En 1780 la Villa de Bucaramanga no pasaba de veinte manzanas

CUSTODIO GARCÍA ROVIRA EL ESTUDIANTE MARTIR Por Antonio Cacua Prada. Numerario de las Academias de Historia y de la Lengua de Colombia, y Correspondie

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CUSTODIO GARCÍA ROVIRA EL ESTUDIANTE MARTIR Por Antonio Cacua Prada. Numerario de las Academias de Historia y de la Lengua de Colombia, y Correspondiente de las Reales de España. Miembro Honorario de la Academia de Historia de Santander.

NACIMIENTO DE GARCÍA ROVIRA En 1780 la Villa de Bucaramanga no pasaba de veinte manzanas. La mayoría de sus casas tenían techo de paja, grandes solares y huertas. Las de tierra pisada o adobe eran contadas. La residencia de don Juan de Dios García Navas y doña Rosa Rubira de García, a una cuadra de la plaza mayor y a dos de la iglesia de culto, sobresalía por ser de teja de barro y con piso de ladrillo cocido, pero apenas era una mediagua. La estancia solariega estaba en el vecino pueblo de San Juan de Girón. El jueves 2 de marzo de 1780, los García Rubira celebraron llenos de alborozo, el nacimiento del ansiado primogénito. Las comadres y familiares entraban y salían de la pequeña alcoba y felicitaban a Don Juan de Dios por la llegada de su hijo. Mientras tanto en la cocina las criadas pelaban las gallinas y las abuelas le tomaban el punto al sancocho para festejar el feliz advenimiento. Al mes llevaron al pequeño a la pila bautismal, en brazos del alcalde de la localidad, Don Francisco Antonio Benítez, persona muy distinguida y apreciada, según testimonio del ilustre sabio y sacerdote, Don Eloy Valenzuela. Al niño le dieron los nombres de JOSÉ CUSTODIO CAYETANO. José, por haber venido en el mes del patriarca San José; Custodio, por la sentida devoción que su madre tenía al Ángel de la Guarda; y Cayetano, por el Santo que protege la agricultura, las frutas y las despensas, de quien era muy devoto Don Juan de Dios. El bautizo lo ofició el domingo 2 de abril, Don Agustín Parra, quien vino de Girón, previo permiso del párroco de la iglesia de San Laureano, presbítero don Martín Suárez de Figueroa. Ese día los invitados comieron y danzaron hasta el cansancio. Garrafones de vino Moscatel traído de España mojaron los paladares de las gentes. El banquete consistió en cabrito, dorado al horno, con yuca freída en aceite de olivas, plátano cocido, gallina sudada y unos cuantos costillares de cerdo fritos en su propia empella, todo servido sobre viciosas hojas de plátano colocadas sobre mesas en el corredor de la vivienda.

Después, para bajar, pasaron en totumas de calabazo y en tasas de barro, guarapo bien curado hecho con panela y rajas de piña. Al año siguiente, y casi por la misma fecha, los pueblos de esos contornos, con Manuela Beltrán a la cabeza, en la ciudad de Socorro, rompieron los emblemas del Rey y los edictos de impuestos, para iniciar la trascendental y primigenia revolución de los Comuneros. El niño José Custodio aprendió las primeras letras en la ciudad de los Búcaros, con su santa madre. EN SANTAFE DE BOGOTÁ En Santafé de Bogotá capital del Virreinato de la Nueva Granada adelantó los estudios secundarios y profesionales, doctorándose en teología, filosofía y derecho civil, en los colegios del Rosario y de San Bartolomé. El diploma de doctor en Derecho se lo concedió la Universidad de Santo Tomás el 20 de agosto de 1804. La Real Audiencia lo recibió como abogado y le expidió el título el 29 de abril de 1809.

