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EL MUNDO
7 de septiembre de 2001
CUENTOS, Julián Ayesta Edición de Antonio Pau
Siempre Helena PEDRO DE MIGUEL
Dramaturgo, articulista y diplomático, Julián Ayesta publicó tan sólo una novela, 'Helena o el mar del verano', que a pesar de su brevedad figura entre la mejor literatura de los años cincuenta del pasado siglo. La editorial Pre-Textos ha tenido la feliz iniciativa de recuperar un puñado de cuentos suyos de los años cuarenta, dispersos en periódicos y revistas, que ayudan a formarse una idea más completa de quien se definió a sí mismo como "neorrenacentista", siguiendo en parte los presupuestos de Aleixandre en "Sombra del paraíso". Un extenso prólogo de Antonio Pau indaga en la desconocida biografía del autor, que incluso protagonizó con sus artículos algunos incidentes con la censura franquista de la época. El lector de 'Helena o el mar del verano' reconocerá en estos relatos la misma atmósfera de la novela, hecha de impulsos adolescentes, ensoñaciones que rayan el surrealismo y bromas que se confunden con la locura del enamoramiento. Helena aparecerá también como novia y como esposa, sin perder ese aire misterioso y encantado propio del primer amor, cuando se siente con toda profundidad y fuerza el temor de la muerte y la amenaza del paso del tiempo junto con la felicidad del instante eterno. No carecen de interés las reflexiones de Ayesta sobre la política internacional en aquella época cerrada o sobre la cuestión social, tratadas siempre por el escritor asturiano con un deje de ironía y un divertido individualismo, muy crítico con las convenciones y los lugares comunes. Para alimentar la originalidad, Ayesta retuerce citas cultas, inserta versos extravagantes, amontona con impudor sentimientos cursis y transmite simpatía a raudales y unas inmensas ganas de vivir. Quizá las mismas que le llevaron al silencio y a una vida
turbulenta y desubicada, de embajada en embajada, con el paso de los años.
LA ILUSTRACIÓN liberal Nº 9, 2001
Julián Ayesta, Cuentos, Estudio preliminar y edición de Antonio Pau, Pre-Textos, Valencia 2001, 219 páginas JULIA ESCOBAR Julián Ayesta, como Luis Martín Santos (Tiempo de silencio) es conocido por un solo libro: Helena o el mar del verano, lo que en ambos casos debería de bastar para figurar en esa lista -siempre deficiente- de novelas que habrán de "pasar" a la posteridad, y aquí me inclino señaladamente a favor de la novela de Julián Ayesta. Leer algo tan logrado, tan lleno de virtuosismo literario como Helena, hace que las expectativas sobre el resto de la obra del autor se puedan ver fácilmente frustradas, sobre todo cuando este último no se ha dedicado de forma exclusiva a la práctica de la literatura, sin que por ello haya que computarlo simplemente como un "viajante de la literatura", como hace Francisco Umbral en su libro La noche que llegué al Café Gijón; muchos "profesionales" me callo cuáles- han derramado litros de tinta y emborronado miles de páginas sin conseguir ni cincuenta que lleguen a la altura de lo escrito durante toda su vida por Ayesta. Antonio Pau, en su estudio preliminar a la presente
edición, se ocupa de explicarnos, con todo pormenor, la trayectoria literaria y política de este hombre que se afilió a la Falange en 1937 porque, según palabras del propio Ayesta: "Entonces lo que estaba de moda era ser de Falange, porque estaban gobernando las izquierdas y porque era como ser europeístas, partidarios de un Estado fuerte y más bien anticlerical". En 1947 sacó las oposiciones a diplomático y tuvo diferentes destinos durante toda su carrera, algunos de ellos de castigo, porque Ayesta participó con Dionisio Ridruejo y Fernando Baeza en las reuniones del Club Tiempo Nuevo con el grupo formado por estudiantes como Javier Pradera, Ramón Tamames y Enrique Múgica. Ayesta, además de Helena o el mar del verano escribió cuentos y piezas de teatro que publicó, junto a sus controvertidos artículos políticos, en las revistas de la época. De los 19 cuentos reseñados en la detallada bibliografía que acompaña al estudio preliminar de esta edición, Antonio Pau sólo ha elegido nueve, sin que quede claro cuál ha sido el criterio, aunque parece, por el contenido de los mismos, que lo que se pretende demostrar es que toda la obra literaria de Ayesta es un esbozo de su obra maestra, excepto algunos cuentos como el titulado "La noche", donde Ayesta utiliza un lenguaje correcto sintácticamente pero con palabras carentes de sentido ("¿Por qué descubres tu embeleso si apenas llegas a limar canora?"), cosa que se conoce como "glíglico" y que lo sitúa en una vía de experimentalismo impropio de la época. En resumen, un libro muy esperado para todos los admiradores de la novela de Ayesta, que aunque satisface la curiosidad por su vida (el estudio preliminar ocupa 129 páginas) no termina de hacer lo propio con la que ha despertado su obra.
