En domingo. 4 de junio de 2006

En domingo 4 de junio de 2006 Pere Maria Orts junto a un tapiz que reproduce del retablo El centenar de la Ploma de Marçal de Sax y a San Pedro, de M

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En domingo 4 de junio de 2006

Pere Maria Orts junto a un tapiz que reproduce del retablo El centenar de la Ploma de Marçal de Sax y a San Pedro, de Michael Coxcie. FOTO: MANUEL MOLINES

Colección La Colección Orts-Bosch se muestra en todo su esplendor, desde el pasado viernes, en las diferentes salas de exposiciones del Museo de Bellas Artes de Valencia. La importante donación, ratificada en noviembre de 2004 en el Palau de la Generalitat Valenciana constituye la mayor nunca antes realizada con destino al Museo San Pío V y, por ello, sólo comparable con algunos de las donaciones o legados históricos de las grandes centros museográficos internacionales. Páginas 2/3

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ENTREVISTA

Castillo Carpio “El responsable de las agresiones al medio ambiente es el promotor. Y fundamentalmente los gestores del urbanismo”.

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PATRIMONIO

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SOCIEDAD

Una fortaleza con futuro

Adictos al sexo

Segunda entrega de la serie que describe el Castillo de Montesa

Una patología que se extiende entre los hombres maduros

2/3 En domingo 4 de junio de 2006 ARTE

MÁS DE 300 OBRAS ARTÍSTICAS DE VALOR INCALCULABLE ENTRE PINTURA, ESCULTURA Y ARTES DECORATIVAS S

La colección

Orts-Bosch La donación que compone la colección recoge una impresionante muestra de pintura antigua, española, italiana y flamenca, un centenar de obras de pintura moderna, además de una selección de esculturas medievales, tapices, mobiliario antiguo y cristalería o cerámica. Armando Pilato ■ VALENCIA FOTOS: LEVANTE-EMV donación incorpora a los fondos del Museo San Pío V más de doscientas pinturas, varias esculturas medievales y una importante colección de mobiliario y artes decorativas que comprenden un periodo histórico de más de seis siglos. La calidad de la donación radica, además de en su propia e indiscutible valiosa naturaleza artística, en el hecho que la misma completa algunas de las lagunas museográficas del Museo de Bellas Artes de Valencia. Durante décadas, Pere Maria Orts confeccionó su colección pensando en el destino final de la misma, por lo que incidió en la adquisición de artistas y escuelas muy poco o nada representadas tanto en el recorrido, como en los fondos museográficos del edificio de antiguo Colegio de San Pío V. El cuidado catálogo de la exposición, coordinado y dirigido por Fernando Benito Doménech y José Gómez Frechina, cuenta con un comentario crítico e histórico de cada una de las piezas y de sus creadores, realizado expresamente por estos autores y otros especialistas de cada una de las materias. Así pues, el catálogo se ha publicado en dos tomos; el primero dedicado a la pintura, que a su vez se divide en dos capítulos – Pintura Antigua y Pintura moderna–, y el segundo dedicado a la escultura y las artes decorativas y suntuarias, siendo este último realizado por Manuel Casamar.

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PINTURA ANTIGUA. Sin duda alguna, el capítulo de pintura antigua constituye la sección más amplia y variada del la Colección Orts-Bosch, comprendiendo más de seis siglos de la historia de la pintura europea. Tablas y cuadros españoles, italianos y flamencos, entre otras escuelas pictóricas, que abarcan desde el Trescientos hasta los albores del siglo XX dan una idea de la riqueza y variedad de la colección.

Pinturas góticas, como las escenas de la Revelación de la predela de Domingo Ram o el San Lorenzo del Maestro de Miraflores. De la pintura valenciana antigua destacan las obras de Llanos, San Leocadio, Macip, Juan de Juanes, Ribalta, March y Palomino. De las siguientes épocas de la pintura valenciana la colección cuenta con obras de Camarón, Maella, Esteve y López, y los bodegones de Miguel Parra y los floreros de José Ferrer. Entre las diferentes escuelas hispánicas son de gran importancia los nombres de Murillo –un soberbio San Francisco de Asís ante un fon-

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do de inspiración flamenca–, Arellano, Carducho, González Velázquez –con el imponente retrato neoclásico de sus hijas– y los de los numerosos pintores románticos como Alenza, Esquivel, Lucas Velázquez o Raimundo de Madrazo. La pintura italiana se muestra espléndida en el retrato del Condestable de Borbón, obra de Tiziano, en la escuela genovesa –representada por Langhetti y Orazio de Ferrari– y en los maestros napolitanos como Giordano, Solimena y Giaquinto. Digno de mención, no solo por su rareza en las colecciones del Estado, es el retrato de una madre y su hija firmada por el cosmopolita pintor húngaro Lásló. PINTURA MODERNA. Bajo el epígrafe de Maestros del paisaje se recogen más de un centenar de cuadros de pintura de diferentes escuelas nacionales desde mediados del XIX hasta casi finales del XX. La pintura de le esfera madrileña está representada por Haes, Beruete –con seis obras–, Lezcano o Santa María. La escuela catalana está presente con los óleos de Martí Alsina, Masriera, Galwey, Junyent o los cuatro Meifrén, destacando en este grupo La Vista de Girona con el río Onyar de Rusiñol, el paisaje de Montserrat de Anglada Camarasa o la panorámica de los Jardines de Aranjuez de Rusiñol. La escuela vasca está presente con ocho óleos de Rego-

