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TURISMO • revista anual • número 0 • septiembre 2008 • 155-178 • ISSN 1889-0326
Eduardo Martínez de Pisón1* M. Eugenia Arozena** Esther Beltrán** Carmen Romero**
INTRODUCCIÓN Con la entrada en vigor en España del Convenio Europeo del Paisaje a partir del 1 de marzo de 2008 se formaliza el compromiso de nuestro país con el único acuerdo internacional que existe dedicado de un modo exclusivo a la protección, gestión y ordenación de los paisajes europeos. Sin embargo, ya desde la firma de este convenio en Florencia en el año 2000 el término paisaje ha ido incorporándose al lenguaje conservacionista español de un modo muy rápido, con frecuencia a mayor velocidad de lo que lo ha hecho su concepto y la comprensión de su interés y de la necesidad de su protección. La reciente candidatura del Parque Nacional del Teide a integrar la lista de los bienes naturales del Patrimonio Mundial ha proporcionado una excelente oportunidad de aplicar estas ideas para la valoración de un espacio concreto. Además de los reconocidos valores de la flora y de la fauna, de la calidad del cielo y del interés de los restos de la cultura aborigen, se consideró que la presentación de la candidatura debía fundamentarse principalmente en la originalidad de sus procesos geológicos y en la exclusividad del paisaje del alto Tenerife. Los autores de este artículo lo fueron también de la parte relativa al paisaje del informe general con el que se optó y se logró que el Teide pasara a ser Patrimonio Mundial, en el que aplicaron las ideas y la experiencia de los estudios de paisaje, que tienen su raíz en la ciencia geográfica. Con este texto se pretende difundir los valores paisajísticos del
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El paisaje como criterio de valoración territorial El Parque Nacional del Teide (Tenerife, Islas Canarias)
1 *Catedrático de Geografía Física. Profesor emérito de la Universidad Autónoma de Madrid ** Profesoras titulares de Geografía Física de la Universidad de La Laguna
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Parque Nacional del Teide, los menos atendidos tradicionalmente para este espacio.
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UN PAISAJE DEFINIDO POR EL PROTAGONISMO DE LAS FORMAS VOLCÁNICAS El Parque Nacional del Teide tiene una estética especial derivada del resultado de la concentración en este lugar de episodios eruptivos sucesivos y a la que también contribuye la calidad de la atmósfera, la limpieza del aire y la particular intensidad de la luz. El ambiente climático, evidente en la presencia estacional de la nieve, del hielo y de la cencellada, así como en el tipo de vegetación, también colabora a esta estética, pues el frío y la aridez le dotan de la condición de paisaje propio de la alta montaña y del desierto, con dominio absoluto de las superficies rocosas, de frecuentes grandes pendientes y de terrenos inestables escasamente cubiertos por un matorral. Pero no es únicamente una alta montaña árida y uno de los aspectos que mejor caracterizan a este paisaje es la sensación de energía telúrica que transmite al que observa los flancos del Teide, los volcanes del atrio y de la dorsal de Izaña, y la pared de las Cañadas, con tal variedad de formas, colores y estructuras rocosas, que exhiben gran vivacidad en el aspecto de los flujos lávicos y en la yuxtaposición y superposición de éstos. Es el paisaje natural que se destruye a sí mismo a la vez que se recrea, introduciendo armoniosamente pequeños mundos nuevos en otros más antiguos y mayores. Es un paisaje natural vivo y este dinamismo se debe a que son las formas de relieve volcánico las que caracterizan y también diversifican la fisonomía del territorio. En pocos lugares del mundo el paisaje ofrece una diversidad tan grande de formas y de estructuras de origen volcánico en una superficie equivalente a la del Parque Nacional del Teide. La pared de las Cañadas, el escarpado arco que constituye el horizonte permanente de la panorámica hacia el SE, S y SW, corresponde a una unidad de paisaje muy bien individualizada por sus rasgos propios y por su contraste con las colindantes. Su entidad particular se debe a la superposición, de hasta 650 m de altura y 25 Km de longitud, de paredes y taludes rocosos de diferentes estructuras, texturas y colores, sobre los que la erosión ha actuado de un modo diferencial, diversificando su topografía interna. Esta pared proporciona las claves del pasado, pues sus espectaculares escarpes se han formado como consecuencia de la destrucción del antiguo edificio culminante de las Cañadas. Parte de la historia de este conjunto volcánico ha desaparecido bajo la acción de procesos tectovolcánicos o ha quedado des-
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Figura 1. Localización y límite del Parque Nacional del Teide
dibujada tras la intervención de la erosión. Pero la pared y el dorso, las rocas y los estratos que arman estos escarpes, nos cuentan, a través de una observación detallada, los acontecimientos de su formación y de su evolución posterior. La superposición de cejos rocosos narra la alternancia espacial y temporal de procesos eruptivos diferentes, aunque siguiendo siempre un orden y un sistema coherente, en una dialéctica temporal y espacial siempre cambiante, que permiten reconstruir la morfología y evolución del antiguo edificio destruido. Las formas de erosión y las de acumulación detrítica, situadas en la base de la pared, ayudan a completar la historia evolutiva, al enlazar temporal y espacialmente el momento de apertura de la caldera con el momento del cierre producido por las coladas de lava emitidas desde el Teide y Pico Viejo. Al ser aquí, en la pared donde la historia de la eruptividad del Teide se remonta a épocas más lejanas, es también donde las formas generadas por la erosión adquieren mayor protagonismo. Cerrado entre ambos horizontes y abierto por el Este y el Oeste, está el atrio interior. Es el mundo llano, integrado por coladas lávicas en la base del estratovolcán y llanos endorreicos entre el frente de éstas y la base de la Pared. En el Este, destacan las coladas domáticas de superficies caóticas y sin vegetación, mientras que en el Oeste son algo más amables, aunque lo suficientemente erizadas como para permitir sólo la instalación de arbustos aislados; en este sector destacan los derrames lávicos de 1798, aún de un negro estéril. Los llanos endorreicos, donde se acumulan los limos, las arcillas y, esporádicamente las aguas de fusión de la nieve, constituyen el único espacio del parque donde la roca no es protagonista y suelen estar orlados y
