EN EL MOVIMIENTO DE COOPERAR Y EMPRENDER: EXPERIENCIAS ITALIANAS DE EMPRESAS SOCIAL

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EN EL MOVIMIENTO DE COOPERAR Y EMPRENDER: EXPERIENCIAS ITALIANAS DE EMPRESAS SOCIAL

Antonia De Vita es investigadora de la Universidad de Verona y socia fundadora de la cooperativa de mediadores culturales Studio Guglielma. Ricerca e creazione sociale. En este artículo, Da Vita analiza la emprendeduría femenina y las prácticas femeninas de cooperación, que encuentran su reflejo en la empresa social italiana.

Cooperar y emprender

Cooperar y emprender son dos conceptos relacionados de manera muy estrecha si se entienden, principalmente, desde una óptica de autoeducación y de autoformación, de promoción y de apoyo de capacidades, tal como nos sugieren las prácticas de la educación popular y de la educación de adultos. Esta es la trayectoria que siento y que quisiera demostrar añadiendo a mi discurso algunas reflexiones teóricas maduradas sobre la base de las prácticas de la empresa social en Italia y dando un papel relevante a las experiencias de empresas sociales llevadas a cabo por mujeres. Estas prácticas han encontrado y encuentran, en la cooperación, una de sus principales cualidades.

Quisiera llegar a la noción de cooperar partiendo "de la emprendeduría" y del significado que es posible atribuirle entrelazando dos elementos. Por un lado, la historia y la apuesta política por el nacimiento de la empresa social en Italia a principios de los años ochenta; por la otra, la combinación que se ha ido creando con las prácticas políticas de mujeres.

Ser emprendedores para convertirse en nuevos sujetos económicos

Es sobre todo gracias a las cooperativas, sociales y no sociales, y a las realidades asociativas

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de nueva generación que, a mediados de los años ochenta, en Italia, se empieza a difundir la noción de empresa social. Explicadas por algunos de sus protagonistas, las prácticas y las culturas que la han acompañado han sido presentadas como una modalidad de "hacer empresas, es decir, intraempresa, que producen sociedad, que crean valor social añadido" (de Leonardis O., Mauri D., Rotelli F., L’impresa sociale).

Si de empresa social en sentido estricto se empieza a hablar en los años ochenta, los lugares donde se origina aparecieron ya en los setenta, gracias a algunos laboratorios extraordinarios de reforma y de autoreforma de las instituciones públicas. Sería muy interesante explorar a partir de qué historias y dentro de cuáles de estas experiencias comenzó la empresa social, pero este no es mi propósito.

Entre las experiencias más famosas e interesantes que originaron la empresa social encontramos la que está relacionada con la reforma del servicio psiquiátrico público, una historia que empezó con Franco Basaglia en Trieste, con la invención y la creación de instituciones que nacieron a raíz de la desinstitucionalización de los manicomios en favor de la creación de servicios en el territorio que sustituían a estas instituciones. A partir de la innovación política que supuso la experiencia de Trieste, nacieron muchas empresas sociales que tuvieron la capacidad de crear y expandir contextos capaces de hacer emerger espacios de acción, de trabajo y de intercambio. Y sobre todo despertar competencias, emprendeduría, autogestión, asociaciones nuevas y libres entre el mundo de la producción, el mundo de la asistencia y del cuidado. Hacer existir otros sujetos. Sujetos que tradicionalmente no se inclinaban a crear empresas ni a crear un espacio de mercado.

El carácter propio de las empresas sociales se caracteriza normalmente por su capacidad de encontrar soluciones innovadoras a los problemas de exclusión y desempleo, al tiempo que contribuyen a un desarrollo económico sostenible a favor de la cohesión social. Con esta opinión podemos estar de acuerdo, siempre que estemos dispuestos a reconocer que por debajo/por encima de la capacidad de encontrar soluciones innovadoras para la inclusión social hay un invento que la empresa social ha revelado y reactualizado, aunque posiblemente no ha creado: la capacidad de transformar el concepto de economía introduciendo subjetividad.

