ESE MISTERIO LLAMADO DIOS

ESE MISTERIO LLAMADO DIOS Antonio Paolasso Un misterio siempre es una interrogación y las respuestas son personales INTRODUCCIÓN Hablar de Dios ntes

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ESE MISTERIO LLAMADO DIOS Antonio Paolasso Un misterio siempre es una interrogación y las respuestas son personales

INTRODUCCIÓN Hablar de Dios ntes de comenzar esta reflexión debo aclarar mi posición personal en referencia a Dios, con el fin de que se tenga una clara idea de mi pensamiento sobre la existencia de Dios. En ese sentido admito que creo en Dios y que profeso la religión católica, apostólica y romana. Pero también tengo la obligación de dejar en claro que esta declaración no teñirá a priori con ningún color lo que pienso sobre Dios. Personalmente, entre mis tendencias hay una muy particular: el hecho de que yo tenga una determinada inclinación hacia algo, en el momento de reflexionar sobre una cuestión trato de evitar por todos los medios que mi creencia previa me impida aceptar puntos de vista diferentes u otras creencias, ajenos a los míos. He tratado de sobremanera que sea la inteligencia la que guíe a mi mente para analizar los fenómenos que me propongo tratar, sin la intervención de lo subjetivo afectivo. En consecuencia, en este particular punto que es tratar la existencia de Dios, evito todo dogma o fanatismo de antemano. La circunstancia de ser católico no me impide respetar y aceptar otras creencias, incluso las opuestas a mi posición personal. Ser católico no influirá para nada si debo hablar de ateísmo o de otras formas o religiones que tienen una concepción distinta del significado de Dios, pues en todo momento buscaré la objetividad como meta, tratando de limitar la subjetividad propia de algunas cuestiones.

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Precisamente, mi intención es repasar todas las posiciones posibles, a fin de encontrar el sentido de las mismas, si es que lo poseen y, en el caso en que dicho sentido sea oscuro o no bien explicado, dilucidarlo. Si la lógica y los documentos encontrados no permiten deducir que existe tal sentido, expresaré directamente la aparente falta de sentido de la cuestión en análisis. El respeto

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mutuo y el amor al prójimo me impiden discriminar, oponerme sin más o atacar a otros simplemente porque tengan una idea distinta de la mía. Otra intención es charlar con los ateos e intercambiar opiniones, sin que medien fundamentalismos de ninguna especie. Si pretendemos dialogar una cuestión, no tiene sentido decir de entrada que la cuestión es blanca o negra y no se acepta otra cosa. Comunicarse es hablar con sinceridad pero también con la mente abierta. Si todo vamos a plantearlo con mente cerrada, nada tendrá valor ni sentido, pues, de Perogrullo, “está todo dicho”. Y si la cuestión es que no hay nada que decir, ¿para qué hablar? Si no se habla, ergo, no se puede afirmar ni negar. Hablar es conversar (dialogar), discutir, polemizar o tratar un tema determinado, es decir, consignar que un fenómeno existe, no significa que se acepte la interpretación o las diferentes interpretaciones que se le quieren dar a ese fenómeno. De ninguna manera. Hablar de algo es sólo eso: hablar. En el transcurso del hablar puede surgir, y de hecho ocurre, que se deba interponer una opinión. Pero opinar no desvirtúa el hablar, si lo opinado no significa imponer algo, cortando la fluidez del diálogo. Tanto el consenso como el disenso deben ser equilibrados y muy mesurados y armónicos, reconociendo que ambos son meros puntos de vista de una misma cosa. Es lo único que hace posible que yo pueda escuchar a otros para comprender lo que piensan, sin que ello signifique que tengo que aceptar o comulgar con sus ideas y que otros me escuchen en las mismas condiciones. Escuchar, sobre todo en silencio o sin emitir opinión, no obliga a tomar partido con lo que se discute en una cuestión, sino simplemente haber comprendido, o tratar comprender lo que se está tratando e, intertanto, pensar una respuesta para luego intentar aunar criterios para llegar a un entendimiento aceptable por ambas partes. Naturalmente, en la cuestión Dios, cuando se intenta habla de él desde posiciones opuestas, el ateo cree que la intención del creyente es hablar para adoctrinar, convencer y convertir al ateo en religioso y el religioso o creyente piensa que el ateo es tal por carecer de fe y de la gracia divina que la da espontáneamente la luz del conocimiento de Dios. Esas actitudes son las que tornan desconfiable el hablar de Dios entre un creyente y un ateo. De ahí la oportunidad de mi aclaración en el sentido de que si se decide entablar un diálogo entre un creyente y un ateo, lo primero es despojarse de toda intención que condicione la mente y de los prejuicios, para dedicarse exclusivamente a razonar del mejor modo, la cuestión Dios. Esta aclaración previa es para que quede perfectamente definido que: 1. declararme católico es para que se conozca mi posición (no para imponerla); 2. tratar el ateísmo no es atacarlo sino únicamente saber que existe y querer desentrañar su motivación, asimismo, como

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3. tratar el fanatismo religioso o la imagen que cada uno tiene de Dios es una manera de interesarse por los otros y no implica, bajo ningún concepto u opinión, una crítica adversa o un antagonismo, ni intención de convencer con ideas de convertir. Dios es un bien común y no hay derecho a creer que es propiedad privada de una persona, un grupo, una secta, una iglesia o una parte determinada de la humanidad. Es de todos y para todos y no importa cuál sea la idea o la imagen que nos hemos formado de Él. Aun el blasfemo tiene el derecho de insultar y atacarlo, pues es un problema que queda entre el blasfemo y Dios como, obviamente, el ateo puede descreer sin que eso lo califique o descalifique para nada. Es el uso lícito y correcto de su libertad y libre albedrío. No hay norma humana ni divina que diga que el libre albedrío debe sujetarse a algo, pues si al hombre lo otorgó, Dios es el primero en reconocerlo. Esta es la primera premisa válida para hablar de Dios. Nadie puede juzgar a otros alegando una presunta defensa de Dios. El derecho de atacar, defender, aceptar o negar a Dios es un derecho universal del hombre que, de acuerdo a la moda actual, es un “derecho personalísimo”. Lo que debe analizarse no es la idea en sí que cada uno pueda tener de Dios, sino las acciones efectivas que esta idea genera y su repercusión en la conducta personal y la actuada con otros. Cuando la idea personal de Dios involucra al otro en una acción, acá no está en juego Dios, sino la acción personal de cada uno. Se enjuicia al hombre que actúa y no a su concepción de Dios. De ahí que tanto el creyente como el ateo que sean fundamentalistas, más que sostener ideas con empecinamientos, se vuelven muy ofensivos con lo que no comulgan con sus ideas. Desde otro punto de vista, no debemos olvidar que conversar implica usar el idioma y el idioma, obviamente, se vale de palabras y que esas palabras han sido creadas, inventadas, estructuradas por el hombre para poder tener un instrumento válido para dar sentido a las ideas abstractas o a los sentimientos. Precisamente, dios es una de esas palabras. Es el vocablo para designar una potestad suprema, sobrenatural, sobrehumana. Como todas las otras palabras e intuiciones, nació de la mente humana. Y la mente humana es el instrumento de expresión de la esencia del hombre. Se ha dicho que muchas palabras, especialmente lo referido a lo metafísico y, en alguna medida, abstracto, como es el término dios, son sólo terminología de lo inexistente y que únicamente es una idea fabulada por la mente humana. Es posible que así sea. Pero llama a reflexión el fenómeno de muchas palabras que surgen de mentes humanas distintas y que no han tenido ni conexión ni comunicación de ninguna especie entre sí y por separado confluyen en crear un mismo término. Ese fenómeno es el que me ha despertado la curiosidad. Como tengo el privilegio de haber accedido a fuentes científicas universitarias que me permitieron incursionar en la lingüística, la biología, la medicina, las neurociencias, la comunicación y el lenguaje, esta rica y amplia experiencia me llevó a sondear todas esas disciplinas para encontrar la razón del fenómeno.

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Algunos investigadores de la mente humana, como K. Jung, intuyeron una especie de “disco duro” de la mente del hombre con un software especial que él llamó el “inconsciente colectivo”. Este concepto funcionaría como algo así de que dentro del hombre, como ocurre con el animal, hay una matriz de conductas, actitudes y creencias que se van manifestando a medida que el hombre cursa su historia vital. En el hombre la matriz es totalmente voluble y sujeta a su voluntad. En el animal es más rígida y sólo cambia cuando la supervivencia exige una adaptación muy notable. El fenómeno en el hombre es lo que algunos científicos1 han concebido como una especie de “evolución de la inteligencia”, de corte netamente darvinista. El hombre no sólo ha evolucionado orgánicamente, sino que su mente también evolucionó y sigue evolucionando junto con su cerebro. Los “tres cerebros” del hombre (el del reptil, el de mamífero y de mamífero superior o cortex) se acompañarían de una trasformación procesal de la inteligencia. Es decir, la inteligencia no ha alcanzado un máximo ni culminación, sino simplemente tiene “horizontes abiertos” que el hombre alcanza a medida que avanza en su conocimiento y en la experiencia de interpretar la realidad que le toca vivir. Este fenómeno se suma al descubrimiento de Jung, en el sentido de que el hombre, en su cerebro primitivo de reptil, parece tener un software inscripto donde está todo lo relativo a su esencia y desde ahí salen los datos o elementos que contribuyen a su mayor conocimiento, información y formación. Las neurociencias, hoy, llaman a ese mensaje cifrado: memoria filética porque acompaña al hombre en su filum o desarrollo y se va manifestando juntamente con la inteligencia del hombre en sus distintas etapas evolutivas desde lo instintivo a lo racional. En esa memoria filética estaría todo lo que el hombre elucubra, piensa, crea, siente y sabe. Dios es una palabra que surge de la memoria filética. ¿Por qué sería así? Yo tengo mi propia teoría. Si se acepta la idea antigua de que el espíritu del hombre es “aire”, “viento”,2 “respiración”, “aliento”, etc., idea que el griego concretó en la palabra anemos, de la cual los latinos derivaron animus y el español transforma en ánima o alma, esto concordaría con la idea bíblica de que Dios “insufló el hálito de vida” al hombre y con ese hálito su esencia (a imagen y semejanza), sería lo más natural que esa esencia forme la memoria filética y de ella vaya surgiendo todo lo misterioso del hombre, incluyendo no sólo el cultivo de poderes sobrenaturales sino también la “idea Dios”. Si así no fuera, en la concepción atea, de que al no existir Dios no puede haber creado al hombre, nos queda por despejar la eterna incógnita del “¿de dónde viene el hombre?” Deseando que esta digresión introductoria sea entendida en su exacta dimensión y aceptada en la neutralidad que propone, pasaré a ocuparme de otras cuestiones referidas a Dios. Ya he 1

Entre ellos Teilhard de Chardin Recordemos que la física cuántica denomina como “viento” a la circulación de partículas en el universo y su interacción para generar todos los fenómenos físicos cósmicos. 2

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aclarado que el concepto dios, tal cual se da, es principalmente una palabra, un vocablo, un término que el hombre ha encontrado en las raíces de sus idiomas, para expresar un sentimiento sobre “algo” que está por encima de él, que no lo conoce, pero lo presiente. Ahora vayamos a otra cosa: en ciencia la ley principal que rige a la naturaleza y a todas las disciplinas que la estudian, es que no existe la generación espontánea, en el marco natural del universo conocido. Todos los fenómenos físicos y de otra esencia que se dan en el marco natural, no aparecen súbita y espontáneamente de la nada. Toda molécula se forma desde otra molécula, toda célula proviene de otra célula (omnia celula in celula). Últimamente la física quántica también nos afirma que toda subpartícula es producto de otra subpartícula. Luego, ¿si no existe generación espontánea y toda cosa material necesariamente debe provenir de otra igual, cómo explicamos la aparición de las diferentes materias y seres orgánicos de la Tierra? Las ciencias geológicas nos indican que la vida apareció en la Tierra después que la tierra y el agua estaban presentes primeros. Esto echa “por tierra” la teoría de la eternidad. También la ciencia ha mostrado la evolución de seres vivos y la aparición de especies diferentes, sin que nos explique cómo un pez pueda transformarse en mono, o un mono en hombre. Si bien hay teorías de posibles filums similares pero diferentes (uno será el del hombre y otro el del mono actual), eso no explica la formación de la inteligencia humana ni cómo puede evolucionar por sí el cerebro del reptil (carente de inteligencia) al cortex que produce la inteligencia. Si no hay generación espontánea y todo proviene de algo, es evidente que hay un cortocircuito en la racionalidad de las teorías, las cuales terminan funcionando como mágicas y con un trasfondo de generación espontánea, tal cual están “científicamente” formuladas. De todos modos, ateniéndonos por lógica al esquema racional de que nada nace de la nada, es evidente que en algún momento debió surgir esa partícula o subpartícula primordial que hoy llaman la “partícula de Dios” que no sólo generó el universo todo, sino también a la Tierra y con ella al hombre. Sigue siendo válida la pregunta ¿de dónde sale la primera partícula que generará a otras? Científicamente no hay problemas en aceptar que existen partículas y células totipotenciales que pueden generar cualquier cosa. Esto está probado en la Física quántica y en la biología. El misterio es cómo lo hacen y de donde salieron los primeros entes generadores de otros. Uno de los investigadores del genoma humano y quizás todos los físicos que estudian los hadrones, se formuló esta gran pregunta ¿cómo el mismo carbono que está en la roca forma la vida? ¿Cómo una partícula puede ser a la vez energía y materia y llegar a formar la inteligencia humana? Precisamente esas preguntas y el hecho cierto de que nada sale de la nada, son las que llevan a pensar en la existencia de “algo” que orienta, dirige y crea a toda la creación. Y ese “algo” es lo que luego comentaremos que algunos científicos llaman “principio organizador”, otros “partícula primordial” y así sucesivamente, cubren con nombres vacuos abstractos lo que no puede catalogar concreta y objetivamente. Algunos, más racionales como los griegos y otros antiguos, directamente

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asignaron a la “naturaleza” (esencia) el milagro de la creación y esa naturaleza por eso es “eterna”: está desde siempre ahí, creando sin cesar. De una cosa están todos seguros: debe existir ese “algo” anterior a la creación y que originó las partículas del big bang. Lo que sucede es la falta de acuerdo para darle forma y esencia. Muchos hombres le llaman directamente “creador” y como es supuestamente omnipotente y eterno, le pusieron el nombre de Dios. De allí nace todo esto del misterioso Dios. Quiero dejar expresa constancia que me refiero al principio creador y organizador del universo en forma abstracta, como corolario racional del principio “nada nace de la nada”, pero de ninguna manera esto lleva obligadamente (teodicea) a que ese principio creador sea el Dios de las religiones actuales o pasadas. Mi razonamiento es simplemente indicar dos fenómenos: por un lado el surgimiento lógico de la creación por un principio creador y por otro lado cómo la teodicea llama a ese principio Dios. Pero hay cosas que aún no quedan muy claras para el “orden” que proclama la teodicea. Quizás esto ocurra puesto que ciencia, teodicea y la palabra dios sea sólo una materia o tópico de la mente del hombre y ésa sea la razón de la imposibilidad de establecer la completa y perfecta prueba de la existencia de Dios. La mente humana puede “dar fe” de la existencia de Dios por la mera interpretación de algunos fenómenos pero no puede encontrar al Dios perfecto, porque sino lo haría, como viene ocurriendo, con el esquema de la mente humana pero no con la verdadera esencia de Dios. Por esto, toda prueba que el hombre aporta sobre la existencia de Dios funciona como “invento de la mente humana” y muchos de los dioses de las religiones existentes también se presentan con más virtudes y defectos humanos que divinos. Esto es lo que justifica el razonamiento y la “lógica” de la filosofía atea, pues la misma, en realidad y en el fondo, está rebatiendo el dios de las religiones, pero no al posible “verdadero” Dios. ¿Qué es un misterio? Otro tópico para aclarar es el título de este trabajo. Misterio, según la RAE, es “arcano o cosa secreta en cualquier religión. Cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe. Cualquier cosa arcana o muy recóndita que no se puede comprender o explicar”. De estas denotaciones descartamos lo relativo a “secreto de religión” porque el tema que tratamos, Dios, no es un secreto religioso, sino todo lo contrario: es un mensaje para pregonar a toda voz y polemizar en voz alta. Nos interesa fundamentalmente lo relativo a cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe o arcana o muy recóndita que no se puede comprender o explicar. Esto significa que arrancamos ya, desde el título, con una cuestión harto clara: de que no es algo que pueda ser sometido totalmente a la razón y que muchas veces debe recurrirse más a la fe que a la comprensión o a una posible explicación. Pero como consideramos innegable y patente el fenómeno Dios3 debemos abordarlo con algún modo de conocimiento. 3

Ya sea como existencia real o mera creencia o pura “idea”

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Por esa razón, creemos que puede haber una pequeña senda razonable para intentar un acercamiento distinto al de la mera fe. Este ha sido el trabajo de muchos siglos y de muchos pensadores inteligentes de la humanidad. No es el esfuerzo aislado de un hombre o de un grupo de hombres. Es una inquietud compartida por miles de pensantes y por millones de creyentes. Sería muy fácil decir que no vale aceptar la existencia de Dios sólo por la fe. O, como se ha dicho, Dios es imposible de ver y por lo tanto es algo que no se puede percibir por los sentidos. Si esto se refiere a la persona en sí de Dios, estamos de acuerdo: no es material, ni perceptible por los sentidos por lo que no hay presencia física concreta de su entidad. Pero una cosa es Dios en sí y otra cosa es su presencia invisible a los sentidos. Hay mostraciones no sensibles que no se pueden soslayar (a pesar de ser invisibles o imperceptibles objetivamente), por su evidencia patente. Cuando se “siente” algo en la intimidad, nuestro ánimo se inquieta y actúa como si hubiese tenido una percepción objetiva a través de los sentidos. Nuestra mente tiene un mecanismo final común tanto para la percepción sensorial como la extrasensorial. Por eso, todo dato que impacta nuestra mente, cualquiera sea su naturaleza, provoca una convicción interior que equivale a una certeza. Esto lo analizaremos al estudiar el fenómeno de las creencias y la fe. Pero, ¿cómo negar un fenómeno evidente? Decir que la fe no es válida, sería como poner una cortina a la ventana para que no entre luz en la habitación y, desde esta perspectiva, afirmar que la luz no existe. Razón y fe son dos caras de una misma moneda. Son elementos que se complementan y no se oponen, pues porque lo que la razón no puede abarcar, lo contiene la fe. La palabra fe es polisémica. Esto quiere decir que conlleva muchos significados. Además de ser, en lo religioso, una virtud teologal, también se refiere a conjuntos de creencias de las personas, a una particular adhesión de los dichos de alguien a quien se cree que tiene autoridad para tratar un tema o cuestión. Es la adhesión a una autoridad legítima, cuando certifica que es una cosa, como ocurre con un escribano en la justicia de los tribunales. En esos ámbitos, la palabra “doy fe” no tiene nada que ver con lo religioso sino es la firme convicción de la verdad de un hecho, un documento, etc. Tener fe en algo que no sea Dios, es prestar consentimiento (consenso) a cosas que otro hace o dice, teniéndolas por veraces, certeras y auténticas. Con estos conceptos extraídos del diccionario de la Real Academia Española, vemos que la palabra fe, independiente de la religión, es una mera creencia de que las cosas son ciertas y verdaderas, sin necesidad de ser razonadas. Si aplicamos la fe a un papel, a una palabra de un hombre o a un documento, ¿cuánto más no sería lo debido para tenerla en un principio superior, no perceptible por los sentidos del cuerpo, pero que es captable por otros medios? Probablemente esta digresión introductoria resulte algo extensa, pero creo que la necesito para no dejar dudas de mis intenciones y del modo o método con que intento humildemente acercarme a Dios y a mis prójimos, para reflexionar sobre algo tan importante. Si alguien resulta

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ofendido por alguna manifestación, pido perdón de antemano, pues no es mi intención en esta reflexión atacar, ofender u oponerme a nadie. El único propósito es abordar a Dios en forma directa, despojándome de todo misticismo o preconcepto, para encontrar una senda con autoridad y verdad que me conduzca a la recta razón, más que al sentimiento o la emoción. Naturalmente, la fe exige la afectividad y la voluntad, pero no excluye el raciocinio. Razonar a Dios no es incompatible con la fe. Mas bien, ayuda a reforzar esa fe o, en algunos casos, a encontrarla. Por esto, en la actualidad se piensa con fuerza, que la ciencia es uno de los caminos para aceptar o descartar a Dios. Pero la ciencia puede interpretar un fenómeno como acción divina (milagro) o como el fruto de un poder espiritual exclusivo del hombre. Esto no habla ni a favor ni en contra de Dios, pues tanto un milagro como poder de Dios, como el poder propio del hombre, pueden ser considerados como obra de Dios si se llega a la conclusión de que el hombre es creación divina. De todos modos, las ciencias en general como las llamadas ciencias espirituales en particular, son métodos diseñados por el hombre para objetivar algunos fenómenos naturales y sobrenaturales. Toda ciencia, para ser tal, está sometida a determinados parámetros que permitan que todo objeto de estudio esté al alcance de todos, en forma independiente de la fe y creencias. No obstante, hay ciencias que se han basado en principios que con el paso de tiempo eran meras teorías (creencias) formuladas como evidencias. Ha ocurrido en biología, en medicina, en historia, en física, etc. El fin de la ciencia es el intento de comprobar la veracidad de un fenómeno de forma tal que tal veracidad alcance el grado de universal (consenso universal) dado que el método científico así lo exige con reglas rigurosas. Hasta ahora se ha dado el juego de que los ateos intentan usar la ciencia para demostrar que Dios no existe y los creyentes también buscan el consenso científico para demostrar lo contrario. Todos parecen ignorar que si la ciencia es un método inventado por el hombre y que lo tecnológico se ocupa más de lo artificial que de lo natural, ¿cómo es posible que un medio material (ciencia) pueda ocuparse de una cuestión inmaterial (Dios)? Como yo lo he hecho, es posible que la ciencia me demuestre que todos los entes materiales provienen de otro ente y no se generan espontáneamente. Este hecho científico indiscutible y de consenso universal para ateos y creyentes es el que permite al hombre traspasar un concepto científico al terreno de la metafísica y elucubrar que si todo proviene de algo preexistente y no existe la eternidad, luego, necesariamente el primer “algo” existente debió provenir de una forma espontánea y fuera del plano natural (puesto que en lo natural todo proviene de algo preexistente). Es precisamente la generación espontánea (lo que aparece de la nada) que lleva al concepto de “creación” y esta palabra conlleva el otro concepto: “creador”. Y hasta acá llega la cuestión racional lúcida. Luego es posible entrar en lo personal a “creer” o “tener fe” que ese principio creador es la naturaleza (una idea entrelazada con el panteísmo) o directamente hay un Dios como principio creador. Con esto llegamos al eterno círculo vicioso de la razón y la fe, de lo físico y lo metafísico.

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De ahí que debemos remitirnos a las experiencias personales o a hechos o fenómenos registrados fehacientemente que nos permiten la revelación de hechos o fenómenos que no pueden ser explicados por causas naturales y emerge la experiencia de los llamados “hechos sobrenaturales”. Dentro de esta categoría de fenómenos (cosas que aparecen a la luz y se vuelven perceptibles a los sentidos o cosas que se sienten en el interior y nos llevan a visiones y conceptos que forman una convicción) estarían los milagros como puede ser la resurrección de un muerto o la conversión inexplicable de un ateo a una fe religiosa (o viceversa). Teorías evolucionista y creacionista En este aspecto, siempre he citado una anécdota que escuché cuando era joven, allá por la década del „50. En ese momento salía a la luz un libro de un científico ruso de apellido Oparin,4 el que sostenía la tesis de que la vida había surgido de la materia y no era fruto de la creación de Dios. Este sabio fue invitado a la Universidad de La Sorbona (Francia) a exponer su teoría y allí, como en el libro, escribió una larga ecuación que partiendo de un átomo de carbono terminaba con la compleja fórmula de la materia orgánica. Proponía con ella, la tesis de forjar la vida artificialmente en un laboratorio.5 En ese momento, dice la anécdota o leyenda, se levanta un alumno de la Universidad y le pregunta: Profesor ¿de dónde sale el primer carbono de su fórmula?6 Esta narración sirve para mostrar dos tendencias netamente opuestas en la concepción del origen de la vida: la creacionista y la evolucionista. Y como sucede en la anécdota, siempre ambas tendrán puntos de vista razonables que llevan agua a los molinos respectivos. Pero ninguna da certeza del origen de la materia y si no se conoce el origen certero de la misma, a pesar de que se admite que la vida es fruto de la evolución de la materia, siempre estará presente la duda de donde sale el primer átomo o partícula de materia. De todos modos, no hay una ciencia que demuestre que no hubo creación y todo es pura evolución, como tampoco hay una ciencia que diga que todo fue creado “tal cual” y que la evolución es imposible. Lo que toda ciencia ha mostrado con claridad meridiana es que todo ente conocido procede de otro, que no existe la generación espontánea en lo material y que todos los seres partículas están sometidos a procesos de evolución. Epistemológicamente puede advertirse que la ciencia, en cierto modo, está demostrando que hay creación y evolución conjuntas.

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Oparin - EL ORIGEN DE LA VIDA cosa que había logrado con una membrana que se formaba con materia inorgánica y se auto reproducía “in vitro” 6 A partir de ese momento, Oparin no volvió a dar conferencias en Europa Occidental 5

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De todas maneras, en lo relativo a la vida, sea por creación directa o por evolución, es evidente que hay un factor de principio de las cosas y un principio organizador de la materia y de la energía (ambos principios superiores) para constituir la vida y hacer que de dos células7 se forme un organismo infinitamente multicelular, y es ahí donde se inicia la discusión: para unos este principio es Dios, para otros la Naturaleza y los salomónicos gritan: Dios es la naturaleza. Los científicos, más parcos y cautos, lacónicamente refieren como “fuerza” o “principio” organizador (en lo biológico) u ordenador (en lo físico). Estas primeras reflexiones introductorias nos marcan lo complicado del tema que rodearemos. Por más empeño que se pretenda poner para convencer de una u otra cosa, queda bien nítido que las posiciones son irreductibles: 1. 2. 3. 4. 5. 6.

se cree en Dios, o en la naturaleza, o en ambos o en el hombre o en todo o en nada.

Pero el más recalcitrante de los agnósticos o escépticos no puede negar algo irrefutable: el mundo existe y dentro de él, el hombre. ¿O no?... ¿Hay, o no, autor de esta obra? Los griegos fueron más simplistas e inventan la eternidad: las cosas no fueron creadas, están ahí desde siempre. Empero, aceptando el simplismo griego, queda otra cuestión: ¿las cosas eternas son mutables o inmutables? Luego, si son inmutables no existiría la evolución. Pero como la evolución está y es un hecho o fenómeno que no se presta a la especulación de ser o no ser, por lo tanto la inmutabilidad quedaría relegada al plano de la esencia y ahí se queda en el misterio ontológico. La mutabilidad quita toda posibilidad de absolutismo, siendo el absoluto la condición de lo eterno. Ergo, la eternidad griega es muy sui generi pues concibe una inmutabilidad mutable (algo parecido a lo que las religiones hacen al pergeñar sus dioses). En cambio, la evolución nos habla de algo inacabado y con posibilidad de lo nuevo. Por lo tanto, si lo nuevo aparece en el plano cotidiano de la existencia, significa que las cosas “no están desde siempre”. Más aún: en el proceso evolutivo geológico-geográfico y en la evolución de la vida, muchas cosas fueron y ya no son, lo que podría ser un primer argumento para demostrar que lo material “no es eterno” “no está para siempre”, sino transitorio; que otras cosas surgen en forma posterior a algunas y, finalmente, que una forma no es eterna, sino mutable. La vida, como energía 7

Que siempre son engendradas por seres preexistentes

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pura, es eterna en la forma aparente actual. Como cosa concreta es contingente y mutable. Los seres vivos aparecen y desaparecen, según la teoría de la evolución y por eso dejaron de existir los dinosaurios y apareció el hombre. De igual modo, el universo surge del big bang, de una nebulosa y de otras teorías. Tanto la ciencia como la religión concuerdan, sin más, que todo tuvo un principio y un origen. Repito (hasta el cansancio): la biología postula omnia celula in celula, la física demuestra que toda partícula proviene de otra partícula. Esta “razón probada” científicamente descarta la eternidad pura, absoluta, como entidad increada. No hay una teoría científica y seria ni doctrina filosófica académica que postule una eternidad sin principio de creación. El problema reside en aceptar la autoría y el modo de la creación. Ahora, si no se cree en Dios ni en la ciencia ni en la evolución, nos encontramos con un hombre intelectualmente aislado, sólo y, como dijera Aristóteles, estamos ante un fenómeno que es bestia o es Dios. Sólo las bestias no han demostrado creer en Dios y, obviamente, sólo Dios es el único que no puede creer en sí mismo por su evidencia. Cuando algo es concreto ya no es una creencia sino una existencia perceptible y se transforma en conocimiento cierto. En cambio, por la fe, puedo no conocer concreta y materialmente a Dios, sino únicamente aceptar por convicción interior de que “está presente” o basarme en el principio creador del universo y todos los entes naturales que existieron, existen y existirán. Lo primero es fe, lo segundo Teodicea. Pero entre ambas hay una franja intermedia que es la intuición creativa. Muchas cosas que no existían en forma aparente,8 en el momento de esa inexistencia el hombre las intuyó primero y luego “fueron”, se “materializaron” y se “conocieron concretamente”. Es el caso del átomo (y muchos más ejemplos). Ni remotamente podía conocer certeramente Demócrito que el átomo existía. Pero lo intuye y lo postula. Luego, la ciencia hizo realidad la predicción del pensador griego.9 Estos fenómenos ciertos y reales son pruebas irrefutables que existen entes o entidades que el hombre aun no conoce ciertamente. Pero de seguir la teoría del inconsciente colectivo de Jung o la actual teoría neurocientífica de la memoria filética que reside en el cerebro de reptil del hombre, todo saber existente o todo saber presumido o intuido, está presente en la mente humana10 y sólo la evolución del tiempo y la ciencia podrán concretar lo que empieza como mera creencia, idea, teoría, etc. Mi idea personal es que la memoria filética no es otra cosa que el espíritu humano. Etimológicamente, espíritu es una palabra latina emparentada o derivada del griego anemos que significa aire, respiración, viento, insuflación.11 Según la leyenda atribuida a la Biblia, el alma, como vida, y su forma de espíritu es “insuflada” por Dios al “polvo del suelo” material para crear el hombre. Luego, esa alma o espíritu 8

No “aparecían” a la luz del conocimiento Incluso, hoy no hay “átomo” como se dijo a la partícula llamada átomo. Para cumplir la idea de Demócrito, el verdadero átomo sería el hadrón. 10 Sin olvidar que la mente es la operadora del espíritu y éste es el contenedor de esa mente filética 11 En Génesis 1,2 se lee la traducción española “y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas” 9

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es el Dios mismo que “materializa” su imagen: “Dijo Dios: hagamos al ser humano a nuestra imagen como semejanza nuestra… (Génesis 1,26) Luego, si se tiene fe en la Biblia, el hombre es la esencia de Dios materializada en la tierra, puesto que tenemos su imagen y semejanza. Pero, ¡cuidado!, semejanza no es igualdad. Semejar es parecer ser alguien o algo. Y hemos visto muchas veces que parecer ser no lo mismo que ser. La apariencia, los que las cosas parecen ser, no es lo que son. Conocer lo que son es conocer su esencia. Saber de la esencia es la verdad. La apariencia no es la verdad y puede ser la falsedad. ¿Qué quiere decir todo esto? Nos semejamos a Dios pero no somos Dios. Sin embargo, la semejanza es porque llevamos dentro de nosotros, en la mismidad o intimidad, la esencia de Dios infundida para crearnos. Esa esencia nos hace copartícipes de la esencia de Dios. Los que dudan de esto, por temer asumir tal responsabilidad, también deberían dudar del resto de las aserciones bíblicas. Pero, hete aquí, que toda la creación, tal cual la narra el Génesis, se comprobó científicamente mediante la geología, la paleontología, antropología, arqueología y toda la ciencia que se ocupa de establecer las eras en que aparecen la tierra y los seres vivientes que la poblaron. La ciencia, especie de diosa para muchos hombres, en cuyo nombre se niega a Dios, se ocupa de dar testimonio directo del texto bíblico. Últimamente la arqueología prueba que la historia bíblica es historia cierta en lo relativo a la evolución del pueblo hebreo. El problema bíblico es el lenguaje original que costó traducir a las lenguas conocidas y existentes actualmente. Hay otros nombres en la Biblia, pero hoy se están traduciendo mejor, como también se está logrando traducciones e interpretaciones más ajustadas al antiguo idioma hebreo. Estas interpretaciones “debidas” demuestran que los nombres bíblicos están en la historia con otras apelaciones. Pero sea cual fuere la verdad de lo acontecido en la creación, de creer en la Biblia, cuyo texto hemos reputado de veraz en muchas de sus descripciones, no deberíamos descreer de la parte de esencia divina que poseemos. Luego, como espíritu es esencia, esa esencia divina radica en el espíritu.12 Puede que mi punto de vista no sea totalmente correcto. Es el precio de mi imperfección humana. Pero he expuesto mis preguntas sobre la base de hechos concretos y fenómenos comprobables, tanto por la razón como por la ciencia. No son fenómenos sujetos a la fe, en sí mismos. La interpretación de la aparición primera de un ente es la que queda sujeta a la fe. No su existencia en sí. Todo fenómeno existe. Si es real o irreal, si es falso o verdadero, si es eterno o temporal, si... etc. etc., entra en el dominio de la búsqueda del significado de las cosas y éste es el quehacer de la inteligencia del hombre. Pero, sólo la enunciación de un significado, no quiere decir que el fenómeno o la cosa, sea lo que ese significado dice y constituye un puro nominalismo. La 12

No debemos olvidar que el vocablo espíritu es polisémico y, como indicador de esencia, se usa al decir, el “espíritu” del vino o un licor, etc. También se denomina espíritu a los espectros o fantasmas (acá la acepción se debe al confundir al espíritu como alma, pero luego distinguiré que hilando fino, espíritu no sería exactamente igual que alma

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experiencia nos enseña que muchos conceptos aceptados con pleno consenso en una época determinada, en otra fueron rebatidos o negados o cambiados. Es lo que ocurre con la antinomia teísmo-ateísmo: decir que Dios existe o que Dios no existe como enunciado o concepto con significado, se comporta como un mero nominalismo. Ergo, significado no es igual a realidad. Es sólo eso: una idea formada sobre una realidad determinada y sujeto a la manera que el hombre tiene en ese preciso momento para concluir un significado. Es decir, expresar un ente real bajo la forma de un signo producto de su mente. Luego el signo no es el ser en sí y el proceso del significado puede cambiar a medida que se cambia el punto de vista del conocimiento del ente significado. Lo absoluto y lo relativo Por esta razón, cuando se busca un significado siempre ronda otra cuestión traducida por la pregunta: ¿relativo o absoluto? Y en esto, entramos en una especie de agujero negro de la galaxia humana. ¿Existe el absoluto? Quienes hemos leído una parte de la filosofía y del pensamiento humano (ya que en este siglo XXI es imposible abarcar todo el conocimiento del pensamiento humano dada la extensión que los siglos anteriores, que son muchos más que veintiuno, han impreso a ese pensamiento) todavía no encontramos la respuesta certera sobre la existencia del absoluto. Creo que lo más lógico es aceptar la relatividad que todo ha presentado hasta ahora como el fenómeno de lo material. Y lo absoluto queda reservado a lo ideal, es decir, al poder de ideación que tiene el hombre sobre lo abstracto. En la dimensión de la idea abstracta es insoslayable la concepción de lo absoluto. Por eso Dios existe. Como concepto absoluto es innegable. Ahora, si es entidad real o irreal es harina de otro costal, pues dependerá del concepto de realidad que se maneje. Acá acude la fe a suplantar a la razón y le da sustento a hacer real el concepto absoluto. Si nos manejamos dentro de la subjetividad, no hay forma de negar o quitar mérito a todo esto. El problema es cuando se pretende hacer objetivo el concepto absoluto. Fuera de la mente del hombre, el universo y el hombre mismo tienen ambos una cierta relatividad. La ciencia admite, sin cortapisas, que el hombre no es eterno. Incluso, fija la era cuando aparece sobre la tierra. Lo que no puede precisar es con exactitud los millones de años de esa era. La geología nos habla de la evolución de la tierra. La historia nos da prueba de la evolución del hombre, al menos en la civilización. Sólo la antropología paleontológica trata de dilucidar si hubo una evolución física y mental, mientras que la antropología filosófica actual trata de establecer la posibilidad de una evolución de la inteligencia del hombre. Frente a estos hechos concretos y

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objetivos de la antropología, la paleontología, la arqueología, la historia y otras “ciencias” indiscutidas del hombre, ¿dónde queda el concepto de eternidad de la materia? Más bien funciona como otro absoluto subjetivo de la mente. En las cosas no conocidas con certeza, como en la concepción de abstractos, la mente humana siempre crea dilemas o enigmas. No sé si es una facultad intelectual o una función lúdica. Pero lo concreto es que el fenómeno existe. Así hablamos y aceptamos los abstractos como belleza, fealdad, bondad, maldad y otros tantos. Estas cosas no entidades concretas en el universo, sino sólo entidades abstractas en nuestra mente. Pero las proyectamos sobre el universo y sus cosas, dándoles realidad. ¿Quién duda que exista la belleza, o la fealdad? Pero también, ¿quién duda de que no estemos siempre preguntando que cosa es bella o fea o en qué consiste la belleza o la fealdad? Planteado el abstracto Dios, enseguida se conecta también con el dilema de su existencia.13 Pero acá ya no hay consenso en aceptar un abstracto a través de los objetos de la realidad. Alguna vez escuché un dilema que seguramente al que lo formuló puede parecerle genial, pero a otros una estupidez. El dilema en cuestión planteaba: si Dios es todopoderoso: ¿puede crear una roca que Él mismo no pueda destruir? Este dilema lleva a dos cosas: si puede crear esa roca, deja de ser todopoderoso porque después no la podrá destruir. Si no la puede crear, también deja de ser todopoderoso. A su vez, dicho dilema es fruto del abstracto imposible. Siempre la mente humana estuvo limitada por los conceptos de lo posible y lo imposible. Para nuestra concepción mental, nunca lo todopoderoso puede crear algo sobre lo cual no tenga poder. De ahí que el absoluto Dios, si era el principio creador de todo, debiera ser todopoderoso y para Él no habría imposibles. Pero ser todopoderoso también tiene que estar de acuerdo con la lógica (otra función mental del hombre que busca el correcto procedimiento de usar la razón), llamada también pensamiento lógico.14 Por lo tanto, todo el poder de Dios tiene que ser lógico, como parte de su inteligencia suprema. Y la lógica nos indica que Dios no puede plantearse el problema de crear algo que Él no pueda des-crear. Luego, todo lo creable debe ser des-creable. El todo-poder descarta de plano todo no-poder. Pero, como afirmara Platón, sólo la mente del hombre tiene el poder de admitir el no poder. 13

Últimamente se ha presentado el autodenominado “materialismo filosófico” al que se define como “una crítica a todo espiritualismo y a los contenidos metafísicos de los demás materialismos” Luego, si critica al espiritualismo y a los contenidos metafísicos, está reconociendo la existencia de ellos, sólo que no concuerda con los significados dados a los mismos. Pero dada la definición de material o materialismo, que aparentemente está dedicado sólo a lo físico, ¿cómo negar la existencia de la inteligencia, principal función con que se exterioriza lo metafísico? Ergo, existe la inteligencia porque existe lo metafísico y lo metafísico está indisolublemente ligado a lo espiritual, dos fenómenos imposibles de erradicar o eliminar por un simple juego racional de palabras (racionalismo puro) 14 La lógica natural es la disposición natural para discurrir con acierto sin el auxilio de la ciencia. Su base es el sentido común o sensatez

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La realidad es otra cosa. La existencia concreta de un ente, incluyendo a Dios, siempre es un poder (poder ser...). Esto no admite el dilema de poder o no poder. Se es o no se es. Ser o no ser, del Hamlet de Shakespeare. Si Dios puede crear una roca, también puede destruirla. Pero no puede crear lo indestructible por la simple razón de que se opondría a su todo-poder. Luego, la cuestión es meramente bizantina, e ilógica. Lo lógico es lo razonable. Lo irracional sólo está referido a quien no posee la razón del hombre. Por eso, cuando el hombre formula un juicio irracional, éste no es válido, puesto que está fuera de la razón creadora. Si bien la razón admite la posibilidad de concebir lo irracional, de ninguna manera hay coexistencia, en una misma cuestión, de lo racional y lo irracional. Por lo tanto, si tomamos una cosa como es el todo-poder, queda descartado, como irracional, el no-poder. Ergo, el dilema sobre la roca es irracional. Algo similar veremos después en los dilemas de Epicuro. Consecuentemente, si es inadmisible para la mente del hombre, mucho más lo es para la supuesta perfección de Dios (supuesta no en el sentido de dudar de su existencia, sino que el concepto Dios supone la perfección). Toda la irracionalidad que los agnósticos y ateos atribuyen a los dioses de las religiones, en realidad son irracionalidades de la mente humana, del mismo modo que la irracionalidad de los dioses pergeñados por el hombre. Es el hombre, que a través de sus religiones, crea dioses irracionales o ritos irracionales u otras supercherías. Y esto, lógicamente, no significa que Dios sea el irracional. Definición de la palabra Dios Pero vamos a lo básico: ¿qué es el término o palabra Dios? No podemos seguir hablando de Dios, si no estamos de acuerdo con el sentido que estamos empleando a esta palabra. Metódicamente, en todos mis escritos, conservo la pasión reiterativa de un “ponerme de acuerdo” con el sentido que usaré en cada palabra que empleo. Previamente, siempre aburro aclarando que toda palabra tiene un significado denotativo (el del diccionario), uno connotativo (el que cada uno le da a las palabras que emplea) o el etimológico (el sentido que dio origen a la palabra). Así, cada palabra tendrá un sentido determinado si se usa denotativa o connotativa o etimológicamente. Puede que los tres significados coincidan. Pero no es lo habitual y por ello, mi preocupación de ajustar los términos a un significado concreto. En esta tarea, comienzo por el sentido denotativo. La RAE define a Dios como: “nombre sagrado del Supremo Ser, Criador del universo, que lo conserva y lo rige por su providencia”; “cualquiera de las deidades a que dan o han dado culto las diversas religiones”. En general, todos los diccionarios coinciden con esta concepción. En cuanto a la etimología, en español, Dios deriva del latín deus. En la Antigüedad, Dios adquiere identificación con determinados términos o palabras. Para los judíos es Yahvé o Jehová, para los

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griegos Zeus o theo (de donde nace el latín deus). En la acepción 3ª de la palabra cielo (del latín coelus) significa Dios. En cuanto a las connotaciones, la cosa cambia al considerar si una sociedad es monoteísta o politeísta. Si es monoteísta, habrá un solo nombre porque hay un solo Dios. Pero las sociedades politeístas tendrán diferentes nombres, según al dios al que se refieran. Así, si la sociedad tiene dentro de todos los dioses uno principal, nominará a éste como el más importante. Los griegos designaron a Zeus como el principal, los egipcios a Amon Ra, los indígenas latinoamericanos a la Pachamama, para los incas era Inti Huasi y así sucesivamente. Luego, la connotación dependerá de este mono o politeísmo. Mientras el monoteísmo admite un solo Dios como principio abstracto de todas las cosas, el politeísmo, dentro del cual está el panteísmo, dará el valor de dios concreto al sol, la luna, un río, un animal, la tierra, al universo o a un ser irreal reproducido por una piedra o un lugar u otra cosa que represente ese ser. La representación de un dios, da origen a los íconos, ídolos o imágenes sagradas y muchas veces estas imágenes, impresas o en forma de bustos, estatuas, etc., vendrán a ser en sí mismas el dios que representan. El ídolo o el icono suplantan al dios. También habrá dioses para cada actividad y en estos los griegos fundaron su mitología, del mismo modo que los indios (de la India) egipcios y los romanos y otros pueblos de la antigüedad. Habrá dioses del amor, de la caza, de la fertilidad, de las lluvias, del vino, etc. En resumen, Dios significa, denotativa o connotativamente, en su mayor consenso: Ser Supremo, de identidad misteriosa y sobrenatural Principio absoluto: creador del universo y su regidor providente Principio de todas las religiones mono o politeísta Definición de religión Todo lo que une o lleva al hombre a Dios, se denomina religión. Según la RAE, religión es el “conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y de temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto. Virtud que nos mueve a dar a Dios el culto debido”. Se ha dicho que etimológicamente viene del latín religio – õnis y muchas veces se ha relacionado esto con religãre que significa “volver a atar” “ceñir más estrechamente” o sea, que religión es lo que vuelve atar el hombre a Dios y lo ciñe más estrechamente a él. Otras denotaciones de religión, la da el DICCIONARIO ILUSTRADO DE CULTURA ESENCIAL: “pensamiento articulado que busca dar una explicación del mundo, conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad. Para el sociólogo francés Émile Durkheim, la religión

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es un sistema de creencias, ritos y prácticas, bajo las que se manifiesta lo sagrado, éstas regulan las relaciones del hombre con Dios. De acuerdo con Georg Wilhelm Friedrich Hegel, es una vivencia personal, que a lo largo de la historia se ha ido exteriorizando y estructurando en representaciones. La religión da unidad y sentido a los hombres, a la vida y al mundo, es una interpretación de la existencia”. De todo esto se deduce que religión es: 1. un conjunto o sistema de creencias acerca de Dios o la divinidad 2. un conjunto de prácticas o ritos destinados a la adoración de Dios 3. un conjunto de normas morales para regular la conducta individual y social de los creyentes 4. un pensamiento o un sentimiento o una vivencia personal 5. una interpretación de la existencia que da unidad y sentido a los hombres, a la vida y al mundo. 6. una doctrina guardada en los llamados Libros Sagrados Si tomamos, por ejemplo, el concepto de que la religión es un pensamiento o un sentimiento o una vivencia personal, esto ha dado pie al llamado materialismo filosófico, el cual sostiene que las religiones no tienen nada que ver con Dios. Esta afirmación, ligada a la “idea Dios”, cuya existencia niega, parece ignorar la lingüística y el uso del lenguaje, porque, como lo hemos explicado, la “idea religión” se manifestó porque muchos hombre la tuvieron. Al tener la idea le pusieron un nombre (signo lingüístico) y a ese nombre le dieron un significado racional (concepto). Tanto la idea religión, como el concepto de la misma, primariamente y desde su origen, tuvo relación directa con Dios. Esto es, simplemente, la prueba insoslayable de que “tienen mucho que ver con Dios” pues se basan en la creencia de su existencia. El fenómeno de que muchos cultos, doctrinas o ritos hayan incluido o derivado en prácticas y conceptos más propios de una especulación irracional o sin una base de sustentación sostenible a la luz de la inteligencia ni aceptable, aun, como algo extranatural o milagroso, no quita el sentido dado universalmente a la palabra religión. Hay una cuestión muy importante a despejar: ¿la religión es obra del hombre o de Dios? Evidentemente, es una creación humana fundamentada por la idea del hombre de un reencuentro con Dios. Quizá, no tener presente esto, lleve al materialismo filosófico a confundir religión y la idea Dios y de ahí su aseveración de que la religión es ajena a Dios. Lo cierto es que la religión es puro dominio del hombre, pero etimológicamente unida a la idea de Dios. No es obra de Dios, porque funciona como una herramienta humana para acercarse a Dios. De hecho, muchas costumbres llamadas religiosas dan la razón al materialismo filosófico: son cosas y cuestiones más ligadas a las fantasías y a los excesos de la conducta humana que a una inspiración divina. En ese caso, particularmente, lo llamado religión verdaderamente “no tiene nada que ver con Dios” sino con una falsa “idea de Dios”. El desvío de la religión, o sus excesos, la invalidan en lo general pero

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no la descalifican en lo particular. Una cosa es el exceso o la corrupción religiosa y otra muy distinta la naturaleza de la religión. Seguramente hay mucho más para incluir en esta introducción, pero nos hemos limitado a lo que consideramos principal y con este criterio finalizaremos esta presentación de nuestro trabajo. En los capítulos siguientes trataremos de ir dilucidando otras cuestiones relativas a ese misterio que se llama Dios

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CAPÍTULO PRIMERO

ACTOS MENTALES Y CREENCIAS Concepto de creencia fin de establecer una clara diferencia entre saber y creer, diremos que creencia es un término que deriva del verbo creer el cual es definido por la Real Academia Española (RAE) como “tener por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza o que no está comprobada o demostrada”, “pensar, juzgar, sospechar una cosa o estar persuadido de ella”, “tener una cosa por verosímil o probable”, “dar crédito o asenso a las cosas, sin suficiente fundamento”.