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parcialmente ocupados en su interior por arbustos que muestran una gran progresión. Son numerosos en las Cañadas orientales y más escasos en las occidentales, pero en este sector destaca por su tamaño El Llano de Ucanca, cada vez más colonizado por el matorral. En el interior del atrio sobresale la espina de los Roques de García, que separa sus dos sectores de diferente altitud y que constituye una línea rocosa de restos de antiguos edificios volcánicos, en los que la erosión diferencial ha tallado formas de gran belleza, siguiendo las líneas de debilidad y los diferentes grados de resistencia de la roca. A caballo entre el mundo de lo eruptivo y el de la erosión de estructuras volcánicas, entre el estratovolcán y la pared de las Cañadas, el atrio debe ser considerado como el espacio del tránsito entre lo antiguo y lo reciente. Esta transición no significa una pérdida de identidad, pues en él se encuentra una amplia gama de formas de relieve particulares, tanto derivadas directamente de procesos eruptivos, como modeladas en el transcurso del tiempo por la acción de las aguas corrientes y del hielo. Anidado en este semicírculo y sin solución de continuidad hacia el Norte, como si saliera del mismo mar, se encuentra la forma que constituye la referencia lejana de otros puntos de Tenerife y de otras islas del archipiélago y el imponente horizonte inmediato desde la pared o desde el interior de las Cañadas: el Teide, o el estratovolcán Teide-Pico Viejo, según la perspectiva. Orográficamente es una barrera montañosa de dirección NE-SW, con un imponente desnivel en el sector central de aproximadamente 1.800 m, que disminuye de un modo más o menos brusco hacia los extremos y que corresponde a la concentración lineal de edificios volcánicos con formas originales de diferentes edades y dinamismos eruptivos; con superposición de bocas –el Pitón del Teide – que han proporcionado un incremento de la altitud del conjunto y con una diversificación morfológica de sus flancos, por la génesis de nuevos volcanes que han aprovechado otras vías de salida. La fuerza, la energía y la vivacidad de esta unidad no están enmascaradas por la vegetación, que, de un modo discontinuo, según la altitud, la edad de las rocas y su estructura superficial, sólo proporciona una tenue veladura. El estratovolcán Teide-Pico Viejo es resultado de la concentración de la actividad eruptiva producida en la última etapa de construcción de los elementos fundamentales de este paisaje en una estrecha franja de disposición paralela a la pared oriental de las Cañadas. Constituye una voluminosa montaña que cubre parcialmente las antiguas estructuras, cerrándolas por el norte. Una alta montaña reciente superpuesta a las viejas construcciones volcánicas parcialmente desmanteladas de las Cañadas. En ella se han concentrado la mayoría de las erupciones volcánicas producidas en los úl-
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timos cientos de años, primero a través de los dos cráteres principales del estratovolcán – el Teide y Pico Viejo – y luego más tarde, dando lugar a conos volcánicos simples y a todo un conjunto de domos que orlan su base o rasgan sus flancos. El paisaje del Parque Nacional del Teide es, por tanto, eminentemente mineral. Este carácter está determinado no sólo por la omnipotente presencia de las formas volcánicas, sino también por el aspecto de la cubierta vegetal, que permite la observación directa de las formas y la influencia de unas condiciones climáticas que posibilitan la pervivencia y conservación de este mundo mineral sin grandes alteraciones durante amplios períodos de tiempo. UN PAISAJE EN EL QUE LA VEGETACIÓN CONTRIBUYE AL PROTAGONISMO DE LAS FORMAS Aunque desde el punto de vista florístico el Parque Nacional del Teide tiene un gran interés por su elevada proporción de endemismos regionales, insulares y locales, la vegetación que vive en él tiene un protagonismo paisajístico relativo, pues, frente a la contundencia de las formas de relieve, contribuye escasamente al aspecto de este espacio. Las características climáticas del Alto Tenerife provocan un estrés térmico e hídrico en las formas de vida vegetal ante el que éstas responden con una fisonomía dominantemente arbustiva. Se trata de un matorral característico de la alta montaña templada, pero incorpora elementos de gran originalidad morfológica, como las especies del género Echium, que evocan la imagen de la vegetación de los pisos más elevados de la montaña intertropical, indicando el carácter de transición latitudinal de esta alta montaña atlántica. El matorral no resta protagonismo a las formas de relieve ni oculta la base pétrea, sino que, al contrario, a través de sus diferentes grados de continuidad y recubrimiento, así como de sus distintas combinaciones de especies florísticas, pone énfasis en los rasgos geomorfológicos, resaltando y ayudando a definir la geografía de las formas de relieve. Únicamente durante la floración primaveral, la cubierta vegetal deja de ser una discontinua veladura verde-parda y adquiere un mayor protagonismo cromático. La vegetación es pluriespecífica y diferentes grupos de taxones florísticos caracterizan formas, ambientes y lugares concretos. Pero por sus propias dimensiones, por su abundancia, por su capacidad de adaptación a variadas situaciones ecológicas o bien por su originalidad morfológica y cromática, las especies que tienen una mayor impronta paisajística son la retama
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Figura 2. El severo protagonismo de las formas de relieve en la configuración del paisaje del Teide es evidente a diferentes escalas de análisis. Sólo en detalle, y no siempre, la vegetación equipara su importancia.
