EL MIEDO EN EDUCACIÓN INFANTIL

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EL MIEDO EN EDUCACIÓN INFANTIL 1. ¿QUÉ ES EL MIEDO? Los miedos en general y cualquiera de sus modalidades en la etapa infantil suponen un fenómeno universal y omnipresente en todas las culturas y tiempos. La única explicación a esta regularidad es que el miedo debe tener un importante componente de valor adaptativo para la especie. En pequeña escala, estas sensaciones que se viven como desagradables por parte del niño o adolescente pueden cumplir una función de supervivencia en el sentido de apartarle de situaciones de peligro potencial (no acercarse a ciertos animales, no entrar en sitios oscuros, etc.). Sin embargo, cuando este miedo es desadaptativo (no obedece a ninguna causa real de peligro potencial o se sobrevaloran las posibles consecuencias) el resultado es un enorme sufrimiento por parte del niño que lo padece y sus padres. El miedo, puede entonces condicionar su funcionamiento y alterar sensiblemente su capacidad para afrontar situaciones cotidianas (ir a dormir, ir a la escuela, estar sólo, etc.). No hay duda que los miedos son evolutivos y “normales” a cierta edad, cambiando el objeto temido a medida que el niño crece y su sistema psicobiológico va madurando. La tendencia natural será a que éstos vayan desapareciendo progresivamente. En otras ocasiones, podemos hablar abiertamente de temores o miedos patológicos que pueden derivar hacia trastornos que necesitan atención psicológica (ansiedad, fobias). Establecer la frontera entre uno y otro (normalidadpatología) no siempre es fácil y dependerá mucho de la edad del niño, la naturaleza del objeto temido y sus circunstancias, así como la intensidad, frecuencia, sufrimiento y grado de incapacitación que se produce en el niño. El miedo es una de las emociones básicas. Tanto en los niños como en los adultos, es una alarma. Si un bebé siente un ruido fuerte, el temor le lleva a llorar para reclamar protección. Por tanto, tiene una función adaptativa. Es normal que los niños sientan miedos y que estos cambien con la edad. A los bebés les asustan los estruendos o las personas desconocidas, muchos niños entre tres y cinco años necesitan dormir con alguna luz encendida porque temen a la oscuridad y entre los seis y los ocho años es común el recelo a seres sobrenaturales. Algunos padres creen que sus hijos pueden sufrir un problema psicológico cuando estos les cuentan sus preocupaciones. Sin embargo, es propio del desarrollo del pequeño pasar por etapas en las que estos temores -muchos de los cuales tienen el componente fantasioso típico de la infancia- adquieren protagonismo. Su desarrollo cognitivo les impide enfrentarse de forma racional a sus temores. Pero, a medida que crecen, mejora su capacidad cognitiva y los miedos remiten.

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Las niñas los manifiestan más que los niños, mientras que ellos viven los miedos de tipo físico (a las lesiones corporales, entre otros) con más intensidad. Una explicación a esto es que las niñas sienten menos vergüenza a hablar sobre ellos. Por otro lado, aunque durante la adolescencia también se sufren, son más habituales durante la infancia y, sobre todo, entre los niños de nivel socioeconómico bajo. Estos sufren más temores y más intensos que los menores de nivel socioeconómico alto.

2. EVOLUCIÓN DEL MIEDO EN LA INFANCIA Los psicólogos estadounidenses Thomas R. Kratochwill y Richard J. Morris establecen una tabla de los miedos infantiles considerados normales: •

0-6 meses: pérdida súbita de la base de sustentación (del soporte) y ruidos fuertes.



7-12 meses: a las personas extrañas y a objetos que ve de manera inesperada.



1 año: separación de los padres, a los retretes, heridas, extraños.



2 años: ruidos fuertes (sirenas, aspiradores, alarmas, camiones...), animales, oscuridad, separación de los padres, objetos o máquinas grandes y cambios en el entorno personal.



3 años: máscaras, oscuridad, animales, separación de los padres.



4 años: separación de los padres, animales, oscuridad y ruidos.



5 años: animales, separación de los padres, oscuridad, gente "mala", lesiones corporales.



6 años: seres sobrenaturales, lesiones corporales, truenos y relámpagos, oscuridad, dormir o estar solos, separación de los padres.

