado la luna, hoy se evitan. Habría que decir El hombre y la mujer han conquistado la luna, pero como eso va contra la norma, se hace necesario buscar nuevas maneras. Así, por ejemplo, El hombre ocupó el continente australiano desde tiempos remotos tendría que convertirse en El hombre y la mujer ocuparon el continente australiano desde tiempos remotos. Y si lo trasladamos al lenguaje político y sindicalista la frase Todos sabemos que el hombre está preparado para aceptar los errores de los otros. Se convertiría en: Todos y todas sabemos que el hombre y la mujer están preparados y preparadas para aceptar los errores de los unos y de los otros y de las unas y de las otras. Pongo énfasis en el ejemplo porque la distinción no puede llegar a todo. El nombre de uno de los sindicatos más populares de España, Unión General de Trabajadores, representado con las siglas UGT, aún no las ha modificado para convertirlas en UGTT, es decir, Unión general de Trabajadores y de Trabajadoras. Y como la lengua no está preparada para esos trotes, se crean situaciones que limitan con el ridículo: Una ministra que recibió el encargo de velar por la igualdad se atrevió a formar el femenino de joven en jóvena, y el de jóvena en jóvenas. Y lo que es peor, hay quien reivindica que si existe la pareja esposo / esposa, habría que habilitar también el grupo marido / marida… Digamos que los participios activos derivan de los tiempos verbales. El de cantar es cantante, el de existir, existente, y el de presidir, presidente, y el de estudiar estudiante con independencia del género. Vale para los dos. Cada día se acepta más presidenta, pero no estudiante, ni pacienta, ni residenta (la que reside). Podríamos convenir que hombres se refiriera a ambos géneros, hombros a los masculinos y hombras a los femeninos, pero ni la lengua ni los hablantes aceptan esa posibilidad. Si lo aceptáramos poidríamos añadir poeto, sindicalisto, turis-
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to, telefonisto, masajisto, trompetisto, violinisto, oculisto, policía y cobre todo machisto. Y sería mucho más complicado si tuviéramos que buscar el masculino pianisto para oponerlo a pianista. Esta última distinción, inadmisible en España, entró, sin embargo, en los usos del español argentino. La nueva terminología, la terminología revisada, se funda en lo políticamente correcto. Y lo políticamente correcto es el uso de eufemismos para evitar aquello que pueda sonar ofensivo. Hay palabras y expresiones que se empiezan a convertir en tabúes o disfemismos a favor de las nuevas vías de expresión. Los que hoy recogen la basura no son basureros, como han sido siempre, sino técnicos de limpieza, o de manera más solapada, funcionarios de medio ambiente. Para los que se dedican a la limpieza de las calles, los barrenderos, podría reservarse el término Técnico en mantenimiento sanitario de vías públicas. Las antiguas criadas ya no son criadas ni sirvientas, ni siquiera asistentas, sino empleadas de la limpieza o incluso señoras de la limpieza (aunque el término señora esté desapareciendo para las mujeres socialmente encumbradas a quienes que antes se le atribuían). A las chicas que cuidan niños o mayores, aunque también desarrollen algunas tareas domésticas, hemos empezado a llamarlas cuidadoras. Para evitar el término obrero, que se ha teñido de cierto desprecio, ha nacido otro, el de encargado, pues a todo obrero se le encarga algo:
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Con lo que ha evitado contestar que es obrero de la construcción, oficio poco considerado, aunque su encargo consista en controlar que los ladrillos estén siempre en su sitio para que otro, también encargado, se dedique a colocarlos. Y para evitar distinciones en los tratamientos no llamará camarada al capataz, y tampoco compañero al jefe, pero está dejando de utilizarse la fórmula pasa al despacho de don Enrique o pasa al despacho del señor González a favor de pasa al despacho del delegado o del presidente o sencillamente pasa al despacho de Enrique, aunque Enrique sea el director de la institución. Sería bueno que cuando llamamos al albañil Auxiliar de servicios de ingeniería civil, además de usar un elegante eufemismo mejorara su condición social. También resulta poco considerado presentarse como mensajero, portero o vigilante nocturno, oficios mal remunerados aunque desarrollen una labor necesaria. Si los llamáramos Coordinadores, pues algo de eso es lo que hacen, quedarían mejor tratados. El mensajero lo es de logística, el portero de admisiones y salidas, y el vigilante de inesperadas visitas. Al primero lo llamamos Especialista en logística, y a los otros Coordinador de admisiones y salidas de personal y Coordinador del Movimiento nocturno. En esta misma línea podríamos llamar Técnico de Márquetin al Repartidor de propaganda y Técnico en logística de alimentos al camarero, y Técnico de clasificación y acopio de perecederos al verdulero… No citaré el nombre popular del oficio que podría llamarse Experta en sexología y terapia personal. Un hombre con aspecto distinguido, con voluntad de identificarse frente a los demás fue, ya en el siglo XIX, un dandi, luego un gigoló, un casanova o un donjuán. Etas voces, tan machistas, están hoy relegadas. Paro ha aparecido otra que identifica a los individuos varones algo engreídos, y mucho menos a las mujeres, se trata de friki, es decir, persona con aficiones, comportamiento o vestuario extravagante o inusual. A las acciones del friki se le llaman frikadas.
