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Huellas
Entrevista
Encuentro con Roberto Flores Prieto Por
Marlem Uribe Marenco*
El director de cine, Roberto Flores, habla de su recién estrenada película “Ruido Rosa”, muy bien recibida por la crítica. Además, comenta su visión general de Barranquilla, del proceso creativo y de su experiencia personal como artista en el Caribe colombiano.
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Profesora de la Universidad del Norte. Dirige el cine-foro “Grandes directores” en la Cinemateca del Caribe.
Crecién onocí a Robert en el otrora Bar B52 de Barranquilla, graduado como director de cine de San Anto-
nio de los Baños; estaba allí para felicitar a un amigo que tenemos en común, que había estado con él en Cuba cuando hizo su practicum en la misma escuela de cine, y con quien estábamos celebrando nuestro grado de profesionales en el ámbito de la producción audiovisual, la comunicación social y el periodismo. Habíamos sido alumnos de su madre, Myriam Prieto de Flores (qepd), de su hermana Pamela y de sus cuñados José Luis Rojas y Miguel Iriarte. Realización audiovisual, Grandes autores, Comunicación y cultura y Semiología eran las materias que estudiábamos con cada uno de ellos. Un año más tarde, empecé a trabajar con él, cuando su casa productora Kymera apenas se constituía; éramos un pequeño grupo de amigos con muchas ideas y pasiones, algunas veces escuchábamos los discos de jazz que habían sido heredados de su padre, el escritor Carlos Flores Sierra, o coleccionados por su madre y por él mismo, pero era en realidad el rock el que elegíamos para la mayoría de nuestras largas jornadas de trabajo, cuando nos juntábamos y diseñábamos propuestas de patrocinios para nuestros proyectos. Son muchos años de amistad, pero ahora apenas si lo veo en los lanzamientos de sus películas, de manera que esta entrevista es más un re-encuentro, un flashback,
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una conversación en la que se puede ver un poco quién es y de dónde viene Roberto Flores Prieto, un director barranquillero que está cambiando la forma de hacer cine en Colombia, porque, como él mismo lo dice, “otro cine es posible”. Vámonos a Rumania, cuando tu familia se mudó allí por el cargo diplomático que asumió tu padre, y cuando regresaron a Barranquilla ¿qué experiencias te marcaron para decidir que querías contar historias? En Rumania ya hay algunos recuerdos de las actividades de mis padres y de cierto ambiente familiar. Fue más bien en Europa, esa cercanía temprana a los museos, a otro tipo de cultura, de intereses, a cierto tipo de arquitectura, y de alguna manera me imagino esas cosas atávicas de la infancia en Europa del Este. Evidentemente, crecí en un hogar interdisciplinario, y al principio es como un ejercicio muy natural. Recuerdo, por ejemplo, estar aquí en Barranquilla a los siete u ocho años, después de haber llegado de Rumanía; era un momento de mucha cercanía de mi padre con Juan Gossaín, entonces Juan siempre llegaba a la casa y yo estaba jugando un poco en la máquina de escribir y él siempre revisaba las cosas que yo es-
Roberto en la Escuela de cine de San Antonio de los Baños.
