EL RITUAL DE LAVADO DE LAS MANOS EN ANNOBON La Comida Nupcial

Por Fernando Panadés García Profesor de la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial Email: [email protected] Fecha de publicación: 30/09/2015 13:37
Author:  César Ramos Lagos

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Por Fernando Panadés García Profesor de la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial Email: [email protected]

Fecha de publicación: 30/09/2015 13:37:41

EL RITUAL DE LAVADO DE LAS MANOS EN ANNOBON La Comida Nupcial

Sentimientos de identidad Las posibilidades de subirse al lomo del tiempo para volver al pasado son muy escasas, pocas o nulas. No hay algo tan doloroso en la vida que pensar en volver y sin camino al pasado. Una posibilidad divina que abra la puerta no está al alcance de este hombre que dio lo mejor de sí para trazar en el escenario de las costumbres, la señal de sus antepasados y la continuidad del presente. El annobonés que hoy el tiempo intenta y consigue borrar los recuerdos del viejo carcomido viyil o casa de palabra y los sellos tradicionales de aquella convivencia humana y su linaje cultural del tiempo remoto. Los recuerdos de aquel hábil pescador que hoy el tiempo va cubriendo con los caprichos del modernismo; esos recuerdos de viyil con sus tres cayucos dispuestos en terrazas de una caseta donde ellos, los pescadores, guardaban los enseres de cada faena en altamar. Y si hubiera esa posibilidad de volver al pasado, muchos nos aventuraríamos con la única esperanza de abrazar y recuperar esas costumbres milenarias como tesoro de la existencia del pueblo de Annobón. Muchos habríamos preferido volar con el tiempo hasta esa noche de clara luna, donde la bóveda 1

del cielo se cubría de una manta de estrellas que parecían sonreír la sombra del descanso, para escuchar placido y emocionalmente, de la boca del abuelo, las premoniciones del visionario annobonés que en su día dijo esta apocalíptica frase: Dja saje dä, wan sape namsedj saje paca fugàa (llegará el día en que muchos de vosotros no volveréis)1 . Ojalá el tiempo diera marcha atrás con el bastón de gran maestro para explicar con más detalles cómo eran las cosas. Sin embargo, el pasado alejándose, cada vez más aquellos días con el manto del olvido, obligando a éste batir con el rabo del remo las aguas del viejo tiempo dejando a distancias interminables los recuerdos de la convivencia en el pueblo. La curiosidad, a punto de vencer el enterramiento del pasado, se presenta como una oportunidad para escarbar los recuerdos en busca de aquellas costumbres milenarias que han caracterizado la convivencia y los sentimientos de un puñado de hombres, mujeres y niños asolados en una lejana isla durante mucho tiempo, donde había una creencia sobre la transcendencia de la vida, el cuidado de un Ser superior y salmos para alabarlo y también la creencia de espíritus protectores del viviente; estos elementos tan importantes en la existencia humana han caracterizado un pensamiento original y puro en la forma de juzgar los avatares de la convivencia, las reacciones sobre los sentidos de la vida misma que han dado al annobonés su manera de ser e interpretar la vida hasta hoy, a pesar del arropamiento del modernismo que caracteriza los jóvenes actuales. Y fue esta misma curiosidad que me ha empujado a hacer preguntas al abuelo que siempre nos cuenta anécdotas sobre las hazañas de su juventud, considerado como un libro viejo escondido en las entrañas de nuestras relaciones. Pedirle al anciano qué son esas cosas bonitas que ya no sabemos. Como si yo fuera hacer una encuesta para responder con acierto y dar explicación científica la razón del baile de las estrellas en el cielo, me lancé a la aventura con este propósito. Mi noble intensión era pedirle la “chuleta de la experiencia” sobre el ritual de lavado de las manos en el matrimonio tradicional de este pueblo cuya magia hoy el tiempo entierra con lágrimas del olvido.

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El sentido literal de la profecía de Pa Galu es que llegará el momento que muchos annobonés negará su propia identidad.