El doctor García Rovira tuvo una amplia cultura humanística: fue músico, poeta y pintor. Hablaba castellano, latín, griego, francés, inglés e italiano. Sobresalió como catedrático de filosofía, matemáticas, algebra, trigonometría, metafísica y moral. Participó como miembro muy distinguido en las Tertulias del Buen Gusto, de doña Manuela Santamaría de Manrique; en la Eutropélica de don Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria y en la Patriótica de don Antonio Nariño. LA PLUMA POR LA ESPADA

Cuando llegó la hora de la independencia, cambió la pluma por la espada, y actuó como Teniente Asesor del Gobernador de Tunja. Comandante Militar y gobernador de la Provincia del Socorro. Miembro del Triunvirato que gobernó durante la Primera República, en calidad de Presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada. Ocupó a Bogotá y terminó con la división entre Centralistas y Federalistas. Después pasó a ser General en Jefe de los Ejércitos Patriotas.

El domingo 8 de enero de 1816 en el Cuartel General de la población del Pie de la Cuesta, cerca de Bucaramanga, las tropas lo reconocieron en su condición de nuevo Comandante en Jefe del Ejército del Norte, con el título de Brigadier General. Igualmente reconocieron como Mayor General al jefe de brigada Francisco de Paula Santander. El general francés Manuel Roergas Serviez, nombrado segundo jefe del Ejército del Norte, no quiso aceptar la designación por no estar sujeto a las órdenes de un General improvisado, sin carrera militar, como don Custodio García Rovira.

El gobierno central ordenó la movilización de las tropas para impedir que don Sebastián de la Calzada recibiera los refuerzos que venían de Venezuela o los que le pudiera mandar don Pablo Morillo, de Cartagena de Indias. El general bumangués, respetuoso de las órdenes acató el mandato, y se trasladó al pueblo de Cácota, sin desconocer que sus tropas no estaban entrenadas ni dotadas para una acción de guerra. El miércoles 7 de febrero, llegó a la Villa de Matanza. El jueves 8 de febrero, después de cinco horas de intenso fuego, los patriotas lograron el único triunfo sobre los españoles. García Rovira escribió el lunes 12 de febrero de 1816 al gobierno de Bogotá, dándole cuenta de la penosa situación en que se encontraban sus soldados. “La deserción es mucha; si no se persiguen estos delincuentes, no queda ejército. En Pié de Cuesta pasé a uno por las armas y ayer otro”. Las fuerzas de García Rovira quedaron reducidas a 2.000 hombres, y a 80 jinetes, “que se mantenían lejos del cuerpo principal por falta de forraje”. Calzada sumo 2.100 fusileros, una compañía de carabineros de a caballo, y una pieza de artillería montada. LA BATALLA DE CACHIRI

El viernes 16 de febrero de 1816, el general Custodio García Rovira dió la orden de marcha, y sus tropas se internaron en el páramo de Cachiri. Cachirí es una de esas escabrosas alturas de la arrugada geografía del hoy Departamento de Santander, donde parece que los picos de las cordilleras se engarzan con los cúmulos del infinito espacio. Los patriotas tomaron posiciones en una pequeña meseta y construyeron trincheras, y allí esperaron el ataque de los españoles. El coronel español don Sebastián de la Calzada, reforzado por el capitán don Silvestre Llorente, con trescientos “Cazadores de la Victoria”, contramarchó. En el sitio de Laguneta, aniquiló un pequeño destacamento criollo. El miércoles 21 de febrero se detuvo frente al campamento del ejército granadino, ya en las horas de la tarde. Al punto y con gran ardor entraron en combate, pero la neblina y la noche pusieron término a la acción. El general García Rovira tenía distribuidos en forma escalonada a sus soldados, y al ver el valor con que actuaron, no dudó en mantener sus posiciones. Pleno de confianza, ordenó la construcción de algunas fortificaciones y colocó un batallón en una primera línea de resistencia. El coronel Calzada, al amanecer del día 22 de febrero, dispuso continuar el ataque. Los españoles se lanzaron contra las trincheras de los patriotas, por los flancos y por el centro a la bayoneta. FIRMES, CARAJO!