cribía… yo siempre estaba escribiendo o con mi madre en la agencia de publicidad en esa época, me metía al departamento de arte, jugaba con las obras, pegaba cosas, revisaba los storyboards de los comerciales. Luego, con mi hermano Carlos, recuerdo meterme a ver cómo pintaba, el olor del óleo y la trementina; a mi hermana Fabiana, le cogía las cámaras y salía a hacer fotografía, y con mi madre iba a muchos comerciales, en 35 mm, aquí y en Bogotá, a ver cómo filmaban; acompañaba a mi madre en la moviola de 16 y de 8 mm, ella misma cortaba; y también estaba mi hermana Tallulah y su poesía. Yo creía que el mundo, hasta cierta edad, era así, que era lo normal, y después fue cuando empecé a ver que en las casas del resto de los niños eran como ingenieros, abogados, arquitectos, y nosotros como que éramos una familia un poco extraña. ¡Ah! pero al mismo tiempo, sobre todo Pamela y José Luis, me estaban llevando a cine de una manera casi compulsiva. Recuerdo, por ejemplo, tendría seis años, los 400 golpes, de Truffaut, en la Cinemateca en Bogotá; Buffalo Bill y los indios, de Robert Altman, la recuerdo perfectamente también, y la Guerra de las galaxias la vi como catorce veces; entonces sí, era como un bombardeo permanente, y ese influjo de información me generó una dualidad realmente de cómo expresarme hasta haber terminado Cine y Fotografía en uni-
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tec,
en Bogotá, porque cuando yo terminé materias ahí, realmente llegó a ser mi plan estudiar literatura en Los Andes, y estaba averiguando y no sabía qué hacer cuando apareció San Antonio de los Baños, y es en Cuba donde realmente enfrento que mi vocación es única y exclusivamente el cine y que no me interesa hacer más nada, a pesar de que después de algún tiempo jugueteé un poco con hacer algo de literatura y cosas así. Cuando estuve con Ruido Rosa en República Checa fui profundamente feliz, no solo porque Praga y Karlovy Vary son suficientes para estar feliz, creo que debía haber alguna relación con Bucarest; de alguna manera siempre estoy buscando mi infancia, siempre estoy retornando… una vez mi hermana Pamela me dijo: “Pa joderte, si tú lo que eres es un niño perdido en el bosque”, y yo: ¿por qué? “Mira, en Heridas está el personaje de María Camila corriendo perdida en el bosque, en tu corto Un viernes por la tarde hay un niño perdido en el bosque, en Cazando no hay un bosque, es al lado de unas salinas, pero hay un niño perdido en medio de la nada”, y yo, en últimas, ya a estas alturas que no tengo nada que me atormente mucho, creo que en el fondo lo que soy es un niño perdido en el bosque, no soy más que eso, y creo que mis obsesiones temáticas están clarísimas.
caminó muy bien, pero realmente siempre me presto al documental como me presto a la música, a la literatura. Antes siempre sentía la necesidad de hacer un documental para reconectarme con algún tema que me interesaba de la manera que el documental te lo permite, para después alimentar la ficción de alguna manera, pero igual siempre hablo de lo mismo, o sea, La hija de la luz es un documental acerca de las relaciones padre-hijo y es un documental acerca de mi mamá; Graciela y Tomás son una excusa total. Por lo que has contado hasta ahora, veo la balanza inclinada un poco más hacia la influencia de tu mamá que de tu papá... Yo creía eso hasta hace poco; evidentemente, mi madre es demasiado importante para mí porque además persistió en mí, pero mi padre también, mucho, y cuando no esté, eso va a ser más claro. Creo que en general los problemas irresolutos de uno en la vida siempre alimentan las filmografías, eso no es una novedad, digo los directores o los que se expresan de alguna manera,
En el momento en que las puse más en pausa fue en Heridas, un poco porque no sabía por dónde empezar mi búsqueda como director de largometrajes, pero también porque o sentía un deber moral de hablar de ese tema del conflicto armado y me golpeó muy duro lo que estaba pasando en ese momento, lo que había pasado con Alfredo Correa, el viaje de Livingston Crawford, y sentí que tenía que decir algo al respecto, pero en algunas cosas como temáticas y estéticas fue como un paréntesis extraño. ¿Ficción o documental? Es curioso porque a veces me dicen que mis cosas parecen medio documentales, pero yo no sé por qué, porque son superestilizadas (aunque hay documental estilizado también), pero creo que es por eso, por el framming y la mirada, por la forma como pongo la cámara. Yo he tenido suerte con algunos documentales porque siempre he dicho que soy un director de ficción que hace documentales y no realmente un documentalista. Con La hija de la luz llegó un momento en que escribían reseñas del ‘documentalista que hizo una película de ficción’ y este fue un documental que
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Roberto en hombros de su hermano Carlos, junto a sus hermanas Pamela y Tallulah en Barranquilla.