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El tiempo es caprichoso en los juegos de la vida. El tiempo no vuelve los ojos hacia tras para mirar el camino transcurrido. Como si fuera pedir a la naturaleza y el destino de todo lo que nos han ofrecido a lo largo de nuestro camino y nuestra experiencia en la vida, cuando preguntamos qué es lo que hemos conseguido durante todo ese recorrido solo nos damos cuenta de nuestro pasado, fue el tiempo pasado- ¡pensamos!. Esto ocurrió con el abuelo quien desde su banquito de madera me lanzó una mirada extraña y parlanchina como si fuera a decirme lo insignificante que somos los jóvenes de hoy en los asuntos de la cultura y la tradición del pueblo de Annobón. Tal vez tenía toda la razón. Desde el banquito de madera, la frente levantada y unos ojos que me miraban con consternación, el abuelo solo respiró hondo y pensativo, dejando escapar, después esta fastidiosa mirada para recibirme con una tensión de mano y ofrecerme la amistad y la colaboración. Sus labios, con ganas de soltar mucho más de los recuerdos escondidos debajo de las espesas y blanquecinas canas, hicieron muecas. El Ritual del lavado de las manos es un signo de purificación, de bendición y deseo de abundancia y de protección de los desposados, dijo el abuelo con una voz que rompió los recuerdos de su pasado. Fue una noche fantástica. Una de entre estas que la suerte acompaña y el destino vigila su turno. Aquella noche animada por una oscuridad sepulcral, pero en la que los muertos se divierten bajo la tenue claridad de la luna llena. La voz del abuelo parecía decirme que verdaderamente fue una noche que se escondió para siempre en el fondo de su corazón. Fue la noche en que él escuchó el ensordecedor latido del amor en el corazón, cuando se enamoró por primera vez, mientras bailaba con la chica que hoy el tiempo llama anciana.

Todo me pareció tener el presentimiento de es-

cuchar un recital fantástico sobre el ritual de lavado de las manos o laba oma 3

o lab’ ômã, que practicaban los annoboneses cuando se casan o celebran ritos como el de la “última despedida al difunto” en el que las familias del difunto ofrecen víveres y comida a los de “Dadji” o grupo pequeño de personas nacidas en el mismo año que se asocian con fines de ayuda mutua. Los jóvenes de Awala (Santa Cruz

nombre español del pueblo) se di-

vertían cada noche en la explanada decorada por una columna negra de lava volcánica petrificada antes de llegar en la desembocadura del mar. Aquel “filete” pétreo simboliza el poblado cuando se habla de las semejanzas y las diferencias entre los poblados de Annobón: Áwal, Ágãandj y Mábana. Su origen es volcánico y sería uno de esos chorros de lavas que se quedan en el camino antes de llegar más lejos, su destino. Liba léem pectu era la plaza de concentración y celebración de grandes eventos y reuniones de los lugareños, donde se encontraba el observatorio natural diseñado por la creación. Su nombre sería así como “el lomo de la piedra negra”. Por su situación geográfica, es el lugar para otear y avizorar la intención de los remeros

que

van o vienen de la ciudad en cayuco; desde allí, los más ancianos del poblado adivinaban, también, la evolución de la marea con los burdos conocimientos sobre la fase lunar para inferir la reacción de la misma en cualquier momento del día. Y si te colocabas sobre este “filete” negro petrificado mirando al mar, la puerta de la capilla de Santa Cruz se situaba detrás de tu espalda, como si fuera a anunciar que el divino santo encerrado en la capilla es el gran protector de todos los lugareños y aquellos que llegaban de lejos. Según la creencia de los habitantes de este poblado, el divino personaje protege la costa con marea brava que solo los hombres de este lugar son los únicos valientes, en Annobón, que cruzan los tres islotes saltando con frágiles embarcaciones las olas gigantes que se precipitan sobre las rocas del pequeño y abrupto puerto. Esta simple y elemental descripción de Liba léem pectu es para situar al lector el lugar que el abuelo, siendo entonces joven, conoció a la mujer que 4

hizo la genuflexión en los brazos de su marido delante de la puerta de la Capilla de San Juan en Abôbô para mostrar la fidelidad y respeto a la tradición cuando se casaron. El batir del tambalí (pequeño tambor que actúa de base de percusión en tômbô Palé) rompió el leve silencio de la noche y todos los jóvenes se precipitaron a buscar su pareja de baile. Se formaron el coro de baile. Cuando hubo terminado la primera pasarela Má Cuúsu, la joven, se acercó al otro lado del costado de la plaza, entre la oscuridad y el ruido de los comentarios y divisó la figura de Zã Cuúsu difuminada en la oscuridad, como si fuera un espíritu (limã) aguardando su turno. Se acercaron y hablaron de sus cosas. Esas cosas que los jóvenes annoboneses y de todo el mundo tienen en la punta de la lengua esperando soltar en la primera ocasión que los sentimientos de amor muestren su presencia. Un hilo fresco de gratitud recorrió las venas acelerando los latidos del corazón y Má Cuúsu asintió con la cabeza la promesa de Zã Cuúsu. La noche selló con su afirmación los compromisos del noviazgo. Desde entonces el joven buscará la ocasión precisa para hablar con su madre y pedir asentimiento y reconocimiento de la novia.