A

Consideramos oportuno incluir una amplia digresión sobre este tema, dado que al tratar la cuestión de Dios, ineludiblemente desembocamos en la fe o creencia y en otros productos de actos mentales. En consecuencia, creencia es un “firme asentimiento y conformidad con alguna cosa o completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguros o ciertos”. Estos conceptos diferencian a creencia del saber al cual se considera como un conocimiento cierto.15 Las creencias son conocimientos, de algún modo, inciertos pero a los cuales se les rodea de una certeza subjetiva a la cual se tiene como certeza real y objetiva. Esta es la condición muy particular de toda creencia. Quien sustenta una creencia no pone en dudas el objeto de su fe. Simplemente se limita a aceptarlo como verdadero o real aunque carezca de la certeza plena. En lo relativo a “concepto de concepto” algo similar puede ocurrir con las creencias, las que pueden coincidir o no con hechos existentes. Generalmente, la mayoría de las creencias no representan a hechos existentes. De no ser así, si sólo se pudiera creer lo que se considera real o de existencia cierta, se podría aducir que todos los actos mentales de creencia están dirigidos a hechos concretos. Pero lo evidente es que las creencias proponen ideas de actos relacionales mediante la introducción de juicios, a los que se dan como de existencia real. Si esto resultara falaz, una fuerte autocrítica, que demuestre la no-realidad de la creencia, automáticamente la eliminaría por ser falsa. Si se acepta, es porque se ha confundido como verdad de existencia real a una cuestión aparentemente real. Esto opera como que todo acto mental tiene un objeto: hay algo que constituye su “intención”. Sólo que ese objeto no necesita ser existente sino que basta con sea subsistente.16 15

Aquí certeza se emplea en el sentido de algo conocido ya sea a través de lo sentido o demostrado científicamente 16 Subsistencia en el sentido de permanencia, estabilidad y conservación

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Formación de las creencias Hemos analizado que los conceptos dados en la denotación de creencia, en el sentido de “cosa no demostrada” diferencian a la misma del saber al cual se considera como un conocimiento cierto. Las creencias, acotamos, que son conocimientos, de algún modo considerados inciertos pero infundidos de una certeza subjetiva a la que se considera real y objetiva. Esta es la condición muy particular de toda creencia. Esto me obliga a iterar que quien sustenta una creencia no pone en dudas el objeto de su fe. Simplemente se limita a aceptarlo como verdadero o real aunque carezca de la certeza plena. Opera como si fuese un estado místico. En un estado místico hay un goce que produce en el alma humana el ajuste del deseo con el objeto, por una emoción inefable del encuentro con la cosa querida. Esto necesita de un temperamento místico, que es lo que otorga tanta intensidad y evidencia en un encuentro místico. Este encuentro místico tiene infinidades de gama y matices en todas las formas de las actividades del hombre. Bagehot llama a esto la emoción de la convicción, de forma tal que en el acto de intuición propio del misticismo, la percepción de una verdad, cualquiera sea su grado, se acompaña de una descarga emotiva que otorga a esa intuición la calidad de certidumbre y la hace adquirir la fuerza de una creencia. Este sería uno de los mecanismos de formación de creencias en el hombre, sobre todo el de la fe y también del afecto amor como querer a una persona o cosa. Esta emoción de la certidumbre es lo constituye uno de los grandes resortes de la voluntad como móvil difuso inconsciente de determinadas acciones humanas (religiosas, artísticas, conductas afectivas, etc.) Ramón y Cajal ha descrito esa emoción que ayuda a desentrañar la esencia del querer (como afecto y voluntad) en aquellas manifestaciones en que no es imprescindible el conocimiento por mero esfuerzo intelectual, sino que éste puede provenir de una actividad espiritual distinta: “Este placer indefinible, al lado del cual todas las demás fruiciones de la vida se reducen a pálidas sensaciones, indemniza sobradamente al investigador de la pesada y perseverante labor analítica, precursora, como el dolor del parto, de la aparición de la nueva verdad”. En este texto, el investigador expresa cómo la idea intuitiva que surge en medio de un trabajo analítico y permite descubrir un nuevo aspecto filosófico o científico produce un gozo infinito, el que magistralmente Arquímedes inmortalizó con la frase “Eureka”. Siempre el misticismo, una vez que inspira al artista, al científico y a los religiosos, produce una descarga emotiva que concluye o acompaña a un acto volitivo. Pero el mecanismo o forma de suceder el fenómeno de la emoción de la convicción, también puede tener un costado que no está dedicado o allegado a buscar la verdad. Una mera obsesión sobre una cuestión cualquiera (objetiva o subjetiva) puede concentrar a la mente de forma tal que por el mismo proceso que llega a la

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emoción de la convicción frente a la verdad, el objeto de la obsesión puede interpretarse como verdad irrefutable, aunque no lo sea (fenómeno que induce el fanatismo y los extremismos espirituales). La gente, básicamente, anhela ver un orden, un modelo y un significado en el mundo. Esto configura, de algún modo, una visión prejuiciosa o apriorística de los acontecimientos que ocurren, pues consciente o inconscientemente, dichos acontecimientos son juzgados bajo pretensión del concepto apriorístico. Desde este punto de vista, los hechos comunes y cotidianos de la vida, así como los problemas espirituales propios de la esencia del hombre, son vistos: 1. con datos estadísticos 2. con los prejuicios formados alrededor de ellos 3. subjetivamente Situaciones como los accidentes de cualquier naturaleza, enfermedad, fenómenos cíclicos, es decir, todo aquello que tiene una cierta repetición en diversas maneras, pueden conformar algunos tipos de opinión según sea el modo en que se interpreten o, mejor dicho, se deseen interpretar. Una práctica común es elaborar sentencias breves sobre determinadas cosas que demuestran esta actitud. Por ejemplo, tanto en lo relativo a situaciones desastrosas como felices, se acuña la frase “no hay dos sin tres” como queriendo significar que forzosamente, una mala situación trae otra o viceversa: a un acontecimiento feliz sigue otro igual. La reiteración o aparición repetitiva de determinados hechos, lleva a la elaboración estadística de los mismos, y esa noción de número de casos o veces en que ocurren los hechos, es tomado literalmente como que fatídicamente “las cosas deben ocurrir así”. Probablemente esta concepción se base en la periodicidad de ciertos hechos, pero la asociación de las cosas azarosas suele hacerse porque se tiene en cuenta que han ocurrido una vez y se repiten en un día, en un mes o en años. La flexibilidad de estos extremos temporales es lo que permite que la gente forme opinión de la sucesión inevitable de circunstancias especialmente fatídicas. Cuando alguien sufre una persecución, un ataque o se ve enfrentando una acusación policial o judicial, lo primero que se piensa es “por algo será”. ¿Cuál es el patrón con que la gente se guía para llegar a estas conclusiones? En primer lugar hay una especie de aceptación de que “la culpa es siempre ajena”. Así, el que conduce un vehículo se convence a sí mismo que lo hace bien y, en la mayoría de los casos, que lo hace mejor que otro. Cuando hay un accidente vial, por la lógica empleada, la culpa es del otro. Si en la conducta social

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no se ha encontrado con algún problema que lo involucre en situaciones comprometidas (asalto, asesinato, violación, falsa imputación policial o judicial) piensa que esto le ocurre porque “él es bueno y correcto”. O, como concibe gran parte de las personas, “a mí no me va a ocurrir”. Estas apreciaciones subjetivas son las que llevan a aceptar la idea de “las cosas le ocurren a otro” y es acá donde interviene el subjetivismo, alimentado por las estadísticas. Otras variables que integran la formación de creencias son: la formación de juicios la fe humana la sugestión y autosugestión las supersticiones Actos mentales y formación de juicios El concepto de acto como “hecho o acción”, necesariamente nos lleva a concluir que un acto mental es “todo hecho o acción producido por la mente”, como una definición obvia. De ahí en más, cada analista puede agregar otras connotaciones, según la intención de definir o considerar lo qué es un acto mental. Nuestra intención es más simple: tomar lo obvio como base para comenzar a desmenuzar la cuestión que es tema de este trabajo. Por lo tanto, los actos mentales tienen el sustrato de la realidad, pero también el sustrato de la percepción interior. Esto está bien estipulado por Grossmann cuando dice: “la opinión de que los actos mentales sólo son dados en la propia experiencia de un sujeto, descansa igualmente en dos creencias del sentido común, a saber: que uno es a veces consciente de sus propios actos mentales y que uno no podría ser consciente de los actos de otro, precisamente, de esa misma manera”. Acto seguido profundiza aun más cuando asevera que “decir que los actos mentales... son privados significa solamente que no pueden ser experimentado por varias personas” a la vez. Y agrega: “no significa que sus propiedades no puedan ser experimentadas por varias personas (en forma individual), ni que no pueda haber comunicación a propósito de ellos”. Esto significa que cuando yo pienso, de la misma forma en que yo lo hago, con idéntico contenido, no lo podrá hacer otra persona o varias de ellas simultáneamente. Cada uno de ellos puede pensar la misma cuestión en forma simultánea, pero el acto mental de cada uno será distinto. Sólo comparten en común el tema o cuestión a pensar y las propiedades intelectuales del proceso de pensar, pero no el modo personal de hacerlo. Como muchas de las opiniones o sentencias filosóficas descansan en “creencias del sentido común”, las dos creencias del sentido común que dan origen a un argumento filosófico son:

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por una parte, la creencia de que uno puede conocer los estados de conciencia de otra persona; por otra parte, de que uno sólo puede experimentar los suyos propios. Para que no haya confusión filosófica deben ser aceptadas plenamente estas dos creencias, pero esta condición exige entonces, que también varíe el método de observación a fin de que la observación de los actos mentales de otra persona, son percibidos en modo distinto a los propios actos mentales. Esto es lo que da el pie para la extro y la introspección, como formas de percibir, registrar o captar las sensaciones externas e internas, respectivamente. En el caso de conceptos y juicios, como actos mentales, son objetos subsistentes (subexistentes) antes que existentes.17 Esto podría asimilarse a otras palabras, teniendo como subsistente “lo irreal” y existente “lo real”. Si se quiere ir más allá en un juego de palabras y conceptos, podemos hablar de “objeto subjetivo” como aquello que está dentro del yo (puramente mental) y de “objeto objetivo” como aquello que está fuera del yo, inserto en el mundo exterior. Esta circunstancia no es óbice para la teoría de actos mentales relacionales, porque la relación puede ser tanto con entidades interiores, subjetivas, meramente mentales, subsistentes, inexistentes o bien con objetos concretos, existentes y reales. La capacidad de concepción y percepción sensorial y extrasensorial es patrimonio de la creatividad humana. De no ser de esta forma, no tendrían lugar los conceptos abstractos (belleza, fealdad, maldad, bondad, etc.) que sin ser reales en sí son aplicados en forma relacional y adquieren la autonomía de ser valores.18 Es como si el concepto adquiriera una cualidad que sólo poseen algunas realidades (objetos feos o bellos, buenos o malos) llamadas bienes, por lo que son estimables e, incluso, susceptibles de ser polarizados como negativos o positivos y ser sometidos a jerarquías de superiores o inferiores. La aceptación o rechazo de los conceptos de los actos mentales es, en nuestra opinión, una especie de discusión bizantina, llena de ornamentos retóricos, con alguna base de sustentación según el punto de vista con que se lo quiera mirar. Lo objetivo es que el acto mental existe como un modo de ser diverso y complejo de algo todavía mucho más diverso y complejo que es la esencia de la mente en sí. Por esto, muchos abandonan la tarea del análisis ontológico y filosófico, dado lo complicado de las diferentes aristas que presenta el fenómeno mente.

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Esta es la teoría Bolzano-Frege, dos autores que sostienen que conceptos y juicios son subsistentes, es decir, no están en el espacio y tiempo, a diferencia de los existentes que se encuentran en el espacio y en el tiempo. 18 Entendiendo como valor a todo “grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite; o el alcance de la significación o importancia de una cosa” en este caso, de una palabra o concepto

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Pensamos también que no hay que declinar ningún análisis sino aceptar todos los esfuerzos por aclarar la existencia del fenómeno mental. Es útil ver todos los aspectos lógicos e ilógicos para ir comprendiendo algo que se hace incomprensible en el intento de un acceso directo. El acceso indirecto da lugar a todas las especulaciones posibles y, aunque contradictorias, todas son válidas, porque la mente, como suma representación del hombre, es en sí tan compleja y diversa como el hombre mismo. De ahí todas las facetas de compatibilidad y de contradicción aparente que presenta. Lo inteligente es abrirse al fenómeno y aceptar todos los puntos de vista, pues cada aspecto tiene su utilidad. Lo contrario, precisamente, es la creencia, la cual acepta de buena fe a la aparente verdad de una cosa o cuestión, sin abrir la inteligencia al fenómeno y abarcarlo desde todo punto de vista, en una acción dubitativa válida, hasta adquirir la certeza plena de lo que la cosa es. La creencia opera como un acto mental incompleto. No es un acto fallido totalmente, pero al no operar con toda la potencia intelectual o espiritual, queda como algo no terminado completamente. De ahí la posibilidad de fallar un criterio de mera creencia. Diferencia entre fenómeno,19 realidad, creencia y certeza Cuando un fenómeno ocurre, impacta a la mente humana al ser percibido. Aquello que se ve, se oye y se toca se presenta como una verdad inmutable e indiscutible. Algo similar ocurre con lo que se siente. Por sólo haber percibido la existencia de algo, se toma esto como una “prueba irrefutable” de la cosa porque la mente le atribuye una estructura y una coherencia: esto está ahí, eso es indudable y si está ahí es porque es así. Las cosas “ocurren así” por una lógica mental aparentemente irrebatible: si yo estoy viendo, oyendo y tocando algo esto es real y por lo tanto, si es real no puede ser otra cosa distinta de lo que yo veo, oigo y toco. Hasta acá todo parece correcto. Pero lo que no se analiza profundamente es que las cosas no siempre se presentan a la luz como son sino que casi siempre parecen ser una cosa y, en realidad, son otras. Esta diferencia entre ser y parecer (parece ser) es fundamental para la interpretación objetiva y verdadera de los fenómenos. Precisamente, para aprender la actitud de interpretación correcta, se necesita un cierto entrenamiento. Y, de Perogrullo, una integridad total de nuestros sentidos. Si tengo una falla de los sentidos, naturalmente lo que percibo también es fallado. Si pensamos, teóricamente, que nuestra percepción como tal es correcta, lo que sigue es analizar el fenómeno para saber si lo que estamos viendo es real o irreal. En este punto siempre planteo la percepción de las alucinaciones o ilusiones. Es el caso del esquizofrénico que “oye” voces (percepción alucinatoria mental), del conductor que 19

Vamos a entender, en todo este escrito, a “fenómeno” en su sentido etimológico: lo que aparece a la luz (es decir, acá “luz” es la inteligencia humana y fenómeno es lo que la inteligencia capta, tanto en lo exterior como en lo interior del hombre)

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ve “el asfalto mojado” por un fenómeno de refracción y reflexión lumínica, del mismo modo que los espejismos del desierto (ilusiones ópticas). Algo similar ocurre con los sonidos que se perciben realmente pero que la mente interpreta como procedente de una fuente determinada cuando lo es de otra (ilusión auditiva). En forma idéntica puede ocurrir con el tacto y los juegos llamados “ilusiones ópticas”. Estas cosas se deben a que nuestros sentidos, en algún modo, perciben de acuerdo a lo que nuestra mente “puede” percibir. El tacto de un ciego es muy desarrollado, pero jamás podrá tener una noción cierta de lo que percibe táctilmente ya que al carecer de visión le falta la dimensión de la vista para formar la idea adecuada de lo que toca. Ni hablar de las percepciones fallidas del que tiene un defecto visual o auditivo ni de las interpretaciones prejuiciadas de un fenómeno. Por otro lado, las ideas son figuras mentales que se forman con palabras. Si yo percibo en una planta un apéndice de color distinto al de las hojas, de forma distinta, de perfume distinto, sospecho que es una flor. Pero si mi mente no registra la palabra flor, sólo formaré una idea que no puedo definir. Algo así ocurre con las percepciones subjetivas y abstractas, sobre todo aquellas que no están debidamente expresadas en el lenguaje o, como ocurre últimamente, la falta de instrucción hace que se desconozca gran parte del lenguaje que se usa. Por lo tanto, según el grado de cultura, la educación de los sentidos y la actitud de juzgamiento, la interpretación de los fenómenos queda sujeta a las circunstancias especiales de cada individuo. A mayor grado de falta de entrenamiento, mayor percepción engañosa. Las percepciones engañosas son una de las bases de formación de las creencias. La gente pretende darle forma definitiva a los sucesos azarosos. Así, casi todas las personas tienden a impresionarse profundamente por lo que consideran una relación causa-efecto irrebatible. Cuando hay tendencia a interpretar con esta intención causal, inmediatamente la mente relaciona su propia casuística20 para dar una confirmación definitiva a lo que considera causaefecto. Sin embargo, también es cierto que no todos los fenómenos están sujetos inexorablemente a una relación causa-efecto. Si esto no se conoce (porque no se sabe ni causa ni efecto alguno con certeza) o se pretende desconocer, se explicaría la frecuencia de formar una opinión engañosa. Lamentablemente, cuando estas opiniones se formulan en medios sociales homogéneos, se generaliza y se desata una “epidemia” de “falsedades contagiosas” (efecto rumor). Thomas Gilovich se plantea la pregunta: ¿por qué son tan comunes estas creencias infundadas? Y responde: “No es que la gente sea tonta e ingenua; lo que ocurre es que la vida nos da a veces información incompleta y ambigua y entonces nos aferramos a suposiciones erróneas. Nuestras imperfectas tentativas de hacer frente a datos incoherentes nos induce a dar créditos a infundios”.21 Esto podría

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Número de casos conocidos personalmente Gilovich, Thomas – HOW WE KNOW GAT ISN‟T SO, The Free Press, y The Wilson Quarterly, N. York, 1991 21

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interpretarse que cuando un individuo no cuenta con un dato cierto de la realidad que percibe, acepta o repite lo que “todo el mundo dice” o define una idea con “lo que le viene a la mente”. Tendencia a recordar lo positivo Quizás también muchas de estas tendencias engañosas surgen de la costumbre que tiene el hombre de recordar sus triunfos y momentos de felicidad y olvidar el dolor y los fracasos. El Estudio Walker22 confirmó el sistema inherente al ser humano que hace que los hechos positivos guarden mejor memoria que los negativos. Este estudio demostró que lo primero que se olvida es la tristeza (salvo en los casos que sufran trastornos de depresión). La tendencia al placer y la huída del displacer es un principio psicológico ampliamente comprobado. Esto justifica el buen recuerdo de lo positivo y el olvido de lo negativo, puesto que la intensidad del dolor siempre es menor que la vehemencia de la alegría. Por otro lado, la tendencia a lo positivo está contemplada en la denomina teoría de la adaptación, la cual siguiendo el principio de placer y displacer establece que el ser humano cuenta con nivel básico de humor basado en la felicidad y el placer y, de ahí, tiene tendencia a buscar ambos valores por sobre todas las cosas. El olvido es uno de los instrumentos naturales de la mente humano para borrar lo indeseable o lo displacentero. Gracias a la posibilidad de sublimar el sufrimiento es que se puede adquirir la capacidad de ser felices. Si cada uno analiza bien su vida, aun en las peores crisis, siempre hay situaciones gratificantes y la esperanza de algo mejor. Esto hace pensar que en realidad la mayoría de los seres humanos, independiente de sus necesidades materiales o físicas insatisfechas, de un modo u otro alcanzan un grado de felicidad, a su manera. Es decir, la felicidad no es lo mismo para todos. Un anacoreta goza de la soledad, mientras que a otros los mata. El problema no reside en la positividad de la mente que resulta en ocasiones ser pragmática o útil. El problema es cuando el exceso de optimismo oculta la verdad de los hechos y los deforma, de manera tal que puede llevar a creer que algo falso es verdadero, sólo por su bondad positiva. La fe humana El hombre es lo que cree. Antón Chejov

Anthony Robbins23 nos dice que cuando se habla de fe es normal que se piense en lo relativo a credos o doctrinas, porque efectivamente muchas de esas creencias son pura fe. La 22 23

Publicado por Richard Walker en REVIEW OF GENERAL PSYCHOLOGY En su libro PODER SIN LÍMITES: 82-85

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palabra fe deriva del latín fides que significa confianza, fidelidad, seguridad, firmeza, salvoconducto o crédito. Probablemente, por el sentido de confianza y seguridad, Robbins deduce que esencialmente fe es cualquier principio, guía, aforismo, convicción o pasión que puede dar sentido y orientación a nuestra vida. Concluye que las creencias nuestras ofician como un tipo de filtro previamente dispuesto y organizado, para una determinada percepción del mundo. Todo lo que así explica este autor, es lo que nosotros aplicaremos al concepto de fe humana.24 Aunque parezca una distinción de Perogrullo, es importante dejar constancia que todo acto de fe es siempre ejercido por un individuo humano y por lo tanto siempre, genéricamente, es fe humana.25 Pero lo de humano acá no se aplica a quien hace acto de profesión de fe, sino al fin o intención de una acción de fe. A grandes rasgos, por el sentido y los propósitos de los actos de fe tendríamos dos grandes categorías:  Fe humana  Fe religiosa Por fe humana entenderemos todos los actos o conductas del hombre fundamentados en la confianza o en la creencia de una cuestión totalmente ajena a Dios y completamente dirigida a una acción humana concreta. La fe religiosa está destinada a Dios y las cuestiones relacionadas con la religión en particular. Así, tenemos como ejemplos de fe humana, la que depositamos en lo que puede ser: 1. fe en personas: creer en la palabra o actos de otro ser humano (dar asenso a lo que otro dice). Incluye la fe en la autoridad de quien habla 2. fe en la ciencia 3. fe financiera: la que otorga una empresa comercial o un banco al otorgar un crédito o al confiarle el depósito de bienes y dinero 4. fe comercial: la que se usa cuando se adquiere un objeto en compra, confiando en que el mismo llena todos los requisitos y condiciones de buen producto, tanto en su fabricación como en su procedencia y en lo que se publicita de él 5. fe política: la que se presta a las promesas realizadas por los candidatos políticas para ser votados

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La RAE define a esta fe humana como “conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas” “confianza, buen concepto que se tiene de una persona o cosa” “creencia que se da a las cosas por la autoridad del que las dice o por la fama pública” “seguridad, aseveración de que una cosa es cierta” “palabra que se da o promesa que se hace a uno con cierta solemnidad o publicidad” “diligencia o testimonio de escribano” “dar asenso a lo que otro dice” 25 Ésta es la acepción primera que antecede dada por la RAE, para quien la fe humana sería el conjunto de creencias, sin distinción de sus fines o propósitos. Sólo en las acepciones siguientes la circunscribe a una cosa, a la autoridad pública o al escribano o a la publicidad o a promesas solemnes

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6. fe doctrinal: la que profesan los adherentes a escuelas, teorías y doctrinas no religiosas 7. fe testimonial: la prestada a declaraciones testimoniales 8. fe notarial: la que prestan los notarios a los actos que deben asentar en sus registros (diligencia o testimonio de escribano o notario) De este modo, las creencias serían una especie de gobernadores del cerebro porque al juzgar con coherencias a las cosas, de alguna manera estamos ordenando al cerebro la forma en que debe representar lo que sucede. Este autor sostiene que la fe es una especie de salvoconducto para la excelencia. El mecanismo que justifica este aserto sería por el que una creencia ordena directamente al sistema nervioso y si esta orden implica que se está percibiendo algo como si fuese verdadero, el cerebro acepta tal cosa por verdad. Puestas las cosas así, para Robbins, las creencias actuarían como una muy poderosa fuerza dedicada a hacer el bien. Pero si, contrariamente, las creencias ponen límites a las acciones y pensamientos que nos condicionan, esto es negativo. Basa tal afirmación en el hecho histórico de que ciertas creencias religiosas, según se orienten, han permitido que sucedieran hechos que de no mediar la fe, hubieran sido irrealizables, tanto para el bien como para el mal. Usada positivamente, la fe es una especie de extractora de recursos muy profundos que obran en nosotros, para dirigirlos favorablemente a un determinado objetivo que se busca. De este modo, es una especie de brújula y mapa que señalan el norte de nuestros objetivos y, a su vez, la inspiradora de confianza en la que nos basamos para saber obtener lo que nos proponemos. Si un hombre carece de creencias o de capacidad para obtenerlas, se verá en un total desamparo y obrará “como barca sin motor ni timón”. También la historia ha mostrado que los hombres con creencias firmes que utilizaron como guía de sus designios, fueron capaces de emprender acciones y, a través de ella, dar formas al mundo, para adaptarlo al deseo de cómo quisiera uno que dicho mundo fuera. Mediante la fe pudieron iluminar sus proyectos y obtener energías para realizarlos. Esto es como decir que la historia de la humanidad es la historia de las creencias humanas que cambiaron al mundo. Cita como ejemplo a Jesucristo, Mahoma, Copérnico, Cristóbal Colón, Edison o Einstein. Quiere demostrar que no sólo en lo religioso la fe opera como motor, sino también en proyectos científicos, en hipótesis como las de Copérnico, Colón o Einstein. La fe que tengamos servirá para determinar nuestra capacidad de liberación de todas nuestras posibilidades. A las preguntas ¿qué son nuestras creencias? Y ¿de dónde proceden?, Robbins da algunas respuestas. A la primera cuestión responde que nuestras creencias son “planteamientos preformados y preorganizados de la percepción que filtran de una manera

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coherente nuestra comunicación con nosotros mismos”. A la segunda cuestión, muestra las siguientes situaciones: 1. la primera fuente es el ambiente que nos rodea: uno de los ejemplos son los moldes recibidos de los prohombres de la humanidad 2. los acontecimientos grandes o pequeños pueden dar forma a las creencias: hay determinadas circunstancias que nos impulsan a decidir sobre nuestras creencias 3. una manera de fomentar las creencias es a través del conocimiento: las circunstancias culturales y el modo en que tomamos conocimiento de las cosas estimularán nuestras creencias 4. crear resultados a través de nuestros resultados anteriores: las experiencias positivas son la mejor guía de nuestra fe en nuestras propias capacidades 5. representar una experiencia futura como ya se hubiese realizado o se está realizando: es como experimentar por adelantado los resultados y este fenómeno se conoce como visualización de una experiencia. De algún modo, es hacer un planteamiento correcto de una determinada cuestión. La forma con que Robbins trata el problema de la fe no está centrada estrictamente en Dios. Estudia a la fe como un fenómeno o potencial espiritual humano que abarca todo el espectro de sensaciones y sentimientos, generalmente preformados, que nos lleva a aceptar las convicciones que guiarán nuestra vida. Es probable que, cuando ese potencial que nosotros llamaremos fe humana y que comprende la red de creencias que tiene un hombre en particular y la sociedad en general, sea traspolado a la metafísica nos encontremos con la fe religiosa. En este contexto, deberemos aceptar que el estado de fe es propio de la esencia humana, independientemente de que sea aplicado a los objetos y propósitos humanos o a objetivos divinos. Es un don que nos ha sido dado con nuestro ser, como nos es dada la inteligencia. De concebir que el cerebro del hombre tenga una zona exclusiva dedicada a Dios es como afirmar que Dios es un invento de la mente del hombre. Seguramente las conclusiones de Newberg y D’Aquili26 llevarán a algún ingenuo a pensar en esta tesis. Felizmente, la realidad nos demuestra fehacientemente que la fe y la creencia en Dios no residen únicamente en el cerebro, como idea propia. En otros trabajos he aclarado que el cerebro humano no es el que genera las ideas, sino es el órgano que permite formar las ideas del hombre, las cuales, como ya expliqué residen en la memoria filética y en la interpretación de fenómenos y tanto la memoria filética como la facultad de la interpretación se 26

Investigador de las reacciones cerebrales por SPECT en los estados místicos. Autor de la Neuroteología, en el sentido de que hay una zona cerebral que se activa cuando se piensa en Dios. El error del investigador fue no considerar que primero se debe pensar y después se produce la reacción cerebral. No es la reacción la que provoca el pensamiento sino a la inversa.

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generan en el espíritu del hombre y no en un órgano del cuerpo, los cuales actúan como vehículos o medios para materializar lo espiritual. De no ser así, bastaría con trasplantar el cerebro de un hombre a un animal para hacer que éste piense como hombre. Desgraciadamente, todos estos intentos fracasaron. El cerebro humano sacado del cuerpo humano deja de ser un cerebro humano para convertirse en un órgano animal más. El cerebro, más que fuente de creación, es un instrumento válido para acercarnos no sólo a Dios sino a todo lo metafísico, como ya lo explicamos. De aceptar la tesis de un “cerebro creador de ideas y sentimientos e impulsos vitales” de manera tal que Dios es invento del cerebro del hombre, de igual modo tendríamos que admitir que el amor y otros sentimientos y estados del alma también son inventos del cerebro, puesto que éste es el instrumento para el éxtasis amoroso y espiritual, independiente de Dios. O que el ánimo o vida de una célula que se cultiva in vitro es también un impulso o creación del cerebro. ¿O no? Dicho de otro modo: está la idea de que el espíritu, la mente y el alma son inventos del cerebro puesto que se manifiestan a través de él. Sin embargo, ésta es la conclusión errónea de atribuir al cerebro facultades creativas para determinadas reacciones de sentimientos o de fe. Es el grosero error de confundir al instrumento con la causa. Las creencias y su repercusión orgánica Siguiendo el camino de quienes nos precedieron con el éxito y la excelencia, para obtener un comportamiento plausible debemos modificar nuestras creencias y modelarlas de igual forma que lo hicieron los grandes hombres. Cuando una creencia es una representación interna congruente, puede controlar la realidad aun en lo fisiológico. Ergo, si nuestras creencias son buenas y correctas, nuestro cuerpo funcionará bien. Pero si esas creencias son erradas, nos conducen a la enfermedad. Esto ocurre porque es como si una creencia se convierte en realidad. Probablemente debemos acudir a las creencias populares como aquello de que si “como (ingiero un alimento) con desconfianza” seguramente el alimento me hará mal. Si pienso con intensidad que soy diabético, es probable que tarde o temprano mi cuerpo se modifique de algún modo. Inversamente, si estoy enfermo y deseo vehemente curarme, es probable que ello suceda. Estos hechos demuestran algo que hoy la ciencia ha comprobado fehacientemente: el cerebro influye a través del sistema nervioso en nuestro cuerpo y altera la fisiología. De algún modo, fundamenta la llamada “ley de atracción” sostenida por ideas esotéricas. Efecto placebo Como toda creencia reside en el cerebro, por fuerza de la misma, el cerebro comandará nuestra fisiología introduciendo los cambios que tal creencia genera. Esto se comprueba con el

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llamado efecto placebo27 en Medicina, donde la autosugestión da poder de medicina a cualquier cosa que se crea que es tal. La Real Academia Española define a placebo como “sustancia que careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo, si éste la recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción”.28 Los hechos comprobados permiten aceptar la existencia de la autocuración cuando el esfuerzo mental es lo suficiente fuerte y positivo para inducir el cambio. 29 En general, podemos aceptar que los placebos tienen mejor efecto en trastornos psicosomáticos. Precisamente, el concepto nació en 1955 a raíz del estudio Beecher.30 Más recientemente, en el 2002 El estudio Stoessl-Mayberg31, mediante SPECT (tomografías por emisión de positrones), establecieron que los placebos estimulaban las mismas zonas, o zonas idénticas, que los fármacos propiamente dichos. Esto demuestra que los placebos pueden activar las mismas vías neurales que los medicamentos. El efecto se debe a que el paciente posee la fuerte convicción de que lo que le están administrando le hará bien. Luego, no es un optimismo simple ni algo inexistente, sino una acción cierta y concreta. En pacientes depresivos, los placebos alcanzan un 52% de efecto positivo. Un estudio laparoscópico de rodilla, simulando una operación, realizado en 180 pacientes, tuvieron el mismo resultado que los operados realmente e, incluso, el efecto curativo duró más de dos años.32 Esto demostró que no sólo sustancias inyectadas o ingeridas o aplicadas localmente mejoran, sino también las “operaciones simuladas”. El estudio Moerman33 mostró otro fenómeno placebo: el efecto guardapolvo o del trato médico, donde sólo ser asistido por un médico al cual se le tiene fe o recibir la palabra adecuada del médico, constituye por sí mismo una especie de medicamento por el que el paciente sale de la 27

La palabra placebo en latín significa “yo agradaré, complaceré o deleitaré”, pues gramaticalmente es la primera persona del singular del futuro imperfecto del indicativo del verbo placèo, es. 28 Los diccionarios médicos definen a placebo como “cualquier tratamiento médico simulado; originalmente un preparado médico sin actividad farmacológica específica contra la enfermedad o queja del paciente, que se emplea solamente por los efectos psicofisiológicos del tratamiento; actualmente, tratamiento simulado que se administra a un grupo control en estudios clínicos controlados para distinguir los efectos específicos y no específicos del tratamiento experimental, es decir, el tratamiento experimental debe producir resultados mejores que el placebo para que sea considerado como efectivo” (Dorland) 29 El caso concreto de autocuración por este medio fue el del norteamericano Norman Coussins, el que se popularizó en todo el mundo a través de su propio libro. 30 Henry Beecher, anestesiólogo norteamericano, comprobó que el 35% de sus pacientes había tenido reacción favorable con placebos 31 Realizado por Jon Stoessl, neurólogo del Centro de Investigación del Parkinsonismo de la Universidad de Columbia Británica, Vancouver, y Helen Mayberg, psiquiatra y neuróloga de la Universidad de Toronto, Canadá 32 Publicado en NEW ENGLAND JOURNAL OF MEDICINE, julio 2002 33 Efectuado por Daniel Moerman, Universidad de Michigan-Dearborn

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consultado mucho mejor o con gran disminución de síntomas. El ambiente del consultorio (guardapolvo, títulos o diplomas colgados en la pared, trato agradable del médico) predispone a un efecto curativo. Los investigadores creen que este efecto se debe, en parte, a que el médico establece una buena relación médico-paciente y asume la actitud mental de una “decisión de curar”. No obstante, personalmente creo, como médico, que este efecto sanador de la presencia del médico o del entorno del consultorio, es lo que mismo que ocurre con curanderos o chamanes. No es el supuesto curador que causa el efecto, sino el efecto placebo de la fe del enfermo en el supuesto curador. La otra parte es la comunicación adecuada. Muchos buenos efectos se obtienen cuando el médico suele hablar claro con el paciente sobre el proceso de curación y busca que el paciente centre su atención e interés más en la salud que en la enfermedad. Sólo el hecho de “conversar” con el paciente, no sólo de su enfermedad, sino de su vida en total (hábitos, familia, afectos, preocupaciones, problemas, etc.) (“prestar la oreja”) durante un tiempo determinado (dedicar tiempo suficiente) y mostrar interés real más en la persona que en la enfermedad. Esto es una buena y correcta empatización. Finalmente, está la llamada docencia médica donde el médico sabe enseñar a su paciente nociones de salud y prevención de la enfermedad. Si se suma: 1. el “efecto guardapolvo”, 2. más el “efecto placebo” 3. una correcta instrucción o docencia médica 4. y una medicación verdadera efectiva, quizás los resultados favorables se eleven sensiblemente. El efecto placebo no produce daños y da beneficios verdaderos.34 Sugestión y autosugestión La sugestión es el proceso de sugerir, esto es, “hacer entrar en el ánimo de una persona una idea, insinuándosela, inspirándosela o haciéndole caer en ella”. Luego, por este proceso se produce una sugestión que puede ser por diferentes medios como “inspirar una persona a otra hipnotizada palabras o actos involuntarios. Dominar la voluntad de una persona, llevándola a

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Howard Brody – THE PLACEBO RESPONSE: HOW YOU CAN RELEASE THE BODY‟S INNER PHARMACY FOR BETTER HEALTH (“La reacción placebo: cómo activar la farmacia interna del cuerpo para sanar”

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obrar en determinado sentido. Fascinar a alguien, provocar su admiración o entusiasmo. Suscitar emoción o resultar atrayente”. En forma general a la palabra sugestión se la considera en forma peyorativa o negativa, como algo sin valor e inexistente. Pero la fuerza real de este proceso ha mostrado no sólo que existe sino que puede ser positivo o negativo, según la intención del que induce una sugestión. De igual forma, se asocia a la sugestión con lo involuntario e inconsciente, o como una forma de comunicación subliminal (que ocurre en plena conciencia pero en realidad estimula en forma inconsciente). Cualquiera sea el mecanismo del proceso, lo cierto es que la persona sugestionada adquiere creencias o convicciones a las que tiene por verdaderas o reales, positivas o negativas, según sea la motivación sugestiva. La sugestión puede ser producida por un agente o estímulo ajeno a la persona o la persona puede producirla a sí mismo (autosugestión). El efecto placebo que antes estudiamos, puede ser consecuencia de una sugestión o autosugestión positiva. El mismo mecanismo de la autocuración, empleado negativamente, provoca la autoenfermedad (enfermedad psicosomática). La fe obra así, no como magia, sino como un estado o una representación interna que maneja al comportamiento. Es fe capacitante cuando actúa como creencia en una posibilidad positiva (la que da la fuerte convicción de que se logrará un objetivo), o fe incapacitante cuando creemos que no podemos ni sabemos lograr un propósito porque tenemos limitaciones evidentes incorregibles o insuperables. Otro fenómeno correlacionado con las creencias y la sugestión o autosugestión son las llamadas profecías autocumplidas. Consisten en una especie de predicciones que por sólo formularlas o decirlas, convierten en realidad un hecho esperado o profetizado, de forma tal que comprueba “lo acertado” de la predicción. Este fenómeno ha sido estudiado por investigadores tales como Robert Rosenthal,35 el fisiólogo norteamericano Walter Cannon.36 Ellos demostraron como si a una persona o grupo de personas se les convence de que poseen una cualidad, responderán mostrando tal cualidad. Las creencias negativas o el temor supersticioso como ocurre con las maldiciones y el vudú, puede provocar la muerte a una persona, por sólo creer en ello. Engel explicó tales muertes o sucesos fatídicos por acción de los sistemas simpáticos o parasimpáticos que reaccionan hipertónicamente y provocan paros cardíacos por detención del corazón (vago o parasimpático) o por arritmia (simpático). Por lo tanto, efecto placebo,

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Psicólogo de la Universidad de Harvard, EE.UU. Autor de la obra VOODOO DEATH

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autosugestión y profecías autocumplidas tendrían un mismo mecanismo neural y sería el que actúa como vía común final de todas las sensaciones o es el lugar donde actúa una droga. Luego, si sabemos construir positivamente nuestras creencias y las incorporamos con plena y fuerte convicción, con la profunda esperanza de que nos lleven al triunfo, se obtendrá dicho triunfo. Pero si adoptamos creencias negativas significará el fracaso. Ambas convicciones, positivas y negativas, tienen una gran potencia para obrar en nosotros produciendo el éxito y la excelencia o el fracaso. La excelencia opera cuando comprendemos que podemos optar nuestras creencias, o sea, elegirlas consciente y libremente. Así, elegimos lo que nos estimule o limite. El meollo está en saber elegir lo que nos conviene realmente y desechar lo que no nos satisfaga. Y para esto se necesita conocer y adoptar un método de entrenamiento mental.37 Las supersticiones Las supersticiones, sin dudas, son creencias. Creencias que actúan por convicciones íntimas irracionales o por un impulso ancestral, o por una especie de fe que nos lleva a adhesiones exageradas sin mayor cuestionamiento intelectual. La mayoría de las supersticiones son culturales. Son heredadas por tradición sociocultural. Los impulsos o seudorrazonamientos que pueden conducir a una conducta supersticiosa puede tener varias causas o motivos: 1. Fe religiosa: lleva a una exaltación o exageración de un sentimiento de fe hacia un determinado rito o santo, el cual es llevado a carácter de fetichismo. Es una fe religiosa supersticiosa que da pie a quienes son ateos, agnósticos o irreligiosos a justificar su creencia de que la fe es sólo un acto irracional que no tiene un objeto concreto. Acá funciona la acepción denotativa de que superstición es una “fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo” 2. Supersticiones basadas en expectativas: siempre las personas tiene esperanzas o expectativas sobre determinados hechos o circunstancias, generalmente de carácter azaroso, con un fin determinado o indeterminado. Así, hay supersticiones de buena suerte relacionados con el uso de sahumerios, quema de yuyos aromáticos, cábalas personas de diversas índoles, tocar madera, colocar elefantes blancos con un dólar enrollado en la trompa o llevar un dólar en el monedero, tener herraduras en la casa. 37

Este entrenamiento es la base de una “educación mental” que conforma lo que ahora se ha dado en llama “inteligencia emocional”, “inteligencia social”, etc. Consiste en aplicar la inteligencia a un entrenamiento determinado para adquirir una cierta aptitud o habilidad.

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Están las supersticiones de mala suerte o mal augurio como puede ser dejar un sombrero sobre la cama, barrer de noche o ver el vestido de la novia antes de la ceremonia, no viajar ni casarse en los martes 13 (el número 13 y el martes 13 son un símbolo universal de mala suerte). En realidad, todas estas creencias azarosas se deben a expectativas subyacentes sobre la obtención de éxito, ganancia de dinero, evitar fracasos o tener accidentes o padecer hechos gravosos. Las supersticiones de mala suerte involucran una actitud de miedo irracional muy cercano a lo que ahora se denominan trastornos de fobias o ataques de pánico. La base es el miedo irracional, sin sentido e incomprensible tanto para los demás como para el mismo afectado. 3. Supersticiones ligadas al futuro o porvenir: siempre el hombre ha tenido una secreta inquietud ancestral por saber que le espera en su vida proyectiva, en su futuro. Incluso, subyace a veces en estas ideas o creencias, una especie de fatalismo inconsciente donde ronda el sentimiento de que ya están las cosas dadas y por esto es posible conocerlas a través de premoniciones o adivinanzas. Si nos vamos a buscar el significado del término latino superstitio encontraremos que además de superstición es el “arte de la adivinanza”38 Antiguamente se consultaban los astros y las estrellas y esto originó la astrología. Otros pueblos analizaban los sueños y las premoniciones personales. Algunos, como los griegos, tenían los llamados oráculos. De ellos heredamos la astrología y los horóscopos actualmente consultados. 4. Supersticiones sobre la salud: muchas afecciones no explicadas totalmente por la medicina o si son conocidas, sus causas no son difundidas o lo son en forma incorrecta, generan en el vulgo una serie de creencias explicativas y curativas. Así, las verrugas las provocan los sapos, el orzuelo del párpado se cura frotándolo con un anillo de oro, el reuma se cura con una pulsera de cobre, el “empacho” es producido por el “mal de ojo” u “ojeadura”. Esto ha llevado a creer que hay personas con “vista fuerte” que puede producir daño (algo así como una especie del mítico basilisco). Una cinta roja basta para evitar tal efecto. Así, hay una serie o lista de cosas que producen daño a la salud o creencias en yuyos o metales o plantas “curativas”. Otras veces, estas creencias supersticiosas se basan en observaciones de fenómenos reales y valederos, pero que al ignorar sus causas se denominan con un lenguaje vulgar tradicional, como es el caso del “le agarró el histérico” que se aplicaban a niños, adultos y animales que padecían afecciones depresivas por 38

Parvus Duplex – DICCIONARIO LATINO-CASTELLANO Y CASTELLANO-LATINO, Editorial Sopena

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ausencia de un ser querido. De igual modo, los médicos antiguos inventaron el “histerismo” palabra derivada del griego histeron que denominaba al órgano genital femenino útero. Como las mujeres eran más dadas a manifestaciones o expresiones exageradas de su estado de ánimo o humor, a los cuales relacionaban con el ciclo uterino de la menstruación o la menopausia, de ahí surgió “lo histérico” que se aplica a muchas cosas pero en especial a las conductas sobreactuadas y caprichosas o los melancólicos o depresivos. Cuando las actitudes o creencias supersticiosas no sólo atentan a la razón, sino que, como lo hemos explicado, pueden afectar a la fe religiosa auténtica, ha llevado a la Real Academia Española a definir a superstición como “una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”. Por esto, la superstición es considerada una fe religiosa inauténtica. Muchos psicólogos interpretan a la superstición como si fuera una actitud de que cuando las cosas no van bien, es más fácil culpar a otros de los fracasos y delegar en esas entidades abstractas e irracionales, la responsabilidad de lo que nos sucede.39 Así, estamos conformados por un hado o destino de “mala pata” o mala suerte, fracasamos porque la suerte no nos acompañó, nos enfermamos porque “nos castiga Dios”, etc. No somos nosotros los responsables y culpables de que las cosas adversas nos acaezcan. No es debido a nuestra ignorancia o ineducación que no sepamos proyectar y conducir nuestra vida personal. Son el destino, Dios, los enemigos ocultos que “nos hacen el mal”, “el gualichú o gualicho”,40 “la ojeadura” y “nos salan”, la “mala pata” y haber nacidos “barrigones” (“al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen”) Pero no hay que dejarse llevar por el sentimiento de lo impresionable para juzgar la justa dimensión de cada una de los fenómenos espirituales. La mente del hombre, operadora por excelencia del espíritu, juega con poderes diversos: desde lo real a lo irreal, desde lo falso a lo verdadero, desde lo mítico o fabuloso a la existencia real, desde la ilógica y la lógica, desde cualquier dupla de antinomias o antípodas. Quizás, por ese poder existen los contrarios: bien-mal, amor-odio, belleza-fealdad, racionalidad-irracionalidad, etc.

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Alicia Díaz Farina, licenciada en Psicología, miembro de la Sociedad de Psicólogos y Psiquiatras de Buenos Aires, Argentina 40 Término derivado de indios tehuelches que significaba “espíritu del mal” y que en pueblos de Sudamérica (Chile, Argentina y Uruguay) se aplica a diablo, genio del mal, hechizo dañino, objeto que supuestamente produce daño o bien un hechizo amoroso a través del suministro de pociones o yerbas que producirían la seducción del ser apetecido o amado.

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Klimosvsky41 cree sinceramente que “la ciencia combate supersticiones” pero no aclara qué tipo de superstición. No hay fórmula matemática bella o perfecta para una superstición religiosa ni método científico alguno para desmoronar su creencia. La superstición de este tipo nace espontáneamente contra toda razón, voluntad y sentimiento y llega al extremismo. El método científico puede combatir la superstición de la pseudociencia. De esto no hay dudas. Puede ayudar la lógica manejada metódicamente, como lo hace la filosofía, para alejar las supersticiones racionales. Creencias y la “primera vista” Muchas creencias surgen por sensaciones espontáneas y elecciones inconscientes e intuitivas. Hay muchas sensaciones que se despiertan a lo que se ha llamado “primera vista”. Hay personas que reciben una impresión en el primer encuentro con algo y surge de esa impresión un amor o un odio “a primera vista”. Con ello se quiere designar el sentimiento espontáneo que surge imprevistamente y sin mediar ni lo volitivo ni lo consciente. Es como si de repente se prendiera una luz en la oscuridad y se ve algo con una claridad absoluta. Al menos, esa es la manera con que percibe el encuentro inesperado. Este fenómeno de la impresión a primera vista da una valoración de un objeto o una cuestión a través de la primera percepción del mismo. Esa percepción puede decirse que tiene dos cuantías: la emocional y la cognitiva. Ambas se constituyen por mecanismos diferentes y ubicados en dos regiones distintas del cerebro. Si el encuentro con la cosa y la valoración consecutiva tiene lugar antes de que haya una percepción consciente (cognitiva), hace suponer que el cerebro “ya sabe” en ese momento si lo encontrado es bueno o malo. Este razonamiento conlleva la deducción de que existirían dos especies de memorias: una cognitiva y una emocional, que almacenan a los mecanismos cognitivos y a los emocionales en lugares diferentes, de forma tal que la emotiva siempre aparece primero y luego es complementada por la cognitiva. Daniel Goleman42 explica como Paúl Ekman43 y Seymour Epstein44 han evaluado la llamada mente emocional, en forma separada y por distintas pruebas científicas.

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Gregorio Klimovsky – LAS DESVENTURAS DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO, Bs. As., 1994 LA INTELIGENCIA EMOCIONAL, Javier Vergara Editor, Bs. As., 1996 43 Jefe del Laboratorio de Interacción Humana de la Universidad de California, San Francisco, EE.UU., autor del libro AN ARGUMENT FOR THE BASIC EMOTIONS 44 Psicólogo clínico de la Universidad de Massachussets, autor del libro YOU‟RE SMARTER THAN YOU THINK y del artículo INTEGRATION OF THE COGNITIVE AND PSYCHODYNAMIC UNCONSCIOUS, American Psychologist, 44, EE.UU. 1994 42

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La mente emocional actúa más rápidamente que la mente racional y cuando se pone en acción no razona las acciones que realiza, porque en aras de su celeridad obvia toda influencia racional. Es probable que el origen de esta velocidad de acción se deba, en parte, a que cuando se enfrentan situaciones conflictivas como el estrés, las decisiones de huir o pelear, deben ser tomadas a veces, en cuestiones de segundos, o en milésimas de ellos. El espacio que media entre el estímulo motivador y la irrupción de la emoción en sí es instantáneo y la percepción del estímulo es tan veloz que dispone sólo de milésimas de segundo. La decisión de actuar es tan rápida que se hace en forma automática, pues no entra ni la razón ni la voluntad sino es una acción refleja. Estos autores piensan que este tipo de acción, además de irracional es inconsciente porque con la velocidad que se produce no alcanza a entrar en la conciencia, la que prácticamente está anulada mientras se desarrolla el acto. El apresuramiento de la respuesta emocional nos impide “darnos cuenta” de lo que está ocurriendo. Cuando la mente emocional comienza a actuar lo hace bajo una fuerte sensación de certeza plena sobre la finalidad de lo que hace o debe hacer y esto puede deberse a que la necesidad de un acto veloz le impele a calificar los hechos en forma simplicísima, cosa totalmente opuesta a lo que debería hacer la mente racional que es mucha más lenta para accionar. Por lógica, si no fuera así, podría introducirse la vacilación, también inconsciente y el fin de la reacción quedaría desvirtuado. Luego, la percepción rápida y la respuesta tanto o más rápida que la percepción, anula la exactitud y precisión de los hechos y acciones. Toma las cosas en bloque, sin analizar las partes y reacciona sin análisis reflexivo. La presunta ventaja, aun engañosa, es que la mente emocional analiza y evalúa los hechos dándoles una rápida interpretación como si fueran verdaderos. Según Goleman, la mente emocional interpreta la realidad emocional en un instante y sólo puede emitir juicios intuitivos. De ese modo, la mente emocional se transforma en una especie de radar del peligro y elector de circunstancias y protagonistas, pues debe decidir rápidamente en quien confiar y a quien atacar. Si este proceso, en lugar de la intuición, fuese realizado por la mente racional, ante un peligro real es probable que estuviéramos muertos o tomemos una decisión equivocada. En otras situaciones, cuando la mente emocional nos engaña y cometemos errores, es probable que allí la mente racional nos hubiera guiado mejor, pero en la reacción emocional no hay lugar ni para la lógica ni para lo racional. Ekman explica que la velocidad de acción y reacción con que la mente emocional nos sorprende antes que tengamos conocimiento o conciencia de que están ocurriendo, es elemental para que estos fenómenos sean adaptables a nuestra conducta para responder con urgencia a lo que es urgente y no perder tiempo evaluando si debemos o no actuar. El mecanismo de velocidad de respuesta y acción es rápido cuando existe realmente una emoción intensa o violenta o de pánico o cuando algo nos amenaza (o al menos, presentimos como amenaza o molestia) y podemos, incluso, desatar un impulso homicida no psicopático que determina matar a la persona que es causa de fuente de miedo o de ira, o suicidarnos cuando nos creemos impotentes

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para solucionar una situación de conflicto crónico, o asesinar a otro y luego suicidarnos para suprimir definitivamente un sufrimiento prolongado. Si la emoción, antes de reaccionar, tuviera que usar la razón y pedir al cuerpo que se preparara para actuar, no sería eficaz en la emergencia y cuando las situaciones son cambiantes rápidamente, tendría muy poca o nada de adaptabilidad. Por eso el arrebato emocional sólo dura segundos y no minutos, ni horas, ni día, aunque la conmoción posterior a la reacción si deje una sensación duradera, aún por años. Pero esa conmoción post-emocional no es una emoción sino un sentimiento producido por la emoción porque, dice Goleman: “si las emociones causadas por un único acontecimiento continuaran dominándonos invariablemente después de que han pasado, y al margen de todo lo que ha ocurrido a nuestro alrededor, entonces nuestros sentimientos serían pobres guías para la acción”. Cuando un estímulo emocionante se prolonga más allá de segundos, casi siempre se debe a estímulos repetitivos como ocurre con el estrés crónico. La duración de la emoción, en este caso, necesita mecanismos distintos que actúan evocando la emoción sostenida y, en este caso, los sentimientos persisten por horas o más tiempo, pero lo hacen en forma amortiguada, no explosiva, y bajo un estado ánimo relativamente “apagado” (Goleman). Si hay un estímulo real y objetivo (no subjetivo como es el recuerdo de un hecho emocionante), la estimulación crónica puede ir elevando el tono emocional hasta lograr una gran tensión o emoción intensa que actúe como si fuera tal de entrada. Esto explicaría el impulso homicida no psicopático que hemos venido describiendo. Siempre el primer impulso emotivo es afectivo y no racional. Habría una “segunda clase de reacción emocional” más lenta que la respuesta rápida, que se gesta primero en el pensamiento antes que en el sentimiento. Esta segunda vía para activar emociones puede ser más deliberativa y en estos casos, la mayoría de las veces somos consciente de los pensamientos que conducen a la emoción reaccionaria o al acto emocional. Sólo cuando se ha formulado un determinado raciocinio, que puede ser verdadero o no, se produce una respuesta emocional en consecuencia. Este proceso lleva varias secuencias, como las que nosotros hemos descrito por inspiración de Mira y López en el desencadenamiento de la ira. De esta forma queda establecido que habría vías rápidas y lentas para la emoción, una a través de la percepción inmediata y la otra por medio del pensamiento reflexivo. Pero debemos destacar que este “pensamiento reflexivo” no es como cuando premedita la ejecución de una acción y acá entre ambas situaciones hay matices de diferencia. El pensamiento reflexivo no es premeditado porque la mente emocional no decide qué tipo de emociones tendríamos que tener. La emoción se presenta y nos hace pensar en ella en la vía lenta, pero de ninguna manera significa que nosotros hemos buscado voluntariamente tener esa emoción y la resolución o reacción emotiva tampoco es planificada. Surge de la impresión que nos deja la emoción, la cual nos da pautas de conductas que nacen de una reflexión no meditada.