En la batalla de Cachirí se usó por primera vez la corneta. Nunca antes se había escuchado este instrumento en los campos de guerra de la Nueva Granada. Esto causó no poca sorpresa por lo desusado de tal música. Cuando los soldados patriotas empezaron a replegarse, y el "Batallón Santafé" aflojó y lo mismo ocurrió con el "Tunja", el general García Rovira, espada en mano, desde lo alto del campo y revistando las tropas les gritó: “Firmes, Carajo!”: Esta interjección, muy característica de las gentes santandereanas, se emplea para "denotar muchos y diversos movimientos del ánimo, entre ellos, ordinariamente, desagrado, impaciencia, ira". Así que el general García Rovira en ningún momento alentó a sus tropas con el tal "Firmes Cachirí", que apócrifamente le atribuyen. Por el contrario, en el desespero de la derrota los increpó con el "Firmes, Carajos!". La mayor parte de la oficialidad cayó en la refriega y los soldados, sin jefes, se dieron a la desbandada. El comandante en jefe, general Custodio García Rovira, alentaba a sus tropas en uno y otro frente. Una feroz carga de caballería española, acabó con el ejército granadino del Norte. Cachirí pasó a ser un tétrico camposanto. Las cumbres que se yerguen contra el cielo eran todas un calvario. Allí quedaron en las faldas de las colinas, como cosidos a la tierra por las bayonetas, los bisoños del ejército de lanceros granadinos. En los horcajos de las montañas y de los riachuelos qua bajan despeñados, se acumulaban apretujados centenares de soldados y de acémilas, abrazados en los estertores de la desesperanza y de la muerte. Los quejidos de los heridos y los relinchos de las cabalgaduras aniquiladas, se confundían con los graznidos de las aves de rapiña que se peleaban frente aquel opíparo banquete. La pólvora humedecida por la persistente llovizna y que no quiso estremecer el eco de los montes, la dejaron abandonada, como también el parque, los fusiles, el pertrecho y el rancho. Cuenta el general Daniel Florencio O’Leary, en sus “Narraciones”, Tomo 3°. Páginas 344 y 345, que las tropas españolas se cansaron de matar y recogieron unos cuantos prisioneros con los cuales llenaron dos cuarteles.

De todas las batallas por la Independencia, ninguna tuvo estos contornos de matanza y de carnicería. En el páramo de Cachirí, quedó aniquilada la Primera República.

La desgracia fue espantosa: Más de mil patriotas muertos, entre ellos cuarenta oficiales. Más de doscientos heridos. Quinientos prisioneros, de ellos 28 oficiales. Perdidas dos piezas de artillería, cuatro banderas, 750 fusiles, 300 lanzas, 45.000 cartuchos, provisiones, caballerías, ganados y otros efectos. Todo en manos del enemigo. Aquellos valientes patriotas no tuvieron “más sepultura que el vientre de las aves de rapiña”. Los derrotados “se pusieron los talones sobre la nuca” y el martes 27 de febrero de 1816 llegaron al Socorro, García Rovira y Santander, unos 20 oficiales y cerca de 30 jinetes. Fueron los únicos que pudieron escapar de tan inmisericorde desastre.

CAMBIO DE MANDOS Noticiado el Presidente Camilo Torres de la enorme catástrofe, y viendo “mermado el prestigio militar de don Custodio García Rovira”, el jueves 7 de marzo nombró al general francés Manuel de Serviez, Comandante en Jefe. En la misma fecha le comunicaron al General García Rovira el relevo y le pidieron que se trasladara a Bogotá “en donde objetos menos interesantes exigen su presencia, sus luces y su patriotismo”. El viernes 22 de marzo el General Serviez se hizo reconocer en Puente Nacional como General en Jefe y don Custodio García Rovira partió para Bogotá. Ante estos hechos el Presidente Dr. Camilo Torres renunció a su alto cargo, ante el Congreso de las Provincias Unidas. Este la aceptó y el jueves 14 de marzo de 1816 eligió en su reemplazo al diputado por las Provincias de Cartagena, el doctor José Fernández Madrid, quien asumió de inmediato sus funciones. El Presidente Fernández Madrid, tan pronto arribó a la capital el General García Rovira lo designó Secretario General de Gobierno. El Presidente granadino no contaba en ese momento sino con 170 hombres que integraban el “Batallón Guardia de Honor”. Ante la marcha de las tropas del Pacificador don Pablo Morillo sobre Santafé, el Presidente Fernández Madrid decidió encaminarse hacia Popayán. El 3 de mayo dió la orden de partida. El General García Rovira conformó un batallón de retaguardia bajo su mando, para cubrir la retirada del Presidente Fernández Madrid. El lunes 6 de mayo entró Morillo a Bogotá. CEMENTERIO AL DESCUBIERTO Setenta y siete días después de la célebre batalla de Cachirí, el viernes 10 de mayo de 1816, el capitán español Rafael Sevilla pasó por el lugar, y en su libro: “Memorias de un oficial Español”, estampó este relato:

“A las ocho de la mañana continuamos nuestra marcha, sin poder adelantar más que cuatro leguas; dormimos al pie del gran páramo de Cachirí, en un sitio llamado el Carbón, donde construimos a toda prisa un rancho para guarecernos del insoportable frió que hacía. La helada ventisca que soplaba impidió a nuestros ateridos asistentes hacer la comida”. “El 11 empezamos a trepar el gran páramo, en medio de una densa neblina que impedía que se viera un hombre a diez pasos de distancia. A uno y otro lado del sendero que seguíamos había unos precipicios espantosos”. “Por ellos lanzábamos a cada momento los caballos muertos que, en número de unos 60, encontramos interceptándonos el paso. Una mula de un hojalatero que se había unido con nosotros para instalarse en santa Fe, se despeñó con todos los chismes que llevaba, haciendo mucho ruido, con harto sentimiento de aquel infeliz, que con el animal perdió cuanto poseía”. “A las tres de la tarde descendíamos ya de aquellas altísimas cordilleras, cuyas cumbres, desde lejos, parecen tocar al cielo. Entonces se presentó en lontananza ante nosotros el río de Cachirí”. “Hora y media después estábamos en el sitio famoso en que había tenido lugar la batalla. Dos casitas, en que nos alojamos, estaban acribilladas a balazos”. “El hedor que exhalaban los insepultos cadáveres que yacían en derredor era insoportable. El 12 por la mañana empezamos a trepar la empinada cuesta en que estaban los parapetos. La margen del rió, la extensa pendiente y el llano, todo aquel terreno escabroso, que tardamos casi todo el día en atravesar, estaba cubierto de muertos en putrefacción, de caballos en el mismo estado y de prendas de un ejército destrozado”. “Las aves de rapiña cerníanse ominosas sobre aquel cementerio al descubierto. ¡Oh, cuántas madres, cuántas esposas tendrían arrojados como perros en aquel campo a los pedazos de su amor! ¡Felices los pueblos que no han sido visitados por esa calamidad que se llama guerra! ¡Desgraciados aquellos en donde esta furia impera!”. “El 13 ya un ambiente más puro, más balsámico, vino a reanimar nuestros pechos. Era que llegábamos al extremo de la montaña, gigantesca derivación de los Andes”. “A nuestra vista, desde aquella empinada altura, extendíase una comarca llana y fértil, tierra de promisión que hacía catorce días que, peregrinos en aquel áspero desierto, buscábamos con afán. Pasamos la noche en el miserable pueblo de Cácota de la Matanza, donde encontramos ya algunos comestibles y habitantes. El 14 de mayo emprendimos la bajada, que tenía seis leguas, y pernoctamos en una hacienda abandonada llamada “Corral de las Piedras”. Hasta aquí el relato del Capitán español Rafael Sevilla. DE NEIVA A POPAYÁN En Neiva se dieron cita el Presidente José Fernández Madrid, el General Jefe de las Tropas de Retaguardia, doctor Custodio García Rovira, y el Comandante del Batallón Socorro, coronel Pedro Monsalve.