Enamoramiento de los jóvenes El anciano que me contaba su aventura tuvo que recurrir a la propia experiencia y los recuerdos para relatar todo lo que llevaba inherente el ritual de lavado de las manos. En principio, bajo el criterio de selección de los momentos más importantes del matrimonio tradicional annobonés, partimos del enamoramiento y elección de parejas. Evidentemente, la elección de una novia en su fase inicial se hacía de forma natural. Una joven en la adolescencia, en Annobón de entonces, era una criatura excepcionalmente considerada, respetada, ya sea en la familia como en el grupo de los coetáneos. La formación e instrucción hogareñas por los padres a sus hijas hacían de éstas, la flor del jardín más cuidada y deseada por otras familias para ser la esposa del hijo. Les hacía conocedoras de los secretos del hogar y de los manjares para ablandar el corazón del futuro

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“Omme”2 o marido. Y los primeros comportamientos en la vida pública eran moldeados por el pudor y el miedo de perder la virginidad fuera del orgullo de los padres. Hasta cierto grado, se pretendía que el primer marido de la mujer fuera, también, el primer varón que se acostara con ella ya en el matrimonio tradicionalmente consagrado. Y esta creencia era un orgullo para la familia y un gran respeto para la mujer. Una criatura femenina sin mancha ni apego era pura. Dispuesta a ofrecer todo amor y esta ternura a su primer marido bajo una tenue mirada de los padres del joven y una expectativa orgullosa de los padres de la mujer por las razones arriba mencionadas. Las chicas estaban siempre en estrecha vigilancia y atenta mirada de las madres. Aprendían con esmero los quehaceres del hogar maternal, las instrucciones del cuidado de las mismas preparándose para su futuro hogar. Eran estrictamente instruidas en el aseo personal con agua caliente, para conservar la pureza del órgano genital y evitando infecciones por descuido. La pulcritud era considerada una condición femenina para conservar el atractivo físico de la mujer. En los poblados tenían en el curso de los ríos, lugares reservados donde los chicos no se atrevían a asomar la cara. Allí se bañaban y se divertían descubriendo sus encantos naturales. Evitaban contactos con hombres. Incluso, en las manifestaciones lúdicas, guardaban cierta distancia evitando contactos y los cortejos masculinos. Eran pudorosamente instruidas por la madre y temían acercarse al grupo de los chicos antes de la edad que les permitían los padres. Los chicos eran algo diferentes. Atrevidos, con afán de aventurarse, no solo en las artes de la pesca de tiburones, sino con actitud avasalladora de conquistar su entorno. Participaban en la maratón olímpica dando dos vueltas alrededor de la isla en pequeñas y frágiles embarcaciones, desafiando los soplos de vientos fuertes del este de la isla, las mareas bravas de “ôlô ngãadji mábana”, así como los peligros marinos más adversos para atraer la atención y aprecio de las 2

Esta palabra podría traducirse en hombre y lleva inherente el sentido de hombre de la casa, señor y dueño de la mujer. Cuando es una pareja madura o hablar con respeto ante gente mayor del pueblo el “Omme” se convierte en Pè Jadji, padre de la casa, en este caso padre de la familia.