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El ejemplo de Goleman de las fantasías sexuales quizá sea uno apropiado para explicar esto. El deseo que surge de una fantasía sexual con un objeto o persona determinada, si bien nos da vuelta en la cabeza despertando ideas y sensaciones, en el momento en que actuamos o cedemos al impulso de la fantasía, ese acto no es fruto de una planificación (salvo que seamos delincuentes sexuales psicopáticos que vivimos obsesionados planeando como elegir y abordar nuestras víctimas). Es muy difícil para quien tenga que juzgar una conducta emocional poder comprender que pasó por la mente del que padeció la emoción, si no ha tenido una experiencia similar. De ahí la dificultad del legislador para legislar el castigo de actos emocionales, o la del juez para juzgar un acto emocional que está en la zona gris entre lo imputable y lo inimputable. Máxime, cuando del acto emocional surge un daño como el homicidio, lesiones o ataques violentos. Después que pasó el “huracán emocional”, de acuerdo a la intensidad y circunstancias del mismo, pueden ocurrir dos hechos: que haya amnesia retrógrada absoluta de lo sucedido (lo que suele ocurrir con la llamada emoción violenta) o que una vez consumado el acto emocional (incluso a veces mientras está sucediendo), el actor tome conciencia del hecho y se pregunte para qué o por qué cometió tal acto. O bien, justifique su acción como un hecho justiciero. Ya explicamos que esto sucede porque la lentitud de la mente racional le lleva a operar una vez que la mente emocional ya entró en actividad. El arrepentimiento de los actos emocionales cuando causan daño, puede depender de la evaluación que se hizo en el momento de la emoción para gatillar una acción determinada. Si el emocionado cree que actuó (por ejemplo, cometiendo un homicidio) por “justa causa” como puede ocurrir con el marido que descubre que su mujer le es infiel o aquél otro cónyuge que se siente despreciado por su pareja, seguramente no se mostrará muy contrito, aunque en el fondo de su alma sienta lo que ha hecho, porque cree que le asiste la razón de la justicia. Se siente como una especie de “justiciero”. Si la emoción no está supeditada a la razón, mucho menos lo estará a la evaluación de leyes. El que está bajo una emoción, no puede detenerse muchas veces porque la ley le impide cometer tal o cual acto. No obstante, puede reconocer que ha cometido un hecho ilegal. La circunstancia de reconocer la ilegalidad de la acción y el conocimiento previo de la ley, no es una razón para juzgar como intencional un acto, que al momento de cometerse, no era racional ni razonador. Si se asiste de repente, o se visualiza, un hecho emocionalmente impactante, y si las circunstancias permiten interpretar equívocamente lo visto o escuchado, esa “primera impresión” quedará grabada en forma indeleble. Por más que después se demuestre fehacientemente que esa primera impresión es falsa, en el fondo del recuerdo y en el ámbito emocional queda una especie de resquemor y de disconformidad porque la primera interpretación del hecho no fue correcta. Este fenómeno se repite con la llamada “mente apriorística” mediante la cual, determinadas personas tiene una opinión antelada de hechos y fenómenos, y cuando éstos ocurren difícilmente puedan

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cambiar lo que piensan. Si se les obliga o deben aceptar lo contrario, lo hacen sin mucho convencimiento. En este caso, sería como la anécdota de Galileo cuando después del enjuiciamiento por la Inquisición se le obligó a desistir de la teoría heliocéntrica del universo del planeta Tierra y terminó diciendo entre dientes “sin embargo, se mueve”. Noemí Carrizo ha publicado45 un artículo cita a Dijksterhuis46 que sostiene que “las mejores elecciones son las que se efectúan de manera inconsciente. La reflexión a conciencia posee una mínima capacidad de análisis y nos hace tomar en cuenta sólo una parte irrelevante de l información. La decisión instintiva opta por lo más conveniente. El examen mental sin atención no es pobre, y se logró demostrar que, durante el pensamiento no deliberado, una importante parte de los puede ser integrada para un acabado juicio evaluativo” Las decisiones instintivas no se refieren a elecciones banales sino a la de objetos o acciones relevantes. En cuanto a la opción de la elección amorosa, los resortes responsables de decidir por el amor a la persona adecuada, entran en una gama infinita de posibilidades y repertorios de situaciones. Así, la espontaneidad o la naturalidad, el encanto o la simpatía, un hogar pleno de calidez, un estilo de vida, una forma de relacionarse, etc. pueden ser el detonante que atrae nuestra atención, además de los clásicos elementos de belleza, inteligencia y sensibilidad. Todas estas y muchas más, no meditadas ni buscadas, son las que nos llevan, según Carrizo, a “elegir sin calcular”. En nuestro criterio es posible que en nuestra subjetividad yace una figura inconsciente sobre “lo que nos gusta” (modelo preformado instintivamente) y eso puede ser uno de los mecanismos subconscientes que operan en un momento determinado para decidir rápidamente sobre lo que nos atrae. La abstracción de cualidades de las cosas que nos resultan agradables puede crear patrones inconscientes o intuitivos que en alguna circunstancia nos muevan espontáneamente a ese elegir sin pensar, ni calcular nada. Carrizo propone la existencia de un “automatismo sugerente”, casi algo así como la premonición extrasensorial normal que funciona como un presentimiento o intuición sobre un hecho a suceder. Entre un “modelo preformado instintivamente” y una sensación perceptiva extrasensorial tipo premonitorio, puede mediar otros procesos mentales y espirituales que conformen el fenómeno del acto “a primera vista”. Psicológicamente, se deberían a una percepción extrasensorial normal que es la relativa a todos los sentimientos, actos intelectivos, intuición, etc. Es un mecanismo de percepción habitual de sensaciones internas que todas las personas, sin excepción, lo usan y poseen. Sería una forma de percibir sensaciones internas que no dependen de los sentidos y es la que capta actos intelectivos (pensamientos, juicios, conceptos) de orden abstracto, reacciones sentimentales afectivas y emotivas y sensaciones instintivas e intuitivas. 45 46

Noemí Carrizo – ELEGIR SIN CALCULAR, Rev. Nueva, N° 134, marzo de 2006 Ap Dijksterhuis, psicólogo social holandés que publicó en Rev. Science sobre elecciones inconscientes

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Gladwell47 sostiene que es posible el conocimiento adquirido por el poder de “pensar sin pensar” y que puede ser adquirido en dos segundos con apenas un vistazo de una situación determinada. Este poder puede ser cultivado por todos, pues necesita un cierto entrenamiento. Propone el vocablo inglés blink que significa “parpadeo” para designar a “aquello que se percibe en el primer vistazo”. Es un conocimiento racional pero que se adquiere sin pensar y prácticamente con poca intervención de la conciencia. Sería algo así como subliminal. Es un conocimiento de “momentos precisos” que dan lugar a una especie de conocimiento muy especial. Normalmente expresa Gladwell, “vivimos en un mundo que asume que la calidad de nuestras decisiones está directamente relacionada con el tiempo y el esfuerzo que lleva tomarlas. Esto hace que sólo confiemos en nuestras decisiones conscientes”. Pero esto no nos permite apreciar muchas cosas que escapan al estudio consciente que implica analizar, razonar y comprender, lo que conlleva un cierto tiempo. Existe un gran número de situaciones que nos permite, si la sabemos apreciar debida y rápidamente tomar mejores decisiones y más rápidas. Son los que Gladwell denomina juicios inmediatos que son los que se forman en un “abrir y cerrar de ojos” y que antelan a todo pensar o sensación previa. Por esta razón, el autor prefiere deslindar lo intuitivo a lo que el llama el blink que se maneja más en el plano inmediata de la conciencia (preconciencia) que con la conciencia plena. No es un conocimiento totalmente inconsciente ni razonado en extremo. Es un conocimiento racional porque lo acepta la mente con un margen de certeza. Esto consiste en algo similar a lo que se realiza con el llamado “calado de una fruta”. El “calado” consiste en obtener una pequeña porción de la fruta para saborearla rápidamente y saber si “está a punto”, tiene sazón, es decir, está madura y con buen sabor. A esto, Gladwell lo llama “una fina tajada” que oficia como muestra del resto de la situación. El conocimiento propuesto por Gladwell es lo que vulgarmente se llama “nosequé” de algo percibido en un instante preciso y es lo que se propone ahora como “salida rápida” para conocer gente y mejorar las relaciones interpersonales y sociales en general. Los datos obtenidos en ese primer vistazo son los “fast dates” (“datos rápidos”) que permiten en escasos minutos congeniar, o no, con una persona. El autor propone que una vez que se produce el primer encuentro con alguien, la pregunta inmediata es: “¿quiero volver a ver a esta persona otra vez? La respuesta a esta cuestión no lleva tampoco mucho más de algunos segundos o escasos minutos. Blink es mirar… y ver al instante porque la computadora del cerebro se ha puesto en marcha y nada más. Gladwell sabe que su teoría es altamente vulnerable al error. Este yerro tiene mucho que ver con la forma en que captamos e interpretamos las cosas y situaciones, pues esto tiene efectos en las primeras impresiones que formamos en nuestros juicios. Resalta que: “la mayoría del tiempo operamos mecánicamente, como en piloto automático, y la manera en que pensamos y actuamos está más influenciada por el entorno de lo que nosotros imaginamos”. La culpa de errar está en que debido a este modo de operar, adquirimos más prejuicios que conocimientos ciertos. Esos prejuicios 47

Malcolm Gladwell – BLINK, EE.UU., 2005

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aparecen ininterrumpidamente en el proceso de conocer y provocan juicios totalmente superficiales y erróneos. Esto no sólo ocurre en el primer vistazo, sino en la mayoría de las situaciones que conocemos y debemos sojuzgar. Los prejuicios son los que resaltan las apariencias de los entes y nunca van a la esencia y todos sabemos que las apariencias engañan. En este sentido, Gladwell explica que funcionamos en dos niveles: 1. el consciente que tiene que ver con todo aquello que elegimos creer 2. el inconsciente que se filtra en los comportamientos espontáneos, los actos fallidos y otras cosas similares Para descartar los prejuicios, Gladwell propone usar los llamados Test de Asociación Implícita (IAT en siglas inglesas), los que fueron diseñados para detectar nuestras impresiones inconscientes, prejuicios de género y raza, los que serían fáciles de disimular en un cuestionario explícito. De estos test surgen las asociaciones mentales que subyacen en nuestras decisiones cotidianas. Así como afirma que en el blink la computadora mental se pone en marcha, ahora indica que también la computadora mental procesa la información que recibe en base al bagaje de nuestra experiencia. En segundos todo se conjuga y ¡blink! aparece lo que conocemos como primer vistazo. Pero este primer vistazo ¿es juicio o prejuicio? Esta duda es la que obliga a un análisis objetivo de nuestra forma de pensar para no condicionar el conocimiento a primera vista. Si bien el proceso del blink es razonador y consciente en parte, para obtener el don del blink certero es necesario reeducar las reacciones inconscientes. No se deben enfrentar las reacciones analíticas con las reacciones intuitivas, sino sólo aprender a reconocer cada una de ellas. La proposición del blink es la inmediatez, conocimiento rápido, juicio veloz. Una respuesta refleja que abre y cierra simultáneamente una infinidad de ventanas. Hay que considerar que existe algo inalterable en todo este proceso: no existen segundas oportunidades en lo relativo a las primeras impresiones que se adquieren. De ahí la importancia de conocer nuestros errores, ya sea por el uso del test, por la comparación de experiencias exitosas con las fracasadas, aprendiendo el control mental y estableciendo una escala de valores que eliminen lo aparente y superficial para centrarse en lo esencial de las cosas. Naturalmente, todo esto debe aprenderse y entrenarse para practicarlo. Pocos son los que poseen innatamente el don de conocer a primera vista sin equivocarse. Finalizaremos diciendo que siempre las “impresiones a primera vista” cuando despiertan sentimientos que funcionan como instintos primarios, tales como el amor, el odio, la ira y el miedo, es muy difícil que luego la mente racional o cognitiva modifique dicha impresión. Si logra hacerlo será a través de un entrenamiento arduo para “vencer” el primer arrebato y lograr el cambio hacia una actitud racional. Contrariamente, cuando la primera impresión es corroborada y aceptada por la mente racional, prende de tal modo que despierta conductas apasionadas o encendidas.

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Creencias y prejuicios El prejuicio puede ser considerado una especie de creencia, pues consiste en antelar un concepto sobre algo, basado en ideas subjetivas o visión preformada de la realidad (visión que interpreta a la realidad desde un solo punto de vista y no en base a los datos precisos de esa realidad). Generalmente se acepta como prejuicio a la opinión que se emite de algo, o sea, “juzgar de las cosas antes del tiempo oportuno, o sin tener de ellas cabal conocimiento”. Pero el prejuicio, en la forma en que se da dentro de la sociedad, más que juzgar con anticipación o sin conocimiento, consiste en tener ideas previas de una cosa, ente o cuestión y juzgar según esa idea previa. No se forma un juicio correcto de una realidad concreta, sino que a una realidad concreta se la juzga con algo preformado antes de que se dé esa realidad concreta. Es el caso de los prejuicios religiosos o racistas o los que determinan las discriminaciones sociales. En la base de un prejuicio siempre hay una creencia, generalmente inadecuada o inauténtica o falsa sobre la realidad que se juzga. El pensamiento prejuiciado forma sus opiniones sobre la base de un concepto irracional nacido de una idea formulada sobre apreciaciones subjetivas personales que no surgen de una realidad concreta pero que se aplica a ella, en especial la que juzga el prejuicio. El prejuicio es un creencia tan arraigada que una vez establecida se niega al acceso de todo razonamiento que no sea acorde con ella. Por esta razón, Einstein afirmó que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Los fundamentalismos, cualquiera sea a la cuestión a la que se aplican (social, político o religiosa) se fundamentan en prejuicios irracionales y funcionan como postulados dogmáticos (lo que debe aceptarse como una mera revelación sin ser sometida a la razón y aún en contra de ella). Quizás, en la base del prejuicio, esté todo aquello que el hombre sabe que no puede aceptar directamente como ser racional e inteligente y lo transfiere a una dimensión irracional para darle un sustento de admisión intelectual, del mismo modo que acepta la existencia de otras cuestiones irracionales. Por esta causa, el prejuicio es otra forma inauténtica del juzgar humano y una desviación del pensamiento racional, para entrar en la órbita de lo instintivo, en el sentido de que opera fuera de toda razón y control o freno volitivo. Muchísimos de nuestros prejuicios son como pirámides invertidas: se apoyan en incidentes minúsculos, triviales, pero se extiende a lo alto y a lo ancho hasta llenar por completo nuestra mente. Los prejuicios como pseudovalores La falta de medios para revalorizar, ha llevado a otro fenómeno social como es tratar de llenar el vacío axiológico con pseudovalores y uno de ellos es el prejuicio. Podemos tener una idea del concepto de los prejuicios si denotativamente decimos que es una formación de juicios

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antelados, lo que significa que esos juicios se forman antes del tiempo oportuno o sin tener un cabal conocimiento de las cosas o cuestiones prejuzgadas. Si hacemos un análisis objetivo, generalmente lo que se conoce por prejuicio son juicios formados por una opinión o una actitud desfavorable a algo, que se emiten o se adquieren de antemano, sin haberlos sometidos a la experiencia personal o comprobación directa, con pruebas objetivas, de la validez, solidez y verdad de lo que se está preenjuiciando. Normalmente, los prejuicios están mantenidos e impregnados con una gran intensidad emocional que resiste todo análisis y razonamiento. Lo común es que los prejuicios se desarrollen en un grupo social en relación con otros grupos sociales que se diferencian del grupo preenjuiciador por algunas cuestiones culturales como pueden ser la religión, la política, la raza, el status económico, etc. Si bien las creencias religiosas o políticas, la adopción de una situación o status socioeconómico, incluso la pertenencia racial, pueden ser considerados valores culturales para algunos grupos sociales, en el caso de los prejuicios, la oposición de determinadas características de estos valores puede ser considerada como un antivalor o adopción de falsos valores. Los prejuicios, como discriminación, son aplicados por diferentes razones o por extremismos fundamentalistas y pueden ir de un grupo mayoritario a uno que detenta una minoría cultural dentro de una sociedad (que es la mayoría de los casos) o viceversa: de una minoría que impone por la fuerza y la violencia a la mayoría de la comunidad (casos de grupos revolucionarios o religiosos fundamentalistas o fanáticos). Los prejuicios siempre determinan, por parte de los prejuiciosos actitudes negativas como son el desprecio, la discriminación y la violencia. Esto genera una reacción en el grupo preenjuiciado ocasionando un “contraprejuicio” que termina obrando como “prejuicio vs. prejuicio” y adopta las mismas actitudes del prejuicio original. Las consecuencias inmediatas de estos desencuentros culturales son la adopción de conductas disvaliosas conflictivas que conllevan confrontamientos entre los grupos actores con un marcado distanciamiento o alejamiento social. El tatuaje como creencia Según Charlie López, tatuaje deriva del inglés tatoo y éste del tahitiano tátau pues los nativos de Tahití lo empleaban como sinónimo de “marca”. El tatuaje, como tal, habría sido registrado por primera vez en la historia en Europa por el navegante inglés, capitán James Cook (1728-1779), quien detectó la práctica del tatuaje entre los nativos de Tahití a los que conoció en su histórica exploración de los mares del Suren, realizada en 1769.48 Pero la extensión del uso del tatuaje perdió el sentido de “marca personal” para pasar a ser una “marca social” de pertenencia a un grupo, por ejemplo. 48

Charlie López – EN UNA PALABRA, Editorial Aguilar, Bs. As. 2004

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Esta forma de adquirir identidad a través de una seña corporal es la tendencia de otras creencias como la moda. Ha sido común en la historia de la humanidad, que en determinadas épocas y comunidades, especialmente donde no existían actividades culturales relacionadas con la metafísica y el pensamiento trascendente o la filosofía, la gente tuviera afición o tendencia a colocar sobre su cuerpo determinados adminículos o figuras o tatuajes. Los mismos tenían significados míticos o religiosos o supersticioso, ligado a lo esotérico, como ocurría con los talismanes.49 Era propio de piratas y otros grupos similares usar aros y tatuajes. También lo era de pueblos con tradiciones religiosas o míticas. Pero los pueblos o comunidades que habían logrado compenetrarse de un pensamiento trascendente o metafísico no eran aficionados a colocar ningún aditamento o tatuaje sobre el cuerpo y sus ropas eran relativamente sobrias. Esto obra como si la profundidad del pensar y la plenitud del espíritu fueran suficientes para evitar llenar el vacío espiritual con aditamentos externos. Cada vez que un sector social moderno entra en crisis o es producto de una crisis social espiritual, aparecen las llamadas “modas” que consiste en adoptar un lenguaje determinado, una forma de vestir o de llevar el cabello y peinarlo u ornarlo. Cuando los grupos que se adhieren a esas manifestaciones mutables y temporales optan por adoptarlas, el fenómeno se interpreta como que con esto se sienten identificados en un grupo. Además del vacío espiritual, habría que pensar en una especie de crisis de identidad, sobre todo, generacional. Algunos psicólogos interpretan como que el uso de aditamentos corporales o tatuajes es una forma de decisión personal de demostrar de esa manera, a través de lo corporal, un rasgo de la personalidad o la individualidad. Otras personas, entre las que me encuentro, piensan que cuando más llena el hombre su cuerpo de joyas, tatuajes y vestimentas, es porque tiene mucho vacío interior. Corolario Hemos repasado desde el punto de vista científico, psicológico y filosófico, lo relativo a la formación de creencias y la fe humana. Esta digresión es necesaria para entender mejor a la fe religiosa y la creencia en Dios. He querido demostrar que así como se tienen creencias sobre cosas subjetivas no religiosas, del mismo modo, puesto que el instrumento es único, se puede avalar la creencia en Dios y la religión.

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Talismán es un objeto al cual se le adjudican o atribuyen virtudes portentosas. Es un objeto de fe o creencia

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CAPÍTULO III

¿DIOS EXISTE? ¡Recógete a estas ocupaciones más tranquilas, más seguras, más elevadas! ¿Crees, acaso, que cuando procuras que el trigo sea depositado en los graneros sin sufrir menoscabo por el fraude o la negligencia de quienes lo transportan, que no sea perjudicado por la humedad y no fermente, que corresponda a su medida y a su peso, haces lo mismo que cuando te acercas a estas cosas sagradas y sublimes para saber cuál es la materia de Dios, cuál su placer, cuál su condición, cuál su forma; qué destino espera a tu alma; dónde nos colocará la naturaleza una vez que nos separemos de nuestros cuerpos; qué es aquello que sostiene en el centro las partes más pesadas de este mundo, suspende arriba las livianas, eleva el fuego a lo más alto e impulsa a los astros en sus revoluciones; para conocer, en fin, todos los demás fenómenos llenos de inmensos milagros?. Séneca

La primera cuestión a primera y principal cuestión es saber si Dios existe o no. Y acá empieza y termina todo el problema, pues si Dios existe ¿para qué seguir hablando de él? y si no existe, ¿para qué hablar de él?. Luego, todo reside en saber si Dios existe. Esto, que parece tan obvio, es la espina medular de toda la polémica. Naturalmente la polémica sobre la existencia de Dios se basa en el lenguaje, esto es, en palabras. Esto plantea una cuestión lingüística sobre el vocablo existencia. Porque si hablamos de existencia tenemos que saber que se entiende etimológicamente por ella. Así, tenemos que etimológicamente ex=es fuera y sistencia = sí mismo, mismidad en sí, por lo tanto, existencia sería aquello que está fuera de sí mismo (reitero como lo he hecho en otra oportunidad, esta frase no está referida al aforismo que indica rabia o enojo – estar fuera de sí – sino al fenómeno de salir de sí para conectarse con el exterior). Así vista la cosa, el tema de la existencia de Dios no está referido a su esencia o mismidad o sistencia (lo que es en sí mismo), sino a su mostración al mundo. Tratar la existencia de Dios no es referirse a su entidad o esencia, es decir, si es o no es, sino referirse a su mostración al mundo. Los que abogan por la existencia de Dios, lingüísticamente, están afirmando que Dios se muestra al mundo, los que sostienen la inexistencia de Dios, aseveran que Dios no se muestra al mundo. Eso es todo. El tema de la existencia deja de lado otra cuestión esencial: si Dios

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es o no es. Por supuesto, aceptar la esencia o la existencia de Dios, una cosa presupone la otra: si Dios es, puede existir. O, si Dios existe, es. Dejemos ahora lo metafísico y vayamos a las cuestiones prácticas. La pregunta ¿Dios existe?, plantea de hecho tres situaciones: aceptar su existencia, negarla sin más o dudar de ella. Desechemos las dos primeras situaciones por su obviedad. La duda es una condición del espíritu que compromete al ánimo y la razón y afecta la voluntad. Por esto la RAE apela a varias denotaciones para abarcar todo el significado de esa palabra. La primera acepción es “suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia”. En referencia a la creencia religiosa nos dice: “vacilación del ánimo respecto a las creencias religiosas”. Desde otro punto de vista general, duda es toda “cuestión que se propone para ventilarla o resolverla”. Finalmente, desde una arista filosófica, duda es la “suspensión voluntaria y transitoria del juicio para dar espacio y tiempo al espíritu a fin de que coordine todas sus ideas y todos sus conocimientos”. Armando Fuentes Aguirre, un pensador mexicano, piensa que “en materia de religión, la duda no es lo contrario de la fe. El que duda está abierto a la fe, y por el hecho mismo de dudar está ya en camino a ella. El que no cree, ni siquiera duda; el que duda, en cambio, hace preguntas que quizá lo lleven a la fe.” En concordancia con esto, la duda sería la antesala de la fe. Algo que se puede resumir, parafraseando a Descartes, “dudo, luego creo”. La duda no es la negación de algo. Es el “espacio y tiempo” que se toma el espíritu para “coordinar todas sus ideas y todos sus conocimientos” a la resolución de una cuestión, a la luz de la inteligencia y con la fuerza de la voluntad. Es decir, la duda auténtica implica la voluntad de “buscar una respuesta”. Esta respuesta puede venir por la razón misma o por la mera “inspiración” espiritual, en este caso, la fe pura, sin que medie la razón. Pero como Dios es un ente hasta ahora abstracto (en el sentido de que no lo tenemos junto a nosotros en forma concreta perceptible sensorialmente), para concretarlo sólo es posible hacerlo por los modos de presentarse. Así como el filósofo alemán Martín Heidegger50 intenta mostrar la esencia del hombre a través de los modos de ser, puesto que el acceso directo al ser del hombre es imposible, de igual modo para acceder a Dios no hay un acceso directo, sino la posibilidad de lograr un acercamiento a través de sus modos de presentación. Mientras la ciencia se compromete en demostrar la existencia de los fenómenos a través de la observación, la deducción, la inducción y la comprobación experimental, con la consiguiente reproducción de los fenómenos dentro de determinados parámetros, la filosofía sólo usa la razón o inteligencia para poder mostrar un fenómeno a través de su significado. La ciencia es un punto de vista de un fenómeno, la filosofía es la visión global del fenómeno. A diferencia de la ciencia que necesita la prueba material u objeto de estudio, la filosofía sólo se maneja con la función inteligente de buscar el sentido de las cosas y para esto toma como objeto de estudio una cosa 50

EL SER Y EL TIEMPO

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concreta o una cuestión subjetiva, o bien, integra los diferentes puntos de vista científicos en una visión holística. Ambas tareas, objetivar lo subjetivo e integrar a un todo lo parcial, son funciones propias de la inteligencia del hombre. Ninguna máquina tecnológica, ni cálculo matemático, ni comprobación en probetas puede sustituir la función de la inteligencia. Tanto es así que toda función o acción humana conlleva de base a la inteligencia; aun lo instintivo, natural o animal que el hombre tiene, pues es el único ser que con su cerebro puede manejar el afecto, la emoción y los sentimientos. Y con su voluntad puede torcer muchas cosas que para los otros seres vivientes sólo es posible convivir con ellas, sin poder modificar su esencia. La conjunción de inteligencia y voluntad hace al hombre un fenómeno único en el universo hasta ahora conocido. Sobre la base de estas cualidades, es de donde se puede partir con la intención de arribar a un acercamiento, lo más certero posible, a Dios. Como afirmamos anteriormente, la única forma admisible de tener un atisbo de acceso a Dios es sus modos de aparecer (y esto lo diferencia fundamentalmente del ser humano, al que sólo se conoce por sus modos de ser). En la introducción analizamos someramente la cuestión de que Dios pudiese ser mostrado como el principio de todas las cosas, es decir, como el creador del universo conocido o aprehendido por el hombre. Si alguien no acepta esta proposición, se cierra todo camino a la razón y sólo queda abierta la posibilidad de una presentación directa de Dios. Modos de conocer a Dios Con esto queremos decir que a Dios se le puede conocer a través de tres modos o formas o maneras o circunstancias: 1. por un acceso indirecto (presentación indirecta) a través de la razón 2. por un acceso directo (presentación directa)51 3. por una creencia personal o fe La forma indirecta arranca por la proposición de acceder a Dios a través de la supuesta creación del universo. La obra de Dios, su creación es el principal modo de aparecer. Esta propuesta es formulada en firme por la rama de la filosofía que es la teodicea que sería el “estudio de Dios a través de la razón”. La teodicea se diferencia de la teosofía52 que sería una especie de

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Sería el acto de milagro o hecho sobrenatural La RAE define a teosofía como “doctrina de varias sectas que presumen estar iluminadas por la divinidad e íntimamente unidas con ello”. Antiguamente era sinónimo de teología. 52

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saber de Dios pero sin fundamentos de la razón y sólo por un saber “infundido” por el propio Dios en el hombre. El saber teosófico se concibe como algo que fuese un “saber inherente” al hombre. Teología y Teodicea La teología sería una especie de “ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones”.53 Etimológicamente sería el estudio o tratado de Dios. Teóricamente como ciencia, deberíamos creer que la teología se apoya en la razón y en la comprobación de los fundamentos, pero en la realidad la teología se basa más en el estudio de los llamados textos revelados, es decir, en los libros escritos por los hombres bajo la supuesta inspiración divina. Luego, la teología, tal cual se estudia y enseña sólo lo hace en función de la revelación. Cuando se pretende llevar la teología al terreno exclusivo de la razón y prescindiendo de los textos revelados, nos encontramos con que esto ha sido llamado teología natural y funciona en la práctica como lo que hemos denominado teodicea. Ergo, teología natural y teodicea son sinónimas. Sobre este particular encontramos para ambas la siguiente definición: “Ciencia que estudia a Dios y al pensamiento religioso sobre una base racional; piensa que el conocimiento de Dios y el orden divino pueden fundamentarse en la observación del mundo natural, sin necesidad de una revelación. Un ejemplo es el llamado „argumento del diseño‟, de acuerdo al cual, el mundo natural tiene un diseño tan intrincado y hermoso, que no pudo haber surgido accidentalmente, sino que fue creado. Otro ejemplo lo constituyen las cinco argumentaciones elaboradas por Santo Tomás de Aquino que demostraban la existencia de Dios, basándose en hechos generales del mundo, pese a los problemas lógicos de los que adolecen”.54 Nosotros no queremos entrar en la concepción aquiniana de las cinco pruebas, que como bien lo afirma la definición anterior, adolecen de algunos problemas lógicos. Es más aceptable hablar de la creación del universo y englobar dentro de ello todo las características del mismo: su ordenamiento, sus leyes y toda la precisión con que se mueve. La aceptación de la creación como postulado básico, es menos polémico que entrar a detallar todas las características de la creación. Las cosas han sido creadas tal cual son y punto. Aceptar la creación no sería un dogma. No es una acepción sin razón. Al concepto de creación se llega, precisamente, por el razonamiento. Aceptar la creación se basa en la pura razón de que todo ente procede de otro ente, de acuerdo a lo dicho antes sobre la evolución.

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Definición de la RAE DICCIONARIO ILUSTRADO DE CULTURA ESENCIAL, España, 1999

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Las teorías de la creación La ciencia ha demostrado fehacientemente, que, hasta ahora, como se conocen los fenómenos científicos, todo lleva a pensar en la creación de la materia. La teoría de la evolución nos demuestra que las cosas no han sido creadas tal cual se nos presentan ahora, sino que fueron evolucionando con el tiempo, lo cual significan que, necesariamente, tuvieron un origen. En realidad y a los efectos prácticos, podría decirse que se han postulado tres teorías primarias: 1. 2.

la creacionista que afirma que todo lo que existe ha sido creado y la evolucionista que asevera que todo lo que existe proviene de la evolución de cosas preexistentes (sólo niega que las cosas fueron creadas tal cual son y de una vez para siempre serán inmutables). 3. la eternista cuyo postulado es que las cosas nunca fueron creadas sino existían tal cual son “desde siempre” (eternidad). Esta teoría cae por su propio peso, ante los estudios científicos. Habría dos teorías secundarias dentro de la creacionista: 1. La teoría creacionista fijista postula la creación tal cual de las cosas, sin ninguna evolución posterior y así como son en la actualidad, lo son desde el momento de la creación. La teoría fijista fue rechazada por oponerse al concepto de evolución. Sin embargo, en lo relativo al hombre, se ha reflotado el fijismo bajo el fundamentalismo del título de la “creación inteligente” por la cual el hombre ha sido creado tal cual es ahora y no es fruto de la evolución de homínidos. 2. La teoría creacionista evolucionista admite que Dios creó al mundo y las leyes naturales que permite la mutabilidad o evolución de los seres creados o la potencialidad de la aparición de nuevos seres por evolución del filum. Por eso es necesario analizar lo postulado en estas doctrinas para llegar a conclusiones más válidas y lógicas. Las especies no fueron creadas en la forma que hoy las conocemos. Esto es lo que postula y ha demostrado la biología. Incluso, la biología descartó la generación espontánea de la vida, al afirmar omnia celula in celula (Wirchof) no existe la generación espontánea (estudio de Spalanzani), lo que quiere decir toda célula procede de otra célula. No hay ninguna duda de que la misma vida procede de una evolución de la materia, de algún modo, como lo concibe Oparin. No hay problemas en aceptar que la materia fue creada y luego evoluciona hasta generar la vida. Este sería el sustento del postulado creacionista evolucionista: hubo creación y las cosas creadas evolucionaron. Por otro lado, no hay oposición entre materia orgánica e inorgánica. Ambas están

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constituidas con los mismos elementos y sólo se diferencia por carecer de algunos de ellos o de tenerlos agregados. Todos saben que el oxígeno, el carbono y el hidrógeno están en la base de ambas sustancias o materias. Esto permite establecer que no hay incompatibilidad en admitir que la vida se forma a partir de la materia inorgánica. Quizás el problema de aceptar la creación resida en parte, en la intención de que sólo se debe aceptar la tesis de que las cosas fueron creadas tal cual son y así permanecen eternamente. Esto no es real. Tampoco lo es la teoría de la autogeneración (las cosas pueden crearse por sí mismas, símil de generación espontánea). Desde otro punto de vista, no necesariamente la creación puede haber sido estrictamente con entes formados, sino que puede haber empezado por las moléculas. Por esa razón aceptamos que materia inorgánica y orgánica son solo procesos de una misma etapa y con los mismos elementos y que sólo el nitrógeno, en una especial función fisicoquímica de las proteínas 55, puede establecer la diferencia en ellas. De alguna manera, en la Biblia, en el libro del Génesis, cuando se explica como Dios crea al hombre se ha traducido el hebreo como barro, es decir, tierra y agua. Algo así como los ceramistas judíos o israelitas de la Antigüedad, modelaban sus vasijas e imágenes. Luego se narra que a eso se le insufla una energía que lo transforma en algo vivo y el término judío nefesh o nepech56 fue traducido por “espíritu”. Nosotros también lo relacionamos con ánimo cuya etimología lo reconoce como procedente de soplo. Todo esto apunta a que desde la misma creación, Dios parte de la materia para dar lugar a la vida. El soplo, en todas las concepciones, funciona como sinónimo de energía de cualquier naturaleza. Hasta acá hay plena coincidencia, entre los que postulan que la vida nace de la materia inorgánica, y el texto bíblico. En cuanto a la diferencia de que esa materia existe “desde siempre” o fue creada, es ahí donde entra a funcionar el criterio como la capacidad suprema de la inteligencia humana de saber elegir el concepto más acertado. El pensamiento crítico, coherente con la ciencia, lleva a pensar que las cosas tuvieron un origen. Es ahí donde cuaja que el primer átomo o partícula de materia, fue creada por un principio superior, el que se ha dado en llamar Dios o “partícula de Dios” o “partícula fundamental” (originada el Big Bang). De esta manera hemos podido llegar a dos conclusiones principales, sobre la creación:

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Se llamó proteína derivando el término de Proteo, el dios griego que se considera fundamental, el “primero”. La plasticidad proteica hace que esta sustancia sea el pivote de la vida. Todas las funciones que llevan a la vida se estructuran sobre la base de la acción proteica. Por eso, hoy, después de conocer el Genoma Humano, la ciencia va en busca del conocimiento del proteoma humano o conjunto de proteínas que operan sobre los procesos vitales. 56 56 Un acercamiento a la idea de insuflación en hebreo es el ruaj que significa viento y que los griegos tradujeron por anemos que es soplo en griego. Pero los latinos crearon el término animus como equivalente al alma del hombre. En castellano es la etimología de la palabra ánimo. Es como si la nefesh o nepech (o merajefet, forma femenina que significaría empollar como sinónimo de maternidad) hebrea fuera, en el concepto grecolatino, un sinónimo de espíritu o alma.

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1. el universo 2. el hombre en sí Del universo, como se dijo en principio, hay un conglomerado maravilloso de cosas, que funcionan con un orden tan particular que costaría pensar que todo se mueve al azar o por simple casualidad. También he aclarado previamente y ahora lo repito, ese universo se comportaría del mismo modo que la gestación de un organismo en particular, según la Embriología, necesita de un principio ordenador (microcosmos), el universo en todo su conjunto (macrocosmos) muestra como si tuviera un organizador intrínseco que regula la aparición de los fenómenos cósmicos y el movimiento de todas las galaxias. Desde la simple formación de una estrella, el orden del sistema solar, los agujeros negros y los misterios de las galaxias inexploradas, hasta el fenómeno Tierra, todo conforma un algo que es inimaginable sin un principio ordenador y creador. Incluso la moderna teoría del hadrón, subpartícula milagrosa que forma la materia, la energía y la antimateria y origina así no sólo el universo completo, sino también al fenómeno vida y al poder de transformar lo orgánico en inorgánico y viceversa, queda inmersa en la idea del principio ordenador u organizador intrínseco. Creo que es muy poco lo que se puede agregar a lo ya dicho por otros filósofos sobre los principios de la teodicea. No es intención de este trabajo repetir todo lo dicho. Simplemente queremos sumarnos al criterio de esa teodicea para reflexionar al universo como obra de la creación y no un ente de vida eterna o de génesis espontánea. Nada nace de la nada. Todo nace de algo. Ese algo tiene que provenir de otro principio. Esta es la lógica que nos lleva, sin muchas vueltas, a aceptar como factible el principio creativo. De no aceptar esto, nos encontraríamos ante dos teorías contrapuestas e irreductibles:  la que afirma la eternidad de las cosas, sin más (a manera de dogma)  la que postula la creación, en virtud de la comprobación científica de que no existe la generación espontánea, y que las cosas nacen y evolucionan a partir de otra. En cuanto al hombre, su creación merece un párrafo aparte. Hay coincidencia plena que dentro de lo formidable del universo completo, quizás sea la vida un fenómeno único y dentro de ella el hombre, el fenómeno más impresionable. Ninguno de los otros entes universales es comparable con el misterio de la vida y del hombre. El entusiasmo No hay otra entidad más subyugante que la inteligencia humana. Es quizás lo más patente de la obra de Dios. Si algo tiene de divino es precisamente esa inteligencia. Por algo, se intercaló en

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la Biblia la traducción de hecho “a imagen y semejanza de Dios”. Esta frase, si se toma literalmente, es escalofriante e impensable. El hombre semejante a Dios. Parece una afirmación muy ambiciosa y soberbia. Pero de aceptarse que la frase fue inspirada (dictada) por el propio Dios, es como decir que es Dios quien afirma haber creado el hombre a su semejanza. Por esta razón nos hemos atrevido a aseverar que sólo la vida humana es quizás la mayor y mejor demostración de la existencia de Dios. El criterio de un Dios interior, proviene del término entusiasmo etimológicamente se origina del griego entho (latín intus) = dentro; y siasmo significaría Zeus o Theos (dios) o sea que entusiasmo sería el “dios que cada uno lleva dentro”. Al leer la definición que la Real Academia Española da de esta palabra, encontramos una acepción que dice “inspiración divina de los profetas” y luego da la acepción de “inspiración fogosa y arrebatada del escritor o del artista, y especialmente del poeta o del orador”. También entusiasmo es “exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por cosa que lo admire o cautive”. Finalmente es “adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño”. Si los conceptos extractados de la Biblia y que acabamos de comentar, se tomaran en forma literal, la definición etimológica de entusiasmo no estaría lejos de los mismos, ya que en algún modo, el hombre desde que fue creado le fue dado una parte de ese espíritu divino, de ese dios que cada uno lleva dentro. Pero este concepto del “dios interior” no es para llenarnos de falso orgullo o petulancia indebida, sino es para significar la luz interior que nos impulsa, que nos “enciende” a emprender una tarea cualquiera, no sólo dándonos la creatividad interior o inspiración sino también la energía necesaria para llevar a cabo lo que desde nuestro interior se nos propone. Es la fuerza o motor de la “adhesión fervorosa” y de la “inspiración fogosa y arrebatada” que cada uno de nosotros puede poner en una acción cualquiera que se desarrolle. Para buscar y encontrar ese fuego sagrado que cada uno lleva dentro de sí, es necesario apelar a nuestra inteligencia y a nuestra afectividad, a nuestra inteligencia emocional, a todos los resortes y mecanismos interiores con que la naturaleza nos dotó, o si somos creyentes, con los que Dios “nos insufló”. Del “soplo divino” que intuyeron los antiguos nace, entonces, el alma y de ella el espíritu. Hay autores que hablan del don del entusiasmo, esto es, como “algo dado”. Irma Sanchis57 define al entusiasmo como “el don de arder”. Deepak Chopra58 piensa que el entusiasmo está en la clave de “experimentar la divinidad dentro de nosotros”. Para ello es necesario el silencio, la meditación y el “no juzgar” que son llaves que abren la puerta a la “potencialidad pura” lo que constituye un campo de conciencia desde el cual todo fluye. Para que estas cosas ocurran se debe establecer una especie de autodescubrimiento que consiste en “una travesía que dura toda una vida; es muy excitante embarcarse en un viaje que no tiene destino final pero que tiene como guía el éxito. El éxito no es una meta, es un viaje, es el sentido del significado y el propósito de la existencia, es el sentido de conexión con la creatividad. Es la habilidad de amar y tener compasión, la habilidad de experimentar alegría y compartirla con 57 58

Periodista y escritora, autora del libro EL DON DE ARDER Deepak Chopra – LAS SIETE CLAVES ESPIRITUALES DEL ÉXITO

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otros. Tan pronto como uno alcanza una meta, un nuevo desafío aparece, es algo que nunca termina. Éxito y espiritualidad son la misma cosa. La vida es la expresión del espíritu y la conciencia. De ahí que si el éxito es significado y propósito en la vida, entonces no hay conflicto alguno.” El éxito, como expresión y resultado del entusiasmo se debe así, como antes lo dijimos, a la “energía o exaltación o fogosidad del ánimo necesaria para llevar a cabo lo que desde nuestro interior se nos propone para favorecer una causa o empeño” que se desata por un “estado central motivante” en el ánimo y que lleva como timón el pensamiento positivo mediante el “sentido de un nivel de integración superior”. La presencia del dios interior (endotheo) puede generar, y de hecho lo hizo, la idea de una religión endógena cuya finalidad no es proclamar la existencia de un dios exterior sino perfeccionar nuestra conducta, sentido de la vida y proyecto existencial, en orden al encuentro y comunicación permanente con el dios interior (iluminación). El budismo se basa en este principio de religión endógena. Por sus resultados, parece ser un método religioso excelente pues de algún modo conduce a la “mente superior” propia de la inteligencia humana como proyección del don divino. Si se combinara la religión endógena con la exógena (aquella que se manifiesta o exterioriza con un rito, una doctrina y una congregación o iglesia) es evidente que el yerro de las religiones “exógenas” sería menor o inexistente, pues acoplaría la perfección interior con una conducta y expresión religiosa exterior más acorde con el principio de perfección divina (perfección de la esencia en la existencia). El entusiasmo sería otro de los modos de aparecer de Dios. Personalmente creo que Jesús debió apoyarse mucho en ese “divinidad endógena” para hablar de Dios como Padre y el Reino de los Cielos está más dentro de nosotros que por encima, en un espacio nebuloso, incomprensible e inalcanzable. Sólo el amor y la bondad con nosotros y los otros es el camino hacia ese Reino de los Cielos y, por cierto, todo el secreto de ese camino está en nuestro mismidad, en nuestra interioridad. El Dios personal El Dr. Chopra59 concibe un Dios que nada tiene que ver con un anciano barbado rodeado de ángeles y sito en un paraíso lejano. Es uno de los defensores de la existencia de Dios a través de la creencia personal o fe. Para este autor, Dios es un proceso al que los seres humanos accedemos a través de siete niveles o versiones personales diferentes:60 1. el Dios protector 2. el Dios todopoderoso 3. el Dios pacifista 59

Deepak Chopra – CÓMO CONOCER A DIOS A Chopra le encanta usar el número siete como una cábala, pues ha escrito otros libros titulados LAS SIETE LEYES ESPIRITUALES DEL ÉXITO y GUÍA DE LAS SIETE LEYES ESPIRITUALES PARA PADRES 60

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4. 5. 6. 7.

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el Dios redentor el Dios creador el Dios milagroso el Dios puro ser

Según Chopra, el nivel de Dios que uno experimenta depende del nivel de conciencia que uno haya podido adquirir a lo largo de su vida y el Dios en que cada uno cree y las diferentes experiencias históricas de la divinidad, se debe a que “uno encuentra el Dios para el que está preparado”. En este contexto, la evolución estaría ligada a los diferentes procesos de la divinidad por los cuales se atraviesa: “los principales dos niveles de nuestra relación con Dios son básicamente como los de los niños en una familia disfuncional: niños que aman a sus padres, pero también les temen” (...) “Nosotros comenzamos con un estado de conciencia muy limitado, y mientras nos volvemos más conscientes, nuestras respuestas son menos condicionadas y más flexibles, esto hasta el séptimo nivel, cuando somos infinitamente flexibles, y en la flexibilidad infinita reside la inmortalidad infinita” (...) “No es difícil encontrar a Dios. En verdad, Dios es imposible de evitar, porque no existe un lugar donde Él no esté. (...) Eso es lo que las tradiciones místicas han querido decirnos a través de la historia. No hay nada que no sea Dios. Sólo Dios existe”. De alguna manera, la concepción de Dios que tiene Chopra, parte de la creación del universo al que denomina “divinidad en movimiento”. Los detractores de Chopra son los mismos que no aceptan al universo como creación de Dios, pues identificar a la naturaleza con Dios, se considera como algo propio de las anacrónicas formas de pensamiento religioso. Esos detractores conciben a la naturaleza inherente a este mundo físico y material, la fuerza creadora por sí, sin conexión con lo sobrenatural o Dios. Ahora, nosotros preguntamos a esos detractores: ¿hay otra forma de preguntar por Dios que no sea con el pensamiento religioso? Cuando definimos a religión aclaramos que era lo que nos religaba a Dios. El sólo hecho de preguntar por Él, ya es una forma de reatarnos a su presencia. Si no, ¿para qué preguntamos? Tanto afirmar que Dios existe, como negar su existencia, dijimos antes, son dos formas idénticas de preocuparse de Dios y esto nos llevó a plantear el dilema: si Dios no existe, ¿para qué ocuparse en negarlo? Si realmente no nos interesa Dios, la respuesta sabia a la pregunta de la existencia de Dios es no sé. Precisamente no saber de Dios es ignorar que existe. Pero la ignorancia no es prueba de que Dios no existe. Hay muchos seres reales cuya existencia ignoran millones de hombre. En virtud de lo expresado antes por nosotros y los conceptos de Chopra, obligadamente llegamos a la concepción de que Dios es una experiencia personal. Y por esto aceptamos a la fe o creencia personal como otros caminos válidos para mostrar la existencia de Dios. La fe es un fenómeno universal y ancestral. No es algo elaborado por el hombre. Está dentro del hombre, en ese interior que Chopra, como todo maestro hindú, nos pide indagar. El universo externo o macrocosmo, está ligado en forma indisoluble con el universo interno o microcosmo. El microcosmo es una

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proyección expansiva del macrocosmo a un individuo. Es como si el macrocosmo completara su magnitud con la magnitud del hombre. Este macrocosmo se dilata hasta llegar al hombre y se proyecta dentro de él, de forma tal que indivisiblemente tanto el macro como el microcosmos forman una sola cosa, son partes ineludibles del mismo todo. Esto hace que tanto uno como el otro pierdan la relatividad al integrarse al todo y ahí se plasma, de alguna manera, el abstracto absoluto. En el todo, las cosas están siempre y son de una forma igual. Una cosa es la esencia única e irrepetible de cada cosa y otra es la forma como se manifiesta, y otra es la forma de cómo el hombre capta ese modo de ser o de presentarse. Por otro lado, volvamos a lo que antes analizamos como el “saber intrínseco, inherente, con que nacemos es lo que Jung llamó “inconsciente colectivo” y que hoy aceptamos como “memoria filética”. De no existir ese saber nunca hubiéramos aprendido a hablar y razonar. Dios siempre aparece. En lenguaje existencialista esto quiere decir parece ser, pero no es la cosa en sí. Dios se manifiesta en el universo, pero no es el universo. Está en todas las cosas y los lugares, pero no es esas cosas y lugares. La esencia de Dios es un misterio absoluto para la mente del hombre. Por eso, sólo puede contener a Dios con su espíritu más que con su sola razón.61 La razón le guía hacia Dios, pero sólo la fe le hace poseer el conocimiento y la identificación con Dios. El encuentro personal con Dios a través de la fe es una conmoción extraordinaria y única que nos transforma para siempre en un “hombre de Dios”, independiente de toda religión. La razón es una nota constitucional del hombre, como la fe es un sentimiento constitucional del hombre. Está en su esencia de hombre como están los otros sentimientos, afectos, emociones, instintos, que son parte de su esencia. Negar la existencia de un sentimiento porque no se ha tenido la experiencia de experimentar dicho sentimiento, es como tratar de negar la existencia de la luz cerrando los ojos. La fe es un hecho irrefutable y de ella hay millones de testigos. Quizás muchos más de los que atestiguan que la fe no existe. El principio de la universalidad de la fe es algo que hace irrefutable su existencia. Naturalmente, la mayoría, como número, no es prueba de verdad. Pero en cuestión de sentimiento, el número estadístico cobra valor absoluto y no relativo. El sentimiento es algo que se siente, o no. Tenemos sentimientos universales incuestionables como son los sentimientos de amor, bondad, amistad, honestidad, verdad, etc. Si aceptamos como reales y verdaderos esos sentimientos ¿por qué nos empecinamos en rechazar el sentimiento de Dios?. El sentimiento, como tal, es una sensación interna muy especial que cuando se conoce o se experimenta no deja lugar a dudas de su existencia. Es parte de la esencia del hombre en su vida afectiva. La fe religiosa es un sentimiento de Dios. El hecho de no sentir un sentimiento (valga la redundancia) no significa que ese sentimiento es inexistente y acá reiteramos lo que recién dijimos, para dejar cerrada una cuestión que tanto intelectual como racionalmente creemos incuestionable. Seguir con la polémica es caer en 61

Recordemos que aceptamos a espíritu con el concepto de Russell en el sentido de que comprende razón, afectividad y voluntad. Si sólo empleamos la razón no estamos ocupando “toda la mente” o, mejor dicho, estamos pensando con una “mente estrecha”, esto es, una mente no abierta totalmente.