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yos –entre los que sobresalen el espectacular cuadro del Castillo de la Mota o el paisaje de Ayete–, dos obras de Zuloaga o un paisaje tardío de Valentín de Zubiaurre. El zaragozano Pradilla está presente con dos lienzos, un paisaje de la época romana y una poética recreación del paisaje en plano corto del Monasterio de Piedra. Los maestros valencianos se suceden en este capítulo, quizás uno de los más interesantes y por conocer de la muestra: Francisco Domingo, Juste, Muñoz Degraín, Sorolla –con tres obras fundamentales de su producción–, Pla, Cabrera Cantó o Fillol –con una perfecta visión de la siega del arroz en la Albufer– destacan entre las decenas de sobresalientes artistas formados en la Escuela de Bellas Artes de Valencia a partir de las décadas finales del XIX. La pintura castellonense está presente con los Puig Roda y la modernidad de Porcar, y entre otros pintores valencianos o vinculados con Valencia se encuentran los nombres de Genaro Lahuerta o Benjamín Palencia. ARTES DECORATIVAS Y SUNTUARIAS. Esta sección aporta a la muestra un considerable aire palaciego. Esculturas medievales, tapices del los siglos XVII y XVII, mobiliario antiguo, cristalería y cerámicas de Manises, Alcora, Ribesalbes o Moustiers, se suceden por varias de las salas. Las porcelanas de la Compañía de Indias o las manufacturadas en China, Japón o Limoges dan idea de la gran calidad de las piezas artístico industriales de la colección OrtsBosch. Todo el conjunto resume la pasión de un coleccionista generoso que, de esta manera se ha convertido en ejemplo y modelo en una sociedad en la que ha veces parece primar el individualismo y el disfrute propio. Pere Maria Orts i Bosch, añade a su cualidad de

La generosidad de don Pere Maria Orts i Bosch tiene como destino la totalidad del pueblo valenciano, ya que la donación se efectuó a nombre de la Generalitat Valenciana, con la consideración que se conserve y custodie –sin salir nunca del mismo– en el principal museo de Valencia. magnífico donante sus actitudes como jurista, erudito e historiador de diversos temas de la cultura, entre los que destaca sus profundos conocimientos de los antiguos señoríos de la heráldica valenciana. Asimismo, gran parte de su valiosa biblioteca personal fue donada a los fondos de la Biblioteca Valenciana, engrandeciendo de esta manera aún más el patrimonio artístico y cultural valenciano. En palabras de Fernando Benito, en cierta manera impulsor del feliz advenimiento de esta incalculable colección al Museo de Bellas Artes de Valencia, Pere Maria Orts representa «la verdadera figura del coleccionista que, al margen de cualquier interés propio, convierte su pasión personal en patrimonio colectivo».

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SE MUESTRAN AL PÚBLICO

IMÁGENES

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1.- Cáliz de plata, 1855. 2.- Aspecto de la exposición de la colección en el Museo de Bellas Artes. 3.- Oracion del huerto. Felipe Pablo de San Leocadio, Principios del siglo XVI. 4.- La huerta del tio Pichuchi (Ávila). Aureliano de Beruete. Principios del siglo XX. 5.- Parque del laberinto de Horta. Joaquín Mir i Trinxet. 1899.

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6.- Guirnalda de flores con vanitas. Juan de Arellano y Francisco Camilo. Siglo XVII. 7.- San Francisco. Bartolomé Esteban Murillo. Siglo XVII. 8.- Santa Águeda. Massimo Spamzione. Siglo XVII. 9.- Siega de trigo/campo de heno. Darío de Regoyos. Siglo XX. 10.- Virgen con niño. Anónimo, segunda mitad del siglo XIV.

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4/5 En domingo 4 de junio de 2006 Imágenes del estado actual del Castillo de Montesa.

Alfons Cervera DESDE LA FRONTERA

Puente

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las guerras, los puentes asumen la condición de lo enemigo. Hay que bombardearlos para impedir el paso del ejército contrario. Otras veces, los puentes son como algo cotidiano, tan cotidiano como un televisor, el sofá y la almohadilla eléctrica para calentar la edad antigua, como la nevera donde se enfría la bebida y aguantan los yogures. Y es entonces cuando esa cotidianeidad, la costumbre de vivir cada día en el mismo paisaje, acaba por convertirlo todo en invisible. Atravesamos los puentes que juntan dos partes del pueblo, las orillas de un río, el musgo prehistórico que crece en las laderas de un barranco y es como si en vez de sobre el puente pasáramos volando a la otra parte: no nos damos ni cuenta de que el puente está ahí y lo atravesamos todos los días porque no tenemos la voluntad del pájaro ni su cabezona obstinación en pasar por la tierra sin dejar sus huellas como si fueran dioses. En Buñol hay un puente que cruza el barranco de los mudos y el pueblo se fue haciendo grande hacia el otro lado. Lo empezaron a construir en 1932, un 14 de abril, y cuando se inauguró al año siguiente se llamó de la República. Eran otros tiempos. Y ahí, por las calles y plazoletas que envuelven el castillo, fueron creciendo un sentido de la dignidad que no abunda en muchos sitios y la seguridad de que el mundo puede mejorar si en vez de conformarnos con la mierda luchamos sin descanso para mejorarlo. En Buñol siempre el tiempo fue otro y muy distinto. Sin embargo también aquí llegarían los efluvios de la dictadura y el puente cambió de nombre, como cambiaron de nombre tantas cosas en un país triste sometido a la devastación y al exterminio. Se le llamó N

