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El libro, el lector y la lectura
Sofía de la Mora Campos
En los últimos años, investigadores de diferentes áreas y partes del mundo se han preocupado por analizar, contextualizar, definir, comprender y hasta criticar a la lectura. En el proceso de producción del libro queda evidenciado que para ser un objeto completo son tres los actores principales que lo constituyen: autor, editor y lector, mismos que le dan vida a la lectura. El presente artículo realiza un recorrido sobre algunos aspectos relevantes a destacar de lo investigado sobre el libro, el lector y la lectura. Se hace cierto énfasis en la problemática en México y en un lector vinculado con la actividad académica que es el universitario. No se pretende profundizar en cada uno de los temas sino simplemente puntualizar para un futuro análisis.
Las clases de literatura crean enemigos de la lectura. JORGE IBARGÜENGOITIA
LA LECTURA ES UN TEMA que en la actualidad ha adquirido gran relevancia; forma parte del proceso de formación del individuo y, por lo tanto, del desarrollo cultural de la humanidad. En el proceso de producción del libro queda evidenciado que para ser un objeto completo son tres los actores principales que lo constituyen: autor, editor y lector, mismos que le dan vida a la lectura. Esta relación requiere de un análisis desde diferentes perspectivas ya que no sólo existe por un proceso editorial, sino como un complejo proceso de comunicación donde se obtiene un crecimiento personal, tanto cultural como social. Esto amerita una reflexión. El proyecto de investigación sobre producción editorial tiene como objetivo general reunir información para el desarrollo de un proyecto editorial y contribuir a la formación de una cultura editorial dirigida. Se pretende definir y describir el proyecto de producción editorial desde los diferentes aspectos que lo rodean, conocer los elementos de decisión y de producción que permitan la construcción del texto-libro, análizar ANUARIO DE INVESTIGACIÓN 2003 • UAM-X • MÉXICO • 2004 • PP. 32-42
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y definir a los participantes en el proceso editorial y describir paso a paso los procesos de producción técnica editorial. El presente artículo, como avance de investigación, es una reflexión donde se plantea una revaloración del lugar que ocupa la lectura, el lector y el libro como un proceso de creación cultural en el ámbito de la producción editorial. Es un resumen de la información recopilada de diferentes autores que se pretende profundizar en el desarrollo de la investigación.
Lectura y sociedad En los últimos años investigadores de diferentes áreas y partes del mundo se han preocupado por analizar, contextualizar, definir, comprender y hasta criticar a la lectura. Es por ello que encontramos por lo menos cuatro puntos de vista, cada uno con sus aspectos de gran aportación para comprender a la lectura, sus lectores y al objeto libro, veamos brevemente a cada uno. Primeramente, para algunos, su objetivo es comprender y ubicar a la lectura como resultado de la escritura, y se le ubica en una parte relevante de la historia de la humanidad ya que la lecto-escritura permite comprender el proceso de la evolución del conocimiento. Hubo una época, hace varios siglos, en que escribir y leer eran actividades profesionales. Quienes se destinaban a ellas aprendían un oficio [Ferreiro, 2002:7].
En este contexto al ser la lectura la mancuerna inseparable de la escritura cabe señalar: [que] es una capacidad individual y totalmente libre que se puede ejercitar de cualquier modo y en cualquier lugar, y con la que se puede producir lo que se quiera, al margen de todo control e incluso de toda censura [Petrucci, 1990; en Cavallo y Chartier, 1998:526].
Existen otros investigadores con la preocupación de ubicar y definir a la lectura como un motor que rompe con problemas de la alfabetización, con los bajos niveles de culturización y con los bajos índices de desarrollo humano. Todos los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era marca de sabiduría sino marca de ciudadanía [Ferreiro, 2002:8]. SOFÍA DE LA MORA CAMPOS
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En un tercer nivel encontramos a los ocupados por el futuro del libro y, por lo tanto, del lector. No con el afán de sostenerlo como un bien comercial sino quizá con el mero objetivo de difundir el proceso de conocimientos generados por el hombre y construidos por autoreseditores y distribuido por libreros y bibliotecarios. Hasta que dure la actividad de producir textos a través de la escritura (cualquiera de sus formas), seguirá existiendo la actividad de leerlos, al menos en alguna proporción (sea máxima o mínima) de la población mundial [Petrucci, 1990; en Cavallo y Chartier, 1988:521].
