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EL LIBRO DE LOS MILAGROS, REFLEXIONES INSPIRADAS EN UN CURSO DE MILAGROS LIC. PATRICIA BESADA
EL GRANO DE MOSTAZA
Título: El libro de los milagros, reflexiones inspiradas en Un curso de milagros Autora: Lic. Patricia Besada Diseño de portada: Rafael Soria © 2013 Patricia Besada © 2015 para la edición es España: El Grano de Mostaza Ediciones Primera edición en España: enero de 2015 Impreso en España ISBN: 978-84-942796-5-2 Depósito Legal: B 3573-2015 EDICIONES EL GRANO DE MOSTAZA, S. L. Carrer de Balmes 394, principal primera 08022 Barcelona, SPAIN «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (‹www.conlicencia. com›; 91 702 19 70/93 272 04 45)». Las citas de Un curso de milagros© 1988, 1992 by the Foundation for Inner Peace, © 1999, 2007 by the Foundation for A Course in Miracles están reproducidas con permiso de la Fundación Para La Paz Interior, 41397 Buecking Drive, Temecula, CA 92590-5668, EE. UU.
EL LIBRO DE LOS MILAGROS, REFLEXIONES INSPIRADAS EN UN CURSO DE MILAGROS LIC. PATRICIA BESADA
Agradecimientos
A
ntes de comenzar a escribirlo, este libro requirió de mucho trabajo interior: evaluar si era necesario hacerlo, discernir su propósito. Alcanzar un estado de honestidad en donde cada una de las palabras fuera consciente, sentida, verdadera. Nada de clichés, frases o ideas acarameladas. Así que escribir un agradecimiento es fácil. Al Dr. Kenneth Wapnick, mi sincero reconocimiento y aprecio por su fidelidad y compromiso con los principios de Un curso de milagros. También mi profunda gratitud por haberme concedido permiso para utilizar las citas del Curso. A Milagros en Red, una idea compartida que transformó mis días. A todos los participantes de mis charlas de más de una década. Mi compromiso con la paz interior encuentra verdadera inspiración en cada uno de vosotros. Un entrañable y constante agradecimiento a María Ángela Ros Costa, Manuel Rodríguez Alejandre, Gabriel Molnar, Elsa Cortés, León Illidge, María Eugenia Guerrero, Carolina Corada, Adalberto Bravo y Chiqui; anfitriones de talleres y seminarios que he celebrado en distintos países. La experiencia de hermandad, la radiante generosidad y la calidez recibida ha sido una bendición en mi vida. A Robert Perry, que allá por el 2005 fue el primero en decirme que tenía que escribir un libro. A Jon Mundy que me dio el mejor consejo: «Siéntate y escribe». A Marcelo Ferrero de la Editorial Brujas de Argentina, a Silvia y Jorge Patrono de Creando tu vida, por creer en este proyecto.
Agradecimientos
A Miguel Iribarren de la Editorial El Grano de Mostaza, por su impecable trabajo de corrección de este libro. A Jordi del Rey por las bendiciones que para toda el habla castellana significa su compromiso con la difusión de Un curso de milagros. Finalmente, a mi esposo Jorge y mis hijos Nani y Octavio. Sin ellos, jamás hubiera pensado que el Amor era posible.
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A mi Padre, mi padre y papucho Padre, déjame recordar que Tú estás aquí y que no estoy Solo. L-pII.348.1.1
Índice Agradecimientos.................................................................................. 7 Prólogo............................................................................................... 13
Primera parte. Dos mundos.............................................................. 15 Capítulo 1 Este mundo no es nuestro hogar..............................17 Capítulo 2 Un hogar en el Cielo..................................................41
Segunda parte. El cambio interior.....................................................57 Capítulo 3 Entre obstáculos, olvidos y oraciones.......................59 Capítulo 4 Amor sin sacrificio.....................................................77
Tercera parte. El camino de los milagros...........................................99 Capítulo 5 El viaje de retorno...................................................101 Capítulo 6 Renacimiento..........................................................119 Capítulo 7 El despertar.............................................................135 Capítulo 8 El Cristo en ti...........................................................149
Epílogo............................................................................................. 165
Prólogo
U