Nuevo, como si ese falso adjetivo fuera capaz de hacer olvidar el nombre de antes. No lo consiguió nunca y hace unos días el viejo puente regresó a su inalterable condición republicana. Allí estaban las izquierdas del ayuntamiento, mucha gente que aplaudía su decisión de devolver el puente a sus orígenes, los hombres y mujeres de entonces que recibían el homenaje desde hace tantos años merecido como nadie. El puente recobró la piel que le habían arrancado los de la victoria, volvió a respirar con el alma entera del superviviente, se erguía de pronto con su nueva arquitectura de dignidad recuperada en la memoria de sus paseantes. Era como verlo por primera vez, como si por primera vez lo cruzáramos para pasar de una parte a otra del barranco, como si definitivamente hubiera perdido su obligada y nada retórica condición de invisible. No estamos en guerra y el puente de la República, en Buñol, no es del enemigo. Lo veía allí, donde siempre pero a la vez tan diferente. Y me venían a la cabeza otros puentes amigos, aquellos que se inventaba Pedro Salinas en uno de sus poemas de amor más hermosos: Y cuando te despierte/ y yo vuelva a colocar los ojos/ allí, donde ellos me enseñaron a mirar,/ te hablaré en voz muy baja de otro puente,/ por si acaso tú quieres./ Porque queda otro y otro y otro, aún. No separan los puentes. Juntan. Aprieta el de Buñol las laderas del barranco de los mudos y les concede de nuevo la vocación incansable de recordar aquel 14 de abril de 1932. El día que les cuento regresaron sus voces, las de entonces, las que empezaron a construir no sólo un puente sino el andamiaje de una vida mejor para el pueblo y para sus gentes. Me gustan esas voces mucho más que cualquier silencio. Y por eso las escribo aquí, en este apacible paisaje de domingo. Por eso las escribo. Por eso.

Castell de Montesa (2)

Una fortale con futuro Agustí Garzó ■ XÀTIVA FOTOS: PERALES IBORRA

NA primera comparación entre las fotos antiguas y la actualidad invita a pensar que casi nada ha cambiado. Pero no es así. La eterna silueta ruinosa del castillo de Montesa no es la misma vista desde cerca; «se ha hecho mucho, aunque también falte muchísimo por hacer», explica Salvador Vila, arquitecto responsable de su restauración y que también trabaja en el claustro del monasterio de Santa María de la Valldigna, en Simat. Un plan director ideado en 1989 y dos procesos restauradores –a mediados de los noventa y durante el último año y medio– han conseguido, al menos, consolidar lo que queda e, incluso, rehacer algunas partes significativas. Son intervenciones, en todo caso, que carecen de espectacularidad porque, «que quede claro, reconstruir el castillo es una barbaridad, no tiene sentido alguno y no se hará jamás», aclara Vila. Actuaciones en el castillo de Montesa —destruido por los terremotos de 1748— ha habido muy pocas, pero las ha habido. El propio Vila ha datado las que van de 1946 a 1955, que simplemente fueron labores de limpieza y desescombro para la prospección arqueológica. En 1957 continuaron dichas obras. En los años 60 y 70 se efec-

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Imágenes comparativas del foso de acceso al Castillo, que muestran el estado actual y el de 1920.

Sin embargo, tal como insiste Vila, la importancia de las actuaciones radica en poder completar la lectura del conjunto. «Cuando te enfrentas por primera vez al castillo ves ruinas y puedes llegar a pensar que no hay nada que hacer. Pero das un paso más y te das cuenta de que es increíble; que la planta es bien visible, que el claustro se puede percibir nítidamente…». Vila habla de la fortificación apasionadamente. «Este castillo es único; castillos-convento apenas hay. Su tipología es única y su carga histórica es tremenda. Eso hay que darlo a conocer y servirlo de la mejor manera, sino reconstruyéndolo todo, porque es obvio que sería demasiado, sí por lo menos dejando constancia clara de las estructuras y perpetuando lo que hay, que es mucho en contra de lo que la gente piensa. Sí, se esquilmó, pero sólo grandes sillares». «Nervios, columnas o arcos, todavía quedan bastantes. Todo ello está desperdigado y fuera de su emplazamiento original —continúa explicando el arquitecto— pero si se lograra reunir, nos asombraríamos de la cantidad de material que se conserva todavía», agrega Vila. Conjugar esa lenta recuperación y hacerla atractiva al ojo del espectador es otra de las preo-

INTERVENCIONES RECIENTES

INTERVENCIONES PREVISTAS

1996-98. Consolidación de restos, acondicionamiento de accesos y puerta principal. Prospecciones arqueológicas.

2006/07. Reconstrucción parcial de la sala capitular (graderío, cierre de la bóveda, ventanas…). Diputación de Valencia. Presupuesto reformado, 360.000 euros.