(Spartocytisus supranubius), la hierba pajonera (Descurainia bourgaeana), el rosalillo de cumbre (Pterocephalus lasiospermus), el codeso (Adenocarpus viscosus), los tajinastes (Echium wildpretii y Echium auberianum) y la violeta del Teide (Viola cheiranthyfolia). La gran variedad de formas volcánicas originales o remodeladas por la erosión, con sus diferentes cronologías, las contrastadas masividad, continuidad superficial o fragmentación de las estructuras rocosas, las diferentes situaciones topográficas relativas, los distintos niveles de inclinación del terreno, los desiguales grados de intensidad, actual y pasada, de los procesos torrenciales, periglaciares y de gravedad, ejercen un efecto ecológico tan poderoso que difuminan la influencia directa de las variaciones climáticas locales. Son, por tanto, las formas de relieve las que determinan fundamentalmente la geografía de los principales tipos de vegetación del parque nacional entre los que destacan por la superficie que ocupan o por su elevado protagonismo fisonómico los retamares, los matorrales de codeso y los de rosalillo de cumbre o de hierba pajonera, los tipos de vegetación muy abierta integrada por diferentes especies, entre las que destaca el cedro (Juniperus cedrus). Eduardo Martínez de Pisón*M. Eugenia Arozena**Esther Beltrán**Carmen Romero
Algunos de estos tipos de matorral definen por sí solos la vegetación de ciertos lugares, pero es más frecuente que tejan mosaicos vegetales propios de sectores concretos. Como consecuencia, otro rasgo fundamental del componente vegetal del paisaje del parque es la múltiple asociación espacial de diferentes tipos de vegetación. A estas dos particularidades hay que sumar el hecho de que existen amplias superficies sin cubierta vegetal aparente, que corresponden a las formas de creación volcánica más moderna, a las de superficie rocosa más compartimentada, a los lugares cuyo sustrato está integrado por roca muy fragmentada y móvil, o a las pétreas paredes verticales. Esta contundencia de las formas de relieve como guías del paisaje vegetal sólo se ve interrumpida en ciertas áreas marginales del parque, donde el hombre creó una cubierta vegetal con un recubrimiento y una coloración paisajísticamente excepcionales, debido a la concentración de elementos arbóreos –Pinus canariensis-. EL ANÁLISIS DEL PAISAJE DEL TEIDE. LA DESCOMPOSICIÓN EN SUS ELEMENTOS El aumento progresivo del detalle en el análisis del paisaje del Parque Nacional del Teide permite ir decomponiendo el mosaico principal en diferentes piezas de fisonomía particular, por tanto con identidad propia, susceptibles de ser desagregadas sucesivamente en otras menores, cuyas características y relaciones espaciales contribuyen a la fisonomía general. Las más pequeñas se individualizan por determinadas combinaciones de elementos, o por algún elemento singular, que corresponden ya a las formas de relieve y a los tipos de matorral existentes.
Los elementos principales El aspecto de este espacio está definido directamente por sus formas de relieve más destacadas, como la caldera y el estratovolcán, y, con más detalle, por elementos como la culminación del gran estratovolcán por el conelete lávico reciente; por las coladas negras que de él se derraman en melena por sus flancos; por las coladas antiguas del doble estratovolcán; por los domos periféricos y sus coladas; por los conos de aparatos parásitos menores; por las bocas y lavas de la erupción histórica de las Narices del Teide; por el amplio y complejo cráter de la cima de Pico Viejo, que constituye una de las piezas de mayor entidad en el conjunto; por el espinazo de los Roques; por el variado escarpe y el talud de las Cañadas; por las mesas domáticas de este edificio; por las huellas de incisiones torrenciales y de coladas de piedras; por los depósitos de torrentes y de áreas
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endorreicas. Todo este conjunto de elementos del paisaje revela las etapas de construcción y de modelado del conjunto volcánico y acumulan una nutrida geodiversidad en un sistema coherente. En relación con esta diversidad geomorfológica, existe una gran variedad de elementos del paisaje vegetal, o tipos de vegetación, que se yuxtaponen y se combinan espacialmente, formando un mosaico de gran armonía estética con las formas de relieve y con los colores y texturas de las formaciones rocosas. Pero para poder apreciar alguna variación espacial de la vegetación, además de la de los sectores periféricos con pinar, la observación ha de ser bastante más cercana que la necesaria para obtener resultados geomorfológicos semejantes. Aun así, los cambios que se pueden considerar a ese nivel de detalle son los más elementales: si existe o no existe vegetación vascular, su porte, su grado de recubrimiento espacial y su densidad. De ello resultan seis principales variaciones espaciales de vegetación: los espacios sin vegetación aparente, que incluyen la mayor parte del Teide, el cráter y norte de Pico Viejo, los conjuntos domáticos de Montaña Blanca-Montaña Rajada, el campo de volcanes recientes de Samara y los volcanes de las Narices del Teide y de Fasnia; el matorral del sector oriental del atrio, formación arbustiva y abierta dominada por Spartocytisus supranubius, Pterocephalus lasiospermus y/o Adenocarpus viscosus; el de las coladas antiguas del estratovolcán, relativamente abierto y pluriespecífico, aunque con dominio de Spartocytisus supranubius; el mosaico de vegetación de la pared de las Cañadas, La Fortaleza y Los Roques de García, que muestra una alternancia de vegetación rupícola, matorral abierto de Spartocytisus supranubius y matorral cerrado y pluriespecífico; el mosaico del campo volcánico del Portillo-Izaña, con una ágil sucesión espacial de matorral discontinuo y abierto de Spartocytisus supranubius en los conos piroclásticos recientes y de matorral cerrado de Pterocephalus lasiospermus en los depósitos sedimentarios; y el bosque de Pinus canariensis del norte del estratovolcán y del dorso de la pared, que contribuye poco a la caracterización del paisaje del Teide por situarse en los bordes más ocultos del parque nacional, a pesar de que introduce la discontinuidad vegetal más marcada.
