El político y el científico

El político y el científico Max Weber El político y el científico Traducción de Martha Johannsen Rojas Universidad Autónoma de la Ciudad de México

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El político y el científico

Max Weber El político y el científico

Traducción de Martha Johannsen Rojas Universidad Autónoma de la Ciudad de México

Colección: Literatura Título original: Politik als Beruf, Wissenschaft als Beruf Título: El político y el científico Autor: Max Weber Traducción: Martha Johannsen Rojas Derechos de la traducción cedidos por Colofón S.A. de C.V. Diseño de portada: Aarón Aguilar Diseño de interiores: Daniel Zúñiga Formación de interiores: Sergio Cortés Primera edición, 2008 DR © Universidad Autónoma de la Ciudad de México Fray Servando Teresa de Mier 99, Col. Centro Delegación Cuauhtémoc, CP 06080, México, D. F. ISBN: 968572087-8 Material de distribución gratuita para los estudiantes de la uacm. Prohibida su venta. Hecho e impreso en México Correo electrónico: [email protected]

ÍNDICE Prólogo. 9 LA POLÍTICA COMO VOCACIÓN. 19 LA CIENCIA COMO VOCACIÓN. 85

Prólogo El sociólogo alemán Max Weber (1864–1920) es, en la actualidad, uno de los pensadores más influyentes de Occidente. Algunas de sus aportaciones constituyen elementos centrales de la sociología contemporánea, dentro de los que destacan temas como la metodología en las ciencias sociales y su preocupación por la objetividad, el estudio de las religiones, la relación entre éstas y el desarrollo económico, el proceso de la modernidad y el desencantamiento del mundo, el Estado y la política. Es por esto que el pensamiento de Max Weber no puede ni debe pasar desapercibido para todas aquellas personas que se dedican al estudio de las ciencias sociales y en este sentido aplaudimos la incorporación de su obra El político y el científico a la Biblioteca del Estudiante de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es importante señalar que El político y el científico fue escrito durante la etapa de mayor madurez en la trayectoria intelectual de Weber y está integrado por dos conferencias que fueron dictadas en 1919, un año antes de su prematura muerte. En la primera conferencia «La política como vocación» Weber sintetiza sus aportaciones a la comprensión del Estado; distingue entre el estudioso de la política y el político, respecto a éste diferencia entre quien vive «de» la política y quien vive «para» la política; reflexiona sobre el proceso de burocratización del Estado y la vida política y sobre el papel cada vez más activo de los partidos políticos y sus consecuencias para la figura del caudillo en la disputa electoral. Mientras que en la segunda «La ciencia como vocación» Weber estudia los avatares por los que atraviesa un estudiante que pretende consagrarse a la vida científica; cuáles son los supuestos de la neutralidad valorativa en la producción del saber; las aptitudes que, tanto en docencia como en investigación, debe tener un profesor universitario, así como la actitud que, frente a cuestiones políticas, debe mantener dentro del aula.

La política como vocación En esta conferencia, Weber nos aproxima al significado de política. Ésta, nos dice el autor, es una actividad humana que tiene el propó-

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sito de disputar la toma de decisiones que afectan la vida pública en el seno de una asociación política. «Por política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado». Ahora bien, se trata de una definición un poco «vaga» si no se complementa con el significado que para el autor de Economía y sociedad tiene el Estado, el cual es para Weber: …una asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de dominación y que, a este fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de un dirigente y ha expropiado a todos los funcionarios estamentales que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas.

Con esta breve definición Weber logró, por lo menos, dos considerables aportaciones para la definición del Estado y la política, a saber: la administración y legitimación del uso de la fuerza y el proceso de burocratización por el que atraviesa la consolidación del Estado moderno.

