Enero Recuerdo y compromiso

El Concilio exhortó a las Órdenes a remitirse nuevamente a sus fuentes. El CCFMC es fruto de este desafío. Miles de Hermanas y Hermanos de la Familia

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El Concilio exhortó a las Órdenes a remitirse nuevamente a sus fuentes. El CCFMC es fruto de este desafío. Miles de Hermanas y Hermanos de la Familia Franciscana en todo el mundo, impulsados mediante el diálogo intercultural, han buscado redescubrir la Espiritualidad Franciscana para el hoy. Cincuenta años después del inicio del Concilio queremos mostrar por medio de ejemplos la enorme actualidad e importancia que tiene este tema.

Enero 2012 Recuerdo y compromiso “Abran las ventanas de la Iglesia”, con estas palabras el Papa Juan XXIII anunció un “Concilio Ecuménico para toda la Iglesia” el 25 de enero de 1959 en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma. Para muchos significaron una liberación, para otros una amenaza. Para el Papa el Concilio exigía un „aggiornamento“, una confrontación de la Iglesia con las exigencias del tiempo. Pese a todos los reparos y resistencias el Concilio se inauguró en octubre de 1962. Los tres años de asambleas hicieron historia introduciendo transformaciones impresio-nantes: una profunda renovación litúrgica, una nueva comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios, un vuelco a las necesidades y preocupaciones de la gente, la conciencia de ser una Iglesia en el mundo, la novedosa apertura ecuménica, etc. ¡En él realmente se experimentó el soplo del Espíritu Santo! Comenzó una nueva primavera, aunque lamentablemente de corta duración. Durante el Concilio hubo discusiones acaloradas entre conservadores y renovadores. El tema „Iglesia de los pobres“ promovido por muchos obispos de los continentes del sur, apoyados por los iniciadores y promotores de los Sacerdotes obreros en Francia, fue largamente discutido pero al final no encontró la mayoría. Los promotores debieron reconocer que muchos hermanos obispos “no estaban tan poseídos por la gracia del amor a la pobreza”, tal como expresó Don Helder Cámara. Recién concluido el Concilio empezó una discusión fuerte y dura sobre el significado e interpretación de sus Documentos. Para los tradicionalistas y conservadores de círculos burgueses el Concilio fue una ruptura con la Iglesia férrea e inalterable de los Concilios Trento y Vaticano I; para los reformistas se trato de salvar precisamente el núcleo de la Tradición en cuanto que se renueva abriéndose al presente: no existe una verdad ahistórica gravada en piedra; ella siempre es condicionada por el tiempo y se expresa por medio del lenguaje y la cultura, que cambian continuamente. La Iglesia debe expresar en forma nueva la verdad para hacerla comprensible a las personas en la actualidad. Esto fue logrado al menos en la Iglesia de América Latina en las Conferencias Episcopales de Medellín, 1968, y Puebla, 1979. La pobreza inhumana y la opresión de las mayorías fueron puestas en relación con el anuncio bíblico liberador, resultando como consecuencia única la “opción por los pobres”. Surgió una nueva forma de ser Iglesia: la Iglesia liberadora de los pobres. En las Comunidades Eclesiales de Base el pueblo pobre se convirtió en sujeto. La Teología de la Liberación pasó a ser característica de esta Iglesia. Leonardo Boff tenía razón cuando dijo: „Por lo visto, en ningún lugar del mundo cristiano se tomaron tan en serio las enseñanzas del Concilio Vaticano II, ni fueron puestas en la praxis con tanta energía y creatividad como en el Tercer Mundo por las mayorías oprimidas“. (L. Boff, Concilium, 24, 1988). El CCFMC es un fruto del Concilio. Miles de Hermanas y Hermanos de la Familia Franciscana tomaron en serio las exigencias del Concilio: releyeron las fuentes franciscanas a la luz del Concilio y los signos de los tiempos y redescubrieron el significado de su teología para nuestro mundo y nuestro tiempo. En un largo diálogo intercultural interpretaron francis-canamente los desafíos actuales. En este proceso se constató que las opciones esenciales franciscanas convergen con los principales documentos conciliares, por ejemplo, la Iglesia de los pobres, el Pueblo de Dios como comunidad y servicio, la Creación como Revelación de Dios, Justicia Paz y Conservación de la Creación. Por ello, la conmemoración de los 50 años del Concilio debemos asumirla como una oportunidad importante para confrontarnos seriamente con estos temas. A través de las News de este año estaremos ofreciendo motivaciones para refrescar y revitalizar el espíritu del Concilio, tanto en lo personal como comunitariamente. Andreas Müller OFM

El Pueblo de Dios en el Concilio Vaticano II – Una visión para la humanidad en el espíritu de San Francisco Prof. Dr. Elmar Klinger “El rechazo a las formas vigentes de la Iglesia, esto es, lo que podría llamarse hoy en día protesta profética, no pudo ser más radical de como lo fue en Francisco”. J. Ratzinger, el actual Papa, acertó en esta afirmación, la cual sigue teniendo la misma actualidad hoy en día. Dios mismo hizo surgir a Francisco dentro de la Iglesia. Francisco logró imponerse en ella a pesar de muchas fuerzas de resistencia y colocó la cuestión social como un tema esencial; pues él vio a Cristo en los pobres – una revolución en la Edad Media con su sistema de clase y en toda sociedad. Este cambio de perspectiva en el trabajo eclesial no se reduce al orden social ni se concentra en las cuestiones sociopolíticas, sino que es parte fundamental de toda consideración de lo sobrenatural como tal. Esto concierne a la Iglesia como Iglesia y a la teología como teología. Pertenece al contenido de la Revelación como Revelación. El mismo Jesús afirmó: Lo que hagan a uno de estos mis hermanos (y hermanas) más pequeños me lo hacen a mí. La cuestión social atañe tanto al orden de la sociedad como a la fe en Dios bajo el mandamiento del amor al prójimo, que pone en tela de juicio las estructuras de las relaciones sociales. Ella se extiende a todas las áreas de la convivencia humana. Atañe al orden de las relaciones entre hombre y mujer, padres e hijos, jefes y subalternos, nacionales y extranjeros, propietarios y desposeídos. Muchos problemas se ocultan en todo este enrejado. La solución no está en el consolar con el „más allá” y tampoco es un ideal tan alto e inalcanzable, sino que es un desafío para el „más acá“, que concierne tanto al Estado como a la Iglesia, y sobre todo a la Iglesia, pues ella debe traslucir la Revelación. Ella está para servir a la salvación y liberación. Para Francisco la cuestión social es pieza clave de la misión. Los Hermanos que van entre los musulmanes deben someterse (cfr. Rnb XVI, 6ss) y estar dispuestos a confesar entre ellos su fe en Cristo. El Concilio exige a las Órdenes religiosas retornar a las fuentes propias. Si fue acertado lo que expresó J. Ratzinger, el Papa actual, sobre Francisco y su crítica profética a las formas de la Iglesia – y vaya que sí fue acertado –, entonces retornar a Francisco significa un seguimiento en vinculación con la Iglesia, en solidaridad desde la fuerza de la crítica profética. No es fácil pasar del trabajar tradicionalmente a un trabajar desde el espíritu de las propias fuentes y su espiritualidad, pero para la Comunidad Franciscana puede resultar más liviano, puesto que el Concilio Vaticano II siguió las huellas de San Francisco y asumió su punto de partida. Mario von Galli llamó a Francisco el „tema secreto del Concilio“. La Comunidad franciscana encuentra en él su confirmación y puede brindar su aporte desde la fuerza de su propia espiritualidad para realizar lo propuesto por el Concilio y renovar la Iglesia como Iglesia. Ella no necesita encontrar nuevos caminos, pues ella misma es un camino ejemplar, que puede ser tomado por todos los cristianos, independientemente de las diferencias sociales, y por todo ser humano que lo desee. La conformidad de la espiritualidad franciscana con el Concilio puede encontrarse en muchos aspectos en forma palpable, pero en forma más clara viene expresada en el término clave de la eclesiología del Concilio Vaticano II: el Pueblo de Dios. En la senda franciscana la cuestión social es el tema central de la Iglesia como Iglesia. No fue voluntad de Dios salvar a los hombres “aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente”, se afirma sobre el Pueblo de Dios en el comienzo del capítulo II de Lumen gentium. El Señor de este Pueblo es Dios mismo. Él convoca a cada uno, a todo el género humano, a formar este Pueblo; y quiere entablar con ellos relaciones de comunidad para que sea un Pueblo donde se ame a Dios y al prójimo, el pueblo de Reino de Dios. Cristo mismo es el punto álgido de su historia, convirtiéndole en un pueblo mesiánico, que cumple sólo una ley, la ley del amor. Este nuevo Pueblo se compone realmente de pocos miembros, es un pequeño rebaño. Pero él es germen indestructible de unidad, esperanza y salvación para toda la humanidad. Fundado por Cristo como comunidad de vida, de amor y de verdad él es enviado a todo el mundo como instrumento de salvación, luz del mundo y sal de la tierra. La pertenencia en el Pueblo de Dios no debe reducirse únicamente a los bautizados. Todo ser humano es convocado a ser miembro. El fundamento y pauta para la pertenencia en él está en esta vocación. En Lumen gentium el Concilio incluye a todos los seres humanos dentro del concepto Pueblo de Dios, y con ello asume a la humanidad como tema. La Iglesia es el Pueblo mesiánico y signo para toda la humanidad en la medida que forma una Comunidad en Cristo.

La Comunidad franciscana está comprometida con esta universalidad, y en la medida que no excluye a nadie presta su servicio a la humanidad. Cada persona puede y debe ser su tema – hombre y mujer, rica y pobre, vieja y joven. Todos constituyen el pueblo de Dios, convocados a la Comunidad en Cristo. Pero este Pueblo no debe entenderse en forma idealista. Los pobres son un ejemplo para todas las personas de este mundo. El Pueblo de Dios no es una simple idea, carente de perfil y sin concretizaciones. No promueve el servilismo, sino quiere la salvación y liberación de todos. Por ello, es tarea irrenunciable e imprescindible de la Comunidad franciscana reclamar un realismo en el uso de esta terminología básica de la Iglesia como Iglesia sobre todo frente a errores y falsificaciones en su comprensión. Francisco no fue un idealista. Él se dirigió a todas las personas porque Cristo es enviado a todas las personas. Los bautizados pueden remitirse a él si están dispuestos a seguirle y a construir una comunidad con todos los seres humanos– el Pueblo de Dios en Cristo. Experimentar este espíritu mesiánico y dejarlo obrar, es una tarea central del Franciscanismo. Es el núcleo de su espiritualidad.

Febrero 2012 La actualidad del ideal franciscano ¡50 años del Concilio Vaticano II y del ideal franciscano! Este fue el tema principal de News de enero. Es el tema que nos acompañará durante todo el año, pues con buenas razones podemos y debemos afirmar que las principales decisiones y documentos del Concilio corresponden con los principios fundamentales de la espiritua-lidad franciscana. Vivimos en un tiempo de transición cuyas dimensiones pueden ser divisadas, pero cuyas repercusiones no pueden ser todavía reconocidas ni medidas debidamente. Sabemos del inmenso abismo que separa al pobre del rico, condenamos la distribución injusta de los bienes y del poder en nuestra Madre Tierra y nos sorprendemos frente al terror y las guerras. Nos maravillamos sobre la primavera árabe y después nos confunde el observar cómo las naciones congregadas en la UNO no pueden poner un alto a una guerra de un gobierno contra su propio pueblo. Vemos signos apocalípticos en la destrucción del medio ambiente pero no nos ponemos a pensar que debemos cambiar el estilo de vida. Hay carencia de visiones políticas que motiven cambios positivos. Cambios que tengan como base la conversión y reorientación. Necesitamos, pues, de figuras proféticas que nos muestren el camino y las metas. Francisco y Clara son modelos en los cuales podemos orientarnos. Ellos vivieron en tiempos similares de transformación. El estado y la Iglesia estaban motivados por intereses totalmente ajenos al espíritu del Evangelio, enredados en conflictos de poder, las cruzadas y guerras. Los pobres no eran tomados en cuenta. Francisco y Clara trajeron nuevamente al presente el Dios humilde que en Jesucristo se rebajó a nuestra condición humana y temporal, mostrando con ello su amor preferencial por los pobres. Rechazaron todo afán de señorío, viviendo en sus comunidades la forma la Iglesia integrada por Hermanas y Hermanos, diametralmente opuesta a la estructura jerárquica entonces vigente. Poseídos por el amor de Jesús se abrió un nuevo mundo en ambos, el mundo del amor al prójimo. El mundo anterior se derrumbó: el mundo donde existen superiores e inferiores, exaltados y rebajados, señores y esclavos. Abandonan el mundo donde la posesión determina el prestigio social. Comprenden que este no puede ser el mundo que Dios creó y asumen el Evangelio como alternativa: un mundo reconciliado en el cual el valor del ser humano no lo determina el rendimiento y el beneficio. En este mundo podemos hacer uso de la riqueza de Dios en la Creación. Si estuviéramos en la disponibilidad de compartir habría de todo para todos. El modelo de nuestra vida personal y social debería ser las manos abiertas en vez de los puños cerrados. Es el mundo en el que se construye la paz y donde las guerras y el terror no pueden echar raíces. Y aunque es un camino difícil y fatigoso, no hay otra alternativa, si es que queremos construir un mundo mejor, en justicia y paz. Es necesario, pues, promover una nueva cultura del compartir. Francisco alabó la fraternidad y unidad de todas las creaturas en su Cántico; con ello nos recordó que no somos señores en la Creación sino con-creaturas. Así mismo nosotros debemos aprender a poner fin al trato destructivo con la Creación. Debemos redescubrir la unidad entre Dios, seres humanos y naturaleza como paradigma de una espiritualidad franciscana de la Creación. La convivencia entre tan diversas culturas, religiones y escalas de valores en un mundo único es uno de los desafíos más acuciantes de nuestro tiempo. Una convivencia pacífica en una sociedad multicultural puede ser posible únicamente sobre la base de un diálogo sincero entre las culturas y religiones, redescubriendo el rol en la construcción de la paz que tienen las religiones.