Por último, no quiero dejar de señalar a un grupo interesante de estudiosos de la lectura que la ven como el espacio del placer y que aceptan que: [...] leer no nos hace circunstancialmente mejores [...] Gabriel Zaid resumiría todo esto en un par de líneas: “Lo que vale de la cultura es qué tan viva está, no cuántas toneladas de letra muerta puede acreditar” [Domingo, 2003:17].
México no se queda atrás en cuanto a la observación y estudio de la lectura. Se han realizado un sinfín de propuestas para el fomento de esta actividad pero los resultados son muy pobres, ya que en muchos de los casos se pretende modificar un espacio consolidado históricamente: la lectura de la palabra, la lectura de un autor, la lectura de un título, la lectura por obligación (impuesta por otros o por uno mismo). Es evidente que la lectura se vincula fuertemente con el contexto político, social, económico, ideológico, educativo y cultural en el que se desarrolla, pero sabemos que nos encontramos en un país donde los programas no tienen una continuidad ni una observación global del problema, y que se limitan a la cuantificación de objetos impresos, distribuidos y vendidos o de sujetos con un mejor acceso a la “lectura” creando espacios que no responden a las necesidades del posible lector sino a la oferta consolidada por la cadena de la producción editorial (autor-editor-librero). En nuestra sociedad encontramos varios tipos de obstáculos para que la lectura se lleve a cabo: el analfabetismo, el analfabetismo funcional, el vínculo impuesto con la lectura desde edad escolar, la ineficiente promoción y distribución del libro, y la presencia de “rivales más atractivos” como la televisión y la internet. Armando Petrucci (1990), en su artículo “Leer por leer: un porvenir para la lectura”, realiza una reflexión sobre los problemas que enfrenta SOFÍA DE LA MORA CAMPOS
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la lectura, y que conviene puntualizarlos en medio de esta reflexión con el fin de no perder de vista aspectos relevantes que permiten entender la complejidad del estudio sobre la lectura, considerando que aunque las cifras no son quizá lo que determina sí son indicadores: a) El proceso de alfabetización está en lento crecimiento en términos de porcentaje, pero el número de los analfabetos es cada vez mayor en términos numéricos y ya ha superado los mil millones; b) las causas de la permanencia del analfabetismo en grandes áreas del mundo no dependerán sólo del bajo nivel económico, sino también razones políticas e ideológicas; c) la producción de libros crece vertiginosamente en todo el mundo, tanto en los países gigantes, Estados Unidos y URSS (al menos hasta 1989) como en Europa, como en los países pertenecientes a otras áreas (pero sólo a partir de la última década); d) por lo que respecta a la prensa, en 1982 se producían en todo el mundo 8 mil 220 periódicos, de los cuales 4 mil 560 en los países desarrollados (en Estados Undios mil 815); e) los préstamos de libros efectuados en las bibliotecas públicas son análogos [en Cavallo y Chartier, 1988:523-524].
Es evidente, por estos datos junto con otras reflexiones realizadas por diversos investigadores, que existe una relación entre el nivel económico y el alfabetismo, la producción de textos y la venta de libros, influenciado también por la estructura social y cultural de cada uno de los países. En el caso de México, podemos afirmar que existe una preocupación por la lectura, por la alfabetización, junto con un sinfín de problemas de “desarrollo”, también que existen estudios interesantes pero que también hay mucho por hacer. Queda claro que es necesario seguir con lo planteado y profundizar en el concepto de la lectura como parte del proceso de vinculación cultural, y reconocer que en México no hay una cultura de la lectura. Sería un error quedarse en la perspectiva de que si se lee o no se lee, también es complejo ubicarlo sólo en el ámbito del conocimiento, o de la obligatoriedad o de la dinámica mercantil oferta-demanda, quizá lo importante está en centrarse en ¿quién lee?, ¿qué se lee? y, ¿para qué se lee? y olvidarse del ¿cuánto se lee? Es un espacio muy sensible a la crítica: ¿quiénes son los que deciden el tipo de lectura?, ¿quiénes van a resolver el “problema” y decidir lo que es un “buen lector”? Aparentemente la lectura es la respuesta a una demanda social y posiblemente económica, contextualizada por una carga histórica y cultural, definida por grupos con características e intereses propios, y no a las diferentes demandas SOFÍA DE LA MORA CAMPOS
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socioculturales donde no se confunda a la lectura con el aprendizaje, con la cultura, con el desarrollo humano. Por supuesto que el proceso de la lectura es relevante para el fortalecimiento del aprendizaje, de la cultura y como obtención de conocimientos, de lenguaje, de vivencias.
