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EL MANDALA DEL CUERPO El cuerpo tiene su propia mente De qué manera nos ayudan los mapas corporales del cerebro a hacerlo (casi) todo mejor
Sandra Blakeslee y Matthew Blakeslee
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Título Original The Body has a Mind of Its Own Primera edición Mayo 2009 © 2007 by Sandra Blakeslee and Matthew Blakeslee Esta traducción está publicada con autorización de Random House, un sello de Random House Publishing Group, una división de Random House, Inc © 2009 para la edición en castellano La Liebre de Marzo, S.L. Traducción Esteban Bernís Utrilla Diseño gráfico Bárbara Pardo Maquetación Zero Pre Impresión Impresión y encuadernación Gramagraf S.C.C.L. Impreso en España Depósito Legal ISBN 978-84-92470-08-2 La Liebre de Marzo, S.L. Apartado de Correos 2215 E-08080 Barcelona Fax. 93 449 80 70
[email protected] www.liebremarzo.com Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esa obra
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Para Carl, Julia y Lucas
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Cuando un periodista le preguntó al famoso biólogo J. B. S. Haldane qué le habían enseñado sus estudios de biología sobre Dios, Haldane respondió: «El creador, si existe, debe tener un cariño inmenso por los escarabajos», puesto que hay más especies de escarabajos que de cualquier otro grupo de seres vivos. Por la misma razón, un neurólogo podría concluir que Dios es cartógrafo. Debe de tener una enorme debilidad por los mapas, ya que en cualquier lugar del cerebro adonde mires abundan los mapas. –V. S. RAMACHANDRAN
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Contenido
INTRODUCCIÓN El cerebro corporeizado CAPÍTULO 1 El mandala corporal o, mapas, mapas, por todas partes
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CAPÍTULO 2 El hombrecillo del cerebro o, por qué los genitales son más pequeños de lo que pensamos
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CAPÍTULO 3 Duelo entre mapas corporales o, por qué nos seguimos sintiendo gordos después de perder peso 39 CAPÍTULO 4 El homúnculo en juego o, cuando pensar es tan bueno como hacer 69 CAPÍTULO 5 Plasticidad fuera de control o, cuando los mapas corporales se difuminan 87 CAPÍTULO 6 Mapas corporales rotos o, por qué el Dr. Strangelove no podía tener la mano quieta CAPÍTULO 7 La burbuja que rodea el cuerpo o, por qué buscamos espacio 129 CAPÍTULO 8 Palos, piedras y ciberhuesos o, el fin del cuerpo tal como lo conocemos 161 CAPÍTULO 9 Espejito, espejio o, por qué bostezar es contagioso 189
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CAPÍTULO 10 El corazón del mandala o, mi ínsula me obligó a hacerlo 207 EPÍLOGO Nuestra yoidad
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AGRADECIMIENTOS 241 GLOSARÍO
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CRÉDITOS DE LAS ILUSTRACIONES
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Introducción El cerebro corporeizado
De pie, estiremos los brazos, con los dedos extendidos. Movamos los brazos hacia arriba, hacia abajo y hacia los lados. Hagamos grandes círculos desde encima de la cabeza pasando por debajo de las caderas. Balanceemos las piernas tan lejos como podamos, y con las puntas de los dedos de los pies tracemos arcos sobre el suelo. Rotemos e inclinemos la cabeza como si estuviésemos estirando el cuello para tocar algo con la frente o con los labios y la lengua. Este volumen de espacio invisible –lo que los neurocientíficos llaman espacio peripersonal– es parte de nosotros. No es una metáfora, sino un hecho fisiológico recientemente descubierto. Mediante un procedimiento cartográfico especial, nuestro cerebro adjunta ese espacio a nuestro cuerpo y extremidades, cubriéndonos con él como si de una segunda piel fantasma se tratase. Los mapas que codifican nuestro cuerpo físico están conectados de manera directa, inmediata y personal a un mapa de cada punto de ese espacio, y también representan nuestro potencial para realizar acciones en ese espacio. Nuestro yo no termina cuando acaba nuestra carne, sino que se difunde por el mundo y el resto de seres y se mezcla con ellos. Así, cuando montamos con confianza y destreza un caballo, nuestros mapas corporales y los del caballo se mezclan en un espacio compartido. Cuando hacemos el amor, nuestros mapas corporales y los de nuestra pareja se