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jóvenes. Debían pasar en la edad de la adolescencia bajo la instrucción de los padres en las artes de la pesca, la habilidad de tejer el “jambà” , especie de arco con el que los hombres jóvenes trepaban el árbol de la palmera, los trabajos de limpieza de tierras cortando arboles gigantes y sembrando semillas, así como otros trabajos destinados a demostrar la habilidad masculina. Estos aprendizajes fortificaban la autoconfianza, remendaban la valentía masculina y el deseo ardiente de proteger el propio hogar de las reyertas externas. Una vez dominada y superada todas las pruebas, el joven será confiado al destino para la elección de una pareja, pensaría en un hogar familiar donde dominaría la fuerza de responsabilidad procreadora para conservar la estirpe. Los deseos de vivir aventuras propias y ganar experiencias empujaban al joven a dar el primer paso hacia la vida pública saliendo de la casa de los padres para vivir en la suya propia. El “tômbô plassa” (baile en la plaza)3 era un medio de diversión para los jóvenes. Momentos de ocio y de encuentros juveniles, generalmente nocturnos y días de fiestas tradicionales. En él, un conjunto de cuatro tambores y la botella “percutir de la botella”4, al unísono y animado por cantos tradicionales dirigidos por un hábil cantante, rompían el silencio de la noche y llamaban a los chicos y chicas a una especie de baile, agarrados y apretados, en donde las intimidades se cruzaban en el camino de la ilusión (acérquense más y más – ordenaba el director del coro en plan “mando”). Bailando en parejas, los chicos recorrían el círculo de los bailarines obedeciendo al animador que se colocaba en medio del coro dirigiendo artísticamente la danza. La primera vez que el chico se acercaba a la chica, en el baile, era motivo de sentirse atrapado por sentimientos extraños que se traducirán luego, en contactos clandestinos, a espaldas de los padres, lo que marcaba el inicio de la pretensión. Después de una zarandeada danza al ritmo conquistador del tambalí, el chico daba la primera y

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Cortejo nocturno para encuentros de baile. El tintineo a ritmo de la botella para acompañar la orquesta del baile annobonés.

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tímida cita a la chica, en un lugar apartado de la multitud, para probar la suerte en búsqueda de sentimientos escondidos. En Annobón de entonces, en la década de los treinta, la iniciativa de formar pareja era de hombres con habilidad para impresionar emocionalmente a la mujer, en verse a menudo en encuentros silenciosos bajo el tejado de la noche atrapada por aliento de un viento acariciante. Los continuos encuentros en lugares de penumbra o casi sin luz para hablar de

todo, temas preferidos y los

premeditados por el chico certificaban la aventura en el curioso mundo de la atracción sexual. El sí de una chica no salía tan rápido. Debía pasar por momentos de choques emocionales, donde las mujeres jóvenes mantenían los ojos clavados en el suelo dibujando con el dedo gordo del pie sobre la arena. Era un gesto de respeto y de vergüenza hacia el otro. El amor que debió sentir la chica se escondía entre la vergüenza de mirar a los ojos de su pretendiente y el miedo a ser descubierta. Y los dibujitos que vaya haciendo con el dedo gordo del pie generaban autoestima, respeto y seguridad en la protección de la ternura y pasión femenina. Estos signos llevaban empapados una explicación exótica sobre el orgullo, la seguridad y la pasión de la mujer para cuidar a los hombres en el hogar matrimonial. El pudor engullía aquella decisión del sí, que marcará la convivencia con la pareja elegida. Por tanto debe ser un asentimiento firme y decisivo. La chica tendrá miedo de contar a su madre los encuentros clandestinos con su futuro novio hasta que ella esté segura de la promesa hecha por su pretendiente. Ella habría preferido contárselo a una amiga, para dar lugar a los comentarios de cómo es el chico, guapo, apuesto, valiente o memo, roñoso y ensimismado bajo lo que podría ultimarse por un rechazo en el caso más extremos del prejuicio. Las chicas annobonesas de entonces creían que dar el sí a un hombre era para toda la vida, aquello conducía a un matrimonio fijo y seguro. La pareja vivirá siempre unida hasta que les separe la muerte. La afirmación de la chi8