¿Por qué la lectura es importante? La lectura debe ser un acto libre, útil, agradable y formativo; es un espacio para dedicárselo el libro que permite un proceso de conocimiento y, un encuentro entre el escritor y el lector; es el ámbito de relación del texto y el libro que fomenta un proceso de enseñanza aprendizaje. Una lectura activa es definida como: un lector que constantemente busca un libro, una lectura, un espacio propio. Rodolfo Castro dice: La lectura es tan fastidiosamente importante que da vergüenza, miedo o rencor admitir que no se lee, y que a pesar de eso se es feliz, inteligente, sensible, digno, justo [en Domingo, 2003:16].
La lectura en el ámbito editorial Por más eruditos y humanistas que sean, los editores producen objetos incompletos por naturaleza. Un libro es un objeto en busca de un lector, y no puede realizarse como objeto cultural hasta que no se encuentra un lector. Ese lector es muy mal caracterizado cuando se lo define simplemente como un cliente [Ferreiro, 2002:22, cursivas de la autora].
No se puede pensar que los escritores, editores y libreros sólo ven al lector como integrante de un mercado, pero sí una gran mayoría de éstos miden al lector por las ventas (Amancio, 1990), pero esto es mucho más complejo. ¿Qué se produce? En las incontables editoriales que existen encontramos la cantidad de libros como autores podemos encontrar, es decir un número indefinido; los temas son incalculables, desde los de mayor difusión como sobre temas inimaginables; el tipo de edición puede ser desde el libro tradicional hasta nuevas propuestas que permiten al libro una lectura diferente que busca integrarse a las
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necesidades y circunstancias del posible lector. El autor, el editor y todos aquellos que participan en la cadena de producción están en la búsqueda de que el texto sea leído. ¿Qué se vende? básicamente encontramos a la venta todo aquello que se produce pero sobre todo se le da un escaparate preferencial a la llamada subliteratura “libros” o “revistas” de “fácil” lectura: historietas, fotonovelas, caricaturas, modas, cocina, “bestsellers”, novelas rosas, etcétera, quizá son “necesidades creadas” y de fácil acceso. La librería y la biblioteca es para la mayoría un santuario del conocimiento donde se acude sólo para la compra de un libro obligado y donde conviven aquellos que son los “cultos”. Las librerías registran de 300 a 600 mil lectores pero éstos sólo son aquellos que tienen los recursos económicos o necesidad escolar (Amancio). En este espacio de encuentro con el libro encontramos que la mayoría de los bibliotecarios y los libreros viven alejados de su contenido, son meramente administradores, no promotores del libro y su lectura. Uno de los grandes problemas del libro en el proceso editorial es el de la distribución, sobre todo publicaciones universitarias. En la ciudad de México es grave por los costos que establecen los distribuidores y las grandes limitaciones que establecen los libreros para cierto tipo de temas y las condiciones de venta; en las otras ciudades de la república es aún más grave por la escasez de espacios para venta, además del incremento por el transporte. Se necesita buscar una distribución nacional, a consignación y con una recuperación a mediano plazo (Mansur, 1990). La recuperación de lo invertido es importante para el distribuidor pero también requiere de una ganancia y para el editor es fundamental la recuperación de lo invertido para poder seguir editando. Es importante señalar que, de manera muy general, la ganancia del distribuidor-librero es de 70 por ciento del precio por libro y el otro 30 por ciento se distribuye en costos de producción (15%) regalías para el autor (10%) ganancia para el editor (5%), es en las reediciones donde el editor inicia un proceso de mayores ganancias por libro; no necesariamente los libros tienen “éxito”, son inversiones arriesgadas. La preocupación por fomentar la lectura de literatura por parte de instituciones públicas y privadas dio pie a la creación del “Programa nacional de fomento del libro y la lectura”, cuyo objetivo es el de acercar el libro a un lector potencial: fomentar la lectura, promover al escritor y difundir obras literarias. Existen resultados como bibliotecas públicas, rincones de la lectura, edición de libros económicos, talleres, círculos
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de lectura, seminarios, etcétera. La promoción es un asunto que requiere de una estrategia que evite la mala interpretación de lo educativo y lo cultural. Hay libros, bibliotecas y librerías pero ¿dónde están los lectores? (Amancio). A pesar de lo riesgoso del mercado y de la inversión, a pesar de la poca claridad de la presencia de un lector y de la lectura, la industria editorial de libros y publicaciones periódicas ha crecido de manera inimaginable. Una carrera desenfrenada, ilusión vertiginosa que sólo puede desembocar en la desesperación y la desesperanza. Hay muchos autores, editores, temas, formas, extensiones y calidades [Mansur].