Estos son algunos desafíos y problemas importantes que queremos abordar y profundizar a lo largo del año. La Familia franciscana es un movimiento internacional e intercultural, presente en todo el mundo. Es una oportunidad y un deber para todos los que se identifican con las figuras de Francisco y Clara. Andreas Müller OFM __________________________________

El ateismo y Francisco de Asís Sobre la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” del Concilio Vaticano II, N° 19 Anton Rotzetter, Capuchino El ateísmo, tal como afirma el Concilio Vaticano II, es “uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo”, y por ello se considera como un “signo de los tiempos”. En otras palabras, él debe ser sometido a juicio minucioso. Cabe preguntarse si es Dios mismo quien desea hacerse presente entre nosotros de esta forma. Sea como sea, el Concilio nos lanza el desafío de examinar con toda atención el ateísmo. En el texto se afirma: “El ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios. (...) El ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión.” ¡Estas son palabras claras! El ateísmo surge entre otras causas como una reacción frente a la falta de testimonio de Dios en las religiones, sobre todo en el cristianismo. Por ello se habla también de un “ateísmo práctico“, que se da cuando se usa continuamente el nombre de Dios pero viviendo y actuando como si Dios no existiese. Este ateísmo práctico está prohibido expresamente en la tradición bíblica. Dios es acción, transformación, amor incondicional. Y él no tiene otras manos que las de aquellos que creen en él. Se habla de un „ateísmo eclesial“: una Iglesia que se pone a sí misma en el centro, que se presenta a sí misma como objeto del anuncio. Si la Iglesia no se trasciende a sí misma se convierte en una “Iglesia atea”; ella actúa como atea cuando no reconoce sus infidelidades y contradicciones, y lejos de ello se las imputa a cada creyente. Por ejemplo, ella no puede decir que siempre ha afirmado que las demás religiones son “camino de salvación”, pues sería una vil mentira. Interpretando los dogmas no es correcto hacerles afirmar algo contrario de lo que han sostenido en el pasado, como si lo dicho actualmente siempre ha estado contenido en ellos. También la manera de cómo se interpreta últimamente el Concilio Vaticano II tiene de fondo una interpretación de la historia que deja burlada la verdad. La certeza absoluta con que los altos dignatarios remontan la estructura de Iglesia directo hasta Jesús presentándola sin lugar a dudas como la verdad revelada, es una auto divinización, que lógicamente debe ser refutada. A esto se agregan las cruzadas, las guerras de confesión, la inquisición, las misiones por medio de la violencia, la imposición del poder papal, las intrigas, la opresión de las otras opiniones, el menosprecio de los Derechos humanos en la Iglesia, el aniquilamiento de las iniciativas y movimientos de la teología de la liberación, la moral sexual errada, los casos de abuso a menores, etc. La Iglesia tiene un problema de falta de credibilidad ocasionada por ella misma, ocultando así el rostro de Dios, no sólo en muchos de sus miembros, sino también como Institución y en sus actitudes como tal. Si “Dios” significara todo esto entonces el ateísmo tendría razón de ser, afirman algunos. Y muchos se dan la vuelta y buscan una imagen de Dios en movimientos confusos o esotéricos. Entre 1990 y el 2009 más 2 millones y medio han abandonado la Iglesia católica en Alemania. El Concilio comienza el número 19 de la Constitución “Gaudium et Spes” con una afirmación sorprendente: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador”.

Esta dignidad humana sale a nuestro encuentro en Francisco de Asís. Él es un ejemplo de cómo trasluce en la realidad quien cree en Dios. El pintor Giotto lo expresó de forma peculiar en el Templo mayor de Asís. La Iglesia aparece derrumbándose (¡ya en aquel entonces!), Francisco sostiene con su hombro derecho el „edificio“, alegre y danzando, con una facilidad increíble, y en una actitud de plena confianza impide el derrumbamiento. Su mirada está dirigida hacia más allá del marco del cuadro, o sea, más allá de la realidad concreta descrita en él. Al seguir el rumbo de su mirada se llega hasta la figura de Abraham, quien en su vida terrena no tuvo ninguna prueba del cariño de Dios. No es la propia fuerza ni la autodivinización lo que salva a la Iglesia, sino la fe incondicional. Francisco puso toda su confianza en Dios, que en su amor y bondad se hizo presente en Jesús de Nazaret. Clara siguió su camino, porque le habló del “buen Jesús”. Cada vez que pudo él resaltó poéticamente o en forma de himnos o letanías la bondad de Dios entre otras características: Dios es el “sólo bueno”. Francisco puso su experiencia de Dios sobre todo en una palabra que le sirvió de motivación a él y a los demás para actuar adecuadamente: debemos hacer esto o aquello “per amorem caritatis – por amor al amor con el que somos amados” (CtaO 31). Incontables son las anécdotas en la vida de Francisco en las que aparecen estas palabras que fundamentan la acción. El aconseja a dejarse amar por Dios, llevarlo dentro y “darlo a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo” (CtaF2 53). La fe en Dios se verifica únicamente a través de las obras, Dios es „dado a luz“ a través de los hechos en el mundo. Con mayor profundidad se expresa su fe en Dios en la “Fiesta de las Fiestas”, como Francisco llamaba a la navidad. En ella Francisco celebraba la solidaridad ininterrumpida de Dios con todas las creaturas que están „en necesidad“, la total donación del amor en medio de las condiciones de este mundo. Dios y el ser humano, Dios y los pobres, Dios y los animales no se excluyen mutuamente. Después de la “Fiesta de las fiestas” se dirige al emperador para solicitarle leyes que promuevan los derechos divinos de los pobres y los animales. Dios y el mundo se incluyen. El CCFMC con sus temas se pone al servicio del Dios que le arrebata la bandera al ateismo.

Marzo 2012 El panorama de la realidad multireligiosa La historia de las religiones es tan antigua como la historia de la humanidad. Las religiones son el reflejo de la historia del amor de Dios a los seres humanos. Dios ha salido siempre de sí para ir al encuentro de los seres humanos. Por su parte ellos han intentado dar su respuesta de acuerdo al entendimiento y la comprensión propia. De ahí han surgido las diversas religiones, coexistiendo y relacionándose. „En la antigüedad las confrontaciones entre las religiones eran muy raras en el plano de la enseñanza. Desde su inicio fue distinto en la iglesia católica. Ella se comprendió a sí misma como el camino único y verdadero que lleva a la salvación. Esta auto-comprensión determinó su relación y posición frente a las demás religiones, según la cual los miembros de las otras religiones sólo pueden alcanzar la salvación si se convierten al cristianismo. Por ello la meta prioritaria de la misión cristiana era la conversión. Pero cuando otras religiones igualmente sostienen la pretensión de ser responsables de la salvación del mundo, entonces la consecuencia inevitable es una creciente confrontación“. (CCFMC, Lección 15, A) Un primer intento para aminorar las tensiones entre las religiones se dio en el año 1892 cuando se convocó en Chicago el “Parlamento mundial de las religiones”. En él representantes de todas las religiones buscaron promover „un entendimiento y fomentar la cooperación mutua entre las religiones mundiales”. Al menos se marcó el inicio de un diálogo interreligioso. Otro empuje lo brindó el Concilio Vaticano II, donde las demás religiones son reconocidas como caminos legítimos de salvación, y con ello se abrieron las puertas para un diálogo con los dirigentes de las religiones mundiales. Desde una nueva comprensión de la relación con las otras religiones la Iglesia habla también de “las huellas de la acción del Espíritu Santo en las religiones”. En la Encarnación se vislumbra de fondo cómo Dios se relaciona con la humanidad, y desde ella se interpreta en forma nueva la relación entre las religiones. En el artículo siguiente de Jan Hoeberichts sobre la conmemoración del inicio del Concilio Vaticano II se muestra cómo la Iglesia logró este cambio sorprendente, tanto en su pensar como en su actuar. Francisco jugó un papel esencial en todo esto. Debemos aceptar que existen las diversas religiones con sus propias cosmovisiones y concluir que “la diversidad de religiones no es un accidente lamentable en la Creación de Dios. Y así como en la Creación la complejidad y diversidad constituyen su belleza, de la misma forma la diversidad de religiones muestran el acceso múltiple a la verdad en el plan salvífico de Dios”. (H. Schalück OFM) Todas las religiones pueden

añadir una pieza al mosaico de la verdad plena desde su propia comprensión. Sólo desde la convicción de que todas las religiones, con sus riquezas, debilidades e insuficiencias son caminos en los que el Infinito sale al encuentro del ser humano puede crecer lo común; cada una de ellas impulsa a las personas a servir a Dios en el servicio a las demás personas. Esta comprensión es el mejor camino para un entendimiento mutuo entre las religiones. Todas ellas pretenden dar respuesta a la búsqueda de sentido de la existencia humana, no obstante con sus diferencias marcadas. “En el Judaísmo, Cristianismo e Islam, como en el Budismo se afirma proporcionar la verdad última y definitiva. Por su parte, en el Confucianismo la instancia superior para juzgar la conducta y el éxito de la comunidad son los antepasados, en la tradición judeo-cristiana es Dios, comprendido como persona, en el Hinduismo son los diversos dioses y en el Budismo la existencia humana y de la comunidad está determinada por la búsqueda de la unificación con el cosmos”. (O. Noggler OFM Cap) El encuentro entre personas creyentes que se reconocen como creaturas del Dios sublime, que son conscientes de su responsabilidad frente a este Dios omnipotente, al cual le dan nombres diversos o le consideran innombrable dada la experiencia de profundo respeto y sabiduría, no lleva a matarse unos a otros, sino que el encuentro motiva a la convivencia pacífica. La actitud de Francisco nos sirve de ejemplo. Hasta la fecha su encuentro con el sultán sigue siendo un modelo válido a seguir para lograr un diálogo en mutuo respeto entre creyentes de diversas procedencias. Andreas Müller OFM _________________________________

Francisco y la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II Jan Hoeberichts, Holanda Tras siglos de enemistad y conflictos entre cristianos y musulmanes la Declaración Nostra aetate del 18 de octubre de 1962 muestra un cuadro positivo sobre el Islam: La Iglesia mira con gran respeto y aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra. Ellos procuran someterse a los designios de Dios con toda el alma como se sometió Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, (…) esperan además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. (No. 3) Cómo pudo darse este cambio drástico? En primer lugar debemos recordar que al Concilio se hicieron presentes muchos obispos de las Iglesias de África y Asia; eran obispos que en sus diócesis se confrontaban diariamente con personas de diversas orientaciones religiosas, cuya fe ha inspirado a millones a vivir en sinceridad desde antes de la venida de Cristo. Estos obispos no podían regresar a sus países sin haber recibido por parte del Concilio una respuesta a sus inquietudes de ¿cómo valorar las diversas formas de adoración de Dios a la luz de la voluntad universal salvífica? Estas personas creyentes ¿encuentran salvación „a pesar de” ó más bien „en razón de” seguir fielmente su propia religión? Una segunda razón de este reconocimiento especial del Islam fue la influencia de Louis Massignon (1883/1962), un conocedor de la lengua árabe y experto en la historia del Islam. Él tenía un gran amor por Francisco y admiraba sobre todo su acercamiento pacífico al Islam. En 1931 se convirtió en miembro de la III Orden de San Francisco y asumió el nombre de Ibrahim (Abraham), el padre de las tres religiones abrahámicas. Massignon era un buen amigo del Cardenal Montini, quien después como Papa Pablo VI promulgó la Declaración Nostra aetate; en ella se incluyeron muchos aspectos del Islam que eran muy importantes para Massignon. „De esta forma Massignon contribuyó a un cambio en la relación entre cristianos y musulmanes, pasando de una confrontación estéril y destructiva a un diálogo fructífero y a una cooperación en servicio sobre todo al Dios único y a toda la humanidad”. (Christian Troll). Seguramente Francisco hubiese aprobado este cambio positivo. Podemos también imaginarnos qué hubiese pasado si la Iglesia hubiera despertado antes y asumido como suya la misión de paz de Francisco con el Sultán. Lamentablemente Francisco no tuvo ningún amigo en la Curia romana que le apoyase en su ideal de paz. Por el contrario, el Papa Gregorio IX, que como Cardenal Hugolino fue protector de la Orden y se consideraba a sí mismo como amigo de Francisco, estuvo envuelto en la preparación de una nueva cruzada. Él mismo nombró a los primeros Hermanos como predicadores de las cruzadas, una política que por cierto no fue rechazada por los dirigentes de la Orden, incluyendo a San Buenaventura.