Legitimación y administración de la violencia Weber realizó una gran contribución a la Ciencia Política al pensar que el elemento distintivo de una asociación política, en este caso del Estado, es el monopolio de la violencia física legítima. Con ello, reconoce que la razón de ser de la actividad política descansa en su potencialidad para resolver los conflictos que se desprenden de nuestra convivencia y socialidad. En este sentido, la política presupone el conflicto pero no únicamente, ya que este sería el escenario de una guerra permanente en el que resultaría imposible un proceso de institucionalización que permitiera la convivencia pacífica entre los seres humanos. Para que éstos convivan pacíficamente es necesario que depositen en alguien —en una parte de su misma sociedad— la autoridad para ejercer la violencia. Se tra-

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ta de una relación entre aceptación y reconocimiento a cambio de seguridad y expectativa de solución no violenta de los conflictos. Si la convivencia entre los seres humanos genera conflicto de intereses y, por consiguiente, enfrentamientos, se requiere que quien gobierne esté autorizado para impartir justicia bajo la amenaza de coerción. Para que esta amenaza surta efecto debe ser reconocida como una instancia válida y legítima por parte de ciudadanos dispuestos a renunciar al uso propio de la fuerza para resolver sus diferencias con otros ciudadanos o con sus gobernantes. La fuerza o, mejor dicho, la violencia física no desaparece al constituirse el Estado; simplemente es administrada legítimamente. Weber reconoce, y aquí genera otra aportación fundamental al estudio de la política, tres formas paradigmáticas de dominación legítima: la tradicional, la carismática y la legal–racional. Se trata de «tipos ideales» de legitimación. La legitimidad tradicional es aquella que nos permite explicar la obediencia que los gobernados guardan dentro de una asociación política hacia una autoridad que es valorada por una serie de significados y referentes culturales que se reproducen a través de la tradición y la costumbre. Tal sería la autoridad de ciertas figuras religiosas como el sacerdote, el brujo, el chamán, etc. Por su parte, la legitimación carismática hace alusión a las simpatías que pueden despertar entre la población las cualidades personales de un líder y que son utilizadas para lograr la obediencia. Finalmente, la legitimidad legal–racional se presenta cuando la ley es un instrumento de la razón y cuya fuerza vinculante permite a las autoridades regir la conducta pública de los individuos. Éste es el tipo de legitimidad que prevalece en los Estados modernos. Sin embargo, como argumenta el propio Weber, se trata de tipos de legitimidad que no se encuentran «puros» en la realidad, aunque no por ello pierden fuerza explicativa frente al fenómeno de la dominación.  El «tipo ideal» es una de las principales propuestas metodológicas de Weber y consiste en la construcción de conceptos que, recuperados de la experiencia, se trabajan y se depuran con el pensamiento para intentar explicar los fenómenos sociales. Los tipos ideales exigen tanto poder explicativo como neutralidad valorativa. Esta última es fundamental para que el investigador no tergiverse con sus propias simpatías y apetencias el análisis de lo investigado.

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Independientemente de cuál sea el tipo de legitimidad que prive en una asociación política, el concepto de dominación utilizado por Weber ha resultado sumamente importante para la Ciencia Política en tanto demuestra que para dominar con éxito una sociedad es indispensable el reconocimiento y la aceptación de los gobernados. En este sentido «gobernar» es un arte que requiere tanto de la astucia de quien gobierna como de la «ingeniería política» de los aparatos administrativos del Estado para obtener la obediencia y, al mismo tiempo, satisfacer eficientemente las demandas de la población.

El proceso de burocratización del Estado moderno Si bien es cierto que Weber reconoce todo el tiempo la necesidad que tienen los gobernantes de ganarse el reconocimiento de los gobernados, no parte de las mismas premisas utilizadas por el contractualismo para explicar el concepto de Estado. Recordemos que para el modelo teórico contractualista presente en la teoría política de Hobbes, Locke, Rousseau o Kant —por citar algunos de los pensadores más conocidos— el Estado civil o político es el resultado de un pacto social que realizan individuos libres, iguales en sus derechos y dotados de razón, quienes abandonan un hipotético estado de naturaleza en el que prevalece la guerra (Hobbes), la falta de justicia (Locke), la falta de libertad (Rousseau) o la falta de autonomía (Kant). En cambio, para Weber, el Estado es el resultado de un proceso histórico de organización de la vida política en el que la figura del caudillo o dirigente comienza a ser desplazada por políticos y funcionarios profesionales para los que la independencia entre su actividad y los recursos de su actividad —los bienes materiales de la administración— es ahora indispensable. Paralelo a este proceso de burocratización, en el que el perfeccionamiento técnico se vuelve necesario para atender las tareas del gobierno, van surgiendo organizaciones políticas más sofisticadas para disputar el poder de tomar las decisiones: los partidos políticos. El desarrollo de la «máquina política» conduce a la diferenciación entre dos tipos de políticos profesionales: aquellos que viven