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Un grave problema social provocado por la crisis de los recientes años han sido los desahucios. Un desahucio es la expulsión de la vivienda habitada por no hacer frente a los pagos. La manifestación de protesta contraria al desahucio se llama escrache. Un grupo de activistas se manifiesta frente al domicilio del desahuciado con el propósito de darlo a conocer. La palabra nació en su uso político en 1995 en Argentina y Uruguay, y la hemos importado a España hace ahora dos años. La gente sin vivienda tiene que buscar otra, y la toma y se instala en ella sin el consentimiento de su propietario. Quienes se quedan a vivir son los okupas. Podríamos leer en un periódico el siguiente titular: Una vez desahuciados, se trasladaron, como okupas, a un edificio vacío en el barrio de Vallecas. Un sufijo característico emergente con valor despectivo es –ta, introducido en la palabra con diversos procedimientos: así, el bocadillo de los desayunos de los obreros, grande y destartalado, es un bocata; el desagradable amigo que se ha complicado la vida consumiendo alguna droga es un drogata; el combinado alcohólico de las fiestas no es un cubalibre, sino un cubata; el vigilante de seguridad de bancos y empresas es un segurata, y el que, acuciado por la edad ha dejado de trabajar y va a vivir tranquilo el resto de su vida es un jubilata. De la misma manera el militante intransigente del partido socialista es un sociata. La inspiración surgió no hace mucho con el adjetivo pasota, que es quien, para evitar conflictos, huye de cualquier adversidad.
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En esa línea hemos de considerar a las voces que pretenden nombrar con desprecio a quienes resultan modestos, en general los inmigrantes. A los llegados de Sudamérica se les llama, de manera despectiva, sudacas. A quienes entran desde África por las playas andaluzas, mojaditos, con ironía, y si son de piel oscura, subsaharianos; y a los que llegan desde Europa en busca de un turismo económico, guiris. Si su comportamiento se instala en la corrección, si sus acciones resultan elegantes, serán sencillamente turistas. El lenguaje en abstracto parece un ser vivo valiente y generoso que se pone al servicio de una sociedad dispuesta a autorizar y considerar de manera pública a los homosexuales y su derecho a formar familia. La ley autorizó a llamar matrimonio a los formados por hombre-hombre o mujer-mujer. Y familia a la pareja con hijos adoptados, con independencia de que sean algo propios, que nunca del todo, o total o parcialmente ajenos. La nueva convivencia ha transformado el léxico. Así, palabras que fueron ofensivas formadas o derivadas del antropónimo María, están hoy en desprestigio o desuso por desconsideradas. Solo se utilizan en privado y entre conocidos. La voz para referirse a la tendencia la hemos tomado del inglés, gay. Cualquier término que pueda considerarse ofensivo ha desaparecido de los diccionarios. Y lo que no está escrito, parece como si no existiera. Solo en privado se siguen usando. Como la denominación de matrimonio es aceptada, por ley, para una pareja de homosexuales, en las anotaciones oficiales son llamados cónyuge A y cónyuge B. ¿Y cómo llaman los hijos a sus padres? Los textos oficiales no han previsto estos términos, pero en la práctica he visto cómo un chico llamaba a uno papá David y papá Ramón al otro. Cabe pensar en el mismo esquema para las madres, y también cabe esperar que la lengua encuentre términos de mejor acomodo. Otras necesidades léxicas vienen fundadas en los cambios de comportamiento social. La flor de la vida, el inicio de la belleza, más femenina