¿Cuáles fueron los motivos que movieron a Francisco a su forma de proceder tan distinta? Siendo joven él luchó en la guerra de Asís contra Perugia y fue hecho prisionero. Después de pasar un año preso en una mazmorra pudo regresar a Asís, afectado psicológicamente y en estado depresivo. Luego de muchas reflexiones maduró en él la comprensión que las guerras continuas en su tiempo tenían que ver con la búsqueda del poder y la posesión. Asís quería ser más grande, rica y poderosa que Perugia. Igualmente se explicaba los conflictos continuos entre el Papa y el Emperador. En este conflicto la vida humana no valía. La imagen de Francisco sobre la sociedad de su tiempo fue marcada por el tiempo en que había vivido entre los leprosos. ¿Cómo puede una ciudad gastar tanto dinero en la compra de armas, fortificar sus muros y hacer la guerra cuando al mismo tiempo se trataba tan inhumanamente a los leprosos, enterrándolos vivos al internarlos en leprosarios fuera de la ciudad? Francisco no quería seguir siendo parte de esta sociedad violenta. Y decidió „abandonar el mundo“. Estas reflexiones habían preparado el corazón y el entendimiento de Francisco para escuchar e interpretar de forma nueva y desafiante conocidos textos del Evangelio. En una ocasión, cuando Francisco escuchó el relato sobre Jesús enviando a sus discípulos a anunciar la paz (Lc 10), experimentó que Jesús le hablaba a él personalmente para que hiciera lo mismo. Así, cuando Dios le dio Hermanos, escribió: „Los Hermanos deben ir por el mundo sin propiedad y sin bastón. Y al entrar en una casa, a un leprosario o a un hospital, a una granja o a un taller, deben desear en primer lugar la paz a los presentes, no sólo de palabras sino poniéndose a su servicio. Y al final de día permaneciendo en la misma casa, pueden comer y beber de lo que haya en ella; de esta forma, la mesa compartida será la culminación del deseo de paz”. (cfr. Rnb XIV,13) En el año 1212 – ¡exactamente hace 800 años! – Francisco tomó la decisión de emprender una misión de paz que se extienda al mundo del Islam. Era un año turbulento en el que el futuro de la cristiandad se jugaba en España. En agosto el Papa celebró la victoria de la batalla de Granada, la cual, según su propia interpretación, mostraba que Dios estaba al lado de los cristianos; por ello convocó a una nueva cruzada para el siguiente año. Francisco, como hombre de paz, no compartió esa alegría del Papa. En septiembre tomó un barco que lo condujera al Sultán. Por desgracia una tormenta le imposibilitó que alcanzara su destino. Después volvió a intentarlo en plena V Cruzada del año 1219, esta vez con éxito. Pese a objeciones de los delegados papales Francisco continuó con su misión de paz hasta lograr llegar hasta donde el Sultán aún sin saber lo que le esperaría; de hecho la propaganda de las Cruzadas catalogaban al Sultán como “animal salvaje”. Pero Francisco fue acogido amigablemente, descubriendo, para su sorpresa, que los musulmanes no eran los infieles tal como eran descritos, sino que por el contrario, eran creyentes cuya vida, fe y oración le causaban una fuerte impresión. Francisco retorna a Italia como un hombre transformado. Y como no podía conservar para sí mismo lo que había visto y oído empezó a escribir cartas en las que exhortaba a los clérigos a venerar no sólo la Eucaristía, tal como ya había exigido el Concilio lateranense (1215), sino también “el nombre y las palabras escritas de nuestro Señor”, tal como había visto en los musulmanes que otorgan un lugar privilegiado al Corán y recitan con gran devoción los 99 nombres de Dios. Escribió también a los Custodios, a los Superiores de los Fraternidades y a los alcaldes de las ciudades expresando su deseo de que se introdujera el llamado a la oración, tal como practicaban los musulmanes, para „que se rindan alabanzas y gracias en cada hora por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente”. La acumulación de palabras distintas con intención universal le da al texto un tono de éxtasis que subrayan el carácter visionario de Francisco. Él soñaba, tal como apunta acertadamente Leonhard Lehmann, con un „ecumenismo cristiano-musulmán en alabanza a Dios”, no sólo de palabra sino de hecho. Cristianos y musulmanes pueden vivir en paz si se ponen de acuerdo, y transformar así nuestro mundo en una verdadera casa de Dios, donde es bienvenido todo aquel que se siente parte de Pueblo de Dios. La decisión del Papa Juan Pablo II de convocar en 1986 a los líderes de las diversas religiones en Asís para un día de oración mundial por la paz corresponde muy bien con la visión que fue madurando en Francisco cuando estuvo entre los musulmanes; así fueron cayendo poco a poco los prejuicios en la Iglesia contra los musulmanes alimentados en años de conflictos. Estoy convencido que Francisco hubiese lamentado mucho el hecho que en el día mundial de la oración „en conmemoración del 25 aniversario de la iniciativa de Juan Pablo II” a los líderes religiosos que se hicieron presentes se les concediera apenas una hora para orar en sus habitaciones privadas. ¡Francisco hubiese valorado enormemente la oración común de todos los congregados en Asís, que llegaron desde todos los puntos de la tierra para alabar a Dios y agradecerle por todos los bienes que él ha concedido por amor! ¿Y que sucederá con la propuesta de un Rabí, que la próxima vez los líderes de las diversas religiones no sólo estuvieran presentes durante las oraciones de cada uno de los demás, tal como sucedió en 1986, sino que oraran juntos con la oración por la paz atribuida a Francisco: “Señor hazme un instrumento de tu paz”?

Abril 2012 Francisco y los pobres El jesuita sueco Mario von Galli se refirió a San Francisco como el tema escondido del Concilio Vaticano II. Ya antes del Concilio el Papa Juan XXII había usado la expresión “Iglesia de los pobres”, un tema fundamental del Pobre de Asís. La Iglesia debe ser una Iglesia para todos, especialmente para los pobres, pues Jesús anunció su mensaje liberador a los pobres. El artículo de Norbert Arntz muestra cómo este tema es un hilo conductor a lo largo de las etapas del Concilio. Y aún cuando después de 50 años del Concilio ha quedado sólo en planteamientos e intentos, todavía no ha perdido su fuerza dinamizadora. Francisco fue hijo de un comerciante rico y pertenecía a la nueva burguesía de Asís. Los ricos y poderosos se relacionaban sólo entre sí. La Iglesia era parte de esta sociedad feudal. Los pobres sobrevivían en las afueras de la ciudad, tenían que servir a los ricos, sin goce de sus derechos, y tampoco eran tomados en cuenta en la Iglesia. El joven Francisco se sentía bien en este mundo; organizaba fiestas a lo grande, pues con el dinero de su padre podía darse este lujo. Su sueño era convertirse en caballero y ganar prestigio social. Años después él describió este tiempo diciendo que vivió „como si Cristo no existiese“. El Dios adorado por los ricos burgueses de Asís era el „Altísimo Señor“, el sublime Rey del mundo que poco tenía que ver con la vida cotidiana de la gente. En su Testamento dirá que ese fue el tiempo „cuando todavía estaba en pecado“, en que todavía no había sido tocado por el “Jesús pobre de Nazaret“ y por las penas y sufrimientos de los pobres y excluidos más allá de los muros de Asís. El cambio decisivo se dio por iniciativa de Dios. En su Testamento escribió: “De esta manera el Señor me dio a mí el comenzar a hacer penitencia”. El encuentro con el leproso le transformó: “el Señor mismo me condujo entre ellos (…) Y al apartarme de ellos, aquello que me parecía amargo se me convirtió en dulzura. Y después me detuve un poco, y salí del mundo”. Se derrumbó lo que era su mundo, el mundo estructurado en clases, donde hay dueños y desposeídos, superiores e inferiores, señores y siervos. El encuentro con el leproso le abrió los ojos para ver la mentira de este mundo, y al mismo tiempo para descubrir el mundo del Evangelio como alternativa. Entonces salió de este mundo para seguir las huellas de Jesús peregrino y profeta. Abandona la ciudad de Asís, el lugar de su seguridad financiera y monetaria para asumir el mundo de los pobres, los leprosos, los oprimidos y agobiados. Este cambio de lugar fue un proceso doloroso fruto de un camino largo de búsqueda, que le llevó a la certeza: “nadie me enseñaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me lo reveló” (Test). A partir de entonces Francisco se remite a este Espíritu de Dios. No es de extrañar que pronto encuentre compañeros que deseaban seguirle, porque en él veían al seguidor de Jesús pobre de Nazaret y su mensaje liberador y deseaban convertirse en sus anunciadores. De los inicios sencillos surgió rápidamente un gran movimiento, una nueva forma de ser iglesia, una manera revolucionaria de convivir sin pretensión de dominio ni posesión: la vida se comparte como hermanas y hermanos, siendo así testimonios de la venida del Reino de Dios. No tiene por qué sorprender que muchos Padres conciliares al anhelar una Iglesia renovada, abierta y vuelta al mundo quisieran seguir el ejemplo fascinante de Francisco. Hubiese sido un cambio radical, tal como fue en la Iglesia feudal de la Edad Media. El Sueño de Francisco de una “Iglesia de los pobres” nunca se hizo realidad en plenitud, pero siempre surgen nuevos intentos. Después de 50 años el sueño de los Padres conciliares de una Iglesia Pueblo de Dios todavía está por realizarse. Dependerá de nosotros que caiga o no en el olvido. Andreas Müller OFM

____________________________________ La profecía franciscana de la pobreza en la sala conciliar Presbítero Norbert Arntz El espíritu franciscano rechaza toda pretensión de dominación, porque ésta atropella la alteridad y la dignidad de los demás. Impulsado por la actitud de la pobreza que no denigra ni quiere poseer a los demás el Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II sin dar lugar a dudas. “¿No será que hemos llegado al tiempo de sacudir el polvo imperial que está sobre la sede de San Pedro desde Constantino?”, se cuestionaba. Estas palabras pronunciadas por él y conocidas por tradición oral están

en consonancia con el discurso radiofónico que pronunció el 11 de septiembre de 1962, cuatro semanas antes de la inauguración del Concilio. Entonces habló de la “Iglesia de los pobres”, dando a entender que con el Concilio se abría un proceso dialógico: “De cara a los países subdesarrollados la Iglesia se presenta como lo que es y quiere ser, una Iglesia para todos, pero particularmente una Iglesia de los pobres…” Según Juan XIII la clave para poder comprender adecuadamente el significado de la Iglesia y de su actuar está en determinar su posición frente a la situación de la pobreza social en el mundo. Su mayor esfuerzo lo invirtió en tratar de hacer de la Iglesia un signo del amor de Dios a la humanidad, sin excepción (“la Iglesia de todos”), y al mismo tiempo recordar que Dios se dirige a los pobres y oprimidos en forma prioritaria (“especialmente la Iglesia de los pobres”). Ambos aspectos, “universalidad” y “primacía de los pobres”, están bíblicamente unidos e inseparables. Esta dinámica del espíritu franciscano de la pobreza se mantuvo despierta en una serie de obispos desde el mismo inicio del Concilio y se dejó sentir en una de las primeras cartas circulares redactadas por el entonces Obispo auxiliar de Rio de Janeiro, Don Helder Camara. El 24 de octubre de 1962 él escribió: “Tenemos la idea de un “Bandung” cristiano en Jerusalén, a medio trecho entre oriente y occidente, en presencia del Papa”. „Bandung“ se refiere a la Conferencia de representantes de 29 países africanos y asiáticos en la ciudad de Bandung, Indonesia, en 1955, que buscaban aliarse en la lucha contra el colonialismo e imperialismo. Con la expresión “Bandung cristiano” Helder Camara retoma la idea de Juan XXIII de cortar definitivamente con el Constantinismo. Esta intuición política y eclesial de alcance mundial debía ser preparada, esto es, era necesario dar otros pasos: la conversión personal en la Sala conciliar prepararía el camino a la conversión eclesial. Don Helder soñaba en el espíritu del pobrecillo de Asís: El Obispo Mercier (de El Sahara) propone que los Padres conciliares hagan un gesto simbólico: todos deberían despojarse de sus pectorales de oro y portar sólo de madera. Nosotros tramamos este complot. Mercier redactará el texto con ayuda del Opus Angeli (un grupo de consejeros teólogos) y yo lo presentaré. Juntos hablaremos con el Cardenal Feltin, que como predicador en el Congreso de Pax-Christi está obligado a entendernos y apoyarnos. Intentaré ganar a los Cardenales Montini y Suenens. El viernes nos reuniremos con los obispos franceses, cuyo Presidente es el Cardenal Gerlier, responsable de nuestra Cruzada de San Sebastián en Río. Todos ellos son suficientemente maduros para esta propuesta. Primero contaremos con el apoyo del mundo subdesarrollado: América Latina, Asia y África. Pero yo espero que también se cuente con el apoyo de una buena parte de Europa por medio de los Obispos europeos que viven y trabajan en África y Asia. Ganaremos a nuestros Cardenales amigos. Organizaremos conferencias, encuentros, horas de adoración, actos penitenciales y también cenas en común. Nos impulsa un gran ejemplo: san Francisco de Asís hizo suyas las palabras de Jesús sobre su Iglesia que amenazaba ruina y las tomó primero textualmente renovando la capilla de San Damián. Nuestro hermano José Vicente estuvo en Asís también en mi nombre para pedir la bendición de San Francisco para nuestro propósito. ¡Disculpen mis sueños! Lo planeado es sin interés y sale del corazón; ¡el amor a la Iglesia es tan grande que la veo en mis sueños encabezando el compromiso por los pobres y oprimidos! Apoyen todos aquellos que puedan y cada quien haga lo suyo, pues sin sacrificio ni oración no se podrá hacer realidad nada. Don Helder se identificó tanto con Francisco que se convirtió en transmisor de su bendición. En realidad, sigue siendo una “bendición del hermano Francisco” que podamos seguir percibiendo un poco de esa dinámica espiritual, eclesial y política en los Padres conciliares de aquel entonces por sus cartas desde el Concilio. Ellos no pudieron contagiar con este impulso a todo el Concilio. Pero aun así, el discurso del Cardenal Lercaro el 7 de diciembre de 1962 estuvo inspirado en el espíritu del pobre de Asís: El misterio de Cristo en la Iglesia es siempre, y de manera especial hoy, el misterio de Cristo que está en los pobres. Por ello la Iglesia es, tal como dijo nuestro Santo Padre el Papa Juan XXIII, “la iglesia de todos, pero especialmente de los pobres”. […] Por ello, al finalizar la primera sesión de nuestro Concilio debemos reconocer y proclamar solemnemente: no cumpliremos nuestra tarea ni corresponderemos al Plan de Dios ni a las expectativas de la gente con espíritu abierto si en este Concilio no asumimos el Misterio de Cristo en los pobres y no ponemos el anuncio del Evangelio a los pobres como el centro y núcleo del trabajo doctrinal y legislativo. […] El tema de este Concilio es la Iglesia, en cuanto ella se comprende como „la Iglesia de los pobres“. Si bien es cierto que el Papa Pablo VI se dejó inspirar para dejar su tiara a los pies del Patriarca Maximos IV. Saigh durante una misa de rito bizantino, dando con ello un signo de superación del Constantinismo, igualmente es cierto que el grupo “Iglesia de los pobres”, los obispos procedentes de 18 naciones de los cuatro puntos cardinales que se reunieron semanalmente en el Colegio Belga, no lograron que los pobres

