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Colaboración:
“El hombre de la selva” Vivencias ante el Humanismo y la Sociedad Tecnológica Por Cesar Viveros Coronado1 Durante la primavera de 2002, río abajo de la reserva indígena de los Chimalapas, en la Colonia Cuauhtémoc en el estado de Oaxaca, en un paraje de los últimos relictos de selva alta siempre verde en México en aguas de corriente fuerte cuya alta velocidad se incrementa en horas por los cambios bruscos de nivel, producto de las variaciones pluviales de esa época, estaba entretenido en la ardua labor de colocar con atino la carnada en los anzuelos, me desentendí de que mi hijo César y mi sobrinos Gil y Carlos se alejaban por la rivera jugando y tratando de encontrar un remanso donde tirar la caña en nuestro primer día de pesca. Tal vez fueron unos veinte minutos en que me entretuve arreglando con elegancia mi caña de pescar, cuando de atrás de algunos matojos, en una veredita de la rivera, una voz algo ronca, pero de tono paternal me dijo, “… los jolotes están en las pozas hondas …”, me volteé y salió debajo de unas ramas un hombre pequeño, arrugado y pelo cano, algo rizado y de ojos verde claro, una camisa de mezclilla algo sucia y un pantalón con jirones en las piernas, como esos que a mi hijo le gustaba usar en los días de secundaria; sus pies, curtidos por la falta de calzado cerrado, los cubrían una suela y unos cordones con apariencia de guarache; traía un morral con enseres de pesca que sólo consistían en unas tablitas con unos metros de hilo de pesca y una cajita de hoja de lata con un algunos anzuelos oxidados. En forma casi inmediata, el viejo hizo un estudio visual de nosotros, tal vez quería cerciorarse de que no fuéramos narcotraficantes; sus verdes ojos se movieron analizando nuestra estación de campo y al ver a los chicos y nuestra calma, su rostro se lleno de confianza de inmediato. Un contraste resaltó entre mi caja de pesca colorida de curricanes, moscas, señuelos, ganchos de todos los tamaños de brillante acero, carretes de hilos de varios calibres, pinzas, plomadas y toda aquella vanidad que le pudo caber a mi caja de plástico de tapa con seguro y manija para cargarla - que después de cien metros de distancia solo se convertía en un estorbo - y aquel morral que el viejo llevaba cruzado sobre su torso, útil para desplazarse en la selva, saltar obstáculos, rocas, troncos de árboles e incluso nadar con el morral puesto a la espalda, por algún trecho del rió, cosa absurda que yo no intentaría pues la caja de pesca sería un lastre.
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Profesor del Instituto Tecnológico de Úrsulo Galván, Veracruz,
Ante la comparación visual que ambos hacíamos en la presentación inicial, de inmediato concluimos con la mirada, que aquel morral de pesca, ante las circunstancias del lugar, superaba en todo a mi caja de pesca. Hoy no me acuerdo de su nombre. Lo que no olvido es que estuve ante un ser humano que, sin palabras, me daba una lección de humanismo y sobrevivencia; él buscaba peces para alimentarse, yo pescaba para salir de la rutina deshumanizada de la vida urbana, pero no me daba cuenta que llevaba como equipaje una carga de vanidad tecnológica y productos mercadotécnicos que no me dejarían sentirme libre de verdad como un ser humano. El viejo, a quien llamaremos “El hombre de la selva”, me daba de primera mano, una gran enseñanza, por primera vez me encontraba ante un modelo al que yo he aspirado para sentirme ser humano que forma parte integral del ecosistema como aquel viejo formaba parte de la selva donde vivía. Este “hombre de la selva” mostraba ser un humano que “… lograba desplegar sus potencialidades individuales, como caso único y las hacia realidad…”, como pude comprobar en el transcurso de nuestra plática. Detrás del viejo, a escasos centímetros, como si fuera su sombra, lo seguía una mujer joven y morena, de cuando más 23 años. Su vestido, que alguna vez fue blanco, muy viejo y usado, parecía formar parte de un guardarropa de dos o tres prendas; llevaba una cubeta en la mano para guardar los “jolotes”, una especie de bagre que vive en las aguas tropicales y que produce gran cantidad de carne. Ella