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el círculo cerrado de dos puntos de vista diferentes y opuestos: los que creen y los que no creen. Pero ya analizamos que la existencia de las cosas está por encima de toda creencia o conocimiento. La existencia no está sujeta a la creencia ni al conocimiento. Se es a pesar de que se crea o no, o de que se conozca o no esa existencia. Esta afirmación no quiere decir que el ateo o agnóstico está condenado a creer sí o sí. De ninguna manera. Desde nuestro punto de vista, es simplemente una forma de presentar una cuestión incuestionable que es muy cuestionada, por no haberse accedido debidamente al conocimiento.62 Certeza de Dios El hombre, ya sea por la ciencia o por la filosofía, a medida que incorpora conocimiento, adquiere certeza.63 Por eso, para acceder a Dios es válida la ciencia, la filosofía (en cuanto al uso de la razón pura) o bien la religión (como sentimiento, creencia o fe). Es tan válido el Dios que se descubre con la razón como el que se encuentra con el sentimiento. Usar uno u otro criterio es fruto de nuestra decisión personal de querer conocer, o no, a Dios. Si la intención y el deseo es conocer a Dios, lo encontraremos a través del cualquier camino o método. Pero no debemos caer en el panteísmo de confundir a Dios con su obra. Dios está en todo y en todos los lugares, pero las cosas no son Dios en sí. Las cosas u objetos representan la presencia de Dios. Eso sí: podemos afirmar que no hay nada que no hable de la presencia de Dios, porque en ello está el espíritu de Dios. Pero una cosa es afirmar que en los entes está la presencia de Dios y otra es aseverar que ese ente es Dios. Dios está en el hombre, pero el hombre no es Dios. El hombre posee parte del espíritu divino, la nefesh o nepech, que lo hace parte de Dios, pero no es el Dios en sí. Es semejante pero no igual. El hombre no está directamente en el misterio católico de la Santísima Trinidad 64 (misterio que quizás haya contribuido en parte a la creencia de que la naturaleza es Dios, por ser parte de su obra). Probablemente, en una muy elaborada exégesis pretendamos que el hombre entra en esa Trinidad, bajo la figura de Cristo que siendo Dios toma la imagen de hombre (Dios-hombre)65 (al revés del César o Faraón que pretendían ser un hombre-dios u homo divinans) Estar hecho a imagen y 62

Acá usamos el término conocimiento como la certeza de la existencia de las cosas, independientemente de los mecanismos de formación del conocimiento o de la aceptación de la existencia del conocimiento en sí. Si no, no pudiésemos tratar ninguna cuestión si no aceptamos la posibilidad de conocer los entes. 63 Certeza es conocimiento claro y seguro de alguna cosa o la firme adhesión de la mente a algo conocible, sin temor de errar 64 Misterio por el cual tres personas distintas constituyen una sola. No debe confundirse la nefesh o nepech con el Espíritu Santo, pero puede ser tenida en cuenta como una forma de operar del mismo. El hombre podría considerarse indirectamente representado en la Santísima Trinidad en la figura de Cristo (como Dios que toma la forma de hombre), pero representación no significa ser parte. 65 Con todo respeto hacia el dogma católico, el que no pretendo discutir, lo refiero para introducir cómo la figura del hombre, representada en Jesús, entra en una trilogía que si bien sólo acepta a Jesús como hombre, no impide que también pueda ser pensada en que dicha trinidad puede involucrar al hombre como lo explica el Génesis de la Biblia, al ser creado insuflándole el espíritu que bien puede ser el propio Espíritu Santo (todo esto sujeto a las debidas reservas de la interpretación teológica)

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semejanza, de ninguna manera le hace igual al molde original, pues es sólo eso: imagen y semejanza. En esto, lingüísticamente, la Biblia es maestra. Define con precisión la esencia humana, al decir que es materia insuflada de espíritu pero constituyendo un todo indivisible, del cual no podemos separar lo que es materia pura y lo que es espiritual, pues el espíritu, como energía vital, está en cada célula de su cuerpo. De ahí la imposibilidad de aceptar el dualismo que primero intentaron plantear los griegos al hablar de soma y psique y que posteriormente confirmó Descartes.66 La Antropología Filosófica para evitar el dualismo propone una carnalidad espiritual. Pero, el uso de dos palabras instaura automáticamente la idea de dualidad. Nosotros hemos propuesto una sola palabra para una sola cosa: carnoespíritu. Con esto conciliamos la totalidad con la antropología y el lenguaje (y detrás de éste, el concepto). El milagro Hasta ahora hemos tratado el acceso indirecto a Dios, a través de la razón o de la fe. En este contacto indirecto, no es Dios que se nos presenta en sí, sino una búsqueda que iniciamos desde nosotros, desde nuestro interior, indagando el exterior. Pero hay un acceso directo a Dios y éste ocurre cuando Dios se nos presenta directamente. Es lo que se conoce como milagro.67 Frente a esta circunstancia ya no hay lugar para la duda o la discusión, pues el hecho es concreto y el fenómeno es real y ya no está sometido a la especulación, como cualquier otro suceso real. En este caso, la persona que no ha presenciado el milagro, toma conocimiento indirecto de la existencia de Dios, a través del testimonio del vidente del milagro o de algún hecho operado sobre la naturaleza que no puede explicarse por mecanismos naturales y por eso se le llama sobrenatural. En el caso del milagro, por lógica, la certeza de la existencia de Dios sólo es posible para el testigo directo. Aquél que presencia el milagro o ve a Dios no podrá bajo ningún concepto, negar esa existencia (salvo que crea haber alucinado o no le conste en forma objetiva la comunicación directa con Dios. Esto puede ocurrir y de hecho ha ocurrido). Sólo en el caso de la existencia real de un fenómeno natural objetivo no explicado por mecanismos o leyes naturales, se podrá objetivar la aparición real de Dios y se despejará si se alucinó o se estuvo bajo el influjo de éxtasis. Uno de los ejemplos más fehacientes es el milagro colectivo, el que es contemplado por varias personas simultáneamente y que no se encuentra en estado místico o de éxtasis. El contacto directo con Dios no es un hecho frecuente. Si lo fuera, Dios coartaría la libertad que le concedió al hombre y alteraría el curso de la naturaleza, propósito que no está en los planes de Dios aparentemente, pues si no las cosas hubieran ocurrido de otra forma. Adán y Eva hubieran 66

EL DISCURSO DEL MÉTODO “Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a la intervención sobrenatural de origen divino” (RAE) 67

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seguido en el Paraíso Terrenal, sin pecar y viendo al Dios todos los días. El hombre que tiene el tremendo privilegio de enfrentar personalmente a Dios en un tête a tête queda eternamente privado de su libertad y ligado indisolublemente a Dios. Es una experiencia tan impactante que difícilmente puede volver a su vida de rutina y seguir pensando como habitualmente lo hizo. A no ser que, del mismo modo de Luzbel, se rebele contra Dios y no quiera sentirse sometido. Tiene esa posibilidad. Dios no le priva de la decisión de no aceptarle. Con este repaso somero, terminamos nuestra escueta respuesta a la pregunta de la existencia de Dios y lo hemos hecho de la única forma posible y objetiva: analizando los fenómenos como se presentan. Así terminamos con el conocimiento directo de Dios por un acto milagroso o con el conocimiento indirecto, a través de la razón o la fe. Los problemas de la fe personal Hay hechos que preocupan y distraen a una mente confundida. La existencia de las dualidades fundamentales como el bien y el mal, son contradicciones que aparentemente no encajan en la perfección de Dios, el cual, como ser supremo perfecto debe ser uno (unívoco) y no presentar principios equívocos que la mente del hombre concibe como contrarios imperfectos. Si Dios es el Bien, no puede aceptar el Mal. No es óbice para ciertas mentes aceptar el misterio de Dios, pero paradójicamente se resisten a concebir otros misterios. Los que creen en un Dios completamente misericordioso, ya dijimos que suelen preguntarse porque existe la impiedad de la maldad humana y el sufrimiento indescriptible del hambre, la enfermedad, los desastres naturales o catástrofes. Otros prefieren ver un Dios castigador que llega al borde de la malignidad y abominar de él. Pero los que en principio aceptan que Dios es bueno, misericordioso, cuando viven en un permanente medio de una completa miseria humana, entran en una faz depresiva y la duda ronda socavando la fe más férrea. Todos los creyentes, por una u otra razón, en algún momento sufren una ráfaga de incredulidad y ponen en tela de juicio algunos aspectos de la doctrina a las que adhieren su fe. Esto es propio de la dualidad espiritual del hombre que “comió del árbol de la ciencia del bien y del mal” infundiéndose, según el texto bíblico, la capacidad de incorporar todas las dualidades o contradicciones que padece. El quiebre de la fe tiene el mayor ejemplo cuando el propio Cristo exclama en la cruz “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El sufrimiento extremo (sufrimiento insufrible) en el propio cuerpo o la empatía espiritual con el sufrimiento extremo del prójimo es un estímulo que difícilmente pueda superar un hombre si se identifica con dicho sufrimiento. Sólo la indiferencia o la sublimación pueden ayudar a tolerar el grado máximo de sufrimiento, pero no siempre es posible alcanzar el poder de ser impermeable al sufrir pasiva o activamente. A veces exige un gran entrenamiento y un alejarse de la fuente perturbadora. Si esto no es factible, lo lógico es la

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decepción, la depresión, la duda en la fe. De igual modo, Benedicto XVI cuando visitó al ex campo de concentración de Auschwits (famoso centro principal de la masacre nazi de los judíos), formuló la pregunta: ¿por qué, Señor, has tolerado esto? Por otro lado, la fe y la formación en la fe nos llevan a aceptar una determinada doctrina religiosa. En el caso concreto de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, el origen de la doctrina de fe es el cristianismo. Pero las costumbres imperantes durante la existencia de Cristo y después de su muerte, ejercieron un fuerte influjo para que la Iglesia naciera de una multiplicidad indeterminada de ideas y creencias. Poco a poco, bajo el influjo de las circunstancias y en la medida que se agrupaban los cristianos, cada uno incorporó parte de la pura doctrina cristiana, pero los usos bajo el influjo de una fe extrema, exageró la adopción de reglas y ritos y no se pudo escapar a imperativos religiosos de vieja raigambre. Recordemos que Cristo debió insertar su doctrina en una sociedad religiosamente formada y que él debió aceptar en parte la tradición religiosa de esa sociedad, a la que se sometió en algunos aspectos. Incorporó a su doctrina la creencia monoteísta y algunos ritos (bautismo, asistencia al templo, orar, etc.). Si esto le ocurre al propio Cristo, ¿cómo no iba a sucederles a otros hombres en coyunturas similares? Tanto los conversos como los que primariamente nacen a la fe cristiana, no pueden sustraerse totalmente a las ideas y creencias que conviven con ellos desde siglos, en algunos casos. Mi idea personal es que muchas de esas tradiciones y ritos, que sin conexiones algunas son coincidentes, están inscriptos en nuestra memoria filética y de ahí la fuerza poderosa de los mismos, que llevan a anular toda “razón razonable”. La Iglesia Católica no escapó a los vaivenes y a través de los siglos fue pergeñando una doctrina “acorde a los tiempos”. Para evitar las discusiones, los disensos y las dudas anteriores, presentes y futuras, debió recurrir al extremismo del dogma. Así, recortó y aniquiló de su seno todo aquello que no se conformara con los principios dogmáticos. Bajo el pretexto de la revelación divina, hizo su propia exégesis cerrada de las llamadas Sagradas Escrituras e incorporó muchos ritos bajo el nombre de Sagrada Tradición. Quinientos años después de la muerte de Cristo, se constituye como la actual Iglesia Católica que conocemos, con su organización clerical y monacal y bajo la institución del Papado y la interpretación de la doctrina mediante encíclicas y concilios ecuménicos. Pero no siempre la doctrina católica se fundamenta estrictamente en la doctrina cristiana. Incluso, hay aspectos que la alejan contradictoriamente de la misma. La exégesis teológica dejó serias dudas al principio y aún hoy, todo el tejido que formó en la antigüedad y la medievalidad y luego en la contrarreforma de la modernidad, hoy ofrece aristas muy difíciles de limar y que sólo siguen en pie por la tozudez de no cambiar lo que originalmente se instauró como lo eterno e inmutable y verdades indiscutibles. Sin embargo, los tiempos han exigido a la Iglesia su propia revisión y el más grande sacudón lo sufre en el siglo XX cuando algunos Papas estremecen los

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cimientos del rito y la doctrina, relativizando un poco el extremismo absolutista. Benedicto XVI prácticamente, eliminó el concepto de limbo. Sin embargo, catorce siglos de tozudez no son posibles de derribar en un siglo. El Concilio Vaticano II bajo la magnífica e insuperable visión del papa Juan El Bueno (Roncalli) trae vientos renovadores y esperanza de la redención de la Iglesia Católica, en el sentido de modificar criterios de ritos y dogmas. Pero fue tanto el miedo de que la reforma atentara contra la credibilidad, que las mentes conservadoras del Vaticano pudieron más que el Papa y el Concilio y, traicionando su propia doctrina de respeto a las encíclicas y concilios, comienza una contrarreforma conservadora, al provocarse el cisma encabezado por Lefèvre y continuado silenciosamente por la cúpula vaticana que rodea al Papa, siendo Ratzinger uno de los principales constructores a la restauración de la doctrina católica anterior a Vaticano II. Cuando asume como comandante de la Sacra Rota debe enfrentar los embates de la denominada Teología de la Liberación por considerarla muy subversiva. Y lentamente, convence a Juan Pablo II para ir manteniendo o restaurando doctrina y ritos que el Concilio Vaticano II había comenzado a soslayar. Cuando Ratzinger asume como Papa directamente y sin cortapisas restaura el rito que el Concilio Vaticano II había desterrado (misa tridentina, la salvación está sólo en la Iglesia Católica, etc.). Sólo reconoce tímidamente que algunas doctrinas como el limbo no tenían mucho asidero racional y teológico. Pero esto no influye para nada en lo esencial de la doctrina que está en crisis y que genera serias dudas. Los vaivenes contradictorios de la Iglesia Católica del siglo XX y del comienzo del siglo XXI, confunden a religiosos y laicos y dividen las opiniones. El autismo y el autoritarismo del Vaticano daña la imagen eclesiástica y pone interrogantes a la fe. Si bien la unidad de credo lo es a nivel de clero y Vaticano, en las filas de los fieles se ve otra situación. La unidad sigue siendo ritual, pues los católicos disidentes siguen asistiendo al culto y ninguno plantea, por temor a ser marginado o separado de la Iglesia, lo que realmente piensa. Nace el divorcio abierto entre creencia y la vida real. Una es la costumbre dentro del templo y las casas eclesiásticas y otra la desarrollada en la sociedad y vida cotidiana. Mientras unos siguen en el ritualismo automático, otros cambian de religión o simplemente se alejan manteniendo una fe de manifestación oral pasiva pero no de militancia activa. Es decir, se dicen católicos pero no profesan abiertamente. Como prueba irrefutable de lo complejo de la fe católica y de las dudas que pueden llevar a un católico al ateísmo o la apostasía, es lo sucedido con la Madre Teresa de Calcuta y que se ha dado a conocer con la obra de Kolodiejchuk.68 En su libro este autor cita la correspondencia que la 68

Brian Kolodiejchuk – MADRE TERESA: VEN Y SÉ MI LUZ (Mother Teresa: come be my Light), Editorial Doubleday, setiembre 2007. Sobre este libro, dos católicos han emitido opinión: el reverendo Matthew Lamb, presidente del Departamento de Teología de la Universidad Ave María, Florida, EE.UU., quien cree que el libro de Kolodiejchuk llegará a la misma importancia de las CONFESIONES de San Agustín o de LA MONTAÑA DE LOS SIETE CÍRCULOS de Thomas Merton. Christopher Hitchens,

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Madre Teresa sostuvo con sus confesores y algunos de sus superiores, por más de 60 años. Según estas cartas, parece que cuando en l948, la Madre Teresa se instala en la India, en Calcuta y se ocupó de los pobres y enfermos, verdaderos marginados de la sociedad india, al ver la magnitud del sufrimiento, tanto en la cantidad como en la calidad, empieza a desesperarse y a gestar el síndrome depresivo que le lleva a cuestionar su fe sobre Dios. Este dilema nace y se extiende, prácticamente, según la versión de Kolodiejchuk, hasta 1959, año en que parece tener un breve período de cinco semanas para cubrir el vacío de fe que le embargaba. Ese año, en el mes de agosto, remite una misiva al reverendo Lawrence Picachy donde manifiesta: “Dime padre ¿por qué hay tanto dolor y oscuridad en mi alma?”. Esta frase desesperada tiene mucha similitud con la frase que hemos citado de Cristo en el instante de estar crucificado. Después de 1959 continuó confundida espiritualmente, pero no cejó en su labor de ayudar y asistir a todos “los pobres de los pobres” que contenía Calcuta en particular y la India en general. Funda su orden y lucha denodadamente, por su causa humana y con la sonrisa pública, pero con el dolor interno que ella expresaba puntualmente. Una de sus cartas de 1956 contiene la frase “un anhelo tan profundo por Dios y (…) rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin entusiasmo”. Además del desencanto este pronunciamiento de la santa contiene la desesperación del vacío y la tristeza depresiva. En 1979 se le concede el Premio Nóbel de la Paz y su discurso de aceptación en diciembre de ese año, no refleja su decepción en la fe. Ahí confiesa que “Cristo está en nuestros corazones, en los pobres a los que encontramos, en la sonrisa que ofrecemos y en la que recibimos”. Según las notas publicadas, menos de tres meses después, a principios de 1980 en una carta dirigida a su asesor espiritual, reverendo Michael van der Peet donde dice: “Jesús te ama a ti de una forma muy especial. En mi caso, el silencio y el vacío son tan grandes que miro pero no veo, escucho pero no oigo, la lengua se mueve (según el texto se refiere cuando ora) pero no habla”. En otra epístola encontrada sin fecha y dirigida al propio Jesús manifiesta: “Dónde está mi fe – incluso aquí en lo más profundo no hay nada, sino vacío y oscuridad. Dios mío – qué dolorosa es esta pena desconocida. No tengo fe. Si hay un Dios perdóname por favor. Cuando trato de elevar mis plegarias al Cielo hay un vació tan condenador… Llamo, me aferro, quiero y no hay nadie para contestar. Nadie a quien aferrarme. Nadie. Sola” Kolodiejchuk considera muy especialmente conmovedora una declaración en la Madre Teresa asevera su disposición a “sufrir (…) toda la eternidad, si eso es posible”. Y el autor comenta en una entrevista periodística: “No he leído nunca la vida de un santo con una oscuridad espiritual tan profunda. Nadie sabía que se encontraba tan atormentada”.

autor del libro DIOS NO ES MARAVILLOSO (God is not great) piensa que la Madre Teresa llega a esta crisis espiritual porque cree que parece interpretar que “la religión es una fabricación humana”. Kolodiejchuk es miembro de la orden fundada por Teresa de Calcuta, Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa y es el principal promotor del pedido de santificación de la Madre Teresa.

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De acuerdo a lo que surge en el mismo libro, era natural que no se advirtiera el dilema de la santa, puesto que nunca cejó ni abandonó su obra apostólica y públicamente daba testimonio de fe permanentemente. Las opiniones que el libro de Kolodiejchuk despierta son polémicas y cada uno da su versión del vaciamiento de fe de la santa. Pero una cosa es lo que ella sintió y otra la que puede llegar a interpretar. La Madre Teresa, como la mayoría de los santos, estuvo bordeando entre la fe a ultranza y las tentaciones y la desesperanza. No obstante, como verdadera santa, siguió firme en su trabajo y nunca renunció públicamente a su fe. Todo lo contrario: hizo lo imposible porque se mantuviera viva. Si se compara el pasaje de Sartre sobre el encuentro con la “nada existencial” se verá la tremenda coincidencia de la pérdida de sentido de los entes en general, que sufrieron tanto Sartre como la Madre Teresa. La pérdida del sentido de las cosas en la crisis existencial es un fenómeno especial que impacta profundamente en quien llega a padecerla. Los que mueren permaneciendo en la crisis, son sujetos de sufrimiento inimaginable y de alta vulnerabilidad. Los que superan la crisis se tornan resilientes. Humanamente la Madre Teresa participó del mismo fenómeno de desilusión que afectó a los famosos curas-obreros de Francia que intentaron convivir y trabajar con los obreros explotados y marginados de la sociedad para llevarles el mensaje evangélico y mucho de ellos terminaron abandonando los hábitos, abjurando de la Iglesia e, incluso, enrolándose en el comunismo ateo. Asimismo, muchos santos importantes de la Iglesia, considerados Padres de la misma, dieron testimonio de sus dudas y tentaciones (Ej. San Antonio). Es propio de los grandes santos padecer “ataques de falta de fe” porque la intensidad con qué viven a Dios es tan inmensa que pueden llevarlos a perderse en la infinitud. Otro ejemplo, menos conocido, es San Agustín. En la Biblioteca Ampoliana de la Universidad de Erfurt (Erfurt es una ciudad situada al oeste de Alemania) se encuentra seis sermones de Agustín de Hipona (354430),69 santo de la Iglesia Bereber de Argelia, donados en 1412 junto con 633 volúmenes manuscritos por el erudito Amplonius Ráting de Berka. En esos volúmenes iban textos de Agustín que son copia escrita a mano en la primera mitad de siglo XII en Inglaterra. Los textos llegaron a Inglaterra desde el sur de Italia antes del primer milenio. En el “Quinto sermón de Erfurt” Agustín discute la realidad de la resurrección de los muertos y defiende la fiabilidad de las profecías de las Sagradas Escrituras. En los parágrafos que siguen, analizaremos algunos aspectos de estas crisis espirituales de fe, como asimismo, al tratar la neuroteología retomaremos la cuestión de la existencia de Dios.

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San Agustín de Hipona nació el 23/11/354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre Patricio era pagano cuando nació Agustín. Su madre, Santa Mónica, es puesta por la Iglesia Católica como ejemplo de mujer cristiana, de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aun bajo las circunstancias más adversas. Fue nombrado obispo de Hipona.

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CAPÍTULO IV

DIOS, EL BIEN Y EL MAL

Es muy difícil, en el mundo de hoy, decidir entre el bien y el mal y reconocer a ambos en una conducta o acto concreto

n este parágrafo analizaremos la cuestión de Dios, el bien y el mal. Es frecuente que de Dios se diga que es bueno y justo. Pero en algunas ocasiones, frente a una desgracia irreparable como es la muerte, la enfermedad, la invalidez o un fenómeno natural dañino (aluvión, terremoto, huracán, inundación, etc.) que nos prive de nuestros bienes materiales, es probable que nos surja el reproche o el lamento bajo la forma de acusación a Dios de malo e injusto. También calificamos muchos actos de Dios de malos o buenos, de justos o injustos. Siempre el sentido del término justicia (como abstracción) se acompaña de los abstractos bien y mal. Pero la humanidad del siglo XXI incursiona en costumbres y comportamientos a los que juzga como naturales y propios del hombre, confundiendo a menudo lo bueno con lo malo y viceversa. Es como si no se tuviera una noción unívoca del bien y del mal.

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Por lo que no es descabellado preguntar ¿pero, qué es el bien y el mal? El bien Como ocurre con vida y amor, bien es una palabra multiuso y polisignificativa. Cumple bien el postulado ad sensum, es decir, significará según el sentido que se le quiera otorgar desde un punto de vista determinado. Esta consideración es válida para todas las palabras que hemos denominado de multiuso y polisignificativas (polisémicas). Filosóficamente, la RAE dice que “en la teoría de los valores, bien es la realidad que posee un valor positivo y por ello es estimable”. Desde este punto de vista, cualquier cosa que esté en la realidad, sea concreta o abstracta, que tenga un valor positivo y sea estimable, es un bien. Esta definición sujeta el bien a otras dos palabras: positivo y estimable. Positivo sería “lo cierto, efectivo, verdadero y que no ofrece duda” mientras que estimable es lo “que admite o es digno de aprecio y estima” mientras que estima es “consideración o aprecio que se hace de una persona o cosa por su calidad y circunstancias”. Y así sucesivamente, tendríamos que ir buscando cada palabra y nos encontraremos con sorpresas tales como que aprecio es apreciar, tener

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reconocimiento y estima. En síntesis: hemos dado vuelta al léxico y no salimos de las mismas palabras. Esto funciona como decir que verdad es lo que se refiere a lo verdadero (cosa de Perogrullo). Pero siguiendo con la RAE veremos que bien es “según es debido, con razón, perfecta o acertadamente, de buena manera; según se apetece o requiere, felizmente, de manera propia o adecuada para algún fin; con gusto, de buena gana; sin inconvenientes o dificultad; utilidad, beneficio”. Lo cierto es que bien es un concepto abstracto como la bondad, la maldad, la belleza, etc. y por lo tanto, no es algo autónomo con existencia en sí mismo sino que siempre dependerá de algo o alguien. Siempre lo bueno estará en estricta dependencia de otro concepto. Pero eso no significa que sea una entelequia o que no se sepa que es el bien. La percepción de lo bueno o lo malo es algo inherente al hombre y esto lo sabe siempre a través de la ética que sería, en algún modo, buscar el bien y eludir el mal. Y toma contacto, tanto con el concepto abstracto como el concepto aplicado, a través de la conciencia (de ahí nace la idea de conciencia como juez del bien y del mal). El bien es un concepto abstracto que conlleva otros conceptos como: lo que es debido, lo razonable, lo perfecto, lo acertado, la buena manera, lo que provoca felicidad, buen gusto y buena gana, lo que implica un beneficio, lo excelente, lo que es acorde con la naturaleza (lo natural), lo que no produce daño alguno, lo que implica una meta útil para sí o para otros. Luego, bien es un concepto relativo. El bien absoluto estaría en la concepción de Dios. La relatividad del bien es la referencia a que el bien siempre es bien para... algo. Si no hay un referente, no hay un concepto claro de bien. Esto es opuesto a otra relativización, que no tiene nada que ver con lo que es el bien en sí, sino con conceptos individuales de lo que un hombre determinado “cree” que es bueno. Estos conceptos individuales son los que dan base al aforismo lo que es bueno para unos puede ser malo para otros. Esta aseveración es verdadera en el campo de los conceptos particulares. Así, por ejemplo, la esclavitud es admitida como buena por algunas sociedades, mientras que algunas tribus aceptan la antropofagia. Sabemos que muchas religiones o pueblos aceptan la mutilación del sexo o gónadas externas o el sacrificio humano. Hay pueblos que ingieren animales que para otros serían repugnantes. Y así seguiríamos los etcéteras y ejemplos en forma interminable. Esto, insistimos, se debe a que particularizamos el concepto con relación a creencias individuales. El bien, como concepto universal, a pesar de ser abstracto y relativo, es claro cuando casi la mayoría de la humanidad se declara respetuosa de la vida, afecta al amor, al servicio al

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prójimo, a que la felicidad no depende de lo material, y acá también los etcéteras y ejemplos serían infinitos, pero esta vez no referido a creencias individuales, sino al número de cosas que la humanidad acepta en forma general, con un consenso unánime, que esas cosas representan al bien (universalidad del bien). Las confusiones filosóficas o de otra naturaleza que se producen cuando se habla del término bien, también reiteramos, se deben a las múltiples significaciones o connotaciones que se le imprima a la palabra, de acuerdo al punto de vista con que se la emplee o se reflexiona sobre ella. Pero si nos queremos referir al bien como valor supremo, absoluto y universal, debemos aceptar el consenso general y no la creencia individual o el punto de vista particular. Después de todo, no podemos negar que el lenguaje es un consentimiento especial para ponernos de acuerdo en dar y aceptar los significados de las palabras que deseamos emplear o las que escuchamos de otros. El método socrático de preguntar a otros qué quieren decir con una palabra que usan, es la forma de comprender qué es lo que nos quieren decir. Es también un método para empatizar. El bien comienza a operar en nuestros actos cuando ofrece algo a nuestra voluntad bajo la forma de un fin propio (en el sentido de “aquello que corresponde hacer”). Como norma general puede decirse que bien es: lo que no causa daño a nosotros lo que no causa daño a otros lo que no produce escándalo El mal El mal es el polo opuesto del bien, y la otra punta de la dupla bien-mal que rigen los principios éticos. Precisamente la RAE define a mal como “lo contrario a bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto, el daño u ofensa que uno recibe en su persona o hacienda, desgracia, calamidad, enfermedad, dolencia, contrariamente a lo que es debido, sin razón, imperfecta o desacertadamente, de mala manera”. Si dijimos que el bien es un concepto abstracto que abarca lo que es debido, lo razonable, lo perfecto, lo acertado, la buena manera, lo que provoca felicidad, buen gusto y buena gana, lo que implica un beneficio, lo excelente, lo que es acorde con la naturaleza, lo que no produce daño alguno, una meta útil para sí o para otros. Es un concepto relativo. El bien absoluto sería Dios, y que el mal es lo opuesto al bien, luego: El mal también es un concepto abstracto y que equivale a la exclusión completa del bien, al daño como desgracia o calamidad, a lo que es indebido, ilícito y deshonesto (conjunto de todas aquellas cosas que dañan o son contrarias a la moral), lo antinatural, lo que aparta de la

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felicidad y todo cuyo fin sea lo impropio, inútil y ofensivo. Como el bien, el mal es un concepto relativo. El mal absoluto sería Satanás y el pecado. La referencia a Dios y a Satanás y al pecado, hecha en nuestras definiciones del bien y del mal, son simples concepciones clásicas surgidas de la religión. De ninguna manera esta referencia tiende a que todos acepten estos “absolutos” religiosos. La mención de los mismos es para notar que existen y son una particular concepción religiosa del bien y del mal, a través de imágenes señeras como son Dios y Satanás. Como no deseamos polemizar ni propagar ideas religiosos, dejamos terminado el tema con la idea de que el uso de palabras como sola mención de cosas usadas, creídas o existentes, de ningún modo implican introducción o invitación obligada a aceptar los conceptos que están detrás de los términos mencionados. En la filosofía, el mal y el bien absolutos tienen otras significaciones. Pero independiente de la concepción o consenso general sobre lo que es bueno o malo, como también de los postulados religiosos o filosóficos, hay algo incontrovertible: nuestra conciencia existe, como estado vigil que nos conecta con la realidad y en ella residen los juicios finales naturales que cada uno tiene sobre el bien y el mal en forma absoluta y sus aplicaciones relativas. Por lo tanto, ningún hombre inteligente, afectivo y con buena voluntad puede afirmar que no conoce el bien o el mal o que son tan relativos que no pueden tener certeza de ellos. En esta cuestión, nosotros queremos analizar, muy particularmente, un fenómeno corriente que ocurre cuando el hombre sufre un daño cualquiera como es una enfermedad, una desgracia, la muerte de un ser querido, etc. y entonces clama a Dios culpándolo del daño y con la consabida pregunta: ¿por qué a mí? El dolor obnubila los sentidos y la razón y exalta la emoción y el sentimiento. Es probable que parte de esto incidiera en la crisis de fe que se comenta de la Madre Teresa. En el momento que ocurre el mal no podemos discernir de ningún modo. Ni en manera lógica ni filosófica y mucho menos en términos religiosos. El aturdimiento y el azoramiento de estar frente a frente al hecho conmovedor sólo facultan a dar rienda suelta a sentimientos muy encontrados, como la ira, la desazón, el desconsuelo. En ese particular instante, lo único que surge de nosotros en forma imperativa es el clamor o el reclamo. El reclamo puede centrar en dos aspectos: 1. pedir que se anule el mal 2. o el reproche. ¿Por qué esta reacción? Porque el hombre en el momento del afligimiento supremo se dirige a Dios como su única esperanza y al no obtener la reversibilidad del suceso, opta por culpar a Dios de ese mal. La pregunta mayor de todos los azotados por grandes males y momentos muy

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angustiosos es ¿Dónde está Dios cuando el hombre sufre?70 Sobre el dilema de por qué un Dios bondadoso y omnipotente permite el mal e, incluso, lo creó, se le planteó a Epicuro, quien formuló un planteamiento aparentemente lógico, sobre Dios frente al mal: 1. 2. 3. 4.

quiere eliminarlo y no puede no quiere eliminarlo o no puede ni quiere hacerlo o puede y también quiere

Si seguimos una lógica “teológica” en el primer caso Dios no sería omnipotente, en el segundo no sería bondadoso o moralmente perfecto, en el tercero no sería bondadoso ni omnipotente. En el cuarto caso, mostraría un Dios omnipotente y bondadoso, pero indirectamente toca el trasfondo del origen de los males y por qué Dios no los elimina. Pero todos estos acertijos son propios de la mente del hombre pero no de Dios. Si Dios creó algo, como ya lo hemos planteado, es porque tuvo un designio y sabía todo lo que su decisión implicaría. No podía ignorar la angustia y el sufrimiento. Pero convengamos en que dotó al hombre de dos instrumentos propios de la grandeza divina: la inteligencia y la libertad y pegada a ellas, la responsabilidad. Y junto al mal creó al bien. El resto de los efectos de la creación correrían por entera responsabilidad del hombre. De ahí que la Iglesia piense que el mal existe porque el hombre lo permite y no por qué Dios lo creó. Intervenir modificando la creación, no hablaría a favor del propio Dios, el cual tendría que admitir que se equivocó. Si el creador no modifica su obra es porque la encuentra perfecta. La idea de imperfección no está en el creador sino de la criatura. ¿Eso significaría que Dios realizó una creación imperfecta? De ningún modo. El concepto de imperfección y todos los conceptos que el hombre maneja a través de su pensamiento y palabras no son nada más que eso: puros conceptos. Una cosa es la realidad, iteramos, y otra su interpretación. Cuando el hombre se “alinea” con la creación, alcanza un nivel superior de perfección y es testimonio de su propia bondad. Cuando se separa de ella, pierde el camino y cae en la imperfección adoptando costumbres y creando actividades que lejos de mantener y ennoblecer la obra divina, la degradan y prostituyen. El testimonio de la perfección humana, lo dio el propio Cristo y todos los grandes santos de la historia, tanto católicos como no religiosos. Los grandes hombres son la presentación de la magnificencia de la obra divina.

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Hay una anécdota de alguien que le preguntó a Dios: ¿”Dónde estabas cuando volaron las Torres Gemelas” (en EE.UU.) Dicen que Dios respondió: “Ausente. Dónde tú me pusiste al excluirme de tu vida, de las escuelas, de las oficinas y de tu hogar”

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Comprensión de la creación de Dios en lo referente al bien y al mal Ahora bien: si pudiéramos reflexionar con claridad y no con la razón alterada, comprenderíamos que Dios ha creado al mundo, a la naturaleza con sus leyes y su curso normal. Sólo un milagro (lo sobrenatural) puede cambiar ese curso natural. De no mediar tal milagro, los hechos que ocurran son coherentes con las normas naturales. Cuando el episodio se debe a la acción del hombre (asesinato, guerra u otra acción maligna), Dios no es el autor de los hechos malignos, sino el propio hombre. Esto quiere decir que Dios no es la causa inmediata del mal personal o concreto. Presentada de otra forma, esta cuestión es: ¿por qué Dios creó el mal? Bajo el concepto de mal involucramos la enfermedad, la muerte y otras pérdidas naturales o provocadas. El problema no está en la creación ni en el porqué de las cosas creadas. Los designios de Dios al realizar la creación son inescrutables. Nunca el hombre podrá con su razón conocer o comprender cabalmente la razón de los designios divinos, los que están encerrados en el misterio de Dios. Las cosas en sí, la muerte en sí, la enfermedad en sí y toda otra desgracia, son sólo eso: cosas que ocurren. La calificación de buena o malas corre por cuenta del hábito normal del hombre de conceptuar al mundo, en busca del significado de las cosas (acción inherente a la inteligencia). Esa búsqueda del significado lleva al ser humano a interpretar lo que le sucede y ahí comienza a calificar, según su punto de vista, la concepción personal del mundo, su forma particular de reaccionar frente a los hechos, los moldes culturales que le han infundido y muchas otras variables que hacen a la individualidad absoluta: pertenecen al individuo y a nadie más (aunque otros puedan tener personalidades análogas con reacciones similares). La similitud no significa que sea exactamente igual, sino sólo eso: simplemente similar. Por eso, frente a lo desgraciado, cada hombre tendrá una reacción diferente de: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

ira: impreca a Dios culpándolo del daño resignación: acepta lo ocurrido como algo natural reclamo: pide un milagro comprensión: comprende que lo ocurrido es lo factible, lo lógico y llega a la resignación desesperación: no entiende, no tiene sentido de temporalidad, es fatalista y entonces queda sumido en la depresión de por vida o se suicida venganza: si esto me ocurre a mí, haré que le ocurra a otros alegría o satisfacción: principalmente frente a la muerte, a la que ve como liberación o como la posibilidad de un encuentro personal con Dios esperanza: el dolor es pasajero y pronto habrá recuperación del daño

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9. sublimación: el daño es un bien que le ocurre para ayudar a fortalecerlo (resiliencia), a mejorarlo, a depurarlo71 Con esto queremos significar que ante un mismo hecho, se generan reacciones distintas según sea la persona que sufre. Esto nos demuestra la subjetividad de la interpretación. Por lo tanto, no es posible deducir que Dios es bueno o malo por los sucesos aleatorios. Todos debemos formularnos otra gran pregunta ¿cómo es posible que frente a un mismo mal y sufrimiento unos clamen para salir de él y otros se quedan en el mismo por pasividad, conformidad, impotencia o ignorancia? Los pobres de la India, que eran los sufrientes directos, viven en modo resignado su pobreza y, no obstante, creen en Dios como fe real, como rito, en forma automática, en forma fanática o como superstición. La mayoría de ellos o no tienen fuerzas para hacerlo, o no quieren, no obstante dejan de expresar el dolor. Pero una cosa es sufrir y otra es ver cómo otros sufren. Sufrir por el sufrimiento. La angustia de la Madre Teresa primero fue el motor de su compasión, luego de la lástima y, finalmente, el de la desesperanza. Los que realmente sufrieron y siguieron manifestando su fe en Dios ¿lo hicieron como la Madre Teresa? (públicamente seguía predicando a Dios y defendiendo la Iglesia vaticana, pero interiormente sufría la crisis de su falta de fe). Los problemas teológicos Los defensores de la Teología de la Liberación clamaron atención frente al “silencio de Dios” por el dolor y la miseria y criticaron a la Iglesia Católica por no ser más participativa y comprensiva de todo el mal y de no abandonar dogmas y ritualismos incomprensibles como es bendecir las armas o los ejércitos y los cuarteles. Intoleraron a Dios y a la Iglesia. A Dios le incriminan por su ausencia de manifestación al modo que ellos lo piden, a la Iglesia por cierta falta de conciencia, pues como el resto de las instituciones humanas, la jerarquía eclesiástica parece estar más sumida en acumular poder y riqueza, en construir templos fastuosos, que en conseguir comida, medicamentos, agua y luchar para desterrar la guerra. La Iglesia declama que su misión no es lo temporal, pero su meta siempre parece estar en lo temporal. Esta paradoja resulta hipócrita y de ahí la crítica y el reclamo. Empero, reitero, una cosa es Dios y otra la Iglesia. Si bien la Iglesia dice ser el instrumento de Dios, su obra no tiene nada que ver con la obra divina. El problema no reside en seguir debatiendo con la Iglesia y en denostar a Dios. Cada hombre debe decidir por sí mismo. Si acepta a Dios debe aceptar todo lo que es y no lo que pueda significar para la mente personal. De igual modo, si adhiere a una iglesia es porque aceptó lo que esa iglesia es. Si bien es posible que las adhesiones se realicen bajo una determinada circunstancia, se debe comprender que el cambio coyuntural no modifica el objeto de la adhesión, sino las situaciones existenciales personales. 71

Sublimación: es el mecanismo mental o espiritual por el cual se cambia el objeto y la finalidad, de modo tal que la finalidad de un suceso se transforma dándole una valoración social o moral más elevada y quitándole la negatividad. Resiliencia alude a la capacidad de superar la adversidad y salir fortalecido de ella

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Por último, la Teología de la liberación hubiera sido tal, si únicamente se centrara en modificar a lo que le da origen: la teología. La liberación habría consistido en quitar de la teología de la exégesis todos los excesos puestos por la mente del hombre y que nada tiene que ver con Dios. El dogma debe dejar lugar a que las palabras no confundan. Se criticó al comienzo, y se sigue criticando, el juego de palabra silogístico que se hace con el dogma de María, madre de Dios. Si bien María es madre indiscutida de Cristo, y Cristo es discutidamente aceptado como el Dios mismo que bajó a la tierra con forma humana, la lógica de la mente humana usa el silogismo: María es madre de Cristo, Cristo es Dios, ergo, María es madre de Dios. Pero la teología nos dice que entre los atributos que tiene Dios es ser increado. Luego, como ser increado (no creado sino eterno) no puede tener madre, porque esa suprema madre sería en sí misma superior a Dios. Un mero repaso a la cuestión deja muchas dudas que no se zanjan cerrando la cuestión con el dogma autoritario, extremista y autista. No es suficiente decir que hay misterio en la maternidad de María que la razón no alcanza. Luego, si el silogismo lo dicta la razón ¿cómo es posible que la misma razón origine un silogismo que es irrazonable? Esta cuestión, y otras, son los planteamientos teologales que deben tender a buscar una doctrina que conforme algo coherente con el lenguaje empleado. El lenguaje es del hombre. La Revelación (que esgrime la Iglesia para defender las conclusiones de Concilios y doctrinas elaboradas en circunstancias de oscurantismo intelectual y persecución a los que se oponían a dogmas irracionales totales), debe servir para aclarar y reforzar la fe y no para violentarla. Todos aceptaríamos sin cortapisas que María es la elegida de Dios para ser la madre temporal de Cristo (su forma terrenal de encarnarse), pues de otro modo Dios hubiera bajado a la tierra directamente sin pasar por el ciclo biológico del hombre (gestarse, nacer, desarrollarse, nutrirse y morir). Aceptar un Dios encarnado no tiene nada que ver con inventar silogismos dogmáticos. La simple adhesión a Cristo y a María, sin otros aditamentos, ya hubiera hecho grande a la Iglesia, como grandes se hicieron otros credos cristianos sin la pompa del rito y el dogma. Tanto de los credos (cristianos o semicristianos) de los cuales surgió la Iglesia Católica y le precedieron, como los credos que nacieron en su seno o junto a ella. Pensar, de la forma en que yo estoy exponiendo, no significa que simpatía por los “herejes” que llegaron a las mismas conclusiones, pues esas ideas rondan en muchos sin saber que esos “herejes” existían. Tampoco son para fundamentar o sostener dichas “herejías”. Simplemente es la descripción de la expresión de una forma de pensar que no quita ni disminuye mi fe en Dios y la Iglesia Católica. Criticar un credo, un dogma o un rito no es ser anticatólico. La intención de los que sustentan esas ideas es la inquietud de mejorar el mensaje eclesiástico para adaptarlo mejor al mensaje cristiano puro. Una cosa es el texto del Evangelio y otra cosa su exégesis. Una cosa es el texto evangélico y otra el teológico. Una cosa es el ejemplo del Cristo vivo y otra las secuelas de sus seguidores. He sostenido y sostengo que por un acto de fe puedo crear una forma y modo de orar, de dirigirme a Dios y de actuar en su nombre. Pero debo ser responsable y capaz de discernir

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lo que yo adopto por fe de lo que realmente es cosa inherente de Dios. Mi Padre (Dios) me ha dado todo lo que necesito. Mi misión es aceptarlo y serle fiel. Mi conversación personal con Él (la oración) no tiene forma sino contenido puro y puedo hacerla en lo privado como en lo público. El verdadero credo cristiano indiscutible es el Padre Nuestro que rezan todos los cristianos sin distinción de otros credos. Toda la grandeza de la religión está en esa oración que hizo de Cristo el verdadero Maestro. También nos lega el mensaje de la tremenda humildad: él se considera a sí mismo hijo de Dios y le llama “mi padre” o “padre mío” y nos enseña a llamarle “padre nuestro”. Comparte su filiación. Si debo creer que el Dios encarnado como hombre, tengo que aceptar el milagro de su humanidad y participar de ella como él lo hizo, sin otra razón teológica. El compromiso con Dios y el bien La verdadera religión me liga a Dios como hombre y así es la única manera en que puedo estar junto a él en una relación directa. Tener una relación directa con Dios no me hace santo, ni profeta, ni Mesías ni un ser extraordinario. Es el simple encuentro de la criatura y su creador en el inmenso e insondable éxtasis que esta relación proporciona. Lo sublime de Cristo es que me enseñó que no sólo debo amar a Dios egoístamente ni sentirlo como si fuera únicamente padre mío. Es algo que debo compartir con los prójimos. También me enseña que la verdadera esencia del hombre es la bondad y la libertad, los bienes supremos que Dios me legó como hombre inteligente. El mal está para que yo pueda comparar y optar. No es una imposición sino una posibilidad. Pero Cristo marca abiertamente que si decido por el bien estoy decidiendo por Dios e, inversamente, si opto por el mal me alejo de Él y de mi real naturaleza. La verdad me hará libre. Y la verdad, en el lenguaje humano, es saber lo que las cosas son en sí. La verdad, como Dios, es una cosa unívoca que no admite la forma equívoca y se conoce por sus frutos. El que aprende a conocer lo qué las cosas son los verdaderos benditos de Dios porque Él sabe que la verdad implica no sólo la libertad, sino la responsabilidad de vivir con ella sobriamente y que la verdad, ineludiblemente, es la bondad plena. La verdad es el encuentro pleno con Dios. Naturalmente, la perfección humana que el propio hombre concibe de sí, no es la perfección, a mi entender, que está en la mente de Dios. ¿Por qué afirmo esto? Muy sencillo: mi ser responde a mi esencia y esa esencia es dada por Dios. Mi esencia contiene lo unívoco y lo equívoco. De ahí que tengo una sola esencia, pero diversos modos de ser. En los modos de ser está lo equívoco. Luego, la perfección no está en carecer de lo equívoco sino en manejarlo. Cuánto más me alejo de lo equívoco más me acerco a la unívoco. Y esto no es un mero juego de palabras huecas. Estoy dando todo el contenido etimológico y semántico a mis palabras. Por eso existe el perdón de Dios y el arrepentimiento humano. Porque Dios sabe que mi perfección real puede resultar imperfecta a los ojos del hombre que sólo sabe concebir perfecciones utópicas. Cristo fue Maestro porque dio el mensaje al cual aludo. En su vida nos mostró que tenía el don de Dios pero tuvo actos tan humanos que sus palabras trascendieron casi crípticamente para muchos que miran a Cristo bajo la lupa de la perfección concebida por el hombre pero no por Dios.

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Dejó el claro mensaje de padecer tentaciones, manifestó su crisis de fe en la cruz y aceptó como padres terrenales a José y María y los respetó a tal punto de acceder a pedidos tan banales como era proveer de vino a una fiesta. También el mensaje fue muy claro en el Sermón de la Montaña donde enseña al hombre a conocerse a sí mismo y a conocer a los demás y sus milagros, más que tales, son ejemplos de lo que el hombre debe hacer por su prójimo: asistirle en sus necesidades, tratar de curar la enfermedad, proveer comida y afecto. Sus parábolas bendicen al campo y a los campesinos que cuidan sus rebaños y producen el trigo y la vid. No bendijo una espada sino pidió que fuera envainada. Maldijo al comerciante infiel que comercia sin conciencia frente a Dios. ¿No encierra esta enseñanza todos los grandes problemas de la humanidad: hambre, peste, enfermedad, producción y comercio, relaciones interpersonales, etc.? No hay peor sordo que el que no quiere oír. No se detuvo en la discusión teológica abstracta sino dio razones bien racionales a los doctores de la ley. No vino a “inventar” un Dios teológico y eclesiástico sino a dar un ejemplo práctico y humano de Dios. Esa es la grandeza de su doctrina que a la vez es divina y humilde y a pesar de su sencillez ha resultado incomprensible para muchos. A diferencia de otros credos “cerrados” nos dio una doctrina abierta en su contenido y en su intención. Por eso pidió “id y predicad”. Nos diferenció del budismo, del judaísmo, del islamismo y de todas las otras religiones pues ninguna de ellas busca adeptos de la forma en que lo hace Cristo. O imponen la religión por la fuerza o esperan que pasivamente la gente se suma a ellas. Luego, si Cristo es Dios, la forma en que debemos comportarnos es la forma en que Cristo lo hizo, o sea, la forma verdadera que Dios pide directamente. Los interrogantes sobre Dios, el hombre, el bien y el mal La creación de la enfermedad o de la muerte, no es en sí un hecho maligno, pues no podemos saber si Dios lo hizo por perversidad o lo hizo para corregir posibles males mayores. ¿Qué habría ocurrido si la vida fuese eterna? ¿Cuál sería la conducta de la humanidad si no existiese la enfermedad? Esto presupone que para que no hubiese desvíos de las intenciones y acciones correctas del hombre, la finitud de la vida y la precariedad de la salud serían vallas naturales a los excesos. De otro modo, habría que presuponer la existencia de un hombre igual a Adán en el paraíso terrenal antes del pecado original. Un hombre inmortal que habitaba un medio natural que le proveía de todo, que no sufría ningún mal, sino toda su vida era placentera y armónica. No había ni bien ni mal. Sólo felicidad. De ser cierto lo que narra después la Biblia, aún en este estado de bienestar y felicidad completos, nace la ambición. Como se advertirá, hay muchas cosas que no pueden ser abarcadas por la mente normal del hombre. Por ejemplo, si el hombre creado era tan perfecto, ¿por qué manifiesta ambición? ¿Por qué Dios permitió la rebelión de Luzbel? (y con ella el comienzo del mal absoluto).