ca prometía la seguridad de formar un hogar con sentimiento de amor y de seguridad. La frase “bô bê mensebèff” (no lo sé)5 de la mujer, quien con los ojos clavados en el suelo y el dedo gordo dibujando líneas y círculos en la arena, ponía a pruebas la insistencia y perseverancia del chico que no se daba por vencido. También infundía esperanza al convencimiento de ésta en los próximos encuentros. Algunas veces, las secuencias de encuentros se prolongaban hasta semanas, meses y generalmente un año hasta que la chica, convencida, pronunciara la frase que más esperaba el chico. En esto la juventud de entonces superaba la de hoy. Durante el periodo de acercamiento los hombres no tocaban temas relacionados al sexo por considerarse tabúes. Los gestos que conllevaban una actitud de deseo sexual eran rechazados por la mujer impidiendo la deshonra a la familia, la pérdida del pudor y evitando que se rompiera antes de entrar en el matrimonio, todo el orgullo personal en la pureza. Y los hombres evitaban, a toda costa, hacer gestos de este tipo si no haya llegado el momento oportuno. Si la chica decidía formar pareja con el chico, los encuentros se hacían más a menudos y ricos en los sueños para el futuro. Pero el chico debía de pasar una de las primeras pruebas: familiarizarse con los hermanitos de su futura novia ofreciéndoles pequeños regalos redundantes de detalles, tal como “mìna nzol” (pequeños anzuelos)6 o enseñar a cazar pajaritos con tirachinas en los frondosos bosques de los poblados. A partir de la aceptación, el chico tendrá que presentarse ante la familia de la pretendida. Ella buscará un momento, a solas, para contar a su madre sobre el acercamiento del chico y conocer su opinión.

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El sentido literal es: tú sabes que yo no lo sé. Frase que las chicas pronuncian cuando están inseguras de la propia decisión para estar con un hombre, pero que da esperanza a su interlocutor. 6 Si el futuro novio de la hermana regalara entre otras cosas, los pequeños anzuelos a los más pequeños de la familia de la mujer para la práctica de la pesca costera, será pronto muy bien acogido y respetado.

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La elección de pareja en la costumbre tradicional annobonesa, podía hacerse de dos maneras diferentes: la iniciativa de los padres en la elección de una novia para el hijo o la propia decisión del joven en presentar a su familia la chica que él mismo pretende como pareja. La filosofía inherente en la convivencia del matrimonio tradicional era la unión entre las dos familias, por lo que el deseo y la añoranza de los padres se centraban en el matrimonio de los hijos con una familia humilde y modesta, que tiene bienes, éstos se llamaban “menjadôl” (familia considerada rica en la tradición annobonesa). El consentimiento mutuo de los padres llevaba al paso de la presentación. La chica afirmará delante de los padres que aquel es el hombre que quiere y un hermano mayor del padre del chico pedirá permiso a la otra familia fijando una fecha de presentación de la dote “da vin ba Jayi”, presentación oficial a la familia de la mujer. Después de los asentimientos de ambas familias y de presentación del tío empezará la fase de la convivencia mutua bajo un mismo techo. La dote viene a garantizar el pacto de amistad que aseguraba y atestiguaba la solidaridad naciente entre dos familias; consagra el matrimonio y sirve de símbolo del amor que el novio manifiesta a su novia; también permite al novio darse cuenta del valor de una mujer y de su papel y su lugar en la sociedad. Se ofrecía la dote. Los padres de la novia, ante testigos, preguntarían a la hija si podían recibirla, es decir, si ella misma aceptaba sinceramente el matrimonio. Se preguntaba igualmente al novio si él aceptaba el matrimonio de corazón, sin vacilar y sin dobles intenciones. “Jazamentu” o el matrimonio annobonés El jazamentu es el siguiente paso. En Annobón, el matrimonio tradicional era el centro de la existencia y fortaleza del hombre y las familias en su concepción antropológica; era una alianza no solamente del esposo y de la esposa, sino que a la vez era unión de sus familias y de sus poblados, con el

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signo de la genuflexión (mũnzuyã)7 en presencia de los sacristanes y los padrinos (mayiã cu payiã)8. Cuando los dos jóvenes aceptaban vivir juntos, la familia de la novia recibía la visita, previamente consensuada, de un tío o una persona mayor dentro del grupo de la familia del chico, generalmente con mucha experiencia, para anunciar y fijar la fecha de la entrega de dote. Esta consistía en utensilios de cocina, rollos de telas de variada decoración, útiles domésticos y de usos para labrar la tierra y animales (pocas veces). Venía a decorar la ofrenda los envases de calabazas llenos de vino de palma. El término “Da vin ba Jayi” (enviar vino para casa, en el sentido literal de la palabra)9 simbolizaba la presentación oficial y la disposición de la familia del chico de aceptar a la novia. El vino de palma en los grandes envases de calabaza protegidos por cuerdas en forma de mallas era considerado el sello de la unión. Reunía a la familia más allegada de la novia en un festín donde comían y bebían haciendo comentarios de cómo ha sido los enseres ofrendados por los suegros. Durante la fiesta, los padres presentaban a los familiares toda la “Jálga”, ofrenda (cargas, significado literal) que podían ser vestimentas, telas, utensilios variados de cocina y de labrar tierra y todos los enseres ofrendados por la familia del chico y se reparten entre ellos. A partir de este momento existe el matrimonio tradicional. Ya se permitía a los novios vivir juntos en la casa que los padres del chico habían regalado u ofrecido a su hijo. El elemento decisivo de la conclusión de un matrimonio tradicional annobonés era, pues, el consentimiento sostenido, confirmado y ratificado por las dos familias. La dote venía a garantizar el pacto de amistad que asegura y atestigua la solidaridad naciente entre dos familias; aquella consagra la unión de los novios y servía de símbolo del amor que el novio manifiesta a su novia.

