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El valor de la RESPONSABILIDAD El precio de la grandeza es la responsabilidad. —Winston Churchill RESPONSABILIDAD: Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Fuente: Diccionario de la Real Academia Española
Educar el valor: Compromiso de todos Educar niños responsables es una tarea a largo plazo, que requiere dedicación. Para fomentar el sentido de la responsabilidad en los niños es recomendable empezar formándoles poco a poco en el compromiso, intentando que desde pequeños los niños se encarguen, dentro de sus posibilidades, de recoger su habitación, de poner la mesa, de organizarse su bolso o su maleta... La responsabilidad como valor social está ligada al compromiso. La responsabilidad garantiza el cumplimiento de los compromisos adquiridos y genera confianza y tranquilidad entre las personas. Toda responsabilidad está estrechamente unida a la obligación y al deber. Ambos conceptos constituyen la materia prima de la responsabilidad. Por medio de juegos o de actividades en grupos, es más fácil y más ameno, enseñar el sentido de la responsabilidad a los niños y estarán más dispuestos a entender sus 'deberes y obligaciones'. Ser responsable en el sentido global de la palabra significa
La responsabilidad es mi valor Una persona responsable es capaz de responder y enfrentar con inteligencia, esfuerzo, interés, creatividad y convencimiento las situaciones que se le presentan en la vida de acuerdo con su edad y actividad, por ejemplo, lo que se le solicita en la escuela, en el ambiente familiar o en su trabajo, siempre que esa solicitud sea razonable y respetuosa.
También es capaz de responder ante las oportunidades que se le abren y ante las metas que ella misma se ha fijado, como el músico que desea dominar la ejecución de un instrumento o el gimnasta olímpico que aspira a obtener una calificación perfecta. Del respeto y la estimación que tenga cada persona por sí misma depende la responsabilidad que adquiere frente a los demás. Por otra parte sólo siendo responsable puede pedirles a los otros que lo sean y construir una comunidad sólida y próspera donde cada quien haga con excelencia aquello que le corresponde.
Muchas cosas dependen de ti Cada una de las personas que pueblan el mundo desarrolla sus propias tareas a diario. Éstas, como puedes ver a tu alrededor, suelen ser muy variadas: el albañil acude a la obra que está construyendo, el policía vigila el orden de las calles, el estudiante aprende en la escuela y en sus libros. Ser responsable significa hacerlas con excelencia, depositando en ellas nuestras mejores cualidades: lograr que la construcción sea segura y hermosa, procurar que las personas se sientan seguras al atravesar, aprovechar al máximo las clases que nos da el maestro. Cuando nos pregunten de qué forma hemos cumplido con esas tareas, daremos una respuesta segura: pusimos todo nuestro empeño en ellas. Pero la responsabilidad también existe hacia adentro. La mayor tarea que tenemos como seres humanos es hacer algo brillante y valioso de nuestra vida.
La reflexión nos permite verificar si lo estamos haciendo así, y orientar nuestro esfuerzo en el mejor sentido. 1. Responsabilidad hacia uno mismo: Soy responsable de hacer realidad mis deseos, de mis elecciones y mis actos, de mi felicidad personal, de elegir los valores según los cuales vivo y de elevar el grado de mi autoestima. 2. Responsabilidad hacia las tareas a desarrollar: Soy responsable del modo en que distribuyo mi tiempo y realizo mis deberes y trabajos pendientes. 3. Responsabilidad en el consumo: Soy responsable de mis gastos, de cuidar mis cosas y de elegir los regalos de Navidad, cumpleaños... 4. Responsabilidad hacia la sociedad: Soy responsable de mi conducta con otras personas: compañeros de trabajo, familia, amigos y de comunicarme correctamente con los demás.
Para la vida diaria -Ten claras tus obligaciones, acostumbra anotar a diario cuáles tareas desarrollaste ayer, y cuáles debes desarrollar mañana. Ordenarlas en un calendario vuelve todo más fácil. -Reúne todos los elementos necesarios para cumplir con el objetivo propuesto. Si se trata de estudiar organiza bien tu material, si se trata de practicar un deporte, reúne el equipo necesario. -Comparte las responsabilidades de los otros: tu contribución al quehacer doméstico será siempre bienvenida. -Recuerda a los demás las responsabilidades que tienen para contigo. Si no reaccionan, llámalos amablemente a que lo hagan: "Te recuerdo que tú quedaste en regresarme tal objeto".