Entre los miembros del “Batallón Guardia de Honor” se encontraban los oficiales Pedro Alcántara Herrán y Joaquín Paris; y como ayudante del General García Rovira, el subteniente José María Botero. Durante la permanencia en Neiva se presentó un fuerte incidente entre el sargento mayor, Simón Burgos, comandante accidental del “Batallón Guardia de Honor” y el capellán del “Batallón Socorro”, presbítero don Francisco Mariano Fernández, que al ser conocido por el Presidente y por el General García Rovira, cambió en mucho el plan de partida, pues para salvar la situación ordenaron que el “Guardia de Honor” continuara inmediatamente la marcha hacia Popayán, mientras el “Batallón Socorro” se quedaba a retaguardia. El Presidente le pidió al General García Rovira defender la Provincia de Neiva y la región de San Sebastián de La Plata, y continuó su viaje a Popayán, a donde llegó el miércoles 5 de junio de 1816. Como tuviera noticias de que en Buenaventura se encontraba el Almirante D. Guillermo Brown, con una escuadra de buques, se hizo la ilusión de poder concertar una alianza con Chile y Buenos Aires, y recibir ayuda y auxilio de la flota marítima. Pero el 11 de junio los buques se hicieron a la vela. Para entonces las tropas españolas tenían controlado todo el territorio de la Nueva Granada. El sur-occidente estaba en manos de don Juan Sámano, el capitán D. Antonio Pla, el coronel Francisco Warleta, y el coronel Carlos Tolrá. Los patriotas no tenían sino la División de Popayán integrada por 700 aguerridos soldados. GARCÍA ROVIRA, PRESIDENTE DICTADOR La oficialidad del sur no estaba satisfecha con las actuaciones del General José María Cabal, ni de las de su segundo el coronel Carlos Montúfar. Sabedor de esta situación, el Presidente Fernández Madrid, convocó una Junta de Guerra, el sábado 22 de junio ante la cual el General Cabal renunció. Admitida su dimisión, se nombró como Comandante de la División al joven Teniente Coronel Liborio Mejía. El primer mandatario, citó también para el mismo sábado 22 de junio de 1816 a la Comisión Legislativa del Congreso de las Provincias Unidas, creada por Decreto del 1º de abril, y cuyos integrantes habían llegado a Popayán, y ante ellos, renovó su deseo de dejar el poder, reiterando la necesidad de que asumiera el mando un jefe militar. La Comisión Legislativa aceptó la renuncia del Presidente Fernández Madrid y eligió como Presidente-dictador al General Custodio García Rovira, quien se encontraba en camino hacia Popayán. Como Vicepresidente designaron al Comandante Liborio Mejía, quien por ausencia del Presidente electo, asumió el mando civil y militar.

SÁMANO AL CAUCA Don Toribio Montes, Presidente de Quito, ordenó al Brigadier Juan Sámano, comandante de Pasto, trasladarse a Popayán. El miércoles 8 de mayo, con 400 soldados de línea y 600 irregulares pastusos, Sámano cumplió el mandato. El guerrillero Simón Muñoz se le unió en el Valle del Patía. El brigadier español llegó hasta la Cuchilla del Tambo y allí se atrincheró. Sobre el desarrollo de las acciones existen dos testimonios: Las “Memorias” del Presidente, General José Hilario López y del célebre abanderado de Nariño, José María Espinosa. Sámano tenía dos mil soldados con artillería y caballería. Ordenó a los guerrilleros Simón Muñoz y Ramón Zambrano, cada uno con doscientos hombres, atacar a los patriotas. LA CUCHILLA DEL TAMBO Como el General Custodio García Rovira no llegó pronto a Popayán, el coronel Liborio Mejía asumió la Vicepresidencia. El domingo 23 de junio de 1816 reunió una Junta de Guerra y acordaron arremeter a la división de Sámano que se encontraba totalmente fortificada. El jueves 27 de junio marcharon hacia la cuchilla del Tambo. Iban poco más de 700 hombres. El sábado 29 de junio a las 7 de la mañana empezó el combate. Los republicanos se batieron con arrojo y singular denuedo. Hacia las 10 de la mañana se quedaron sin munición. Sámano salió de sus parapetos y los acabó. Del lado patriota, quedaron 280 muertos, 78 heridos y 310 prisioneros, más todo el material bélico. El comandante Liborio Mejía con los pocos sobrevivientes de esta heroica acción y toda la guarnición de Popayán, enrutaron hacia San Sebastían de La Plata. En ese sitio sacrosanto, expiró la Primera República. LAS SORPRESAS DEL AMOR Mientras tanto, el ilustre derrotado de Cachirí, se dirigía por el camino de San Sebastián de La Plata a Popayán, comandando el ejército de retaguardia. En ese trayecto conoció a la familia Piedrahita Sanz, que huía de las hordas pacificadoras. Al joven oficial lo sorprendió el amor y se prendó de la dulce belleza de la mayor de tres hermanitas. Se llamaba María Josefa Piedrahita Sáenz, y apenas frisaba los dieciocho años. Hasta entonces ninguna doncella había tocado el discreto corazón del joven militar.