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¿Por qué Dios no eliminó el mal en lugar de imponer castigo? La Biblia, gran maestra, es simple. Nosotros la complicamos con exégesis muy elaboradas. Dios crea todo incluyendo el bien y el mal. De eso no hay dudas. Cuando creó al hombre, lo puso en el Edén en un estado de perfección, esto es, de bondad. Pero no quiso que un ser tan perfectamente creado fuese una criatura mecánica y automática, obligado a adorarlo por toda la eternidad. Le dota de inteligencia, voluntad y libertad. Le dota de pura decisión. Más aún: comparte con el hombre su poder al permitirle decidir su destino. ¿Quedará como un ángel más? ¿O decide su liberación? Pero para poder llegar a ese nivel, como Dios, el hombre debe conocer el bien y el mal. Por eso Dios le pone a prueba al prohibirle que “coma del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal”. Algunos interpretan que con esto Dios prohíbe al hombre la ciencia. Pero ciencia no se refiere a la disciplina como tal, sino al conocimiento, en este caso, un conocimiento concreto: el del bien y el del mal. La omnisciencia de Dios prevé que en este mandato está implícito el ejercicio de la libertad y del libre albedrío. Sabe que el hombre acepta el desafío y esto lo hace más perfecto. El hombre que desobedece a Dios es el hombre liberado a su propio destino, el destino que Dios previó para él. Como en ese destino está el bien y el mal, desde ahora el hombre tiene que habérsela permanentemente con usar su libertad y su libre albedrío. Si elige el bien es premiado. Si elige el mal es castigado. Precisamente, el mal es tal por ameritar castigo. Si el mal no se castigara, ¿en qué se diferenciaría del bien? De ahí a la noción de pecado sólo es una cuestión semántica, más que religiosa. Pecado y mal son sinónimos. Por eso el pecado amerita castigo. Pero Dios no deja al hombre en una encrucijada sin retorno. Puede optar por el bien o por el mal, pero puede arrepentirse y desandar el camino. Así, muchos que empiezan bien terminan mal y viceversa: los que empezaron mal pueden enmendarse y volver al bien. Sólo, en algunos casos, los benditos y santos son los que empiezan y terminan bien.72 Luego, de la conducta final saldrá el premio o el castigo. Pero, en el final sólo Dios dispone una u otra cosa. Allí ya no juega el hombre. Para llegar a esa instancia Dios da la mortalidad al hombre. De inmortal lo transforma en mortal. Empero la mortalidad es del cuerpo y no del espíritu, el cual ya aceptamos como emanación del propio Dios que hace al hombre a su imagen y semejanza. Al morir, es el espíritu el que retorna a la inmortalidad. Todo esto no es una fábula o ciencia ficción o mera imaginación. Son hechos concretos interpretados a la luz de Dios. Si quitamos a Dios de toda esta cuestión: ¿qué sentido tiene nacer, vivir y morir? ¿Qué sentido tiene la presencia del espíritu? Pensar en Dios nos hace hombre. Alejarnos de Él nos hace bestia. No está probada la otra posibilidad aristotélica de que el hombre sea Dios si no es bestia. Ya sabemos que no existe el hombre-Dios (homo divinans). Existe sólo la semejanza y por eso, al igual que Dios, el hombre es tal por ser espíritu. No es el cuerpo el que lo 72

Hay de santos que se arrepintieron de una mala vida y optaron por la santidad

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hace semejante a Dios. El cuerpo es lo creado, el espíritu (como inmortalidad increada) es lo insuflado. Así, el misterio de Dios se transforma en estas cuestiones, en un misterio ontológico: lo que cada cosa creada es. La significación de la esencia de las cosas es algo que siempre será incomprensible desde la dimensión y la óptica del hombre. Por eso existe lo real y lo irreal, lo lógico y lo irracional, lo comprensible y el misterio, el curso natural y el milagro. Lo irreal, irracional, misterioso y milagroso, está fuera de la razón humana. Ergo, si la razón, como instrumento de la inteligencia, es el arma del hombre para comprender la creación, es natural que lo que escapa a esa razón no pueda ser abarcado por la mente del hombre. Los abstractos con que se maneja, como lo remarcamos anteriormente, son frutos de un mecanismo intelectual que le permite crear términos para llenar el vacío de lo concreto. Donde no hay una valoración concreta, aparece lo abstracto. Y esto se manifiesta como una tendencia natural, una nota constitutiva del ser del hombre. Es parte de su esencia. En consecuencia, por más vueltas que el hombre dé y por muchas preguntas que se auto formule o formule a los demás, con su sola razón no encontrará la explicación que satisfaga a sus preguntas, las cuales aparecen como sacadas de contexto. Se pregunta por la sinrazón. Sine materia (sin materia). El seudo-razonamiento está construido con una buena lógica, pero no hay un objeto válido como materia de análisis. Se intenta preguntar por lo que está fuera de la razón. Debido a esta particular situación, nosotros deducimos que no hay materia para preguntar, pues se busca someter a la razón lo irrazonable. Naturalmente, esto no quita al hombre el derecho de seguir interrogando por lo que le plazca o le preocupe, pero su naturaleza inteligente le exige que deba acomodar sus dudas a la dimensión mental en que se puede mover y no salir de ella, pues, por esa vía, se enfrenta directamente con lo imposible. Esto no excluye que haya otros modos de conocer la verdad de las cosas y, uno de esos modos, es la revelación milagrosa,73 la única vía válida para acceder al misterio de Dios y al ontológico de las cosas. Sólo así puede el hombre superar la relatividad y alcanzar lo absoluto. La inasibilidad racional de los conceptos abstractos absolutos o los misteriosos, conducen al hombre a la duda lícita de la existencia de aquellas cosas que su mente y sus sentidos no pueden aprehender dentro de su realidad inmediata. Lo dudoso es lo que genera el escepticismo y la no-creencia, con la consiguiente negación de la existencia de esas cosas. 73

Esta revelación puede venir de sí mismo, de su interior, de su memoria filética, o bien mediante el milagro manifiesto y por todos conocido

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Es más: tan relativa es la ocurrencia del escepticismo, al menos en las cosas religiosas, que casi la mayoría de nosotros ha presenciado la conversión de una postura escéptica a una creyente, ya sea por medio de la fe o de la revelación directa (contacto milagroso). Asimismo, cuando la fe es más un fruto de la emoción que del sentimiento real, ocasiona el fenómeno inverso: la apostasía o abandono de una creencia. La oscilación de la conducta humana dentro de estos dos fenómenos nos demuestra la relatividad de las actitudes y posiciones frente a los tópicos susceptibles de ser aprehendidos por la fe o la creencia. Luego tanto la fe, como el escepticismo, son relativos lo que indica que son meras actitudes humanas: una basada en el sentimiento, a veces acompañado por la razón, y el otro en la razón sin sentimiento. El equilibrio armónico o la predominancia de una u otra serán la consecuencia de las actitudes coyunturales que el hombre sufre en el curso de toda su vida, donde fe y escepticismo están siempre presentes de una forma u otra, o en la oscilación bipolar. Por momentos tendrá fe firme, por momentos le atacará la duda y en otros momentos será escéptico. Es propio de su esencia. De todos modos, la acepción o el rechazo de la existencia de Dios, no afecta al misterio de Dios ni al concepto real de su esencia y existencia. Libre albedrío para creer o descreer, adoptar el bien o el mal Albedrío es una palabra polémica. Etimológicamente nace del latín arbitrium que significa arbitrio que en español es traducido como “facultad que tiene el hombre de adoptar una resolución con preferencia a otra”. Por esto, albedrío es la “potestad de obrar por reflexión y elección”. Pero el español admite otra definición: “voluntad no gobernada por la razón sino por el apetito o capricho”.74 De todos modos, es un término polisignificativo porque también es sinónimo de autoridad o poder, de un medio extraordinario para lograr un fin, etc. Si nos atenemos a lo etimológico es la libertad esencial del hombre dada por Dios, aplicada al decidir. Pero la segunda acepción de “voluntad no gobernada por la razón” es lo que le da un carácter de libertinaje y así se aplica a la frase “libre albedrío” como “voluntad no gobernada por la razón”. Esta es una exégesis caprichosa de la Real Academia Española, porque une dos palabras para llegar a una acepción que está más cerca del fanatismo religioso que de la razón filosófica y lingüística. Primariamente libre albedrío es el albedrío no sujeto a ninguna norma, pero esto no signifique que no está sujeto a la razón, pues etimológicamente albedrío es potestad de reflexión y reflexionar es usar la razón correctamente. Yo empleo la frase libre albedrío como la facultad de proceder por una razón o reflexión que no esté impulsada obligadamente por una imposición de ninguna naturaleza. Tendría el sentido de la libertad de voluntad responsable y no de un libertinaje volitivo irracional, salvaje o bestial. Tampoco, en este sentido de reflexionar mis actos sin una guía dada como obligación 74

De ahí nace el vocablo arbitrario que se refiere a lo irracional, ilegal, etc.

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ineludible, libre albedrío va contra la fe en Dios ni significa descreer en Dios. El libre albedrío se puede usar para estar contra Dios como para ser su más fiel adorador. El buen libre albedrío no es mala palabra sino un don dado por el mismo Dios. Las fuertes convicciones en uno u otro sentido, son sólo actitudes personales, generadas por diferentes circunstancias existenciales. Unos habrán tenido experiencias que le llevan a Dios o tendencia natural a buscarlo y encontrarlo. Otros carecen de todo eso. Pero una cosa es segura: creer o no creer no afecta a la bondad de las personas. Todos tienen igual calidad humana y no les hacen diferentes esencialmente a unos de otros. Las diferencias serán circunstanciales y frente a la sociedad y las relaciones interpersonales (tanto el creyente como el escéptico pueden ser admitidos o discriminados por una sociedad o grupo social determinado). Si una actitud o la otra no generan acciones interpersonales negativas (discriminación, violencia, hostilidad, lucha, persecución, tortura, cárcel, agresión, guerra, etc.), todo queda circunscrito al derecho personal del libre albedrío y sanseacabó. Ser creyente o ateo no significa, de ningún modo, ser inteligente o retrógrado. Únicamente es reprochable o reprimible los actos negativos que causan daño. Lo demás debe entrar en el campo de la tolerancia, la comprensión y la convivencia pacífica y amorosa. No se puede tener repulsión u odio por otra persona, sólo porque opine o piense diferente a nosotros. Tampoco tiene sentido establecer una polémica bizantina entre dos conceptos radicalmente opuestos. Se sabe que un discurso o discusión no cambiará la opinión ajena. Otra cosa es discutir para buscar la luz o el consenso cuando ambas intenciones están en la voluntad de dos interlocutores. De no ser así, no hay diálogo ni acercamiento posible entre posiciones irreductibles de las cuáles no hay deseo posible de abandonar. La contienda ideológica por adoctrinamiento o propagación de una idea, debe librarse con otros (los destinatarios del mensaje doctrinario) pero no entre los propagadores en sí, pues esto siempre lleva al enfrentamiento violento. Los planteamientos y diferentes puntos de vista son necesarios cuando hay terceros que no participan de una u otra posición y se les desea transformar en adeptos. A ellos deben dirigirse los razonamientos a favor o en contra de una ideología, pero si se intenta predicar frente a quien ya tiene una posición claramente tomada, es inútil “predicar en el desierto”, salvo que se quiera provocar una colisión e ir a una lucha abierta. En todos estos casos, nada tiene que ver la bondad o el defecto de la idea en sí, sino solo la bondad o el defecto de la conducta adoptada frente a la idea. De todas maneras, no debe perderse de vista que la convicción surge de la voluntad, de la aceptación de una idea o creencia y que nunca se obtendrá por la imposición violenta.

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CAPÍTULO V

LA CONCEPCIÓN DE DIOS

Sólo el que se confunde por no poder explicarse un misterio, tarda más en decidir el camino correcto. Quién usa rectamente la inteligencia y la conciencia, encontrará la senda de la luz

En busca del concepto Dios onceptuar es una tarea específicamente humana. El hombre es el que persigue al concepto como el ejercicio natural y automático de su inteligencia. Cada vez que conoce un fenómeno, lo inmediato es buscar el significado o el concepto. El misterio de Dios no puede escapar a esta tendencia.

C

Cuando citamos a Chopra, este autor nos introdujo en las diferentes ideas de concepción de Dios al hablar de:

      

el Dios protector el Dios todopoderoso el Dios pacifista el Dios redentor el Dios creador el Dios milagroso el Dios puro ser.

Esto evidencia que Dios puede ser concebido con una imagen determinada o bien atribuirle muchas imágenes (atributos de Dios). De acuerdo al punto de vista que se le observe, será protector cuando por alguna necesidad se acude a su ayuda para evitar un mal. Cuando se piensa en Dios, se concibe como el Ser por excelencia, la esencia pura, y si es el principio de todo, el Dios creador, por lógica debe ser todopoderoso, el que todo lo puede. Esto le permite estar presente en toda la creación, en todos los momentos y tiempos. No hay pasado ni futuro, hay un presente sempiterno y esto es lo que llevó al Dios omnipresente. Si es el origen de todo, por es el Dios omnisciente, y todo lo sabe.

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Cómo es el único ser sobrenatural, que está por sobre la naturaleza, es el que puede provocar el milagro (operar fuera de la naturaleza) y será el Dios milagroso. Frente al pecado de soberbia y de ambición del hombre, que fue el pecado original que le llevó a desobedecer la voluntad expresa de Dios, está el Dios justo que castiga al pecado, pero también está el Dios misericordioso, el que perdona al arrepentido y por lo tanto le tiende una mano al hombre caído para volver al seno divino y ahí está el Dios redentor. Otras veces, está el Dios inflexible que frente a la rebelión expresa, al pecado voluntario y sin arrepentimiento impone el castigo sin perdón. O bien, de acuerdo a las necesidades circunstanciales, puede transformarse en el Dios de un pueblo que batalla por una causa justa y ahí será el Dios de los ejércitos o, contrariamente, puede ser invocado para obtener o imponer la paz y será el Dios pacifista. Cuando se le mira como el regulador automático de la vida de todos los seres, es el Dios proveedor, que mediante su Providencia protege a todos los seres vivos. Por cualquiera de estos aspectos, que son frutos de la concepción humana y no atributos reales de Dios, nace también el concepto de Dios bueno o Dios malo. Será malo cuando aparentemente haya injusticia, castigue sin piedad o sin perdón, sea el Dios de la guerra, o declare venganza. Opuestamente será el Dios bueno cuando es redentor, misericordioso, proveedor, pacifista, protector y milagroso. A esta altura de nuestras reflexiones, ya debe estar bien claro que los conceptos, fruto de la mente humana, no representan la esencia de Dios. Según la propia manifestación supuesta de Dios, Dios es el que es y por lo tanto es una definición absoluta de su ser que no admite otro concepto. El ser de Dios es el misterio ontológico supremo, como en alguna medida lo es el del hombre y el de las cosas. Plantear el ser de Dios y de las cosas, es volver a poner en el tapete, si Dios existe o no, si es bueno o malo, etc. Es estar dando vueltas con una cuestión que de por sí sólo admite adhesión o rechazo, pero no la racionabilidad (a menos que el que piensa o reflexiona quiera poner a lo irrazonable como tema de reflexión racional, que es lo que alguna medida estamos haciendo al tratar el misterio de Dios). En este caso, Dios es una razón como entidad abstracta y puede ser sometida a la mente humana como concepto abstracto, lo que quiere decir que queda como pura concepción racional. Por esto, hablar de Dios como concepto abstracto puro, es simplemente admitir que Dios es una creación de la mente humana. Para evitar esta conclusión es que nosotros hemos preferido razonar aceptando el concepto Dios como concepto abstracto, pero que su existencia real puede ser objetivada a través de su presencia en la presunta obra de la creación, como método lícito. No hay otro modo de quitar a Dios el mote de “creación de la mente humana”.

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Lo que la mente humana ha creado es el nombre Dios y los atributos que cada uno pone en la idea de ese Dios. El uso y la creación del término es para abarcar y comprender la idea Dios, no la creación del ser. Si esto ocurriera estaríamos frente al nominalismo.75 El abstracto sirve sólo para eso: acercar la mente a Dios, pero no debe quedarse únicamente ahí. Debe moverse en dirección de lo concreto, para hacer el camino pestalociano76 de ir de lo concreto a lo abstracto, como una regla fundamental de adquirir conocimiento. La inducción o la deducción son procesos intelectuales válidos como métodos para la ciencia.77 Las diversas concepciones humanas de Dios: Dios y las religiones En el parágrafo anterior hemos planteado a Dios como concepto puro. Ahora queremos dar un breve resumen de las diversas formas en que el hombre o algunas sociedades o agrupaciones religiosas, han concebido a Dios y la religión. Hay dos maneras de concebir a Dios: 1. como ser existente (teísmo) 2. como ser inexistente (ateísmo) La polémica entre las dos concepciones reside en tres campos específicos: 1. la idea Dios 2. la religión 3. la ciencia Como luego veremos, la polémica reside en que la concepción de Dios, para los religiosos, es un hecho real, mientras que para algunos ateos es sólo el fruto de una idea abstracta producto de la cultura y la religión. La religión, en el pensamiento teístico es una forma de unir el hombre a Dios, mediante una serie de formalidades rituales y teosóficas. En el pensamiento ateo, la religión es una anticiencia, puesto que no tiene elementos metódicos para probar objetivamente la existencia de Dios. Carece de medios científicos. Es evidente que ambos grupos, teístas y ateístas, manejan parcial y erradamente los conceptos. La religión en sí, como conjunto de ritos y de doctrinas teológicas, es fruto de un pensamiento de fe y creencia y la elaboración de una filosofía de Dios, puesto que si Dios es un ente que está por sobre la razón, no puede ser abarcado, esencialmente, por la misma. Tampoco Dios es un ente físico y material susceptible de ser sometido a síntesis y análisis 75

Tendencia a negar la existencia objetiva de los universales, considerándolos como meras convenciones o nombres. Se opone a realismo y a idealismo. Pero la connotación más común del nominalismo es que funciona como si con sólo nombrar una cosa, ésta ya existe. Es como si el concepto creara al ente y no al revés. 76 De Pestalozzi, enunciador de las reglas de la didáctica o educación 77 Postulados de sir Roger Bacón

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por parámetros fijos y reproducibles en cualquier parte del mundo, como lo es la mayoría de los temas y cuestiones científicas. La Teología es la única ciencia religiosa que junto con la Teodicea usan un razonamiento formal junto a la observación de determinados fenómenos naturales y sobre la base de “revelaciones personales supranaturales” referidas por algunos hombres que escribieron esas revelaciones. Un ejemplo es la Biblia judía y el Evangelio de Cristo. Pero el error religioso es que la Teología es manejada en cada grupo religioso, como una cosa fundamental:78 esto lleva a creer que cada teología en particular es la absoluta y las otras son las relativas. Mientras esto, no pasa de ser una simple prédica y de mantenerse en el plano doctrinario, se considera lo fundamental en el sentido de creencia. Pero cuando además de su prédica se intenta su imposición coercitiva a que todos los que aceptan esa creencia deben practicarla según lo postulan los maestros teólogos y de ninguna otra forma, y quienes no pertenecen a esa creencia, igual deben de practicarla o serán considerados infieles, se cae en el fundamentalismo, el que analizaremos seguidamente. El error de los ateos es también creer en un fundamentalismo científico, en el cual sólo la ciencia es la válida para probar todas las ideas y creencias abstractas. Este fundamentalismo cae en el grosero error de confundir las áreas del pensamiento y la investigación. Una cosa es el pensamiento abstracto y otra muy distinta el objeto concreto. La filosofía y la religión están en la esfera del pensamiento abstracto. La ciencia en el del objeto concreto. ¿Cómo mezclar a ambas? Sólo por métodos de traspolación y de analogía se puede tender un puente, pero esto obliga a deponer todo fundamentalismo, para llegar a dos hechos necesarios: la aceptación de la existencia del espíritu como fuente de toda idea, creencia y conocimiento abstracto y el razonamiento lógico para amalgamar lo abstracto con lo concreto. Así como la belleza cobra realidad sólo en su aplicación a un objeto concreto y, sucesivamente, todos los conceptos abstractos, así la fe también puede objetivarse a través de una serie de fenómenos concretos. El secreto reside en la interpretación inteligente, libre de prejuicios y de fundamentalismos. La verdad es evidente: a Dios se le puede sentir emocionalmente, pero se le puede también intuir racionalmente. Ésta es la intención de este trabajo, el cual deberá desapartarse un poco de lo dogmático y el sectarismo de una religión o iglesia, para poder libremente discurrir la pura esencia de las cosas sin la valla de un criterio fijo y rígido, totalmente inflexible. Dios no es una entidad inflexible. Lo demuestran de muchos modos casi todas las religiones, especialmente la judía y la católica. Creó un hombre pecador, pero le perdonó. Creó la ley pero acepta que quien la infringe tenga derecho al perdón si se arrepiente sinceramente. Creó un mundo donde es posible la fe y la ciencia, ya sea enfrentadas o comulgando con un mismo fin. Ni Dios, ni la ciencia ni nada de lo humano y de lo natural dependen de nada fijo e inmutable (salvo el hecho de existir y seguir un proceso inalterado a través de los siglos). La relatividad o la rigidez están sólo en la mente de los hombres.

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como fundamento o cosa principal

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El fundamentalismo religioso Algunos puntos de vista sobre el teologismo-fundamentalista o fundamentalismo, han sido expuestos por Leonardo Boff,79 cuando se refiere a la forma en que son presentadas las diversas teologías. Como la palabra fundamentalismo no existe en el diccionario de la RAE, este autor lo define como “una forma de interpretar y vivir la doctrina. Es la actitud de aquel que confiere carácter absoluto a su punto de vista, con graves consecuencias: quien se siente portador de una verdad absoluta no puede tolerar otra verdad y su destino es la intolerancia. Y la intolerancia genera el desprecio del otro, y el desprecio la agresividad y la agresividad la guerra para combatir el presunto error y exterminarlo. Así explotan guerras religiosas violentísimas, con incontables víctimas” Arranca con la Teología de la Liberación80 a la que Boff define contrapuesta con la Teología ortodoxa de las iglesias, especialmente la Iglesia Católica. Mientras la Teología Ortodoxa es: 1. principalmente eclesiastológica: se ocupa de la iglesia misma porque predica sobre la formación de la iglesia y sus sacerdotes o pastores 2. ortodoxa: priman los criterios filosóficos 3. es, de alguna manera, individualista porque destaca más al individualismo que al socialismo 4. tiene una tendencia utópica de controlar el futuro 5. da primacía a lo dogmático la Teología de la liberación es: 1. 2. 3. 4. 5.

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antropológica ortopráxica: enfoca a la persona que quiere ayudar, más que a la iglesia en sí Liberal porque se opone al dogmatismo. Lo crítico se opone a lo dogmático. socialista: porque enfoca un proceso social de cambio factual: se ocupa del presente, más que del futuro, porque encara los problemas de hoy que tiene el hombre actual

Autor brasilero, premio Right Livelihood (similar al Nóbel), doctor en Teología y Filosofía de la Universidad de Munich y profesor visitante de otras universidades europeas, defensor de pobres y de los derechos humanos y cofundador de la Teología de la Liberación lo que le valió renunciar como sacerdote católico de la Orden Franciscana de los Frailes Menores. 80 Teoría condenada por la Iglesia Católica por creer que además de disociar la doctrina teológica tradicional de la Iglesia, conlleva un matiz político de corte izquierdista.

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Basada en el documento EL OBJETIVO NO ES ENTENDER AL MUNDO SINO CAMBIARLO,81 la ortopraxis que comenta Boff, postula que Cristo no vino a proponer criterios filosóficos, sino caminos de acción, interpretando con esto que es más importante el hacer que el mero decir. Lo dogmático tiende a la fosilización de las instituciones. La ortopraxis tiende a desanquilosar las instituciones para volcarlas al servicio social, instaurando un nuevo proceso social. En esta concepción, el proceso social es proceso permanente de cambio de la sociedad y el hombre. Nuestra crítica a la Teología de la Liberación es que así como la Iglesia Católica u otras iglesias cristianas, en alguna medida, fundamentalizaron al cristianismo volviendo eclesiástico, esta teología fundamentaliza a la filosofía antropológica, la que pone el foco más sobre el hombre que sobre Dios y la Iglesia. El fundamentalismo religioso es cuando se intenta aplicar una doctrina religiosa excluyente. O se acepta esa doctrina o se está fuera de todo camino a Dios. Esto implica, de por sí, una coerción espiritual. No obstante, el fundamentalismo también puede imponerse a través de una coerción física, como ocurre con algunas sectas islámicas o de otras religiones fundamentalistas de origen protestante (mormones, cuáqueros, etc.). O en algunos períodos históricos de la Iglesia Católica en que operó la Inquisición. Siempre su base fue el fanatismo y la intolerancia. Tradicionalmente, la Iglesia ha reclamado para sí la asistencia del Espíritu Santo llegado en Pentecostés. Se ha predicado que en mérito a ese Espíritu, la Iglesia corregirá sus desviaciones temporales para reencontrar la senda correcta a Dios. Durante siglos la Iglesia negó y ocultó, y hasta defendió algunos de sus errores. Esto le costó varios cismas, apostasías y enemigos. Pero el Papa Juan Pablo II terminó con esta polémica secular, al admitir públicamente los errores de la Iglesia y pedir perdón por ellos (aunque esto no lleve a restaurar el daño ocasionado). Pero es una muestra sólida de lo que siempre se predicó: la virtud de la Iglesia para encontrar el camino a Dios, a través de una religión confesional. Naturalmente, el reconocimiento papal no cura a la Iglesia de otros males y corrupciones internas que siempre le acosan. Debe buscar su propio remedio para combatir algunos restos fundamentalistas que se esconden bajo la forma de ciertos criterios a los que no llama dogmas pero los manejan como si fueran tales. Algunos de los cuales pueden ser prescindibles, en aras de una mejor interpretación de la religión católica, apostólica y romana. En la práctica muchos fundamentalismos rituales se han eliminado.82 Falta limar algunos fundamentalismos doctrinarios (que sin ser dogmas operan como tales) y la Iglesia Católica recuperará el liderazgo indiscutible que ha llevado por dos milenios y que parece conservar, con algunas dificultades, en este tercer milenio de su vida, que comienza ahora. Esas reformas le 81

Emitido en 1968 por los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín, Colombia Aunque Benedicto XVI (Ratzinger) en el 2007, ha vuelto a proponer e interceder por la misa tridentina llena de ritos sin sentido que fueron erradicados por el Concilio Vaticano II, pero que una cierta resistencia ultraconservadora de núcleos eclesiásticos del Vaticano llevó a una resistencia primero pasiva y ahora activa, para intentar reponer y mantener el ritual secular que la iglesia adquirió en la Edad Media. 82

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liberarán de todas las irregularidades que hoy padece. Los Concilios Vaticanos I y II introdujeron algunas reformas que luego atemperadas por el Papa Juan Pablo II, el que volvió a reafirmar algunas cosas como el celibato del sacerdocio, el sacerdocio negado para la mujer y la prohibición de la anticoncepción por medios artificiales. Es decir, hay temas que no son necesariamente dogmáticos y que están sujetos a la controversia. El problema nace cuando se intenta llevar casi a categoría de dogma lo que es controvertible. Ubiquemos lo que es Tradición y lo qué es doctrina dogmática. Así como la Iglesia en una época consideró pecado el onanismo y luego fue aceptado en determinadas circunstancias (o al menos justificado) y otras cosas como matar en defensa propia, el divorcio vincular (que es aceptado por el Derecho Canónico en determinadas circunstancias), etc. Esto quiere decir que la Iglesia ha pasado de una doctrina extremista de intolerancia casi dogmática a una flexibilidad “por circunstancias especiales”. Esa actitud es un claro signo de buena salud de la Iglesia, porque ahí demuestra la inspiración divina y la asistencia de Dios. Esperemos que en un futuro no muy lejano, la Iglesia Católica termine por flexibilizar algunas intolerancias actuales, que no hacen a la doctrina magistral de la Iglesia ni comprometen la infalibilidad del Papa. Los fundamentalismos católicos residieron primero en la Inquisición y actualmente en la Sagrada Congregación para la Fe (Sacra Rota), la que felizmente va cediendo paulatinamente terreno a pretensiones de “restauración” de ciertos derechos que detentó siempre la Iglesia como es la unión de la Iglesia con el Estado, la hegemonía clerical, etc. Hoy cada vez más, la Iglesia tiende a corregir sus relaciones con el Estado firmando verdaderos concordatos (más como el Estado del Vaticano que como Iglesia Católica). En cuanto a las diligencias o trámites para el divorcio vincular hoy pueden hacerse en cualquier Diócesis o Arquidiócesis, sin necesidad de viajar al Vaticano. De igual modo, la liturgia o rito, entre ellos la participación en la santa misa, ha permitido la introducción cada vez más importante de los laicos. La laicización del rito y de otros menesteres que eran exclusivamente clericales (relativos al clero), son los claros indicadores de un lento proceso de transformación de la Iglesia Católica. Otro fundamentalismo católico, casi cismático, fue la pretensión del fallecido arzobispo Marcel Lefebvre de establecer una iglesia paralela a la católica pero con el viejo orden y rito. El integrismo fundamentalista fue representado por la moderna83 Sacra Rota cuando afirmaba que la Iglesia Católica era la única religión verdadera y fuera de ella todos corren el riesgo de perdición. Felizmente los actuales Papas tienden a un ecumenismo católico en la mancomunión con otras iglesias católicas y cristianas que no están bajo la férula del Papa. La restauración del viejo orden estuvo representada por Lefebvre. Este sacerdote reaccionó como un verdadero fundamentalista 83

Moderna en el sentido de Era Moderna

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católico y no es una excepción porque tuvo muchos seguidores, a tal punto de formar su propia congregación religiosa. La reacción a modificaciones necesarias es despertada como un temor a escindir la tradición eclesiástica. Toda reforma es mirada con recelos. Esto se ve en la actualidad, donde aun la decisión de Juan Pablo II de pedir disculpas no ha sido asimilada por igual en todas las parroquias del mundo. Algunas órdenes religiosas no han comentado la decisión papal, mientras que otras lo han hecho con profundidad, para mostrar la sabiduría de la Iglesia. Es este fundamentalismo latente en algunos grupos católicos lo que la Iglesia debe ir eliminando para poder realizar su misión, adaptándose con la rapidez necesaria, a los grandes cambios veloces actuales. Hoy la iglesia no puede esperar dos o tres siglos para un Concilio de reformas. Casi, con cierta temeridad realista, diríamos que no esperar ni tres décadas. Y si alguien quiere rebatir este “apresuramiento” con el pretexto de que “la Iglesia no está sujeta a temporalidades”, analice los cambios introducidos desde la Edad Media hasta la fecha y verá que las consideradas “temporalidades” no son tales. Si Dios se permitió reformar su propia creación cuando admitió la rebelión de Luzbel y la desobediencia de Adán y Eva, donde un ángel cambió a demonio y un hombre perfecto e inmortal mutó a un ser imperfecto y mortal, bien puede la Iglesia cambiar algunas cosas. Sobre todo las que están fundamentadas en una interpretación equivocada de las Escrituras. Recordemos que la traducción literal de los significados de las Escrituras ha sido muy difícil y complicada y el antiguo hebreo, como el antiguo arameo, era intraducible en muchos términos. No debemos cargar a Dios el error humano. Si no fuimos capaces de traducir nuestro propio idioma, mal podemos ser capaces de interpretar cabalmente las palabras y los designios de Dios. El Señor dio ejemplos contundentes de su versatilidad. ¿Podemos los hombres ser más absolutos que Dios? Luego, enmendar un error humano no es denigrar, cambiar o menospreciar las palabras divinas. Simplemente es reinterpretarlas a la luz que nuestra inteligencia logra encontrar allí donde en un tiempo hubo oscuridad. La modernidad o contemporaneidad de la Iglesia Católica en este tercer milenio al cual ingresa puede significar enfrentar un reclamo de libertades (cesación del celibato, flexibilización de la anticoncepción, participación activa de las religiosas y la mujer en general, dentro de la liturgia, etc.) y un proceso de secularización, en el cual cada vez los laicos asumen funciones que antes eran estrictamente reservadas al clero. Desde otro punto de vista, para Boff, el fundamentalismo como movimiento moderno o contemporáneo, más que en la Iglesia Católica, surge del protestantismo norteamericano, en el siglo XIX y se concretó en una colección de libros bajo el título de LOS FUNDAMENTOS. UN TESTIMONIO DE LA VERDAD (publicados entre 1909 y 1915). Estos libros predicaban la doctrina de que las palabras de la Biblia debían ser interpretadas en su sentido literal, tal cual está

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escrito. Partía de la premisa de que si Dios consignó su revelación en el Libro Sagrado, cada palabra y cada sentencia de éste deben ser verdaderas e inmutables (intocables por el hombre). En nombre del literalismo, condenaban y se oponían a la exégesis de la teología católica tradicional y, posteriormente, incluyeron en la oposición a la teología liberal, porque el liberalismo teológico proponía métodos históricos-críticos hermenéuticos para interpretar textos de hace dos o tres mil años. Para el fundamentalismo del literalismo protestante, este procedimiento es pecaminoso en absoluto y es una ofensa grave a Dios. Por las mismas razones, se oponen a todo conocimiento de la historia, de las ciencias, la geografía y la biología que puedan cuestionar la supuesta verdad bíblica del literalismo. El fanatismo y la intolerancia que lleva a una especie de “guerra santa” (más bien “terrorismo disfrazado de santo”) y cada fundamentalista debe ser un guerrero que lucha para exterminar los supuestos herejes o fieles que no comulguen con el fundamentalismo. En esta actitud centra el carácter militante y misionero que se auto impone todo fundamentalista. El fundamentalismo protestante, en la visión de Boff, se basa en dogmas tales como: la creación se realizó estrictamente en siete días ( siendo un día, un período de 24 hs. como hoy se considera) el cristianismo detenta el monopolio de la verdad revelada Jesús es el único camino de salvación, fuera de Él hay solo perdición. Los otros caminos espirituales significan vacilación o pecado Combate todo tipo de ecumenismo, al que ve como una cosa del diablo En lo moral es muy riguroso, sobre todo en lo relativo a la sexualidad y la familia. Está contra la homosexualidad, el feminismo y los movimientos liberales en general. En economía es conservador En política exalta el orden y la seguridad, a cualquier costo Otros conceptos fundamentalistas Otros fundamentalismos históricos han sido el judaísmo y el islamismo. El judaísmo fue el primer pueblo que históricamente predicó su certeza tribal de ser el pueblo elegido, el portador exclusivo de la revelación del Dios único y verdadero. De acuerdo a los relatos bíblicos, este “pueblo de Dios” invocaba al “Dios de las guerras” para combatir a sus enemigos naturales y mantener su identidad como pueblo y la defensa de su religión. Hoy, el fundamentalismo judaico, más que una cuestión religiosa, se ha transformado en una causa política que por extrema necesidad de tener y contener el territorio geográfico natural donde tuvo origen, pelea su guerra por mantener

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el actual Estado de Israel, según el tamaño que le atribuye la Biblia hebrea y ahí tiene sus raíces la disputa guerrera con los palestinos. Históricamente, Israel tuvo que pelear, sucesivamente, por sus territorios y su libertad. Es un pueblo guerrero por excelencia. El concepto religioso de pueblo elegido es el que fundamenta su lucha, aparte de las cuestiones etno-culturales. Es una de las pocas religiones que no busca adeptos. Acepta las conversiones voluntarias, pero no propaga su doctrina en busca de nuevos fieles. Internamente, se debate entre el sionismo y el antisionismo. Pero mantiene una hegemonía políticoreligiosa secular, cuya fuerza es la fe en su Dios protector y en su calidad de progenie de Abraham. El pueblo israelita aun espera su redentor. Cristo fue el redentor propuesto, pero no aceptado por todos los hebreos y los que le reconocieron fundaron el nuevo orden religioso del cristianismo, que reconoce sus raíces hebreas y la tradición bíblica, pero instaura un nuevo orden doctrinario y ritual y abre las puertas a una expansión mediante la propagación activa de la fe, en búsqueda permanente de nuevos adeptos, a través del apostolado. El Evangelio es el único libro sagrado que no predica la guerra ni invoca la protección de Dios para guerrear. Cristo, contrariamente, predica el amor a todos los prójimos y el perdón de los enemigos, a los cuales obliga a amar (aparente absurdo cristiano que provocó el rechazo de los judíos ortodoxos). Los fundamentalismos cristianos surgieron después de su muerte, en algunas sectas disidentes con la doctrina original del Evangelio. El islamismo que predicó Mahoma se basó mucho en la doctrina judaica y cristiana, pero adaptada un particular concepto árabe, donde se mezcla lo celestial con mucho de lo terrenal. El libro sagrado del Corán contiene esa doctrina, que de ninguna manera es una doctrina básicamente violenta (al menos, no más de algunos pasajes bíblicos). La interpretación fundamentalista del Corán, sobre todo basada en la tradición de los primeros islamitas que debieron pelear a brazo partido para imponer su doctrina en contra los adoradores de la Kaaba (un meteorito consagrado como piedra sagrada) en la Meca. Después vino una guerra de expansión contra los infieles, que originó una reacción de parte de los católicos con las históricas Cruzadas, para recuperar la Tierra Santa. Entre las luchas por sobrevivir e imponerse en Arabia y luego expandirse, el islamismo adquirió un matiz guerrero y violento, que aún hoy persiste en el fundamentalismo islámico, pero que no es la base de esa religión. Alá es concepto muy cercano, en su esencia, al Dios judío y cristiano, pero la tozudez de judíos, católicos, cristianos e islámicos por imponer el criterio de que “su” Dios es el único y verdadero, es la raíz de todas las intolerancias y el desencuentro para constituir una comunidad religiosa ecuménica basada en las individualidades doctrinarias pero unidas por una fe y un sentimiento que lleve a la tolerancia, comprensión, amor al prójimo y a la paz, permitiendo la convivencia de todos y dejando a Dios que decida a quien le toca salvarse y a quien no. La misión de predicar no es lo que se condena, sino los medios cómo se hace esa prédica

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y la enseñanza de la intolerancia, que es la que crea todos los fundamentalismos, enconos y “guerras santas” y da pie a tantas teologías diversas y encontradas, que terminan dando una sensación de que Dios parece ser un invento teológico, algo que piensa más como hombre de una etnia y cultura determinada, que como el ser superior, causa de la creación de todos por igual. Con los temas y cuestiones vistas en este parágrafo, hemos intentado resumir, muy precaria y concisamente, el tremendo problema que significa la concepción de Dios por parte del hombre. Hemos intentando mostrar los principales aspectos de los fundamentalismos, liberalismos y realismos de las concepciones religiosas. El concepto de Dios tiene que dejar de ser un capricho de los hombres, para transformarse en el concepto puro y natural y el reconocimiento universal, pues no es muy correcto que exista un dios particular para cada uno y adornado a gustos personales. Ese dios tan particular es pura creación del hombre. Y esto es un contrasentido, puesto que lo correcto sería que Dios es el creador del hombre y no a la inversa. Luego, todo tema relativo al concepto de Dios es, necesariamente, teocéntrico pues es un concepto absoluto en sí. El punto de vista sobre Dios es siempre antropocéntrico dado que lo ejerce el hombre. Luego, lo exclusivamente relativo a Dios es, siempre, teológico. Nunca antropológico. A Dios se le estudia con la Teodicea o con la Teología, no con la Antropología Filosófica, aunque ésta puede recurrir a la Teodicea como especie de “filosofía teológica” (a pesar de todas las críticas que ha recibido) Pero la Teología no tiene que ser tan críptica o misteriosa como para que no la entienda ni el hombre, ni Dios. Debe dejar un margen para la inteligencia que bajo la forma de la razón humana, es el único instrumento válido, después de la fe y el sentimiento, para encontrar a Dios. Otra cosa es poner al servicio de la Teología, la filosofía, la biología, la historia, la geografía y todas las ciencias que el hombre desee, para completar o explicar mejor lo teológico, pero no debe confundir nunca teodicea con teología y a ambas, con la ciencia. Teología, Filosofía y Ciencia son tres cosas distintas, aunque pueden ser complementarias y no opuestas. El “carácter científico” de la teología y la filosofía es mera especulación del hombre en su afán inconsciente de creer que sólo lo científico es valioso, olvidando que su esencia natural no es producto de la ciencia sino un fenómeno biológico único en el mundo y ajeno a toda artificialidad científica. Por lo tanto, si como fenómeno hombre es tan especial, ¿cuánto más lo es el fenómeno Dios? La ciencia jamás abarcará a ninguno de los dos, mientras que los dos fenómenos abarcan y poseen todas las ciencias conocidas y las posibles por conocer. Idea de Dios, Cristo e iglesia En realidad, cuando Cristo inició su prédica, había ya una iglesia formada en el pueblo judío. Cristo no se opuso a ella, como en alguna medida no se opuso al orden social existente, pues su doctrina no era para la tierra, sino para lo que Él llamó el Reino de los Cielos. Siempre dio a

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entender que el paso del hombre sobre la Tierra era una especie de peregrinación hacia el cielo, 84 hacia el Reino de Dios. Sus parábolas son muy claras en esto. Para Cristo el hombre es el hijo extraviado de Dios, que debe buscar la senda de regreso a Dios y para eso siguió la tradición hebrea de las sagradas escrituras. Fundamentó su doctrina en el hombre, como objetivo de redención y de recuperación para llevarlo a Dios. La idea que se formó de Cristo, de ser el Mesías que esperaban los judíos, es lo único que no congenió con la idea religiosa mayoritaria de su época. Pero en todo lo demás, Cristo aceptó lo postulado por la religión judía. Si algo cambió, fue la idea de ira y venganza (ley del Talión) para recuperar el sentido del amor, algo que los judíos no tenían muy claro en lo relativo al hombre en sí. Hablaban de honrar a Dios, de respetar al prójimo en el sentido de no matarlo, robarlo, mentirle o desear su mujer. Pero el judaísmo no tenía estructurada una idea del amor de Dios. A pesar el expreso mandamiento de “no matarás” usaban la lapidación (muerte a pedrazos) como castigo y usaban la guerra como arma de defensa o de expansión. Hizo conocer sus mandamientos, restableció la relación del hombre con Dios, pero más que el amor de Dios y a Dios implantó el temor a Dios y creyó que la justicia era ojo por ojo y diente por diente. Por eso habla la Biblia más de la “ira de Dios” que del “amor de Dios”. Luego, Cristo restablece el criterio correcto: honrar y respetar a Dios y al hombre, pero con una relación de amor y ese amor está claramente enunciado al decir que debemos amar al prójimo, como a nosotros mismos, por amor a Dios. Cierra así el círculo abierto o incompleto de la doctrina judaica. Ya no habrá sólo justos y pecadores, iluminados y condenados. Hay un hombre digno que debe colaborar, como Dios lo decidió, si elige salvarse o condenarse. No hay predestinación ni elegidos. No es Dios quien elige, sino el hombre que elige a Dios. Esto es lo importante en Cristo. Tan importante que la historia le dio toda la razón. Por su poder de decisión personal existe un Boff, un Lutero, los herejes, los arrianos, los escépticos, los irónicos, los ateos y toda la hierba humana que crece en este jardín de Dios que es la tierra. Esta tierra que sólo el hombre le puede dar sentido, según Heidegger y crear el mundo. Por eso el hombre solo está únicamente en el mundo, en su propia creación y así es in-mundo. Este término hoy es peyorativo en el latín etimológico era otra cosa. Naturalmente, el mundo humano tiene el bien y el mal, pero quien más prevalece (esto lo vemos hoy sin necesidad de mayor demostración) es el mal. De ahí que inmundo sea lo referido a lo sucio, lo pecaminoso, lo malo. Si bien la Iglesia Católica puede haber exagerado algunos puntos de vista, eso no la hace imperfecta sino humana. La Iglesia, etimológicamente, es la reunión de los fieles (ecclesiam o eklesia) No es Dios. Pero esos fieles se reúnen a amar a Dios y éste es el sentido de la Iglesia. Pero no todos los fieles son santos ni perfectos. De ahí que algunas imperfecciones propias del hombre, se instrumentaron a través de la Iglesia, mas esto no significa que la Iglesia en sí sea la imperfecta. Juan Pablo II aclaró 84

Etimológicamente, recordemos, cielo significa Dios

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bien esto y pidió perdón públicamente por todos los “errores históricos” cometidos, no por la Iglesia, sino por algunos de sus fieles en nombre de la Iglesia. El hecho de que algunos fieles sean sacerdotes o clérigos, de ninguna manera significa que el clero sea el mal de la Iglesia. Si la Iglesia fuera sólo de justos y para justos, no sería la iglesia de Dios. Sabemos que el hombre detenta el bien y el mal, la santidad y el pecado y la Iglesia los reúne a todos. De ahí que de su seno pueda algún fiel comportarse indebidamente. Pero no es la Iglesia. Es la persona concreta que amparándose en la Iglesia y tomando su fachada, hace el mal en nombre de la Iglesia. Si la Iglesia en sí estuviera comprometida, ¿Dios no la hubiera castigado como a Sodoma y a Gomorra? La historia no dice esto. La historia ha mostrado el poder de superación y de enmienda y hoy, el Papa mismo puso en claro la bondad de una Iglesia que reconoce los errores de sus hombres y se arrepiente en nombre de ellos. Pero deja bien claro que no es la Iglesia la imperfecta sino sus fieles (sean, o no, sacerdotes) Es decir, Cristo no se opuso a lo eclesiástico de su época, sino más bien enseñó a respetarlo, pues Él mismo acudía a esa iglesia a rendir su culto al Padre (como Él llamaba a Dios). También recupera el poder del hombre dentro de la Iglesia y hace que ésta sea más antropocéntrica que teocéntrica, pues no sólo es orar a Dios, sino reunir a todos los hombres como fieles y hacer que se amen entre sí y amen a Dios. Quizás coincidió con la Teología de la Liberación, en el sentido de cambiar el dogmatismo de esa época que residía en lo que predicaban escribas y fariseos. Después del Evangelio cristiano, escribas y fariseos pasaron a representar la iglesia anquilosada, fosilizada, por meras prácticas rituales, las que dejaron de tener sentido tanto para el hombre como para Dios. Pero Cristo fue muy claro en su propio fundamentalismo, en que el hombre debía tener como único fin de su vida, el servicio a Dios y el desapego a todo lo que llamó “terrenal” (que luego la Iglesia Católica denominó “lo temporal”), es decir, el apego a la familia, a los bienes materiales y al quehacer social, incluyendo lo político. Hay que recordar que en la era en que Cristo vino al mundo, el pueblo judío, sojuzgado esta vez por los romanos, luchaban contra el poder imperial, buscando su liberación. Su principal razón de lucha era el anticesarismo. Cristo, independiente de toda exégesis de sus palabras, dijo sin vueltas: “Dad al César, lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios”. Esta corta frase, literalmente, dijo que una cosa es lo que pertenece al mundo en que se vive y otra cosa es lo que pertenece al mundo de Dios. Si no se entiende el claro mensaje evangélico, se caerá en todas las críticas que Jesucristo recibió, tanto en vida (fue perseguido, azotado y crucificado) como después de su muerte. Las doctrinas anticristianas florecieron en todo el mundo. Para Cristo existían sólo dos polos: Dios y el hombre, y éste se debía enteramente, en cuerpo y alma, a Dios. Su principio y su fin es Dios, porque fue creado por y para Dios. La doctrina cristiana transforma al hombre, en alguna manera aparente, en una especie de esclavo o siervo de Dios. Así, el hombre no tiene ningún otro significado ni esencia. El mundo y la

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sociedad eran meros pasos del hombre que debían ser usados para llegar a Dios. Luego el cristiano tiene un mandato bien nítido: ama a tu prójimo como a ti mismo, por amor a Dios. Esto significa que el hombre debía amarse a sí, como obra de Dios y preservarse indemne para presentarse a Dios. De igual modo debía amar a los otros hombres, como sus hermanos y como obra de Dios a quienes no debía tampoco dañar de ningún modo. Pero esto no es ser siervo de Dios como lo interpretó el Medioevo sino es retornar a Dios con la majestad del espíritu, esto es razón o inteligencia, sentimiento como amor y fe y voluntad como elemento del quehacer religioso activo. A Dios no se le ama pasivamente, sino sirviéndolo a través del servicio al prójimo. Amor es servir al prójimo y servir al prójimo es servir a Dios. Esta servidumbre no es la del esclavo sino es el ejercicio activo de la potestad humana de reencontrar a Dios en toda su grandeza y sentido. Dios no es algo que está ahí sólo para ser adorado ritualmente, sino que se le comparte con toda la vida, dentro y fuera del templo y de la Iglesia. Como Cristo llegó a la tierra en una sociedad muy materializada, desde el comienzo de su prédica, enseñó a descuidarse a sí mismo para cuidar a los demás que necesitan de uno (parábola del buen samaritano y otras), a respetar lo que es de Dios o lo representa, en la tierra (expulsión de los mercaderes del templo), a abandonar los bienes terrenales (tanto a los bienes materiales, como a los lazos familiares) para consagrarse al servicio de Dios en la tierra. Quienes hicieran lo contrario a lo que Él predica, serían arrojados al Gheena (algo similar al fuego del infierno). Es decir, el hombre que no se consagra a Dios y no cuida de sí y de su prójimo para que lleguen indemnes ante Dios, está condenado a perder el Reino de Dios. Se podrá estar de acuerdo, o no, con la doctrina cristiana. Ya comentamos que Dios concedió al hombre el libre albedrío para elegir el camino que más deseara para darle un fin y un sentido a su vida. Si bien exige el sometimiento indiscutible a Dios (que de aceptar la existencia de Dios, se nos muestra como una cosa lógica ese servicio continuo y completo al mismo) no exigió nada dogmáticamente, pues sólo mostró un camino. Incluso, si algún hombre se extraviara del mismo, si Dios no acudía a su salvación (parábola del pastor que deja sus ovejas en el redil y sale a buscar la extraviada), le queda al hombre la decisión de volver por sí mismo a Dios (parábola del hijo pródigo). En el peor de los casos, en que Dios no acuda a salvarlo en forma directa y no le haya nacido en su interior volver a buscar a Dios, le queda el arrepentimiento final, el cual se produce antes de morir, en que el hombre deplora su mala vida, contrito por todo su alejamiento de Dios, y clama volver a Él en una actitud penitente sincera (parábola del obrero contratado en la viña a última hora y otras). En la doctrina cristiana, la responsabilidad de salvarse o de perderse está exclusivamente en el hombre, lo que demuestra la voluntad de Dios de respetar su libre albedrío. Si bien la Teología (ortodoxa) nos habla de un premio (ir al Cielo) y de un castigo (ir al infierno), ambos establecidos por Dios, la elección entre uno y otro depende del hombre. Dios no condena ni predestina de antemano a ser condenado (fatalismo o determinismo). Sólo se limita a decir qué es lo

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bueno y qué es lo malo (en esto consiste la doctrina moral de las iglesias) para que el hombre elija lo uno o lo otro. Aquel hombre que no tiene la capacidad de elegir (porque nació con una tara hereditaria que le priva de la inteligencia y la razón, pobre de espíritu) tendrá asegurado el camino al Cielo por su simple condición (sermón de la Montaña). Hasta acá, hay una cierta lógica, desde la perspectiva humana, en la justicia de Dios. Pero el problema del hombre, desde su aparición en la tierra, no fue la preocupación por Dios. Históricamente, se cree, o no, en Él. El problema mayor siempre fue la supervivencia y la convivencia. Unas veces para sobrevivir aceptó convivir y desde el seno de la sociedad organizada satisfacía sus necesidades materiales y espirituales. Pero otras veces eligió para sobrevivir, destruir a los otros. De este modo vive en la violencia de la guerra, de la delincuencia, del terrorismo, etc. O bien, supervivir sin depender de otros (ermitañismo, anacoretismo). Por último, el abandono de sí para que otros lo sustenten (el vago social que vive de la mendicidad o de la lástima ajena, la que le ayuda sin que lo pida). De acuerdo al modo de vivir en el mundo, será el modo con que el hombre se enfrente a Dios. Sea sociable o no, puede consagrarse a Dios. Si es sociable lo hará a través de una iglesia, de su servicio al prójimo en función de Dios y en una convivencia armónica con Dios y el hombre. Si es anacoreta, podrá dedicarse a la meditación y a la oración como un servicio exclusivo de sí mismo a Dios. Para Cristo y la Iglesia Católica, ambas posturas son aceptables, en cuanto se encaminen a Dios. Pero el cristianismo tendió a dar más preeminencia al servicio social a otros, en nombre de Dios, que al anacoretismo. Las teorías antropológicas Las teorías antropológicas, desde “el vamos” (comienzo), centran su atención más en el hombre que en Dios y esto llevó al fundamentalismo antropológico o liberalismo exagerado, pues se separó al hombre totalmente de Dios y se le considera una entidad individual e independiente. Algunas formas de la filosofía antropológica reconocen la capacidad del hombre para convivir con otros (el ser con...), condición inherente (propio de su naturaleza), otras tendencias lo llevan al individualismo absoluto para ubicarlo como algo que puede vivir por sí mismo, sin tener relación con otros hombres ni con Dios. También algunas tendencias filosóficas antropológicas reconocen la tendencia del hombre a buscar lo religioso, a buscar a Dios, pero, asimismo, todas las tendencias antropológicas son unánimes: el acento está en el hombre primero y secundariamente en Dios. Por eso es importante el aquí y el ahora del hombre, sin considerar si es o no, destinatario de un fin superior. Hay que resolver la necesidad del hombre ya. De estas doctrinas nace el socialismo, luego el marxismo, el comunismo y el liberalismo. Todas buscan, desde diferentes puntos de vista, solucionar el estado de necesidad inmediato. La urgencia de la inmediatez, quita al hombre toda visión utópica del futuro (utópica en tanto que es más una postura de contemplación

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pasiva o la formulación de fines o acciones no realizables en el contexto actual, sino algo basado en la mera esperaza de encontrar un camino, sin determinar el modo de hacerlo o fijar una meta sin preocuparse como llegar a ella). Asimismo, la inmediatez sume en la desesperanza y la angustia. La preocupación de lo inmediato se presenta como un fin noble, puesto que se piensa para qué sirve toda postura filosófica, si el hombre no alcanza ni a conocerla ni a entenderla ni a vivirla. Muere de hambre o de enfermedad antes de siquiera preguntarse quién es y para qué existe. La pobreza absoluta no permite la especulación racional ni la vida espiritual. Quien carece de vivienda, vestimenta y comida, está tan estresado por encontrar esas cosas, que desdeña toda proposición de filosofar o de pensar en Dios, o ni siquiera, de pensar en sí mismo como entidad trascendente. Su única preocupación es comer, de cualquier forma. La desesperación lo puede llevar a la depresión y la auto aniquilación (se deja morir o se suicida), o a procurar la comida de cualquier modo, ya sea por la mendicidad o por la violencia. Si esto es a nivel masivo, se llega a la revolución radical (la que intenta cortar de raíz con los males sociales mediante la violencia manifiesta). La preocupación de lo inmediato puede llevar al hombre, que no necesita y que posee todo lo necesario, a preocuparse por el necesitado, pero no con la visión en Dios. Esto es lo que se conoce como la filantropía (el amor al hombre por el hombre mismo) (es opuesto a la caridad cristiana: el amor al prójimo como a sí mismo por amor a Dios). La ayuda filantrópica puede ser directa (de filántropo a un necesitado en particular) o a través de instituciones benéficas. Así nace la beneficencia social, que puede ser ejercida por el Estado o por entidades no gubernamentales. El Estado benefactor es la principal concepción política socialista. La beneficencia, de uno u otro signo, de una o de otra praxis, a los postres significa que el que tiene algo debe despojarse de eso para dárselo al que no lo tiene. Si esto se hace en un sentido justo, es decir, como una retribución justa por un trabajo, es lo que se conoce como justicia social (la distribución justa y equitativa de la riqueza de una sociedad, entre todos sus miembros). Otro polo diferente es el cooperativismo, donde todos los miembros de la sociedad se unen para satisfacer sus necesidades mediante el aporte individual de cada uno, al conjunto. Mientras la justicia social puede pecar, paradójicamente, de algunas injusticias, como es la que genera la picardía de los que aprenden a vivir del sistema sacándole más de lo justo, hasta expoliarlo, el cooperativismo crea una justicia más estricta: recibe sólo el que aporta. Tanto la justicia social, como el cooperativismo, son movimientos sociales que pueden poner en su mira, o no, a Dios. Son movimientos esencialmente antropológicos que no necesitan fundamentarse en Dios. Esto puede llevar a la confusión a los que intentan buscar a Dios en el movimiento antropológico, porque el camino a Dios es inverso. No se puede encontrar a Dios

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buscando exclusivamente en el hombre. El servicio exclusivo al hombre, si quiere que conduzca a Dios, dijimos, es inverso: primero se debe creer en Dios y, por amor a Él, dedicarse a servir a los hombres necesitados (Teresa de Calcuta). La realidad ha mostrado a través de la historia, que el camino contrario termina en la desilusión con Dios y en el ateísmo (la negación de Dios). Por eso, doctrinariamente, socialismo, marxismo y todo populismo izquierdista termina predicando el ateísmo (“la religión es el opio de los pueblos”). Culpan a Dios de la injusticia social y de las miserias humanas. El concepto de Dios ha fallado en estas doctrinas porque, de algún modo, se condiciona la creencia en Dios, a si Éste es pródigo con su providencia. Si Dios satisface automáticamente las necesidades del hombre, en forma directa, sin intervención del hombre, naturalmente nadie discutirá a Dios. Por eso, cuando el hombre reclama, sin ninguna otra acción, la asistencia de Dios para sí, con la creencia de que le lloverá el maná celestial nada más que con pedirlo y sin realizar ningún esfuerzo, si eso no le llega en tiempo y forma, terminará con la desilusión y la pérdida de la fe (si la tenía) o de no adquirirla (si no la poseía). Y esto le lleva a negar la existencia de Dios (claro, si no le ayuda, ¿de qué sirve creer en Él?). En cambio, su sentido de fe, sobre todo en la Providencia, como lo da a entender la parábola cristiana de los lirios y las aves, cada vez que busque con un impulso natural y auténtico, su sustento, lo encontrará siempre en su misma obra, bajo la Providencia divina. Pero sentarse sólo a pensar, como una mera preocupación antes que una ocupación efectiva, quizás como lo predica Cristo en su parábola “Mirad los lirios del campo”, “no agregará un codo a su estatura” ni a muchos le proveerá de sustento y salvación. Cristo, con la parábola de los lirios del campo y las aves del cielo, no quiso decir que el hombre debía sentarse a esperar todo de Dios, en forma pasiva. La ayuda divina, en la concepción cristiana, le llegará de dos formas: 1. si persisten en pedirla a través de la oración sincera y profunda 2. y busca cooperar con Dios para proveerse de lo necesario, cultivando la creación que Él le pone a su servicio. Con estas dos armas en la mano, el hombre no tendrá que preocuparse por su destino ni su vida ni sus necesidades. La parábola cristiana de los lirios y las aves es sólo eso: indicar al hombre que debe evitar preocuparse. No predica que no debe ocuparse, sino, no preocuparse. Son dos cosas muy distintas. De la justa interpretación de esta parábola, nace un viejo aforismo atribuido a un santo: “A Dios rezando y con el mazo dando”. Se puede pedir a Dios que nos brinde su asistencia, pero también se debe hacer algo para que esa asistencia nos sea concedida. No es un don gratuito y pasivo, como se justifica en los seres que dependen exclusivamente de la naturaleza, cosa que ocurre con los vegetales y los animales. Si

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ellos no tienen un medio ambiente natural propicio, perecen. El hombre, contrariamente, puede cultivar su propio ambiente y transformar lo que es naturalmente árido, en fértil. Es el único ser viviente que tiene el don de la inteligencia que le permite la cultura (el manejo instrumental del mundo o cosmos). Por lógica, todo este proceso amerita la fe previa en Dios. No se puede pedir algo a un Dios en el cual no se cree. Por eso afirmamos, con cierta seguridad, que el camino desde el hombre a Dios, no es efectivo, si primero no tenemos la fe en Dios. Cuando nos dedicamos al hombre exclusivamente y a sus necesidades, nunca tendremos tiempo y lugar para pensar detenidamente en Dios. Sólo el equilibrio entre una preocupación y ocupación por el hombre y una preocupación y ocupación en buscar a Dios, hará posible que el hombre una los dos extremos. Esto es lo que se llama religión y no una determinada creencia, con un título específico y una doctrina dogmática. La religión es cualquier acto que una el hombre a Dios. Puede organizarse de una manera esquemática y constituirse en una doctrina que pregona un determinado camino, pero este tipo de religión es aceptable si no es excluyente.