no mostró gran capacidad de comunicación o se sometía a alguna disciplina de pareja. La comprendí, pues en esos lugares la situación social y cultural tienen características propias y entablar relaciones con desconocidos no es una buena idea, sobre todo, por tantos problemas de alcoholismo, drogadicción, narcotráfico y las consecuencias propias de estos fenómenos en estos lugares marginados socialmente, que provocan que la gente se mantenga a la defensiva. “El hombre de la selva”, me presentó a su esposa, yo les presente a mis hijos (es decir, a mi hijo y a mis sobrinos) y platicamos de pie, pues no había piedras o troncos de árboles adecuados para sentarse. Él me enseño algunos trucos referentes a cómo amarrar el anzuelo y al tipo de carnada para los “jolotes”. Entendí su mirada sobre mi caja y supe que no era sobre los coloridos señuelos (juguetes de nula utilidad para pescar jolotes), lo que le sería de vital importancia para él, su interés estaba en los ganchos de acero; tome un puñado y se los regale; la herramienta tecnológica de más utilidad para él, era la tecnología más sencilla para mí que, engañado por los señuelos vanidosos, me impedían liberar mi ser humano. No lograba despojarme de lo superfluo para disfrutar de verdad los retos de sobrevivir, aunque fuera temporalmente, integrado a un ambiente que impone presión a nuestra naturaleza de debilidad biológica. El hombre de la selva, refirió que vivía desde hacía más de 20 años en estos parajes y que antes de eso, había sido ciudadano común y corriente en Distrito Federal de México, información que se le comprobaba como cierta por su modo de hablar, en el que todavía asomaba un tono de “chilango”, un lenguaje fino lleno de conceptos de persona culta y muy atento. Aquella figura de
hombrecito, de color canela, más bien dorada por el sol, pues su tez natural debió ser blanca, remitía a una gran contradicción, un ser humano intelectual pero harapiento, de fino lenguaje y con el más precario equipo de pesca buscando el sustento para la cena a orillas de un río que serpentea atravesando Los Chimalapas, entre acantilados con majestuosos árboles tropicales entre la jungla llena de animales ponzoñosos. Una razón importante debió haber existido para que un hombre dejara “las comodidades de la ciudad”, para estar en ese “infierno verde” y a esa edad donde el paradigma del “hombre culto” busca refugio en la familia como la mejor ruta entre otras oportunidades de una sociedad tecnológica. ¿Habría asesinado a alguien? ¿Debería una gran suma de dinero? ¿Sería un delincuente buscado por la justicia? ¿Escaparía de una familia conflictiva? ¿Buscaría un paraíso donde morirse de viejo? Cuantas preguntas posibles podrían formularse ante su situación. Esto jamás lo sabremos. Lo que si afloró de una u otra forma, fueron las contradicciones que pueden aplicarse en el caso, la posibilidad de estar consiente ante una decisión de esta naturaleza, y aceptarse como humano. A juicio personal, lo interpreto como un regreso razonado que busca su sitio en armonía con la naturaleza, aceptando el reto de ganarse la comida sorteando las dificultades de obtenerla y aprendiendo de las experiencias para ir formando un perfil de ser humano integrado al ecosistema, capaz de usar la razón y el instinto (aun como reducto), para sobrevivir en la certeza de su existencia con significado, en una realidad perfeccionable y que, seguro estoy, está llena de la belleza más íntima que un ser humano puede experimentar en esos lugares donde el amanecer de niebla en la selva, el despertarse con los graznidos de los loros y el aullido del “saraguato”, certifican la justicia de ser humano, en tan inmensa diversidad. Los criterios de la vida en este sentido, cobran importancia desde la decisión de cómo vivirla, de la responsabilidad de las actitudes y confirmar una biofilia, que en síntesis garantiza la existencia con significado. De la misma forma, se puede postular que de vivir en esos términos la aceptación de la muerte no sería un conflicto existencial ni siquiera de carácter operativo en la dinámica de un individuo; mejor aun, explotar las potencialidades del ser humano son una oportunidad real y objetiva con la “… conciencia, más o menos clara, de que se puede hacer y ser más de lo que se es y de lo que se hace”, donde la muerte sólo pasa a confirmarse como simple proceso biológico. En otras palabras, no es pretensión crear una expectativa falsa de que “el hombre de la selva” es caso único, por el contrario, todo ser humano tiene la capacidad de “…hacer realidad todas las potencialidades latentes en cada individuo humano.” Porque todos los seres humanos tenemos una salida positiva, apoyando la vida y desarrollando todos los sentidos estrictamente propios, en contraparte de la salida negativa de no aceptar el propio desarrollo y degradarse hasta ser impotente e improductivo. Nuestro “hombre de la selva”, por más, es productivo, se desarrolla y tiene la oportunidad de dar amor a su pareja y a su vida propia. Respecto de la realización personal,) el hombre descubre que “…la vida sólo tiene un significado: “El desplegar plenamente los poderes que tiene como
humano y vigilar constantemente para poder realizarlos en toda su potencialidad” (Fromm, Ética y Psicoanálisis) Es aquí donde deben definirse los sentidos direccionales de la vida del hombre; una realización personal no implica un logro económico o social. Sus poderes serán los que el hombre quiera para ser y sentirse humano. El intelecto le permitirá una parte y el amor a su prójimo y a la naturaleza harán el resto, pues desde la postura de este ensayo se apuntala que la plenitud del ser humano depende de esa trilogía razón, amor y naturaleza. No es casualidad entonces que nuestro “hombre de la selva” pueda ser “… semejante a los demás en lo general y diferente en lo particular, está vivo y por lo tanto lucha y reafirma la vida y tiene la capacidad de razón, amor y trabajo para hacer aportaciones en apoyo de la evolución de la propia humanidad.” “Hombres de la selva”, por tanto, existen en esencia clonados, no importando que las características fenotípicas y genéticas demuestren su variabilidad; la identidad está en esa esencia propia de los seres humanos que han decidido “desplegar plenamente sus poderes”, tienen la capacidad de desarrollar el “amor productivo”, único real que hace lo necesario para que lo amado crezca y se realice plenamente, el que da respuestas adecuadas para que lo amado pueda crecer y realizarse a partir de la guía y el apoyo, y no domina, ni se es dominado por lo amado, sino lucha porque que conserve y acreciente su individualidad. Cuando el viejo se despidió, regresé a mi labor de acomodar la carnada en los anzuelos, ahora con un conocimiento adquirido, caminé río abajo en un montículo debajo de la magnífica fronda de un árbol ripario donde se asomaba de la poza azul verdosa, la punta de unas ramas sin corteza de un árbol que la temporada de lluvias anterior, había dejado varado en una pequeña cuenca. Más que pescar, coloqué la caña sobre unos jazmines de la orilla con la línea de nylon del 50 hacia la poza, esperando a cada segundo el éxtasis de sentir los tirones de un “jolote” imaginación que fue sustituida por una gran satisfacción de libertad y calma, maravillado de la exuberante vegetación del cañón por donde corre el río Cuauhtémoc afluente del Coatzacoalcos muchos kilómetros abajo. Las garcillas morenas y blancas posadas en las piedras en el borde de un rápido, esperaban algún pececillo o crustáceo para atraparlo, al tiempo que los patos buzos o cormoranes cruzaban frente a mí de vez en cuando. Me olvide casi por completo de la caña cuando escuche un hocofaisán macho con su particular mugido de llamado nupcial y di por terminada mi pesca, recogí la línea y caminé a nuestra estación de campo. Ahí, mi hijo César y mis sobrinos Gil y Carlos que buceaban y atrapaban pequeños camarones, esperaban al resto del equipo de pesca conformado por mi hermano Sergio, el Dr. Ramos Báez, mi compadre Luís Pulido, mi sobrino Sergio y un guía nativo, último que ratificaría la lección dada por el viejo pescador. El guía, un joven de unos 30 años, espigado y correoso había partido con los demás integrantes horas antes río abajo, para llevar a mi hermano a lugares de buena pesca de “robalos” y “bobos”. Sergio de cuerpo robusto de estatura de alta, hacía un fuerte contraste con su tez blanca y su licra negra, un arpón que parecía un arma espacial, aletas azules y un flamante visor que lo hacían verse