Ampliar la noción de economía gracias a la creación de contextos, convertirlos en un espacio físico y simbólico, es decir, un espacio público para el comercio y el mercado de sujetos considerados marginales, supone un cambio que no deja nada inalterado. Es un cambio que tiene en sí mismo una radicalidad política elemental, como lo más cercano a la vida. Esto se hace, como demuestra la experiencia de Trieste, llevando al mercado otros sujetos, los inadaptados y los no integrados, la enfermedad mental y la dependencia, los conflictos con la

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ley, la enfermedad, las diferencias sufridas. También se hace creando lugares sociales en que las prácticas de oportunidad, de comercio y de intercambio, de artes y lenguajes se entrelazan y se mezclan con las competencias y habilidades idóneas, que vienen de otras historias y otros mundos.

He sentido la obligación de explicar brevemente la historia y el origen de la afirmación de la empresa social en Italia para hablar de un movimiento muy interesante: ¿cómo es posible que sujetos que no preveía el mercado se conviertan en sujetos económicos? Y ¿cómo es posible que, a través de estas prácticas, estos sujetos imprevistos interpreten la economía en un sentido diferente del que impone/propone el capitalismo?

En los movimientos de emprendeduría -de los cuales la empresa social es testigo con su origen y su trayectoria- encontramos una indicación muy fuerte. Es gracias a la capacidad de cooperar, a la capacidad de combinar y asociar de manera diferente las relaciones humanas, las necesidades y los recursos, las carencias y las posibilidades, que los sujetos imprevistos -reinventando un contexto-pueden convertirse en sujetos capaces de ser emprendedores. Se trata de convertirse en sujetos activos mediante un movimiento de cooperación (trabajar con los otros) y de participación (tomar parte). Se trata de empezar procesos y que, a partir de las condiciones existentes, estas condiciones los "modifiquen y recreen", con el efecto de capacitar a las personas y de abrirlas a posibilidades reales.

Llevar al mercado otros sujetos e iniciar un proceso para que estos se conviertan en sujetos económicos activos significa sobre todo centrarse en la creación de un contexto capaz de ampliar el sentido simbólico y concreto de los intercambios humanos y monetarios, la capacidad de hacer una apuesta por las combinaciones, por las nuevas conexiones, fusiones de competencia/incompetencia, habilitado/inhabilitado, adecuación/inadecuación.

Ser emprendedor cooperando tiene el efecto inesperado de una nueva significación en el mundo contemporáneo, ya sea en el sentido práctico de ser emprendedor, que tradicionalmente se ha concebido como las acciones de un individuo que, de manera solitaria, se arriesga, ya sea en el sentido de cooperar tal como se entiende tradicionalmente, es decir, como una práctica que nivela en sentido horizontal, donde la disparidad de saberes y competencias no encuentran un espacio de expresión.

El emprendimiento que nace de la cooperación y la cooperación que se inclina hacia la emprendeduría muestran y empiezan una dimensión donde, entre otras cosas, la igualdad y la

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diferencia se tratan como un crecimiento de posibilidades de relación y de creación de contextos y no como la uniformización de considerar a todos igual, por un lado, o que aparezca la autoafirmación, por el otro. Se trata de creaciones comunes que dejan un espacio propio a la singularidad.

Si he utilizado la historia de la empresa social en Italia como ejemplo de cómo es posible ser sujetos económicos a pesar de ser sujetos imprevistos, hay que hacer referencia a la historia de las mujeres y de las prácticas femeninas de cooperación e iniciativa económica para profundizar en cómo ha sido posible, de manera aún más radical, ser sujetos económicos inesperados e imprevistos (AAVV, La rivoluzione inattesa, Le pratiche). Y sobre todo qué indicaciones emergen, en el sentido de cooperar y de ser emprendedor en la creación social, de estas experiencias femeninas.

Tal como ocurre con las narraciones sobre el trabajo, también en la economía estamos apenas al inicio de relatos que consideren las mujeres en una posición no subordinada. Hace unos diez años que se hacen estudios de cómo las mujeres, en el trabajo, tienen necesidades y deseos diferentes de los que tienen los hombres y, a causa o gracias a esta diferencia, las narraciones masculinas neutras -de las que la literatura está llena-, no se corresponden a los dos géneros y a su manera de vivir el trabajo y el mercado. Así como las narraciones sobre el trabajo nos han permitido hablar de feminización del trabajo, los relatos de mujeres como sujetos económicos nos permiten hacer una nueva lectura del mercado económico. Nos encontramos, pues, al inicio de una nueva lectura sobre las mujeres en el ámbito económico.