mezclan en una pasión mutua. Nuestro cerebro también cartografía con fidelidad el espacio más allá del cuerpo cuando utilizamos herramientas. Sostengamos un palo largo y golpeemos el suelo. En lo que respecta a nuestro cerebro, ahora nuestra mano se extiende hasta la punta de ese palo. Su longitud ha sido incorporada a nuestro espacio personal. Si fuéramos ciegos, podríamos sentir por dónde pasamos cuando andamos por la calle usando el bastón. Además, este espacio peripersonal añadido no es estático, como un aura, sino que es elástico. Como si fuera una ameba, se expande y contrae para adaptarse a nuestros objetivos y nos vuelve amos de nuestro mundo. Cambia de forma cada vez que nos ponemos o quitamos prendas de vestir, los esquís o el equipo de buceo, o blandimos cualquier herramienta. Cuando Babe Ruth sostenía un bate de béisbol, para su cerebro su espacio peripersonal se extendía hasta el extremo del bate, como si fuera una parte na-
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tural de sus brazos. Cuando conducimos un coche, nuestro espacio peripersonal se expande hasta incluirlo, de parachoques a parachoques, de puerta a puerta, y de ruedas a techo. Mientras conducimos podemos sentir la textura de la carretera con tanta precisión como si andásemos con unas sandalias. Cuando entramos en un garaje de techo bajo, podemos «sentir» la proximidad del techo de nuestro coche a la barrera de altura como si se tratara de nuestro propio cuero cabelludo. Por eso nos inclinamos de manera instintiva cuando pasamos bajo la barrera. Cuando alguien golpea nuestro coche nos disgustamos, no sólo por las facturas y el lío que se nos viene encima, sino también porque esa persona ha violado nuestro espacio peripersonal, no muy distinto de un codazo descuidado en las costillas. Cuando comemos con cuchillo y tenedor, nuestro espacio peripersonal crece hasta envolverlos. Las células cerebrales que normalmente no representan el espacio más allá de las yemas de nuestros dedos expanden sus campos de conciencia hacia fuera, la longitud de cada utensilio, haciendo que pasen a formar parte de nosotros. Por eso podemos experimentar directamente la textura y la forma de la comida que manipulamos, a pesar de que en realidad no estamos tocando más que unos centímetros de metal inerte. Lo mismo les sucede a los cirujanos que controlan herramientas microrobóticas usando un joystick. Y a los técnicos de la NASA que controlan brazos robóticos en órbita. Si aprendiéramos a operar una grúa, nuestro mapa de espacio peripersonal se extendería hasta la punta del gancho de la grúa. Este libro presenta la emergente respuesta científica al secular misterio de cómo la mente y el cuerpo se entrelazan para crear un yo sensible y corporeizado –que se plasma en el cuerpo. De esta manera, proporciona pistas y respuestas a multitud de cuestiones fascinantes que, hasta ahora, parecían no estar relacionadas entre sí. Cuestiones como: ¿Por qué nos seguimos sintiendo gordos después de haber perdido peso? ¿Por qué inclinamos de forma automática la cabeza al pasar por una puerta cuando llevamos puesto, por ejemplo, un sombrero de vaquero? ¿Por qué nuestros hijos son absorbidos por los videojuegos con total despreocupación? O éstas: ¿Por qué sentimos sensaciones molestas, como calor, frío, dolor o picor? ¿Cómo sentimos una emoción como la tristeza? ¿Se nos hace un nudo en la garganta o en la boca del estómago? ¿Nacimos con emociones o tuvimos que aprenderlas? ¿Dónde residen en el cuerpo y cómo surgen? ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando observamos a otras personas moviéndose o expresando alguna emoción? ¿Por qué sentimos un estremecimiento de miedo cuando vemos una tarántula moviéndose en la almohada junto a la cabeza de James Bond? ¿Por qué hacemos una mueca de dolor y nos doblamos cuando vemos que, en una toma falsa, alguien recibe un golpe entre las piernas? Las respuestas se pueden hallar en una nueva visión de cómo nuestro cerebro cartografía el cuerpo, el espacio que lo rodea y el mundo social. El descubrimiento de los mapas del espacio peripersonal es tan solo una de estas áreas de conocimiento en rápi-