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CAPÍTULO V

DOS GRANDES MISTERIOS: MATERIA Y VIDA Como la luz del faro, el hombre siempre intentó iluminar con su inteligencia y la ciencia, la esencia de los misterios

El misterio de la materia y la energía Materia y energía siempre han sido dos grandes misterios desde el punto de vista de su esencia. Son cosas conocidas y usadas en lo físico, pero cuando se trata de llegar a lo metafísico, se pierde la huella de todo conocimiento, sentido y comprensión de lo qué realmente son. Se conoce, exactamente, el fenómeno de la existencia de ambas, cuestión que nadie polemiza. Por ende, nadie duda que hay materia y hay energía. Sólo que hasta ahora siempre se ha establecido, científica y empíricamente, que hay una dualidad entre ambas. La materia siempre se ha tenido como cosa material, es decir, aquello que ostensiblemente se ve, se siente o se toca. Pero a la energía se la considera cosa inmaterial porque no es posible aprehenderla directamente por los sentidos. Mientras la materia siempre es visible, la energía se ha considerado invisible. Sin embargo, los fenómenos producidos por la energía, además de conocidos, son visualizados cuando la energía se “materializa” al interactuar sobre la materia. Lo extraordinario de todo esto es que si bien se considera a la energía como algo distinto de la materia, en la realidad, materia y energía están siempre juntas constituyendo un todo, de forma tal que cuando ese todo se desintegra se pierde la materia y aparece sólo la energía. Con los adelantos de la ciencia física se logró transformar la materia en energía y viceversa. Esto motivó que se supiese que, de algún modo, materia y energía constituyen una sola cosa y están indisolublemente unidas en todo ente material para constituir a éste como tal. El problema de la esencia de materia y energía no es objeto de la ciencia en manera precisa, sino de la filosofía. La ciencia, quizá, ha logrado develar el misterio de materia y energía en lo relativo a sus formas y modos de presentación, pero como dicha ciencia trabaja en compartimientos estancos y desde meros puntos de vista, no tiene la capacidad para integrar en forma global los conceptos referentes a la esencia de cada una. Sólo el pensamiento holístico, abarcador y englobador, de naturaleza metafísica, tiene hasta el momento, la capacidad de lograr integrar el conocimiento científico y ese pensamiento metafísico es más patrimonio de la filosofía que de la ciencia física, matemática y exacta. La epistemología ha sido un intento de filosofar sobre la ciencia pero alcanza a abarcar el todo. Cuando un físico desea ahondar el concepto de materia y energía,

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debe apelar indefectiblemente al pensamiento filosófico e ir más allá del experimento físico. Esto es, llegar a la metafísica. Es por esto que muchos científicos exploran la filosofía partiendo de la ciencia. Mi particular preocupación e intención es lograr, aunque sea en forma imperfecta, un puente en lo relativo a materia y energía, que abarque tanto lo físico como lo metafísico. En esa instancia, deberé apelar al conocimiento científico para poder entender parcialmente lo metafísico y darle consistencia suficiente para evitar que se llegue a entender o creer que cuánto se diga en lo metafísica es sólo simple especulación, sin asidero científico. Todo lo contrario: partiendo de la ciencia, en este tópico, física, la metafísica puede demostrar la naturaleza de la esencia de lo físico. Comenzaré, entonces, con los propios conceptos de los científicos que más han trabajado al nivel molecular de la materia, logrando desentrañar como la materia se convierte en energía o como es posible transformar energía en materia. La cuestión lingüística En el fondo de la cuestión también yace un problema lingüístico. Materia y energía son palabras. Vocablos que han emergido de la cultura de los tiempos a medida que el hombre observaba fenómenos que podía abarcar con los sentidos y fenómenos ajenos a la percepción sensual. Como en todo vocablo, el sentido dependerá de diversas variables. En forma inmediata hay un sentido y significado dado por el diccionario. Esto es lo denotativo. Pero hay otro sentido fuera del diccionario y es el sentido connotativo. Dentro del sentido connotativo entran todos los significados impresos por la ciencia, la filosofía y otras ciencias o disciplinas del conocimiento y saber humano. Pero fundamentalmente impera el sentido particular que cada uno quiere darle al usar las palabras. Es la doctrina denominada ad sensum, o sea, el sentido que cada uno quiere darle a la palabra en el momento que la expresa. Por último, está el sentido del contexto en que se usa la palabra. No es lo mismo un entorno filosófico, que uno científico o uno religioso. Cada una de estas formas de saber da el sentido determinado por la idea, sentimiento o creencia o la rigurosidad de un fenómeno en particular. Lo importante es no perder de vista el significado y sentido etimológico que es el que dio origen a la palabra. Ese sentido está por encima de cualquier connotación. Para evitar conflictos de comprensión y comunicación, la excelencia consiste en usar la palabra dentro de lo etimológico para evitar confusión o puntos de vistas equívocos o diferentes, sobre un mismo fenómeno. En nuestro caso, etimológicamente entenderemos por energía a todo lo que implique el sentido de fuerza y a fuerza la comprenderemos como “eficacia, poder, virtud para obrar”, esto es, la “capacidad de hacer u obrar”, de promover una actividad. En Física se aceptaba que la energía

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pura es la que conlleva la “capacidad de trabajo”85 y es la que actúa “sin desplazamiento de la materia”, pero la Física Molecular ha determinado que siempre que actúa la energía, el canal de la misma son partículas subatómicas, lo que significaría que si no existieran las subpartículas, no se “materializa” (no actúa) ningún tipo de energía. Luego, necesariamente todo tipo de energía tiene un sustrato material, aunque sea en la mínima expresión de materia como son las partículas subatómicas de carácter infinitesimal. Se refuerza, así, el carácter de un todo “materia-energía”. En cuanto a materia, etimológicamente proviene del latín y significaría la “sustancia real primaria de la que están hechas las cosas que tiene propiedad de espacialidad (ocupa espacio) y que es perceptible por los sentidos. Junto con la energía, constituye el mundo físico”. En síntesis: para la Física materia es todo aquello que ocupa un lugar en el espacio y posee masa. El vocablo materia ha generado otro conocido como antimateria. La antimateria se define como “la materia compuesta de partículas elementales, en las que algunas propiedades de una partícula normal, en especial la carga eléctrica, se presentan invertidas. Por ejemplo, al electrón corresponde una antipartícula conocida como positrón. Las dos partículas tienen la misma masa, pero la carga eléctrica del electrón es negativa y la del positrón, positiva. El contacto entre materia y antimateria provoca la aniquilación de ambas y la liberación de grandes cantidades de energía en forma de rayas gamma. La antimateria puede llegar a producirse en la naturaleza debido a la acción de los rayos cósmicos, y en forma artificial, durante brevísimos períodos de tiempo dentro de un acelerador de partículas. Algunas teorías aceptan la posibilidad de que partes del universo estén compuestas totalmente de antimateria”.86 La raíz latina emparienta a materia primero con madera y muy lejanamente con madre (mater) Lo bueno de este concepto es que reconoce la indivisibilidad de materia y energía (dos entes inseparables) que en su conjunto es lo físico por excelencia. La opinión científica Robert Oppenheimer87 después de haber contribuido a construir uno de los primeros elementos bélicos más destructivos de la historia humana, planteó algunas dudas sobre las ciencias y la naturaleza de la materia. En su experiencia hubo de examinar elementos tales como electrones, mesones, procesos de colisión y decadencia radiactiva. Cada una de esas palabras científicas significa una verdadera epopeya de experimentos, observaciones, equipos sofisticados, errores, análisis, imaginación y fatiga. Pero ni una sola de esas palabras referentes a la constitución última de la materia se refiere a cosas visibles en la vida cotidiana y a ninguna experiencia de la vida diaria. Se convive con esa materia y sus elementos casi invisibles, pero ni la mente ni la ciencia, 85

Trabajo es el desplazamiento de un cuerpo en el espacio a través de un tiempo determinado DICCIONARIO ILUSTRADO DE CULTURA ESENCIAL 87 Físico que colaboró en la elaboración de la primera bomba atómica, autor del libro LA MENTE ABIERTA, EE.UU., 1955 86

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pueden hacer tangibles a un nivel vulgar y práctico, la existencia de los mismos. Sólo es un privilegio de complicados laboratorios y de interpretaciones sumamente abstractas y aspectuales, susceptibles de ser cambiadas, según el punto de vista con que se estudien. Lo físico es un complejo de macropartículas (moléculas), micropartículas (átomo) y subpartículas (las que contiene un átomo) La ciencia natural ha efectuado descubrimientos que han llevado a la invención y ésta derivó a la técnica y a la práctica. Todas las instrumentaciones científicas han transformado la conformación de nuestro mundo, el cual ha cambiado su aspecto cada día, casi tanto como nuestro conocimiento de la naturaleza. Pero nada de esa tecnología impresionante cambia la esencia de las cosas y los cambios son todos artificios que operan sobre una materia maleable pero todavía indomable en lo absoluto. Cuanto más se conoce sobre la estructura, más se ignora sobre la materia. Es posible que los conceptos filosóficos de la antigüedad haya tenido una mejor idea global de esa naturaleza, que la ciencia de este siglo XXI, que conduce sus experimentos siguiendo rutas que se están trazadas y que sólo deben encontrarse. Hay tantas rutas, como proyectos pueda formular la mente humana. Esto complica hasta el infinito el conocer lo qué es en sí la materia. Cada vez que se encuentra una nueva pista, la misma conduce a un cada vez más intrincado submundo y termina, como todas las anteriores, en los laberintos del misterio ontológico. Por más que se sepa de átomos y energía, no se conoce en absoluto el origen y el destino final de los mismos. El hombre altera el curso natural de los sucesos físicos. Maneja lo “ya dado” pero no puede crear algo absolutamente igual a lo natural. Siempre termina con inventos artificiales que nada tienen que ver con los designios naturales. Más aun: la misma naturaleza se encarga de corregir o enmendar muchas de esas recreaciones artificiales. Se habla de una co-creación cuando en realidad debería hablarse de re-creación, pues el hombre no crea nada similar a lo natural ya creado sino que parte de este material para crear (inventar) cosas artificiales o emular lo natural, como ha intentado con la clonación genética. Los científicos buscan nuevas verdades sobre el mundo, pero la ciencia posee rasgos que le son comunes con otras actividades humanas. Incluso, tiene una larga experiencia acumulativa a través de los siglos y la ciencia de hoy construye en parte sobre el pasado, mientras que la ciencia del futuro tiene sus bases en el presente. De este modo fluctúa entre un pasado omnipresente y un futuro que nunca llega pues siempre es presente. Esa ciencia presente es una especie de archivo de serendepidad88, error, asombro, invención y comprensión, que tomado en su conjunto, es un archivo de tradición. Estas tradiciones, independientes en alguna medida, son tan esenciales para la comprensión de una parte de la biología, de la astronomía o de la física, como lo es nuestra

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El encuentro casual de algo valioso

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tradición humana en general, para la existencia de la vida humana civilizada y de las relaciones entre nosotros. La Física, que tradicionalmente se ocupó de investigar a fondo la constitución de la materia, yendo tras la pregunta fundamental: ¿de qué esta hecha la materia?, cumplió una etapa de la física de la partícula, luego de la física del átomo y finalmente de la física de la energía. Ha descubierto que la materia se transforma en energía y viceversa. A pesar de tan tremendo conocimiento lo único que logró es ahondar más el misterio sobre materia y energía y los mecanismos de interacción entre ambas, en forma natural. El hombre puede manipularlas en forma artificial, pero esto no tiene nada que ver con los mecanismos de los procesos naturales. La estructura de la materia primero se le presenta al nivel de partícula (macropartículas), luego de molécula y finalmente de átomos y energía. La biología y el misterio de la vida todavía han quedado en la estructura molecular y no la puede trascender, siendo su último objetivo la biología molecular, especialmente dedicada al estudio de los genes y las proteínas que intervienen en los ciclos vitales. Pero ninguno de estos conocimientos materiales le lleva al misterio en sí de la energía que mueve el proceso vital. Luego, la investigación científica padece tres grandes problemas: 1. los de la dificultad de encontrar respuestas 2. las novedades que van surgiendo y que debe integrar a un todo con algo de significado y razonabilidad 3. la aventura que en sí significa explorar caminos no conocidos La teoría atómica del ilustre pensador griego Demócrito, aun en plena vigencia en el siglo XX, fue puesta en dudas a pesar de todo el conocimiento adquirido en ese siglo sobre el átomo (el auge del átomo llega en el siglo XX a tal punto, que muchos historiadores piensan, desde el punto de vista cultural y científico, que debe ser llamado el siglo del átomo). Solo el afianzamiento sólido de los descubrimientos, experimentos e inventos atómicos despejaron la duda de la existencia del átomo. La noción de que la materia está compuesta de átomos es muy antigua, pero necesitó la confirmación fehaciente para ser aceptada. Empero, por más que los científicos avanzan en sus metas y propósitos y resuelven gran parte de los problemas que ellos mismos plantean, ante sus dudas sobre la esencia de las cosas, en cuanto logran una resolución parcial de los mismos, se abren nuevos horizontes sobre otros conceptos de orden y armonía natural, que los introduce en vericuetos que son verdaderos laberintos de caminos varios y sin aparente salida. Esto significa, lisa y llanamente, que el misterio final no está develado.

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Cuando se cree que se ha dilucidado la estructura de la materia inerte (inorgánica), se encuentran con los desafíos de desentrañar el misterio de la materia viviente (orgánica). Este siglo XXI empieza con un hombre muy preocupado y ocupado en lo biológico. No obstante, la energía, que la Física ha mostrado que es parte de la materia, en los problemas biológicos es desconocida. Se está conociendo mucho de lo molecular pero se desconoce también mucho de la energía vital. La tesis de una materia primordial, aquella que sería la causa final (origen único) de las materias inorgánicas y orgánicas, no ha sido confirmada y el hombre no ha tenido éxito para hallar esa materia. Oparin,89 un investigador ruso y otros estudiosos, lograron constituir una especie de membrana con elementos inorgánicos y esta membrana tenía funciones de crecimiento autónomo, algo así como tiene el gen para partirse y formar otra cadena de genes dando origen a nueva vida; o la facultad de las moléculas orgánicas para combinarse y crear las moléculas de la vida (carbohidratos, grasas, proteínas, vitaminas, etc.). La membrana inorgánica que se expandía por su propia autoconstrucción, de ningún modo terminó en un proyecto o proceso que llevó a formar un organismo. Simplemente fue eso: una membrana inorgánica con capacidad de autorreproducirse, o mejor dicho, expandirse (naturalmente en un parámetro determinado previamente, o sea, una solución especial. Fuera de ella terminaba su capacidad expansiva. Algo totalmente distinto a la vida, la cual puede adaptarse a todos los medios y generar especies diversas, algo así, como una cosa específica para cada ocasión en particular) A pesar de todos los experimentos y las concepciones basadas en ellos o las conclusiones, no hay dudas de que el carbono es el mismo para la materia orgánica como para la inorgánica y de igual modo todos los elementos que ambas comparten. Tampoco hay dudas de que la energía vital, como la energía que hay en lo inorgánica, opera sobre moléculas o es producida por sustancias constituidas por moléculas, partículas y subpartículas. Luego, en ambas materias (orgánica e inorgánica) existe una misma forma energética de operar. Las moléculas generan energía, la energía mueve las moléculas. La conjunción energía-molécula es innegable. En cierto modo esto lleva al concepto de materia primordial, pues tanto las moléculas orgánicas como las inorgánicas operan con iguales elementos y una energía que sólo se diferencia por los efectos, pero no por su esencia. Probablemente si el hombre lograr desentrañar el misterio de la materia o hallar el hilo racional en los estudios actuales que lo lleven a esclarecer la esencia de esa materia primordial, algo así como la piedra filosofal de los alquimistas (utopía más mágica que real), desentrañe el misterio de la energía y de la vida misma. Hay hechos y descubrimientos muy indicativos en ese sentido. La transmutación o mutación está muy cerca de ser obtenida tecnológicamente. Si esto ocurre, podrá comprender el misterio encerrado en cada ente, que en sí, es una unidad total donde materia y energía conviven de forma tal que es imposible distinguir a cada una por separado, dentro del todo. 89

Oparin – EL ORIGEN DE LA VIDA

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Para lograrlo hay que fisurar al ente y la fisión conseguirá la manifestación de la materia y la energía en forma separada, del mismo modo que la fusión permite reconocer la constitución de un todo a través de las partes. En ese instante también el hombre podrá conocer la esencia del alma que es la energía que está del cuerpo unida inseparablemente a cada una de sus moléculas. Si logra conocer y entender al alma estará ya habilitado para comprender el espíritu. Esto es: conocer su ser. Pero mientras no realice el esfuerzo para comprender todo lo que va conociendo de materia y energía y fusionarlos en un sentido total, la idea de llegar a ese conocimiento no pasa de ser nada más que una aspiración, tipo piedra filosofal, donde todo parece de ciencia-ficción o algo más mágico que real. La física de hoy ya no busca una materia sino una partícula, la que se ha dado en llamar “partícula primordial”. Este concepto ya no parte de una materia formal en sí sino de una partícula que incluso parece ser que ya no es de una sustancia en particular pues esta partícula puede ser helio, carbón, hidrógeno, nitrógeno, etc. Las partículas subatómicas: el camino para desentrañar el misterio Lo que más contribuye a conocer, científicamente, el fenómeno de la materia y la energía en su interactuar, es el misterio de la existencia y la acción de las partículas infinitesimales de la materia y su mínima expresión: el átomo. Dentro del átomo, están las denominadas partículas subatómicas, aquellas que son responsables de todos los fenómenos energético-materiales, las responsables de mantener el todo unido. Las partículas subatómicas y sus movimientos fueron antelados por investigadores como Mark Planck en su teoría de la mecánica cuántica, la que preveía que los movimientos de los electrones producían fenómenos que daban la sensación de que un electrón parecía estar en dos partes al mismo tiempo, o en ningún lugar hasta que alguien lo observa. De igual modo, a la rigidez de los enunciados de la Física tradicional, Werner Heinsenberg opuso el principio de incertidumbre que surgió de la observación de que las partículas solían comportarse como que no poseían velocidades ni posiciones definidas y que sólo actuaban en forma estocástica, esto es, sujetas a movimientos azarosos, de acuerdo a las circunstancias en que se encontraran. Esto significaba que de acuerdo al grado de velocidad o determinadas posiciones, las partículas podían ser inertes, generar partículas radiantes, provocar movimientos internos sin expresión externa o generar ondas de diferentes naturalezas. Si las partículas hubieran estado sujetas a reglas fijas, nada de esto sucedería. La incertidumbre de cómo va a moverse una partícula para expresarse de un modo en particular es lo que generó el principio de Heinsenberg. Pero, como luego analizaremos, la referencia a un fenómeno cierto como es lo observado por Planck y Hainsenberg, de ninguna manera significa que todo está dicho. Haber logrado la fisión del átomo fue sólo un acto muy pequeño en relación con lo que el mundo de la Física posmodernista estaría buscando e ideando. Ya no interesan ni los electrones, ni protones ni neutrones, considerados “megapartículas”, en relación

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con otras partículas infinitesimalmente más pequeñas que las partículas atómicas, razón por la cual se las llamaría “partículas subatómicas”. Las partículas subatómicas comparten el raro mundo de la barrera que divide la materia de la energía pura, pues además de ser el medio son la causa de que la materia visible se vuelva energía invisible y viceversa. La energía cósmica es la que permite que astros, planetas y otros elementos estelares estén inmersos en el universo, en una órbita casi constante y movidos por fuerzas de atracción y repulsión que misteriosamente hacen que jamás se rocen entre sí. Algo así ocurre en el átomo y con las partículas de toda naturaleza de la materia. Se mueven en un microuniverso produciendo fenómenos imprevisibles y logrando mantener el equilibrio de la cohesión molecular y particular y el proceso de la formación y disolución de la materia, en un constante ciclo móvil. La movilidad de las partículas de la materia es extraordinaria y, aún en la materia aparentemente más sólida, todas sus partículas y subpartículas se encuentran permanentemente en movimiento, como títeres de una energía muy particular y misteriosa. Hemos inventando la energía cósmica como el gran gigante milagroso que mueve todo el universo conocido y desconocido y gravita sobre el microcosmo del mundo atómico y subatómico, como un brazo extenso que se prolonga desde lo infinitamente muy grande hasta lo infinitamente muy pequeño. No hay dimensión en ese mundo particular (atómico y subatómico) donde materia y energía conviven perennemente. Conocidas las partículas atómicas y la fisión nuclear que originó la formidable energía atómica, a los físicos se le plantearon miles de interrogantes para imaginar cómo era el misterio que recién comenzaban a conocer tras la fisión nuclear. Esa fisión fue la apertura de un inmenso recipiente que tenía acertijos inconmensurables en relación con lo descubierto y conocido. Así, la materia estaba sujeta a fuerzas que la integraban, las fuerzas que hacían posible la existencia de la materia y que actuaban como fuerzas pro-materia. Pero existían otras fuerzas que eran las que desmenuzaban esa materia para convertirla en energía, en des-materializarla para in-materializarla. Es el conjunto de fuerzas que constituían la antimateria. Ahora recién se sabrá, entonces, que todo el mundo existente era un conglomerado de partículas que se ordenaban y desordenaban bajo el influjo de fuerzas misteriosas pero reales. Y que esas fuerzas no eran cosas imposibles de asir o conocer puesto que actuaban moviendo partículas y subpartículas. Después de conocer protones se descubrieron los antiprotones, fotones, etc. Pero quedaba un submundo de partículas que poco a poco tomaron nombres propios como hadrones, fermiones, leptones, mesones pi, etc. Todo lo conocido materialmente, tanto orgánico como suborgánico e inorgánico depende de estas fuerzas que mueven en un sentido u otro a las mismas partículas y le confieren el fenómeno de ser orgánicas (vida) o de ser inorgánicas (materia en general). Estas

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fuerzas organizan el macrouniverso de las galaxias conocidas y a conocer y al microuniverso de los cuerpos materiales en general y de sus partículas en especial. Era muy difícil comprender como los cuerpos celestes y las moléculas y partículas de la materia y micromateria podían moverse (protones y electrones) atrayéndose o rechazándose sin que ocurra un verdadero milagro. “Algo” debía intervenir para que eso ocurriera que a manera de “pelota de ping-pong” pasara entre las partículas moviéndolas en una dirección u otra y provocara el intercambio de partículas que no sólo genera la energía sino que causa todos los procesos macro y micromateriales. Esas partículas “pelotas de tenis o ping pong” se denominaron bosones y se clasifican en dos tipos w y z. De esa forma habría cuatro fuerzas primitivas que regían todo el proceso universal: 1. 2. 3. 4.

fuerza de gravedad (que rige los cuerpos celestes) electromagnetismo (que rige los movimientos de las partículas de la materia) fuerza nuclear fuerte (que conserva la cohesión del núcleo del átomo) fuerza nuclear débil o fuerza “electrodébil” (responsable de la disminución gradual de la radiactividad)

La fuerza “electrodébil” o fuerza nuclear débil es la producida por los bosones. Los bosones w se fraccionan en dos partículas: a. una similar a un electrón: electrón bosónico b. y otra que es antineutrino. Ese electrón bosónico se caracteriza por seguir una trayectoria recta en los aparatos detectores, mientras que el antineutrino se muestra “invisible” a la detección aparatológica de la tecnología nuclear. Pero se puede deducir su presencia por la desaparición de energía a un lado de la explosión. El bosón z es más raro que el bosón w y no posee carga eléctrica, dos razones que le hacen muy difícil de identificar el laboratorio. La teoría de los bosones fue confirmada por Carlo Rubia y Simon van der Meer quienes recibieron el Premio Nóbel de Física en 1984. Los bosones surgen de hacer chocar un protón con un antiprotón. El antiprotón es un antimateria, pero idéntico al protón, salvo que tiene carga negativa en lugar de la positiva que tiene el protón. Su vida es brevísima pues al chocar con una partícula de materia ambas desaparecen y se transforman en energía pura invisible, por ser constituida por subpartículas nuevas que no se pueden detectar con aparatos de imágenes. Para producir el choque de protones y antiprotones se diseñó un colosal aparato detector que se denominó el Super Sincrotón de Protones (cuya sigla en inglés es SPS). Este aparato fue complementado por otro a manera de túnel y que se denominó Gran Colisionador

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Electrón-Positrón (cuyas siglas en inglés son LEP). Estos dos aparatos servirán para contestar otras preguntas tales como: ¿tienen masa los neutrinos? ¿podrán desintegrarse los protones? ¿Existe una sola fuerza esencial que controla el movimiento de todos los objetos materiales? Los hechos inobjetables Tras la observación de todos los fenómenos fisicoquímicos hechos hasta el presente y, pese a las complicadas teorías físicas y químicas, no queda ninguna duda de que materia y energía no son dos entes distintos sino dos formas de manifestación de una misma cosa. Hemos hablado de materia desde siempre, refiriéndonos a las formas de la misma como moléculas y partículas que impresionan a los sentidos y son susceptibles de ser apreciados por su impacto sobre aparatos tecnológicos de registro o de modificación de esas partículas y moléculas. Es innegable que sin partículas ni moléculas no habría energía. Es lo que sucede con el fenómeno mente-cuerpo, otra forma indisoluble de materia y energía.

Dado que en el fenómeno en bloque de materia-energía no es posible determinar por separada a ninguna de las dos, hay que tener en cuenta que energía es siempre subpartículas en movimiento. Ese movimiento puede ser referido a una presunta “unidad de mínima expresión”, que en forma de célula vendría a constituir la más mínima expresión del fenómeno materia-energía. Quizá, el cuanto, de algún modo, sea la referencia a esa unidad, donde un grupo de partículas y subpartículas interactúan con poder potencial de expresión. No expresan ningún fenómeno, pero lo encierran en forma latente. Cuando por alguna modificación de la “estabilidad inestable” o equilibrio instable esa unidad pasa a expresarse moviendo a otras unidades, es el momento en que sus acciones pueden ser percibidas como fenómenos patentes. Esta sencilla reflexión empírica explicaría el fenómeno hasta ahora no resuelto por ninguna ley o fórmula de la teoría cuántica en cuanto a lo referido como energía cuántica y formación de ondas o emisión de radiaciones. Cuando la unidad materia-energía está aparentemente “quieta” o potencial, es quantum o cuanto, pero cuando se pone en marcha puede ser radiación en cualquiera de sus formas. Las radiaciones, hasta ahora, se han clasificado de muchas formas. Pero no hay dudas de que las ondas son formas de radiaciones. Las llamadas radiaciones ionizantes se referían a partículas emitidas por un núcleo o unidad materia-energía que tenían la facultad de ionizar a otras partículas en las cuales impactaban, especialmente en la materia

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orgánica y puntualmente en el cuerpo humano. Pero, también, es fehaciente que hay otra energía que ioniza sin emitir partículas. Las radiaciones ionizantes son las estudiadas para rayos X y las producidas por isótopos y energía atómica. Pero, normalmente, el ambiente vive “ionizándose” por acciones de la humedad, la temperatura y el electromagnetismo natural o los fenómenos meteorológicos, a lo que ahora se agrega la contaminación artificial. Tampoco se duda que todas las energías radiantes sean fruto de pérdidas o ganancias de electrones y que, en el fondo, todo sea un fenómeno “electrónico”, o bien hay inestabilidad de partículas atómicas como son los rayos alfa, delta y gamma. Los electrones son las partículas atómicas vedettes de todo el proceso energético. Cuando se desprenden como partículas y desestabilizan el átomo que puede liberar otras partículas atómicas, estamos ante una energía hasta ahora llamada ionizante. Cuando un electrón golpea a otro y lo hace vibrar y éste a su vez hace vibrar a otros electrones de moléculas contiguas, se genera una corriente eléctrica o energía eléctrica. Si el electrón errante o nómada alcanza un cuerpo que puede generar luz, se transforma en energía fotoeléctrica y la partícula es un fotón. Cuando un electrón salta libremente en el espacio de una molécula a otra, deja moléculas inestables que constituyen iones negativos o positivos. Negativo es el que pierde el electrón y positivo el que lo gana. Si dos iones de carga diferente se unen se neutralizan energéticamente y constituyen una molécula estable sin carga eléctrica activa. Pero si estos iones quedan libres en la atmósfera o el ambiente son simplemente aniones o cationes que producirán diferentes efectos según el elemento sobre el cual actúan. Es lo que ocurre tras una tormenta eléctrica donde el ambiente se ioniza con ozono. O bien, cuando el calor pasa de cierta graduación ioniza positivamente el ambiente cargándolo de cationes. Todo efecto que logra “ionizar” las moléculas del ambiente simplemente por intercambio de electrones, y no por emisión de partículas, permite que esos iones ambientales actúen en forma diferente. Estos iones libres son los que operan formas las ondas energéticas, ya sea como energía fotoeléctrica (luz), como macroondas (ondas radiofónicas) o como microondas. La organización de los iones como “una corriente de energía” movilizada en forma ondulatoria dependerá de los “campos” ambientales que las organicen en forma natural o artificial. El hombre ha generado artificialmente las macroondas de diferentes frecuencias (ondas largas, ondas cortas, etc.) y las microondas, según la energía electromagnética que utilice. Mientras las macroondas no generan acciones ionizantes ambientales, las microondas tienen facultades para ionizar un ambiente y producir iones ambulantes libremente que pueden producir efectos térmicos o bien actuar sobre ciertas sustancias modificándolas. Se le llama radiación no ionizante para distinguirla de la llamada radiación ionizante. Pero este error se debe a que no se conocía el mecanismo de cómo las microondas ionizaban. Luego, ambas radiaciones son ionizantes en maneras diferentes: una lo es por emisión de partículas radiactivas, la otra ioniza por meros movimientos electrónicos de ganancias o pérdidas de electrones.

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La energía cuántica es una forma de expresión, la onda es otra forma de expresión y la ionización también lo es. No hay dudas de que el cuanto está a la base de todo, si lo consideramos la “unidad materio-energética”. La diferencia de la naturaleza no significa que sean cosas distintas. Esencialmente es todo lo mismo. Formalmente son expresiones distintas de lo mismo. Lo que moviliza al cuanto y hacen que las partículas entre en acción son las subpartículas atómicas. Por más fórmulas y tecnicismo y cientificismo que se impriman a los fenómenos, todos serán verdades parciales pero ninguna podrá negar que el fenómeno esté originado en una sola esencia y tiene formas múltiples. No se debe confundir lo formal con lo esencial. Todo el movimiento del universo como macrocosmo y del hombre en particular, como microcosmos, en razón de lo expuesto, es una misma cosa pero el fenómeno de expresión se modifica de acuerdo a la forma sustancial en que actúa para presentarse, darse a conocer, esto es, expresarse. La mecánica cuántica de Planck y otras teorías como la Compton son en apariencia, verdades relativas pero no absolutas. La teoría de Heinsenberg del principio de incertidumbre es aparentemente también una verdad relativa según el punto de vista con que se enfoque el fenómeno materio-energético. Sin embargo, el hecho de que el hombre no pueda explicarse todo en un solo instante, sino que vaya integrando un conocimiento relativo a medida que sus puntos de vista cambian, no significa que el mundo y el fenómeno materio-energético sea algo sin certeza absoluta. No lo es en sí, sino sólo desde el punto de vista de cómo opera conocimiento humano. No obstante, esencialmente es un fenómeno de verdad absoluta si se considera como una esencia única de forma variada, tal cual es el hombre en sí. Por eso, las mentes humanas más sagaces concluyeron que el macrocosmos y el microcosmos, en el fondo, son una misma cosa con formas distintas. Esta conclusión no necesita de mayores asertos abstractos o científicos sino sólo sentido común, el único que puede imprimir un grado de certeza razonable y aceptable. Pretender explicar esto con filosofemas profundos generará sólo sofismas o querer cuantificarlo con fórmulas y teorías científicas hará llenar un número infinitesimal de libros que complicarán no sólo a los científicos sino que nunca se llegará al conocimiento del hombre común. Lo peor es que cuando una teoría sea sostenida, aún durante siglos, en algún momento, con seguridad, será cambiada por otra. Y, así, sucesivamente. Lo cierto como verdad absoluta, es que ningún punto de vista, es absoluto. Esto constituye una afirmación obvia: si es únicamente un punto de vista, es algo parcial. Si es parcial no tiene noción de totalidad. Si no llega a lo total es relativo. Si es relativo, por obviedad, no es absoluto. Lo único absoluto es la verdad incontrovertible de la esencia y la existencia de entes conocidos y desconocidos y de los fenómenos que éstos generan. La mente humana capta en forma holística, comprensiva e intuitiva todo eso, pero lo que no puede hacer es traducirla en términos ciertos de pensamientos filosóficos o demostraciones científicas. Sólo es privilegiada la mente que alcanza a

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comprender todo en forma global y armonizar su vida individual con la armonía natural del universo en general. Esto es muy sencillo de decirlo pero muy difícil de comprenderlo y vivirlo. Los “hombres extraordinarios”, las llamadas “mentes superiores” y los “iluminados” son los que alcanzan a trascender su vida personal y la época histórica que viven para brillar en el presente y proyectarse al futuro, siendo rememorados permanentemente desde el pasado. Sus palabras son las que quedan como eternas e inamovibles porque lograron hablar de lo esencial, prescindiendo de las formas, y no explicaron nada sino sólo mostraron un fenómeno universal y comprensible. No dejaron teorías brillantes. Sólo aludieron a valores inmanentes que pueden ser trascendentes. Tomemos como ejemplo a Santo Tomás. Quizá equivocó el modo de expresar lo que captó, pero la verdad de sus asertos sólo fue posible comprenderla mucho después de que los formuló. Tenía razón de que había que observar la creación para apreciar lo esencial y lo que es invisible a los ojos. Pero no era a través del orden y los movimientos visibles del universo. El hombre tenía que llegar al corazón molecular y subatómico, microscópico e invisible, para entender lo macroscópico. Ir desde el microcosmo al macrocosmo. Como decía Pestalozzi: de lo simple a lo compuesto, de lo concreto a lo abstracto. Santo Tomás carecía del conocimiento científico profundo, pero su mente captó que existía algo que producía la existencia armoniosa del universo. Ese “algo” que él atribuye a Dios, la ciencia lo concibe como el fenómeno de materia y energía. Pero no hay nada que contradiga que el fenómeno materia-energía es obra de Dios y una continuación de su esencia y presencia. El mismo Dios reveló a los hombres creyentes, a través de la Biblia, que había creado al hombre a su imagen y semejanza. Tal poder también es causa de todo lo existente, incluyendo al universo. De ahí no es imposible que toda la creación sea a “imagen y semejanza” del poder divino. Las mentes simples así lo entendieron, pero confundieron lo creado, con el creador, creyendo que la criatura es el creador mismo. Adoraron al sol, la luna, la tierra a los que atribuyeron el atributo de la divinidad. Los panteístas también confunden a la naturaleza con Dios y, de algún modo, los actuales ecologistas. Lo cierto es que a través de la materia se descubre la energía. El conocimiento de lo terrenal lleva al conocimiento de Dios. El globalismo holístico es un mero empirismo de cosas innegables. A eso apelaron las mentes brillantes que dejaron pensamientos inmodificables a través de la biografía de la humanidad. Pueden aceptarse o rechazarse pero nunca descalificarse ni negarse, al menos en forma sensata. Deepak Chopra expresa que “cada pensamiento causa un cambio en el campo íntegro de la realidad. El cosmos está inteligentemente organizado por sí mismo, y nosotros formamos parte de él”. Creemos que se refiere al pensamiento trascendente. Pero lo más importante de este pensador es que admite que no hay ninguna diferencia esencial entre la vida y la no-vida, salvo la intensidad de conocimiento y la concentración de la información “porque cualquier aspecto de la realidad puede cambiarse al nivel quantum, alternando su información y energía. La tecnología para crear tales cambios está en la mente. Sólo aquí”

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La intención de este trabajo, es mostrar la unidad absoluta entre materia y energía, usando los criterios estrictamente científicos matemáticos de la Física. El explicar el fenómeno, hace posible entender mejor el misterio de la religión, de la creación y la presencia divina en esa creación, tal cual lo he expuesto. Voluntariamente he obviado citar a pensadores religiosos o doctrina de la Iglesia, principalmente la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a la cual pertenezco, para evitar la crítica de que me guío más por la fe que por la razón y la ciencia. Inversamente intento demostrar que la razón y la ciencia son instrumentos dados o inspirados por Dios en el hombre y que nos pueden permitir llegar a Él, sin necesitar del dogma y las revelaciones. La revelación fue el medio divino para comunicarse directamente con el hombre. Pero, infortunadamente, alcanzó para los testigos de esa revelación, en forma directa y para los creyentes por fe, en forma indirecta. Pero hay quienes ignoran la revelación, ya sea por no conocerla o por rechazo de la misma. Y muchas veces el rechazo se debe a que intentan juzgar sólo con la razón, desconociendo que la fe es un don de igual valor que la razón, la que nos lleva intuitivamente al conocimiento de Dios. No obstante, la razón humana es otro camino hacia Dios. Así lo reconoció la propia Iglesia, Santo Tomás, la teodicea y otros pensadores católicos. Luego, buscar pulir esa razón y guiarla por el recto camino, es parte del apostolado divino, y la ciencia es el instrumento más válido para llegar a la razón. La gracia de Dios ilumina a muchos pero no a todos, obviamente. Unos llegan a Dios en forma espontánea; otros, como San Pablo necesitan del milagro (encuentro directo con Dios) para convertirse; algunos no llegan nunca a creer ni a conocer a Dios, ya sea por no saber de Él o por empecinamiento o por maldad. Pero hay muchos que llegan a Dios a través de la razón y la ciencia. Personalmente no he necesitado de la ciencia y la razón para llegar a Dios, pero creo que el Señor nos dotó de esos formidables instrumentos para encontrarse con Él cuando no hay permeabilidad a la gracia directa, a la palabra revelada o a través de Cristo. Ningún apóstol de Dios debe despreciar ninguno de los caminos que nos da el Señor para llegar a la meta (método). El secreto está en conocer esos caminos y usarlos. Se debe terminar definitivamente al divorcio entre la ciencia y la religión. No existe tal cosa. Tampoco se debe usar a la ciencia como arma para combatir a Dios. No se trata de una mera controversia entre ateos y creyentes. Se trata de la genuinidad para alcanzar la verdad, en lugar de discutirla. Si la verdad es una sola, no hay controversia pues no hay esencia equívoca sino unívoca. Lo equívoco está en el modo de ver y pensar. La verdad y lo unívoco está en el pensar correcto y crítico. Siempre que alcancemos un “buen pensar” al fondo o al final del camino está Dios.

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El misterio de la vida Terminado el enfoque sobre el misterio de la materia y la energía, debo analizar el misterio de la vida. William S. Beck90 ha escrito sobre el enigma de la vida y en su planteamiento afirma que la ciencia es un rasgo sobresaliente de la civilización moderna, que nos introduce a mundos extraños y nuevos, a los que necesitamos comprender como también debemos comprender básicamente a la ciencia en lo que es y lo que no es, lo que ella puede y lo que no puede hacer para ayudarnos a acomodar el ambiente a una vida más placentera y confortable. Si fuera posible, esa ciencia debería, asimismo, tender a enseñar acerca del hombre, de su puesto en el cosmos y su destino. Pero una de esas ciencias, la biología, no tiene actualmente un solo estudioso calificado para discurrir sobre el problema de la vida misma. Todos están ocupados en desentrañar las estructuras vitales pero ninguno dispuesto a lidiar con la única pregunta dominante que les es común a todos: ¿qué es la vida? Muchas hipótesis intentan explicar la naturaleza de la vida pero ninguna ha podido responder decisivamente con una prueba indiscutible. Incluso ninguna de esas hipótesis es susceptible de probarse experimentalmente en un laboratorio. Lo único que se ha logrado es manipular los genes para hacer grotescas experiencias clonadoras en los laboratorios, en busca de una hipotética mejoría de la calidad de la vida humana. Con esta meta ambiciosa se han logrado varios éxitos, pero el conjunto de los mismos no mejora la calidad de vida de la humanidad en general. Mientras una parte de la ciencia lucha por prolongar y mejorar la vida, la otra produce cosas que la llevan a la destrucción y a la enfermedad. El misterio de la vida, como el del hombre mismo, ha través de la historia ha tenido muchas hipótesis. La Biblia nos dio el concepto creacionista: un fenómeno que se creó y ahí esta “tal cual” (concepto fijista) y su esencia es eso: una criatura. Los evolucionistas pretendieron ir más allá e identificar al origen de la vida a través de una evolución o filum que hizo varios ensayos de error y prueba para seleccionar lo más apto y esto llevó a Darwin a formular su teoría de la evolución y de la supervivencia del más apto. Los filósofos existencialistas contemporáneos piensan que el máximo exponente de la vida: el hombre, aun está en una etapa evolutiva, la que se manifiesta a través del desarrollo de su inteligencia. Los griegos no se hicieron mayor problema y, así como los hebreos recibieron la revelación de la creación, para los griegos la cosa era más sencilla: toda la naturaleza, incluyendo la vida, estaba ahí “desde siempre” y crean la idea de eternidad. Claro que este “siempre igual” no se manifiesta en una forma fija y monótona, sino que cumple un ciclo de eterno retorno, algo así como las cuatro estaciones del año, el nacimiento, la muerte, etc. Incluso hasta se pensó en el “renacimiento” bajo otro cuerpo, o sea, una reencarnación de la cual un apasionado sostenedor Platón.