pero en general los problemas irresolutos son los que hacen que la gente cometa errores o tenga aciertos. La forma como las cosas impactan a cada quien son tan complejas y tan diversas, pero evidentemente mi relación con mis padres, su historia personal, su historia romántica, su ruptura, la visión del mundo de ellos, la visión de la ciudad de ellos, marcó mi vida totalmente. ¿Cuál era esa visión de la ciudad? Una relación odio-amor muy complicada, por ejemplo, con la que decidí hacer las paces totalmente. Yo la tuve, por supuesto, porque uno replica, y creo que cualquier persona medianamente inteligente a sus veinte años pelea con Barranquilla. Las ciudades de provincia pueden ser asfixiantes pero también son un mundo de oportunidades, depende de cómo las manejes, y cuando vas creciendo te das cuenta de que los lugares son los lugares, que hay peleas que también son contigo mismo y están en tu interior. Muchas veces, en varias épocas, en la sobremesa era el eterno conflicto con Barranquilla… siempre generaba problemas o no era suficiente, pero siempre la familia estaba retornando otra vez a esta ciudad y no entendía mucho por qué, y eso que a mí me tocó menos nomadismo que a mis hermanos. ¿Por qué decidiste entonces quedarte en Barranquilla? Cuando salí de San Antonio de los Baños tenía las puertas abiertas en Bogotá laboralmente, y decidí venirme a Barranquilla, no sé a qué, creo que necesitaba volver como a la placenta, porque creo que todas las personas, y los directores de cine, por supuesto, los creadores y todo ser humano tiene la necesidad de pertenecer a un lugar en el mundo; yo lo necesitaba y decidí venir a echar esa pelea aquí, y durante muchos años me dijeron que estaba loco, que era torpe, que me iba a morir de hambre, que no me iba a funcionar y sentía la preocupación generalizada, a veces honesta, a veces morbosa y malintencionada. Siempre ha sido clave para mí dejar testimonio de las cosas. De por sí que la memoria colombiana es frágil, y Barranquilla es la capital colombiana de la ausencia de la memoria. Un poco es como mi obsesión porque la gente siempre cree que aquí no se ha hecho nada, y es muy difícil así, porque todo el mundo está arrancando de cero siempre, no hay autoestima, no hay sentido del proceso, y creo que eso es fundamental.
Ha sido muy bonito como domar esta ciudad, de la que tanto renegaban en los almuerzos mis padres. En general, en la vida mi proceso ha sido, y eso incluye a la ciudad, que cuando tú das, recibes; es imposible esperar algo de vuelta si tú no das, y así ha sido con Barranquilla, apostarle, quererla con un espíritu crítico, más que quererla ciegamente. La gente aquí tiene una relación muy caníbal, muy utilitarista y muy superficial con el espacio; creo que hay que construir otra forma de relacionarse con una ciudad para poder exigir; creo que en últimas es un tema de amor en general y que el tema que atraviesa todo mi trabajo es el amor. ¿El amor? El amor creo que es lo que va a atravesar en general mi trabajo hasta el último de mis días, porque creo que es la única utopía medianamente en pie, y es lo único que me interesa de la vida: el amor por una ciudad, por mi oficio, el amor por los amigos, por una mujer, el amor por mis hijas; parece que es lo único que vale la pena defender, y creo que no me puedo quejar; creo que estoy rodeado de amor en términos generales, y creo que hay que ser un poco más generoso. En la relación con Barranquilla, la mayoría de la gente es muy complicada, y ahora que veo los proyectos que quiero emprender, todos están relacionados con un sentido de la memoria, con la idea de defender un discurso de ciudad y región que me interesa. Creo que estamos en un momento histórico muy importante en la ciudad, clave a todo nivel, y creo que en ese sentido los que nos expresamos artística y culturalmente tenemos que estar a la altura de ese reto histórico y responder, porque a veces terminamos reproduciendo la forma como nos ven desde afuera, nosotros somos los principales cómplices. ¿Cómo mezclas familia y cine? En una época decía: “Nojoda, yo sí soy agallúo”, porque en el fondo me di cuenta de que buscaba el paquete completo: tratar de ser el mejor esposo posible, el mejor papá, el mejor cineasta, hacer empresa, ser buen director; y todavía ando como en lo mismo; ahora estoy como en un punto de quiebre, de búsqueda personal, que tiene que ver con la búsqueda cinematográfica también, pero, por supuesto, mis hijas (Rebeca y Julieta) son mi polo a tierra de cualquier cosa, mi mayor felicidad y mi mayor temor… cuando uno tiene el poder de incidir sobre la vida de otros de manera tan fuerte, eso es ‘atortolante’.
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¿Y cómo cuidas ese impacto que puedas tener en ellas?