n libro es más que una disposición armoniosamente ordenada de verbos, sustantivos y adjetivos que le comunican a un virtual lector una concepción que el escritor no puede evitar compartir. Un libro es un diálogo silencioso, interior, que expresa una voz silenciosa, interior. El deber de cada persona, dijo el maestro Borges, es dar con su propia voz, sabiendo que las palabras que emplea son símbolos que postulan una memoria compartida. Marianne Williamson ha señalado con su natural talento e inspiración que al igual que existen estrellas y superestrellas, existen también libros y superlibros. Y dentro de esta categoría, se encuentran los Libros, inmortales documentos espirituales que contienen las palabras que revelan y acompañan el proceso de comprender las verdades supremas. Los Libros, cuya lectura muchas veces decide el rumbo de la vida de un ser humano. La Biblia, el Corán, el Talmud, el I Ching y varios otros sirven como ejemplo. Para muchos, Un curso de milagros es uno de estos libros. Soy estudiante de Un curso de milagros desde hace más de quince años y para mí, al igual que para millones de personas, es un milagro en sí mismo. Párrafos y párrafos con palabras que enlazan ideas que lenta pero inexorablemente transforman nuestro corazón. Una nueva mirada ha venido a reemplazar aquella que solo contemplaba estremecida y horrorizada un mundo plagado de infamias y crueldades. Seguramente conoces la anécdota del David de Miguel Ángel. Por si no: el magistral escultor señaló que, para esculpirlo, lo único que había hecho era quitar todo lo que no formaba parte del verdadero
Prólogo
David, existente desde siempre en el interior del bloque de mármol. Ese mismo proceso se dispara en nosotros de la mano de Un curso de milagros. Cada vez que practicamos una lección o aceptamos una idea, retiramos los elementos que obstaculizan nuestra verdadera naturaleza. Al abrirnos a la potencialidad que encierra la perspectiva de vivir de otra manera, fragmentos, porciones, eslabones de lo que pensamos que somos comienzan a desvanecerse hasta que, en todas direcciones, refulge únicamente aquello que somos. Sin embargo, lo más sorprendente de esta práctica espiritual es que funciona. Más aún, funciona independientemente de que creas en sus ideas. Si hubo un concepto que me convenció para que comenzara a aprenderlo fue éste: Algunas de las ideas que el libro de ejercicios presenta te resultarán difíciles de creer, mientras que otras tal vez te parezcan muy sorprendentes… Es usándolas como cobrarán sentido para ti, y lo que te demostrará que son verdad. (L-pI.IN.8:1;6) Al practicar las ideas que el Curso nos propone, toda nuestra vida es transformada. Al poco tiempo, comenzamos a ver las cosas de otra manera, de una mejor. Tal como un sabio subrayó: no hay consuelo más virtuoso que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas. El enojo, la depresión, la ansiedad comienzan a desvanecerse. Las cosas que solían molestarnos en el pasado dejan de hacerlo. En un momento dado, reconocemos que somos más pacientes, más tolerantes, con una nueva capacidad de contemplar y abrazar el mundo, nuestro pasado, esta vida. Cada pensamiento de Un curso de milagros nos recuerda la constante presencia del Amor con mayor nitidez, una visión que lentamente va amaneciendo en nosotros; y una voz, gloriosa y celestial voz que, ciertamente, es la nuestra. Este es el camino espiritual que hace años recorro en gratitud. Y comparto contigo estas reflexiones en la seguridad que serán heraldos de bendiciones para todos. Patricia Besada Junio de 2013 La Plata, Argentina
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Primera parte Dos mundos
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Este mundo no es nuestro hogar
Prepárate hoy para los milagros
H
ace poco tiempo, encontré una reflexión de una escritora que bien puede servir como epítome de aquello que todos, sin excepción, pensamos y experimentamos en algún momento de nuestra vida. No recuerdo la cita con precisión, pero Caroline Adams señala que la vida es una jornada sagrada. Es expansión y crecimiento, revelación y movimiento. Es transformación interior, cambio en la visión, reconocimiento de nuestro espíritu. Es ver con claridad y profundidad. Es aprender a escuchar nuestra intuición. Para recorrer esa jornada, obviamente existen caminos. Muchos, similares a laberintos. Y si evocamos la imagen de un laberinto, seguramente pensaremos en confusión, enredo, caos; cuyo propósito para quien se adentre es, tal como lo define la Real Academia Española, confundirlo de forma tal que no pueda acertar la salida. Pero, para muchos, un laberinto es algo más que eso. Desde los albores de la humanidad, y para muchas culturas y espiritualidades, es un símbolo de la vida. Una vida con un propósito definido: primero recorrer el camino hacia nuestro centro interior y, desde allí, regresar al mundo con una mentalidad abierta, un corazón receptivo y una perfecta armonía con nuestro ser. El laberinto, como camino, es sinónimo de vida. Por ende, debe recorrerse en toda su extensión y no hay una receta para hacerlo. El abanico de actitudes es profuso. La caminata puede ser jubilosa o sombría,