1999. Obras de emergencia en las partes altas para evitar la pérdida de volúmenes por erosión. 2005/06. Restauración perímetro exterior de las murallas. Más prospecciones.

cupaciones del recuperador del castillo de Montesa. «La visitabilidad del conjunto es primordial. Se ha avanzado mucho en ello, pero queremos que cada vez se recorra un espacio más amplio y además, hacerlo con mayor seguridad». No es el único reto. La próxima gran obra

Estabilización del talud del castillo, a cargo de la Diputación de Valencia. (Pendiente de adjudicación, publicado en el BOP el 27 de mayo de 2006). Presupuesto, 192.421 euros.

pendiente es la sala capitular. Hay partes de esa sala capitular de las que se conserva hasta el 45% de los elementos aunque ahora estén desperdigados. Asimismo, la intervención en la sala capitular podría derivar, en el futuro, en «la posible utilización de una estancia cubierta para desarrollar algunas actividades», añade esperanzado.

Fotografías de la silueta del Castillo, que muestran el estado actual y el de 1920. A la derecha, plano de la planta general.

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ENTREVISTA

Juan Castillo Carpio

Decano del Colegio de Arquitectos de la Comunidad Valenciana

Su casa entre naranjos es hija joven de una masía vieja, jubilada almiranta de perdidos océanos de azahar. Su taller de arquitecto es brote nuevo de una almàssera antigua bruñida con cien óleos de oliveras. Cuatro perras vigilan ordenadores, planos, informes, libros, cuadros y dos caras que no son de la casa. Yo le digo que Altea es ya una enferma terminal de cáncer de cemento. Y me dice él que no tiene obra, ni una, en la ladera alteana. Menos mal. Ángeles Cáceres ■ ALICANTE FOTOS: DIEGO COELLO

—Habrá que empezar por su nuevo decanato. —Concurrimos Jaime Prior, Fabián Llisterri que era el decano, y yo. Debo manifestar que ha ganado una candidatura que se siente plenamente representativa de los arquitectos de Castellón, Valencia y Alicante, y de todos los arquitectos, ejerzan donde ejerzan. Teníamos apoyo en la Universidad, que tiene dos formidables escuelas de Arquitectura en Valencia y Alicante; conocemos la faceta de los arquitectos que trabajan al servicio de la Administración o la empresa; nos sentimos igualmente representativos de los jóvenes, y sobre todo de esa gran mayoría de arquitectos, que podríamos cuantificar en un 70/80% del total del censo, que ejercen su vida profesional libre. Los cinco que componemos la junta de gobierno somos buenos conocedores de la profesión en todas sus facetas. Personalmente yo empecé mi ejercicio profesional en Valencia y ejerzo en Altea unos veinticinco años ya. —Así que es culpable de ahogar la montaña con cemento y ladrillo.

«Cada municipio intenta resolver sus necesidades individualmente y ese camino nos llevará a la ruina» —Pues no sé si para para desgracia o fortuna mía, pero no tengo obras en la ladera de Altea, esas que impactan tanto al verlas desde la autopista. —Europa ya nos ha leído la cartilla, ¿desde su decanato hará algo para frenar esos estropicios? —Ese es el problema, la contradicción y el dilema del día a día de los arquitectos. Nuestro oficio es poner ladrillos, pero nuestro papel está com-

pletamente falseado. El arquitecto no es alguien que saca un capazo al sol, se va al bar y cuando vuelve está lleno de dinero. —No, ya: ése es el promotor. —Nuestros honorarios, sobre un presupuesto más o menos teórico o real de una obra, son un 4 o un 5%; no hablemos ya del costo total al usuario. El arquitecto se ha convertido en un trabajador más en este proceso, don-

de además su capacidad de decisión está muy limitada. —¿Quién es entonces el responsable real de las agresiones al medio ambiente y demás estropicios? —El promotor. Y fundamentalmente los gestores del urbanismo. Y por extensión, quienes los votan. En la medida en que se producen las expansiones urbanísticas y son reelegidos, la única interpretación que cabe es que una mayoría de la población está de acuerdo. Eso nos vuelve a enfrentar con nuestras contradicciones: personales, profesionales y económicas. Yo a los ecologistas y conservacionistas siempre les digo algo que desde hace mucho tiempo me preocupa: deme usted una sola buena razón para que yo al pescador de mi pueblo le convenza para que no deje la mar y se vaya al sector servicios, o al agricultor para que siga cultivando su tierra y no la venda para construir casas. —Eso mismo dicen los huertanos. —Claro; yo he explotado una gran finca en la que pusimos todo el esfuerzo, ilusión y dinero que teníamos; levantamos una explotación agrícola modélica y, desgraciadamente, al cabo de ocho o diez años tuve que abandonarla. Me produce gran tristeza ver los naranjos secándose, pero no es posible sostener una actividad ruinosa. Aquí subyacen grandes problemas que están planteándose socialmente y que se desenfocan: nadie puede sacar adelante una explotación agrícola con las naranjas pagándose igual que hace veinte años y los tratamientos fitosanitarios, los abonos y la mano de obra a los precios de hoy. Y

tengo amigos con barcos de pesca que me han dicho que la flota pesquera del Mediterráneo está en venta. Creo que desde esa vertiente hay que entender la facilidad con que se está accediendo a terrenos para su transformación en urbanizaciones. —Y cuando no nos quede ni playa ni montaña, ¿no habremos matado la gallina de los huevos de oro? —A lo mejor haría falta ser sociólogo y estudiar a fondo esto. Es posible que el turismo residencial, no el de paso, haya que interpretarlo en claves cósmicas; lo mismo que la energía no se destruye sino que se va transformando a la vez que se degrada, puede ocurrir que al final vayamos degradando la posición de quien está con nosotros. En la medida que hacemos un entorno más degradado se irán yendo los que buscan un entorno bueno, y viniendo los que el entorno les da igual. —Oiga, ¿pero cómo puede defender la degradación,precisamente usted? —Este oficio en el que me acabo de meter tiene cosas muy bonitas, pero yo debo de representar a los que piensan de una manera y a los de la otra. Debo guardarme bastante, porque si no reproduciríamos actuaciones que no tocan en este ámbito. —¿Y qué piensa del nuevo conseller de Territorio y Vivienda, señor Pons? —No tengo opinión de alguien que acaba de entrar y del cual no conozco aún ninguna manifestación. Me enteré de que era conseller terminando el recuento de los votos de mi elección, hemos entrado juntos. —A ver quién dura más... Y el conse-