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que masculina, puede despertarse a una edad tan temprana como los quince años. El surgimiento, la eclosión, el volcán de estética, había desarrollado un término tan popular como cariñoso: quinceañeras. Quinceañeras, o chichas de quince años, son las bellas y jóvenes, aunque tengan algunos más… Y aunque la edad fuera superior, si acompaña la belleza se extiende el término. En la flor de la belleza femenina y de manera un tanto popular, se usa pivón, y también ser un quesito. Para el cuerpo masculino las chicas señalan el atractivo cuando llaman yogurín al chico, o también comentan que tiene un cuerpo danone, que fue la marca más popular de yogures. Un beso amoroso y furtivo puede ser dar el pico o darse un pico, y si el acercamiento es más estrecho, darse el mordisco, o darse el revolcón, y a partir de ahí la lengua, todas las lenguas, se enzarzan en disfemismos que ponderan el machismo, y que el pudor exige no recordar. Si el acercamiento amoroso acaba en fracaso, se dice que el candidato no se ha comido una rosca. La mujer que se siente acosada por el improvisado donjuán podría decirle pues va a ser que no, fórmula relativamente reciente que señala una negativa del presente que se extiende hasta el futuro. Cuando el derrotado se lo cuenta a sus amigos, podría decirles: Pues nada, no me he comido una rosca. O también No me ha hecho maldito caso. Y en otros casos, con menos elegancia, y perdónenme la expresión solo usada a favor del conocimiento: No me ha hecho ni puto caso. Entonces los amigos le preguntarán las razones, y si quiere decirles que la chica ya estaba comprometida, les dirá que estaba todo el pescado vendido, es decir, que no había posibilidades de éxito. En el extremo de la estética, en el declive de la belleza femenina, la palabra cuarentona designa la decadencia. Pero eso ha dejado de ser así. Ahora la belleza se ha hecho mucho más duradera. Los cuarenta no son límite, sino continuidad. Y para dar nombre a esas bondades ha nacido cuarentañera, inspirada en la palabra quinceañera, e incluso cincuentañera, que tanto alegra, por igual, a hombres y mujeres. Supongo que nada ha de impedir que en breve aparezca sesentañera y setentañera, si seguimos viendo el excelente estado de conservación de algunas mujeres tan famosas como adineradas. El canon de belleza actual exige propor-
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ciones que nunca antes la sociedad se habría permitido. Aquella persona delgada de antaño era un desecho social, hoy un elegante personaje, sobre todo en el sexo femenino. Por eso se ha alzado con éxito en español la palabra light, en su acepción inglesa de ligero, suave, que aplicada a la alimentación significa que la ingesta del producto evita o impide la acumulación de grasas. Pero al mismo tiempo el producto ha desvirtuado el sabor, por eso la palabra ha viajado hacia el significado de soso, falso o desvaído. Estos significados los cubría en la lengua inglesa el adjetivo soft, por otra parte también utilizado para descafeinado o carente de algo que debería tener. Los adjetivos light y soft dan a entender que el sustantivo a que acompañan no tiene las características que se suponen: La versión cinematográfica de la novela es muy soft, o muy descafeinada. Los niños pueden ver la película, es muy light. La clase acomodada se mueve en coches de lujo. Para los jóvenes, los coches no son lujosos, pero sí especialmente arreglados o, utilizando el nuevo adjetivo, tuneados, del inglés tunning, modificación. Guardan su ropa de marca en amplios armarios que ocupan un espacio particular en la entrada del dormitorio, los modernos dressing-room porque la palabra vestidor, tan castiza, queda reservada para los vestidores antiguos. Y se congratulan mirando su colección de camisas, de polos, de faldas, de zapatos, de lencería… Entre sus equipos, uno dedicado a algún deporte exótico como el puenting, rafting o barranquismo, que consiste en elegir la ruta difícil que nadie ha hecho antes por un barranco. Entre sus gimnasias preferidas, spinning y pilates… No se les ocurrirá hacer un informe llamando listado de las empresas más competitivas, sino ranking. Y para seleccionar a alguien preferirán el anglicismo