como personaje de televisión. El guía por su parte con un pantalón viejo cortado de las piernas, un visor con ligas de una cámara de llanta de automóvil y cuyo cristal empañado no daba mucha claridad para ver a través de él. El arte de pesca del guía consistía en una varilla de acero semioxidada de unos 70 cm. de longitud, al parecer extraída de un resorte de colchón viejo, al extremo posterior de la varilla un hilo de nylon de unos tres metros de largo fuertemente anudada y al otro extremo desvastada con lima, una punta para penetrar en el pez. Cuando preguntamos, como pescaría con ese artefacto, nos mostró una liga unida a un casquillo de cartucho de rifle calibre 22, cuyo diámetro interior coincidía exactamente con el de la varilla, de tal forma que su “arma” consistiría de dos elementos; un lanzador con ligas y el casquillo y un proyectil representado por la varilla. Mi hermano y yo, nos miramos uno al otro creyendo que nos estaba tomando el pelo; si con el gran arpón tipo pistola con gatillo y tubo de aluminio y fuertes ligas de caucho y varilla de acero, muchas veces no lográbamos penetrar a un pez grande, ¿como aquel individuo flaco y de aspecto alcohólico con una varilla oxidada y una liga, podrían hacer daño siquiera a un “charal”? Apostando a la tecnología perdí; el equipo de arponeros regresaba cruzando a nado el río y con ellos, una gran cantidad de peces, “mojarras”, “guabinas”, “truchas” y un gran “robalo” en una sarta brillante de escamas. Sin preguntar quien lo pescó, falsamente me incliné por Sergio como quien pescó el bonito animal y me quede pasmado cuando con su mirada de “¿puedes creerlo?”, me enteré de la hazaña del segundo “hombre de la selva” que habíamos conocido. ¿La capacidad humana o el apoyo tecnológico, decidieron resultado? Sergio, hombre audaz, fuerte, inteligente, buzo con experiencia en mar y río, no fue capaz de atrapar un pez como este. Podría tener justificantes: no conocía bien el lugar o no tuvo suerte en ver los peces, pero al preguntarle su experiencia, estaba maravillado de la riqueza de la fauna acuática, grandes peces se le cruzaron, pero no logró el éxito. Su arpón, magnifico en aguas marinas, de esos que usan los tiburoneros de la televisión, presentaba demasiada resistencia a la corriente y tenía que sostenerlo a dos manos, así que apuntar con tino a los veloces animales fue prácticamente imposible. En cambio Sergio refirió que en la simpleza de la tecnología usada por el guía, había una estrategia inigualable: la varilla delgada y manipulada con una mano presentaba un modo práctico de disparar y con la otra mano, libre, podía asirse de las rocas y con mayor afianzamiento apuntar a la presa. Pero hay más, el arpón moderno presentaba unión entre éste y la varilla por una cuerda larga de tal forma que al salir disparada sólo necesitaría jalar la cuerda para hacerse llegar la varilla y preparar un próximo tiro sin moverse de su lugar. Y en la técnica del guía la varilla no estaba unida a nada, esta sería lanzada y en caso de fallar, se iría lejos del tirador, teniendo que nadar buceando para ir a recogerla entre la arena, piedras o fango, de tal suerte que planteaba una gran dificultad desde la perspectiva de nuestra “inteligencia”. Sin embargo, esta dificultad era poco probable para el guía, pues los tiros errados eran muy pocos, lo que en términos concluyentes llevó a pensar que el
éxito dado con esta forma de pesca, estriba con mucho mayor porcentaje debido más a la capacidad humana que a una tecnología, por sofisticada que sea. Estas vivencias me han hecho reflexionar ante el valor de ser humano, definirme incluso como un hombre mas humanista que técnico, y me complace mucho reflejarme así con mis alumnos y quienes me rodean, creo que por eso pude penetrar en la dimensión donde se desarrollan los “hombres de la selva” e interpretar con respeto su naturaleza. Porque es ese el humanismo según Rosales (2005)”… el respeto a las diferencias personales y al entorno. Su preocupación reside en rescatar valores de respeto, solidaridad, libertad, responsabilidad y tolerancia, en