Duras y fragosas fueron las marchas de nuestros libertadores por aquellos caminos sin fin. Mientras los enamorados iniciaban el ascenso al solitario páramo de Guanacas, en la Cuchilla del Tambo caían derrotados los patriotas comandados por el también bisoño Coronel y recién elegido Vicepresidente Liborio Mejía.

EL TAMBO DE GABRIEL LÓPEZ En el Páramo de Guanacas la única posada que existía era el “Tambo de Gabriel López”. Hasta allí llegó García Rovira con la familia Piedrahita. Muchas horas habían transcurrido en ese recorrido y los relatos de las hazañas guerreras, las experiencias del mando, los recuerdos sobre Bucaramanga, Santafé, Tunja y el Socorro, habían dado paso a otras conversaciones más familiares y afectuosas. La intimidad y la confianza ganaron el terreno del cariño. Cuantas cosas no hablarían Custodio, de 36 años y Pepita de 18. A la luz de las estrellas que titilaban, debieron soñar sobre su boda en la Catedral de Popayán. Allí estaría el General con su uniforme de parada, estrenando galones de oro, y la bella niña cubierta por muselinas y tules blancos, coronada con fragantes azahares naturales, en tanto sus compañeros de armas, con sus espadas desenvainadas, les formaban la tradicional bóveda de acero. Esa noche, mientras en la Cuchilla del Tambo se apagaban los últimos quejidos y por los caminos no se escuchaba sino el tropel de las cabalgaduras en fuga, en el Tambo de Gabriel López, Custodio García Rovira, en forma solemne, solicitó a don José Joaquín Piedrahita y a doña María Petrona Sanz, la mano de su primogénita, la dulce y bella Pepita. Los padres de la novia, que ya habían analizado y estudiado al pretendiente, accedieron gustosos a la petición del gallardo militar, en ese momento Presidente de la República, sin que ninguno de ellos supiera ni maliciara que días antes en Popayán le habían conferido los máximos poderes del mando. Tales eran aquellos tiempos de postas y mandaderos. LOS DERROTADOS DE “LA CUCHILLA DEL TAMBO” Después de darse las “buenas noches” y recogerse en los sitios señalados para el descanso, el galán, satisfecho de su conquista, y la niña anhelosa de su casamiento, poco o nada pudieron dormir porque empezaron a llegar los derrotados de la Cuchilla del Tambo, que iban en busca de su nuevo Presidente y del Batallón Socorro que lo acompañaba. El general García Rovira al oír a los fugitivos se incorporó y salió a dialogar con los recién llegados. Junto al calor del fogón, que nuevamente encendieron para preparar café, el hijo de Bucaramanga escuchó de labios de su apreciado exalumno de San Bartolomé, el Coronel Liborio Mejía, el relato de los sucesos en los cuales ellos dos eran protagonistas. En esa cocina de piso de tierra, sentados en humildes banquetas de tablas, alrededor del fuego familiar, se encontraron los mandatarios de nuestra Primera República. El Vicepresidente Mejía, venía derrotado. Su séquito lo integraban el sacerdote franciscano, payanés, Francisco Antonio Florido, “hombre de pelo en pecho”; el oficial Joaquín París, del Batallón Guardia de Honor; y unos pocos soldados.