3. TIPOS DE MIEDO Miedo a las personas desconocidas. Es necesario que hables con tu hijo sobre los peligros reales que tiene el hablar con personas a que no conoce. Pero no debes decirle solamente eso. No aumente sus miedos. Trata de enseñarle algunas reacciones para protegerse de los desconocidos. Por ejemplo: no aceptar caramelos, ni regalos, ni dar la mano, o dar un paseo con esa persona. En el caso de que lo obligue a ello, pedir ayuda a policías y dirigirse siempre a quién le está cuidando en ese momento. Transmítale confianza, seguridad, pero enséñale a ser precavido ante las personas a que no conocen. Miedo a la oscuridad. Este miedo puede estar relacionado a algún cuento sobre monstruos, brujas, que le ha sido mal explicado. Puede también estar relacionado a las pesadillas, a los sueños, o a algún acontecimiento como el cambio de domicilio, también a las situaciones imaginarias, y a muchas más causas. Hay niños que pasan a sentirse mas seguros si dejas alguna luz cercana encendida. Pues no existe nada que se oponga a ello. Si así quiere el niño por una temporada, no hay nada de malo en eso. Luego se le pasará.

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Miedo a los truenos y a las tormentas. Cuando haya tormentas, busca cerrar apenas los cristales de la ventana. Deja que tu hijo pueda ver la lluvia, y hágale contar cuántos relámpagos aparecen en el cielo. Siéntate a tu lado y explícale la verdadera naturaleza de los fenómenos. Explícale el porqué de la lluvia, de los relámpagos, del ruido de los truenos, etc. Y fundamentalmente explícale que esos fenómenos son normales y pasajeros. Y que no les hará daño alguno. Miedo a los animales. Es muy normal que un niño sienta miedo cuando le acerca algún animal que no conoce. Las distancias deben reducirse muy lentamente, sin que el niño se sienta forzado a ello. Sería conveniente que desde una edad temprana ayudara a tu hijo a familiarizarse con los animales, enseñándole fotografías, luego contándole cuentos en los cuales haya animales, bien como documentales sobre cómo viven y se comportan. El proceso es lento, y se debe tener mucha paciencia. Acércate a un perro, por ejemplo, y acaríciale. Luego propongas a tu hijo que haga lo mismo pero cuando le apetezca. Es importante que enseñes a tu hijo que antes de tocar a algún animal desconocido, se debe pedir permiso a su dueño. Solo él sabrá decirlo si puedes acercarte o no al perro. Miedos nocturnos. Hay niños que solo consiguen conciliar el sueño si está uno de sus padres acostados con ellos o acostados en la cama de los padres. El miedo a dormirse solo puede estar relacionado a otros miedos, como lo de las pesadillas por ejemplo. Evita excitación excesiva antes de la hora de dormir. Y si tu hijo te llama a gritos en mitad de la noche porque tiene miedo a estar solo, acudas a su lado y trata de relajarle con tranquilidad. No adelantará de nada si acudes nerviosa. Háblale del tema y dale muchísimo cariño. Los miedos no son motivos para grandes preocupaciones desde que observes que no interfieren en el desarrollo de tu hijo. Pero si alguno de sus miedos no le deja al niño a que haga una vida normal, es probable que necesite de un apoyo psicológico. Y en ese caso, no lo dudes en hacerlo.

4. ORIENTACIONES PARA COMBATIR EL MIEDO Es fundamental tomar en serio a los niños. En su mundo infantil, el miedo a la oscuridad puede ser muy desasosegante. Es necesario que el niño sepa que tiene derecho a sentir temor. No ayudan comentarios como "venga, no llores, que no pasa nada", ni intentar convencerle de forma racional. Se puede decir al niño que aunque la luz está apagada no va a pasar nada, pero es aconsejable, mientras se da la explicación, consolarle de alguna forma, con abrazos, besos, caricias, etc. No es recomendable forzar al niño a que se enfrente al miedo de forma directa con la esperanza de que lo supere de manera inmediata. Si un niño teme la oscuridad, obligarle a dormir con la luz apagada aumentará su ansiedad, casi con toda probabilidad. Es preferible hacerlo de forma progresiva: primero dejar una noche todas las luces encendidas para, en noches sucesivas, reducir la iluminación

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si el niño está cada vez más tranquilo. Los cuidadores, además, deben reaccionar con la máxima tranquilidad posible. Los pequeños son muy sensibles a las reacciones emocionales de las personas importantes para ellos y pueden contagiarse de su miedo. Ante temores muy frecuentes e intensos que afecten al rendimiento escolar o a la vida social del niño, es aconsejable acudir al experto. • • •