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Genuflexión ondulada llevada a cabo por los esposos delante de la Iglesia Mayor y la Capilla de San Juan en Abôbô en un record de siete segundos. 8 En el matrimonio tradicional annobonés los padrinos eran consejeros espirituales y testigos fieles en el pacto. 9 Entregar vino a la familia de la novia. Es la presentación oficial de la familia del joven a los padres de la muchacha. Simboliza la dote.

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Ritual de lavado de las manos en el matrimonio annobonés Los ojos de la historia Los desposados viven juntos desde el acto de la ceremonia de “Da vin ba Jayi”. Entonces la pareja empieza a tener hijos y se formaba la propia familia. Los valores tradicionales de la convivencia se manifestaban en el respeto a trabajar para mantener unido el hogar familiar. Generalmente, el hombre se iba a la mar y las mujeres a la finca. En algunas ocasiones, los hombres acompañaban a sus mujeres a la finca para labrar la tierra, cortar los árboles y sembrar semillas. Subían a las palmeras y cortaban los frutos donde salía el aceite de palma. La mujer se encargaba de los trabajos caseros y el cuidado de los hijos, el hombre buscaba la protección de la familia y se cuidaba de que hubiera siempre pescado en casa; por lo tanto, las actividades de pesca eran los recursos más destacados y más potenciados por los hombres. Pretendíamos una simple y somera descripción de la comida nupcial del ritual de lavado de las manos. Cada vez que teníamos dudas o no entendimos algo del ritual de lavado de las manos, el abuelo se muestra dispuesto a comentarnos, con profunda alegría, los valores que la convivencia matrimonial de Ambô encerraba en la concepción tradicional. Los recuerdos que aún seguían escondidos en la encanecida cabeza se presentaban nítidos en la descripción. Con una sonrisa ardiente de esperanza y gratitud, como quien dice que esperaba que yo divulgara el secreto inocente de una tradición, el abuelo se fue para traer en la alforja de los recuerdos cómo el matrimonio annobonés se sumergió en la sopa de la colonización y la tradición que se mantuvo difuminada con la ceremonia nupcial. Los padres jesuitas imponían el matrimonio en la iglesia como lo hicieran con los nombres, españolizados, a los habitantes de ese lugar. Cuando te acercabas a la mesa censal y decías que te llamabas Zãn Cuús Nãnãndji Lôlô, el letrado de enseñanza primaria, con grado de perito, levantaba la cabeza y te miraba a los ojos. Con una seriedad volvía los ojos sobre el papel y no encontraba manera alguna para transcribir el nombre. Pero para salirse de lo suyo,

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inmediatamente sacaba del bolsillo el misal con la página de lista de nombres de los santos y un mapa, elegía una provincia o ciudad española, entonces volvía a levantar los ojos para pronunciar con gravedad la frase “te llamarás Juan de la Cruz Badajoz Zamora”. Y así los annobonés perdieron los nombres tradicionales de forma oficial. Sin embargo, las raíces quedaron agarradas en la roca de la tradición y aquellos nombres con ellos. Hoy sabemos quién fue Ngusalu Mana Bizg y reconocemos el nombre de Sän Pedul Pé Lavol.