Por el camino de la responsabilidad -Aprovecha el recurso más valioso que tienes: tu pensamiento. Antes de aceptar un compromiso piensa bien si puedes cumplirlo. Expresa tus dudas y solicita la información necesaria. -No te "escudes" en los demás para cumplir una obligación. Aunque la ayuda de los otros es invaluable eres tú y sólo tú quien debe cumplir con lo que le corresponde. -No sientas excesiva presión por el peso de tus obligaciones; aunque tarde o temprano debes cumplir con ellas, disfruta lo demás que te ofrece la vida: hay momentos para estudiar y otros para salir a divertirnos.
¿Qué podemos responsabilidad?
hacer
para
mejorar
nuestra
El primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, todo compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos. Nosotros somos quienes decidimos. El segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que nuestros actos correspondan a nuestras promesas. Si prometemos "hacer lo correcto" y no lo hacemos, entonces no hay responsabilidad. El tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrededor para que sean responsables.
La actitud más sencilla es dejar pasar las cosas: olvidarse del carpintero y conseguir otro, hacer yo mismo el trabajo de plomería, despedir al empleado, romper la relación afectiva. Pero este camino fácil tiene su propio nivel de responsabilidad, porque entonces nosotros mismos estamos siendo irresponsables al tomar el camino más ligero. ¿Qué bien le hemos hecho al carpintero al despedirlo? ¿Realmente romper con la relación era la mejor solución? Incluso podría parecer que es "lo justo" y que estamos haciendo "lo correcto". Sin embargo, hacer eso es caer en la irresponsabilidad de no cumplir nuestro deber y ser iguales al carpintero, al gobernante que hizo mal las cosas o al marido infiel. ¿Y cual es ese deber? La responsabilidad de corregir. El camino más difícil, pero que a la larga es el mejor, es el educar al irresponsable. ¿No vino el carpintero? Entonces, a ir por él y hacer lo que sea necesario para asegurarnos de que cumplirá el trabajo. ¿Y el plomero? Hacer que repare sin costo el desperfecto que no arregló desde la primera vez. ¿Y con la pareja infiel? Hacerle ver la importancia de lo que ha hecho, y todo lo que depende de la relación. ¿Y con el gobernante que no hizo lo que debía? Utilizar los medios de protesta que confiera la ley para que esa persona responda por sus actos. Vivir la responsabilidad no es algo cómodo, como tampoco lo es el corregir a un irresponsable. Sin embargo, nuestro deber es asegurarnos de que todos podemos convivir armónicamente y hacer lo que esté a nuestro alcance para lograrlo. ¿Qué no es fácil? Si todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en vivir y corregir la responsabilidad, nuestra sociedad, nuestros países y nuestro mundo serían diferentes. Sí, es difícil, pero vale la pena.