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meditabunda o superficial. Se puede escuchar música, cantar o disfrutar del silencio. Se puede caminar por el sendero o por las piedras. Algunos caminarán solos, otros acompañados. Nada de esto importa porque lo verdaderamente importante es la experiencia. Un curso de milagros es un camino a un nuevo mundo. Un mundo que, tal como vamos a subrayar desde estas primeras líneas, ya se encuentra en nuestro interior. Un mundo que ha existido desde siempre y así permanecerá. En cada una de sus páginas se encuentran talladas las herramientas que nos permitirán contemplar de una manera mejor esta vida que, por momentos, aparenta ser un colosal laberinto, una especie de montaña rusa de emociones, pensamientos y vivencias varias. La experiencia ciertamente enseña, y la transformación interior que este camino espiritual propone nos conduce a una nueva clase de vida. Para comenzar a recorrer esta jornada de la mano de los milagros solo es necesario dar un primer paso en otra dirección. Alcanzamos este cambio gracias a un diminuto y pequeño instante de reconocimiento en donde aceptamos sin reservas que debe existir una manera mejor de relacionarnos, una manera sostenida en la apreciación, la dicha y la serenidad. El tamaño de ese primer paso no es importante, no es significativo. Lo fundamental es el compromiso con nosotros mismos, una promesa interior que pone en movimiento toda nuestra adormecida fortaleza y, casi inesperadamente, nos impulsa a dar ese paso de fe. Aprender a contemplar el mundo entero desde otro lugar es fácil, pues percibir desde la Bondad no entraña ningún esfuerzo. Ese otro lugar, esa manera mejor es nuestra conciencia natural, y lo único que nos hace sentir exhaustos y debilitados son las distorsiones que obstaculizan sus medios de comunicación, sus canales de expresión milagrosa. Permitir que nuestra conciencia o Voz natural nos guíe significa recordar un Principio infinito, jubiloso; pero, sobre todo, Uno. Escuchar nuestra Voz es también saber que se encuentra sin excepción en todos los que caminan por este mundo. De hecho, es tan poderosa que es el eterno regalo que hemos de dar a aquellos que han de venir después, así como a los que vinieron antes o a los que estuvieron con nosotros por algún tiempo. El camino de los milagros bien puede verse como una especie de guía a fin de que todas, todas las decisiones que tomamos desde la cotidia18
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neidad de nuestra vida conduzcan siempre al mismo propósito de compleción, júbilo y, en última instancia, paz interior. Esta decisión de elegir a los milagros como camino tiene, además, una fantástica ventaja. No solo nos colma de bendiciones, sino que hace lo propio con todos aquellos que con nosotros comparten esta jornada. Y con los que no también. A medida que comenzamos a escuchar, confiar y aceptar la guía de nuestra Voz, un nuevo sentimiento, uno que sobrepasa nuestro entendimiento, despierta en nosotros. Ese sentimiento es la gratitud. Gratitud hacia nuestro Ser que nos enseña cómo liberarnos de las cadenas que nos mantenían cautivos en lóbregas prisiones. Elegir el camino de los milagros es despertar a la gratitud como estado pleno de la Existencia, gracias a la cual recordamos la profunda interconexión con todo el Universo. Es plenitud del corazón que acepta las bendiciones de la Inocencia solo para extenderlas. Esto es lo único que realmente podemos hacer, pues somos verdaderamente Santos y solo bendiciones traemos con nosotros. Muchos son los que necesitan de nuestra transformación interior para poder oír este llamado por sí mismos. Pero no a través de nuestra prédica, sino simplemente mediante nuestro sereno reconocimiento de que, en esta jornada, todas las cosas son igualmente bienaventuradas. Todas las cosas comparten la marca cósmica de la Creación. Todas las cosas son efecto de la Inspiración Universal. Toda relación —familiar, sentimental o laboral; permanente, casual o temporal— es una bendición, y la gratitud es entonces la forma más completa, más eficiente de ponernos en contacto con nuestra naturaleza. Y así, toda idea preconcebida en relación a nosotros y a los otros se desvanece ante la presencia de nuestro Espíritu en acción.