Una explicación de la economía y de las formas económicas capaces de superar la visión neutra masculina del homo oeconomicus apenas da sus primeros pasos pero existe. Lo mismo que en cada "historia oficial", en la que hay otra historia que contar, que aunque no sea hegemónica empieza a no ser "marginal".

Antes del homo oeconomicus existe la economía del "gobierno del hogar", en la que hay una titularidad femenina, una sabiduría femenina de gestionar dinero y afectos, ahorro, ganancia, la utilidad junto con las relaciones. Como mostraré a continuación, este hacer economía "en la vida" por un lado, y en "un sentido amplio" como intercambio económico desligado del intercambio monetario, por el otro, se ha convertido en nuestro tiempo en un hecho muy activo y ha originado experiencias muy importantes e innovadoras.

Para adentrarnos en el significado de una economía que incluya los dos géneros, debemos

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dirigir la mirada no sólo al sistema económico sino sobre todo a los sujetos de la economía. Las mujeres han sido tradicionalmente sujetos de la economía doméstica y sólo hasta hace poco se han convertido en sujetos económicos en sentido amplio, no sólo con la entrada en el mercado de trabajo y aportando una manera propia de estar, sino contribuyendo de manera emprendedora a dar significados más libres a esta estancia.

En la historia de occidente las mujeres han sido sujetos que históricamente han sido excluidas de la producción de ingreso. La sociedad patriarcal, basada en el pacto social que confiaba en las mujeres el papel de reproductoras y a los hombres el de productores, dejó fuera las mujeres de toda posibilidad de ser sujetos económicos autónomos.

El acceso a la producción de ingreso ha significado, desde la perspectiva de esta gran exclusión, ganar independencia simbólica gracias y a través de la independencia económica, que es la posibilidad de ocupar una posición no subalterna y de no-dependencia de quien tiene acceso al trabajo remunerado. Hablo de trabajo remunerado y de producción de ingreso porque no debemos olvidar que las mujeres siempre han trabajado mucho y han sido protagonistas de numerosas actividades, aunque no hayan sido correspondidas con ingresos.

Convertirse en sujetos mediante la capacidad de ser sujetos en el ámbito económico, es un paso muy importante y muy valioso para las mujeres. Autonomía simbólica y autonomía material es un tema justamente muy importante en la reflexión femenina. Es obligado hacer referencia a Virginia Woolf y sus ensayos Una habitación propia y Tres guineas, que muestran la importancia que han tenido para las mujeres la conquista de habitar libremente espacios materiales y poder disponer de una renta.

El desarrollo de una empresa social y no lucrativa a partir de los años ochenta (hablo del caso de Italia), como ya he dicho anteriormente, y la creciente presencia de organizaciones gestionadas por mujeres, han mostrado que existen realidades económicas que han "despertado" otros sentidos de la emprendeduría.

Los otros sentidos de empresa reactivados y puestos en el ámbito de las mujeres como nuevos sujetos-intérpretes de la economía son legibles en la medida que emergen otros sentidos del mercado y del hecho de estar en el mercado. El mercado es vivido e interpretado por las mujeres -es mi lectura- no sólo como lugar dominado por el capital y por sus leyes, sino principalmente como lugar de intercambio en sentido amplio, no exclusivamente monetario, como lugar simbólico capaz de producir ocasiones, entrecruzar necesidades y deseos,

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necesidades materiales y aspiraciones, de contribuir a sujetos. De esta concepción amplia y sensible del mercado, de la empresa como lugar de libertad, se deriva que las empresas femeninas (entendidas en sentido amplio) tienen un claro interés para tratar en primer lugar las dimensiones relacionales, lingüísticas y expresivas, de no poner en primer lugar el dinero -incluso en aquellos casos en que se ha escogido ser lucrativos-, sino una dimensión de bienestar y calidad social, de tener una escasa propensión al riesgo de empresa pero una marcada actitud a favor de las trayectorias personales y profesionales, de preferir los sectores en los que priman la atención, la hospitalidad, la belleza, la proximidad con el territorio y la sintonía con el ambiente.

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