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«para» la política y aquellos que viven «de» la política. Mientras los primeros viven apasionadamente la política y, guiados por valores ideológicos, tienen una entrega incondicional a su actividad; los segundos condicionan su participación a la remuneración económica que les permite subsistir. Por lo general, quienes viven «para» la política suelen ser personas que tienen sus necesidades materiales cubiertas y no necesitan vivir de su pasión, o bien son miembros de las clases subalternas que entregan su vida a una causa revolucionaria. En cambio, quienes viven «de» la política tienen el interés de ir «escalando» en su carrera política y se ven envueltos, tarde o temprano, en un proceso de profesionalización y especialización. Ahora bien, quien decide entregarse a la vida política debe estar consciente de que ingresará al reino de los demonios en el que la antropología perniciosa que Maquiavelo o Hobbes atribuyen a los seres humanos está a la orden del día. Incluso para Weber, la política es el mundo en el que los demonios andan sueltos. En este sentido, quien quiera utilizar el camino de la política para «hacer el bien sin mirar a quien» equivoca su camino. Para ello están las religiones y sus iglesias. Mientras en la religión predomina la ética de la convicción cuyo fin está determinado por la intención de un acto sin preocuparse por sus consecuencias, la política se debe orientar conforme a una ética de la responsabilidad: La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una «causa» y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita —y esta es la cualidad psicológica decisiva para el político— mesura (Augenmass), capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar distancia con los hombres y las cosas. [...] La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma. De esta forma Weber hace suya la preocupación expresada por Maquiavelo en El príncipe de acotar las distancias y delimitar la autonomía entre política y moral:

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Ninguna ética del mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines «buenos» hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en qué medida quedan «santificados» por el fin moralmente bueno los medios y las consecuencias laterales moralmente peligrosos. El medio decisivo de la política es la violencia. Weber nos alerta contra quienes pretender utilizar la política para redimirnos de una condición que lejos de ser coyuntural atraviesa las más diversas culturas; me refiero a nuestra condición pasional y, por ende, conflictiva.

La ciencia como vocación En esta conferencia Weber se pregunta cuál es la situación que les depara a los estudiantes universitarios que han decidido hacer de la ciencia una vocación. Para responder comienza por analizar a las universidades y plantea que éstas son instituciones cuyo funcionamiento no es ajeno ni está privado de las dinámicas y disputas de poder presentes en el resto de la sociedad: El trabajador, en nuestro caso el asistente, está vinculado a los medios de trabajo que el Estado pone a su disposición. En consecuencia es tan poco independiente frente al director del Instituto como el empleado de una fábrica frente al de ésta, pues el director del Instituto piensa, con entera buena fe, que éste es suyo, y actúa como si efectivamente lo fuera. En primer lugar, el pensador alemán llama la atención sobre el carácter plutocrático que intrínsecamente lleva consigo la vocación científica en la medida que sólo quienes tienen su vida económicamente resuelta se pueden arriesgar a la competencia y la exigencia del trabajo académico. Incluso advierte que el trabajo

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académico no sólo depende de la preparación y el compromiso del estudiante sino, fundamentalmente, aunque suene paradójico, del azar: Se ha conservado, sin embargo, e incluso se ha intensificado, un elemento peculiar de la carrera académica: la cuestión de si un Privadozent o un asistente tendrán alguna vez oportunidad de ocupar un puesto de profesor ordinario o de director de un Instituto sigue dependiendo del azar. Ciertamente no es sólo la casualidad la que impera, pero la casualidad reina de un modo desacostumbrado. Ahora bien, después de librar el posible ¿obstáculo? del azar, el académico que busca una plaza en una universidad debe de satisfacer dos cualidades indispensables: capacidad académica y de investigación y desempeño docente. Se tratan, para Weber, de dos cualidades que no necesariamente se conjugan en una misma persona, ya que no todo aquel que es un buen investigador posee, al mismo tiempo, habilidades docentes y viceversa. Por otra parte, el sociólogo alemán cuestiona el carácter masivo de las universidades en tanto defiende la idea de que la educación científica tiene tales niveles de exigencia que constituye por sí misma una «aristocracia espiritual» frente a la cual no «cabe engañarse». No obstante, señala que el número de oyentes en un curso pasa a segundo plano frente a las destrezas docentes del profesor. Weber plantea que en su desempeño pedagógico éstos deben contemplar al menos dos consideraciones éticas: su vocación científica y la neutralidad valorativa con la que han de conducirse dentro de las aulas, sobre todo frente a sus simpatías o preferencias políticas. La primera de éstas, la vocación científica, estriba en asumir el proceso de desencantamiento que lleva consigo todo proceso de racionalismo e intelectualización del mundo: Han naufragado ya todas esas ilusiones que veían en la ciencia el camino «hacia el verdadero ser», «hacia el arte verdadero», «hacia la verdadera naturaleza», «hacia el verdadero Dios», «hacia la felicidad verdadera», ¿cuál es el sentido que