casting. Tampoco hablarán de que en un avión ha habido sobreventas de billetes, sino overbooking, ni que viajan en clase preferente, sino en business. El gusto por el anglicismo se adentra, con generoso uso, en busca de expresiones puras como forever en frases como es mi chico forever; Oh my God para expresar la sorpresa week-end comparte su uso con el moderno finde (calco para fin de semana…), fashion se acomoda mejor en boca de las chicas, en expresiones del tipo es un conjunto superfashion. Sorry, please y ok se introducen sin permiso en la conversación trivial, así como las combinaciones hispano-inglesas: muchas zenquiu para mostrar el agradecimiento, qué heavy o qué strong o muy strong para mostrar el asombro, compiten con la española qué fuerte, expresión muy generales en frases como:
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- Sabes, tía, que el novio Sonia se ha ido con otra… - Qué fuerrrrte, tía… Fashion, en el sentido de moda, y también de manera, ha variado en castellano la categoría morfológica; en inglés es un sustantivo y también un verbo, pero en español es adjetivo; de este modo, unas gafas son fashion, un traje es muy fashion, y unos zapatos pueden ser muy poco fashion. Por tanto, equivaldría a moderno, de moda o actual, con estilo. En ocasiones, también se aplica a personas de la clase bien: Borja es muy fashion.
2. Necesidades tecnológicas
Los cambios en las costumbres, los inventos, las nuevas realidades, modifican tenazmente la expresión. En los campos semánticos de las nuevas tecnologías el español medio se encuentra limitado en su vocabulario por la difícil tarea de enfrentarse al amplio caudal de nuevas realidades y sus maneras de concebirlas. En ese deseo de expresarse ampliamente y sin complejos, prestigiamos el habla diaria desafiando a la lengua estándar. Lejos de seguir el modelo, el joven selecciona las formas que se apartan de la norma. Por eso, en el lenguaje diario y natural, busca dentro de su propio repertorio léxico todas aquellas palabras o expresiones informales henchidas en sí mismas de expresividad. Pongamos un ejemplo. Ese dispositivo de almacenamiento tan útil en la informática que los anglófonos llaman pen driver, todavía no tiene nombre estable en español, o, dicho de otra manera, tiene tantos que está a la espera de que uno de ellos oculte a los demás y se alce como definitivo. La publicidad, deseosa de mostrarse elegante y seductora lo llama dispositivo de almacenamiento, y cuando prefiere someterse a la invasión anglófona puede llamarlo memory stick, o USB memory, memory key o pen drive. De manera mimética muchos españoles lo nombran memoria stick, lápiz de memoria, llave de memoria o memoria USB. Pero el español castizo tiende a huir de la pedantería, de la cursilería y, si es posible, del anglicismo. Poco habituado a la articulación germánica, se refugia en el ingenio popular y le concede nombres tan originales como metafóricos. Los hablantes, alarmados por la complejidad, recurren a la palabra comodín: pásame el cachirulo, que es como decir pásame esa cosa pero con más gracia, o bien pásame el chiriflú, que es más onomatopéyico… Y por su parecido con otros objetos, y en particular por su forma alargada, algunas personas lo llaman pincho o pinchito, porque en forma de objeto punzante se lleva hacia el ordenador. Por el desplazamiento horizontal y la forma ese le llama cucaracha, y por razones que no nece-