Una persona responsable tiene una actitud de estima y respeto para con su propia persona y aporta esos mismos valores a las tareas en que participa. No puedes escapar a la responsabilidad de mañana evitándola hoy. —Abraham Lincoln
CUENTOS RELACIONADOS CON EL VALOR
Cuento: El aprendiz de brujo
En un inmenso castillo vivía un hechicero que se dedicaba al estudio de las fórmulas mágicas. No permitía que nadie fuera a visitarlo y sólo aceptaba la compañía de su joven ayudante, Daniel, un jovencito moreno y espigado que no entendía lo que hacía su maestro. En una ocasión, el mago tuvo que salir a un largo viaje en busca de plantas para una fórmula secreta. Antes de partir le hizo recomendaciones a Daniel: no debía abrir la torre donde él trabajaba, ni tocar sus libros. También le encargó que limpiara algunas habitaciones del castillo. —Es una gran responsabilidad, pero sé que podrás cumplirla —le dijo. Los primeros días Daniel siguió las instrucciones. Pero dos semanas después comenzó a sentir fastidio por las tareas de limpieza. Así que una tarde subió a la torre. Sobre la mesa halló el libro con las anotaciones del mago. Emocionado por pensar podía ser un hechicero, se puso la túnica de éste y, subido en un banquito de madera, comenzó a leer. No entendía las palabras, pero las pronunció en voz alta sin darse cuenta que eran mágicas. De repente, la escoba y el balde se presentaron y se pusieron a sus órdenes. Daniel se asustó un poco, pero pensó aprovechar la situación. Para limpiar tenía que cargar agua, y le daba flojera. Así que les dio instrucciones de hacerlo. El balde y la escoba iban y venían, iban y venían. Después de algunas vueltas ya había agua suficiente y Daniel les pidió que no trajeran más. Pero como sólo entendían palabras mágicas no le hicieron caso y siguieron trabajando. Al cabo de un rato el agua cubría el piso y corría escaleras abajo. Llenó las habitaciones e inundó el castillo pero el balde y la escoba no se detenían. El líquido le estaba llegando al cuello y los objetos del laboratorio flotaban a su alrededor. “¡Auxilio!” gritó el joven aprendiz. En ese instante apareció el brujo. Vio lo que estaba pasando y pronunció las palabras necesarias para resolverlo. El hechizo se detuvo y pronto todo estuvo bajo control. Instantes después el mago reprendió a Daniel: “Antes que aprender magia y hechicería, tienes que aprender a cumplir con las responsabilidades que se te encomiendan”.
—Adaptación de la balada El alumno de magia de Johann Wolfgang von Goethe.
Cuento: Una visita al mago del ahorro Ana es una niña que recibe de su mamá diez pesos para gastarlos en su escuela. De ese dinero, ella ahorra la mitad todos los días, lo guarda en su alcancía, por lo que al final del año ¡tiene mil! ¡Es rica! Pero, para Ana, tener tanto dinero es un problema que resolver, pues se pregunta qué hacer con él. Quiere comprarse tantas cosas y al mismo tiempo no gastárselo todo. Desea comprar los caramelos de colores que tanto le gustan, la muñeca de trapo que venden en la tienda de la esquina y visitar a su abuelo a quien ve tan poco por vivir tan lejos. Esta situación llegó a oídos del Mago del Ahorro quien, sin más, tomó su varita mágica y voló a visitar a la niña. Al llegar le dijo: —Hola Anita, vengo a darte consejos para que planees bien cómo gastar tu dinero, pero también cómo seguir ahorrándolo. —¡Tú sí me comprendes, Mago!— exclamó la niña, entusiasmada. —Sé exactamente a lo que te refieres —respondió divertido. —Quieres saber cómo emplear tu dinero sin gastarlo todo, es decir, planear bien qué hacer con tus ahorros. Entonces, dio un giro a su varita, hizo aparecer un lápiz y una libreta y escribió: —¡Esta es la fórmula mágica! Puedes ahorrar de tres formas: a corto, mediano y largo plazo. A corto plazo significa ahorrar en periodos breves para adquirir algo barato, como los caramelos que tanto te gustan. A mediano plazo es ahorrar en periodos más o menos largos para comprar algo un poco más caro, como la muñeca que quieres. En cambio, ahorrar a largo plazo es hacerlo en periodos más amplios para algo que resulte caro, como un viaje a la lejana casa de tu abuelo. —¡Zas! ¿Eso significa que puedo ahorrar, —Así es —sonrió el Mago—. Puedes hacerlo de esa forma.
gastar
y
seguir
ahorrando?
Entonces, la niña sacó un calendario de su cajón, tomó el lápiz y la libreta que le dio el Mago y comenzó a planear su ahorro y sus compras en el tiempo. Hizo cálculos y vio que el dinero que había ahorrado le podía servir para todo lo que quería y, aún así, seguir ahorrando para otras metas. Utilizaría una alcancía para cada tipo de ahorro: una de color amarillo, para el corto plazo, una naranja, para el mediano, y otra de color azul para el largo plazo. ¡Que buena idea! Ana, desde que siguió el consejo del Mago del Ahorro, es una niña afortunada pues ya conoce cómo ahorrar, planear y utilizar su ahorro. Ana sabe de tesoros. —Verónica Huacuja