EL COMERCIO
27 DE ABRIL DE
2009 Julián Ayesta, Helena o el mar del verano y Cuentos
ÁNGEL GARCÍA PRIETO EN 1952 se publica por primera vez la novela corta titulada 'Helena o el mar del verano', escrita por Julián Ayesta, un diplomático nacido en la parroquia de Somió de Gijón en 1919, lugar adonde retornaría tras su jubilación después de haber recorrido medio mundo representando a España y también lugar en que moriría en 1996. La novela tuvo desde el primer momento una muy favorable acogida por la crítica y los lectores y buena prueba de ello es que ha sido reeditada muchas veces a lo largo de estos años. Las últimas sucesivas publicaciones las hace Ediciones Acantilado, de Barcelona, desde el año 2000, con un formato 2que recoge una extensión de 87 páginas. En 1992 fue traducida al francés y luego al alemán, griego y holandés. 'Helena o el mar del verano' es un conjunto de siete evocadoras escenas, cargadas de referencias al paisaje, en el entrañable ambiente amoroso que brota alrededor de su protagonista adolescente. El nacimiento de la ternura y el cariño hacia Helena se hace un todo con la atmósfera feliz de la familia, veraneando en un lugar que puede ser Gijón, con referencias a los ambientes rurales y playeros de sus alrededores. Sorprendente novela, poética y realista, sobre los sentimientos que nacen en la primera juventud, de gran calidad literaria -alguien ha dicho que ésta es una de las novelas que pueden citarse como representativas del siglo XX español- y sugerente atractivo. Una novela que se recuerda con agrado y que se relee. Julián Ayesta no publicó ningún libro más a lo largo de su vida, aunque sí había incluido algunos relatos suyos en revistas, literarias o no, de los años posteriores a la Guerra
Civil española. Después apareció una edición titulada 'Cuentos. Estudio preliminar y edición de Antonio Pau', de Ediciones Pre-Textos (Valencia, 2001) que recoge por primera vez nueve de esos cuentos, dispersos por diversas publicaciones de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Estas narraciones van precedidas por un amplio estudio sobre la vida, obra, ambiente literario y político y la bibliografía de Julián Ayesta, realizada por el escritor y jurista Antonio Pau (Torrijos, Toledo, 1953), premio de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset. Con posterioridad se ha publicado 'Dibujos y poemas' (Editorial Trotta, 2003), en una edición también a cargo Antonio Pau. Antonio Pau describe al autor gijonés como un republicano, falangista, en paralelismo con Dionisio Ridruejo, poeta famoso y traductor de Ignazio Silone, autor notable del realismo italiano, comunista en su juventud y luego crítico. Los tres abandonan su línea política inicial para mostrase detractores hacia la continuidad de aquellos sistemas. 'Cuentos' es un libro que puede resultar muy interesante a los lectores que, animados tras la lectura de 'Helena o el mar del verano', quieran profundizar en el conocimiento de su autor. Además, varios de estos relatos, precisamente los que tienen a Helena como personaje amado por el adolescente o joven protagonista narrador, son de una conmovedora belleza lírica, evocan un ámbito casi idílico de rica intimidad y tienen una aún más lograda descripción del ambiente.