Los responsables de las agresiones al medio ambiente son fundamentalmente los gestores del urbanismo.



El arquitecto se ha convertido en un trabajador más donde su capacidad de decisión está muy limitada.



La actividad urbanística desarraiga el paisaje; pero la inexistencia de recursos desarraiga de su paisaje a las personas.



Faltan imaginación, impulso, fantasía, ilusión, entender que nuestro territorio es un todo conjunto: Cada pueblo quiere tener el polideportivo más grande, el palacio de música y de arte mejor.



ller sí se ha manifestado ya, dijo que hará una «política sandía», verde por fuera y roja por dentro. Roja como el corazón, especificó. —¡Anda! Ni me había enterado ¿eso ha dicho? ¿Y las pepitas negras dónde las ponemos? —Eso no lo mentó. Y tampoco si el verde era sólo el de los «greens». —Mira, en esto voy a ser muy ecléctico. Hacer o no campos de golf puede ser una cuestión incluso maniquea, lo que hay que ser es lo suficientemente

sensatos como para saber qué materia prima tenemos en las manos antes de hacer las cosas; tener conocimiento de en qué nos vamos a meter. Hace poco, cuando salió a exposición pública el estudio de la variante de Altea, publiqué un artículo sobre la política de parches colocados de forma individual municipalmente. Porque una comarca es muchísimo más que la suma de sus pueblos. Hoy las circunstancias, los medios, las comunicaciones, las máquinas son instrumentos y ámbitos tan poderosos e interrelacionados, que es muy difícil entender el urbanismo y la transformación del territorio donde cada municipio intenta resolver individualmente sus necesidades. Ese camino nos llevará a la ruina y lo tengo que decir con toda claridad. —«Nos seguimos equivocando» tituló usted. Muy lúcido. Y valiente. —Hace años fui coautor de un estudio sobre ordenación del litoral de disciplina multifacética: demografía, población, asentamientos urbanos, dotaciones, comunicaciones… urbanismo y arquitectura, que en definitiva es hablar de la vida. Hoy ha cambiado la magnitud de los problemas, no el concepto: no hay nada que lleve a la coordinación. Faltan imaginación, impulso, fantasía, ilusión, entender que nuestro territorio es un todo conjunto. Cada pueblo quiere tener el polideportivo más grande, el palacio de música y de arte mejor. Pero en un entorno con comunicaciones inmediatas, que los municipios rivalicen entre ellos dotándose de lo mismo es absurdo. —Sería mejor y más barato tener cada uno algo diferenciado, supongo. —¡Eso es!, justo eso. Hay que entender el territorio como un organismo vivo; a nadie se le ocurre pensar en un cuerpo con varios cerebros, corazones o páncreas. Aquí está pasando eso. Y es absurdo e incomprensible que no se vea claramente algo que es tan de sentido común. Lo ven, pero cada alcalde barre para lo suyo. Eso tendría que ser faena de políticos. O sea, de los gestores. ¡Evidentemente!: los gestores. Una vez más hay que volver a ellos. Y es que además se pierden oportunidades. Tenemos el Valle del Algar que llegaría hasta Castell de Castells, Benifato, Confrides, Guadalest que está a la cabeza del ránking nacional de visitantes; el «Pirineo alicantino» a un cuarto de hora de la playa. Es increíble que no exista coordinación para desarrollar la comarca. Yo he seguido el desarrollo de la ribera del Noguera Pallarés en los Pirineos catalanes; al principio sólo había unos chalados haciendo «rafting» con ruedas de camión y hoy tienen una industria turística organizada, ordenada y muy rentable. Aquí no somos capaces, nuestro individualismo nos corta las iniciativas. Nadie ha sido capaz de forzar un plan comarcal con una oferta variada. —¿Y cómo ve las comunicaciones? —¡Tampoco lo hacemos bien! La variante de Altea es una barbaridad que afecta a Altea, Alfaz del Pi, La Nucía y Benidorm, con una autopista a diez metros de otra pudiendo ir unos kilómetros más arriba que están Callosa d’Ensarriá, Polop, y muchos pueblos de la montaña que se sienten aislados y abandonados. —Pues por ahí hay muchos planes de grandes urbanizaciones. —Sí, ya lo sé. ¿Y qué ocurrirá cuando esa inmensa población quiera despla-