El cansancio apagó las voces de los interlocutores, que justamente se dejaron dominar por el sueño. SITUACIÓN DESESPERADA

No habían empezado a cantar los gallos en los helados parajes del Guanacas cuando el Presidente Custodio García Rovira ya estaba en pié, meditando sobre las disposiciones a tomar como suprema autoridad de la República para buscar la salvación de la patria. Otros también eran los sentimientos personales que le acosaban frente al idilio con la bella Pepita. Quizás pensó en renunciar a las responsabilidades del mando, pero en aquellos lugares solitarios no había como hacerlo. Ante los últimos acontecimientos era imposible proseguir el viaje hacia Popayán. Los únicos sitios tal vez seguros serían San Sebastián de La Plata y Neiva. Tenían que retroceder o internarse en el propio páramo de Guanacas, por las fragosas montañas de los Andaquíes, y salir al rió Amazonas para continuar aguas abajo hasta el Brasil. Pero ellos no estaban preparados para esta última expedición. Con el relincho de los caballos y el trajín de las gentes y soldados, todos los posados en él Tambo de Gabriel López se levantaron. La situación de los patriotas era desesperada. Don Custodio comunicó a los señores Piedrahitas lo difícil de las circunstancias y el derrumbe de todos sus planes, que se habían trocado al filo de la media noche. María Josefa al escuchar las informaciones, pidió permiso a sus padres para expresar su opinión. Con voz dulce y pausada externó su afecto por quien le había servido de edecán durante el viaje y afirmó estar dispuesta a correr su misma suerte. El Presidente García Rovira dialogó unos minutos con el Vicepresidente coronel Liborio Mejía, quien solo contaba 24 años, y le pidió continuara al frente del mando. Le reveló su situación personal en relación a los amores con Pepita Piedrahita, nacidos a primera vista. Le expresó su opinión de reunirse con las tropas en San Sebastián de La Plata, y lo invitó a que le sirviera de padrino del matrimonio que se iba a efectuar de inmediato. No se podía perder un minuto de tiempo. Los ejércitos realistas tenían libres todos los caminos y en una acción envolvente estaban cercando a los granadinos. EL MATRIMONIO DEL PRESIDENTE

La decisión estaba tomada. El doctor y General Custodio García Rovira, Presidente de la República, pidió a los padres de Pepita anticipar la boda y requirió a doña María Petrona para que ella fuera la madrina. El Padre Fray Francisco Antonio Florido, ya en antecedentes, alistó el ajado breviario de sus oraciones, y puesta su estola sobre el carcomido uniforme de fatiga, ante el emotivo silencio de los circunstantes, empezó a leer sus latines, mientras José Custodio Cayetano García Rovira y María Josefa Piedrahita Sanz de San Pelayo, cogidos de la

mano, seguían con devoción y plenos de contento el ritual católico, apostólico y romano que el ministro de Dios, hijo de la orden del seráfico Padre San Francisco, oficiaba bajo la bóveda azul del cielo en esa límpida mañana del lunes 1° de julio de 1816. Un poco de pan casero y una copa de vino moscatel, sirvieron como sagradas especies. Un pocillo de barro con agua de la toma y una ramita de romero, hicieron de hisopo para rociar el agua bendita sobre los nuevos desposados. Así, en ese dulce amanecer, y en tan sencilla y conmovedora ceremonia, contrajo matrimonio el último Presidente de nuestra Primera República. No hubo proclamas, ni nadie sentó la partida, porque las circunstancias no lo permitieron. Un caldo paramuno, un pedazo de arepa y una taza de café, constituyeron el desayuno de bodas. Después de rápidos cumplidos, el Vicepresidente Mejía dió la orden de marcha. Oficiales y soldados enrutaron hacia San Sebastián de La Plata. La familia Piedrahita los siguió a prudente distancia, y más atrás, como en lontananza, el Presidente García Rovira, llevaba a la cabeza de la silla en su cabalgadura, el dulce y preciado tesoro de su corazón. PRISIÓN Y FUSILAMIENTO