una sociedad llena de tecnología y competencia.” Cuanto podré agradecer al encontrar el modo de que mis alumnos actúe más humanísticamente, pero me entristece la realidad fría y abrumadora de que la sociedad en que nos desempeñamos es una sociedad tecnológica, por esto me he atrevido en expresar mi ensayo aun a sabiendas que a muchos les dará risa y se burlaran de este formato que está lleno de errores propios de mi naturaleza humana y de humanismo, pero que a alguien conmoverá para fijarse de la gente y el ambiente que necesita atenderse en las regiones casi olvidadas de México. No por ello, me avergonzaré de insistir como maestro, en ayudar a los jóvenes a humanizarse y a depender de la tecnología como debe hacerse, como una excelente herramienta, y no como lo principal pues “la injusta valoración de la tecnología en la educación es la deshumanización. La tecnología en la educación no debe de buscar exclusivamente insertar a personas en el mercado laboral, además debe de tener como objetivo primordial promover la enseñanza de valores necesarios para un bienestar individual y común” (Rosales op cit). Visto de esta forma, he encontrado en este trabajo, la oportunidad de compartir una ruta libre para soltar por primera vez en mi vida docente, la posibilidad de aplicar (sin los vetos de los formatos de la administración institucional) los principios del pensamiento productivo, pues “no soy indiferente al objeto del cual pienso; me intereso en el objeto que esta en mi pensamiento, por eso pienso en él y tengo el mas alto respeto, por el objeto de pensamiento”. En tales términos, me aferro al “… paradigma humanista que considera a los alumnos como entes individuales, únicos y diferentes de los demás, como seres con iniciativa, con necesidades personales de crecer, con potencialidad para desarrollar actividades y solucionar problemas creativamente” … “no son seres que únicamente participen cognitivamente sino personas que poseen afectos, intereses y valores particulares y se les debe considerar como personas totales… (García en:, www.psicopedagogia.com). Aquella tarde cenamos un riquísimo caldo de róbalo y pescados, frente al rió miraba el infinito, aquí la bóveda celeste parece ser mas grande, no hay humo de fabricas ni de autos; las estrellas son infinitamente apreciables, respiré satisfecho de un gran día, estaba con los míos y disfrutando de la naturaleza. Esa misma tarde, ya en la cabaña de Cuauhtémoc, frente al rió, llegó un gran amigo nativo de ese lugar, venia de río arriba donde asistió como guía a dos
italianos cazadores, por cierto estaba molesto por soportar la soberbia y las groserías de esos hombres, empresarios adinerados, que apoyados en esto creyeron fácil sobajar a nuestro amigo. Genaro nos comentó que los había abandonado a su suerte en la selva, para que aprendieran que aquí ni el dinero, ni la alta tecnología de que estaban ataviados con camuflaje, celular, gafas de sol, armas, etc., serviría para escapar de la jungla; nos reímos mucho pues uno de esos dos italianos era nuestro amigo Luís. En realidad Genaro sólo les estaba dando un escarmiento; a la llegada a Cuauhtémoc, él mismo contrató otro guía para que fuera a la jungla río arriba y rescatara a los cazadores.
Bibliografía Vieytez, P., E. (Compilador) El humanismo y la sociedad tecnológica de la segunda mitad del siglo xx. Fragmentos de los libros de Fromm E. “LA REVOLUCIÓN DE LA ESPERANZA, FCE, México (2001 5ª. Reimpresión); “EL ARTE DE AMAR”, Paidós, España. (1981, 4ta. REIMPRESIÓN); “EL CORAZÓN DEL HOMBRE”, Fondo de Cultura Económica, México (1999 8va, reimpresión); Ética y Psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica, México (1985, 8va. Edición) Rosales, G., F. 2005. Humanismo, comunicación y tecnología educativa en: Observatorio Ciudadano de la Educación. Colaboraciones Libres Volumen V, número 191. México. Meléndez, J. 2005. El Humanismo frente al desarrollo científico y tecnológico en la educación del ser humano. Un punto de vista. En: Observatorio Ciudadano de la Educación. Colaboraciones Libres Volumen V, número 199. México, García, F., J. L. Que es el paradigma humanista en la educación y Carl Rogers .en línea: www.psicopedagogia.com