DIARIO DE SEVILLA 31 de agosto de 2011
Los amores primeros Ignacio F. Garmendia
Suele decirse que el tiempo sin tiempo del verano es el más
propicio para el amor, pero cuando concurren además la memoria de la juventud y los escenarios de la infancia nos situamos en un territorio mítico donde se superponen las e xp e r ie ncia s p r o p ia s y l a s a je na s , co mo p a r t e s indiscernibles de una sola imagen -la iniciación erótica de los adolescentes en la plenitud estival- que trasciende lenguas y generaciones. La literatura ha recreado incontables veces esa imagen, enaltecida o banalizada, evocada con delicadeza o reducida a boceto de costumbres. Precisamente por ser parte del imaginario de cualquiera, es difícil apresarla, no digamos convertirla en arte, tanto más si se trata de reflejar sin ironía la pasión ingenua y absorbente de los amores primeros. Los más escépticos pueden acercarse a esta novela breve, a la vez secreta y prestigiada, que no llega a las cien páginas pero vale su peso en oro. Publicada por Ínsula en 1952, un año después de La vida nueva de Pedrito de Andía de Rafael Sánchez Mazas, Helena o el mar del verano (Acantilado, 2000) es una obra singular en la narrativa española de posguerra. Lo es antes que nada porque su autor, el gijonés Julián Ayesta (1919-1996), no volvió a incurrir en la novela, aunque escribió o había escrito artículos políticos, piezas dramáticas y un puñado de relatos (véase la antología de Cuentos preparada por Antonio Pau, Pre-Textos, 2001) dados a conocer en revistas como Garcilaso o Destino. Diplomático de profesión, Ayesta militó en el falangismo, pero con los años experimentó una evolución similar a la de su amigo Dionisio Ridruejo, con el que conspiraría para encontrar espacios de oposición democrática a la dictadura. Estuvo destinado en embajadas de medio mundo y no se dedicó más que esporádicamente a la literatura. Sólo por esta novela hermosa y audaz, merecería figurar en los manuales en los que rara vez se menciona su nombre. ¿Por qué estas pocas páginas, que podrían parecer un mero aunque virtuoso ejercicio de nostalgia por parte de un escritor aficionado, ocupan un lugar de excepción en la narrativa del siglo? En primer lugar, por la calidad de la prosa impresionista de Ayesta, que alterna registros coloquiales y otros de exquisito lirismo, capaces de
envolver al lector y conmoverlo desde la primera página. Hasta cierto punto, Ayesta no se diferencia demasiado de otros cultivadores de la estética garcilasista, como tampoco se muestra original a la hora de plasmar sus recuerdos recurriendo a una voz infantil, pero la potencia evocadora de su lenguaje -repleto de licencias poéticas- y el encanto intemporal de su única novela superan con mucho a los artificios más o menos valiosos de los estilistas coetáneos. Por otra parte, siendo muy de la época, en Helena advertimos una cierta inquietud experimental, por ejemplo a la hora de transcribir los pensamientos o de enumerar las sensaciones, que convierten un relato de fondo realista y apariencia menor en un verdadero poema en prosa. El amor adolescente es el gran tema de la novela, pero Ayesta lo trata en un contexto más amplio que abarca las relaciones entre los niños y sus mayores y el modo en que aquellos perciben el tránsito a la edad adulta. Embriagado y como en estado de gracia, el narrador entona un canto a la alegría, mientras se entrega al horizonte ilimitado de la dicha. No hay conflicto generacional, sino descripción amable de los usos burgueses. Sin embargo, el vitalismo exacerbado del muchacho se contrapone, aunque no directamente, a la rigidez de una educación católica obsesionada con el pecado, en un pasaje magistral -La alegría de Dios- que marca el sombrío contrapunto respecto de los placeres venideros. La novela se sitúa en Asturias, poco antes de la Guerra Civil, pero la voz intimista del narrador apenas refiere algún detalle que permita acotar con exactitud las fechas. Tampoco propone una trama propiamente dicha, pues el relato funciona por acopio de sensaciones o de recuerdos o de pensamientos, repartidos en siete breves escenas que se abren con un Almuerzo en el jardín y se cierran con una bella ensoñación -homenaje expreso a la Grecia clásica- titulada Tarde y crepúsculo. Dichas escenas se reparten en tres capítulos, conforme a una perfecta estructura circular que comienza y acaba en el verano, con un interludio situado en el invierno que marca la entrada del narrador en la primera juventud. Si la expresión novela lírica tiene algún sentido, es para caracterizar obras como esta. Todo en Helena rezuma poesía: la sensualidad de la prosa de Ayesta, la sencillez y la
frescura de la voz narrativa, la sensación de verdad que desprende el relato. Es una voz impostada, naturalmente, pero no por ello menos verdadera. Procedentes o no de la memoria personal del autor, la colección de momentos estelares tiene algo de conjuro para apresar la felicidad perdida. Los paisajes luminosos, las epifanías de la vida doméstica, el esplendor de los cuerpos adolescentes. "Salimos a la playa felices y nos tumbamos al sol. El sol iba haciéndose naranja y metiéndose detrás de los pinos del acantilado. El cielo estaba verde y lleno de un brillar oscuro que mirándolo fijo era como el Infinito. A veces pasaban bandadas de pájaros". Unas pocas frases bien medidas tienen el poder de evocar el paraíso.