Pocos fueron los instantes de dicha y de felicidad. Las tropas españolas tenían cercados a los patriotas. En la Plata los soldados granadinos cayeron derrotados por los realistas. El Presidente García Rovira se quiso regresar a retomar el sendero de la selva, pero un terremoto obstruyó sus propósitos y fue hecho prisionero por el teniente coronel don Carlos Tolhrá, el miércoles 10 de julio de 1816. Descalzo y a pié lo trajeron a Bogotá, en medio de afrentas y torturas. Veinticinco días duró el viacrucis de la travesía. A su esposa doña María Josefa Piedrahita de García Rovira, no le permitieron visitarlo. La desposada, junto con sus padres y hermanas, lo acompañaron en la penosa ruta de La Plata a Santafé, pero a prudente distancia para evitar los vejámenes de la soldadesca española. Al llegar a la capital virreinal lo condujeron al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, junto con el doctor José Gabriel Peña, el capitán Hermógenes Céspedes, el sacerdote agustino Fray Diego Francisco Padilla, el franciscano Fray Francisco Antonio Florido y el Padre Uscateguí, de San Juan de Dios. A todos los encerraron en calabozos y los cargaron de grillos y cadenas. De inmediato les siguieron un juicio de guerra verbal extra rápido, que adelantaron sin el lleno de los requisitos legales, el miércoles 7 de agosto de 1816. El jueves 8 de agosto de 1816, Custodio García Rovira encabezó la tétrica procesión del Colegio del Rosario hasta la Huerta de Jaime, hoy Parque de los Mártires, en Bogotá.

Allí lo fusilaron. Luego lo suspendieron en una horca, y le colocaron la célebre leyenda como inri: “García Rovira, el estudiante, fusilado por la espalda por traidor”. Caída la tarde, los deudos del último de los Presidentes de nuestra Primera República, su joven viuda, doña María Josefa Piedrahita Sanz de García Rovira, sus padres y hermanas, doña Petronila y don Deogracías García Rovira, hermanos de la víctima, solicitaron el correspondiente permiso para bajarlo del patíbulo. Lo amortajaron en silencio, sin honores, ni flores y solo acompañado por llantos y oraciones, lo condujeron al Campo Santo, situado a la vera del camino, en el Paseo del Prado, donde lo enterraron. Este sitio después lo denominaron Camellón de San Victorino, luego Avenida Colón y hoy Calle 13. Quedaba abajo de la actual Estación de la Sabana de los Ferrocarriles Nacionales. Años después los restos de don Custodio los trasladaron a la Iglesia de La Veracruz, declarado por ley Panteón Nacional, donde actualmente reposan al lado de otros de nuestros inolvidables mártires. AMOR A COLOMBIA Esta la egregia figura del prócer bumangués, el General José Custodio Cayetano García Rovira, el estudiante mártir, elegido por segunda vez, Presidente Dictador de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, en la por mil títulos nobilísima ciudad de Popayán, fundada por don Sebastián de Belalcazar.

Debido a la ausencia de las clases de Historia Patria en los planteles educativos, estas figuras ilustres y proceras no son conocidas por las actuales generaciones. Nuestras juventudes no saben de esa dura lucha de nuestros antepasados en la llamada Primera República, preludio de la guerra de emancipación, que creó esta Colombia inmortal. Quienes queremos y amamos a nuestro terruño sentimos ese dolor de patria producido por la ignorancia en que ahora se levantan los futuros ciudadanos, que sin conocer su pasado, no podrán sentirse honrados de ser su proyección y su futuro. Tenemos que volver a la enseñanza de la Historia de Colombia, asignatura básica que crea el espíritu patriótico, fija las bases de una cultura propia y nos señala el derrotero de nuestro propio porvenir. La vida del mártir Custodio García Rovira y la de todos los héroes y sacrificados por la patria nos dejan una serie de enseñanzas ejemplares que deben relatarse y recordarse para que nos orienten en el supremo ideal de amar, como buenos hijos, a nuestra querida e idolatrada Colombia.

Revivamos nuestra devoción por esta Colombia inmortal y como una oración diaria digamos con el poeta Julio Arboleda: “PATRIA, por ti sacrificarse deben Bienes, y fama, y gloria, y dicha, y padre, Todo, aún los hijos, la mujer, la madre, Y cuanto Dios en su bondad nos dé. Todo, porque eres más que todo, menos Del Señor Dios la herencia justa y rica; Hasta su honor el hombre sacrifica Por la Patria y la Patria por la Fe”.

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