La combinación de elementos En el análisis espacial de los elementos se observa la existencia de una indisociable síntesis geomorfológica y fitogeográfica, mucho más estricta en sus características y en sus delimitaciones que en otros tipos de alta montaña. La minuciosa vinculación de los rasgos del matorral a las diferentes formas volcánicas y de modelado se manifiesta en los contrastes entre las áreas sin vegetación aparente y aquéllas en las que la presencia de vegetación vascular es evidente, pero también en la composición florística del matorral, por la
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Figura 3. Ejemplos de la estrecha asociación entre las formas de relieve y los tipos de vegetación en el estratovolcán, en la pared de las Cañadas y en el atrio de la caldera.
presencia o ausencia de determinadas especies o por la importancia relativa de algunas de ellas según la edad, la estructura rocosa y la topografía de la forma.
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EL PAISAJE DEL TEIDE, LA COMBINACIÓN ESPACIAL DE SUS ELEMENTOS EN UNIDADES ESPACIALES La combinación espacial de las muy diversas formas volcánicas y de los tipos de vegetación que existen en el Parque Nacional del Teide define muy bien la trama de un paisaje único, el que caracteriza a este sector de Tenerife. La excepcionalidad paisajística del Teide no puede ser sólo es entendida por su particular evolución geológica y geomorfológica, ni únicamente debe ser estimada por la consideración individual de unos componentes biológicos de destacada originalidad, sino que tiene el valor añadido de una configuración espacial exclusiva, que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo, relacionada directamente con las estructuras tectónicas. La disposición de las grandes formas de relieve que lo caracterizan y la de los elementos menores que lo integran manifiestan con gran perfección una geometría exclusiva que responde a dicha red de fracturas. Dominan dos alineaciones: primero la NE-SW, que dirige, entre otros, relieves tan marcados como la pared de las Cañadas y su atrio o el portillo de Boca Tauce, los volcanes que construyeron su edificio y rosarios de centros eruptivos como el de la Fortaleza, Montaña Negra, Montaña de las Lajas, Pitón del Teide, los Gemelos, el cráter de Pico Viejo y las bocas eruptivas de las Narices del Teide. En segundo lugar, la alineación NW-SE, que controla, por ejemplo, la pared occidental de las Cañadas, los volcanes del área oeste, el rosario de las bocas eruptivas de la Abejera, las Lajas y Montaña Rajada, la fisura de Montaña Blanca, las bocas del Teide y de Montaña Majúa y la incisión de la Degollada de Guajara, o vincula los Roques Blancos o el campo de volcanes de Samara con Pico Viejo, con el espigón de los Roques de García y con el tajo de la Degollada de Ucanca. Un tablero, por tanto, prefijado por la trama tectovolcánica que tiene una influencia capital en el reparto de los elementos del paisaje volcánico y erosivo con tal evidencia que se convierte, combinado con las evoluciones volcánica y climática, en una de las claves de la disposición espacial de los paisajes del Parque Nacional del Teide. El cruce fundamental de estas dos direcciones tectónicas en el alto Tenerife y, más concretamente en el edificio Teide–Pico Viejo, es la razón de la repetida localización de la actividad volcánica en ese sector y, como consecuencia, del volumen y la altura del área central de la isla y del estratovolcán respecto a su entorno. Esto, a su vez, es la causa de que el ambiente climático en que está inserto este paisaje sea el propio de la alta montaña. Además, este parque nacional se caracteriza y se individualiza del resto de la isla y respecto a otras altas montañas volcánicas por un sistema geo-
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Figura 4. Incidencia de las pautas tectónicas de dirección NE-SW y NW-SE en el orden espacial de los elementos morfológicos del parque nacional
gráfico de conjunto propio, organizado en amplios sectores compuestos por múltiples albergues diferenciados. Efectivamente, del mismo modo que un sistema, esta estructura jerárquica espacial constituye el Teide y sus planetas; una multiplicidad de mundos dentro del mismo cosmos, diferenciables en la observación de detalle e indisociables a escalas de menor detalle. Éste es uno de esos lugares donde se hace patente con gran facilidad la ajustada correspondencia que existe entre esa trama jerárquica del paisaje, los razonamientos que éste estimula y las sensaciones que provoca.