La gente aquí tiene una relación muy caníbal, muy utilitarista y muy superficial con el espacio, creo que hay que construir otra forma de relacionarse con una ciudad para poder exigir.
No hay mucho que hacer, amar y hacer presencia y ya, lo demás también cada quien tiene que solucionar. Todos venimos a algo en particular, no sé, de las cosas que más me marcó en la vida fue la separación de mis padres. Yo no sería lo que soy, para mal o para bien, no hubiera hecho Cazando luciérnagas si ellos no se hubieran separado, entonces, quién sabe. Pero en Cazando luciérnagas, por ejemplo, que es una historia que nace de una ruptura, de una separación, lo que propones es un encuentro… Por eso cuando decías lo de mi madre, no sé. Creo que ese es el encuentro con mi padre; yo no me hablé con mi padre por casi cinco años. Por ejemplo, allí hay guiños: cuando Manrique le cuenta a la niña cómo se conoció con la mamá, es la forma como se conocieron mi papá y mi mamá, se conocieron bailando, por eso en mis películas bailan, pero no lo he hecho adrede. Mis personajes, me encanta que bailen; para mí, el baile y sentarme a la mesa con alguien que me gusta y que me importa son dos momentos de la vida que disfruto muchísimo, y en mis películas siempre comen y siempre bailan; si, será como un lugar común que estará en todas mis películas; pero el momento como de compartir la comida, de alguna u otra manera, o bailar con alguien, son momentos muy importantes para mí… Siempre hay guiños; no me interesa hacer cine autobiográfico, pero siempre me agarro de cosas personales. ¿Por qué decides trabajar con el guionista Carlos Franco y no hacer tus propios guiones? Por la visión del mundo que compartimos, por la sensibilidad que él tiene, por la forma como trabajamos juntos, que ha pasado por muchas etapas diferentes. Cuando los dos empezamos, nos sentamos frente al teclado a escribir y discutíamos. Después él escribía por su lado y yo por el mío, intercambiamos escenas, luego yo escribía sobre lo que él escribía, y llegó un punto en el que es él quien escribe y yo escribo si es necesario, o reescribo en el rodaje. Creo en el espíritu de la ley pero no en la letra de la ley, que es lo que yo defiendo cuando ruedo, y eso es algo que siempre le agradeceré a Michael Rabiger, profesor de documental que tuve, que siempre me lo
decía: cuando empiezas a filmar, la película está viva, la película es la que me comanda y de alguna manera me lleva, yo no llevo la película; con sus aciertos y desaciertos es lo que me pasa a mí. Carlos sabe que eso pasa conmigo, pero cada vez le fui dando a él más espacio; también me di cuenta de que tenía que soltar la palabra escrita porque todavía me perseguía el género de literatura que alguna vez tuve. Hablemos de tus personajes y de cómo es tu trabajo de preparación con los actores Lo que hace mucho tiempo estamos buscando Carlos Franco y yo es un cine de personajes; por encima de la trama, que en mis películas, si lo juzgas desde el consumidor de tramas, es escueta porque no está muy cargada, porque todo es acción interna y todo es personaje, no está plagada de giros ni de acontecimientos; muchas veces lo que estás presenciando en algunos momentos es la transformación interna de un personaje y cómo pequeñas cosas en la vida lo van mutando. La razón por la que escojo los actores es, por un lado, que sean capaces actoralmente, que yo crea que puedan llevar a buen término un papel y trabajar conmigo colaborativamente, pero soy un poco un vampiro ahí: tengo muy en cuenta la vida personal de ellos y cómo eso se va a relacionar con el personaje. Escogí a Marlon y a Valentina para Cazando por razones muy específicas, sospechaba y generé todo el ambiente para que cuando se diera ‘el encuentro’ sucedieran ciertas cosas; Valentina no se veía con el papá hacía nueve años en ese momento; Marlon tiene cuatro hijos y no los puede ver a cada rato, y pasaban cosas en el rodaje como que Gaby, la hija de Marlon que tiene como catorce años, lo quería ir a visitar y yo frenaba
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do de hacer política pública, hasta el tema de formación de públicos, en la exhibición, en la formación, por supuesto, porque creo que las soluciones son muy compleja y son integrales. Por supuesto, con el tiempo ya no podía y fui renunciando a ciertas cosas; creo que era como cogiendo fuerza, y parte de eso era la docencia, no solo porque cuando era chévere me alimentaba sino porque a veces en todo caso nuestra ciudad o ciertos espacios pueden ser muy conservadores, y había muchos chicos con talento, con inclinación audiovisual, que prácticamente les decían que se iban a morir de hambre, y no solo se lo decían los padres, se lo decían otros profesores, y yo consideraba que pararme ahí y dar ejemplo de que ni me estaba muriendo de hambre y que podía hacer películas, no solo estaba enseñando con lo que estaba diciendo teóricamente o a través de la praxis de un ejercicio audiovisual, sino que mi presencia ahí le podía dar un poco de esperanza a un muchacho que estaba acoquinado en un rincón porque le estaban diciendo que era un estúpido porque se iba a dedicar al audiovisual y los últimos años eso era lo que más me motivaba para estar ahí, hasta que ya no pude más, y de hecho, si te pones a ver, en este momento hay una crisis audiovisual, cuando llegó un momento que no había una sola convocatoria en el país en la que no ganara alguien de Barranquilla, hace cuatro o cinco años, entonces ahora hay la sensación de que hay un boom, pero ese boom realmente está alimentado por unos cuantos.