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hoy tiene la ciencia como vocación? La respuesta más simple es la que Tolstói ha dado con las siguientes palabras: «La ciencia carece de sentido puesto que no tiene respuesta para las únicas cuestiones que nos importan, las de qué debemos hacer y cómo debemos vivir». Estar dispuesto a asumir este desencantamiento bajo la premisa de que el conocimiento científico tiene un valor en sí mismo, es parte de la vocación científica. Por su parte, la neutralidad valorativa es una preocupación que constantemente acompañó a las reflexiones metodológicas de Weber. No se trata de un reduccionismo positivista, al estilo de Comte, frente al cual los juicios de valor carecen de toda validez científica, se refiere, más bien, a una actitud ética que permita al investigador ser honesto consigo mismo y con sus interlocutores y no prejuiciar sus reflexiones con sus simpatías o apetencias. Esta actitud es la que al mismo tiempo debe acompañar la labor docente para que el profesor al impartir cátedra no utilice su investidura e intente persuadir al público para que éste asuma sus preferencias políticas. Para Weber la política debe quedar fuera del aula tanto para los docentes como para los estudiantes: La política no tiene cabida en las aulas. En primer lugar no deben hacer política los estudiantes. [...] Pero tampoco han de hacer política en las aulas los profesores, especialmente y menos que nunca cuando han de ocuparse de la política desde el punto de vista científico. Las tomas de posición política y el análisis científico de los fenómenos y de los partidos políticos son dos cosas bien distintas. Weber hace un llamado para que la vocación científica de los docentes sea asumida seriamente desde una ética de la responsabilidad y no desde una ética de la convicción. Es decir, tanto el científico como el político deben asumir que sus acciones, ya sea a través de su función de dirigentes o de su desempeño como académicos, influyen sobre un público que está sujeto a su autoridad. Ya que la ética de la convicción se caracteriza por tener miramien-

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tos frente a las consecuencias de una acción siempre y cuando sea, para el agente que la realiza, bien intencionada. La distinción que Weber establece entre la vida del docente dentro y fuera del aula nos remite a la diferenciación entre el uso público y el uso privado de la razón establecida por Kant en su ensayo Was ist Aufklärung?. ¿Cómo obedecer y ser libres al mismo tiempo? Esta cuestión planteada por Kant, más que ser un dilema, es una aporía inmanente a la existencia del Estado moderno. Para que exista un orden y, por lo tanto, una convivencia pacífica entre los ciudadanos es menester que cada uno de ellos haga un uso privado de su razón al comportarse como «engranajes» de una máquina. Por ejemplo, es deber del ciudadano pagar sus impuestos más allá de las críticas que desde el uso público de su razón pueda hacer a un determinado sistema hacendario. No es que el ciudadano o, en nuestro caso, el docente esté privado de asumir una posición crítica frente a las autoridades y a sus respectivos ordenamientos jurídicos. Pero dicha crítica que puede tener sus propios espacios de expresión, como los medios de comunicación, no debe entorpecer las responsabilidades que cada individuo tiene frente a la marcha de sus instituciones. Es innegable que Max Weber expone a lo largo de este trabajo una serie de preocupaciones que, ya sea en nuestra calidad de ciudadanos, ya sea como universitarios, de alguna u otra forma nos conciernen e involucran. Es por ello que invitamos al lector a que recorra las siguientes páginas como una vía de acceso inmediato a la complejidad del pensamiento y de la extensa obra de uno de los pensadores más influyentes de nuestra época.

Arturo Santillana Andraca

 Kant, I. «¿Qué es la ilustración?» en Kant, Filosofía de la historia, México, fce, 1987.

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