zarse, irá a embotellar más las comunicaciones por la costa, que ya están saturadas? Todo esto empieza a ser demasiado disparatado. —No más que liarse a hacer macrourbanizaciones y campos de golf sabiendo que no tenemos agua. —Insisto: es muy sencillo organizar y programar si somos conocedores de lo que tenemos. Yo querría tener vacaciones fastuosas cada año pero mis ingresos llegan hasta donde llegan. Y más allá, por simple prudencia, sé que no debo ir. Y no voy. —Eso no funciona así. Usted derroche sin miedo y luego pídale al vecino, aunque sea más pobre. Y si lo ve dudar, grítele insolidario, egoísta y mal nacido. Verá qué bien le va. —Ya le dije al principio que el arquitecto no tiene poder de decisión. —Y si dice «yo no hago esto», a la calle como el catalán. ¿Es esa la espada de Damocles del arquitecto? —Sin duda. Algunos ven en la Arquitectura una especie de mística de caballero templario y otros sólo una fuente de ingresos. No hay que olvidar que antes que nada es una manera de ganarse la vida de muchas dignas personas. Con esto no quiero justificar ningún disparate, pero insisto en que de lo pasa en nuestras ciudades el responsable no es nunca el arquitecto. Un edificio es un edificio, esté en zona verde o en un solar perfectamente legal. —¿Y qué pasa cuando en una ciudad, un suponer, decide más un promotor que un político? —Cada cuatro años hay elecciones. —¿Qué me dice de esos pueblecitos de interior que no quieren urbanizaciones y les obligan a tragárselas? —Con franqueza: no lo sé. Hay pueblos (o parte de su población) que las rechazan, y otros que las están acogiendo de muy buena gana. Es cierto que la actividad urbanística desarraiga el paisaje; pero también lo es que la inexistencia de recursos económicos desarraiga de su paisaje a las personas. Con todo y ponderando mucho lo que digo, creo que el primer objetivo del urbanismo, de la economía, de la política y de cualquier actividad humana tiene que ser la felicidad de las personas. Ningún sector debe desarrollarse a costa de la desgracia de nadie. Pero la verdad es que ese equilibrio es francamente muy complicado. —Dígaselo al próximo sin papeles que vea. Y el decanato, ¿supone más dolores de cabeza que gozos? —Seguro. Aunque cuando yo saco mi lado temperamental y me peleo con alguien terminamos siendo amigos. Por el cargo, además, soy el representante de todos los arquitectos de la Comunidad Valenciana: de los unos, los otros y los de enmedio. Pero ya tengo experiencia en eso. —¿Las VPO sirven de excusa, fachada y señuelo tanto como parece? —Yo no puedo hacer un juicio de intenciones de terceros, ni juzgarlos, ni debo colocarlos en el ámbito del marketing. En treinta años he hecho bastantes, ahora ya somos muchos los que no las hacemos. Lo fácil es decir que las otras dan mucho más dinero al promotor pero las V.P.O., salvo las que sean iniciativa de la Administración y de esas no hay muchas, caen en el ámbito de la libertad del promotor. Si le dan rendimiento económico es lógico y lícito que las haga, pero con los precios del suelo ya es casi imposible hacerlas. Hay que inventar algún sistema para solucionar eso, y debería hacerlo la Administración.

Carlos Marzal COMPLICIDADES

La piedra imán

Y

O quisiera para mí la confianza ciega del imán, su energía sin desmayo. Quisiera su empeño, su voluntad de faro mineral de la materia. Siempre hacia su centro, siempre estático y a la vez en su viaje, siempre hacia su brújula. Nada lo distrae, nada lo tienta fuera de su empresa. Posee una fe menuda, pero inquebrantable. Qué insistencia, qué tenacidad la del imán. En la Antigüedad, y hasta no hace demasiado tiempo, era frecuente la denominación de piedra imán para referirse a los imanes. Esa fórmula indica su naturaleza mágica, porque le concede el rango de una pura contradicción: lo vivo inerte, lo estático móvil, lo dormido despierto. A la piedra, en nuestras primeras consideraciones sin demasiada atención, le atribuimos el carácter de lo inanimado –la falta de carácter, metaforicemos–, le otorgamos la insensibilidad del mundo material. Pero de pronto descubrimos que ese mundo alrededor no está dormido, ni estático, ni inerte. Los imanes, más allá de las explicaciones de la Química y la Física, nos enseñan con su sorda lección la modestia necesaria para observar el asombroso universo. Pertenecen al ámbito del hechizo, una esfera cuya mejor modo de nombrarla consiste en circunscribirla al tiempo de la infancia. Cuando fuimos sabios a la manera de los dioses, cuando todo nos pasmaba y nada podía decepcionarnos, cuando todo, por mínimo que fuese, era una fuente de alegría curiosa, cuando concedíamos a cada fenómeno la condición del milagro, comprendimos en su esencia el proceder del imán. Nada es mezquino –lo dijo un poeta. Nada está quieto. Nada carece de interés. Nada está desposeído, incluso, de su forma propia de interioridad. Lo supimos cuando fuimos sabios niños dioses. Yo quisiera para mí la imantación, las propiedades de la magnetita. Qué bien suena la palabra mineral: magnetita. Me traslada, con sus ecos de ficción a todopoderosos reinos de atracciones salvajes y salvajes repulsiones. Bien mirado, todos somos un poco y un mucho imantadores: de alguien, de algo; todos estamos un mucho y un poco imantados: por algo, por alguien. Todos estamos dotados de propiedades ferromagnéticas. Pero aún querría yo para mi

vida más virtudes imanes, más convicciones imanes, más encantos imanes. Más imán me querría yo en el mundo. Cerca de mi casa hay un diminuto comercio dedicado a la fabricación y venta de imanes. No se trata de una licencia poética que me consienta en beneficio de mi relato. No es un detalle extravagante para dar verosimilitud a mi discurso. Es el mero discurso de la realidad, tan inverosímil a veces, tan extravagante. Con frecuencia me detengo ante su escaparate mínimo y observo con religiosidad las piezas. Hay engranajes dentados, pequeñas cilindros, esferas cromadas, cubos opacos, cilindros huecos. Hay un pedazo de magnetita en bruto cristalizada en un rotundo octaedro.