fueran asumidos como el centro de las reflexiones conciliares. Uno de los pocos testimonios de estos esfuerzos quedó plasmado en una expresión de la Constitución Lumen gentium 8,3. “Pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, «existiendo en la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7), y por nosotros «se hizo pobre, siendo rico» (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo”. Fue necesario que se tomaran otras rutas para “poner nuevamente a la Iglesia en el camino de la pobreza del que se había extraviado” (Helder Camara), un sueño que había sido tan esperado antes y durante el Concilio. Al final del Concilio, concretamente el 16 de noviembre de 1965, un grupo de 40 Obispos se reunió en la Catacumba de Santa Domitila y suscribieron el llamado Pacto de las Catacumbas. En él estos Obispos se comprometieron a llevar una vida sencilla y pobre. Posteriormente se suscribieron 500 obispos más. De este compromiso se pasó a trabajar por la Conferencia de Obispos de Medellín, donde los temas del Pacto llegaron a formar parte del magisterio de la Iglesia católica en una Iglesia continental. Dentro de los primeros que firmaron este Pacto resaltaron en número obispos latinoamericanos. Desde Medellín hasta el día de hoy el conflicto en torno a “la Iglesia de los pobres” y su teología de la Liberación no ha perdido actualidad, pues siempre resucita con el carisma franciscano y hace siempre presente su legado verdaderamente revolucionario. Pues el núcleo de la “Iglesia de los pobres” y su teología de la liberación consisten en la opción con los pobres contra la pobreza y el compromiso por una vida en libertad y dignidad. “Los pobres deben de tomar en sus manos la lucha por su dignidad. Deben convertirse en sujetos de su propia historia que libera a ricos y pobres, para convertir a todos en hermanas y hermanos, compartiendo la vida y los bienes… en la naturaleza que hermana y que en si misma está compuesta también de hermanas y hermanos: del hermano sol y la hermana luna, la hermana agua y el hermano fuego, de la hermana alondra y del hermano lobo”. (Leonardo Boff)

Mayo 2012 “Pero no debe ser así entre ustedes” ¿Quién no conoce las ansias de poder e influencia, la lucha por los primeros lugares, la aspiración por ser reconocidos y aplaudidos? A ello se une la aspiración por subir escalones y alcanzar una mejor posición que los demás. Ambición y eficacia son requisitos obvios para alcanzar metas tanto en el estudio, como en el deporte, en el trabajo y en la vida cotidiana. Aunque como siempre, todo depende de la medida justa. Si ésta se pierde de vista, surgen los problemas y la vida se ve afectada. Jesús señala a sus discípulos dónde están las piedras del tropiezo. Cuando estaba una vez con sus discípulos más cercanos, los Apóstoles, observó en ellos esa exigencia tan humana de escalar posiciones; puso entonces en claro que esta ansia por alcanzar los primeros puestos lleva a la arrogancia, el poder puede llevar a la corrupción, y los señores oprimen a los súbditos. “Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos“. Y luego añadió: „y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos”. (Mc 10,43ss) Se trata de una conversión en la escala de valores. Lo pequeño e insignificante debe ser considerado grande; y lo grande y valioso debe ser tomado como pequeño e insignificante. Jesús fundamenta esto desde su propia misión. Él, el Hijo de Dios Encarnado, no vino para ser servido sino para servir (cfr. Mc 10,45). Dios piensa distinto que los seres humanos. Los pequeños están en el centro, los señores deben servir. La tarea de los discípulos es concretizar en el mundo esta conversión divina y revolucionaria y transformarlo en un mundo mejor. Quienes realmente comprendieron y vivieron esta otra lógica de valores fueron Francisco de Asís. Los leprosos fueron quienes les abrieron los ojos. Cuando Francisco dictó su Testamento, momentos antes de su muerte, quiso recordar a sus seguidores cómo fue que empezó todo: cambiando su lugar social, del barrio rico de Asís a la periferia de la ciudad, y haciendo su nueva vida al lado de los pobres, en el seguimiento de Jesús de Nazaret. A los hermanos que quieran ir a la misión les exhorta: “… los hermanos que quieran ir entre sarracenos no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos y confiesen que son cristianos;

y cuando vean que agrada al Señor pueden anunciar la palabra…” (cfr. 1R XVI). Cambia el concepto de la “misión”. Misión pero con paciencia y mucho tacto. Misión como servicio y no como conquista, misión por medio del ejemplo de vida. Del mismo modo ésta implica una forma distinta de comprender el envío de la Iglesia. Se trata esencialmente de hacer presente el anuncio liberación de Jesús sobre el Reino de Dios hoy y aquí. Para ello él convocó a su Pueblo, a la Iglesia como Pueblo de Dios, tal como está expresado en la Constitución conciliar Lumen Gentium. Una Iglesia en la que todos tienen la misma dignidad, pues todos participan del sacerdocio común de Cristo. Una Iglesia donde todo carisma y servicio tiene su puesto, y donde los “grandes” son los servidores de todos, tal como Jesús lo exigió de sus Apóstoles. Ciertamente ha existido en la Iglesia el ansia de poder. La misión se realizó con ayuda de la espada; triunfó la arrogancia de unas culturas y religiones frente a las otras. Pero también han surgido mujeres y hombres que han seguido a Jesús al pie de la letra, y que durante toda su vida han servido a los demás haciendo así experimentable al Dios que ama a la humanidad. Hoy en día la gente anhela estos valores. Como cristianos estamos llamados a servir al mundo. Esto exige de nosotros tolerancia y respeto frente a aquellos que piensan y creen distinto; buscar el diálogo al mismo nivel. Exige la disponibilidad para dar y recibir. Esta relación la podremos alcanzar si asumimos la actitud del someterse mutuamente, como diría Francisco, esto es, escuchar y aprender de los demás. Francisco nos dieron un ejemplo que nos puede seguir ayudando hoy en día. Andreas Müller OFM ______________________________

La conversión de los prelados1 Una iniciativa de San Francisco y una tarea después del Concilio Vaticano II Fr. Hadrian Koch OFM ¡Qué intento atrevido! Convertir a los prelados. ¡Como si esto fuera fácil! Pero cuidado: el tema puede ser abordado con autosuficiencia y vanidad, sobre todo cuando no se es prelado. Hay que recordar siempre que cuando uno señala a otros con el dedo, cuatro dedos están señalando a uno mismo. Pero ¿acaso no fue parte de la intención de Francisco el convertir a los prelados? Y aun cuando esto no fue su intención principal, tampoco para él fue algo secundario. Francisco lo intentó sin convertirse en un criticón ni en un pesimista sobre el estado de la Iglesia de su tiempo. Tampoco lo hizo denigrando a nadie. Así tuvo que haber sido, si queremos hacerlo corresponder con su actitud personal. Los prelados en el tiempo de Francisco tenían muy poco interés en el cuidado pastoral. Ellos poseían privilegios, y por esta razón no gozaban de simpatía en el pueblo. Cuando la crítica a la jerarquía eclesiástica iba subiendo de tono se empezó a comparar: Jesús era pobre, por el contrario el papa, los obispos y prelados son ricos; Jesús era pacifista, la Iglesia por el contrario apoya las guerras; Jesús vivió pobre y no tenía dónde reclinar su cabeza, la jerarquía y los prelados llevan una vida burguesa, cómoda. Los laicos y laicas querían “seguir desnudos al Cristo desnudo”. Al parecer los prelados eran ajenos a este ideal, de lo contrario Catalina de Siena no hubiese escrito al papa: ¡los pecados de tus prelados gritan al cielo! Para Francisco los prelados tenían su lugar en la Orden. Pero si un prelado exigiese a un hermano algo que es “contra animam”, eso es, contra su conciencia, este hermano no estaba obligado a obedecer. Los prelados no deben andar publicando lo que son, sino que deben cumplir su tarea sacerdotal de tal forma como si lavaran los pies a los hermanos y hermanas. Francisco rechazaron para sí mismos todo lo que fuera “superior”, todo lo que “elevara”, todo aquello que tuviese que ver con “magis, prae y super” (mayor, pre, y sobre); tenía preferencia por todo aquello que en la sociedad tuviese que ver con “minores” y con “subditi” (súbditos). Lo que más deseaban de su Orden era la igualdad de todos. Esto coincidía con los grandes movimientos de su tiempo: con la lucha contra la “superbia”, la arrogancia, la soberbia. Pecado era en ese entonces, sobre todo, el pecado de los “superiores”, incluidos los prelados. 1

altos dignatarios eclesiásticos

Pero Francisco se distingue claramente de los movimientos de su tiempo, de los cátaros o de los albigenses. Para se trataba de la propia conversión y no de señalar a los demás. Lo que debe llamar a la conversión es el propio ejemplo – exempla trahunt. ¿Cuánto éxito lograron con ello? A propósito, “el éxito no es un nombre de Dios”, expresó después Martín Buber, judío y filósofo de la religión. Para Francisco no se trataba de lograr éxitos ni tampoco de medir cantidades. Dijo e hizo lo que consideró correcto y lo que correspondía al Evangelio. Respetó a los prelados y a la jerarquía. Al final del Testamento de Siena, Francisco escribió: “y que (los hermanos) siempre se muestren fieles y sumisos a los prelados y todos los clérigos de la santa madre Iglesia”. “Fieles y sumisos” – ¿qué puede significar esto hoy, en el tiempo después del Concilio Vaticano II? “La franqueza es el derecho del amigo“, reza un proverbio. ¿Es sólo un proverbio? En el tiempo posterior a Francisco, cuando se fue intensificando la competencia de los frailes con el clero secular, afirmó el franciscano Duns Escoto que “los frailes mendicantes tenían el mismo derecho en la Iglesia que los prelados, es más, que al estar más cercanos al estado de perfección serían más idóneos para anunciar la verdad cristiana al mundo” (Hans-Joachim Schmidt, Franz von Assisi und der Franziskanerorden, p. 75; en: Franziskus. Licht aus Assisi, Hg: Christoph Stiegmann, Bernd Schmies und Heinz-Dieter Heimann. Hirmer Verlag 2010). Conversión de los prelados. ¡Qué atrevimiento! El Concilio Vaticano II no suprimió a los prelados. Obispos, abades y cardenales son mencionados por tener responsabilidad. En el nuevo Derecho Canónico de 1983 se asumieron las decisiones del Concilio, y se sugirió la creación de la “prelatura personal” no basada a un territorio determinado (con un grupo de sacerdotes, diáconos y laicos) frente a una “prelatura”, referida a un territorio determinado. Según Helmut Feld, es comprensible que ningún miembro del alto clero haya ingresado en la Orden en el tiempo de San Francisco. Sin embargo él nunca se dejó desanimar a asumir nuevos “signos”. Para él lo más importante fue llevar una vida según el Evangelio, y su ejemplo fue creíble, sobre todo para el bajo clero, que estaban más cerca del pueblo. ¿Será que esto es distinto en la actualidad? Todo el mundo sabe que es muy difícil cambiar de rumbo y empezar totalmente de nuevo. En aquel entonces fue así y hoy en día sigue siendo así. Pero el reto permanece, al menos cuando se está dispuesto a confrontarse con él. ¿Qué tanto se ha dado desde el tiempo de Francisco hasta la actualidad una “conversión de los prelados”? ¿Se sigue dando? Es algo que no se puede constatar mundialmente. Pero hubo un tiempo en que algunos estuvieron muy cerca de ello en la Iglesia: durante el Concilio Vaticano II. 40 Padres Conciliares, reunidos en torno a Dom Helder Câmara, el 16 de Noviembre de 1965, inspirados por el Espíritu profético, firmaron un “Pacto para una Iglesia servidora y pobre” en las Catacumbas de Santa Domitila, en las afueras de Roma, tres semanas antes de la clausura del Concilio. Ese Pacto fue luego suscrito por otros 500 obispos. El “Pacto de las Catacumbas” ha caído ya en el olvido. Es bueno que se le traiga al presente al conmemorar los 50 años del Concilio. Francisco y Clara no señalaron a nadie con el dedo. Hicieron lo que consideraron correcto y que correspondía según el Evangelio. San Francisco predicó frente al papa y los cardenales en forma tan humilde y eficaz que de inmediato quedo claro que no habló con palabras académicas sino por divina inspiración. Detalle de los frescos de Giotto en la Basílica de San Francesco; Asís.