Infierno personal Demoré unos treinta años el tomar la decisión de reconsiderar algunas ideas en mi vida. De hecho, cuando comencé ese proceso apenas voluntario, no tenía una idea clara de hacia dónde me dirigía. Pero estaba tan exhausta, tan enferma de todo, tan asqueada y vacía que cualquier sitio, por espantoso y yermo que fuera, seguramente sería mejor. Ni una sola vez detuve mi marcha porque, de alguna manera casi inexplicable, comencé a sentirme mejor. 19
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Mi infancia seguía igualita, tan igualita como siempre. El fantasma de Eduardito —mi hermano de seis años que partió cuatro meses después de que yo naciera— continuaba con su lento peregrinar por la casa. Ahí estaban sus juguetes y sus anteojos y su hucha de barro y su voluminoso álbum de fotos en blanco y negro, conmigo siempre en sus brazos. Yo tenía diez cuando mi abuelo dejó de acariciar mi largo cabello lacio y yo de contar las pecas de su calva cabeza. Tenía once cuando mi padre no regresó de su oficina a casa una noche de octubre. Pasamos dos días yendo y viniendo de la dependencia policial en donde denunciamos su desaparición. Yo estaba parada en un minúsculo pasillo de la casa y pude escuchar la voz de mi tía que decía que mi padre estaba en camino. Un compañero de trabajo reconoció su cuerpo en ese apagado e indiferente lugar de los hospitales. Recuerdo mi propio grito y cómo el dolor hizo que mi cuerpecito se doblara. Todo se volvió borroso y áspero; mi padre ya no me daría más el beso de buenas noches. Con mi madre logré tener una prolongada y tortuosa relación. Nada de lo que yo hacía estaba bien. Nada. No podía quererla, no me sentía querida. Me quería tirar a la basura. El infierno era tangible en la Calle 34. En la escuela era educada, cumplidora, siempre con las tareas al día. No buscaba sobresalir ni competir, no era tal mi condición. Me pensaba, eso sí, una buena compañera, pero mis generosidades pasaban desapercibidas para amigos y maestras, porteras y directivos. En los últimos años de mi niñez comenzaron a producirse los primeros atentados terroristas, tiñendo los años jóvenes de mi generación de una extraña amenaza silenciosa. La casa de mi infancia era modesta, escondida en un alejado barrio de calles de barro donde el progreso perdió su rumbo y tardó treinta años en encontrarlo. Recibía muy pocas, casi ninguna visita de mis compañeros; así que la idea de no ser aceptada, de no pertenecer, comenzó a convertirse en algo viscoso. Y persistente. Mis años de adolescencia fueron muy distintos. Naturalmente peores. La dictadura más cruenta, establecida como gobierno de facto, marcó uno de los momentos históricos más terroríficas y espeluznantes hasta el día de hoy. Fuerzas paramilitares irrumpían en las casas secuestrando a personas por motivos políticos o religiosos. Esto signifi20
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caba tortura seguida de muerte en campos clandestinos de detención. Los cuerpos eran ocultados, las pruebas o rastros eliminados. Algunas mujeres secuestradas estaban embarazadas y los niños nacidos en cautiverio fueron apropiados. Y a pesar de todo, faltaba aún la última pincelada macabra del genocidio. Cuando las madres de los secuestrados comenzaron a preguntar dónde estaban sus hijos, el jefe de la junta militar explicó por televisión que no se sabía. No están ni vivos ni muertos —dijo— son una incógnita. No tienen identidad, están desaparecidos. En la Argentina hay treinta mil desaparecidos de una guerra sucia que nos mantuvo prisioneros del pánico durante siete años. Todos teníamos miedo de todo y de todos. En ese contexto recorrí mi adolescencia. Mis días de secundaria se remontan a una escuela pequeña, casi desconocida, elegida por cuestiones de cercanía a mi hogar. Ahí conocí a mi primera amiga. La preceptora le ordenó sentarse conmigo como castigo, para que no hablara tanto. Ella era graciosa, extrovertida y flaca. Yo no. Ninguna de las tres cosas, debo revelar. A veces pensaba que estaba conmigo por lástima, yo era muy tímida, extraña seguramente. Sentiría algo de compasión ante mi tristeza por la pérdida de mi padre y mis lágrimas de sufrimiento por los dramas con mi madre. Algunos preceptores decían que su amistad ejercía una mala influencia sobre mí; mi madre, obviamente, refrendaba el veredicto. Los argumentos esgrimidos eran irrefutables: sus calificaciones no eran buenas, tenía novio y fumaba. De todas formas, Adriana fue la primera persona que quiso ser mi amiga —cualesquiera que fueran sus razones— y no creo haberle agradecido apropiadamente que se sentara conmigo durante cinco años. Mi yugo fue mucho, mucho más liviano gracias a su presencia. Por lo demás, me pensaba buena compañera, ayudando a todos en los exámenes, particularmente de inglés. Pero nada más. A veces tenía ganas de dejar de ayudar: saberme útil solo en esas ocasiones, para luego ser ignorada nuevamente, hacía que me sintiera horriblemente conmigo misma. Pero no podía, era como tratar de dejar de respirar. A pesar de que era un aire sulfuroso que lastimaba. Y mucho. En plena adolescencia, mi vida cambió. Las sucesivas y ruinosas catástrofes económicas del país habían esfumado el dinero del seguro de vida de mi padre; dinero que, según los planes familiares, nos permiti21
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ría una acomodada tranquilidad financiera durante muchos años. Así fue que a los dieciséis años comencé a trabajar. Con esa edad desembarqué en un mundo de adultos traicioneros y traicionados. ¿Así de vil y mezquina voy a ser cuando tenga treinta?, solía preguntarme. Y con todo, comencé mi carrera universitaria en medio de un atormentado laberinto de abominables y execrables hostilidades y errores, perdiciones y absurdos que elijo omitir para no aburrir al lector. El resultado era inevitable, la devastación y aniquilación de mi apesadumbrado corazón.Por momentos percibía únicamente demencia en el mundo, otros solo en mí. Me preguntaba cuánto tiempo más aguantaría. Me gustaba caminar de regreso a mi casa, sola por las noches. Deben de haber sido miles las veces que pregunté a las estrellas: «¿Es esto todo?» Vanidosas, jamás me contestaron. Solía coquetear con la muerte, única salida que de antemano sabía que jamás podría tomar. Recuerdo claramente una noche y un largo y lacrimoso diálogo que tuve con mi corazón, pidiéndole, suplicándole, que dejara de latir. Finalmente me dormí, anhelando no despertar. A la mañana siguiente, todo estaba igual excepto mis ojos, grotescamente deformados por el llanto. En esta oscura trama, la idea de un dios, cualquier dios —benevolente o distraído, vulgar o anónimo— que quisiera socorrerme un poco, no tenía lugar en mí. Y no por falta de ganas de ser consolada y reconfortada. El tema es que no quería tener cerca a alguien que —dándoselas de buenito con sus omniatributos— repartía guerras, dolores y enfermedades; permitía iniquidades, perversidades y malicias varias, dejando siempre que los malos triunfaran en el mundo, mientras los buenos alcanzaban su momento de gloria en alguna obra maestra de la literatura, o en su ingrata versión cinematográfica. Para colmo, en mi hogar se repetía inagotable una misma dinámica. Mi madre se amigaba y desamigaba con una estatuilla de yeso de unos cuarenta centímetros de un Sagrado Corazón delicadamente pintado. Esta pequeña escultura era trasladada de la sala principal al maltrecho cobertizo del fondo, dependiendo de las alegrías o tristezas del momento. 22
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De niña, esta impronta me hizo pensar que dios se parecía mucho a Delia, la vecina de enfrente, con quien mi madre se enojaba para siempre cada vez que me negaba la taza de azúcar que me mandaba a pedirle bajo el pretexto de que recién se nos había terminado. Pasaban un par de semanas sin saludarse, mirando para el otro lado, refunfuñando por lo bajo. Luego se hacían amigas y todo volvía a empezar. Tampoco quería saber nada de un fulano todopoderoso que, cuando la ocasión lo exigió, no pensó en defender a su hijo que nada había hecho, excepto hablar en un lenguaje simple acerca de una hermosura celestial que sería posible en esta tierra si nos amásemos los unos a los otros. Hermosura que —dicho sea de paso— aún hoy colma de júbilo el corazón del más afligido, del más apesadumbrado, solitario, doliente. Nunca me resultó creíble la inapelable idea que heredé del catolicismo dominical. Es más, tenía la sensación de que ese ser supremo había permitido e incluso fomentado que su hijo sufriese por ser bueno (T-3.I.1:5). ¿Cómo fue posible algo así? Inevitables y abundantes fueron mis lágrimas el día que leí por primera vez estas mismas ideas pero desde una perspectiva justa, impecable, benévola.