Myriam Prieto de Flores y Carlos Flores Sierra.
las visitas hasta el punto que consideré que lo podía visitar porque me convenía para el mood; igual que lo tuve a él casi tres semanas vigilando ahí con escopeta, lavando su ropa antes de empezar a filmar. Y en Ruido Rosa era así: Mabel venía de una reciente separación, Roosevelt también, había cosas de su vida personal que sabía porque lo conozco, él fue estudiante mío en la Universidad del Magdalena, entonces yo soy un poco ahí… Marlon me dice que yo soy el gran manipulador. Estás aportando tu mirada como director de cine, pero también estuviste diez años como catedrático y trabajaste por la creación un cluster audiovisual del Caribe, ¿qué puedes decir de esos procesos? Alguna vez le decía a Carlos Franco, que ha sido mi cómplice durante más de veinte años, que había que construir un sistema, y en ese proceso de construirlo he trabajado desde temas de legislación y casi política, de ser consejero distrital y departamental y tratar de sostener eso y recorrer el país con los consejos tratan-
¿En qué quedó el cluster? Hay cosas en la vida que hablas antes de tiempo; lo que pasa es que eso requiere una voluntad política y unos entramados muy complicados, pero creo que eso se está haciendo posible, y es lo que quiero aprovechar ahora, porque cuando tú alcanzas ciertas cosas, logras que te escuchen, y creo que este es un momento en que me escuchan diversos sectores de la ciudad, y voy a tratar de aprovecharlo por el bien del sector; no sé hasta dónde pueda llegar, no es una ciudad fácil, no es un tema fácil, pero otra vez he cargado baterías, y creo que el escenario es más favorable porque ahora es posible que haga una película en inglés, porque estoy a punto de firmar con un agente en los Estados Unidos que me va a manejar en Los Ángeles; no tengo ningún interés de irme allá, pero la idea es conseguir fondos allá y filmar algo entre allá y acá, y por fin después de mucho tiempo ya tengo agente de ventas internacional, entonces hay unos proyectos que están caminando en esa línea que desde hace dos o tres años estoy trabajando; hice dos foros de coproducción acá, traje
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una gente, y son de esas cosas que tú dices: “Bueno, ¿y qué irá a salir de esto”? Y finalmente dos o tres años después salieron ciertas cosas, pero hay una línea que es de combate nacional y que implica para mí resucitar la Nueva Ola, voy a resucitar un proyecto que se llama “Cuentos del Caribe” que yo tenía, que es un tríptico, son tres historias, y vamos a dirigirlas una Iván Wild, otra Pacho Bottía y otra yo, y va a ser mi primer experimento con una empresa distribuidora que voy a montar para distribuir directamente; creo además que es el momento de salir a hablar y echarse estas peleas en bloque, porque estamos muy regados, cada uno está en sus luchas individuales. Hace un tiempo hablabas de la Nueva Ola del Caribe, ¿qué hay de eso? Esa es una de las tareas que tengo ahora, venía hablándolo con Iván Wild, juntos hicimos eso, porque quisimos en el 2014 hacer lo que eran los diez años de la Nueva ola, porque además hace unos cinco años en
