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EL SEÑOR QUE NOS UNGE MANERAS DE HUMILDAD RETIRO, MAYO 2014
Terminamos los retiros del curso con la que quizá sea la meditación más fuerte del Papa en estos ejercicios. Tomando como telón de fondo los Binarios ignacianos, Francisco lleva toda la consideración a la unción que hemos recibido los cristianos. Aunque él no lo exprese así, bien puede referirse a la unción con Crisma en el Bautismo, que trae a nuestra vida la unción de Jesús en Betania, pórtico de su Pasión: la unción de aquel que se dirige a la muerte, la unción anticipatoria del cuerpo de Jesús que no será ungido en su sepultura. Se anticipa, de ese modo, a la conciencia de Jesús, que entra en Jerusalén sabiendo que de allí no saldrá vivo. Cuando el Papa habla de nuestra unción se refiere al mismo significado que tiene para Jesús, es decir, nuestra disposición a entrar en la Pasión de Jesús.
[65] Cada época tiene sus dificultades, la vida del creyente también tiene las suyas. El recurso para abordarlas es el mismo que el Señor nos indicó: «Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro» (Lc 21, 14-15). Es el recurso a la unción. San Juan nos recuerda «la última hora» como momento escatológico. La hora del anticristo, de los falsos profetas (Mt 24, 11). La última hora es la venida de Cristo… Y, por tanto, toda venida de Cristo en nuestra vida y las reacciones que suscita. Para ser fieles a este momento escatológico se nos pide que no nos olvidemos de la unción que hemos recibido. Francisco, partiendo de la primera carta del Apóstol San Juan, explica que para ser fieles se nos pide que no olvidemos la unción que hemos recibido. Esta unción nos protege de los engaños del enemigo, que siempre propondrá delante de nosotros un camino que da un rodeo a la cruz del Señor. Es lo que San Juan y el Papa ahora llaman «los anticristos», porque evitar la cruz es evitar a Cristo, es esconderse
de la obra de Cristo en nuestras vidas. Al hilo de esta consideración, Francisco cita varios «anticristos» que acechan diariamente a nuestra vida.
[66] Los que se han cansado de Cristo humilde o maneras de rechazar la vocación a la cruz. Los anticristos están entre nosotros: son los que se han cansado del Cristo humilde. La pertenencia a Cristo no se juzga solamente por estar físicamente en una comunidad. Va más allá: es pertenencia al Espíritu, es dejarse ungir por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Quien juzga de nuestra unción es el mismo Señor «que conoce lo que hay en cada hombre» (cf. Jn 2, 24-25). En la medida en que Cristo es aceptado por el corazón, entonces, quien lo acepta deviene fuente de división (Mt 10, 21). Es el signo de los últimos tiempos (Lc 21, 28). El creyente participa del mismo Cristo, quien «ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como signo de contradición» (Lc 2, 34). Quien no tiene unción, quien no lo acepta o lo suple por la mera ciencia humana, puede negar de hecho esta vocación a la cruz. El texto necesita poco comentario. Simplemente resaltar la idea de la «vocación a la cruz». Esto manifiesta que cruz plantada en nuestra tierra no es un «añadido» para unos elegidos, sino que forma parte sustancial de nuestra vocación cristiana. Somos convocados a los dolores de Jesús, a su paciencia, su mansedumbre, su caridad y su humildad. No se trata, pues, de un aspecto de nuestra vida, sino de la brújula que marca la orientación definitiva de nuestro ser cristiano.
[67] Seleccionar para sí los signos de contradicción. Una primera manera de negar la cruz consiste en la actitud de quien pretende seleccionar para sí los signos de contradicción. La cruz, entonces, ya no es oblación de la propia vida, seguimiento amoroso del Señor por el Camino que Él transitó primero, sino postura artificial, vedettismo, superficialidad. (…) En este caso, las persecuciones que pudieran sobrevenir no nacen del celo por la gloria del Padre, por el cumplimiento de la voluntad de Dios, sino de una exquisita y
elitista selección de los medios, que, al propio egoísmo y a la propia vanidad, le parecen más conducentes. Las palabras de Francisco son claras y meridianas. Se nos habla, realmente, de cómo la cruz que sobreviene en las circunstancias, en el devenir de nuestra vida no engaña, es seguridad en el andar. Y se nos alerta del peligro de seleccionar nosotros nuestras propias cruces, no las del Señor. Es tajante el Papa Francisco cuando ctaloga esta actitud de «superficial», y que esto sucede «por el propio egoísmo y la propia vanidad», que rechaza como inútiles los medios que el Señor regala para ser fieles. Y, efectivamente, son inútiles para alimentar el propio ego. La cruz diaria, acogida por amor al Señor, alimenta esta mismo amor al Señor.