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da evolución. Cada punto sobre nuestro cuerpo, cada órgano interno y cada punto del espacio hasta la punta de nuestros dedos con los brazos extendidos, están representados dentro del cerebro. Nuestra capacidad de sentir, movernos y actuar en el mundo físico surge de una compleja red de mapas corporales flexibles distribuidos por el cerebro –mapas que crecen, se encogen y cambian de forma para adaptarse a nuestras necesidades. La ciencia de los mapas corporales tiene aplicaciones que abarcan muchos ámbitos. Puede ayudar a la gente a perder peso y hacer las paces con sus cuerpos, mejorar su habilidad para practicar un deporte o influir en la gente, y recuperarse de un accidente cerebrovascular; indica el camino hacia nuevos tratamientos para la anorexia, los miembros fantasma, el calambre del músico, y una enfermedad que afecta a los golfistas llamada yips; ayuda a explicar experiencias extracorporales, auras, placebos y la sanación con las manos, revela por qué los videojuegos y la realidad virtual capturan literalmente la mente y el cuerpo; y proporciona una nueva manera de entender las emociones humanas, del amor al odio, del deseo a la aversión y del orgullo a la humillación. Aquí está, por lo tanto, la historia jamás contada acerca de nuestros mapas corporales y de cómo podemos aplicar este conocimiento a nosotros mismos en las múltiples facetas de la vida –haciendo deporte, haciendo dieta, montando a caballo, haciendo de padres, de actores… la lista continúa. Nada de esto intenta insinuar que la ciencia de los mapas corporales sea una Gran Teoría Unificada de la neurociencia. Pero es una pieza del puzzle ampliamente subestimada. Los mapas corporales nos proporcionan una valiosa herramienta para examinarnos a nosotros mismos como especie y como individuos, y constituyen una narración fresca y reveladora para contar la historia del pasado, el presente y el futuro de la humanidad –con nosotros como protagonistas.
INTRODUCCIÓN: EL CEREBRO CORPOREIZADO
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1 El mandala corporal o, mapas, mapas, por todas partes
Si nos preguntasen: «¿te pertenece tú mano?», diríamos con naturalidad: «por supuesto». Pero hagamos la misma pregunta a los neurocientíficos y nos responderán con otra pregunta: ¿Cómo sabes que es tu propia mano? De hecho, ¿cómo sabes que tienes un cuerpo? ¿Qué te hace pensar que te pertenece? ¿Cómo sabes dónde empieza y dónde acaba? ¿Cómo sabes en cada momento la posición que ocupa en el espacio? Hagamos este pequeño ejercicio: imaginemos que una línea recta pasa por el medio de nuestro cuerpo y lo divide en dos mitades: la izquierda y la derecha. Con la mano derecha, palpemos diferentes partes del lado derecho del cuerpo –mejilla, hombro, cadera, muslo, rodilla, pie. Con un dedo, tracemos una línea sobre la ceja derecha y sobre la parte derecha del labio superior y del labio inferior. Somos capaces de distinguir estas partes del cuerpo porque cada una de ellas está fielmente representada en un área bidimensional de tejido neural en el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro que está especializada en el tacto. Lo mismo se puede decir para el lado izquierdo del cuerpo: todas sus partes están cartografiadas en una región similar del hemisferio derecho del cerebro. Nuestro cerebro posee un mapa completo de la superficie del cuerpo, con áreas dedicadas a cada dedo, mano, mejilla, labio, ceja, hombro, cadera, rodilla y a todo lo demás. Un mapa puede ser definido como cualquier representación que establece una correspondencia exacta entre dos cosas diferentes. En un mapa de carreteras, cualquier punto del mapa corresponde a algún lugar del mundo real y todos los puntos adyacentes del mapa representan una posición adyacente en el mundo real. Lo mismo sucede, en términos generales, con los mapas corporales del cerebro. Ciertos aspectos del mundo exterior y de la anatomía del cuerpo están
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representados de manera sistemática en el tejido cerebral. De este modo, la topología, o lo que es lo mismo, las relaciones espaciales, de la superficie del cuerpo se mantienen con bastante fidelidad en nuestro mapa del tacto: el mapa del pie está al lado del mapa de la espinilla, que está cerca del mapa del muslo, que está junto al mapa de la cadera. Cuando alguien nos palmea en el hombro, las células nerviosas de la región del hombro de este mapa se activan. Cuando chutamos una pelota de fútbol, se activa la parte correspondiente del mapa del pie. Cuando nos rascamos el codo, tanto la región del codo como las regiones