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Bioquímico estadounidense ha escrito el libro LA CIENCIA MODERNA Y LA NATURALEZA DE LA VIDA, EE.UU., 1957

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Los biólogos modernos como Hans Driesch lograron algunos experimentos en los cuales una salamandra regeneraba una pata cortada, o podían hacer crecer en cualquier parte del cuerpo de algunos anfibios, otras partes del cuerpo, por ejemplo, una cabeza en el abdomen. Estos experimentos de ficción científica, pero reales, llevaron a la idea de algo así como un principio organizador, una especie de energía invisible que actuando como un agente director que residía dentro de la sustancia vital u orgánica, regía todos los pasos o procesos que permiten a un grupo de moléculas o partículas, dar origen a un organismo completo o a una parte del mismo. El concepto de principio organizador también fue usado por algunos estudiosos de la embriología humana. Ese principio parecía ser la guía más confiable para explicar como dos células primarias (gametos) origina una célula única totipotencial (huevo) y después ésta comienza una serie de divisiones que da por resultado células también totipotenciales (stem cells) Inmediatamente, hubo una reacción con un desacuerdo evidente con la hipótesis Driesch que comenzaron con la primera pregunta ¿necesitamos postular la existencia de fuerzas vitales invisibles para explicar lo observado? Consecuentemente esto llevó a la otra pregunta ¿qué puede hacerse para verificar la existencia de esas fuerzas vitales? Pero todo quedó en el campo de la hipótesis de la existencia de fuerzas vitales invisibles y de la imposibilidad de comprobar o negar con una experimentación biológica, tal hipótesis. Más aun: ninguna situación podía imaginarse que fuera incompatible con la existencia de esa fuerza vital postulada. Cualquier cosa que se observara, estaba dentro de la hipótesis: era la fuerza vital en acción. Incluso la muerte podía explicar como la cesación o pérdida de la fuerza vital, de modo que ni siquiera la muerte del organismo ponía fin a la existencia de la hipótesis. Sin embargo, los biólogos mecanicistas insisten en que todos los fenómenos orgánicos requieren una explicación en términos fisicoquímicos, ya que ninguno de ellos tiene una previa explicación automática. Hoy, muchos biólogos no conformes con la teoría de Driesch ni la mecanicista, intentaron otra explicación que estuviera en el medio de las dos concepciones pero uniéndolas, dado que fácticamente ambas eran aceptables. Esta nueva concepción, integradora u holística, se denominó organicismo y opina que la vida se debe o depende, de la compleja organización de sus elementos materiales. A pesar de la pomposidad de términos y sus explicaciones más o menos racionales y aceptables, en el fondo sigue sin resolverse la cuestión fundamental de la esencia de la vida. La integración vitalista-mecanicista no ha hecho nada más que unir dos observaciones científicamente válidas, pues son fenómenos dados de indudable observación y comprobación empírica, aunque no sean reproducibles en el laboratorio. El organicismo no desplazó la teoría Driesch sino que la unió a la otra nada más que para zanjar una discusión bizantina. En esencia, la vida sigue siendo una especie de energía y todos sabemos que la energía es invisible a los sentidos y sólo se manifiesta a la percepción bajo la forma de los procesos a que da lugar, impulsando los elementos materiales, los únicos accesibles a la percepción sensual. La energía “material” o inorgánica, aquella que surge de

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la materia inerte o sea, del átomo, también dijimos es invisible, pero sus efectos se materializan en diferentes fenómenos y el hombre lo ha demostrado a través de inventos artificiales como es la bomba atómica, el uso de isótopos radiactivos y la usinas atómicas, como asimismo los transportes impulsados por la energía atómica. Esa energía en la naturaleza se observa en muchos fenómenos y últimamente se trata de captar su forma de energía cósmica. Pero la energía “vital” u orgánica, la que se materializa en el proceso de formación de un organismo vivo, sólo tiene esa posibilidad: ser visible formando el órgano vivo y con éste, el conjunto denominado organismo. Ese proceso vital que ha sido denominado organicismo y que tiene como base a la energía vital bajo la forma fuerza vital o principio organizador. Sólo una cosa diferencia a ambas energías: la energía inorgánica o “material” puede ser manipulada por el hombre una vez que consigue liberarla y la transforma para otros fines. Puede artificializar lo natural. La energía vital no es posible liberarla de la sustancia orgánica, sin provocar la muerte de la misma o su destrucción y una vez ocurrido esto, ya dijimos que cesa o desaparece esa energía. Se esfuma. Sólo podemos tomar una molécula que encierre a esa energía y, sin destruirla, darle los medios necesarios para su desarrollo natural o alterado. La alteración puede ser celular o genética. Se puede manipular una célula y obtener de ella diferente tejidos (células madre o stem cells o células totipotenciales). O bien manipular moléculas genéticas y con ellas reconstruir nuevos genes, modificar los existentes y obtener por su manipulación, algunos fenómenos vitales que transforman un organismo en otro (transgenia) o lo reproduce (clonación) o bien suprime o agregan genes para modificar una función generalmente patológica (genoterapia). Estas experiencias biológicas agregan muy poco o nada a nuestra compresión sobre lo hecho hasta ahora; y los fenómenos naturales existentes y lo que resta por hacer en la investigación biológica que se abre con toda su potencia en este comienzo de siglo XXI, de forma tal que muchos piensan ya, apresuradamente, que este siglo será el siglo de la biología. En realidad sólo se trabajan con fenómenos físicos totalmente accesibles a nuestra inteligencia. No se ha creado nada nuevo sino comprobado hipótesis de formulación casi natural, pues un conocimiento encadenó en forma inmediata a otro y esto permitió el rápido avance del experimento biológico. En este contexto, vida y ser viviente ya tiene connotaciones muy pálidas y de zonas muy grises, donde estos vocablos no sirven. Pero como toda zona gris, es una zona ambigua, informe, donde ya no tiene sentido discutir donde empieza la vida y termina la no-vida. Lo más racional es aceptar que vida y no-vida son antinomias como los es frío-caliente. Y ahí sólo cabe una afirmación abstracta pero muy realista: lo qué es, es. La zona gris o intermedia es una zona de no-ser, porque no es ni una cosa ni otra. La dialéctica de esta discusión nos lleva más a una posición sofista que a un saber dialéctico enraizado en la verdad. El afán de explicar, “de cualquier forma”, el concepto vida no es una posición válida. La vida, como fenómeno concreto, necesita una definición concreta. Mal puede definir algo concreto, lo que en sí es puramente abstracto y sin

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asidero en la realidad tangible. El principio de la verdad exige que haya coincidencia entre el pensamiento y el ente que origina ese pensamiento. Si no encontramos una coincidencia plena, es porque algo no está debidamente ubicado o conceptuado. La idea final Acá llegamos de nuevo al punto de partida y a una sola afirmación lógica e irrebatible: lo que ocurre, ocurre; el resto pertenece al estado de mente de cada uno de los que observan los fenómenos y buscan su explicación. En este estado, los científicos y los filósofos deben contentarse como lo hace el astrónomo: no ha creado nada, ni hecho ningún experimento. Sólo se limita a descubrir nuevos elementos siderales o espaciales y a describirlos según las posibilidades de resolución visual que tenga los aparatos de observación. Este método científico de ninguna manera invalida la observación astronómica ni la existencia del espacio sideral y de sus elementos constituyentes. Las astronaves y los viajes espaciales sólo permiten un mayor acercamiento y una observación “in situ” para una descripción más completa y veraz, pero no invalida la existencia de los planetas ni de las galaxias. Planteada la cosa así, la vida como el espacio celeste, son dos fenómenos que hasta ahora sólo pueden observarse, con mayor o menor acercamiento, interpretar lo que en ellos ocurre, pero no podemos reproducirlos en el laboratorio ni modificar su naturaleza, aunque modifiquemos una parte de su conformación. Esto no quiere decir que estamos ante un problema absolutamente insoluble. Es un problema al que estamos planteando. Cuando se logre el planteo correcto llegaremos al aforismo matemático: un problema bien planteado, es un problema solucionado. Esto quiere decir que algún día, en algún momento, el hombre podrá poseer el instrumento científico o la facultad de percepción del “secreto de la vida” que le lleve a desentrañar el misterio de su esencia. Pero entonces puede ocurrirnos la misma situación que nos ocurre con Dios. El día que tenemos un encuentro con Dios, se termina la duda de su existencia. Pero conocer que existe no nos da la explicación de su esencia. Mas, ¿qué sentido tiene querer saber qué o quién es Dios, si el milagro de su presencia obvia toda otra inquietud ante el placer de estar junto a Él? De igual modo ocurre con la vida: gocemos de su existencia, de nuestra coexistencia con otros seres vivos que son el espejo de nuestra propia vida y dejemos de sondear lo insondable, puesto que cuando creamos que tenemos una pista, la muerte nos sacará del ciclo fenomenológico de estar viviendo. Más vale gozar esta vida antes que perderla preguntando lo qué es y de pasar ante ella sin saber qué es ni cómo es. Vivamos el cómo que es el verdadero milagro y olvidemos el qué. ¿Para qué nos sirve el qué en abstracto de la vida? Aprehendamos el cómo de nuestra vida en particular y sólo debemos indagar el qué inmediato de nuestra vida propia para entrarle un rápido sentido que nos permita transitarla con más placer, que sufrimiento, más bondad que maldad, más belleza que fealdad, más amor que odio. Entonces sabremos, sin más misterio, qué es vivir.

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CAPÍTULO VI

OTRO POLO MISTERIOSO: EL HOMBRE Aún a la Filosofía y a la Ciencia les cuesta mucho ponerse de acuerdo sobre la verdadera naturaleza del hombre

El misterio ontológico

H

emos tratado el misterio de Dios. Pero dijimos que había un eje Dios-hombre, donde un polo es Dios y el otro el hombre. El encuentro de ambos, es la religión. A su manera, el hombre es también un misterio ontológico.

Cuando se pregunta por el ser del hombre, lo qué el hombre es, nos encontramos de lleno con que es imposible acceder en forma directa a ese ser. Por eso adelantamos en un parágrafo anterior, que Heidegger quiso establecer un método válido para tener una noción mínima de ese ser y habló de los modos del ser del hombre. Es decir, hay un acceso indirecto a la esencia humana. La imposibilidad del acceso directo es lo que llamamos misterio ontológico y ahí termina todo lo absoluto del hombre. Todo lo que se diga del ser humano es relativo y meros puntos de vista, con mayor o menor validez, según el método científico o filosófico que se use para conocer esos modos de ser. El primer hincapié lo hicimos con la inteligencia. En realidad es la única pista valedera para desentrañar, en algo, lo que el hombre es. Pero aun así, es una pista incompleta y desconcertante. Se sabe que de esa inteligencia emana un poder espiritual, pero ese poder puede ser correcto y se encauza como sabiduría o puede tomar caminos desviados que terminan creando dualidades incomprensibles. La ambivalencia juega en los contrarios bien-mal, amor-odio, ternura-violencia, biofilia-biofobia, cordura-demencia, orden-desorden. Según Boff, citando a Edgar Morin, parece que el hombre es una unidad de contrarios. Por un lado estamos llenos de ternura y de caridad y por otro “inflados de arrogancia” que nos conduce a la violencia, de forma tal, que la violencia humana excede ampliamente a la violencia de cualquier otra especie viva. Estos contrarios y, sobre todo la violencia desatada, manifiesta e incontenible, es la que lleva a Morin a crear la figura de homo demens, que parece predominar actualmente, más que nunca en la historia, sobre las otras figuras de homo sapiens, homo faber, etc. Esta demencia humana que se denuncia no se considera ocasional o circunstancial, sino que “configura un desorden originario” porque, según esta concepción, el 99% de los genes de un chimpancé (supuesto antecesor del hombre) configuran esta especie de homo demens y el otro 1% de los genes es el que establece la diferencia definitiva entre el homo demens y el sapiens puro. De

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acuerdo a estas conclusiones, pareciera que el conjunto de la humanidad tiene un 99% de tendencia a la demencia y un 1% a la cordura total. Pero tanto Boff como Morin arguyen que todo el universo y la vida misma, están hechos de desorden y de orden, que según la concepción de los filósofos griegos antiguos conformaban el caos y el cosmos, respectivamente. Esto tiene una correlación con dia-bólico y lo sim-bólico. Luego, la existencia del caso, es lo que justifica a los seres agresivos y dementes que hacen la mayoría de la humanidad, unos en forma manifiesta permanente, otros en formas ocasionales y muchos, en forma velada. Pero todos tienen esa cuota de violencia y demencia, que en algún momento se materializa en algún acto (trascendente o intrascendente). La evolución del hombre, que aun no está acabada en esta concepción, se basa, precisamente, en el esfuerzo de crear el orden en el desorden. Transformar el caos en cosmos. A partir del orden, debemos encontrar nuestra identidad y la sabiduría que nos preserve de la autodestrucción y haga primar la inteligencia sobre la irracionalidad de la agresión y la violencia; el amor sobre todo odio, la comprensión y la tolerancia sobre toda intolerancia y discriminación; la paz sobre toda guerra, el amor a la vida propia y ajena sobre el impulso homicida que lleva al asesinato y/o suicidio. La pluralidad o multifacetismo del hombre, la supercomplejidad de su ser, puede ser obviada mediante la unidad en un sistema social abierto, donde impere la justicia, el deseo del bien y el sentimiento real de querer vivir en sociedad y no contra la sociedad. Debemos aprender a aceptarnos, reconociendo que tenemos más defectos que virtudes y que lo que se debe tolerar es el defecto, no la virtud, la cual se impone por sí misma. Pero esto significa que debemos procurar por entender cuáles son los valores reales que nos lleve a ese estado de convivencia, por lo menos sino perfecta, aceptablemente, porque impide la agresión violenta y la destrucción sin sentido. La encrucijada actual es crear relaciones multipolares que sean equitativas e inclusivas, no excluyentes. Deben contener a todos los hombres y no marginar a nadie. Nadie discute que es bueno hacer grandes inversiones para el bienestar y mejorar la calidad de la vida desde todo punto de vista, comer y vivir con dignidad, preservar la naturaleza que es la casa donde todos vivimos y nos nutrimos y apropiarse de la cultura para usarla como instrumento de comunicación y no de discriminación. Pero toda acumulación de bienes debe tener un paralelismo con la búsqueda y aplicación de la sabiduría y la espiritualidad. Lo contrario lleva a un materialismo salvaje, donde el polo único es lo material y esto desdibuja el verdadero ser del hombre que es esencialmente espiritual, por más que a veces muestre lo contrario. Así como la filosofía griega antigua y la cultura iluminista trataron de resaltar como valor máximo a la sapiencia humana, la historia nos ha demostrado que la faceta más común es la demencial y violenta, a veces con una crueldad increíble.

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Aun hoy, la violencia es lo que predomina en todo el mundo, de una forma u otra (guerrilla, guerra, terrorismo, mafia, delincuencia, totalitarismo torturador, etc.). La muerte no natural es la mayor estadística ya sea por violencia directa (asesinato o suicidio) o por el hambre y la muerte tecnológica (por armas sofisticadas, los aparatos biotécnicos, incluyendo los accidentes por transportes en autos, aviones, barcos, etc.) Nosotros hemos citado en este trabajo, los escritos de Boff y otros autores, lo que no significa que compartamos en todo, sus criterios. Hemos remarcado aspectos que se consideran interesantes puntos de vista. Aceptamos lo fenomenológico de sus comentarios, pues obviamente el fenómeno no puede negarse. Podemos estar en desacuerdo con las interpretaciones de los fenómenos. Pero concordamos plenamente en las conclusiones de estos autores para frenar el caos y la demencia: “Tenemos condiciones de ponerle límites usando nuestra sapiencia. O nos cuidamos los unos a los otros y sobrevivimos en la misma casa común que es la Tierra, o vamos todos al encuentro de lo peor. Nos cabe decidir qué futuro queremos”. El encuentro de dos misterios La historia, tanto humana como sagrada, muestra los movimientos, centrípetos o centrífugos, del hombre hacia Dios. Cuando la fuerza que impulsa el hombre hacia Dios es centrípeta, nos encontramos con períodos históricos teocéntricos: la sociedad gira alrededor de Dios. Opuestamente, cuando la fuerza del movimiento del hombre hacia Dios es centrífuga, la humanidad transcurre en períodos antropocéntricos: el centro social es el hombre. La relación hombre-Dios es errática e impredecible. O se da muy firme con un claro misticismo y religiosidad, o se cae en una ruptura total signada por un ateísmo que va desde un simple conceptualismo, a una acción violenta contra Dios y sus seguidores. El encuentro del hombre con Dios es siempre impulsado por la fe y el medio más eficaz es la oración. El encuentro de Dios con el hombre es totalmente directo a través del milagro o indirecto a través de la fe y la vocación inspirada por el mismo Dios. La inspiración divina se manifiesta de modos diversos: como una revelación, como un éxtasis, a través de un diálogo interno. Ya dijimos que el encuentro entre hombre y Dios es la religión, siendo ésta el nexo inevitable. Hemos resaltado que, etimológicamente, viene del latín religio – õnis y muchas veces se ha relacionado esto con religãre que significa “volver a atar” “ceñir más estrechamente” o sea, que religión es lo que vuelve atar el hombre a Dios y lo ciñe más estrechamente a Él. Hemos definido a la religión como conjunto de creencias o dogmas, sentimientos de veneración, normas morales para la conducta individual y social, prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto. También como virtud que nos mueve a dar a Dios el culto debido. El poder de la oración es otro misterio inherente a Dios. Actualmente la ciencia investiga a la oración, principalmente en el campo de la medicina y la salud. A continuación

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transcribiremos todas las investigaciones científicas realizadas para comprobar y probar el efecto de la oración sobre la enfermedad y la salud. Luego, el puente entre los dos misterios que significan el hombre y Dios, es la fe religiosa. La fe religiosa Como vimos al tratar la fe humana, ésta comprende la red de creencias que tiene un hombre en particular y la sociedad en general, y que cuando esa red de creencias sea llevada a la metafísica, nos encontremos con la fe religiosa. Así, el estado de fe es propio de la esencia humana, independientemente de que sea aplicado a los objetos y propósitos humanos o a objetivos divinos. Es un don de nuestro ser, como lo es la inteligencia. En este punto conviene recordar lo que Monseñor Laguna afirma91 en el sentido de que la fe es un acto libre (aun la fe religiosa). Para ser realmente fe (fe verdadera) necesita siempre una respuesta libre. En el caso de la fe religiosa dice: “si bien es verdad que mediante la razón podemos llegar al conocimiento de Dios, nunca se definirá la demostración sino la existencia de Dios. Por la razón llegamos a un motor inmóvil que moviliza, la causa incausada, al ser necesario, etc., es decir, a cualquier término tomista de las vías, pero no al Dios que se revela. El acto de fe en cuanto tal supone una entrega que no se basa en la evidencia. En esto es clarísima la revelación al proponernos que la fe es de las cosas que no se ven, de las cosas que se esperan. De esta manera, se destaca que nunca serán las razones las que nos acerquen a ella. Sin embargo, a veces intentamos convencer internándonos en el campo de lo racional y lo temporal. Uno puede convencer explicando un teorema matemático o un principio físico, abstracciones a cuya demostración puede llegarse. No se puede convencer sobre el mundo trascendente, precisamente porque trasciende nuestra realidad y nuestra historia, incluso nuestra ciencia, cuyos límites son cambiantes y estrechos. La fe es otra actitud propia del hombre”. En este punto debemos aclarar cuándo hay un acto de fe buscado por el hombre, y cuándo un acto de fe se nos presenta espontáneamente, en forma involuntaria. Si ocurre la presencia de un acto de fe no buscado, imprevisto, es pertinente la afirmación de Monseñor Laguna en el sentido de que “la fe es una gracia, un regalo, un don. No es un ejercicio voluntarista”. Es la fe que se concibe como dada por Dios al hombre. Pero hay otras formas de llegar a un acto de fe, como se llega a determinadas creencias, y en esto sí puede participar la voluntad. La fe que se busca y se encuentra es una fe voluntarista. Siempre se necesita de la voluntad tanto para buscar como para aceptar y acatar el sentimiento de fe.

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En su obra EL SER SOCIAL, EL SER MORAL Y EL MISTERIO

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Es muy importante el análisis que Monseñor Laguna hace de la libertad del hombre. Resalta que aparentemente es voluntad de Dios que el hombre sea lo mejor y esté a salvo de toda calamidad y castigo. “Esa voluntad sería absolutamente eficaz si el hombre no fuera libre. La libertad humana puede impedir el plan de Dios. Hablamos de una verdad tan inquietante que ha llevado a algunas personas a preguntarse si no era mejor crear un hombre sin libertad. No estoy de acuerdo. Una de las semejanzas que el hombre tiene con Dios es, precisamente, la libertad. El hombre es tan libre como racional, por tanto, es capaz de comprender que las cosas finitas son queribles o no queribles. Y hablamos de la libertad de especificación: querer esto o aquello, y de la libertad de contradicción: querer o no querer. Cuando el hombre decide elegir ya eligió. Quiero referirme a lo previo a la elección, todo aquello que puede llevar a configurar el juicio de la indiferencia, etc. Cuando elegimos somos dueños del acto. Una de las definiciones de libertad que más ayudaron en mis búsquedas es la de Santo Tomás: el dominio del acto. Me parece más clara y más amplia que ponerla en los contrarios: elegir o no elegir”. Las aseveraciones de Monseñor Laguna son correctas cuando están estrictamente referidas a los actos pertinentes o correctos. Esto es, cuando se elige con responsabilidad y disciplina y se ejerce el acto dentro de la moral o la ética. Acá, el elegir es el acto principal de la libertad. Pero lo cuestionable está primero en el acto elegido y segundo, en el ejercicio del acto elegido. Si se elige el acto no debido, es ahí donde el dominio del acto en cuanto a su ejercicio es lo que constituye un problema y un conflicto. Lo contrario, elegir lo debido, no admite ninguna cuestión y sería lo deseable. Pero la realidad muestra claramente que la libertad del hombre para elegir y hacer puede estar más cerca, principalmente, de lo incorrecto que de lo correcto. Ergo, la libertad y su ejercicio necesitan de una educación para poder llegar al dominio del acto en el buen sentido de esta palabra. Sin embargo, Jesús impuso otro concepto: “la verdad os hará libres”. Esto es: seré libre en tanto y en cuanto me encuentre frente a lo verdadero y sólo acepte lo que es verdad. Ergo: la falsedad me priva de la libertad y me vuelve un esclavo de la ficción condenado a vivir ficticiamente. La oración: medicina eficaz El hombre, por sí, tiene diferentes medios concretos, sin que medie lo milagroso, para acercarse a Dios. La oración es un medio consagrado para comunicarse con Dios. Pero la eficacia de la misma ofrece resistencia para los que no creen. Debido a esto, un grupo de médicos ha intentando experimentar, usando métodos comparativos similares a los que se usan para estudiar la eficacia de un medicamento. Esos médicos no están unidos entre sí por creencias religiosas sino sólo aspiraciones científicas de tratar de encontrar un medio de demostrar en forma, más o menos fehaciente, la eficacia de la oración. Y decidieron hacerlo en el campo que son especialistas: la

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medicina. Si esto resulta convincente, sería una manera de principio de demostración de que la oración es uno de los principales instrumentos de la relación hombre-Dios, es decir, un instrumento propiamente religioso. Un Congreso médico reunido en México para estudiar las patologías relacionadas con la tríada cuerpo-mente-alma concluyó que no hay escisiones dualistas ni trialistas sino una sola unidad orgánicamental que responde a una ley del todo: cualquier afección de una de las partes, afecta a las otras. De este Congreso sale la doctrina denominada terapia del alma, una vía alternativa para la prevención y curación de numerosos trastornos psicosomáticos, especialmente estrés, ansiedad, angustia, depresión, hostilidad, insomnio y otros problemas de la “ecuación cuerpo-mente”. En este Congreso se informa la experiencia de la Universidad de Harvard, representada por el Dr. Herbert Benson,92 que consiste en la combinación de meditación con rezos (oraciones) y cánticos religiosos que, según la expresión de los expertos reunidos, relajan el cuerpo y la mente normalizando el ritmo cardíaco, la respiración, la presión arterial y la tensión física, primeros afectados ante estímulos estresantes, ansiógenos o angustiantes. Benson descubrió que las “fórmulas” religiosas de judíos, católicos y protestantes (por ejemplo Shalom, Jesús, ten piedad de mí y Padrenuestro respectivamente) propiciaban cambios fisiológicos positivos, fenómeno que llamó “respuesta de relajación”. Asimismo estableció un vínculo entre ejercicio y oración: recomendó a unos corredores meditar orando mientras corrían y observó que tenían un rendimiento superior en relación con los que no oraban. Larry Dossey, 93 destaca en este punto que: hay muchas maneras de orar el amor refuerza la oración se puede orar aún subconscientemente la oración no tiene por qué ser específica cuando uno ora, no se encuentra solo. Afirma que los resultados de la oración “no se pueden explicar por el efecto placebo”. Sobre este resultado de los estudios realizados con oraciones, advierte: “Desde luego, no queremos

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cardiólogo docente de la Facultad de Medicina de Harvard y presidente del Instituto Mente-Cuerpo de Boston, 93 codirector del Grupo de Asesores sobre Intervenciones Mente/Cuerpo de la Oficina de Medicina Alternativa de los Institutos Nacionales de salud de Estados Unidos y autor del libro LA ORACIÓN ES UN BUEN REMEDIO (Prayer Is Good Medicine)

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empezar a vender religión en nombre de la ciencia. Optar por la oración para aliviar la enfermedad es una decisión personal”.94 Randolph Byrd95 publicó en 1988 un estudio que realizó con 393 pacientes, computarizado, en el que dividió a sus pacientes en dos grandes grupos: uno que lo constituían personas a las que apoyaba un grupo de oración otro integrado por pacientes por las que nadie oraba. Los grupos fueron homogéneos en cuanto a sus componentes, edades y afecciones, siendo similares en ambos grupos. A los orantes por el primer grupo sólo se les daba el nombre de pila de los pacientes y un resumen somero de sus males. Se les pidió que rezaran diariamente hasta que se les diera de alta a los pacientes. No se les dijo cómo y qué debían orar. El estudio se prolongó por diez meses, al cabo de los cuales finalizó y arrojó, tras un atento estudio de ambos grupos, el resultado siguiente: el grupo por el cual se había rezado: había registrado menos probabilidades de uso de antibióticos, por lo menos en una cinco veces menos que el grupo testigo disminuyó en 2,5 veces el riesgo de padecer insuficiencia cardiaca congestiva también con relación al grupo testigo. tuvo un riesgo menor de padecer paro cardíaco con relación al grupo testigo similar. hubo menos casos de complicaciones, principalmente la neumonitis (pulmonía) El Dr. Dale Matthews, 96 en setiembre de 1996, realizó un experimento con 60 pacientes que padecían artritis reumatoide, una afección que tiene ciertas manifestaciones claras, como es la hinchazón de las articulaciones, un signo cuyo alivio o curación es fácilmente conmensurable: 1. A un grupo de 45 pacientes (2/3 de los afectados) se oró por su salud durante cuatro días, en la tradicional ceremonia cristiana de la imposición de manos. De estos pacientes se forma un grupo de 30 participantes por los cuales se rezó durante seis meses. 2. El grupo testigo (quince pacientes) no ora ni recibe oraciones de nadie. 94

Rev. Healing Words, Harper Collins Publisher, S. Francisco, N.Y., 1993 Médico cardiólogo en la unidad de enfermedades coronarias del Hospital General de San Francisco, EE.UU. 96 Profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Georgetown, es director de un Centro para el Tratamiento de la Artritis y del Dolor, en Clearwater (Florida, EE.UU.). 95

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Todos, los 60 pacientes siguieron recibiendo la atención médica de costumbre y los médicos del Centro siguió examinándolos mientras duraba el experimento. También se realizaron reconocimientos médicos especiales al término del experimento y después de transcurridos uno, tres, seis y doce meses. Un paciente que al comienzo del experimento tenía 49 articulaciones inflamadas, después de los cuatro días de oración e imposición de manos, sólo le quedaron 8 articulaciones hipersensibles y en febrero de 1997 pudo prescindir de los antinflamatorios y analgésicos. Hubo una sensible retrogradación de la inflamación y del dolor. El resto de los pacientes tuvieron mejorías análogas y la remisión de inflamación y dolor superó al 75% del grupo, quedando un 20% con algo de sintomatología pero también con importantes signos de curación. Sólo un 5% no obtuvo buenos resultados. El grupo testigo tuvo muy pocos casos de mejorías (menos del 15%) y sólo fueron parciales. Es de hacer notar que estos estudios sobre los efectos de la oración fueron sometidos al más riguroso método científico del doble ciego y la randomización para evitar que actuara el factor de sugestión o autosugestión, es decir, no fuera un efecto placebo, sino un efecto con total desconocimiento de los que recibieron dicho efecto beneficioso. Los enfermos que curaron o mejoraron ignoraban totalmente que se rezaba por ellos. El Dr. Dale Matthews, ya desde los principios de su carrera en los años iniciales de la década del ‟80, comenzó a observar que la mayoría de sus pacientes esperaban de su intervención como médico, algo más que un diagnóstico físico, un estudio y una terapéutica. Quienes le conocían como un médico de gran fe, le solicitaban que rezara por ellos. Sobre este particular, manifiesta: “no sabía cómo hacerlo. Decidí incluir la espiritualidad en mi relación con los pacientes, luego de escucharlos, prestarle atención y ver cuánto se apoyaban en su fe”. Matthews tuvo un padre que fue médico de pueblo y estudioso de la medicina y un abuelo misionero. Ejerce la medicina en Washington D.C., y a sus prácticas médicas tradicionales (examen físico, realización de estudios y terapéutica según la enfermedad, con medicinas o cirugías) agrega un test sobre creencias religiosas. También, a veces, escribe citas bíblicas en sus recetas y suele sugerir el empleo de algunos de los recursos espirituales. Muchos de sus pacientes aceptan su modalidad de ejercer porque creen que al introducir la fe y la oración, se tiene una “base de apoyo más amplia”. Uno de sus pacientes graves con una autoinmunopatía que le llevó a un reemplazo de válvula aórtica, con una enfermedad degenerativa y potencialmente mortal como la enfermedad de Crohn y una severa artritis, frente a un tratamiento que le llevó a una renovada espiritualidad, afirmó: “hay algo de magia en esto. Mi fe me ha llevado a un punto en el que ya no siento que mi enfermedad sea una carga”.97 97

El paciente que opina es un consultor en biotecnología que padeció todos estos males a los 47 años de edad

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La “terapia del alma” también abarca el uso de fórmulas nutricionales y ejercicios físicos. El éxtasis religioso puede ser también, un placer cuando se experimenta plenamente. En 1996 se reunió la Convención de la Academia Estadounidense de Médicos Familiares en EE.UU. y sobre 269 médicos encuestados, el 99% opinó que la fe religiosa puede contribuir a la curación de una enfermedad y un 63% manifestó tener experiencia personal positiva de que la creencia en Dios intervenía, indudablemente, en mejorar el estado de salud. Tal vez el deseo de asociar medicina y oración sea una reacción involuntaria (o voluntaria) contra el actual sistema de atención médica, cada vez más apresurado, despersonalizado y errático en los efectos y consecuencias. Con base en estos estudios médicos se ha comprobado que la oración: 1.

2. 3.

Cuando es en grupo propicia el contacto social, que es factor clave de la salud y la longevidad (vida más larga, mayor capacidad de recuperación en la enfermedad y buena salud mental) infunde esperanza y seguridad que contrarrestan el estrés (menor grado de estrés) tiene efectos benéficos sobre el cuerpo. Da bienestar general.

Así, el hombre trata de afirmar por sí mismo, en forma natural, sin la intervención sobrenatural, el camino para llegar al misterio de Dios. Usa de la única arma que tiene, su mente y su razón, y uno de los métodos que tiene para dilucidar las cuestiones dudosas que es la ciencia. Si bien, razón y ciencia, son medios limitados para cuestiones extensas como es la fe y el misterio de Dios, esto no las invalida como uno más de los tantos instrumentos que la naturaleza ha puesto en manos del hombre para encontrar a Dios. Monseñor Laguna98 nos dice: “Creo que en el campo religioso el hombre necesita cierta pobreza interior para poder tener el corazón abierto y ser capaz de recibir, ser capaz de súplica y pedido. Hay gente que tiene reticencia y hasta miedo a la oración. El Evangelio está lleno de oraciones de súplica y petición y no la maltrata ni la desprecia. Es muy distinto el juego aritmético que lleva a creer que tanto pido, tanto se me concede. O suponer que Dios está sujeto de alguna manera a nuestra plegaria, sin entender que la clave con que se cierra el Padre Nuestro es „hágase su voluntad‟. Es importante tener en cuenta que el plan de amor de Dios sobre cada persona, cualquiera sea el camino que nos proponga, y aun cuando este camino puede ser muy crucificante, si el plan de amor de Dios, es lo único que puede darnos la felicidad”. Estas palabras de Monseñor Laguna encierran algunos puntos muy relevantes:

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Laguna, Justo – EL SER SOCIAL, EL SER MORAL Y EL MISTERIO, Editorial Sudamericana, 1997

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1. acercarse a Dios exige una humildad espiritual. La frase de Monseñor Laguna de “pobreza interior” deben interpretarse como humildad intelectual y afectiva que evita la soberbia interior que nos aleja a aceptar muchas cosas simplemente porque no están dentro de la razón ni de los afectos particulares 2. no siempre Dios otorga lo que se pide en la oración. Sólo concede aquello que hace a sus “planes de amor” con un hombre en particular y con la humanidad en general. Siempre que se pide algo, hay que agregar “hágase su voluntad” como reconocimiento sincero de los planes providenciales de Dios para con nosotros. 3. el sufrimiento no es un castigo divino. Puede ser la senda que Dios nos coloca para acercarnos a él o merecer la salvación eterna, según los principios de la fe cristiana. De ahí el dicho popular: “la vida del santo es espinas por fuera y rosas por dentro”. Los mártires consagrados por la Iglesia o por la historia del hombre nos dan claro ejemplo de cómo el sufrimiento ayuda a fortalecer el espíritu. 4. la felicidad no sólo depende del placer. Cuando se sufre por una causa justa o por entrega a la providencia divina se puede ser feliz en plena desdicha. Estas son “las rosas internas” de los santos. El poder de la fe Harold Koening 99afirma que la fe “nos ofrece cierto control sobre nosotros mismos y la posibilidad de no depender exclusivamente de una profesión médica que se vuelve cada día más distante y mecanizada”. “El compromiso con un credo religioso permite afrontar mejor las enfermedades traumáticas, el sufrimiento y la pérdida”. El estudio Koening-Larson100 estableció que las personas que acuden a la iglesia en forma regular y semanal: 1. corren menos riesgo de ser hospitalizadas 2. y si son internadas, la estancia en el servicio médico es más breve que en otras personas que no asisten a la iglesia Se ha intentado explicar este fenómeno por tres caminos: por las buenas y sanas costumbres: la gente que concurre a la iglesia no fuma, no bebe licores ni se droga ni tiene relaciones sexuales riesgosas por la fe: el sentimiento de fe parece actuar como un placebo (por mecanismos de auto sugestión) (hay investigadores que no la consideran placebo) 99

director del Centro de Estudios de Religión, Espiritualidad y Salud del Centro Médico de la Universidad Duke (Carolina del Norte, EE.UU.) 100 realizado en 1998 en el Centro Médico de la Universidad Duke, EE.UU.

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la sociabilidad en grupos: los estudios demuestran que la gente aislada es más propensa a sufrir males tanto físicos como espirituales Richard Sloan101 aconseja a los médicos no incluir las creencias y prácticas religiosas de los enfermos para evitar que la medicina adopte una postura con el punto de vista de que la devoción tiene efecto en la salud, pues, tácitamente, este uso médico puede conducir a determinados pacientes a un sentimiento de culpa: está enfermo o no puede recuperarse por una práctica religiosa nula o tibia. Sin embargo, esta oposición pierde terreno frente al avance de los estudios que demuestran fehacientemente que la fe determina mayor protección contra las enfermedades o acelera la sanación de la misma o atenúa el impacto mórbido. Las pruebas científicas que el hombre realiza para dar objetividad a la espiritualidad, es decir objetivar un fenómeno subjetivo y abstracto, dan pie para pensar que hay un cierto interés en formalizar un proceso metódico no religioso que conforme una verdadera “ciencia de la espiritualidad” Hacia una ciencia de la espiritualidad En el 2001 comienza a hablarse de una ciencia de la espiritualidad. Foley, uno de los estudiosos norteamericanos, asegura que todo el mundo “tiene algún tipo de espiritualidad y es lo que da sentido a la vida”. Este sentimiento de espiritualidad es lo que está invadiendo a la medicina para sacarla del ejercicio meramente técnico y conducirla para constituir una medicina de la espiritualidad. Todos sabemos que la relación entre el espíritu y el cuerpo ha sido tratada desde la antigüedad. Pero al no haber estudios sistematizados, no se le dio carácter científico a esa relación y quedó en el plano filosófico. La Psiquiatría y la Psicología la rescataron para explicar en parte el fenómeno de algunas enfermedades mentales, pero recién ahora se le da la dimensión exacta con la idea de una medicina holística (que englobe espíritu y cuerpo). Los médicos occidentales apartaron la medicina (y su propia conducta profesional) de la espiritualidad y la fe religiosa, constituyendo una comunidad médica escéptica que sólo se afirma sobre rigurosos experimentos. Pero esa ciencia técnica no explicó ni curó muchos cuadros de enfermedades que sólo respondieron a impulsos de la fe y del ejercicio pleno de una gran espiritualidad. Personalmente he escrito un trabajo que he titulado Psicología Espiritual para describir el fenómeno de la mente humana normal, no patológica, resaltando muchos de los fenómenos ya conocidos y aceptados por la psicología en general. Pero he insertado algunos conceptos no tradicionales sobre los fenómenos de la inteligencia, la voluntad y la afectividad. 101

profesor del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad Columbia, EE.UU.

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Estos estudios que tienen mayor auge en EE.UU., llevan a pesar que en ese país la ciencia médica esté adoptando la espiritualidad para paliar el vacío espiritual de la mayoría de los profesionales médicos. Cristina Puchalski 102 manifiesta que “nos encontramos en un momento decisivo. Los médicos tienen una misión de servicio: deben anteponer el bienestar de sus pacientes al suyo propio. Ésa es una misión espiritual. Convertir la medicina en un negocio está llevando a la pérdida de ese sentido”. La profesora propone, lisa y llanamente, que los médicos adopten espiritualidad vs. “lucratividad”. Debido a esto, en 1996, la Asociación de Colegios de Medicina de Estados Unidos entrevistó a organizaciones defensoras de los derechos de los pacientes, a los propios médicos, a los directivos de compañías de seguros, a estudiantes de medicina y a miembros de la comunidad en general para establecer que nuevos objetivos convenían a las escuelas de medicinas. La encuesta arrojó un alto porcentaje de respuestas a favor de una enseñanza de índole cultural y espiritual y los temas relacionados con la muerte. Como respuesta a este pedido, aproximadamente 50 de las 125 escuelas de medicina que hay en EE.UU. han incluido el tema de la espiritualidad en su plan de estudios. El vacío espiritual actual es quizás una de las mayores fuentes de distrés con secuelas de ansiedad y angustia crónicas, que van de la mano con la depresión. Los grupos médicos que estudian los efectos de la espiritualidad aducen que así como se observa el efecto de los medicamentos, de la misma manera se pueden observar los efectos que tiene la conciencia espiritual de una persona en su mejoría. Unos de estos médicos, Martín Jones,103 explica el efecto positivo de la espiritualidad en la salud y se pregunta: “¿Por qué no admitir eso como prueba? Después añade que la fe es “una fuerza muy poderosa”. De hecho, incluso los médicos que aceptan la espiritualidad como posibilidad terapéutica, admiten que es muy importante recurrir a la fe pero sólo como coadyuvante o algo adicional a los tratamientos médicos tradicionales y únicamente en el caso de que el paciente preste su consentimiento para tratar o manifestar sus creencias, sobre todo, en el orden religioso. Con esto quiere prevenirse que no aparezca una nueva discriminación médica, basándose en los pacientes que tienen fe en contraposición con los que no la tienen, pues podría contribuir negativamente el saber que se trata un paciente incrédulo o carente de espiritualidad. La religión natural La religión natural sería algo así como un impulso interior que el hombre tiene en su esencia, por lo cual también llamarse religión esencial. Al estudiar las civilizaciones antiguas e, 102 103

profesora de medicina de la Universidad George Washington, EE.UU. psiquiatra norteamericano

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incluso, algunas tribus salvajes actuales a las que no ha llegado el influjo de la cultura, vemos en ellas tendencias casi innatas a adoptar una creencia en “algo superior”. Los primeros conceptos nacieron en “lo natural”: el mar, el fuego, el rayo, los astros y planetas, el aire, la tierra. Así nace una mitología de dioses que personificaban esos elementos o, directamente, se adoraba a la tierra, al sol, a la luna. Otros preferían objetos o imágenes “sagradas” como era la Kaaba de la Meca para los árabes o los tótems de muchas tribus americanas, asiáticas y africanas. El “ser superior” o sobrenatural era identificado a través de “lo natural”. Ese impulso religioso natural raya en la superstición y, precisamente, es ella la que alienta las creencias populares. Esas creencias que nacen espontáneamente en los pueblos. A la pregunta ¿por qué los hombres tienen religión?, Santayana104 responde: “Por dos razones y en dos niveles. La primera razón, en el nivel de la vida natural, es que todos estamos comprometidos, sin consentimiento previo, en la empresa de vivir. Todos estamos entregados, con mayor o menor ventura, a la tarea de obedecer hábitos, impulsos, afectos y esperanzas. Sentimos que un esfuerzo más o menos afín anima a toda la naturaleza y especialmente a cierta parte de la humanidad, aquella, especialmente, que es de nuestra misma raza y nuestro mismo modo de pensar. Pero como aun con ese apoyo el éxito en cualquier proyecto es dudoso e incluso la interpretación de nuestros propios deseos es frecuentemente incierta, tendemos a creer en un Dios más poderoso y amigable que nuestros vecinos humanos, incluso más poderoso y amigable que el curso ordinario de la naturaleza. Tal es el origen y la primera función de la religión humana: surge en una mente segura de sus propósitos, mas, incapaz de realizarlos sin ayuda. Es el llamado del alma animal al cielo pidiendo ayuda o guía. El consuelo que se halla en la esperanza de que esa ayuda es posible y el agradecimiento que brota cuando, excepcionalmente, esa ayuda parece llegarnos realmente.” De esta forma el pensador norteamericano quiere ubicar a la religión natural en dos planos: el primero como una creencia que surge en la comunidad a la que por razones culturales, raza, hábitos y una misma forma de pensar, aceptamos. El segundo nivel es nuestra necesidad de ayuda por sobre los avatares de una naturaleza humana imprevisible de nuestros congéneres y los infortunios de la naturaleza. Esa necesidad nos lleva a la esperanza de recibir la ayuda sobrenatural. De esta forma, Dios oficia acá como el puerto seguro al cual llegamos después de navegar un mar lleno de posibilidades pero también de inestabilidad. Dios es el refugio de la necesidad cuando busca seguridad. En su análisis, Santayana cree que la religión natural, como “antigua confianza es, al menos, un buen símbolo poético de las fuerzas naturales o sobrenaturales por las que el espíritu es 104

George Santayana, poeta, filósofo y ensayista norteamericana autor de EL NACIMIENTO DE LA RAZÓN Y OTROS ENSAYOS

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ayudado realmente”. Pero esta confianza o religión natural, en alguna medida nos llevan a una especie de fracaso, puesto que por la naturaleza existe la muerte para cada individuo y, también, una especie de fatal fracaso colectivo y el derrumbe de todo éxito colectivo. Sin embargo, sostiene que cree que el espíritu no debe oponerse a la religión sea ésta tradicional, antigua o moderna, mitológica o bíblica. El espíritu humano está lleno de experiencias que le deparan algún tipo de verdad. Pero hay otros aspectos como lo que llama la empresa de la vida humana, en cualquiera de sus formas (natural, animal y política, que es la base de la ciencia, la moral y las artes públicas) a la que Santayana concibe como “absolutamente irreligiosa”. De este modo la vida como “ambición espontánea” es “ciega autoafirmación colmada de toda clase de contradicciones, sufrimientos y crímenes. Es precisamente aquello de lo que una verdadera religión vendría a redimirnos”. Acá introduce la religión como la fuente de redención de los males de la vida humana, a la que básicamente considera imperfecta e irreligiosa: “es un movimiento que va de lo olvidado a lo imprevisto, nos abre por primera vez las puertas de lo eterno y halla la religión esencial del espíritu por encima de la vanidad misma de las cosas”. Los conceptos de Santayana fluctúan entre la observación de un fenómeno que él interpreta como una tendencia natural del hombre, pero que luego diluye entre conceptos vertidos por algunas religiones como es la redención de la culpa que nace en el pecado original. Por otro lado, interpreta con un sentido más poético que filosófico al espíritu del hombre que tiende a Dios. En este ensayo deja una visión casi mística de un mundo humano o vida humana, ambos caóticos, con tendencia más hacia la destrucción natural o provocada por el hombre mismo. Al fracaso o frustración de la propia existencia por la muerte natural y a través del fracaso individual, una especie de fracaso colectivo que no produce éxito, o si éste se produce, finalmente se derrumba. Hay una visión pesimista del mundo y la vida humana, a la que intenta superar dejando la idea final de que el espíritu supera todas estas contrariedades y vanidades al encontrarse con “lo eterno” que representa la religión y Dios. Nosotros, en forma más pragmática, creemos que existe, porque no es posible negar el fenómeno de su existencia, el impulso de una religión natural. Pero nuestros fundamentos de la misma, la encontramos en el propio espíritu, en modo distinto a la concepción de Santayana. Coincidimos con él, porque no puede de ser de otro modo, que es el espíritu del hombre el instrumento que lo lleva a la religión. Pero este impulso no nace de su necesidad externa, sino de una inspiración propia de su esencia. En esto también coincidimos con Santayana que el impulso religioso está en la esencia del hombre y por eso el homo religiosus es uno de los modos de ser del hombre, según la concepción del ser del hombre que sustenta Heidegger. Puede ser, no lo sabemos a ciencia cierta, por lo que dice la Biblia y otras religiones, que el impulso natural del hombre esté basado en la necesidad de un purgamiento o redención de sus

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instintos negativos, pero también aún el hombre aparentemente irreligioso puede estar inspirado en instintos positivos de amor y sabiduría. Es decir, no todos los hombres son irremisiblemente malos e imperfectos. Sin ser perfectos absolutamente, hay muchos hombres que encuentran un estado de santidad, incluso, fuera de toda religión y viven y mueren llevando una vida armónica y, relativamente, feliz. Esto no lo exime de sufrimientos, enfermedades y penurias, pero el espíritu con que vive supera todo sentimiento de malestar y frustración pues comprende y ama a la vida, aun sabiendo que es un “ser para la muerte”. Es lo que conocemos en la filosofía existencial o de la trascendencia, como el proyecto existencial donde la muerte no es el final trágico, sino simplemente el fin de todas las posibilidades mundanas. De ahí la esperanza de “otro mundo” donde el alma o espíritu pueda seguir su existencia. Desde nuestro punto de vista, otro razonamiento del “impulso natural” está en el testimonio mismo de los que denuestan a Dios o manifiestan no creer en él. Nosotros ya expresamos nuestro sentimiento de que la inteligencia humana tiene suficientes instrumentos para caer en la trampa de insultar o negar lo inexistente. Si algo no existe, no necesita ser declamado como inexistente. Sólo se puede aprobar o renegar abiertamente lo que existe y únicamente se puede denostar algo concreto. ¿Qué sentido tiene negar lo innegable, atacar o insultar lo inexistente? Hacer esto es irracional. Quienes atacan, reniegan o niegan a Dios quizás estén motivados por alguna frustración personal en no haber captado, comprendido o abarcado al sentimiento religioso positivo y se quedan con un resentimiento religioso. El verdadero ateo es el indiferente absoluto frente a Dios: no lo niega ni lo denuesta, simplemente ni lo nombra. Nuestra pregunta permanente es: ¿existe tal indiferente? La dimensión humana perdida Hay muchos análisis del hombre, la sociedad y sus misterios ontológicos, a través de los siglos, pero en este siglo XXI esos análisis se han acentuado como nunca en la historia. Pero debido al caudal inmenso de los escritos, que pueden calcularse a razón de varias obras publicadas día a día en todos los ámbitos del mundo, se ha creado una especie de Torre de Babel literaria, donde la inmensa variedad de puntos de vista hace que se pierda el todo y lo esencial. El detallismo de todos los problemas que acucian al hombre de siempre, y muy particularmente al hombre de hoy, quiebra las barreras de toda razonabilidad, ya que todos quieren escribir de todo. No hay tema político, científico, económico, filosófico, artístico, etc. que no sea analizado bajo todo punto de vista. Hay cosas superfluas, hay cosas profundas, hay cosas desteñidas y otras están en una zona gris. Entre lo valedero y trascendente, y lo chabacano o intrascendente.

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De lo que no hay dudas es que todos quieren criticar y describir. Es decir, la producción escrita o filmada o manifestada en obras artísticas en relación con los fenómenos humanos, sociales y naturales que sacuden al hombre ya, en más de un 95% de los casos hace sólo eso: critica y/o describe. Esta crítica y/o descripción o descripción-crítica, puede ser un afán de plantear un problema en busca de solución, o ser una tarea recopiladora de fenómenos y sus diversos aspectos, sin un fin determinado. Nada más que señalar el fenómeno. Personalmente creo que muchas de estas críticas y descripciones encierran una especie de “grito de dolor” e impotencia por la avalancha de cosas que ocurren, algunas con aspecto de positivas, pero que no tienen toda la consistencia para aceptarlas plenamente y otras por ser evidentemente negativas y dañinas. De otro modo, no habría explicación para este otro fenómeno. Con esto queremos decir que la mayoría de los análisis efectuados día a día, o mejor dicho, segundo a segundo, en todo el mundo, por la realidad del hombre, si bien señalan trazos importantes del conjunto, pocos alcanzan el objetivo de darnos una clave general y esencial para nuestra situación presente. Parece que la humanidad no se ha dado cuenta del fenómeno más importante: la pérdida de la dimensión de profundidad. Se piensa mucho, se dice mucho más de lo que se piensa, pero el objeto de pensamiento y la forma de pensar es lo que parece estar caminando muy superficialmente, sobre la verdadera cuestión del problema humano. Los filósofos de esta generación que han sobresalido, como pueden ser Heidegger, Ortega y Gasset, y otros de muchas tendencias o escuelas filosóficas, en sus más brillantes logros sólo obtuvieron un resultado: volver a repensar, lo ya pensado y preguntado en todas las épocas. Pero la mayor valla que se encuentra para obtener la meta apetecida estriba en que tantos años de cultura y de hechos e instrumentos, forman una especie de selva inextricable y en ella está el hombre actual desorientado. Cuando encuentra un pensamiento que cree válido, ya está dicho de otra forma antes que él formule el suyo. No obstante, la creatividad, según el concepto moderno del cual uno de los mejores representantes es Goleman,105 ésta consistiría en encontrar un nuevo punto de vista sobre los viejos problemas. Desde esta perspectiva es válido todo esfuerzo por reencontrar un sentido a la vida del hombre y una solución a los conflictos contemporáneos. ¿Qué significa la metáfora (traspolada del espacio al espíritu) “pérdida de la dimensión de la profundidad”? Quiere decir que el hombre se ha salido de la pista (despistado) que venía buscando a través de su historia, sobre las eternas preguntas claves de su existencia: 1. ¿Cuál es el significado de la vida? 2. ¿De dónde venimos, a dónde vamos? 105

Daniel Goleman - EL ESPÍRITU CREATIVO

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3. ¿Qué haremos o qué debemos hacer o que será de nosotros en el breve intervalo entre el nacimiento y la muerte? Cuando la pérdida de la dimensión de profundidad es muy severa, ocurre la paradoja de que estas preguntas ni siquiera se plantean. Es cómo que se sobreentienden o que no tienen ni sentido ni importancia. ¿Para qué preguntar por una crisis, cuando se ignora que existe? ¿Para qué plantearse cuestiones sobre una vida a la cual no alcanzamos a comprender, ni nos damos cuenta de que la estamos transitando? Es tanta la preocupación por la banalidad y el camino superficial, que la idea de entrar en la profundidad no está ni siquiera en la mente y, si hay atisbos de ella, es desechada por creerse que no tiene sentido, no se puede o, directamente, no se quiere abordar. Paúl Tillich106 piensa que “el hombre ha perdido el coraje para formular tales preguntas con infinita seriedad, como generaciones anteriores lo hicieron, y ha perdido el coraje de recibir respuestas a esas preguntas, de donde quiera que vengan”. Su proposición concreta es que para encontrar la dimensión de profundidad debe hacerlo buscando la dimensión religiosa del hombre en la naturaleza. Nosotros ya incursionamos en los parágrafos anteriores sobre esa dimensión religiosa en la naturaleza. Ahora nos proponemos buscar otros caminos para las grandes preguntas y, sobre todo, encontrar medios para implantar correctamente la inquietud de las preguntas y hacer renacer el interés auténtico por ellas. La ocupación, más que la preocupación, por encontrar el verdadero sentido de las cosas que realmente nos interesa como es nuestra propia vida, es la tarea natural del hombre inteligente, del hombre auténtico. El hombre inauténtico, el que ha perdido el rumbo de su naturaleza, se deshumaniza completamente cuando ya no se interesa por su vida y el sentido de la misma. Más aun: no sólo pierde el interés sino que la desprecia a tal punto de inmolar la propia y/o la ajena, porque para él la vida no tiene ningún valor. Esta subversión de la escala de valores en que la muerte es más importante que la vida (la “cultura de la muerte” como la llama el Papa Juan Pablo II) es el índice principal de la pérdida de la dimensión de profundidad, no sólo en el sentido religioso sino en el estrictamente humano. Hay preguntas, insistimos e insistiremos, que son lícitas formularlas, pero que por su naturaleza, cuando se refieren a misterios, es mejor no perder una vida buscando un sentido o cuál es su esencia, puesto que ambos están fuera de las posibilidades actuales del hombre.