Es como si la maquinaria del libro tuviera engranes mal articulados, pero camina; como que no hay un engrane que empalme constantemente con los otros, pero se mueve; es quizá esa necesidad imperiosa de comunicarse, de escribir, de ser leídos y de leer. El lector está presente, no es cuantificable, pero se percibe. En la introducción del libro Historia de la lectura, Chartier y Cavallo definen el proyecto de este libro desde dos ideas centrales: La primera es que la lectura no está previamente inscrita en el texto, sin distancia pensable entre el sentido asignado a este último (por su autor, su editor, la crítica, la tradición, etcétera) y el uso o la interpretación que cabe hacer por parte de sus lectores. La segunda reconoce que un texto no existe más que porque existe un lector para conferirle significado [1998:11].
El lector Hay lectores para todo. El lector es un ser polivalente, quien exige diferentes lecturas para satisfacer su demanda: de palabras, de conocimiento, de escritura. Encontramos que se le ha clasificado como lector activo, lector comprador, lector usuario, lector estudiante, lector ocasional, lector profesional, y lector que no quiere ser lector (no-lector). Este conjunto de lectores exige, a partir de sus necesidades, infinidad de textos que de una u otra manera serán ofrecidos por los autores y los editores. Para muchos el solo hecho de poseer un libro, el pasar por sus páginas, por sus letras, significa que es un lector. Los primeros acercamientos a la lectura generalmente no son agradables, son lecturas obligadas, lecturas escolares, lecturas impuestas, SOFÍA DE LA MORA CAMPOS
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lecturas de memorización de fragmentos del conocimiento. La enseñanza de la literatura ve a los textos como un dato y no como una creación. Encontramos a un no-lector que realiza lectura literal, no procesa el conocimiento. Los libros, en muchas ocasiones poco atractivos en su producción, impiden la “buena lectura”, y por lo tanto limitan las posibilidades de expresión, de escritura. Es importante señalar que el libro obligado no necesariamente fue escrito y producido para ser impuesto. Sea cual sea la lectura (literatura o ciencia), el lector podrá tomar una actitud “relajada” que le permita la asimilación y goce del conocimiento. “La escuela se toma tan en serio la lectura que la han convertido en un imperativo, una no-elección” (Amancio). Para “algunos” la lectura (educación y cultura) es progreso. Esto tiene un costo, no sólo económico sino del acceso al conocimiento, ¿qué es bueno para quién? Se necesita fomentar al lector encontrando en cada individuo sus necesidades actuales (tiempo y lugar) y abrir el espacio de la recreación personal. ¿De qué nos sirve leer aquello que creemos que queremos o que debemos, leer? Leer para acumular lecturas puede conducirnos perfectamente al hastío y a la esterilidad. En cambio, leer algunos libros que enriquezcan nuestra existencia puede aportarle a la acción de leer una dimensión infinitamente superior que la erudición disciplinada y muchas veces dictada por la malhumorada obligación [Domingo, 2003:16].