Los imanes, más allá de las explicaciones de la Química y la Física, nos enseñan con su sorda lección la modestia necesaria para observar el asombroso universo. Pertenecen al ámbito del hechizo, una esfera cuya mejor modo de nombrarla consiste en circunscribirla al tiempo de la infancia.

Veo al dueño al fondo de la tienda, mientras manipula, como un relojero, pequeños elementos vigorosos. Lo imagino domesticando fuerzas invisibles, allá lejos, con sus fieras telúricas, con sus óxidos feroces. No entro nunca en la cripta, me conformo con fabular acerca de las potencias que envuelven aquel recinto. Me basta con acercar al cristal las yemas de mis dedos y sentir cómo fluye la energía, cómo me traspasa y me inflama. Me regenero con un fuego recóndito, me sano en viejos galvanismos. Y después, un poco más imán, un poco más eléctrico, me marcho a caminar por la vida.

Última En domingo 4 de junio de 2006 Detalle del Cartel de la famosa película «Instinto básico», en la que la adicción al sexo de la protagonista, interpretada por Sharon Stone, es una de las claves del film.

Adict@s

al sexo Carmen Amoraga ■ VALENCIA FOTOS: LEVANTE-EMV

N 1860 el médico Isaac Baker Brown alcanzó fama y fortuna a costa de un dudoso descubrimiento. Según este especialista, como el origen de la ninfomanía se encontraba en el tamaño del clítoris, el mejor remedio para controlar esta conducta sexual inaceptable era cortar por lo sano. Se desconoce cuántas mujeres pasaron por su mesa de amputaciones para someterse a lo que se llamó clitoridectomía, es decir, la extirpación del clítoris. Lo que sí sabemos hoy, poco más de un siglo después de esta aberración médica, es que la ninfomanía no es más que una palabra peyorativa con la se trata de faltar el respeto a las mujeres sexualmente activas. Es más, también sabemos que el apetito sexual, por desmedido que sea, no existe como una categoría diagnóstica de una enfermedad mental, sino que se trata de una adicción comparable al alcohol, las drogas o el juego. Estamos hablando de adictos al sexo, un comportamiento sexual compulsivo que afecta al 6% de la población, según un estudio publicado recientemente en el American Journal of Psychiatry. Pero, ¿qué es la adicción al sexo? Se trata de un trastorno de tipo obsesivo que, por lo general, afecta a

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hombres casados de entre 35 y 45 años con profesiones liberales, infancias religiosas, una educación sexual en ocasiones castradora. En pocas palabras, los adictos son buscadores de sensaciones que tratan de olvidar sus problemas cotidianos a través del sexo en forma de relaciones breves, rápidas y poco satisfactorias. «Una cosa es la actividad sexual alta y otra cosa es la adicción. Hay estudios que hablan de medias de cuatro horas dedicadas exclusivamente al sexo, o de entre seis y doce masturbaciones al día», explica Miguel Perelló, especialista en Psicología Clínica y conductas adictivas. La interferencia grave en la vida cotidiana y la aparición del síndrome de abstinencia son los puntos de inflexión para que distingamos entre sexualidad alta o adictiva. «Cuando el sexo nos produce sufrimiento, soledad, pérdida de familia o incapacidad para mantener una relación afectiva, o cuando sentimos nerviosismo, dolor de cabeza, irritabilidad si no podemos llevar a cabo la conducta sexual, nos estamos enfrentando a una adicción», relata Perelló. En muchos casos, además, la adicción al sexo está relacionada con otras conductas adictivas, especialmente al consumo de alcohol o de drogas. «La sexualidad es una dimensión que impregna toda la vida co-

Las causas de la adicción

C

OMO casi todo en el mundo

moderno, la adicción al sexo nació en Estados Unidos, cuna de las clínicas especializadas en curación y las asociaciones de sexólicos anónimos que prestaban apoyo a los afectados. Aunque los especialistas no logran ponerse de acuerdo en cuanto al origen de esta adicción, sí han descifrado los distintos ámbitos relacionados con la causa de la misma: ■ FACTORES DE PERSONALIDAD. Personas impulsivas con baja tolerancia a la frustración que no toleran que las cosas no salgan como quieren. Son buscadores de sensaciones. ■ FACTORES EMOCIONALES. Su estado de ánimo es disfórico, es decir, sufren muchos altibajos. Experimentan carencias afectivas que intentan llenar con el sexo. ■ FACTORES AMBIENTALES. La insatisfacción con la propia vida sexual fuerza a que se busquen nuevas alternativas. También hay sucesos desencadenantes (nacimiento de hijos, pérdidas, exceso o falta de trabajo, etc). ■ FACTORES BIOLÓGICOS. Consumo de alcohol y otras sustancias adictivas que conllevan la desinhibición para satisfacer ese nuevo deseo.