Junio 2912 De cómo Francisco envió al mundo a los primeros Hermanos Un día Francisco llegó con sus primeros siete Hermanos a Poggio Bustone en el valle de Rieti. Al ver la amplia llanura le sobrevino la seguridad: estamos enviados a todo el mundo. Por ello les convocó y les habló sobre el Reino de Dios y sobre la vocación a la que todos están llamados a vivir. Entonces dividió a los Hermanos en cuatro grupos de dos respectivamente, diciéndoles: «Marchen, queridos, de dos en dos por

las diversas partes de la tierra, anunciando a los hombres la paz. Y permanezcan pacientes en la tribulación, seguros, porque el Señor cumplirá su designio y su promesa. A los que les pregunten, respondan con humildad; bendigan a los que les persigan; den gracias a los que les injurien y calumnien». (ver 1 C 29s.). Esta narración nos muestra que Francisco, tanto en la historia de su vocación como en su comprensión de la misión, se basó en su certeza interior. La tarea de los Hermanos es anunciar la paz, esto es, el Reino de Dios. Ellos son enviados a los cuatro puntos cardinales, a todas partes. No reparó en la idea de solicitar para ello un envío especial. “Dios mismo me lo reveló“. Solicitó la confirmación de su certeza interior sin hacerse dependiente de las costumbres eclesiales de la época. A nosotros, Hermanas y Hermanos nos cuesta mucho confiar en esa voz interior: „Dios mismo nos lo ha revelado”. Todo está regulado. Para todo hay prescripciones claras: para la pastoral, la misión ad Gentes, servicios sociales, formación y delegaciones. La red de normas y leyes es tan estrecha que casi no permite cabida a la acción del Espíritu Santo. Si optamos por el camino seguro, nos ajustamos al camino señalado. ¡Nos haría realmente mucho bien un poco más de osadía franciscana! Por otro lado, aventajamos a Francisco que no tenemos que asumir nuestra vocación tan inocentemente como él. Sabemos sobre la complejidad del mundo y sus problemas. Actualmente vivimos en una „aldea global“, donde lo que sucede en alguna parte es publicado mundialmente. Esto provoca temores que nos hacen encerrarnos en nuestro mundo de seguridades. Por ello es muy importante hoy en día compartir nuestras experiencias locales con los demás en la búsqueda de acciones globales. De lo contrario no se experimentará el anuncio liberador del Reino de Dios. Las preocupaciones sobre los propios problemas no nos deben hacer sordos ni ciegos frente a los desafíos globales. Es necesario reaprender la apertura inocente de Francisco y Clara y dejarnos guiar por ella. “Dios mismo me lo reveló“: esto puede darse también hoy en día y nos puede impulsar a abrir nuevas brechas y encontrar respuestas. No debemos imitar a Francisco y Clara sino reescribir hoy su historia. Si queremos saber a qué nos envía Dios hoy debemos reconocer sobre todo “los signos de los tiempos” y darles respuesta a la manera de Francisco y Clara. Así como Francisco descubrió su vocación en el encuentro con el leproso, así debemos solidarizarnos con los excluidos de nuestro tiempo y releer el Evangelio bajo la perspectiva de los pobres y reprimidos. Esto es, revitalizar la opción franciscana por los pobres. Francisco cambió de lugar social, del centro a la periferia de la ciudad de Asís. Así debemos hacer nuestra la causa de los pobres en el mundo y mantenerla presente en la iglesia y en la sociedad. Esto es, redescubrir nuestra vocación profética. Así como Francisco cantó la unidad fraternal de todas las creaturas en su Cántico y nos exhortó a no considerarnos señores de la Creación sino creaturas en ella, así debemos asumir la conservación de la Creación de Dios como un tema preferencial. Esto es, redescubrir la espiritualidad franciscana de la Creación. Francisco con su intuición por las necesidades de su tiempo hace 800 años inició un movimiento que cambió la Iglesia. Después de 800 años debemos revitalizar este movimiento que ayude a la Iglesia a devolverle al mundo nuevamente la confianza en un Dios humano. Andreas Müller OFM ---------------------------------------

La Iglesia – el Pueblo peregrino de Dios en el mundo Comentarios desde la perspectiva franciscana al aniversario del Concilio P. Dr. Othmar Noggler OFM Cap El Concilio Vaticano II, una asamblea de toda la Iglesia según el deseo del Papa Juan XXIII, quiso servir de orientación y apoyo a creyentes y no creyentes “de buena voluntad” para afrontar juntos los enormes problemas de la sociedad. Una mirada retrospectiva en la época preconciliar pone en claro que lo entonces inimaginable no sólo pudo ser pensable sino también fructífero para fundamentar el pensamiento y la conciencia propia cristiana en general. Así, la comprensión de la Iglesia

como “societas perfecta” –una institución que cubre todo el ámbito espiritual– pasó nuevamente a comprenderse bíblicamente como Pueblo de Dios peregrino, que debe ser luz entre los pueblos y al mismo tiempo consciente de su propia debilidad. El acontecimiento eclesial del siglo, el Concilio Vaticano II está estrechamente vinculado con el Papa Juan XXIII. Cuando proclamó un concilio ecuménico para toda la Iglesia muchos que se entendían como miembros de una “iglesia magistral” quedaron plasmados del susto. Pronto empezaron a presentar argumentos para declarar esta monumental empresa como irrealizable. Empezó a circular la palabra del “Papa de transición“… Pero para sorpresa de muchos, él sembró las bases para la confrontación con el mundo y con la autocompresión de la Iglesia. Al contrario de lo que parece dar a entender el título de su primera Encíclica (1961) „Mater et Magistra“, la Iglesia no debe centrarse en sí misma, sino que ella, tal como fue el deseo de su fundador, debe comprometerse por lograr una vida más humana para todos en este planeta, y no sólo por la salvación en el más allá. Consecuentemente, el Concilio impulsó a comprender nuevamente el anuncio de Jesús como una buena noticia para la humanidad, sobre todo para los empobrecidos, como fuerza liberadora que no se desentiende de ninguna área: ni del estado y su política, ni de la economía nacional o internacional, ni de la relación entre hombre y mujer en la sociedad y en la Iglesia, ni tampoco de la Iglesia como tal. El Papa Juan XXIII consideró los problemas gigantescos de la humanidad y los procesos amenazadores como “signos de los tiempos”, como desafíos de parte de Dios para la Iglesia a fin que actúe de acuerdo a su misión. La Carta Encíclica “Pacem in terris” (Sobre la paz entre todos los pueblos) de 1963 marcó un punto de orientación para la “Iglesia en el mundo de hoy”. Es comprensible que también se dieron intentos para “espiritualizar” al Concilio obviando consecuencias concretas de cara a la situación de los seres humanos. En el comentario oficial a la Constitución pastoral se puede comprobar uno de estos intentos. Por ejemplo, se habla de “una comprensión con carencias lingüísticas en ‚Mater et Magistra’” y de un „celo enorme con el que Juan XXIII, desde la bondad de su corazón regaló a sus amados campesinos, como lo expresó un autor suizo (J. Bleß), todo un ramo de flores con consejos técnicos y políticos agrarios (Cf. Oswald v. Nell Breuning en: LThK III, 1968, 530). Como este Papa se dirigió “a sus queridos campesinos” y no tanto al gremio de teólogos especulativos, su deseo fue convocar un concilio pastoral según el modelo del Concilio de Jerusalén, donde se trató sobre la decisión muy compleja de seguir siendo un grupúsculo de Judeocristianos dentro del espectro de sectas judías de entonces, o si podían y querían atreverse a dar el salto para convertirse en una Iglesia mundial. En el Concilio se encontró una forma de resolver los problemas, de superar los desafíos en tal forma, que tal como se expresó de la primera comunidad, “al espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido bien” (Hch 15,28). Desde entonces existe el convencimiento que un Concilio, también un Concilio pastoral, representa la máxima autoridad de la Iglesia. Porque el Espíritu de Dios está en todas partes y obra en todo el pueblo, éste puede interpretar correctamente los signos de los tiempos. Mucho antes que los teólogos, por ejemplo, los campesinos italianos habían comprendido que “su” partido comunista, a quien daban su voto pese a las prohibiciones de la Iglesia, no tenía que ver con ateísmo, sino que se preocupaba por el desorden social indeseable en el país. El Concilio tuvo la capacidad de reconocer que en la búsqueda de salidas a la injusticia sistemática y a la miseria estructural por razones humanas de solidaridad algunos pueden optar por caminos que son equivocados por la ideología que los sostiene, pero no dejan de ser un signo de los tiempos. Esta es una tarea permanente de la Iglesia que presupone la superación del esquema amigo/enemigo que cuenta con una larga tradición, pero que no es bíblica ni franciscana. Sin esta toma de distancia no se hubiese dado el encuentro histórico del yerno de Nikita Chrustschow con el Papa Juan XXIII. En ocasión de una visita oficial en Italia, el representante del Kremlin había mostrado interés en una audiencia, y el Papa tuvo la suficiente soberanía de recibir a este alto representante del poder mundial comunista, y esto sin considerar los halcones que acechaban en el espectro político contrario ni a los creyentes ortodoxos y de derecha al interno de la Iglesias. Mientras tanto, estos últimos han ganado terreno tal como lo indica la apostura de los miembros de la Hermandad Sacerdotal S. Pío X, quienes menosprecian impunemente la máxima autoridad magisterial. Esta situación suscita la esperanza en algunos en un nuevo concilio que llegue a ser algo como una nueva tormenta pentecostal batiendo los viejos muros de la vieja construcción de la Iglesia. Y no pocos tienen la preocupación que la actual generación de Obispos desearía más bien un concilio de corte dogmático que concluya con toda una letanía de solemnes condenas de personas y de opiniones erradas, tal como sucedió generalmente y por última vez en el I Concilio Vaticano de 1870: “Si quis dixerit vel crediderit (…), anathema sit – si alguien insiste o cree diferentemente – que sea excluido”.

El Papa Benedicto XVI convocó un año de la fe en conmemoración al comienzo del Concilio Vaticano II. Esto significa un examen de conciencia, tal como la reclamó el Papa Pablo VI diez años después de la conclusión del Concilio con la pregunta: “¿Qué aconteció en nuestros días con la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia de las personas? - ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre y la mujer de hoy? (…). Después del Concilio (…) que ha significado para ella una hora de Dios en este ciclo de la historia, la Iglesia ¿es más apta para anunciar el Evangelio y para inserirlo eficazmente en el corazón de las personas con una convincente libertad de espíritu y? (EN No. 4) En relación a estas preguntas se puede afirmar para la Familia franciscana clareana: gracias al Concilio fueron redescubiertas fuentes escritas, muchas de ellas desconocidas, legadas por el Hermano Francisco y por la Hermana Clara. La gran riqueza de esta herencia y la actualidad asombrosa de sus contenidos se manifiestan con mayor claridad en relación con las afirmaciones conciliares y en sus concreciones en los concilios continentales, sobre todo en América Latina. Independientemente si se trata de la misión de la Iglesia en la sociedad desde la opción por los pobres, o de los procesos conciliares en torno al a justicia, paz y conservación de la creación, o del respeto frente a las demás religiones y culturas en proceso de diálogo, o finalmente del anuncio del Evangelio, la libertad del Espíritu o a veces de la resistencia frente a la tutela de las estructuras de poder eclesiales: el recurso a la propia fuente que ofrece el CCFMC enriquecida por la experiencia de Hermanas y Hermanos de todos los rincones del mundo, es un instrumento que hace posible celebrar un “Año de la fe” y un aggiornamento del Concilio en este siglo XXI.

Julio 2012 “El futuro que queremos” Bajo este lema fue convocada la Cumbre del Clima de la ONU, celebrada del 20 al 22 de junio en Río. En ella se hizo el balance de la primera Cumbre del Clima celebrada en este mismo lugar hace 20 años. En aquel entonces se esperaba poder evitar llegar a una catástrofe climática vinculando la economía a la ecología mediante la palabra mágica “desarrollo sostenible”. La meta era armonizar el desarrollo económico y la defensa del medio ambiente a través de un trato racional con los recursos limitados y la reducción de emisiones de gases tóxicos. Por lo demás no se quería cambiar en lo absoluto la economía orientada al crecimiento y la prosperidad. La Conferencia Río+20 tuvo que comprobar que los objetivos trazados en Río 92 no han sido alcanzados. La situación ecológica ha empeorado en casi todos los aspectos. Sin embargo, la Conferencia aprobó una agenda que sigue utilizando el término del desarrollo sostenible pero ampliando su significado. Se seguirá luchando por lograr un equilibrio entre las metas ecológicas, sociales y económicas. La nueva palabra mágica es „economía verde“. Se seguirá procurando sustituir la energía fósil por nuevas formas de energía y materias primas renovables. Expertos sobre el medio ambiente critican en el Documento de la Río+20 de la ONU la total ausencia de una nueva visión o cosmovisión que fundamente la esperanza de lograr “el futuro que queremos”, tal como el lema lo promete. Se sigue hablando de desarrollo sostenible aunque dándole un matiz verde, aun cuando en la realidad ha demostrado su invalidez. Los índices que marcan el sostenimiento de la vida han empeorado. La evaluación del eco sistema en el 2005 y los resultados del informe del Programa del Medio ambiente UNEP de la ONU confirman esta realidad. Michail Gorbatschow, uno de los críticos más agudos de Río 92, afirma al respecto: “el actual modelo de crecimiento económico es insostenible; provoca crisis, injusticia social y esconde el peligro de una catástrofe ecológica” (O Globo, 8/6/2012). Ya desde Río 92 Gorbatschow buscó alternativas. Con una comisión de expertos trabajó la llamada „Carta de la Tierra“, redactada a través de un diálogo intercultural de alcance mundial, buscando objetivos y valores comunes. Ella es el resultado del trabajo de expertos y al mismo tiempo de representantes de iniciativas civiles, entre ellas de líderes religiosos y teólogos, quienes dieron su aporte para procurar una espiritualidad, sin la cual todo el escrito quedaría en papel muerto. Gorbatschow insiste: „Si nosotros queremos heredar la tierra como habitable a las próximas generaciones debemos convertirnos. Y puede convertirse únicamente aquel que tiene una espiritualidad”. (Fuente: Leonardo Boff, quien fue convocado personalmente por Gorbatschow). Toda/o franciscana/o está llamado a este servicio. Toda aquella persona que se siente llamada por la espiritualidad de Francisco de Asís debe asumir una actitud globalizadora. El mundo entero es Creación de