El estratovolcán Teide-Pico Viejo Es la unidad más extensa del parque nacional, ocupa la mayor parte de su mitad occidental, la que alcanza más altitud, 3.718 m, y la que presenta un mayor desnivel desde la base a la cima, 1.700 m. Está integrada por una voluminosa montaña cónica alargada en sentido nordeste-suroeste, rodeada en el sur y en el este por el atrio, la unidad topográfica y de paisaje de menor altitud y más llana, mientras que por el norte alcanza el límite del parque y por el oeste la unidad de Samara irrumpe recortando su perímetro como una estrecha franja de paisaje diferente. El estratovolcán se caracteriza sobre todo por el volumen y por la verticalidad de la forma general del relieve, pero la geografía de las once uniEl paisaje como criterio de valoración territorialEl Parque Nacional del Teide(Tenerife, Islas Canarias)
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dades menores que se observan al aplicar el zoom participa también de un modo importante en su apariencia. En el área central, el pitón del Teide y la cima de Pico Viejo constituyen las dos cumbres, a partir de las cuales se disponen el resto de las subunidades de una manera groseramente radial, salvo el collado situado entre aquellos dos. La variante espacial del paisaje con mayor superficie continua es la de las coladas negras del Teide, que caracterizan a la mayor parte del sector oriental del estratovolcán. En segundo lugar, aunque repetidamente interrumpida por otras subunidades, destacan las laderas medias de Pico Viejo. El paisaje tiene una dominante morfológica absoluta, pues la mayor parte de su superficie se caracteriza por la ausencia de cubierta vegetal evidente y en el flanco sur, mejor representados en Pico Viejo que en el Teide, los matorrales de diversas características recubren desigualmente las laderas. Sólo en su límite septentrional, el bosque de Pinus canariensis crea una discontinuidad muy neta en el dominio general de la roca.
Unidades menores integrantes: • • • •
1.1. El pitón del Teide 1.2. Las coladas negras del Teide 1.3. La ladera suroriental del Teide 1.4. Los domos del collado de Pico Viejo • 1.5. El cráter de Pico Viejo • 1.6. Las Narices del Teide
• 1.7. Las laderas altas de Pico Viejo • 1.8. Las laderas bajas meridionales de Pico Viejo • 1.9. Los Roques Blancos • 1.10. Montaña Blanca y Montaña Rajada • 1.11. Pico Cabras
La pared de las Cañadas Constituye una unidad de paisaje muy bien individualizada por sus rasgos propios y por su contraste con las colindantes. Es muy lineal, con planta de arco ligeramente festoneado y abierto al noroeste, y está integrada por una abrupta pared que encierra, salvo en el nordeste, la unidad principal del atrio. Alcanza su mayor altura en Guajara (2.715 m) en el área central de su recorrido. Desde aquí, tanto hacia el nordeste como hacia el oeste, la pared pierde altura y tiende a fragmentarse en los extremos, donde su trazado se desdibuja por la superposición de formas volcánicas recientes. Así mismo, su paisaje pierde complejidad progresivamente en la misma dirección, ya que la relación entre el cejo rocoso y el talud de derrubios inferior se hace más sencilla. La imbricación geográfica de estos dos elementos del paisaje condiciona los rasgos generales de una cubierta vegetal evidente de tipo ar-
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Figura 5. Disposición de las unidades menores del paisaje del Teide, con mayor detalle del atrio oriental y de los flancos este y sur del estratovolcán
bustivo, en algunos lugares la más cerrada del parque nacional. También en los dos extremos es donde aparece una formación forestal cerrada generada por la plantación de Pinus canariensis a mediados del S. XX. Su posición en el espacio y su configuración hacen que sea considerada La otra Montaña del parque nacional; de hecho, su dorso es la montaña para el sur de la isla. Si el estratovolcán provoca sensación de dinamismo por la superposición y yuxtaposición de formas volcánicas originales, esta otra montaña tiene la particularidad de que su superficie topográfica corta las estructuras volcánicas, por lo que funciona como un gran panel explicativo
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visible en todo su trazado –a excepción La Fortaleza – desde la carretera que cruza el parque. Una observación detallada permite conocer la sucesión de los episodios eruptivos en el tiempo y en el espacio, pues de este a oeste, comienza con alternancias de estratos de coladas y productos de explosión, sigue por un arco de apilamientos de pumitas, continúa por apilamientos de coladas, se realza en un sector central de domos y coladas masivas y se prolonga por coladas discontinuas, cortadas por diques y rematadas por mesas. También se aprecia la estrecha relación que existe entre los cambios litológicos, la disposición de los materiales, la topografía, las antiguas formas de modelado, la intensidad de los procesos morfogenéticos actuales y la adaptación de la vegetación a los diferentes grados de estabilidad, granulometría y retención de humedad del sustrato. El resultado paisajístico de esta interacción permite identificar cuatro variaciones espaciales, que corresponden a tramos concretos de la pared de rasgos muy definidos.
Unidades menores integrantes: • 2.1. La Fortaleza • 2.2. La pared oriental
• 2.3. La pared central • 2.4. La pared occidental
EL atrio Cerrado entre los horizontes del estratovolcán y de la pared y abierto por el nordeste y por el oeste se encuentra el atrio interior. Su posición central, entre las unidades de paisaje más montañosas, determina su superficie y su planta, así como que sus rasgos internos, estén asociados a ellas. Así, el giro que experimenta la pared hacia el noroeste y el alargamiento del estratovolcán hacia el suroeste provoca un considerable estrechamiento progresivo del atrio hacia el oeste. Este cambio se produce a partir de Los Roques de García, donde también existe una brusca disminución de la altitud del fondo del atrio. Es el espacio bajo y llano, relleno en su mayor parte por derrames lávicos del estratovolcán y limitado por una estrecha línea de áreas endorreicas que enlazan con el talud basal de la pared. Como consecuencia, la mayor parte de las unidades de rango inferior en que se descompone el paisaje del atrio siguen una disposición espacial más o menos radial a partir del estratovolcán; articulación que se interrumpe cerca de la pared y es sustituida por franjas paralelas a ésta. Claramente, éste es otro paisaje definido de un modo esencial por su componente morfológica, tanto de un modo directo como a través de las Eduardo Martínez de Pisón*M. Eugenia Arozena**Esther Beltrán**Carmen Romero
Figura 6. Vista desde el oeste de la disposición de las unidades de paisaje del Teide. El campo de volcanes de Samara y unidades menores del estratovolcán
variaciones de hábitats vegetales introducidas por los tipos de formas y por las características del sustrato lávico. Tiene la originalidad de ofrecer en una topografía llana los paisajes tortuosos de la roca viva, intransitable y estéril, propios de terrenos empinados. A pesar sus más de 2.000 años, las vastas superficies del Tabonal Negro o del Valle de Las Piedras Arrancadas, con sus grandes bloques y sus aristas negras y brillantes de obsidiana parecen resultado de una erupción volcánica recién concluida. Sin relieves sobresalientes –salvo Los Roques de García – ni tipos de vegetación muy contrastados, el llano interior ofrece un variado paisaje que se puede descomponer en múltiples unidades de diferente rango, desde las
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coladas domáticas cubiertas de pómez con un mosaico vegetal propio, hasta el bloque rocoso de caras lisas con una joven retama naciendo de una estrecha grieta. Su accesibilidad y su cercanía facilitan la aplicación del zoom en el conocimiento y la comprensión del engranaje paisajístico. Pero quizá la perspectiva más grandiosa del atrio es la que se tiene desde fuera, por sectores desde el filo de la pared, y, especialmente, la visión conjunta de casi toda su superficie desde La Rambleta.