de las yemas de los dedos se activan. Este mapa es nuestra principal ventana física al mundo que nos rodea, el punto de entrada de toda la información táctil sin tratar que fluye sin cesar hacia nuestro cerebro. Unos receptores especiales que hay por todo el cuerpo recogen esta información táctil, que es canalizada hacia la médula espinal, por donde asciende hacia el cerebro a través de dos conductos principales. El más antiguo transporta el dolor, la temperatura, el picor, el cosquilleo, la sensación sexual, el tacto grosero –suficiente, pongamos, para saber que nos hemos golpeado la rodilla y no la espinilla, pero no lo bastante agudo como para distinguir entre una moneda de un centavo y una de diez centavos de dólar* – y el tacto afectivo, que incluye las tiernas caricias maternales que fueron vitales para el desarrollo de nuestro mapa corporal como bebés. El conducto evolutivamente más reciente transporta información táctil fina –la que se necesita para enhebrar una aguja u hojear un libro– e información sobre la posición y ubicación de los receptores insertados en las articulaciones, huesos y músculos. Una vez que estos canales que llevan la información sensorial alcanzan el cerebro, ésta se combina para crear sensaciones compuestas complejas como la humedad, la pilosidad, la carnosidad y la elasticidad. Lo mismo sucede con las distintas variedades de dolor; mediante una combinación de señales relacionadas con el dolor y el tacto, tenemos acceso a una rica variedad de experiencias desagradables, entre las que se incluyen el escozor de una quemadura de sol, el dolor punzante del síndrome del túnel carpiano, el dolor penetrante de una puñalada, el dolor sordo y pulsátil de una rodilla sobrecargada, el picor de una herida que se cura, etc.
* Monedas muy parecidas en tamaño. (N. del T.)
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LOS SENTIDOS SOMÁTICOS Los sentidos somáticos se diferencian de los demás sentidos a un nivel profundo. En medicina, la vista, el oído, el olfato y el gusto son conocidos como sentidos especiales, mientras que los sentidos somáticos forman una categoría aparte. Dentro de ésta hay varios sentidos distintos que captamos gracias a una población diferenciada de células receptoras que cubren la piel del cuerpo y los tejidos internos. A continuación hacemos un breve repaso: Tacto. Los receptores táctiles mandan a nuestro cerebro información sobre la presión. Hay diferentes clases de receptores del tacto –que captan, por ejemplo, la presión suave, la presión profunda, la presión sostenida, la inclinación de los folículos pilosos y la vibración. En nuestra vida diaria el tacto es, con diferencia, el más importante de los sentidos somáticos de nuestra mente consciente. Termorrecepción. Cuando sentimos el calor del sol en la nuca o cuando movemos un cubito de hielo por la boca, estamos utilizando los termorreceptores de la piel. Se trata de dos tipos de células receptoras: unas para el calor y otras para el frío. Cuando algo está tan caliente o tan frío que puede ser peligroso, la sensación de quemadura o de congelación la crean los receptores del dolor (ver abajo) pateando. Tus tejidos profundos y tus órganos están cubiertos con una clase de termorreceptores completamente diferente que te permite conocer en todo momento la temperatura interna de tu cuerpo. Nocicepción. El dolor es una de las experiencias más duras y temidas de la vida. La materia prima para la percepción del dolor proviene de los nociceptores del cuerpo (noci- es la palabra latina para herida o trauma). Como en los receptores del tacto, hay varios tipos: por ejemplo, para dolor penetrante, dolor térmico, dolor químico, dolor articular, dolor del tejido profundo, cosquilleo y picor. Propiocepción. Este es nuestro sentido inherente de la posición y el movimiento de nuestro cuerpo en el espacio. Este sentido es el que nos permite juntar los dedos índices con los ojos cerrados, por ejemplo. Hay dos clases principales de células propioceptoras. Unas están insertadas en los músculos y tendones y miden el estiramiento; el cerebro utiliza esta información para inferir la posición de los miembros. Las otras están insertadas en el cartílago que hay entre las articulaciones esqueléticas y hacen un seguimiento de la carga y el grado de deslizamiento de cada articulación; el cerebro lo usa para deducir la velocidad y la dirección de los miembros.