Dios, el ser humano es parte del cosmos. Estamos intrínsecamente unidos con nuestra madre tierra, el viento, el agua, animales y plantas, seres vivientes. Como expresa Pablo, como parte de la Creación esperamos ser liberados de la esclavitud. (Cf. Rm 8,21). Verda-deramente necesitamos una espiritualidad de la Creación para poner fin a este proceso de destrucción de nuestro medio ambiente. Una actitud fundamental en la conducta ecológica es la solidaridad. Ella remite a las generaciones venideras expresándose en las conocidas palabras: “No hemos heredado la tierra de nuestros padres, sino que nuestros hijos nos la han prestado“. Según la espiritu-alidad franciscana debemos “devolverla” a Dios para que él pueda seguir entregándola a las generaciones venideras. Quien toma esta actitud encontrará siempre caminos y dará pasos pequeños pero significativos para conservar la Creación. Los grupos ecológicos encuentran aliados confiables en las francis-canas y los franciscanos. Todo aquel que está motivado por convencimientos religiosos o filosóficos puede unirse en alianzas para dar testimonio y trabajar por el cambio ecológico urgente. El espíritu de San Francisco, tan cercano a la vida, puede así colaborar para la solución de esta tarea tan importante, actual y decisiva de la humanidad. Andreas Müller OFM _____________________________________

Ecología – una perspectiva ausente en el Concilio Vaticano II Anton Rotzetter, Capuchino ¡Las primeras frases del documento conciliar “Gaudium et Spes” sí que fueron una promesa! : “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo“. Pero ¿dónde aparecen en este Documento las angustias que nos preocupan actualmente? ¿El calentamiento climático y lo que todavía puede hacerse para evitarlo? La perspectiva apocalíptica que el mismo desarrollo de la historia conducirá posiblemente a eliminar al ser humano, ya que vive por encima de sus posibilidades ecológicas. Nada nos impele con tanta claridad y urgencia a seguir desarrollando el Concilio, como la ausencia de la conciencia ecológica. En 1989 el Cardenal Koch escribió un libro “contra el Apartheid entre el ser humano y la naturaleza”; en él hablaba de un “servicio pastoral eco-político del ser humano”, y señaló claramente el camino: „La reivindicación básica eco-espiritual solamente será manejable en la praxis y practicable políticamente si en caso de conflicto el interés por la conservación ecológica tenga la prioridad sobre los intereses económicos”. Lamentablemente, esta demanda ética no es parte de los criterios que rigen la política actual. Incluso en la misma Iglesia no hay claridad sobre las consecuencias. El tiempo apremia: aumento de la pobreza, el hambre y las continuas crisis de alimentación en muchos países del sur; carencia de recursos; el hecho que nuestro estilo de vida consumista consumiría tres veces la superficie de la tierra si todos sus habitantes vivieran como nosotros en los países industrializados; el empobrecimiento de una buena parte de la población, incluida nuestra sociedad, va en aumento; la crisis que amenaza la existencia del sistema financiero mundial; la globalización mal entendida donde egoísmos grupales provocan que unos pocos se enriquecen a costa de las mayorías; el problema del sistema ecológico en general, sobre todo en lo que respecta a las consecuencias catastróficas del calentamiento de la tierra; la comercialización de todo nuestro ambiente vital; nuestra forma de trato con los animales: la indiferencia con que la mayoría de la gente observa la crueldad evidente que distintos programas de televisión ponen al descubierto semanalmente; todo esto exige el imperativo categórico y exige en forma indiscutible: • •

¡Tenemos que cambiar radicalmente nuestro estilo de vida! ¡Debemos asumir otro trato con los bienes de la naturaleza y con los animales!

Las Iglesias deben dar respuesta desde su misión a todas estas cuestiones acá descritas y proseguir el imperativo categórico con palabras y hechos. Y las Órdenes deben ser evaluadas de acuerdo a su correspondencia o no con los compromisos a las que están obligadas desde sus orígenes. Según Niko Paech, un científico económico, en el presente se necesita el „arte de la reducción”, y añade: “el rico no es aquel que tiene mucho, sino el que consume menos”.1) Según Hartmut Rosa, profesor de sociología en la Universidad de Jena (Alemania), hoy en día es necesaria una nueva teoría de la vida feliz: “El neoliberalismo no tiene en sí mismo recursos culturales para proveer el

absurdo y autodestructivo juego de aumento con energías motivadoras. E Neoliberalismo nos hace creer que el continuo aumento de una dura competencia siempre ha sido un fenómeno natural, y no dispone de ninguna fuerza narrativa, sistema de valores o de metas a alcanzar para la acción humana, fundamentales para lo que pueda ser una vida lograda y feliz”.2) ____________________________________________________ 1) 2)

Publik-Forum 2012 Le monde diplomatique 2012

Septiembre 2012

¡En gratitud a las mujeres! La historia del éxito del CCFMC en sus 30 años de existencia está ligada en buena parte al compromiso abnegado y al coraje de mujeres de la Familia franciscana mundial. El impulso inspiracional para retornar al carisma franciscano y de actualizarlo a la luz de los “signos de los tiempos” fue dado por los responsables del Consejo de Misión de la OFM; muy pronto se cayó en la cuenta que un proyecto de este tipo de trascendencia mundial no podía realizarse sin la participación de todas las ramas de la Familia franciscana, especialmente de la gran mayoría de comunidades de religiosas. El fundamento había sido puesto por el Concilio Vaticano II con su exigencia a todas las órdenes de retornar a las propias fuentes. Muchos no pueden imaginarse lo que significó todo esto en aquel entonces: poner fin a visiones y seguridades pasadas, la Iglesia abierta al mundo, la misión como ofrecimiento del Reino de Dios de liberación integral de todas las experiencias del mal, salvación también en las otras religiones. Todo esto exigió una reflexión a fondo sobre nuestra comprensión de la misión. En casi todas las Comunidades se celebraron Capítulos de renovación; en 1982 las Comunidades de la Tercera Orden Regular se federaron en una Conferencia franciscana Internacional (IFC-TOR); en ese mismo año, por primera vez en la historia, se encontraron Hermanos y Hermanas de las Ordenes franciscanas para reflexionar juntos sobre nuestra envío misionero desde la perspectiva del tercer mundo. En este encuentro percibimos la apertura alegre, fresca y esperanzadora con que las Hermanas y Hermanos de los continentes del sur reflexionaban sobre los retos que lanzan Francisco y Clara a las situaciones que enfrentamos en nuestros dias. Y precisamente en este ambiente de auge nació el audaz proyecto del CCFMC: un Curso básico mundial interfranciscano que recogiera e hiciera accesible a todos estos nuevos movimientos y corrientes. Sobre todo en los inicios las mujeres asumieron un rol fundamental tanto en la fase del desarrollo como en la expansión internacional del Curso. Para ello se crearon estructuras – primero a nivel de dirección general en Roma (1985), y luego se convocó un Equipo internacional (1987). Dentro de las primeras promotoras en ese tiempo estaban la Hna. Alma Default y la Hna. Christiane Wittmers a nivel de la dirección, las Hermanas en el „Equipo intercultural“, que trabajaron en la redacción de los textos básicos. Una mención especial se merece la Hermana del Sacré-Coeur, Malina Hoepfner, que trabajó en el Secretariado del CCFMC en Bonn de 1984 a 1994. Sin su trabajo muy profesional, sin sus múltiples talentos y su compromiso incondicional no hubiese sido posible la elaboración y expansión de la primera redacción del Curso en tan corto tiempo. Ella acaba de fallecer. En la página 4 se publica nuestro homenaje más detallado. Sus sucesoras como Secretaria general - la Hna. Margarethe Mehren hasta el 2002, y la Sra. Patricia Hoffmann hasta el 2011, siendo la actual directora del Centro – se dejaron contagiar por la Hna. Malina y guardan su legado con la misma pasión. Igualmente debe mencionarse las experiencias a nivel continental y regional. Sin el trabajo incansable y competente de mujeres comprometidas nosotros los hombres hubiéramos logrado muy poco. La Hna. Dorothy Ortega y la Hna. Jeanne Luyun en Asia; la Hna. Maria Aoko y la Hna. Alphonsa Kiven en África; La Hna. Vilani Rocha, la Hna. Maria Fachini y la Sra. Mabel Moyano en Latinoamérica; la Hna. Judith Putz y la Hna. Lydia Fecheta en Europa; la Hna. Marietta Vega para las Clarisas y la Sra. Marianne Powell para la Tercera Orden se mencionan como representantes de cientas de Hermanas en todo el mundo que han dado a conocer y hecho accesible el ideal franciscano para nuestro tiempo a través del CCFMC. Un proyecto de esta naturaleza alcanza credibilidad únicamente en el trabajo mutuo entre mujeres y hombres. Francisco y Clara vivieron esto ejemplarmente. „Quizá sencillamente porque ambos reconocieron en sí mismos y en el/la otro/a la acción del Espíritu de Dios; y mostraron al mismo tiempo respeto y curiosidad en la búsqueda de la propia vocación”, escribe la Sra. Kreidler-Kos en su artículo sobre el Concilio en la página siguiente. Es necesario asumir este desafío en nuestra actualidad para poder dar nuestro aporte en la construcción de una Iglesia fraterna. Andreas Müller OFM

“Un mismo espíritu movió a las Hermanas y Hermanos” El pueblo de Dios como Iglesia fraternal Dr. Martina Kreidler-Kos ¡Qué gran oportunidad la que surgió para Francisco y sus primeros Hermanos! Encontrarse con Clara y sus Hermanas, que eran mujeres conscientes de su propia vocación. Ellas, por su parte, encontrarse con hombres que buscaban con seriedad seguir en humildad el camino de seguimiento de Cristo. De esta forma pudieron aprender todos, unos de los otros, al menos quien así lo deseaba. Observando atentamente y valorando amorosamente, reconociendo con asombro la acción de Dios se atrevieron a dar pasos, que en muchos lugares en la actualidad todavía nos sorprenden como Iglesia: acompañamiento espiritual recíproco, responsabilidad en la autoridad por parte de hombres y mujeres, alegría en la forma fraternal de seguimiento de Jesús. „Un mismo espíritu había sacado de este siglo a los hermanos y a las damas pobres“, así describe Tomás de Celano la experiencia común en su segunda biografía del santo (2 C 204). La cuestión de la mujer sigue siendo uno de los grandes desafíos de la actualidad, tal como lo fue también en los años del Concilio Vaticano II, donde se quiso asumirla con sensibilidad y reaccionar audazmente. Aun con ello se puede constatar con desilusión: El Vaticano II no fue un Concilio de mujeres ni sobre las mujeres, empezando que tampoco fue un concilio con mujeres hasta el tercer período de sesiones, en septiembre de 1964, cuando se permitió la participación de mujeres como auditoras – ocho religiosas y siete laicas, presidentas de grandes organizaciones femeninas. En el cuarto período se permitió a una mujer casada junto con su esposo. Debe considerarse como un gran paso que al final se admitió que además de las 23 auditoras participaran en el Concilio algunas mujeres por un día y en calidad de visita. A principios de 1960 todavía se consideraba normal reflexionar sobre la renovación de la Iglesia sólo entre hombres. No es de admirar que el Papa Pio XI escribió en su Encíclica “Casti connubii” (1930) refiriéndose a los esfuerzo en torno a la emancipación de la mujer: “tal libertad falsa e igualdad antinatural con el marido tornase en daño de la mujer misma”. Bajo el Pontificado de Juan XXIII, ya desde su Encíclica “Pacem in terris” (1963), fue notándose un cambio en la imagen eclesial sobre la mujer. Este cambio, que es parte del reconocimiento de los valores fundamentales e igualdad de derechos de todo ser humano y que se basa en la dignidad de la filiación divina común, fue asumido decididamente por el Concilio Vaticano II. Así ocurrió que por primera vez se hablara sobre la cuestión de la mujer en un concilio, lo que fue novedoso, esperanzador y marcó el camino: “...La igualdad fundamental entre todos los seres humanos exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino. Toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino. (Gaudium et spes 29). Este cambio de conciencia repercutió en la vida eclesial. En el Decreto sobre el apostolado de los laicos el Concilio afirma: “Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más activamente en toda la vida social, es de sumo interés su mayor participación también en los campos del apostolado de la Iglesia”. (Apostolicam actuositatem 9). Los diversos documentos del Concilio traen al presente la misión fundamental de la Iglesia: ella debe ser en todas sus concreciones y por medio de todos los bautizados un testimonio vivo del Evangelio. Este ferviente anhelo de colocarse lado a lado en el seguimiento de las huellas de Jesús fue también la inspiración original en el surgimiento del movimiento franciscano clareano. Y logrará realizarlo con credibilidad únicamente por medio de la cooperación mutua entre hombres y mujeres. Se trata de la experiencia de la Fraternidad por la que se luchó hace cincuenta años y por la que se sigue luchando hoy. Para Francisco y Clara la fraternidad no cayó del cielo; a inicios del siglo XII existían manifiestas diferencias de género, los roles eran claramente definidos. Clara dependió de Francisco como aliado masculino para poder seguir su camino, por el contrario Francisco no “necesitaba” de Clara. Es de valorar altamente que ella no se dejara amedrentar por la imagen de la mujer vigente en su tiempo. Es impresionante constatar la apertura de Francisco frente a este reto además del coraje que ambos necesitaron, cada uno a su manera, para hacer la experiencia de la otroridad entre los géneros pese a las condiciones sociales, y conservando y valorando las propias posibilidades personales. En sus inicios este experimento de relación entre géneros fue cargado de riesgos. Sin embargo, ambos consiguieron superar fronteras y estereotipos. Quizá sencillamente porque ambos reconocieron en sí

mismos y en el/la otro/a la acción del Espíritu de Dios; y mostraron al mismo tiempo respeto y curiosidad en la búsqueda de la propia vocación. El Concilio mostró también este coraje franciscano clariano de tomar en serio la dignidad de cada bautizado. Es necesario hacer una continua relectura consecuente de sus textos que han marcado el sendero, igualmente de concretizar en forma consecuente sus líneas directrices. Para ello se necesita por sobre todo de personas que asuman conscientemente esta dignidad como don y tarea a realizar. Se necesitan precisamente mujeres con valentía y coraje, como Clara, sus Hermanas o las Auditoras durante la celebración del Concilio Vaticano II, que luchen y se comprometan para que las mujeres ya no sigan siendo en la Iglesia lo que fueron por lo menos durante el Concilio, a saber: “huéspedes en su propia casa”(2). Se necesita también de una red, como la que formaron las Hermanas de San Damián o de Praga en interacción con sus Hermanos, con quienes se apoyaron y motivaron mutuamente en este camino – de vez en cuando muy aventurado – hacia una iglesia fraterna: “Ustedes están en Cristo Jesús. Todos se han revestido de Cristo, pues todos fueron entregados a él por el bautismo. Ya no hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y hombre libre; ni entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”. (Gal 3,27-28). Dejemos que las fuentes franciscanas, los Documentos del Concilio Vaticano II y por sobre todo la Palabra de Dios siempre nos hablen: es un mismo y único Espíritu el que mueve a hombres y mujeres en esta Iglesia. 1

Cfr. Carmel Elizabeth McEnroy, Guests in their own house. The women of Vatican II, New York 1996.