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No hablar de los miedos del niño con otras personas cuando él esté presente, ya que esto le ridiculizará. No mimar al niño en situaciones en las que sepamos que tiene miedo. No comparar al niño con hermanos o compañeros que no tengan miedo a la situación que sí teme el niño, esto es muy perjudicial para él y sólo ayuda a infravalorar al niño y sentirse tan inseguro que sus miedos aumentarán Si los adultos quitan importancia a la situación, en muchas ocasiones ese miedo desaparecerá. Cuando los adultos prestan demasiada atención al niño ante un miedo, puede ser que repita la situación, aunque sólo sea por llamadas de atención. No obliguemos al niño a enfrentarse a su miedo, ya que puede ser peor para él La familia no debe hablar en casa de ese miedo sentido por el niño. El mejor modo de superar el problema es hacerlo gradualmente, consiguiendo pequeños acercamientos a la situación y reforzando los logros del niño. Es bueno también acompañarlo en situaciones ofreciendo un modelo directo, no verbal, es decir, ir con él, pero no repetirlo continuamente eso de “¿ves? no pasa nada “ Sería recomendable también, ante situaciones que ya sabemos que dan miedo al niño, entretenerlo con algún juguete o cosa, para que centre su atención en otra actividad distinta a la que produce la tensión. Vivir la situación del niño con tranquilidad, sin mostrar (al menos delante de él) preocupación o angustia. Recordemos que los comportamientos que el niño observa de los padres son los patrones que interioriza. Padres excesivamente preocupados pueden ser un mal modelo y aumentar la tensión. No forcemos al niño a efectuar aquellas conductas que teme. Hay que trazar un plan de forma que podemos crear aproximaciones sucesivas. Por ejemplo, un niño que teme a la oscuridad, no podemos pretender que lo supere inmediatamente por mucho que se lo razonemos. Hay que crear una gradación de situaciones para que el niño vaya progresando. Tras la permanencia un determinado tiempo en una de estas habitaciones podemos reforzarle con algún premio o efectuar alguna acción de su agrado. El próximo día probaremos en otra un poco más oscura. Hay que avanzar paulatinamente. No dar importancia a los retrocesos y celebrar los pequeños pasos. La solución a los miedos no es evitarlos sino enfrentarnos a ellos. Sin embargo, en el caso de los niños, debemos hacerlo con calma y con mucho sentido común. Utilize el juego y la imaginación. Una forma muy eficaz de actuar es mediante el modelado. Uno de los padres puede efectuar la conducta temida para enseñar al niño que no sucede nada. No obstante, el modelado es más eficaz cuando el modelo es de la misma edad del niño. En especial, terapias efectuadas en grupo de iguales para exponerse a los estímulos temidos (oscuridad, animales, etc.) han resultado muy eficaces en niños.

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Evitar siempre ridiculizar al niño por sus miedos, en especial, delante de sus compañeros. No reírse de él, no castigar ni sermonear. La atención debe estar dirigida a las posibles soluciones no a las consecuencias punitivas. Evitar el visionado de películas, juegos o actividades que comporten violencia, miedo o terror. Procurar que las personas de su entorno no lancen mensajes amenazadores (si no comes llamaré a….; si no te portas bien se lo diré a…..). No se trata de aislar o sobreproteger al niño. Hasta cierto punto el niño debe ir integrando las diferentes emociones y el miedo forma parte natural de nuestra vida desde el inicio. No obstante, siempre será de gran ayuda que estas emociones estén reguladas por el consejo y el acompañamiento de los padres. Estas instrucciones son generales y deben ajustarse a la edad del niño y sus características. Cuando los miedos son más severos, persistentes y alteran significativamente el funcionamiento del niño en su entorno familiar, escolar o social, podemos encontrarnos con trastornos que ya no formarían parte del ciclo evolutivo “normal” sino que deberían ser objeto de tratamiento especializado. Ante cualquier duda consulte con un profesional de la salud. 5. BIBLIOGRAFÍA

AAVV (2004): El miedo en el aula. Paidotribo. Barcelona Piaget,J. (1973): La Psicología de la inteligencia. Crítica. Barcelona. Jorge García (1998): Miedos Infantiles. Recursos Web

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