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Unidades menores integrantes: • 3.1. Las coladas recubiertas de pumitas • 3.2. Las coladas domáticas en bloques • 3.3. El sector de coladas de Montaña Las Lajas y Montaña Negra • 3.4. El sector de coladas de Montaña Corrales
• 3.5. Las coladas del sector de Ucanca • 3.6. Los conos piroclásticos • 3.7. El depósito de La Corbata • 3.8. Los llanos endorreicos • 3.9. Los Roques de García
Campo de volcanes de Samara Su individualización y delimitación como unidad mayor responde a la homogeneidad que las formas volcánicas recientes otorgan a este espacio y, sobre todo, al contraste paisajístico que generan con respecto a su entorno. Como área espacialmente marginal en el territorio del parque nacional, este campo de volcanes recorta la ladera occidental de Pico Viejo y se prolonga en otra gran unidad de paisaje de Tenerife, la dorsal volcánica de Abeque. Además de la reunión de edificios piroclásticos de formas muy frescas, lo que da más uniformidad al conjunto es el manto de lapilli que oculta las coladas más antiguas y que recubre parcialmente las laderas y los cráteres de los conos. La falta de cubierta vegetal es el otro rasgo fundamental de este espacio. Considerando la escala de análisis utilizada, al no ser susceptible de desagregarse en sectores concretos con fisonomías suficientemente contrastadas, la unidad de paisaje del campo de volcanes de Samara también se mantiene como tal en un rango jerárquico inferior. Ello se debe a que su límite occidental está impuesto por el del parque nacional, quedando reducida esta unidad a un fragmento de un área más amplia de paisaje natural con características propias y variadas internamente. De esto no se puede deducir una incoherencia en la delimitación del Parque Nacional del Teide,
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pues el campo de volcanes de Samara nace en el flanco de Pico Viejo, del que es espacialmente indisociable, a pesar de que sus rasgos fisonómicos marquen una transición a la dorsal volcánica de Abeque. Es un paisaje singular en sí mismo, por sus formas alomadas y cónicas, por sus áreas con coladas y malpaíses, tubos volcánicos y jameos y sus colinas cubiertas por un tapiz de piroclastos negros en los que emergen restos de bloques de lavas y segmentos de edificios arrancados, arrastrados y abandonados por las coladas, como aparentes bloques erráticos. Sólo en las dispersas hondonadas entre dichas colinas cubiertas de piroclastos se agrupan algunos matorrales de Adenocarpus viscosus. Al fondo la amplia forma cónica de Pico Viejo se estrecha hasta el borde del gran cráter que lo culmina. Tras él asoma el cono cimero del Teide y en su costado se derrama con volúmenes llamativos y formas masivas el domo de los Roques Blancos.
Campo de volcanes de la Dorsal de Pedro Gil En el extremo opuesto, el campo de volcanes del Portillo-Izaña introduce igualmente los rasgos de las dorsales volcánicas en el parque nacional. Es también una unidad de paisaje de posición marginal, cuyos límites tienen un carácter administrativo en la mayor parte de su perímetro. Separada del estratovolcán por el sector más extenso del atrio, es con éste con el que tiene una mayor relación espacial. El área de contacto con la pared de las Cañadas es muy pequeña, pero tiene un efecto paisajístico particular, porque la agregación progresiva de conos de piroclastos en la parte oriental de la pared es la razón de que ésta se vaya difuminando para terminar dando paso al campo de volcanes. Con este campo de volcanes el parque nacional completa la gama de los paisajes volcánicos propios del Alto Tenerife, al mismo tiempo que, junto con el de Samara, permite entender la construcción del paisaje volcánico más complejo de las islas en el cruce de las dos dorsales volcánicas de las que uno y otro campo forman parte. En su cara norte, esta unidad aparece suspendida sobre el mar de nubes del alisio, por lo que éste forma parte indisociable de su paisaje y es habitual ver desde ella una extensa conexión nubosa con la isla de La Palma. Pero en las pocas ocasiones en que no está presente, el panorama no defrauda, pues se desvela el Valle de La Orotava, con su ancha franja superior de bosque de Pinus canariensis y, por debajo, las rampas con paisajes agrarios y urbanos hasta el mar.