¿Qué puedo perder? No fue fácil examinar mis creencias, todas mis creencias, bajo una nueva luz. Pero fue —y aún sigue siendo— inevitable. Y esta inevitabilidad es universal, independientemente de los dolores o dichas, pérdidas o triunfos que cosechemos mientras paseamos por estas tierras. Este mundo es el del tiempo y el cambio y la vida y la muerte. Es el de las diferencias y las injusticias, el reparto tendencioso de la abundancia y la distribución global de la pobreza. Es el mundo en donde el castigo bíblico se hace realidad para todos. Con sudor nos ganamos el pan que tenemos que sacar de un suelo que produce cardos y espinas, suelo al que volveremos porque, al fin y al cabo, no somos más que polvo. Es el mundo de los opuestos bien contrapuestos, del conflicto con uno mismo, con los demás, con todo y con cualquier idea que tengamos acerca de la existencia o ausencia de dios. 23
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Pero, ¿no será posible otro mundo? ¿Uno donde la belleza y la armonía no suenen a viejos y gastados clichés? Si cerramos los ojos un segundo, ¿acaso no hay una parte nuestra que dice que sí es posible tener la experiencia de algo inalterable, eterno, perfecto? ¿Una conciencia superior que manifieste la naturaleza espiritual del hombre? ¿Acaso no es posible un dios en verdad divino y no uno vengativo y rencoroso casi idéntico a nosotros? En sus numerosas referencias a la religiosidad, Einstein señaló que no podía aceptar ningún concepto de dios basado en el miedo a la muerte ni en la fe ciega. Tampoco se imaginaba un dios repartiendo premios y castigos a sus criaturas. Borges imaginó un dios que no aceptara sobornos, y Mark Twain dioses que fueran mejores que sus reputaciones. Por su parte, John Lennon, en una de sus canciones, señaló que dios es un concepto a través del cual medimos nuestros dolores. Si el dolor es real, dios no existe. ¿Y si el dolor no fuera real? Un antiguo relato narra la historia de una mujer que todas las noches sueña que un gigantesco, horripilante y repulsivo monstruo la persigue incansable en una mansión embrujada. Noche tras noche, ese engendro deforme corre tras ella, empapándola con su ácido aliento a cada bramido. Finalmente, una noche, la bestia acorrala a la aterrorizada mujer y está lista para desgarrarla con sus abominables y filosas garras. Casi en un susurro, la mujer balbucea: —¿Qué eres? ¿Por qué me persigues? ¿Qué te he hecho para que me atemorices así? En ese momento, el monstruo detiene sus manos, se yergue caballeroso y con una expresión sorprendida responde: —¿Cómo voy a saberlo? ¡Este es tu sueño! Todos hemos tenido pesadillas. Y muchas con los ojos bien abiertos. El mundo que vemos es símbolo del paradigma interno que hemos construido; ideas y creencias, deseos y aspiraciones, emociones y pretensiones, todo esto abrigado en nuestro corazón. No siempre podemos interpretar los eventos o las situaciones en las que nos vemos envueltos. Las cosas no son claras, las emociones nos confunden y la salida parece imposible. No hay nada tan ilícito —señaló José Ortega y Gasset— como empequeñecer el mundo por medio de nuestras manías y cegueras, disminuir la realidad, suprimir imaginariamente pedazos de lo que es. 24
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¿Cuánto tiempo más vamos a seguir nutriendo nuestros temores más temidos, nuestras vetustas y enmohecidas tristezas? ¿Cuánto tiempo más el pasado seguirá nublando el presente? ¿Cuántas lágrimas más? ¿Y si hubiera otra forma? ¿Y si en verdad fuera posible que las pesadillas se transformaran en sueños felices? ¿Y si en verdad existiera un medio por el que los dolores y tristezas, las pérdidas, renuncias y traiciones fueran contemplados bajo una nueva perspectiva, una plácida y reconfortante luz? ¿Y si fuera verdad que en nuestro corazón existe otra voz? ¿Otra voz? Sí, una voz apacible, serena y suave que nos invita a contemplar las cosas desde otro punto de vista. Hay otra forma de ver. Y solo se trata de elegir. Elegir de nuevo. ¿Qué podemos perder con intentar?
¡Arriba, Bella Durmiente! … porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; En su poema «en Paz», Amado Nervo señala con inspirado talento la idea de ser arquitectos de nuestro propio destino. Era yo muy joven, pero recuerdo claramente cuán atractiva me resultó esa idea la primera vez. Construir mi destino, hacerme a mí misma. ¡Qué espléndido! ¡Qué glorioso! Sin embargo, la siguiente estrofa de ese poema me pareció absurda. … que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas. Este fulano solo sabe de rimas melosas, me dije burlona. Pero nada más. Si no, no hubiera olvidado rimar donaire con desaire, bondad con impiedad y otras tantas trivialidades. También podría haber rimado algunas verdades. Por ejemplo, ¿cómo no mencionar que está más allá de nuestro alcance cambiar las circunstancias que han moldeado la 25
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personalidad, los pensamientos y las actitudes que tenemos? ¿Cómo pasar por alto algún verso que explique por qué nos pasan las cosas que nos pasan? Si alguna vez extraje mieles, ¿cómo hago para volver a hacer algo que ni siquiera sé cómo hice? Y cuando recogí hieles… bueno, en eso yo ya no tuve tanto que ver. Alguien me dio las semillas equivocadas para sembrar. Seguro que alguien fue. Un buen día, harta ya de estar harta —parafraseando a otro magnífico poeta—, dejé de preguntarle al mundo por qué y por qué. Al igual que Romeo, supe que era un juguete del destino. Este mundo apesta y toda la gente apesta también. Estoy acá, no tengo la templanza para tirarme del tren, así que amargura y resignación. Pero fue inevitable que otro buen día una idea distinta amaneciera en mi mente. Como un huidizo destello al principio, como un insistente resplandor después. A la larga, todo el mundo empieza a reconocer, por muy vagamente que sea, que tiene que haber un camino mejor. (T-2.III.3:6) No estoy diciendo que esa idea apareció así, tal cual. Seguro que la forma fue otra, pero el contenido ¡sí que fue ese! Tiempo después comprendí. Despertarás a tu propia llamada, pues la Llamada a despertar se encuentra dentro de ti. (T-11.VI.9:1) Un camino mejor. Otro camino que me permita permanecer serena aun en medio de cualquier confusión.El camino, la verdad y la vida. Camino que recorro con mis hermanos. Camino para todos. El camino del Corazón. El camino de los milagros.