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sito explicar, algo mucho más ingenioso y mimético, aunque también escatológico, vulgarote y relacionado con la administración de medicamentos: supositorio. ¿Qué podría entender cualquier extranjero si al llegar a una oficina oye decir: ¿Préstame tu supositorio que voy a sacar unos datos del ordenador? Lejos de estas disquisiciones los alemanes, más pragmáticos, han fijado el término en stick, y los franceses en cle usb, los italianos lo llaman penna o, elevando su afectividad, pennina (bolígrafo o boligrafito en traducción literal) y los rusos flaska. Los ecuatorianos ya han quedado en llamarlo usbito. Solo el español se muestra parsimonioso y abierto. La tecnología bluetooth nos ha cogido por sorpresa… Y no nos ha dado tiempo a inventar nada, así que al toque de sálvese quien pueda pronunciamos a veces blutu, otras blutus, otras blutut y otras blututh. La mayoría de los franceses, incapaces de articular la consonante interdental, y mucho menos a final de sílaba, la sustituyen sencillamente por una ese, sin más historias, y pronuncian blutus. Podríamos haber llamado bolsa de aire al air bag, pero nuestra palabra bolsa está tan especializada en la bolsa de plástico, en la bolsa de hipermercados, en la bolsa de cosas varias que no es productivo ampliar la polisemia. Tampoco triunfó una propuesta que hubiera sido buena, globo, sencillamente globo, que todavía muchos vendedores de coches utilizan de manera familiar. Y algo parecido sucede con el cruiss, porque la fórmula control de velocidad nos recuerda a la policía, y la palabra inglesa prestigia al coche que usa la tecnología. Así que aquí tenemos a los españoles imitando con mayor o menor estilo la fonética inglesa. Mejor suerte ha corrido el GPS. La palabra navegador, que no tenía espacios en el uso, se ha alzado con gran estilo y aunque comparte su uso con gps cabe pensar que se impondrá como propia. En los principios de la informática teníamos también la palabra cibernética. Hoy ha desaparecido con ese uso, pero conservamos la raíz ciber-, con la que hacemos cibercafé, o café destinado a conectarse a Internet, pero también ciberataque, cibercrimen, ciberdelincuencia, ciberdelito, ciberforo, cibertienda, ciberperiodismo, cibersexo, y nombramos a algunos actores como ciberterrorista o ciberpirata.
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3. Rendimiento y eficacia
Dos fenómenos, en busca del rendimiento y la eficacia, se muestran especialmente ricos en el nuevo vocabulario: el acortamiento de las palabras, y la apropiación y uso generalizado de determinados sufijos. Ya no nos referimos a los acortamientos léxicos tradicionales del tipo: foto, boli, tele, por fotografía, bolígrafo y televisión, sino finde por fin de semana, porfa o incluso porfi en vez de por favor, uni por universidad, insti por instituto, y recientemente el acortamiento trisílabo, también como rebeldía hacia el pasado: manifa en vez de manifestación, biblio por biblioteca, o los monosílabos: bus por autobús, Gon por Gonzalo o Ra por Rafael o Pe por Penélope… había que innovar, y era necesario huir de las formas bisílabas. ¿Sabes que me he encontrado con Gon en la Biblio? La apócope es un fenómeno característico en todas las lenguas. La gente de clase expresan su alegría con ¡Qué diver!, en lugar de ¡Qué divertido! Secuencias similares aparecen en ¡Qué ilu! En vez de qué ilusión. Y entre las clases populares ha nacido simpa, formado con las primeras sílabas de sin pagar. Cuidado, le dice un camarero a otro - que ese tío de la esquina es capaz de hacer un simpa. Dos modernas formas no autorizadas por el lenguaje elegante sirven para hilar la conversación. Una es la palabra de apoyo vale, útil en muchísimos casos en los que se introduce sólo para hacer una pausa, o para a poyar el discurso: - Mañana a las ocho, vale, puede pasarse por aquí. ¿vale? - Pues como te iba diciendo, vale, no sabemos nada más que lo que nos ha dicho, vale. De ella, sin embargo, vale, no sabemos nada. La otra fórmula de moda es la expresión a ver, en dos palabras, que no debe confundirse con el verbo haber. - ¿Qué piensas tú de la ley antitabaco? - A ver, sí, por una parte estoy de acuerdo… Pero, vale ya, tía, que no nos den tanto la vara. (Dar la vara es ser pesados.) La introducción de una frase con A ver es propia de hablantes con escasos recursos, y es fácil encontrarla en los jóvenes, que tienen a bien iniciar así sus conversaciones. El apoyo interno de moda es vale.