Octubre 2012

Otra espiritualidad El movimiento espiritual iniciado por Francisco y sus compañeros marcó un cambio revolucionario en la historia de la espiritualidad de la Iglesia: de la estabilidad a la movilidad, del mundo cerrado tras los muros del convento al mundo como convento y lugar del encuentro con Dios. Convivencia fraterna y caja común eran las características de las primitivas comunidades cristianas. De ellas brotó el ímpetu misionero. En la era Constantina en el siglo IV se dio un cambio radical cuando Teodosio I declaró al cristianismo como religión oficial del estado. El ser cristiano dejó de ser un peligro y se convirtió más bien en una condición para lograr objetivos. Esta situación trajo consigo mediocridad y superficialidad. La Iglesia se asimiló cada vez más al estado. El Emperador pasó a ser protector de la Iglesia y el Papa a ser su competidor en cuanto al ejercicio del dominio y desarrollo de signos de poder. Quienes deseaban vivir el ideal original fundaron pequeñas comunidades para vivir según el modelo de las primeras Diócesis, tal como lo documentó Juan Lassian en el siglo IV. Este fue el modelo asumido por las primeras comunidades monacales sobre los pilares de la estabilidad y del fondo común. Francisco intuyó que esto no era lo que Dios „le reveló” a él. Su modelo no fue la comunidad con estabilidad local, sino su modelo a seguir fue Jesús mismo que anduvo por el mundo anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios a los pobres. Él estaba convencido que quien se compromete con Jesús y su Evangelio se convierte en misionero; ya no puede vivir para sí mismo, sino que se deja consumir por los demás. La devoción privada y el cuidado de su propia alma deben dar paso al compromiso por el Shalom de Dios. Quien realmente anhela construir la paz debe tenerla primero en su corazón. Quien desea anunciar en forma creíble a los pobres la Buena Nueva como liberación debe ser él mismo pobre. Quien se compromete por este anuncio no debe aferrarse a lugares sino ir por el mundo libre de equipaje. Movilidad, pobreza y no violencia son características de la fraternidad que encarna esta inversión de la espiritualidad cristiana. Por ello el carisma franciscano tuvo desde sus inicios una dimensión política. El/la franciscano/a debe comprometerse por la justicia y la verdad, por el trato fraterno mutuo de todos los seres humanos en paz y libertad. Luchar contra las desigualdades de oportunidades, contra el hambre y la pobreza, contra la explotación de la Madre Tierra y la contaminación de la hermana Agua. Con ello también cambia la idea sobre la Iglesia: debe ser una iglesia fraterna que corresponda al Evangelio. Desde el Papa hasta los laicos simples, desde el obispo hasta la gente más sencilla deben gozar de la misma dignidad en las comunidades. Todos son hijas e hijos del Padre celestial, Hermanas y Hermanos del Hijo encarnado, Jesús de Nazaret. Cada uno debe lavar los pies a los demás, tal como él lo hizo. No debe existir más el arriba y el abajo, señores y siervos. Tampoco debe valer la lógica del poder, mucho menos en la Iglesia, sino la dinámica del amor. En ella no debe darse más la preferencia del clérigo sobre el laico, del hombre sobre la mujer.

El Concilio Vaticano II siguió estas huellas en su voluntad de abrir la Iglesia a las necesidades y exigencias del tiempo. Mario von Galli llamó a San Francisco el tema secreto del Concilio. El Concilio, en su comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios superó la oposición entre Jerarquía y Pueblo de Dios, que como totalidad es el pueblo mesiánico en cuyo seno la Jerarquía es sólo uno de los cargos de servicio. “El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura”. (LG 5) En esta comprensión de Iglesia les corresponde a todos los miembros la misma dignidad y libertad de los Hijos de Dios, pues el Espíritu Santo mora en cada uno como en un templo. Francisco reconoció esto y lo vivió en forma ejemplar, pues siguió simplemente las huellas de Jesús. Y el hecho que Clara recibió la misma inspiración en el mismo tiempo y en el mismo lugar muestra que fue voluntad de Dios hacer nuevamente experimentable y viva la Buena nueva liberadora del Reino de Dios en su Iglesia. Andreas Müller OFM _________________________________

Los laicos, los franciscanos y el Concilio Vaticano II Dr. Mario Cayota OFS El Dr. Mario Cayota nació en 1936 en Uruguay y es miembro de la Orden franciscana seglar; es director del Centro Franciscano de documentación histórica, fue Presidente del Partido Demócrata Cristiano y Presidente del Parlamento. Profesor de Filosofía e Historia en universidades nacionales e internacionales, autor de libros sobre historia franciscana en América Latina. Del año 2006 al 2011 fue embajador de Uruguay en El Vaticano. La espiritualidad franciscana es, no sólo afín, sino coincidente, con las valoraciones teológicas y pastorales desarrolladas por el Concilio Vaticano II. Es sabido que el franciscanismo fue en sus inicios un movimiento laical. La forma de vida de sus integrantes, más allá de su específico perfil, era la asumida por los laicos penitentes. No había entre ellos sacerdotes, carecían de monasterios o conventos, no conocían la clausura, su vestimenta era la de los penitentes, pero no el hábito propio de los religiosos; tampoco su forma de orar y predicar. Su estilo de vida, los distinguía de los monjes y los canónigos regulares, también de los sacerdotes del clero secular. La clara condición laical de Francisco, resultará problemática para la Curia Romana, que, sin él pedirlo, lo hará “tonsurado” o “diácono”, aún cuando incluso algunos historiadores hasta lo pongan en duda. Ni siquiera con el ingreso de Antonio de Padua, - en realidad de Lisboa-, y después el ingreso generalizado de sacerdotes, dejan de mantenerse entre los frailes determinados rasgos típicamente laicales. Así por ejemplo, en los principios no existirán diferencias jerárquicas entre sacerdotes y no ordenados. Todos tendrán los mismos derechos, incluso en el capítulo. Cuando la Primera Orden se clericalice, ello no obstará a que exista un fuerte componente laical, ya que los terciarios formarán parte sustantiva de la Orden Franciscana. En este sentido, al estudiarse los orígenes de la Orden Tercera, se advierte claramente la significación y reconocimiento que para el seguimiento de Jesús y desarrollo de la Iglesia tienen los laicos. Como lo evidencian los modernos estudios, la Orden Tercera surgirá de los vigorosos y numerosos movimientos laicales pauperísticos de la Edad Media, al punto que en sus orígenes será difícil distinguirlos; quizás uno de los pocos elementos que le den identidad, será su fidelidad a la Iglesia Romana. El franciscanismo, estará en sintonía con los movimientos laicales populares, con sus inquietudes, con sus anhelos de reforma, la fuerza de estos movimientos será muy grande. Al punto que no pocos de ellos, serán reconocidos por la Iglesia. Por citar aquellos más cercanos a Francisco, en el año 1201, Inocencio III aprueba la Tercera Orden de los Humillados, en el 1208 a los Pobres Católicos. En el 1210 y 1212 a los Pobres de Lombardía, y así otros. Como se dijera, en el 1201 se aprueba el “Propósitum” para los humillados, pero en el año 1221, se aprueba un estatuto más desarrollado con el nombre de: “Memoriale del Propósitum dei Fratelli e delle sorelle Della Penitenza, residente nelle loro case”. Contemporáneamente, Francisco se encontrará con numerosos laicos sobre todo casados, convertidos a la Penitencia, y deseosos de servir al Señor. Así surgirán los terciarios; la

Regla que los mismos observarán será, hasta el Papa Nicolás IV (1289), el ya mencionado “Memoriale”. Y los estudiosos afirman que la Nueva Regla del Papa Nicolás IV tendrá muchos elementos inspirados en el “Memoriale”. Debe recordarse que esta Regla regirá hasta la que apruebe León XIII en el año 1883. La estrecha relación con los movimientos laicales populares del Medioevo, -se adoptó incluso la “TAU” como distintivo, signo que ya usaban algunos de estos movimientos-, manifiesta la capacidad del franciscanismo para vibrar ante las aspiraciones de reforma y renovación de su tiempo. Sensibilidad que el Concilio Vaticano II evidenciará y encarecerá que debe de asumirse, particularmente a través de la Constitución “Gaudium et Spes”. Como también se sabe, no siempre se le reconoció a los laicos el lugar que debían ocupar en la Iglesia. Sí hubo, entre los laicos en el transcurso de la historia, figuras aisladas con roles sobresalientes en la Iglesia; por ejemplo, tal el caso del Cardenal Contarini, integrante del movimiento humanista cristiano del siglo XVI, o el caso, con signo totalmente diverso, del Cardenal Antonelli, que se desempeñó como Secretario de Estado de Pío IX. León XIII le asignará a la Orden Tercera Franciscana una tarea importante en la transformación de la sociedad, probablemente influido por la acción social de los eminentes laicos franciscanos Federico Ozanán y León Harmel. Pero será el Concilio Vaticano II, quien rescatará y profundizará en la naturaleza del laico, con su positiva definición de éste como integrante del Pueblo de Dios y otorgándole el verdadero lugar, reconociendo su auténtica vocación y derechos. En la Constitución “Lumen Gentium”, ya se da en el capítulo II cuando se refiere al “Pueblo de Dios”, un paso trascendente, cuando se afirma en su Núm. 10: “el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo”; y en el siguiente numeral se aplica las consecuencias de esta visión a la vida de la Iglesia. A su vez, en el capítulo IV, el cual se dedica en dicha Constitución a los laicos, -lo que resulta ya un hecho sumamente significativo-, se abandonará la habitual definición negativa del laico, -laico es quien no ha recibido las órdenes sagradas-, para ofrecer otra positiva por su pertenencia al Pueblo de Dios, ubicándolo en el mundo secular con una específica vocación a cumplir tanto en la Iglesia como en las estructuras de la sociedad por su simple condición de bautizado. Al igual que en los viejos capítulos franciscanos, el Concilio en el capítulo dedicado a los laicos en su numeral 37 le reconoce a éstos el derecho y en algunos casos la obligación, de manifestar su parecer con aquellas cosas que tienen relación al bien de la Iglesia; agregando que “los sagrados pastores, deben de reconocer y promover la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia”. El Concilio Vaticano II enfatiza que el carácter secular es propio y peculiar de los laicos y que a ellos pertenece por propia vocación buscar “viviendo en el siglo” el Reino de Dios, tratando y ordenando los asuntos temporales. Para realizar esta misión del laico en el documento conciliar Gaudium et Spes, en su capítulo III que trata sobre la vida económica –social, se ofrecen claras orientaciones pastorales, las cuales expresan, al igual que en la espiritualidad franciscana, una manifiesta preocupación por los pobres y los marginados; exhortando a los laicos a trabajar ahincadamente a favor de la justicia social. Algunos conocidos historiadores del movimiento franciscano, sostienen que Francisco y los primeros discípulos se desentendieron de la situación social de su época, y que sus motivaciones y metas eran sólo espirituales. De este modo, por ejemplo, su pobreza sólo estaría originada en razones puramente “ascéticas”, de “despojamiento interior”. Sin embargo, en todos los textos en que se describe las exigencias de dejar los bienes como condición ineludible para ingresar a la Orden, siempre se exige que estos o el dinero obtenido en su venta se le entregue a los pobres. No se los dejan a sus parientes ni amigos, ni siquiera a la Iglesia; tampoco se desentienden de ellos sin darles destino, sino que invariablemente, se lo entregan a los pobres. El “despojamiento espiritual”, que busca la libertad interior y el seguimiento de Jesús, se asocia siempre a la situación social de sus prójimos. Pero hay todavía más: cuando un hermano se resista a que Francisco le entregue su capa a un pobre, el Santo le responderá que no hacerlo sería un robo. Por otra parte, la atención y trato de Francisco con los leprosos, grandes marginados de su época, resultan en este sentido también un testimonio elocuentísimo. Muchos otros ejemplos podrían citarse, con referencia a la atención de los franciscanos a la situación social de sus prójimos; pero basta pensar en algunas de las normas establecidas a los terciarios para comprobar de modo indubitable que el movimiento tuvo como uno de sus ejes la realidad del Medioevo; respondiendo puntualmente a aspectos muy concretos de esta sociedad. A los terciarios no les estaba permitido jurar, cuando el juramento era la base de la organización estamentaria medieval, inicialmente el terciario tenía prohibido portar armas; existía asimismo la obligación de aportar a la “caja de comunidad” que entre otros destinos tenía el de liberar a los ciervos; también los hermanos debían hacer testamento tres meses después

de ingresar a la Orden, para eludir ciertas normas feudales de la época; la fraternidad, si bien era policlasista, al ser igualitaria, abolía el orden jerárquico de la época; así, otras muchas disposiciones apuntan a superar y generar alternativas a los problemas configurados en la época. Del mismo modo, la “Gaudium et Spes” se interesa grandemente por los problemas sociales y denuncia con vigor situaciones de miseria y marginación, exigiendo tajantemente que a ellas se ponga fin. Sin duda, que el Concilio Vaticano II, es culminación de un proceso, pero también y sobre todo: inicio. Las definiciones y conceptos sobre los laicos, varones y mujeres, expuestos en los documentos conciliares, resultan verdaderamente trascendentes, pero es responsabilidad de la que no están exentos los laicos, que empiecen a llevarse a la práctica y vivirse, porque entre estos documentos y la realidad de hoy, existe una gran distancia. Noviembre 2012