Quiero ver las cosas de otra manera Un águila siempre sabe cuando una tormenta se avecina. Y, volando hacia un punto elevado, espera la llegada de los vientos. Cuando la tormenta arrecia, el águila despliega sus alas para que el viento la eleve por encima de la tempestad. 26
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Cuando los truenos y relámpagos estallan, el águila está allí, sobrevolándolos. No elude la tempestad, no la juzga ni se lamenta. El águila solo utiliza los vientos de tormenta para remontar vuelo y seguir su camino. De igual forma, Un curso de milagros nos enseña a sobrevolar las tormentas de nuestra vida, tormentas que, casi inexorablemente, todos experimentamos. Nuestra es la decisión de sobrevolarlas. Solo necesitamos alinear nuestro corazón con la Unión. Las tormentas no tienen por qué derrumbarnos. Siempre podemos permitir que un milagro nos muestre cómo elevarnos por encima de la tormenta hasta encontrar la luz del sol (T-16.IV.3:2). Me gustaría volver a examinar la idea del mundo que vemos.Son muchas las teorías psicológicas y corrientes de pensamiento que explican el fenómeno de la proyección. Pero, para decirlo de manera simple, el mundo que percibimos refleja nuestro marco de referencia interno. Para entender esto apropiadamente, utilicemos un ejemplo. Pensemos en una mesa. Cualquiera sirve. Examinemos ahora con detenimiento y honestidad la siguiente idea: ¿Podríamos alcanzar la iluminación, la visión o el despertar espiritual valiéndonos de esa mesa? Seguramente, la respuesta es no. Yo también dije no la primera vez que juzgué ese pensamiento; confieso que me pareció bastante ridículo e insensato. De todas formas, no tendría que perjudicarme, ya que siempre fui generosa en cuestiones ridículas e insensatas. Sin embargo, tuve certeza de que el despertar espiritual era algo momentáneamente inaccesible, dado el ruinoso y empobrecido estado de mi mente. Exploremos un poco las ideas preconcebidas que tenemos acerca de la mesa: sirve para apoyar la vajilla, los libros, para estudiar, elordenador portátil, la frutera o el florero que la adorna; la lista sigue. Pero, hete aquí que, si pudiéramos durante un solo instante abandonar todas las ideas preconcebidas que albergamos con relación a la mesa, estaríamos mirándola con una mente completamente receptiva, abierta, libre del pasado y libre para pensar. 27
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Tiene algo que mostrarte; algo bello, puro y de infinito valor, repleto de felicidad y esperanza. Oculto tras todas las ideas que tienes acerca de ella se encuentra su verdadero propósito, el cual comparte con todo el universo. (L-pI.28.5:2-3) Estas líneas están expuestas en una de las lecciones iniciales de Un curso de milagros donde, por primera vez, reparamos en una verdad que solemos pasar por alto. Nunca cuestionamos aquello que hemos definido. Por ello, el objetivo de toda espiritualidad responsable y práctica es precisamente ayudarnos a reconsiderar la veracidad de nuestro marco de referencia interno. Volvamos a repetir el ejercicio, pero, esta vez, en lugar de una mesa, pensemos en nuestros padres. Examinemos las ideas preconcebidas que abrigamos con relación a ellos. Cuidado, protección, calor; la lista es larga. Permitámonos durante un instante abandonar todas esas ideas y mirémoslos con una mente receptiva y abierta. Tienen algo que mostrarte; algo bello, puro y de infinito valor, repleto de felicidad y esperanza. Oculto tras todas las ideas que tienes acercade ellos se encuentra su verdadero propósito, el cual comparten con todo el universo. Podemos repetir estas líneas de pensamiento con nuestros hermanos, guardarropas, cónyuges, plantas, jefes, rocas, familiares, alimentos, vecinos, libros, políticos, mascotas. ¿Por qué entonces ninguno de ellos nos muestra algo bello, puro y de infinito valor, repleto de felicidad y esperanza? Simple. Porque a cada uno de ellos le hemos asignado una función, y muchas veces no la han cumplido e-xac-ta-men-te como nosotros esperamos. Esa función, ese propósito que les hemos encomendado, es el obstáculo que nos impide mirarlos con una mentalidad abierta y receptiva. Miro en mi interior, elijo qué clase de mundo quiero ver y luego proyecto ese mundo afuera, haciendo que sea real para mí tal como lo veo. A partir de esa percepción, justifico mis emociones cada vez que lo observado no responde a mis expectativas. Nos valemos de la percepción para desencadenar nuestra ira y agresión, nuestra falta de integridad y comprensión, cuando eso que ve28
El libro de los milagros, reflexiones inspiradas en Un curso de milagros
mos o no vemos, eso que alguien hace o deja de hacer, se aparta de la arquitectura establecida para hacer realidad nuestros sueños. ¡Y cuán limitados somos que siempre creemos tener razón! La idea es aceptar una invitación para aprender a perdonar todo esto. Pero no es el perdón que el mundo nos ha enseñado. Un perdón que excusa la malicia, la destrucción, la envidia. Un perdón que pretende colocarnos en una posición de superioridad moral, intelectual o espiritual desde la que desperdigar nuestra excelsitud a ímprobos y traidores. Es otra clase de perdón, uno que no conocemos y que tenemos que practicar para poder aprenderlo. Uno que está a nuestro alcance y que siempre lo estará, hasta que deje de ser necesario.