El lector potencial, que busca los programas de promoción, debe ser aquel que en principio logre encontrar una respuesta a su necesidad de conocimiento, de lectura y posiblemente de escritura. Ante esto, es claro que se necesita de una demanda real, de “un lector que goce de la sucesión y estructuración de las frases literarias y entienda las relaciones profundas que establece el texto y, avive el pensamiento y la sensibilidad” (Sampiero). Hay que considerar al lector: no encuentra lo que busca y si lo encuentra es eco de lo mismo. Asimismo, se necesita que todos los programas de promoción no se limiten a la búsqueda de lectores potenciales sólo en el nivel escolar de primaria, sino que se rompa el círculo vicioso de la mala asociación de la lectura en el adulto (padres y maestros), jóvenes (preparatorianos y universitarios) y obviamente en el adolescente. Es claro que es la escuela el espacio más viable para la promoción de la lectura, y debe ser en todos los niveles (desde primaria hasta universidad), diseñando diferentes estrategias para el fomento de la lectura. SOFÍA DE LA MORA CAMPOS
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El lector es aquel que hace del libro un lugar de convivencia con el tiempo y espacio del autor; es aquel que hace suyas las palabras de ese autor; es aquel que convive con las palabras y los espacios blancos; es aquel que no permite que se le imponga una lectura, es el que toma un libro y lo lleva a su rincón. Es importante entender que el problema de la falta de cultura en la lectura hace de la promoción un espacio, para muchos, de constante rechazo; ante la búsqueda de lectores activos, la respuesta es de un no-lector.
Un lector: el universitario La lectura existe a lo largo de toda la preparación escolar, el malestar frente al libro generalmente crece alejando las posibilidades de disfrute. Al llegar a la universidad el estudiante se enfrenta nuevamente a lecturas obligadas pero éstas tienen un matiz diferente: son textos que deberían responder a sus expectativas de conocimiento ya que es la carrera que escogieron. El problema se encuentra en que, para entonces, su convivencia con la lectura no es positiva, su lectura es “limitada”, el problema es más complejo. Es la universidad quizá el último espacio donde se tiene la oportunidad para encontrar el camino a la lectura activa, es aquí donde todavía se puede tomar un libro y mostrar la bondad del libro, de sus páginas, de las palabras. La tarea no es fácil, pero sin mucha ambición se puede encontrar el gusto a la lectura. Los programas hasta ahora de lectura y escritura que se promueven en la universidad se han limitado a “cultivar” al estudiante, hacer de él un ser que conozca nombres y títulos que le permitan estar “por arriba” de los demás, es tener un conocimiento de acumulación de datos. Como resultado tenemos un egresado con un archivo bibliográfico en su mente y alejado por completo del contenido, del goce. Es más, no sabe para qué sirve el archivo, y lo usa como una “pose de culto”. El estudiante es un lector potencial, tiene un interés personal por adquirir un conocimiento. Es el momento para presentarle un libro, enseñarlo a leer, a observar, a expresarse (verbal y por escrito), a saber que las palabras son para su uso y análisis, que el proceso de conocimiento es personal. Es el momento para desmitificar a las librerías y las bibliotecas como “claustros de la cultura”, al autor y al maestro como “vacas sagradas” y al compañero “sabelotodo”.
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Para esto, no hay que clasificar al lector, el estudiante necesita encontrar su forma de expresión; no imponerle la lectura, sólo enseñarle a leer, a escribir. Es más, saber que a un libro no hay que tenerle miedo, que al leerlo uno lo interpretará según el contexto y las necesidades personales, que el libro puede ser atemporal ya que se puede leer en cualquier momento y la vivencia es diferente. La promoción del libro no puede ser masificada, es un trabajo personalizado. No todos quieren leer lo mismo, pero todos necesitan conocer que hay algo más que una historieta, que hay palabras y libros que nos enriquecerán, que la lectura no es de unos cuantos “cultos”, que el libro no es sólo el conocimiento escolar, que el libro no se debe imponer, no es obligatorio. Sin embargo, el sistema educativo no tiene libertad en su estructura: se debe cumplir con un programa, se deben estudiar las materias, se debe cumplir con las tareas, se debe asistir, se debe leer, se debe escribir, se debe... El maestro debe saber, el alumno debe aprender, no importa a costa de qué. Cuando el estudiante universitario encuentra en el aula la libertad de estudiar, de aprender, generalmente se pierde si no hay lista de asistencia, si no hay calificaciones, si no hay tareas obligadas y, por supuesto, la mayoría sólo realiza las lecturas obligadas y cumple con las expectativas del maestro.
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