[70] Asegurados en Cristo. En estas divisiones y posturas contrarias a la cruz del Señor, nuestra seguridad radica en la unción. (…) La unción nos pone en la verdad. Permaneciendo en Jesús conoceremos la verdad (Jn 8, 32). La mentira es Satán (…). La unción es la realidad de los últimos tiempos, en que será dada a todos, cf. Jr 31, 34. Tener presente, en los momentos de verdadera contradicción, la promesa del Señor: yo os inspiraré una sabiduría… (Lc 21, 15; 12, 12). Porque la unción es sabiduría, y hay que pedirla (Sb 9, 5-9). Por la unción somos asegurados en Cristo (2Cor 1, 21). Nos da una solidez y una certeza incapaz de ser confundida (Hb 6, 19; Lc 1, 4; Flp 3, 1). [71] Se unge lo que debe ser perfeccionado. El Señor nos enseña que se unge lo que debe ser perfeccionado y curado: se unge al muerto (Mc 16, 1); se unge al enfermo (Mc 6, 13; Sant 5, 14); se ungen las heridas (Lc 10, 34); se unge el penitente (Mc 6, 17). La unción tiene sentido de reparación: Lc 7, 38.46, etc. Todo esto es válido para nosotros: somos resucitados, curados, reformados, reparados por la unción del Santo. Todo yugo de esclavitud es destruído a causa de la unción (cf. Is 10, 27). El primer ungido es el Señor: Lc 2, 26, etc. Fue ungido con aceite de júbilo (Hb 1, 9). El júbilo nos evoca la gloria. Ser ungido es participar de la gloria de Cristo, que es su cruz. Cabe destacar dos cosas del texto del Papa. La unción es sabiduría, es decir, es la cruz la que nos enseña a seguir al Señor sin equivocarnos. Se trata, pues, de la
«sabiduría de la cruz» de quien ha aceptado la ley evangélica que dimana del corazón del Señor: perder es ganar, bajar es subir. El cristiano es rico en esta sabiduría, ya que no se deja engañar por doctrinas falsas que aseguran un camino tranquilo y una victoria sin lucha. Por otra parte, Francisco insiste en la cruz como seguridad. Así como el camino de la soberbia es de frustración segura, el camino de la humildad con Cristo humilde es absolutamente infrustrable. La cruz, así, más que maldición sobre la propia vida, es seguridad sin mengua.
[72] Desear o estar dispuesto a sufrir pacientemente: el ámbito de la elección o reforma de vida. (…) En la medida en que somos ungidos por la sabiduría de la cruz, se ensancha nuestro corazón en el deseo de las grandes cosas: como a Cristo, en cruz, también a nosotros se nos abre el corazón. La magnanimidad fecunda, la que siempre va «más allá», la que busca sólo «lo que más conduce», es hija de la cruz. Contemplando al Señor puesto en cruz, con el corazón abierto; y a su Madre Santísima de pie, pidamos la gracia de ser ungidos en su seguimiento, de ser crucificados con Él… y que nuestro corazón sea salvado de las mezquindades que achican y encogen… que aprenda, en la unción de la cruz, la medida de los grandes deseos, que son isntrumento de fecundidad en la Santa Madre Iglesia. El Papa insiste, finalmente, en una idea que el cristiano no puede permitirse el lujo de olvidar: toda operación del Espíritu Santo en nosotros tiene la forma de la cruz, o, dicho de otro modo, la cruz es el instrumento con el que el Señor trabaja nuestra tierra. Por último, Francisco nos llama a abrazar la cruz que ensancha el horizonte de nuestra vida insospechadamente. Y será ella, la cruz, la que nos libre de proyectos medianos que empequeñecen y «encojen el corazón».
PREGUNTAS. Cuando el Papa habla de la unción se está refiriendo a que nosotros tenemos que tomar parte de su vida y su destino. Quien ha sido ungido está llamado a tomar parte en la vida del Señor. Esto nos ayuda a una cosa que es fundamental, unir
nuestros dolores y nuestras penas a las de Jesús. ¿Vives de esa manera tus sufrimientos, o, por el contrario, los revistes de soledad? Sólo las cruces que vienen del Señor tienen una perspectiva de esperanza. ¿Identificas esa esperanza en tus cruces?