Kinetoscopio un tipo dijo que la Nueva ola del Caribe no existía, que era una mentira, y creo que está muy claro los resultados de ese grupo de la Nueva ola, y voy a salir a responderle simplemente a él, pero es el recambio después de nosotros el que veo tan claro en Barranquilla, sí en el Caribe, por la Universidad del Magdalena, lo que falta en Barranquilla es un programa de cine. La idea cuando estuve vinculado como catedrático era alimentar técnicos, utileros, formar directores, guionistas, porque ni siquiera estamos preparados; yo he tenido la posibilidad de traer negocios internacionales de rodajes acá, y no los puedo traer porque realmente Barranquilla no puede responder; la ciudad tendría que ser un epicentro, diferente al Magdalena o Bolívar, que son locaciones; aquí lo que debería estar es el talento humano y las empresas de postproducción, por ejemplo, y un parque tecnológico. Me acuerdo que cuando la Nueva ola, Iván y yo acuñamos una frase que digo en cualquier charla que hago: “No es gratuito que el cine lo hayan inventado dos her-
Marlon Moreno y Valentina Abril en una escena del rodaje de Cazando luciérnagas
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manos”, y para mí el cine sigue siendo un acto de hermandad, cualquier cosa que haga no consigo hacerlo de otra manera. Para mí todo tiene que tener el espíritu de la primera vez, de una manera estar rodeado de gente que me quiere, que yo quiera y que nos guste trabajar juntos en una película; lo que más valoro es el riesgo. Lo único que puedo decir de todas mis películas es que hay algo arriesgado, que le apuestan a algo, que no son cómodas. Heridas no lo fue; todavía es la hora en que en este país nadie ha puesto a rodar una cabeza de un paramilitar en una escena en una película; me dijeron: “Te financiamos la postproducción para que vayas al cine si quitas esa escena”, pero no la quité; cuando hice eso, todavía había en el ambiente gente que decía que eso no pasaba. ¿Qué directores de otras olas cinematográficas te han influenciado? Es por épocas. Antonioni fue muy importante para mí, muy importante, sé que está ahí, pero hoy no querría hacer algo como Antonioni, pero me marcó mucho; Jarmusch, por supuesto; Kaurismaki creo que está en Ruido rosa mucho; Tsai Ming-liang, un director taiwanés, me encanta; Kim Ki-Duk me encanta mucho; en otras épocas Robert Altman, me fascina; John Cassavetes, ¡mi panteón no es tan grande!; el primer Godard, me gustan las primeras cinco películas, después me superan intelectualmente y no lo puedo soportar, me siento bruto porque no accedo a él; en Adiós al lenguaje ya es una cosa imposible; Hal Hartley me gustaba mucho en una época; hay una etapa de Renoir que me parece increíble; cuando vi esas películas de Renoir de los 30 dije: “Scorsese tiene que haber amado a este tipo”, y muchos años después vi una entrevista de Scorsese en su casa y había un afiche de Renoir gigantesco y dije: “¡Ahí estás pillao!” Impresionante cómo movía la cámara Renoir a los 30 y el blocking de la escena; ser tan adelantado, increíble. Última pregunta: ¿cuál es ese cuadro en la casa de Roberto Flores Prieto que lo revela y que uno se puede encontrar por casualidad para atar cabos sueltos? En mi oficina está In the mood for love, y en muchas críticas internacionales la mencionaron al ver Ruido rosa… a mí las cosas se me cuelan, agradezco la mala memoria que tengo en algunos momentos, pero no es
Roberto Flores en ¡Viva! Film Festival de Manchester.
un acto consiente porque nunca estoy pensando en películas cuando estoy haciendo una película, siempre estoy pensando en seres humanos, en personajes, en su espacio y en lo que están sintiendo. De nuestra extensa conversación quedan por fuera otros proyectos y logros relacionados con la memoria histórica, la producción discográfica, los videoclips, el rock y Barranquilla, pero para hablar de eso habrá otro espacio y otro momento, por lo pronto los invito a descubrir el cine de Roberto Flores Prieto, que está dejando marcada su huella desde el Caribe colombiano.
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