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Figura 7. Mapa de unidades de paisaje del parque Nacional del Teide
Unidades menores integrantes:
• 5.1. El campo de volcanes recientes • 5.2. El volcán de Fasnia • 5.3. El Llano de Maja
EL PARQUE NACIONAL DEL TEIDE, UN PAISAJE VOLCÁNICO DE ALTA MONTAÑA SUBTROPICAL En este sistema volcánico situado por encima de los 2.000 m de altitud y que tiene un desnivel propio superior a 1.500, indudablemente funcionan mecanismos, procesos y dinámicas propias de la alta montaña que tienen repercusión en el paisaje. Las características fisonómicas de su cubierta vegetal son el síntoma más evidente de la situación altitudinal de este espacio y su composición florística lo es, aunque de modo menos perceptible, de su posición latitudinal. Además, existen en el Teide formas, heredadas y actuales, relacionadas con la acción del hielo, sobre todo con las oscilaciones próximas al umbral de solidificación del agua. Sólo el déficit y la irregularidad de la presencia de ésta, propios de las áreas subtropicales, han
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cuestionado de diferente modo a lo largo del tiempo la acción morfogenética del modelado torrencial y periglaciar y la contribución de la nieve a la fisonomía del Alto Tenerife. Pero el efecto de estos procesos, fundamentales en el modelado del paisaje en otro tipo de montañas, está aquí interferido por una enérgica y decisiva dinámica constructiva de formas que hace que aquéllos sólo maticen o velen, de un modo irregular en el espacio, una fisonomía que está directamente configurada por la complejidad de un sistema volcánico activo que ha tenido su último episodio eruptivo hace menos de 300 años. El fenómeno volcánico, con una dinámica eruptiva muy variada, ha sido aquí recurrente en el tiempo y ha seguido su particular lógica espacial, con la creación de pequeñas pero contundentes formas superpuestas o yuxtapuestas a otras de mayor extensión, según se hayan reutilizado salidas magmáticas ya existentes o se hayan creado otras nuevas. Como consecuencia, la superficie de esta construcción volcánica dormida evidencia una infrecuente riqueza de formas eruptivas, de tipos de construcciones explosivas y efusivas, de modalidades de conos y coladas lávicas. En relación con el ambiente de alta montaña subtropical, estas formas volcánicas directas, aun siendo muchas de gran antigüedad, siguen conservando su frescura original, con las voluminosas coladas, los arcos de empuje, las agujas de protusión de los domos, los perfectos canales lávicos de las vistosas coladas negras del Teide, el espectacular cráter de Pico Viejo. La energía y el dinamismo que transmite el paisaje del Parque Nacional del Teide se debe a la preservación de estas formas y a sus relaciones espaciales. La permanencia intacta de los contactos de los derrames lávicos con los cráteres emisores, sólo oculta a veces por la superposición de otras formas más recientes, la abundancia y diversidad de flujos petrificados con su plástica adaptación a la forma de volcanes y coladas previas imprimen una estética particular que provocan la sensación de estar siendo espectador del auténtico proceso eruptivo. Y, en medio de todo ello, sobresale el gran volcán, el estratovolcán Teide-Pico Viejo, relieve contundente de forma cónica que, a diferencia de la alta montaña no volcánica, debe su gran desnivel a fenómenos constructivos sucesivos. Mucho mejor que en otras montañas, en este espacio se puede efectuar la lectura de paisajes de diversas edades; paisajes sucesivos que se imbrican espacialmente, desde edificios demolidos hasta su raíz hasta erupciones de época histórica, que ponen en evidencia que se trata de un paisaje vivo, con niveles de funcionamiento relativos, cuya configuración actual constituye un auténtico palimpsesto. El Parque Nacional del Teide constituye, por lo
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tanto, un magnífico ejemplo de un paisaje de tipo volcánico, donde las dinámicas y los procesos eruptivos son decisivos en su configuración, además del ambiente climático de alta montaña que le afecta.
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EL PAISAJE DEL TEIDE, UN VALOR DE UN BIEN NATURAL DEL PATRIMONIO MUNDIAL El Parque Nacional del Teide, con una posición central en el archipiélago canario, se puede considerar como el paisaje resultante del encuentro entre los ámbitos estructurales del Atlántico –entorno de la dorsal oceánica – y del continente africano –la cordillera del Atlas-. Como consecuencia de esta ubicación, no se encuentra otro relieve similar desde Islandia hasta la Antártida en la franja de longitud del globo en que aparece, y, si se hace el seguimiento de este a oeste, tampoco en esa latitud se encuentra nada igual desde el Sinaí hasta la Sierra Madre Oriental. Es una gran construcción volcánica dormida que remata la elevada isla, levantada sobre los hondos abismos marinos que la circundan; un ámbito único suspendido en altitud cuya silueta, por encima del nivel de nieblas de las montañas subtropicales, permite al viajero localizar la isla que no ve. A la elevada riqueza en valores naturales de los paisajes del Teide hay que sumar el hecho de que aunque algunos de sus elementos morfológicos existen en otros lugares, lo hacen individual o parcialmentemente, y la excepcionalidad de este espacio es la integración de todos ellos en una misma área, además muy accesible para fines educativos y de investigación. Pero, sobre todo, en este espacio se localizan los volcanes activos más grandes, más accesibles y mejor estudiados del mundo, por lo que tiene una calidad adquirida como patrón universal en los aspectos culturales y científicos, además de ser un lugar geoturístico espectacular y mundialmente popular. Montaña que asciende hasta 3.718 m, aislada en su entorno insular y oceánico, única en su elevación a lo largo de distancias extraordinarias, el gran volcán extendió su fama desde antiguo entre los relatos de viajeros y los mitos de los confines. La cima luminosa sobre los mares fue considerada durante siglos, incluso por Darwin en el siglo XIX y por Unamuno ya en el XX, como “otro mundo” suspendido en altitud sobre los mares. Hay así todo un ciclo cultural del Teide, construido por relatos míticos, por crónicas de viajeros, por impresiones literarias y por informes científicos. Su edad de oro corresponde a los viajes ilustrados, donde la precisión de la descripción y la observación científica sustituyen definitivamente a las viejas leyendas de los confines. Las antiguas ascensiones a su cumbre movidas por afán