Cambia, todo cambia Érase un anciano que cada día recordaba con más aplomo su pasado. Una tarde, mientras compartía un té con sus amigos, abrió su corazón. —En mi juventud era muy apasionado, impulsivo. Anhelaba ver personas felices, plenas, en armonía. Todas las noches le rezaba al Espíritu pidiéndole las fuerzas necesarias para cambiar el mundo. Un día desperté y me di cuenta de que había pasado más de la mitad de mi vida y que no había podido cambiar ni a una sola persona. Desde ese momento, todas las noches le pedí al Espíritu que me diera las fuerzas necesarias para cambiar a mis seres queridos que tanto, tanto lo necesitaban. Ahora soy anciano y mi plegaria es simple: Espíritu, concédeme la fuerza para cambiarme a mí mismo. Un curso de milagros enseña que es posible liberar al mundo de todo dolor, conflicto, problema. En verdad, la primera vez que leí esta propuesta me pareció algo pretenciosa. No obstante, al seguir leyendo descubrí que liberar al mundo es sinónimo de cambiar de mentalidad con respecto a uno mismo (L-pI.132.10:2). Si de alguna manera espero sentirme en hermandad, en armonía, tengo que cambiar de mentalidad. No de comportamiento. No de conducta. Anhelo sentirme en paz cada vez que una injusticia es noticia, que la violencia o el abuso forma parte de cualquier relación, que la mentira ha sido estatalizada. 29
Este mundo no es nuestro hogar
Frente a estos hechos, notoriamente carentes de entendimiento, la respuesta automática es juzgar a las personas involucradas en la situación y perderme en oscuras madrigueras mentales a donde ningún atisbo de revelación sanadora llegará jamás. Sin embargo, existe una mirada diferente para estas situaciones. No trates, por lo tanto, de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él. (T-21.IN.1:7) Esta idea no es nueva para la humanidad. Gandhi dijo que debemos convertirnos en el cambio que deseamos ver en el mundo. Martin Luther King señaló que aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo. Mucho antes, Alexei Tolstoi había mencionado que todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Carl Jung hizo lo propio al señalar que si existiera algo que quisiéramos cambiar en los niños, en primer lugar deberíamos examinar y observar si no es algo que bien podríamos cambiar en nosotros. Un curso de milagros tiene una delicada tendencia a enfatizar ciertas ideas importantes. El autor sabe que somos ligeramente renuentes a considerar algunas verdades, así que la reiteración es un buen mecanismo para captar nuestra atención. He aquí una cita que, casi quinientas páginas después, parafrasea espléndidamente la anterior. Cambia de mentalidad con respecto a lo que quieres ver, y el mundo cambiará a su vez. (L-pI.132.5:2) Entonces, si ya sabemos qué es lo que hay que hacer, ¿qué influencia extraña nos impide lograrlo? ¿Influencia extraña? Ninguna. El único obstáculo que hay que salvar somos nosotros mismos. Vivimos exigiendo que todo cambie. El país, el clima, los hijos, el gobierno, nuestro cónyuge, la economía, todo debe ser diferente para nuestra felicidad. Todo el mundo, todas las cosas deben cambiar. Excepto nosotros. Nuestra es la responsabilidad del cambio. Personal. Silencioso. Honesto. Sereno. En eso consiste el trabajo interior. Examinar honestamente tanto lo que has hecho como lo que has dejado sin hacer, y cambiar entonces de mentalidad. (T-4.IV.2:5) 30