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Estoy de acuerdo, tía… ¿Vale? O bien: Vale, tía, tú llegas a las nueve y yo llegaré más tarde… Y terminaremos con un ejemplo de cómo la edad se acomoda al lenguaje. La necesidad de ponderar un asunto utiliza muy bien como expresión generalizada y neutra. Pero en la tierna infancia se convierte en: chachi piruli para los adolescentes se transforma en mola cantidad; quienes inician la edad adulta utilizarían de fábula, pero la edad de la reflexión recupera la fórmula menos afectada, la tradicional muy bien. Este proceso nos recuerda cómo al final los usos lingüísticos recuperan sus cauces. Los límites espaciales que conocía nuestra sociedad se han desarrollado en los últimos años hacia lo más grande, por un lado, y hacia lo minúsculo por otro. La lengua, forzada a denominar estos nuevos espacios, se ha acomodado a prefijos que nos facilitan la creación de neologismos. Entre los que agrandan nuestros espacios el prefijo euro, de Europa, nos sirve para citar todo aquello que afecta a la realidad europea. En el ámbito de la política, eurocomunitario, eurocámara, eurofuncionario, eurocomisario, europarlamento, euroorden, en el de la economía eurotarifa, eurotasa y euribor, y en el de la decepción, euroescepticismo y eurofobia. Pero resultan mucho más audaces los prefijos macro-, mega- e hiper-. Formamos así palabras relacionadas con el ocio como macrofiesta o megafiesta, macroconcierto o megaconcierto, macrodiscoteca, macroespectáculo, macrofestival, macrobotellón; y otras relacionadas con el desarrollo económico como macroempresa, macroprograma o macroproyecto. En las grandes construcciones, megaciudad o megaurbe y megaproyecto. Y en de la técnica megapíxel o megawatio. Nos sirve hiper- para formar términos como hipercompetitivo, hiperdesarrollado, hiperespecialización, hiperliderazgo, y en el campo opuesto hiperterrorista o hiperviolento. Y cuando no queremos destacar la amplitud espacial, sino numérica, nos servimos de los prefijos multi- y pluri-, que en cualquier caso significa muchos. En el campo de la técnica multiconferencia o multicultivo; en el del conocimiento, multiculturalismo, pluricultural, multifacético, multilingüismo, plurifacético, plurilingüismo; en el del uso: multiusos, pero también multifunción o multisala. En el desarrollo hacia lo más pequeño encontramos la gran utilidad de los sufijos micro y mini. En la técnica: microgravedad, microarquitec-
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tura, microcadena, microcápsula, microcoche, micropartícula, minibús, minipelícula. En el de la economía, microempresa, microcrédito o micropréstamo. Servirnos de estos procedimientos de composición Supone una enorme economía para la memoria, pues el prefijo nos orienta hacia el significado. El mundo de Internet y las redes sociales estaban presentes con voces como meme, autofoto y guasapear. La primera hace referencia a una imagen o texto, a menudo de contenido humorístico, que se comparte viralmente en las redes sociales durante un periodo breve de tiempo. Autofoto es equivalente a selfi pero ahora preferimos selfi. Wasapear es el nuevo verbo que designa el intercambio de mensajes por la aplicación WhatsApp. Y terminamos. Las lenguas, espejo de sus hablantes, tienen la vida que le transmiten sus hablantes, y los cambios son tan imparables como imprevisibles. El español es una lengua ardiente, cálida, adaptable, capaz de modelarse y adaptarse a las situaciones. Pero los españoles somos tan indisciplinados como indecisos, tan brillantes en la elocuencia, como chispeantes en la fiesta, tan dignos en el ceremonial, como ocurrentes en la charla, tan elevados en la nobleza, como plebeyos en la estrechez. Y como no podemos detener estos cambios, como fluyen imparables e incontrolables, hemos de confiar en las posibilidades y utilizarlas como uno de los instrumentos más útiles de comunicación que ha producido la humanidad. Tenemos que saber gozar con nuestra lengua. Aprovecharla como una propiedad tan suntuosa como económica, un tesoro fiel, dócil y generoso a través del tiempo y de las generaciones. Muchas gracias