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Equilibrio. A diferencia del resto de sentidos somáticos, nuestro sentido de la verticalidad no procede de una población de células receptoras distribuidas por todo el cuerpo, sino de un par de órganos del equilibrio especiales que se encuentran en nuestros oídos internos. Por esta razón, puede parecer extraño que el equilibrio –también conocido como sentido vestibular– sea clasificado como uno de los sentidos somáticos. Pero como veremos, es un ingrediente indispensable para nuestra capacidad de manejar el cuerpo en el mundo. El sentido vestibular pertenece también a la familia de los sentidos somáticos en virtud de su antigüedad: el órgano del equilibrio del oído interno es una maravilla de microingeniería compartida por todos los vertebrados (animales con columna vertebral), un linaje que se remonta en el tiempo más de quinientos millones de años; durante todo este tiempo ha permanecido prácticamente sin cambios en su diseño.
También tenemos en el cerebro un mapa motor primario que nos permite realizar movimientos. En lugar de recibir información de la piel, este mapa manda señales a los músculos. Al igual que el mapa del tacto, este mapa del movimiento también se halla en ambos lados del cerebro. Es vital en nuestra capacidad de guiar las partes del cuerpo para realizar movimientos bien sintonizados y asumir posiciones complejas en el espacio –como seguir una coreografía cuando bailamos, jugar a hockey o poner cara de póquer en una partida con apuestas importantes. Cuando movemos los dedos de los pies adelante y atrás, las regiones de los dedos de los pies y del pie de nuestro mapa motor están activas. Cuando sacamos la lengua, las regiones de la lengua y de la mandíbula del mapa están activas. Gracias a este mapa, todas las secuencias básicas y, en su mayor parte, inconscientes de movimientos coordinados se despliegan suavemente sin ningún error de cálculo. En otra parte del cerebro, tenemos también un mapa corporal muy diferente, pero no menos necesario: el mapa de las entrañas. Se trata de nuestro principal mapa visceral: un mosaico de pequeñas áreas neurales que representan el corazón, los pulmones, el hígado, el colon, el recto, el estómago y todos los demás menudillos. Este mapa únicamente está superdesarrollado en los seres humanos y nos da un nivel de acceso al flujo y reflujo de las sensaciones internas sin parangón en ningún otro ámbito del reino animal. Sentimos lujuria, asco, tristeza, alegría, vergüenza y humillación como resultado de la existencia de este mapa corporal. La información que recibe la psique procedente de las vísceras
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es el origen de la rica y vívida conciencia emocional que pocas otras criaturas llegan a gozar. La actividad de este mapa es la voz de nuestra conciencia, el estremecimiento de la música, los cimientos de un yo cargado de matices emocionales y moralmente sensible.
EL CEREBRO. NOCIONES BÁSICAS La corteza cerebral, donde se encuentran la mayoría de nuestros mapas corporales, está replegada y arrugada en torno a las estructuras mucho más antiguas de un cerebro más primitivo. La corteza está dividida en cuatro lóbulos (secciones principales separadas por profundos pliegues): Corteza motora primaria Lóbulo frontal
Corteza somatosensorial primaria Lóbulo parietal
Lóbulo occipital
Lóbulo temporal Médula espinal
Cerebelo
Perfil de la anatomía general del cerebro
Lóbulo occipital. Principalmente dedicado a la visión. En personas que ven, el lóbulo occipital envía información visual al lóbulo parietal, que contribuye a los mapas corporales basados en la visión. Lóbulo parietal. Se ocupa principalmente de la sensación física, el espacio sobre el cuerpo y alrededor de él, y las relaciones espaciales en tres dimensiones. Está repleto de mapas corporales importantes. Lóbulo frontal. El conductor de los movimientos voluntarios y especializados, de la planificación y la previsión, y la sede de varias de las más preciadas funciones de la mente, como el razonamiento moral, el autocontrol y algunos aspectos del lenguaje. Está repleto mapas corporales importantes. Lóbulo temporal. Procesa los impulsos auditivos procedentes de los oídos, tiene importantes funciones lingüísticas y emocionales, y participa en tareas visuales complejas.
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