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Figura 8. Representaciones de la distribución de las zonas vegetales en función de la altitud en El Chimborazo y en el Teide. Humboldt. Essai sur la géographie des plantes (1805–1807)
de conocimiento, hicieron de este volcán un elemento singularmente destacado en el saber científico y su imagen se propagó por ello de un modo extenso. Fue un objetivo preciso, entre muchos otros, para naturalistas con significado decisivo en la historia de la ciencia, como Humboldt, Von Buch, Darwin –aunque no logró desembarcar en Tenerife – o Haeckel. El paisaje del Teide es en sí una fuente importante de erudición en la historia de la ciencia moderna y constituye una imagen habitual en la difusión del conocimiento. El paisaje del Teide es un paisaje excepcional, sin duda grandioso, donde disfrutan los sentimientos y aprende la razón. A pesar de ser un área que ha experimentado la presencia humana y diferentes tipos de aprovechamientos desde antes de la conquista de las islas, en pocos lugares tan accesibles como éste el paisaje volcánico presenta un estado de conservación similar. Las formas volcánicas directas, aun siendo muchas de ellas de gran antigüedad, siguen conservando su frescura original y el gran dinamismo que transmite el paisaje del Teide está en estrecha relación con la preservación de estas formas. La permanencia intacta de los contactos de los derrames lávicos con los cráteres que los emitieron, oculta sólo a veces por la superposición de otras coladas y la abundancia y diversidad de flujos petrificados, con su plástica adaptación a los accidentes de relieve, imprimen una estética particular que provoca la sensación de estar siendo espectador del auténtico proceso eruptivo. El paso del tiempo ha sido artífice de la difuminación de la nitidez de las formas sólo en algunos lugares. La superposición de depósitos torrenciales a las laderas bajas de Pico Viejo diversifica el paisaje, creando un mosaico vegetal particular, y es la evidencia del funcionamiento de los procesos naturales acordes con una combinación concreta de condiciones climáticas,
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formas, tipo de roca y pendiente. Incluso en el área donde la erosión ha tenido más tiempo para actuar sobre las estructuras volcánicas, la pared de las Cañadas, todos los relieves que la caracterizan se disponen siguiendo una organización armónica que es congruente con la propia historia volcánica del edificio y con su evolución morfoclimática reciente. Es el componente vegetal del paisaje, con un funcionamiento espontáneo en la actualidad, el que ha experimentado a lo largo de la historia una mayor interferencia con las actividades humanas. La asociación tan estrecha que hoy se observa entre los componentes morfológico y vegetal del paisaje se ha ido incrementando desde que la declaración de este espacio como parque nacional supuso la supresión del aprovechamiento ganadero. La coincidencia de la visión de los viajeros y científicos de los siglos XIX y XX respecto a la existencia de una escasísima cubierta vegetal constituida casi exclusivamente por el matorral de Spartocytisus supranubius, así como la evolución de la que han sido testigos los caminantes habituales del parque, nos indican que en los últimos 50 años ha tenido lugar una progresiva ocupación biológica, en cuyo proceso se han ido perfilando una gran diversidad de hábitats y de nichos ecológicos que aún no han terminado de definirse. Por ello, desde el punto de vista científico, el Teide no sólo es un volcán laboratorio, sino que también constituye un modelo excepcional de dinámica del paisaje vegetal de la montaña subtropical en territorio volcánico. Por tanto, están representados aquí todos los paisajes que permiten identificar la acción de los procesos geomorfológicos y ecológicos correspondientes a este espacio tectónico y bioclimático, con sus variantes temporales sucesivas. El Teide presenta un valor añadido que radica en los cambios estéticos que hacen que en diferentes momentos del día y del año varíen las calidades de su belleza. El paisaje del Teide muestra una variación fenológica anual llena de contraste. Sin duda esta variación es algo habitual en muchos lugares, pero aquí muestra unos caracteres especialmente marcados y resalta en un entorno definido precisamente por la atenuada estacionalidad: un invierno con nieve, que se convierte en el protagonista del paisaje, una primavera en floración explosiva con dominio intenso en el, un verano seco donde vuelve a dominar lo mineral, un otoño entrecortado por rachas de temporal con los vivos colores tardíos de las plantas, entre ellos el amarillo de la hierba pajonera. Y cambio, además, según el paso de las horas del día, de intensa luz, donde un amanecer de luces tendidas y sombras largas que saca todos los colores de lavas y plantas, contrasta con un mediodía de sol cenital sin sombras salvo en la vertical dominante hasta que llega un
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rápido atardecer de tonos suaves donde todas las formas adquieren relieves. Pero aún más llamativo es el cielo de la noche, de tan extrema pureza y diafanidad en la atmósfera que las constelaciones plagan el cielo con una proliferación y nitidez fuera de lo común y donde la Vía Láctea dibuja su rumbo con inusual brillantez. La presencia próxima de observatorios astronómicos obedece a estas virtudes excepcionales de la atmósfera de altitud en el Teide, sobre el soporte único de una cota de alta montaña en un punto de latitud subtropical emplazado en el Océano Atlántico.
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