Ritual de lavado de las manos en el matrimonio annobonés Los tres momentos principales Los colonos, padres jesuitas, impusieron el matrimonio en la iglesia a la pareja en Annobón. Sin embargo los habitantes de esta tierra lo tomaron a lo grande. Aquí distinguimos tres momentos importantes: preparativos de la boda, imposición de la corona (jôlôya) y visita a la capilla de San Juan Bautista (Á bôbô). Preparativos de la boda en la iglesia: Después de la ceremonia de “Da vin ba Jayi” la pareja seguirá con sus planes de convivencia (comiendo y viviendo)10 preparando el cuidado de la familia. Con el transcurso del tiempo, la madurez personal y el aseguramiento de la estirpe, la pareja decidirá dar el siguiente paso en el matrimonio cristiano. Generalmente, era iniciativa del hombre quien, después de unas reflexiones sobre el comportamiento, respeto, amor y responsabilidad de su mujer, decidía proponerla el matrimonio cristiano. Si ésta aceptaba por las mismas razones, los dos tomaban una única decisión; el hombre consultaba a su familia si tuviera algún consejo o alguna sugerencia para esa iniciativa y la mujer a la suya también. La alegría en el seno de las dos familias se hacía evidente y desde entonces empezarán los preparativos para la boda. Ambas familias que decidían y la del hombre proponía la fecha del enlace nupcial. Después de varios meses de preparativos, que generalmente duraban aproximadamente un año, avisaban al párroco. Los nombres de los aspirantes al sacramento de unión serán

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Es un juego de palabras que recuerda la convivencia armoniosa en la pareja. En casi muchos cuentos annoboneses podemos apreciar esta frase.

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anunciados varias veces en las misas de los domingos en la capilla de “Sanatoñi Paléa”, San Antonio de Palé. Las familias, de forma separada, programarían y prepararían la gran fiesta del día de la boda. Se reservaban las fincas de comida abundante y se secaban pescados. Los padres de la pareja distinguían y alquilaban los viñeteros que traerán el vino de palma, exclusivo para la boda. Las mejores presas conseguidas de una buena pesca en alta mar eran reservadas para un buen ahumado y salado. De igual forma, se preparaban los atados de leñas, sacos de cocos y litros o mini garrafones de aceite de palma. En el pueblo se hacían de moda los comentarios sobre la boda. Con la ayuda de los padres, la pareja elegía los padrinos y las madrinas, como testigos fieles del compromiso matrimonial. El grupo de coetáneos de los aspirantes al sacramento, por separado, también esperaban la invitación a participar a la fiesta. Cuando los días de la boda se acercaban, la pareja decide buscar los protocolos de la boda y los cocineros a quienes llamarían “Bôyima” y “Joqui” respectivamente. Éstos se encargaban de velar por el orden y desarrollo de las fiestas así como los preparativos de variadas comidas tradicionales y la distribución equitativa de las mismas. La pareja que se casaba elegía su Dadji separadamente. El Dadji del marido preparaba su comida y su bebida y el de la esposa también. Lo hacían ensayando canciones, burlas y juegos que manifestarán delante de los desposados en el trayecto después de salida de la iglesia o capilla al destino final. El Dadji es una sociedad compuesta por personas de la misma generación. Entre los novios, cada uno llama a su propio Dadji, que los acompañará a la iglesia cristiana. Es curiosa la vestimenta que hace reír a carcajadas a aquéllos que presencian las actuaciones de los Dadji. Los varones se disfrazan de mujer y las mujeres se disfrazan de varón con un sombrero de alas carcomidas, zapatos viejos de piel y una amarra de hojas secas de banano en la cintura. Se hacen unas danzas llamativas que hacen reír a los recién casados: actuaciones verdaderamente cómicas que intentan atraer la atención de la comitiva. Una payasada, si cabe llamarla así. Pero en el fondo de estos comportamientos 14