tidiana y que normalmente se expresa en forma de amor y ternura –continúa–. Utilizamos el sexo como modo de obtener placer». Sin embargo, en ocasiones el sexo cumple un objetivo bien distinto: reducir el malestar. «Se busca un

contacto sexual breve, con orgasmo o eyaculación rápido, sin afecto. El sexo se convierte en el remedio para reducir la ansiedad y hacer frente a los problemas cotidianos, se transforma en algo obsesivo y lleva la pérdida de control de la misma conducta sexual. Y encima no se repara en las consecuencias negativas que puede tener esta obsesión para nosotros mismos», continúa el psicólogo. Entre estas consecuencias, destaca la ruptura de pareja, la crisis en el entorno familiar, el contagio de enfermedades de transmisión sexual, la pérdida del trabajo o la quiebra económica. Es sólo la punta del iceberg. «Es un círculo vicioso. Al principio, una persona se hace adicta a llamar a las líneas eróticas, por ejemplo, porque se enfrenta a un refuerzo positivo que le aporta entretenimiento o excitación, pero se acaba recurriendo a ese mismo teléfono para aliviar el malestar. Es decir, primero lo hago por curiosidad, luego me siento culpable por hacerlo, y cuando tengo sentimientos de culpabilidad y lo sumo a que no me siento bien con mi entorno, lo vuelvo a hacer, nada más hacerlo, vuelvo a sentirme mal. En el caso de las mujeres este sentimiento es más fuerte todavía, porque se suma el rechazo social. La sociedad es más permisiva con la adicción sexual de un hombre que de una mujer», cuenta el especialista. Prostitución, promiscuidad y onanismo han sido los tradicionales caballos de batalla de este tipo de adicción. El nuevo siglo, sin embargo, ha traído nuevas tentaciones: Internet y líneas eróticas. Precisamente, el alto coste económico de estas adicciones ha servido para dar la voz de alarma. «Como en toda adicción –afirma–, el adicto al sexo no reconoce que lo es, niega el problema. El problema se destapa normalmente cuando la pareja descubre el agujero económico. El adicto asume entonces que tiene un problema y va a terapia». Miguel Perelló realiza este tipo de tratamientos desde 1999. El 75% de los casos concluye con un resultado positivo. El 25% restante abandona el proceso con un elemento a su favor: ya ha aceptado que tiene un problema. «Los pacientes que abandonan lo hacen porque se lo pueden permitir, porque no tienen pareja estable o porque pueden pagar facturas muy elevadas en teléfono o en prostíbulos cada mes. Pero el hecho de haber asumido que tienen un problema no se borra con el abandono del tratamiento», indica. La terapia comienza, precisamente, con enfrentar al paciente con su problema. Más adelante, se les entrena en lo que los psicólogos llaman «control de estímulo», es decir, «se controla el dinero, y se les puede quitar hasta el teléfono. Además, siempre están acompañados por alguien para evitar momentos de riesgo. También se trabajan las estrategias de afrontamiento, para que valoren las desventajas de esa conducta y se les entrena en distracción y actividades incompatibles con la conducta sexual, es decir, que en lugar de llamar por teléfo-

«La adicción al sexo es un trastorno de tipo obsesivo que suele afectar a hombres casados de entre 35 y 45 años con profesiones liberales, infancias religiosas y una educación sexual represiva». no se vayan al gimnasio. La terapia insiste en la búsqueda de ayuda para que si ven que van a recaer, hablen con alguien, que les comprenda y ayude». Durante las sesiones se dan las herramientas necesarias para que se produzca un cambio en el estilo de vida y «si hay un problema subyacente en el plano psicológico, se trabaja ese problema y se aumenta su satisfacción en una vida sexual sana y normalizada», continúa. El último paso somete al paciente a la exposición, es decir, al enfrentamiento con su adicción para constatar su respuesta. «Se les expone a que puedan usar el teléfono sin llamar a esa línea, se les enseñan páginas de ordenador sin que se puedan masturbar, se les enfrenta al problema poco a poco. Esto se hace en todas las conductas adictivas. En algún caso se valora la medicación, aunque esta es una de las adicciones menos medicalizadas». Para Miguel Perelló, no se trata de una conducta nueva sino de la asunción de un problema que ha existido siempre aunque con distintos nombres. «Los casos de adicción al sexo no han aparecido ahora, pero sí se ha tomado conciencia de que existen como algo que genera problemas y que se puede solucionar», dice. Así las cosas, la sociedad se convierte en origen y en remedio de este problema. «Todos los problemas psicológicos surgen de la sociedad, y en este caso es la soledad. Otro motivo es que la sociedad nos aboca a conseguir de forma inmediata lo que queremos, nos hace poco tolerantes a la frustración. Y las cosas en realidad son difíciles de conseguir. A esto hay que añadir que continuamente nos bombardean con hombres y mujeres diez cuando en realidad somos mediocres». La misma sociedad, culpable del problema, tiene el remedio. En 1992, el actor Michael Douglas, reconoció que tenía un serio problema con el sexo y se internó en la clínica Sierra Tucson de Arizona (EEUU) para recibir tratamiento médico y psicológico. Las cosas comenzaron a cambiar. «Cuando se le da nombre a algo se convierte en problemático aunque siempre haya existido. En el caso del sexo, desde que empezamos a hablar de adicción, se le ha dado la importancia que tiene y también la solución. La adicción al sexo es una adicción que como toda conducta adictiva es un trastorno del comportamiento, no de personalidad».

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