El totalmente diferente Lo fascinante en Francisco fue su capacidad de descifrar la Buena Nueva del Evangelio como noticia liberadora para la gente sencilla. En este sentido él no encajaba en la imagen de la Iglesia y la sociedad vigente en su tiempo. El Jesús pobre de Nazaret ya no estaba más en los temas de los predicadores. La imagen reinante de Dios en el siglo XIII era el Dios triunfante románico, tal como se presenta en el portal de la Catedral de San Rufino en Asís. ¿Qué tenía que ver este Cristo-Rey con la vida cotidiana de la gente? Mientras más se divinizaba a Jesús, más se practicaba una devoción que no se relacionaba con las necesidades concretas de la gente. La mirada estaba puesta sobre el Jesucristo exaltado y suficientemente alejado de las bajezas humanas. Por lo contrario, Francisco descubrió nuevamente en Jesús de Nazaret al Dios humilde despojado de sí mismo, que asumió en sí las necesidades humanas. Lo encontró en el rostro desfigurado y concreto del leproso. Desde ese momento buscó simplemente asemejarse a este Jesús humilde y amoroso y a proseguir sus opciones acercándose a los pobres y excluidos. Seguir los pasos de Jesús, esta fue su transmisión de la Buena Nueva liberadora del Evangelio. ¿Qué podemos aprender de ello para lidiar mejor con nuestros problemas de hoy en día? En primer lugar debemos reconocer que no podemos obviar los 800 años que separan su mundo del nuestro. Él vivió en un mundo impregnado de cristianismo en el cual la Iglesia jugaba un papel dominante. Nadie se podía atrever a cuestionarla. Nosotros, en cambio, vivimos en un mundo donde cada quien puede elegir su propia orientación en un supermercado de religiones y ofertas espirituales. Su mundo era abarcable y de una lentitud bienhechora donde lo nuevo podía desarrollarse y consolidarse en toda calma. Nosotros vivimos en una aldea global que diariamente nos sorprende y desafía con su rapidez impresionante. Para Francisco los pobres tenían rostro y nombre, nosotros por el contrario los percibimos sólo como una masa de millones de excluidos anónimos. ¿Cómo podemos superar esta distancia? Debemos proponernos seriamente encontrar aquellos elementos de su vida que siguen vigentes y ejemplares para la actualidad. Francisco no propagó un programa definido, ni tampoco redactó un manual de vida cristiana. Esto no fue necesario, pues él vivió ejemplarmente aquello que decía. Toda su vida fue lenguaje, y su lenguaje fue vida. Proclamó sólo aquello que había experimentado. Por esta razón pudo decir: se sabe sólo acerca de lo que se hace. Es como que hubiese anticipado aquel principio escogido por Gandhi: el camino es la meta. Si cada día viviésemos inalterablemente aquello que decimos no necesitaríamos programas o estructuras de organización para imponernos. La fe vivida fue el signo característico en Francisco. Vivió la fe en su tiempo marcado por la lucha continua por el poder y dominio entre el Papa y el Emperador, entre los obispos y la burguesía en el florecer de las ciudades. Con todo ello, él no se dejo contagiar ni amedrentar sino que siguió su propio camino y vivió una vida cualitativamente distinta a la de los demás con plena seguridad de lo que hacía. Creyó y actúo según su fe. La vida según el ejemplo de Jesús de Nazaret fue su programa de vida. De esta forma dio vida al Sermón de la Montaña: para Francisco, su contenido no es sabiduría compleja y sublime que debe ser primero explicada para luego poder ser vivida; tampoco una espiritualidad elevada no apta para la cotidianidad. Esta era la imagen que tenía la religiosidad burguesa e individualista. Para él las exigencias del Sermón de la Montaña pertenecen al núcleo del Evangelio; ellas encarnan los consejos de un Dios que ama a los seres humanos incondicionalmente. Por ello, las vivió y amó sin glosa, de forma tal que contagió con su ejemplo a los demás. Este fue su programa de vida, su predicación, su camino totalmente diferente al de la praxis eclesial de entonces. La tarea permanente que se nos presenta es vivir y mantener esto para poder conservar lo esencial del camino franciscano y poder ofrecerlo al mundo de hoy. Andreas Müller OFM

El mundo secular y la Buena Nueva del Evangelio Profesor Dr. Udo Schmälzle OFM En los primeros siglos antes del cambio de la era Constantina la Iglesia se comprometió desde las catacumbas como actor social en el mundo antiguo imponiendo la Buena Nueva del Evangelio sin uso de violencia. No tardó mucho tiempo cuando la Iglesia pactó con el poder político, estableciéndose una alianza entre la corona y el altar; como consecuencia se emprendió la lucha contra los otros creyentes, herejes y cismáticos sin reparo alguno del uso de la violencia y con ello traicionando el programa del Nazareno. Esta traición ha hecho surgir movimientos de reforma y protesta eclesiales internas y externas a lo largo de la historia. El derecho a la libertad, que fue un fruto de las luchas del “homo christianus” frente al estado romano, fue exigido después por estos movimientos de la misma Iglesia. Fue a partir del Concilio Vaticano II cuando la Iglesia empezó a confrontarse seriamente con su propia historia de violencia y a tomar posición desde su enseñanza y su práctica dentro de la sociedad moderna. Llama poderosamente la atención que siempre se han dado dentro de la Iglesia católica a lo largo de los siglos movimientos de reforma, en los cuales cristianas y cristianos han buscado orientarse según los principios evangélicos y que colocaron la base para las reformas emprendidas por el Concilio Vaticano II. Hoy, 50 años después de la inauguración del Concilio, es tiempo para señalar sus conexiones transversales e hilos conductores para dar ánimos a aquellos que sufren por la falta de su implementación en muchas áreas y algunos hasta se ven obligados a salir de la Iglesia. A continuación quiero intentar mostrar estas relaciones usando el ejemplo de la tradición franciscana. 1. La Iglesia y el mundo – los clérigos y los laicos Después del conflicto de las investiduras y la solución de la lucha entre la autoridad espiritual y secular mediante el Concordato de Worms del 1122 dominaba en la Iglesia y en su teología una comprensión de Iglesia y mundo donde se distinguía claramente entre un orden secular y un orden espiritual y entre dos formas de ser cristianos en la Iglesia. El Decretum Gratiani (III c, 12) del año 1142 puso en claro: “Existen dos clases de cristianos (...) Una de ellas debe ser por sobre todo libre del ruido mundano, como los clérigos y consagrados”. Mientras que Francisco intentaba superar en su Regla la división entre clérigos y laicos y enviaba a los Hermanos a anunciar el Evangelio precisamente dentro del ruido del mundo de las ciudades de entonces, se acuñaban semejantes dicotomías en la misma comprensión y acción pastoral de la Iglesia, que han permanecido vigentes hasta el Concilio Vaticano II. Incluso dentro de la misma fraternidad franciscana se ha vivido, durante diversas fases de su historia, una lejanía de las intenciones originales del fundador de la Orden. El “Decreto sobre el apostolado de los laicos” (AA) habla todavía de un “orden espiritual” y un “orden secular”, pero también afirma: Ambos “órdenes, por más que sean distintos, se compenetran de tal forma en el único designio de Dios, que el mismo Dios tiende a reasumir, en Cristo, todo el mundo en la nueva creación, incoactivamente en la tierra, plenamente en el último día. El laico, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana” (AA5). El Concilio reconoce con ello la autonomía de la decisión de conciencia de los laicos. Mucho más: por el bautismo todos participan de la “función sacerdotal, profética y real de Cristo” (LG 31), y con ello tienen la capacidad de tomar decisiones de conciencia. De esta forma el Concilio confirma también posteriormente la concepción y programa de vida de Francisco de Asís, quien en su Testamento fundamenta sus decisiones en la relación personal con su „Señor“: “El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos” (N° 1). Aquello que más tarde hicieron suyos los reformadores ya lo había vivido Francisco en su espiritualidad dentro de la Iglesia. 2. Democracia, libertad de conciencia y la no violencia Con la Constitución pastoral “Sobre la Iglesia en el mundo actual” (GS) la Iglesia tomó distancia de la aplicación de las estructuras estatales seculares a su estructura jerárquica interna. El Papa León XIII habló todavía de un estado cristiano refiriéndose al estado católico que tiene la obligación de proteger la religión católica. Él debe „promover la Iglesia católica y defenderla contra la invasión de otras confesiones religiosas y contra la mentalidad agnóstica“; hasta el Concilio Vaticano II valía el axioma en la Iglesia católica para su política y praxis: “La verdad tiene todo los derechos, el error no tienen ninguno”. Francisco de Asís no asumió el principio de la violencia, defendido después por Tomás de Aquino. Fue consciente que el Papa Inocencio III en su encíclica sobre las Cruzadas del año 1213 llamó al Profeta Mahoma “Hijo de la perdición”, y comparó al Islam con la bestia apocalíptica. Seis años más tarde (1219) se

puso en camino hacia Tierra Santa y Egipto, a pie y sin armas, bajo continuo peligro de muerte, y cruzó las líneas enemigas para poder hablar con el Sultán Al Malik y lograr la paz entre musulmanes y cristianos. El Sultán no mandó ejecutar a Francisco y sus Hermanos; le suplico: “Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada” (Jacobo de Vitry 1220). Hasta el final de su vida Francisco fue siempre un constructor de paz, y en su Cántico de las Creaturas llama “bienaventurado” a quienes soportan en paz las tribulaciones y no responden con violencia sino que buscan la paz. A esto se agrega que en su Regla organizó democráticamente la vida de la Fraternidad. Este principio de igualdad lo fundamentó en la acción del Espíritu Santo. Cada Hermano participa de la acción del Santo Espíritu y en la función profética, sacerdotal y magisterial de Jesucristo. Ya en la Edad Media algunas ciudades italianas asumieron este principio democrático en sus constituciones. Demoró mucho tiempo hasta que la Iglesia integrara este principio en su enseñanza bajo presión de la política; pero hasta el momento actual tiene dificultad de asumirlo en la práctica. “La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del ser humano. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo” (GS Art. 76). Por primera vez un Concilio se orientó según los Derechos Humanos y el bien común de los ciudadanos en una sociedad pluralista. Nell-Breuning constata en vistas a ese cambio de paradigma en la propia comprensión de la Iglesia frente al estado y en vistas a la toma de postura de la iglesia de cuidar por el bien social de los ciudadanos: “El Concilio se decidió por un cambio; este cambio hay que hacerlo realidad”. Nadie en la Iglesia contaba con que este „cambio“, treinta años después del Concilio, debía decidirse en los conflictos con la Teología de la Liberación y con la consejería a la embarazada en relación al aborto. 3. Las tristezas y angustias de los seres humanos (...) son tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (GS 1) En las discusiones en torno a la opción por los pobres, con su clara posición socio política de confrontación contra las dictaduras militares en América Latina, apoyadas por una parte de los obispos y auspiciadas por la CIA de los Estados Unidos se trató precisamente de la ruptura promovida por el Concilio y las Encíclicas sociales de la “alianza tradicional entre el trono y el altar”. El Concilio mismo se distanció del poder político de la clase alta y rica de las dictaduras militares y abrió su visión “hacia las amplias clases populares, los discriminados, oprimidos y explotados” – muchos obispos consideraron este cambio de paradigma como una conversión. Con estas decisiones el Concilio exigió de las diversas partes de la Iglesia retomar posición en el sistema de coordenadas de los diversos poderes políticos y apoyar los movimientos sociales de reforma. Los cambios en la Conferencia Episcopal Latinoamericana fueron ampliamente apoyados por muchos obispos provenientes de la Familia franciscana. Con la „Opción por los pobres“, que marcó esencialmente la postura del Concilio en „Gaudium et spes“, los Padres conciliares se enlistaron tanto en la tradición de las Ordenes mendicantes de la Edad Media como también en las numerosas actividades sustentadas por Franciscanas de las Sociedades de San Vicente y de Santa Elizabeth, que mucho antes del Concilio se habían convertido en abogadas de los pobres y necesitados. Francisco de Asís influyó anticipadamente en muchas decisiones del Concilio Vaticano II. Francisco pudo hacerlo porque supo orientar su vida radicalmente en la Buena Nueva del Evangelio haciendo de él el principio ortopráxico de su acción. Además, hay que agregar su confianza inquebrantable en la obra del Espíritu Santo en cada uno de los Hermanos. Él legó así un grandioso ejemplo de cómo poder vivir en nuestro mundo asumiendo y enfrentando sus desafíos, conflictos y riesgos ecológicos desde la perspectiva del Evangelio.

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