cómicos se esconde la visión trascendental del matrimonio, que es la entrega sin condición de los cónyuges. La pareja debe convivir hasta que la muerte los separe11. El sábado era el día de la semana reservado y consagrado para que los contrayentes se acercaran al altar de la capilla con la ilusión cristiana de intercambiar las alianzas. Y suele ser un día lleno de esperanza y de regocijo, donde los futuros esposos, en la concepción católica, harían la gran promesa y la práctica tradicional cristiana de genuflexión. El público experimentado dispuesto a evaluar la rapidez y la danza de las rodillas con los que los esposos llevarían el ritmo de la genuflexión está animado para hacer los comentarios. Detrás del islote “yê ngãáyi”, al noreste de la ciudad de Palé, en frente a media milla de la capilla de San Juan (À bôbô), el sol salía del “agua” saludando la mañanita de un viernes con muchos planes. Era el día de los preparativos de comidas y bebidas para mañana, el sábado de boda. Desde amanecer, las familias se disponían a preparar toda clase de comida hasta horas muy tardes de la noche. Comidas variadas: el paxioja12 d`ômá paxioja (o sea el paxioja sin mezcla), el paxioja mbol´a13 (el paxioja con mezcla de sedimento de la savia de yuca), el paxioj jo jôjônyô14 (paxioja con mezcla de savia sedimentada de coco). Se preparaban el caldo de pescado salado mezclado con el ahumado, pescado frito y gallinas hervidas. Finalmente, se cortaban hojas verdes de los bananos con las que se cubrirían la mesa del desayuno nupcial a partir de las cuatro de la madrugada. A esas horas de la madrugada los familiares más allegados se reunían para hacer el primer ritual tradicional de boda cristiana: el lavado de las manos, un desayuno nupcial. Se colocaba en medio de la casa, en el recibidor, una mesa grande cubierta con hojas verdes de banano a modo de mantel llamadas “Fáculu”. Todos los niños de la familia y de los vecinos se paraban de11

Trozos de párrafos sacados de mi artículo “el Dadji y la trascendencia del sentido de grupo” publicado por la revista ORÁFRICA. 12

Comida típicamente annobonesa preparada con la fariña de yuca tostada en olla plana de barro (tradicional) u olla de bronce semiplana (en la actualidad). 13 Mbol´a esencia, sumo o savia sedimentada de cualquier producto líquido. Aquí significa el espeso liquido de color blanco resultante después de exprimir la fariña húmeda de yuca y dejarla sedimentar durante media hora. 14 Jôjôndjô es el coco. El resultante de arrayar y exprimir el serrín del coco. Este espeso sumo natural de coco se mezcla con la yuca húmeda para preparar la empanada.

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lante y los “Joqui”, cocineros de la boda, llenaban la mesa de comidas preparadas. Los “paxioja”, empanadas de yuca, cortados en trocitos y remojados en caldos de pescado son colocados sobre las hojas. Y los trozos de pescados atados con cuerdas finas de bananos, también colocados como acompañante del “paxioja Maádu” (trocitos de empanada de yuca bañados de caldo de pescado). Los niños se precipitan sobre la mesa y cada uno cogerá la cantidad de alimento que pudiera. Después del duro reparto de los manjares entre los niños, se limpiará la mesa y se volvían a colocar nuevamente las hojas verdes de bananos sobre las que se ponían las comidas de los mayores. A Igual que los niños, éstos se precipitaban sobre las comidas y como una competición cada uno cogía la cantidad que pudiera entre bullicioso ruidos y carcajadas, burlas y quejas de aquellos que no han alcanzado los objetivos de elegir el trozo más grande de pescado y paxioja. Después de una buena comida los “joqui” traen una palangana de agua y todos los participantes al banquete lavan las manos sin sacudirlas ni secarlas. Los niños tomarán agua mientras los mayores beberán vinos de palma y otras bebidas que la familia dispondrá para esta ocasión. A las seis de la mañana todos volverán a sus casas y la familia que tiene la boda seguirá con los preparativos para acompañar a los contrayentes a la capilla. Imposición de la corona: En la capilla de “Sanatoñ ï Palé” (San Antonio de Palé) los fieles acompañan a la pareja que va a recibir el sacramento. Los miembros de cada familia y los padres y padrinos se sentarán en los primeros asientos después de los contrayentes. Y se celebrará la boda cristiana con la lectura y homilías del cura. La misa se hacía con reverencias y compromisos de unión y los contrayentes responden las preguntas típicas del sacramento y se intercambian las alianzas. La ceremonia termina con la imposición del velo y la corona. La concepción cristiana tradicional de la corona era trascendental para los annoboneses. La corona era considerada el sello de amor y de fidelidad. Para una mujer casada en Annobón, la corona era el símbolo de la verdadera unión del hombre y la mujer. Y aseguraba la razón de ser de la convivencia 16

cristiana bajo el amparo del espíritu de la Virgen María. Con la corona, la mujer era sellada por el compromiso de nunca separarse del marido. En la visión tradicional la esposa debe ser fiel a la corona y nunca traicionarlo por infidelidad. Leer más

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