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Profesor de Teología, estadounidense, autor de los libros TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, EL CORAJE DE SER, PODER Y JUSTICIA Y DINÁMICA DE LA FE

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Pero hay otras como son las cuestiones concretas que es mi propia vida. Esa sí tiene respuestas y es pasible de conocerse y, si ignoramos de donde vinimos y adonde vamos, por lo menos tenemos la posibilidad de buscar qué hacer con ella mientras la transitamos. El bucear el significado de mi vida es por sí la primera tarea del hombre auténtico e inteligente. Plantear cuál será la finalidad inmediata de la misma y no el fin último de ella, es todo el sentido de nuestra acción. El ordenamiento de uno mismo permitirá pasar por la vida gozando de su misterio, sin necesidad de conocerlo como tal. Esto lo estudiaremos un poco más detallado en los próximos parágrafos. Por de pronto, lo más urgente del hombre es encontrar su yo, su mismidad, para poder expresarlo en la existencia. Si no encuentra la dimensión de su mismidad, será una “cosa” entre todas las cosas. Y no se diga que la “cosificación del hombre” es algo utópico, pues ya está plenamente instalada en todos los ámbitos actuales del mundo. De no ser así no habría una “globalización económica” degradante, el terrorismo, la guerra, la delincuencia y la ineptitud de los políticos para evitar la muerte masiva de la humanidad por el asesinato o el suicidio, como si masacrar a una vida humana fuera lo mismo que aplastar una cosa cualquiera. La propia falta de respeto a sí mismo, hace que el hombre viva el particular fenómeno de auto-cosificarse. Si el no tiene contemplación por su propia vida ¿cómo puede estimar la ajena? Otro modo de cosificarse, si bien no se suicida ni asesina, es vivir la “vida diaria” como un zombi, es decir, como un muerto que camina, ausente de sí y de los otros y del mundo. No vive, simplemente “deja pasar la vida” sin saber que la tiene y que es el mayor instrumento que ha recibido. Esta situación surge de considerar que el hombre, al no entrar en una dimensión profunda, se mueve en una dirección horizontal. Progresa, es cierto, pero el simple movimiento hacia delante sin objetivo con una embriaguez de velocidad sin límites, parece ser su única autosatisfacción. Se mueve en el tiempo y el espacio. Cada segundo produce algo, en virtud de la “aceleración” que ha impreso a todo lo que hace. En su avance en el espacio y el tiempo, este hombre apresurado cambia el mundo que encuentra. Todo ocurre de una forma tal que el cambio hecho por él termina cambiándole a él. Toda su obra sobre el medio en que vive, tarde o temprano, vuelve a influir sobre su vida y su forma de comportarse. Hemos sostenido que la culturización del mundo y del cosmos que el hombre ha llevado a cabo, ha sido mediante la instrumentalización del mismo. De este modo, el hombre transforma en instrumento todo cuanto encuentra ante sus ojos y ante sus manos. Esta “fiebre instrumentalista” termina en que se convierte a sí mismo en un instrumento. Pero si alguien intenta preguntar ¿instrumento para qué? se encontrará con que no hay una respuesta para esa pregunta. Cada vez se llena más de aparatos e instrumentos de todas las

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formas y usos concebibles. Pero tanta tecnociencia, si bien le da un supuesto confort, cada vez anula más su naturalidad y se termina convirtiendo en un “homo tecnicus”, el cual es un apéndice del homo faber. Pero todos esos estados de su ser le alejan de su natural condición de homo sapiens, para terminar siendo, como antes los afirmamos, una cosa más (homo res). Otro de sus propios instrumentos. El inmenso mecanismo que ha fabricado para producir objetos, ha transformado al hombre mismo en un objeto usado por ese mecanismo de producción y consumo. Sino se cree esto, basta con informarse sobre la transgenia y la clonación (amén de otros fenómenos socio-científicos) Muchas madres se plantean cómo hacer que sus hijos aprendan el consuelo de la oración y adquieran conciencia del bien y del mal. Pero, ¿cómo podrán inculcar estas cosas cuanto están basadas en la fe y no en pruebas científicas u objetivas? Si estos padres son creyentes no hay mejor escuela que el ejemplo. La fe se contagia y el mejor modo de transmisión es hablando de lo que uno siente. La belleza del mundo es uno de los mejores temas para explicar la presencia de Dios. Los actos más impactantes, como es el nacimiento de un bebé, el bebé mismo o el misterio de la muerte de los seres cercanos, causan fascinación y misterio en los niños (y en algunos adultos). Explicar esas cosas por la obra de Dios puede despertar la admiración por lo divino (o al menos la curiosidad o inquietud). El concepto de Dios y la divinidad también es fuente de confianza. Como Dios es algo constante y que está por encima del mundo cambiante, es inmutable, esto brinda a los niños y también a los adultos, un ancla, una brújula moral, en un mundo donde todo resulta fugaz y muy pasajero. En la educación se concede excesiva importancia a la instrucción y al manejo de los aparatos, especialmente la computación. Pero no se cultiva la vida espiritual. El concepto de Dios puede ser un hito educativo, sobre todo cuando se habla de Él con franqueza, naturalidad y sinceridad. Es importante despertar expectativas y generar preguntas, opiniones e ideas. Pero las preguntas y las opiniones deben ser dirigidas siempre con la mayor objetividad posible y saber reflexionar y contestar siempre con respuestas lo más cercanas posibles a lo que las cosas espirituales y divinas pueden ser, o son. La familiarización con el lenguaje referido a Dios y lo divino es lo primero. Palabras como Biblia, Evangelio, Iglesia, providencia, caridad, santo, sagrado, venerable, adorable, etc. deben estar presentes en el vocabulario de niños y adultos. Si los conceptos simples no se conocen, ni se manejan ni se sabe su significado cabal, menos se comprenderán conceptos más abstractos y complicados. La idea de cielo, paraíso y Reino de Dios, deben ser explicados y conocidos junto con el reino espiritual del hombre y lo temporal o “reino del César”. Leer la Biblia y el Evangelio son elementos de mucha ayuda. A los niños y adolescentes hay que explicarle que la relación con Dios no es sólo para todo bien y la bondad pura, sino también implica responsabilidad, compromiso, entrega y comprensión del mal y de los sufrimientos.

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No todo es puro rosa, sino que a la rosa la acompañan las espinas. La figura de que la rosa está en nuestro corazón y las espinas se muestran fuera de nuestro interior, ayuda a comprender la santidad. Si bien Dios nos envía tragedias, también nos ha dotado de fuerzas que necesitamos para superarlas e inclinar a otras personas a ayudarnos mutuamente. A los adolescentes y adultos hay que recordarle lo valioso de nuestro cuerpo y persona y recordarles que su valor deriva del hecho de que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, por lo que no debemos arruinar ni el cuerpo ni el espíritu, el legado inmediato de la obra creadora de Dios (explicar cómo somos criaturas). La fealdad o la belleza personal del cuerpo y del rostro no hacen a la fe. Dios ama a todas sus criaturas sino, no las habría creado. La belleza y profundidad de Dios reside en el bien y en el mal, en la belleza y en la fealdad, pues sin ellas el hombre nunca habría comprendido el valor de ambas y el poder inmenso de decidir nuestro destino con la libertad que nos ha dejado. Recordar que las normas de Dios son inmutables y su providencia a través de la naturaleza es innegable. Cuando procedemos incorrectamente, siempre hay una sanción natural. La enseñanza de la existencia de Dios es sólo indicar que hay una brújula moral absoluta, necesaria y permanente. Es algo que nos acompañará toda la vida. Felizmente, no toda la humanidad está inmersa en el torbellino. Quedan islotes u oasis de inteligencia y surgen algunos críticos de lo que está sucediendo, simplemente porque se formularon la pregunta: ¿para qué?... tanto movimiento hacia nada. ¿Para qué tanta premura? Toma conciencia de su vacío y de su crisis espiritual y retrocediendo sobre sus propios pasos, vuelve a buscar otra senda de orientación hacia su esencia. Sin llegar a comprender lo que le ha ocurrido, logra intuir que ha perdido el sentido de la vida, la dimensión de profundidad. En su camino de retorno, si aun está en la dimensión horizontal, en la superficialidad, tratará de remplazar todo su confort mecánico y electrónico, por un reencuentro con la naturaleza, en una fuga desesperada a espacios naturales abiertos o a los espacios cultivados en copia de los naturales. Vuelve al mar, a la montaña, al bosque. Busca habitar cabañas, al aire libre en carpas o camping, en hacer caminatas, en usar su cuerpo inmovilizado por la técnica, para hacer deportes. Proliferan los institutos deportivos, los campus, los spa, las saunas, etc. Ese hombre superficial trata de ocuparse de su cuerpo sedentario, creyendo con eso retornar a “lo natural”. Puede que así sea, pero no se encuentra con la autenticidad. Otros, los que pueden escapar de la dimensión horizontal, logran sumergirse algo en la dimensión de la profundidad y allí, como todo es tan desconocido, descubren un mundo infinito, pero tan poco explorado, que ese hombre explorador se pierde describiendo los fenómenos que va encontrando a medida que profundiza. Pero esta descripción no le alcanza a él, ni a los que quiere llevar el mensaje de todo lo nuevo que va avizorando. Más que describir, necesita empezar a vivir la dimensión profunda, a reconocer todas sus maravillas e incorporarlas a su vida. Sólo así ayudará a

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otros a hacerle compañía y no sólo a leer lo que él tan magistralmente describe, pero no alcanza a vivir con plenitud. Este hombre explorador llega a la filosofía, al arte o a la religión cuando transciende lo metafísico. Pero si elige la ciencia, sólo seguirá profundizando la superficialidad, pues busca la verdad dentro del motor, sin preocuparse por el conductor de la máquina. El motor es susceptible de investigar, medir y reproducir. El conductor no. Es un misterio. Pero ni la filosofía, ni la religión ni el arte, salvan masivamente al hombre perdido. Son paliativos fugaces. Por eso, el futuro debe ser un presente más consciente, más comprometido con uno mismo, con un mayor esfuerzo por parte del hombre con el hombre mismo, pero sin olvidar la dimensión de su espíritu, hacia un infinito misterioso que es Dios. Dios, hombre y ciencia La humanidad reparte la fe tanto en Dios como en la ciencia humana. Los logros concretos y espectaculares de la ciencia, sin embargo, le cautivan más que la obra natural de Dios. La ciencia le ha llevado a caminos encumbrados de la creación artificial para modificar la obra natural. Esto parece crearle una sensación de poderío. Sin embargo, Darío Fó, pensador italiano, ateo converso al catolicismo y Premio Nóbel de Literatura, llama la atención al citar la frase bíblica que prohíbe a Adán y Eva comer del “árbol de la ciencia, del bien y del mal”. Parece separar específicamente a la palabra “ciencia” del texto bíblico, de las otras palabras “bien” y “mal”, con lo que parece ser que la prohibición divina es conocer a la ciencia, al bien y al mal. O bien, si se mantiene la idea de una “ciencia del bien y del mal” entonces Fó malinterpreta esto creyendo que Dios prohíbe al hombre el conocimiento en general. Parece no reparar que si Dios no quisiera que el hombre tuviera el don del conocimiento no le habría proveído de la inteligencia y de todo el intelecto. Es, precisamente, que Dios no se opone al conocimiento, sino que advierte el peligro de la ciencia, como instrumento humano para modificar artificialmente lo hecho naturalmente. Y parece que Dios no se equivocó. La historia pasada y actual de la humanidad, ha demostrado, sin hesitaciones, que el avance científico, a los postres, es la destrucción del hombre y el medio natural, más que el aparente progreso efectivo que los científicos quieren exhibir y el hombre creer. Nadie niega el poder científico y el valor de algunos logros, sobre todo lo que significa mejorar y perfeccionar el medio (cultivar un desierto, proteger la ecología, etc.). Pero lo cierto que la ciencia ha colaborado más para la destrucción que para la construcción. Su afán de “perfeccionar” la obra natural (no de protegerla), le lleva a modificarla. Así, pretende adueñarse de la vida y manejarla a su antojo con la tecnología. Esta faceta negativa de la tecnología lleva a claras posturas: 1.

tecnofilia: amor y apego a la tecnología

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2.

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tecnofobia: temor y oposición a la tecnología

Luego, Dios no está contra el conocimiento, sino contra la ciencia, en tanto y en cuanto ésta sea manejada con un concepto de conocimiento contranatura, pero más que conocimiento como un “hacer antinatura”. ¿Dios será un tecnófobo?

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VII

MISTERIO DEL ESPÍRITU Concepto de espíritu Consideraciones preliminares

E

l misterio del hombre nos lleva a otro misterio: el espíritu. Es evidente que si bien todos poseemos ese “algo” denominado alma o espíritu, tampoco es menos cierta la tendencia a ser considerado una entelequia. Esta palabra tiene una noción etimológica y dos claras acepciones opuestas, según la Real Academia Española (RAE): 1. La noción etimológica la ubica como una “actividad constante” 2. La primera acepción nos habla del concepto filosófico “cosa real que lleva en sí el principio de su acción y que tiende por sí misma a su fin propio” 3. Finalmente, la segunda y última acepción está referida al uso irónico del término, el que usa para designa una “cosa irreal”

Por lógica, para quienes aceptan la existencia del alma o el espíritu como entidades en sí mismas, sin necesidad de depender de otra cosa para ser lo que son y, dadas las características con que se manifiestan o modos de ser, realmente la noción etimológica se condice con la acepción del concepto filosófico. No hay dudas de que el concepto alma o espíritu, tal cual se denota y acepta, es una actividad constante que se manifiesta como cosa real que lleva en sí el principio de su acción y que tiende por sí misma a su fin propio. Por otra parte, las manifestaciones espirituales o anímicas son evidentes, aunque no pueda conocerse su esencia. Es decir, son “cosas reales”. Quienes se muestran escépticos o incrédulos en aceptar estos fenómenos como entidades propias, por ignorar la naturaleza de los mismos, tienden a la ironía y, en estos casos, la palabra entelequia se transforma en un sinónimo de irrealidad. Quienes manifiestan su incredulidad están operando como la fábula de la zorra y las uvas: por no alcanzar a captar lo que esos fenómenos son en sí y por no comprenderlos adecuadamente optan por ignorarlos y aplicarles el término de irreales, como si esto solucionara la cuestión de la existencia del alma o del espíritu. En primer lugar, si fueran irreales no se estaría discutiendo sobre su existencia, pues no habría materia de conflicto. En segundo lugar, la universalidad de la acepción de la existencia del alma o espíritu como fenómeno real, dan la pauta de que ese fenómeno es percibido y comprendido por la mayoría de los seres humanos. Esto nos lleva al terreno de la relatividad en el cual habría dos

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clases de personas: las que son capaces de sentir y comprender y las que no sienten ni comprenden o no alcanzan a captar un fenómeno en su dimensión exacta. Una cosa es clara y cierta: mientras haya individuos que no sean sensibles a las manifestaciones espirituales seguirá la polémica inacabable de la esencia y existencia del alma y del espíritu. Quienes nos hemos enrolado en la mayoría que acepta tal esencia y existencia no tenemos ninguna duda de que son fenómenos reales. La ignorancia o desconocimiento de su naturaleza y modo como operan sobre la vida y el cuerpo humano nos plantea muchas incógnitas, las cuales no pueden ser llevadas al territorio científico estricto por ser una cuestión inmaterial. Pero muchos hombres, convencidos totalmente de que alma y espíritu con dos cosas indiscutibles y muy reales, han tratado por todos los medios de “cientifizar” a los fenómenos, estableciendo nuevos métodos de investigación que pueden ser estandardizados en tablas y medidas. La validez de esos métodos es lo que hoy se discute en medios científicos, dada la tenaz resistencia de los “academicistas” que se aferran al cientificismo estricto de tener parámetros fijos y universales para repetir y catalogar un fenómeno bajo análisis científico. La ciencia es capaz de tomar un todo y dividirlo en partes (análisis), sobre todo en cosas materiales, pero raramente puede tomar partes separadas y restituir un todo (síntesis) en cuestiones no materiales. El poder de síntesis es más propio de la metafísica filosófica o del sentimiento metafísico de la fe o creencia. Mientras el científico, al decir de Sartori, es un pensamiento de homo sensibilis, el metafísico es el pensamiento del homo intelligibilis. Mientras un hombre piensa en el fenómeno que puede captar sólo con sus sentidos, el otro lo comprende y lo resume en un concepto abstracto, fruto exclusivo del trabajo mental introspectivo y no del análisis extrospectivo. Giovanni Sartori107 sostiene que “el homo sapiens debe todo su saber y todo el avance de su entendimiento a su capacidad de abstracción”. Nosotros hemos analizado la facultad mental de abstraer, mediante la cual el hombre incorpora a su mente ideas o imágenes de las cosas que percibe a través de los sentidos, pero también de aquellas que no son perceptibles y son producidas por la propia mente, como son los conceptos. Esos conceptos parten de las imágenes de la percepción o imágenes objetivas, o bien, nacen en imágenes subjetivas, irreales o imaginadas (idea elaborada por la mente, imaginada, sin el dato de los sentidos y por una simple percepción extrasensorial, interna o endógena. Imagen puramente mental). Tanto las imágenes abstractas producto del estímulo de los sentidos por un objeto exterior o imagen exógena, como las meramente producidas por la mente o la imaginación sin la participación de los sentidos o imagen endógena, son imágenes elaboradas por un proceso mental. Luego, esto hizo pensar a Platón y otros filósofos que esas imágenes alejan al hombre del mundo real, objetivo, del mundo del ambiente o medio que lo circunda. Por un lado, porque las 107

Autor de HOMO VIDENS. LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA, editado en Italia en 1998

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imágenes abstraídas de fenómenos reales, nunca expresan fielmente al objeto observado ni lo reproducen tal cual, por lo que no pueden expresarlo así ni por la reproducción gráfica o pintura, ni muchos menos por el signo abstracto que es la palabra. En cuanto a las imágenes abstractas endógenas, que luego veremos, por ser irreales en el sentido de que no son objetivas y materiales, son mucho más difíciles de expresar y entender por no tener un referente específico sino sólo una idea casi individual o personal. Si bien nadie puede definir certera y completamente qué es el espíritu, tampoco es menos cierto, como dice Chopra,108 que muchos podemos decir, frente al esfuerzo de la definición, que “no es esto ni aquello”. ¿Por qué esta dificultad? El mismo Chopra lo asevera: “el espíritu no tiene causa; no está limitado por el tiempo ni el espacio; no es una sensación que pueda ser vista, tocada ni percibida por el gusto o el olfato”. Otra idea de Chopra es “al espíritu no se lo percibe como emoción o sensación física... se experimenta primero como la ausencia de lo que no es espíritu”. De ahí la necesidad de buscar ideas, aproximaciones y símbolos. Sartori define claramente que determinadas palabras del lenguaje del hombre son simplemente símbolos lo que quiere decir que son “representaciones sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con ésta por una convención socialmente aceptada”. Esto significa, en la explicación del autor, que la mente admite figuras, imágenes de cosas perceptibles por el tacto, el oído, el gusto, el olfato o el ojo (cosas que se ven, cosas visibles). A este grupo pertenecen los nombres propios y las “palabras concretas” que se refieren a un objeto común a todos (cama, mesa, carne, automóvil, gato, mujer, etc.). Para Sartori, esto constituye “nuestro vocabulario de orden práctico”, el que se maneja cotidianamente en nuestra vida común. Pero hay otro orden de palabras que constituyen un “vocabulario cognoscitivo y teórico”, cuyo carácter abstracto puro (imagen endógena) no le da correlato en objetos o cosas perceptibles por nuestros sentidos. Luego, el significado de esas abstracciones interiores o intelectuales no se puede traducir con una imagen mental concreta, como ocurre con los símbolos. De este modo, para Sartori, ciudad es un concepto que de algún modo forma un símbolo o figura visualizable. Pero, por ejemplo, ¿quién puede formar un símbolo o imagen mental con las palabras nación, Estado, soberanía democracia, representación, burocracia y otras similares? De igual modo ocurre con los clásicos abstractos que designan cualidades: belleza, fealdad, bondad, maldad; los que designan valores como virtud, ética, moralidad, etc. y, por lógica, con lo referido a la espiritualidad. Esto ocurre porque los conceptos abstractos son productos exclusivos de nuestra mente y cuya entidad no es posible imaginar en una figura concreta y común a todos. Sólo nuestra mente puede denotar un poco y connotar muchos conceptos como justicia, legitimidad, legalidad, libertad, igualdad, derechos. Pero mientras esa mente sólo puede hacer “visible” en forma 108

Deepak Chopra – EL CAMINO HACIA EL AMOR, Editorial Vergara, Bs. As., 2001

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contingente algunas cualidades cuando son referidas a un objeto en particular (una flor puede ser bella o fea, una persona puede ser buena o mala), los conceptos referidos a entidades puramente abstractas, sin que se pueda referir a una cosa en concreto, constituyen abstracciones “no visibles” en modo alguno. Este concepto de algunos abstractos como entidades invisibles e inexistentes, sin embargo, no es óbice para que el hombre maneje conceptos cotidianos referidos a la realidad social, política y económica que en particular está inmersa cada persona de la sociedad humana. Las palabras: desocupación, inteligencia, felicidad, son abstractos fundamentados únicamente en un pensamiento conceptual que no tiene ningún sostén real. Si queremos darle un sustento de “visibilidad” sólo lo haremos como lo hacemos con las cualidades: tomamos un sujeto concreto y le aplicamos el abstracto. Así, la desocupación se hará “visible” a través de la imagen concreta del desocupado o desempleado. Otro concepto como la felicidad será posible visualizarlo a través de la fotografía de una cara con expresión plácida y sonriente, una “cara feliz”. La palabra libertad, siguiendo la idea de Sartori, tiene “representatividad” en la figura de un preso liberado. Obviamente, la palabra igualdad tendrá una concretización en la comparación entre dos objetos similares a los que llamamos “iguales”. En cambio, la palabra inteligencia no es posible hacerla concreta sin la imagen de un cerebro. Esto es debido a que en ese órgano residen las facultades intelectuales y el poder de inteligibilidad. Pero Sartori remarca que esta forma de imaginar asociaciones es una actitud peligrosa, como antes lo destacó Platón, que lleva a distorsionar mucho el significado ajustado de esos conceptos abstractos. A modo de explicación, nos dice que la imagen de un hombre desocupado o desempleado no lleva a comprender cabalmente la causa de la falta de trabajo y como resolver esa coyuntura. Simplemente es una asociación un tanto burda, de tener una idea concreta del desempleo, pero sólo desde un punto de vista: el hombre sin trabajo. Para poder completar todas las implicancias del término abstracto desempleo o desocupación laboral, habrá que acudir a otras concepciones metafísicas o modos de conclusiones extraídas del análisis de una realidad (es el trabajo de las ciencias sociales, económicas, políticas, psicológicas, de las filosóficas, etc.). Nunca, por sí, un abstracto, con sólo pronunciarlo, nos dirá todo su contenido en forma particular. Los contenidos concretos del abstracto se materializan también en situaciones concretas. Así no todos los liberados de una cárcel abarcan toda la extensión del término libertad ni todos los pobres concretos del orbe nos explican qué es la pobreza, como tampoco conocer a un grupo de enfermos nos dice clara y completamente que significa la palabra enfermedad. El manejo social del lenguaje por parte de agrupaciones humanas ha permitido clasificar a muchos pueblos como primitivos o avanzados. Los pueblos primitivos son los que conservan una organización tribal y sólo se comunican con palabras concretas, es decir, las referidas a la realidad inmediata circundante y a objetos exclusivamente perceptibles.

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Este tipo de lenguaje concreto les facilita la comunicación entre sí, pero de ninguna manera les otorga una capacidad que Sartori llama “científico-cognoscitiva”. Esto significa que esos pueblos tienen el don de entenderse entre sí, de comunicarse, pero de ningún modo podrán progresar “científicamente” porque no poseen el sentido del análisis y la síntesis de la disciplina llamada ciencia. Contrariamente, los llamados pueblos avanzados son los que han adquirido el lenguaje abstracto, especialmente el construido por un andamiaje lógico (sometido a las reglas de la lógica) que es lo que permite el “conocimiento analítico-científico”. Esos pueblos “avanzados” son propulsados por la tecnología y las ciencias en general y por una “mente culta” en particular. Es la mente del “pensamiento abstracto” que es el da lugar al arte de pensar y puede ser la base de una comunicación más elaborada y de la transmisión de conceptos basados en la capacidad de la dialéctica del análisis y la síntesis, no sólo de lo científico, sino también de las cuestiones abstractas. De esta manera, Sartori concluye que “todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis (de conceptos y de concepciones mentales) que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por los sentidos”. Dicho de otra forma, esto puede enunciarse como que el conocimiento total del hombre actual, civilizado o “avanzado” es producto no sólo de las impresiones de sus cinco sentidos, del mundo percibido exclusivamente por los sentidos (mundus sensibilis), sino que también está completado por los conceptos puramente mentales y sin representación sensible que son los abstractos y que pertenecen al mundo intelectual (mundus intelligibilis). Esto nos puede retrotraer a conceptos tales como el sensismo o doctrina epistemológica basada en el mundus sensibilis que postulaba que exclusivamente las ideas del hombre son símbolos “calcados”, derivados de las meras experiencias sensibles. Esta doctrina, si bien expresa un fenómeno real y existente, al no ser la expresión cabal de cómo el hombre llega a formar sus conceptos, no prosperó por intentar su primacía. Otra cosa hubiera sido si se la ubicase como parte del proceso mental de la conceptuación. Como reacción al sensismo y tratando de explicar las cosas al revés, Kant sostenía que las ideas o idea es, según cita Sartori, “un concepto necesario de la razón al cual no puede ser dado en los sentidos ningún objeto adecuado”. Tanto el sensismo como el kantismo expresan dos fundamentalismos, si bien parten de hechos fenoménicos concretos. Hay imágenes que nacen de los sentidos pero sólo el cerebro, sede de la inteligencia, es capaz de dar forma y, por lo tanto, imprimirle un significado para formar un concepto. Esto lo expresé en un esquema que hice de las funciones mentales intelectuales. Naturalmente, si queremos ir al fondo de la cuestión, llegaremos a la conclusión kantiana de que sólo la inteligencia es capaz de formar todos los conceptos, tanto los que nacen de la percepción sensible como los que forma exclusivamente la mente. De ahí que

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hubiera que admitir únicamente la existencia del mundus intelligibilis como proceso final del conocimiento y de toda otra actividad espiritual. Esto nos transforma en homo sapiens y nada más. Nos hemos permitido esta larga digresión sobre el lenguaje y el uso y conocimiento de las palabras, pues, quizás, el entendimiento del problema alma-espíritu sea más dialéctico que intelectual o científico o filosófico o religioso. Es patético que ciertas cuestiones semánticas son mejor comprendidas por la filosofía o el pensamiento abstracto que el pensamiento científicoanalítico-perceptivo o sensista (relativo al uso de los sentidos). Mientras el primero analiza tanto las cuestiones materiales como inmateriales, el segundo sólo analiza cuestiones materiales. La inmaterialidad es la imposibilidad lógica y el vallado más difícil de sortear por lo llamado ciencia. Pero la tendencia en el siglo XXI es que la ciencia también cambie sus conceptos para transformarse en lo que Sartori llama “científico-cognoscitivo”. Esto significa que el fin último de la ciencia es “conocer” todos los fenómenos sensibles y aún los que no están expuestos a la materialidad de los sentidos sino sólo son patrimonio del sentimiento íntimo de todos los seres humanos.109 Si bien el espíritu tiene manifestaciones “sensibles” en forma indirecta (a través de las acciones espirituales) su existencia es perceptible por las sensaciones extrasensoriales. Esta fina “perceptibilidad” es lo que lo hace materia de “investigación científica”, pero con una ciencia que haya introducidos cambios suficientes y efectivos para “materializar” lo inmaterial. Aún así, esta ciencia confirmará los modos de ser o de manifestarse de un fenómeno inmaterial, pero nunca podrá llegar a conocer certeramente la esencia del mismo. Por ahora, alma y espíritu, salvo algunos escarceos o intentos “científicos”110, sólo son cuestiones semánticas que algunos biologistas intentan reducir a “meras funciones cerebrales” en las cuales el cerebro es el creador de Dios, del alma y las funciones espirituales, los sentimientos y la vida humana (experimentos Newberg-D’Aquili, trasplantes de cerebros del Dr. White y las opiniones de Watson y Crik, descubridores de la fórmula del ADN humano) Esta corriente biologista denominada “abolicionista del alma” que niega la independencia del alma y del espíritu en relación con el cerebro humano ha generado una corriente antiabolicionista cuya expresión más firme y seria y “científica” es la del grupo de Herbert Benson. Nosotros intentaremos explicar las diferencias semánticas que llevan a conceptos equivocados y porque el cerebro es el instrumento y no la causa de la manifestaciones espirituales. Para poder dilucidar mejor qué significa alma y espíritu, primero tendremos que definir qué es la vida en sí misma. 109

Aboga a favor de estos hechos la existencias de las ciencias biológicas y del espíritu tales como la psicología, la medicina mente-cuerpo, la misma biología y la cosmología bajo la forma de astrología. 110 Los institutos de investigación de medicina holística (alma, cuerpo y mente) que en la Universidad de Harvard, EE.UU. dirige el Dr. Herbert Benson y su grupo de colaboradores

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El espíritu como soplo: el quid de la cuestión En este parágrafo iteraremos muchos conceptos que hemos anunciado en los parágrafos anteriores. El espíritu es algo que básicamente no puede ser definido con palabras. Como prueba de esto vayamos al Diccionario de la RAE y ahí encontramos la acepción de “alma racional” “don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas” “vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para actuar” “ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo” “Vivacidad, ingenio”. Si acudimos a la definición de alma encontramos que es “sustancia espiritual e inmortal, capaz de entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él constituye la esencia del hombre”. En cuanto a la palabra ánimo la RAE nos informa que etimológicamente deriva del latín anima y ésta del griego anemos y significa soplo y lo define como “alma o espíritu en cuanto es principio de la actividad humana”. Sin mucha profundidad, observamos que el diccionario da vueltas y vueltas y define a espíritu como alma o ánimo, a alma como sustancia espiritual y a ánimo como alma o espíritu y ahí se cierra el ciclo de denotaciones. Nos deja sin mayor aclaración puesto que usa las mismas palabras y no nos ilustra principalmente. Nosotros postulamos, por una cuestión semántica, que el alma es la operadora de la vida en el cuerpo, es lo que anima al cuerpo (opera sobre la materia del cuerpo); espíritu es el operador del alma en lo relativo a la esencia humana; la mente es la operadora del espíritu. Así todo queda involucrado de una forma indisoluble o inseparable. Quizás esta unidad es lo que lleva a la confusión de los términos y de los conceptos de creer que alma, espíritu y mente son una misma cosa. Es una misma esencia organizada en funciones distintas. Las palabras designan más a las funciones que a la esencia. De las denotaciones podemos rescatar dos cosas a los fines de llegar a una acepción que nos ilustre mejor sobre qué es el espíritu: 1. La primera figura es la de don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas y a esto lo enlazamos con la etimología de ánimo como soplo. 2. La segunda figura sería lo referido a sustancia no material que da vivacidad, vigor, brío o valor que permite al cuerpo actuar. La primera figura nos lleva, sin dilaciones, al campo de la fe religiosa y a la aceptación de la doctrina creacionista del hombre y en esa dimensión debemos remitirnos a la Biblia. Cuando Dios creó al hombre, según la Biblia, lo hizo a su imagen y semejanza, modelando el barro al cual le insufló el espíritu (nefesh (nepech)-ruaj). Si estos conceptos extractados de la Biblia se tomaran en forma literal, nos llevan a la definición etimológica de entusiasmo. Etimológicamente, recordaremos nuevamente, entusiasmo viene del griego enthous (latín intus) = dentro; y siasmo significaría Zeus o theos (dios), o sea, que entusiasmo sería el “dios que cada uno lleva dentro”.

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Ya dijimos que si consideramos al hombre como una unidad indivisible (individualidad) estas afirmaciones nos colocan en el dilema de aceptar la dualidad cuerpo y alma en abierta contradicción con la creencia de la individualidad. Pero salvando este dilema podemos aceptar lo que la filosofía antropológica nos sugiere en el sentido de carnalidad espiritual (carnoespíritu), puesto que los dos fenómenos manifiestos (cuerpo y alma) están dados así, en una sola unidad. Lamentablemente, si queremos analizar este fenómeno, solamente se le admite en el análisis como dos cosas separadas. Pero no debemos perder de vista que este sentido de compartimiento (compartimentalidad) es sólo a los efectos de la descripción. El fenómeno no se percibe como análisis sino como síntesis y en este sentido lo que captamos es una totalidad difícil de separar con los sentidos (vemos, oímos y palpamos el cuerpo pero no el alma). La segunda propuesta o figura que planteamos antes, para formarnos una idea de espíritu, es más aceptable para los que no creen en la fe de Dios. Concibe al espíritu como una energía especial, como un brío o fuerza. Esto define mejor la naturaleza del espíritu en cuanto a su materia, pero no a su esencia. Lo define como algo inmaterial. Queda a mitad de concepto, pues sólo hay una referencia parcial del fenómeno. Pero una cosa es bien clara: el espíritu es inmaterial, no se percibe a través de los sentidos sino por una percepción introspectiva, endógena y extrasensorial. Tiene clara manifestaciones en todas las facultades mentales. Con todo esto hemos llegado a la conclusión de que no hay una definición o concepto general de espíritu que sea adoptado sin condiciones (incondicionalmente) por todos. Pero provisionalmente aceptaremos lo de “vigor natural y virtud que alienta y fortifica al hombre para actuar” a fin de obviar algunas objeciones. En esta acepción, vigor significa fuerza y ésta es aceptada como “virtud o eficacia que las cosas tienen en sí”, en cuanto a operatividad y manifestación o “aplicación del poder moral”.111 En este último caso, esta acepción se aplica a la “fuerza moral” o espiritual que nos ayuda a superar desgracias y conflictos. Pero la acepción más amplia y englobadora es la que pregonamos en el sentido de que espíritu es el alma humana operando a través de la mente y del cerebro. En esta particular cuestión del espíritu hay dos elementos que están en juego. Por un lado la doctrina y creencia religiosa, por el otro la cuestión semántica. Bien pensado, toda la cuestión referida a vida, alma y espíritu sólo está referida por las mismas palabras, las cuales tienen etimología común. En el fondo de la cuestión también yace un problema lingüístico. Materia y energía son palabras. Como todo vocablo, el sentido dependerá de diversas variables. En forma inmediata hay un sentido y significado dado por el diccionario. Esto es lo denotativo. Pero hay otro 111

La segunda acepción de fuerza según la RAE es “aplicación del poder físico o moral” y la primera definición denomina a fuerza como vigor (?)

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sentido fuera del diccionario y es el sentido connotativo. Dentro del sentido connotativo entran todos los significados impresos por la ciencia, la filosofía y otras ciencias o disciplinas del conocimiento y saber humano. Pero fundamentalmente impera el sentido particular que cada uno quiere darle al usar las palabras. Es la doctrina denominada ad sensum, o sea, el sentido que cada uno quiere darle a la palabra en el momento que la expresa. Por último, está el sentido del contexto en que se usa la palabra. No es lo mismo un entorno filosófico, que uno científico o uno religioso. Cada una de estas formas de saber da el sentido determinado por la idea, sentimiento o creencia o la rigurosidad de un fenómeno en particular. Lo importante es no perder de vista el significado y sentido etimológico que es el que dio origen a la palabra. Ese sentido está por encima de cualquier connotación. Para evitar conflictos de comprensión y comunicación, la excelencia consiste en usar la palabra dentro de lo etimológico para evitar confusión o puntos de vistas equívocos o diferentes, sobre un mismo fenómeno. En nuestro caso, reiteramos que etimológicamente entenderemos por energía a todo lo que implique el sentido de fuerza y a fuerza la comprenderemos como “eficacia, poder, virtud para obrar”, esto es, la “capacidad de hacer u obrar”, de promover una actividad. Forma práctica de expresión del espíritu como tres esferas de la esencia humana He abordado al espíritu como soplo para zanjar una cuestión lingüística en primer lugar y un acercamiento superficial a la esencia del espíritu, en segundo lugar. Ahora trataré de abordar las formas objetivas y sensibles de cómo se expresa el espíritu y para ello recurriré al pensamiento de un filósofo inglés que se manifestó abiertamente como anticatólico y no sé si también si sería ateo. El hombre está constituido por tres esferas que marcan su esencia humana: 1. la esfera intelectual o inteligencia 2. la esfera sensitiva (emocional o afectiva) 3. la esfera volitiva o ámbito de la voluntad. Las tres esferas no son compartimientos separados sino constituyen una sola cosa, pero a los efectos de su conocimiento y estudio deben considerarse individualmente. Lo cierto es que funcionan como un todo, donde una se supedita a la otra y las tres se influyen mutuamente no pudiendo dejar de funcionar ninguna de ella para que el hombre sea un ser armónico y completo. Bertrand Russell112 fue quien en forma clara y precisa consideró que las tres esferas constituyen el espíritu del hombre, en el cual reside su esencia. Estas esferas, cuando actúan normalmente, lo hacen en forma simultánea y equilibrada y se establece un control de cada una entre sí. Este control es lo que permite la armonía y la sabiduría de una conducta acorde con el ser humano inteligente y 112

Filósofo inglés, en su ensayo EL UNIVERSO MENTAL EXPANSIVO

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completo. Pero el funcionamiento de las tres áreas en forma natural no se da espontáneamente. La coordinación de las tres esferas necesita un aprendizaje a través de la educación de cada una de esas esferas, para poder asumir el control personal de cada una e integrarlas para realizar cual acto de la conducta humana. Esto ha llevado a que en las postrimerías del siglo XX algunos autores como Goleman113 empiecen a recomendar a la inteligencia como el medio de educación o de control de las tres esferas y así se comienza a hablar de inteligencia emocional, inteligencia racional o intelectiva, inteligencia volitiva. Dentro de ellas se habla de inteligencia de la comunicación, inteligencia instintiva, inteligencia social, etc. Esto destaca la supremacía de la inteligencia como la nota constitutiva más importante del ser humano y la que marca, en definitiva, al verdadero ser del hombre. Tanto es así que no sería muy desacertado afirmar que el ser del hombre es la inteligencia. Cuando no existe esa educación o intención de equilibrio, lo más común es que predomine una de esas esferas sobre las otras. A veces ese desequilibrio es normal cuando se da en etapas de inmadurez del cuerpo humano. Así, un recién nacido primará más lo instintivo que está dentro de la afectivo y en el niño y adolescente pueden actuar lo racional y lo afectivo, predominando más esta última esfera. Incluso puede haber una dicotomía en la conducta: un niño o un adolescente de los llamados genios pueden ostentar un gran desarrollo racional, pero carecer del control efectivo. Es decir, lo racional opera sobre el conocimiento y la adquisición del mismo, pero no controla eficazmente lo afectivo, lo que hace que sea un hipermaduro en lo racional y un inmaduro en lo afectivo. Cuando una esfera predomina sobre las demás, hay un desequilibrio que desnaturaliza el ser humano. Quizás la esfera que más escapa al control de las otras dos es la esfera de lo afectivo y dentro de ella se ubica lo instintivo y lo emocional. Como la emoción es la que parece graduar lo instintivo, por esto se ha considerado a la parte emocional como la más importante del desajuste social del hombre de hoy. También lo emocional está ligado a lo espiritual. Luego, la crisis espiritual actual es, en última instancia, una crisis de la emocionalidad. La emocionalidad descontrolada conlleva el conflicto y la crisis. Esa es la causa que inspiró a Goleman a considerar que la inteligencia emocional es el arma principal y más formidable para que el hombre corrija su desequilibrio vivencial. La ansiedad extrema, el convivir conflictivo, la violencia incontrolada, las reacciones instintivas irrefrenables, la pérdida de la fe, todos los fanatismos y fundamentalismos, discriminaciones, odios e insensibilización o el exceso de sensiblería, la mojigatería, etc., son productos de esa emocionalidad en crisis. La inteligencia emocional consiste en aprender a controlar lo que no permite la convivencia pacífica y armónica, el desarrollo de una existencia

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Goleman Daniel – LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

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normal y sin excesos con un gran respeto por sí y los otros. La inteligencia emocional es la base para el desarrollo de una inteligencia instintiva, de la comunicación y social. Para que el hombre pueda vivir y sobrevivir natural y socialmente, debe usar las tres esferas sin poder prescindir de ninguna de ellas. Así la inteligencia es lo primero que debe conocer y afinar para controlar y desarrollar las tres esferas. La esfera racional o intelectiva exige de una inteligencia intelectiva que es la que debe regular todos los procesos del intelecto para que lo lleve a conocer la verdad, el bien, el mal y otros conceptos abstractos que lo alejen de la falsedad y la inautenticidad. También esa esfera le permite adquirir sabiduría que es la conducta prudente y el ordenamiento del conocimiento. Sin conocimiento no hay vida racional. Además del aprendizaje, del habla, del pensamiento y de la formación de juicios y conceptos verdaderos, la esfera racional es la que permite ser el instrumento natural de la inteligencia. A través de ella se regula lo emocional y lo volitivo. Hemos repetido hasta el hartazgo que un hombre racional, pero carente de afectividad y de voluntad, no es un ser humano completo. De igual modo, un hombre muy afectivo pero poco racional y sin voluntad, tampoco es un ser humano cabal. Y, sucesivamente, un hombre con mucha voluntad pero sin racionalidad ni voluntad, tampoco es un verdadero ser humano. Ergo, sólo el que integra y armoniza las tres esferas y establece un control y equilibrio de ellas, es el que logra manifestar un ser humano verdadero y auténtico. El hombre auténtico siempre tendrá la curiosidad de buscar el conocimiento de todas las cosas y el mundo que le rodea y sabrá que debe tener y manejar una inteligencia intelectiva para poder manejar el lenguaje y poseer un pensamiento sólido. Nunca aceptará un “abandono intelectual”. De igual modo irá tras de un “espíritu elevado” y tendrá una vida espiritual gobernada por una inteligencia emocional que le llevará a manifestar adecuadamente lo instintivo, lo emocional, lo social y lo personal, usando del don de la comprensión y de la comunicación inteligente. Como corolario de esas cualidades, sabrá gobernar su conducta a través de una inteligencia volitiva de forma tal que pueda refrenar todo exceso intelectual o afectivo-emotivo y llevar siempre una conducta prudente a través de actos y actitudes sabias. La perfección y la búsqueda de la misma no son una utopía, sino el fin natural de todo proyecto humano existencial auténtico. La definición de Russell zanjó toda discusión sobre la esencia formal del espíritu y permitió distinguirlo del concepto alma. Mientras alma es la vida que formó al hombre y le sigue animando a todas sus células, el espíritu es la manifestación del alma como esencia humana y sólo es posible encontrar su expresión (no su origen), en un grupo privilegiado de células: las neuronas. Acá conviene hacer algunas aclaraciones entre lo que distingue Russell como espíritu humano y los fenómenos espirituales registrados en la realidad. Nosotros ubicamos a la conciencia como una función mental muy especial en una especie de función de “ventana mental” o apertura de la mente

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para que pueda operar en forma patente el espíritu, pues de otro modo no sería posible percibir los efectos de los fenómenos espirituales. Pero dentro de la vida sensitiva, hay sensaciones que no participan totalmente de la intervención de la conciencia, sino que suelen impactar en ella. Una cosa es la conciencia como ventana abierta a las percepciones sensibles sensoriales y extrasensoriales y otra cosa es la existencia de sensaciones que se manifiestan fuera la luz de la conciencia en forma “oscura”. Son los fenómenos llamados inconscientes o subconscientes, que luego estudiaremos. Lo que queremos significar acá es que el espíritu abarca todo lo consciente y lo inconsciente y es muy probable que su esencia esté más en la inconsciencia que en la conciencia, como ocultos poderes mentales latentes o potenciales, que el hombre podrá ir desarrollando como parte de su evolución esencial, más que de su evolución biológica de concepción darvinista. No obstante, hay muchas sorpresas en esto de la evolución humana que ahora nos ha deparado el saber que no todo “está dicho” en lo relativo a la evolución biológica y espiritual del hombre, puesto que hemos conocido algunos fenómenos neurocientíficos. El descubrimiento del “cerebro proteico” es la prueba más palpable de que la evolución espiritual es la que más puede influir sobre la evolución biológica y ser prueba irrefutable de que es lo inmaterial lo que rige la transformación y la organización de lo material. También prueba que es la mente la que puede modelar el cuerpo y no a la inversa. El cuerpo influye sobre la mente, no cambiando su esencia, sino impidiendo su completa expresión. Así, un cerebro dañado no significa que carezca del espíritu completo, sino que carece de funciones mentales y esto impide que el espíritu se exprese. Pero nunca una función neuronal biológica puede originar o cambiar la esencia espiritual. En cambio la esencia espiritual actúa modificando la biología y anatomía neuronal. (Este párrafo es para leer muy detenidamente a fin de comprender lo que dice y quiere decir) Concepto de mente como operadora del espíritu Abordé en el parágrafo anterior cómo el espíritu se expresa a través de funciones mentales, lo que me provocó la inquietud de profundizar más sobre el concepto de mente humana. He intentado por todos los medios encontrar un texto que en forma clara y concisa me explicara qué es la mente y los actos mentales. Me formulé esta inquietud partiendo de una razón sencilla: todo el poder del hombre como tal, reside en su mente. Pero he aquí que esta palabra usada para caracterizar al fenómeno más deslumbrante de la naturaleza (o la creación, según las creencias) está rodeada, como muchas otras, de significados diversos y, en alguna medida, hasta contradictorios. La primera sorpresa que recibí fue que la mente, como tal, no está perfectamente delimitada ni por filosofía ni por la psicología. Los últimos tratados de la mente se preocupan más por la anatomía y

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la fisiología del cerebro y se habla más de “funciones cerebrales” que de “funciones mentales”. Yo no tengo ninguna duda de que el cerebro es el órgano en donde residen las “funciones mentales”. Pero las “funciones cerebrales” son muchos más amplias que las funciones mentales, puesto que abarca a éstas y también a otras funciones orgánicas de las cuales depende, esencialmente, la vida. Ni el corazón, ni el hígado, ni el riñón, ni ninguno de los otros “órganos vitales” funcionarían sin el cerebro. Todo ocurre de tal modo, que estoy a punto de caer en la tentación de afirmar, sin más, que el cerebro es el principal “órgano de la vida”. Con este simplismo intentaría poner fin a tanta polémica y preocupación entre funciones cerebrales y funciones vitales. Sin embargo, creo que la cuestión fundamental de mi preocupación no es el cerebro en sí, puesto que éste es solo el instrumento idóneo para que se manifieste la mente. Pienso que no debemos confundir instrumento con función. Quien observe una azada casi seguro que no tendrá mayor idea de lo que es la función que presta hasta que no la usa o la ve usar. También es obvio que los servicios que presta una azada nada tienen que ver con el metal y la madera con que está construida, dado que sólo son elementos de sostén. Es en este particular punto donde González Pecotche advirtió la diferencia entre alma y espíritu, pues el alma, como tal, es la que permite que el cerebro maneje la motricidad y la sensibilidad del cuerpo, en lo fisiológico, es decir, se ocupe de “funciones materiales o fisiológicas”, mientras que el espíritu, sobre el mismo órgano, se ocupa de “funciones espirituales”. El terreno donde las “funciones materiales” del alma se entrecruzan con las “funciones espirituales” es la percepción o sensación. Acá opera la sensibilidad orgánica o sensorial y la sensibilidad espiritual o extrasensorial. Pero la formación de ideas, conceptos, juicios y pensamientos ya no es materia del alma, en el sentido que le hemos dado a esta palabra, sino del espíritu, el cual utiliza a la mente como instrumento de expresión y ésta se expresa por “funciones cerebrales” distintas a las funciones cerebrales que operan sobre la organicidad. Esto es lo que ha confundido a los biologistas y neurocientíficos que al estudiar la biofisicaquímica neuronal encuentran que hay una vía común final tanto para los procesos orgánicos como espirituales, pues participan interactuando las mismas neuronas, redes neuronales, circuitos sinápticos y neurotransmisores y moléculas activas. Estas interacciones indistintas toman por descuido a los científicos y les lleva a concluir que el cerebro es la “causa” de todos los otros fenómenos. Confunden “causa” con “instrumento”. Es probable que hasta acá y en el resto de esta obra repita incansablemente los mismos conceptos sobre diferencias y esencia de los vocablos vida, alma, mente y espíritu, adecuándolos a cada tema en particular. Pero es sumamente necesario hacerlo para que no queden dudas sobre los significados propuestos.

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Hice la aclaración anterior porque creo y entiendo que la mente humana es mucho más que el cerebro. Pensar que el cerebro es el origen de la mente es tan ingenuo como aceptar que la mente ha creado el cerebro. Estos extremismos racionales nos ayudan a ubicarnos en nuestro método reflexivo, pues conocerlos nos induce a eliminarlos. La armonía entre nuestros pensamientos y la busca de significado de los conceptos encerrados en las palabras dependerá de la prudencia en aceptar denotaciones o connotaciones o darle carácter de absoluto a las mismas. La mente humana, como el ser del hombre mismo, hasta este momento histórico, entra en la categoría de misterio. Luego, enfrentamos un aparente tremendo dilema: la mente humana no puede ser explicada por la mente humana. Pero esto no es óbice para que la mente humana sea captada y analizada por la mente humana. Significa que si bien la mente no puede explicarse a sí misma, al menos, puede percibirse a sí misma como un fenómeno. Algo que está y existe. El único impedimento que tiene es significarse a sí misma para poder definirse en palabras. Acepto esta valla básica para no intentar llegar a la esencia de la mente con meras explicaciones dialécticas. Por lo tanto me circunscribiré a describir el fenómeno y toda mi labor será eso: una descripción que me permite acercarme mejor a los modos de ser de esa mente. El primer fenómeno es que por la actividad mental es evidente que hay muchas funciones que se manifiestan o aprecian pero que no están comprendidas dentro del conocimiento científico. Sólo ubican en lo fenomenológico. Otra creencia es que al hablar de mente debo pensar en una estrechísima relación con otros conceptos como psiquis, alma o espíritu. Pero debo evitar otra tentación que es confundir o creer que mente, psiquis, alma y espíritu es lo mismo, para descartar peligrosos juegos semánticos que llevan a una discusión bizantina, llena de adornos retóricos pero sin ninguna materia o sustancia que beneficie a la verdad o a la aclaración ortodoxa de conceptos. Lo ideal es definir al fenómeno “tal cual”. Esto quiere decir que debemos quedarnos en el terreno descriptivo. El segundo fenómeno es la mente como complejidad que se identifica fundamentalmente con los mecanismos intelectivos, afectivos y volitivos. Esto significa que abarca las denominadas “facultades mentales”, pero sin ser esencialmente las mismas y debe traducirse como que las facultades no son en sí la mente, sino funciones de la misma que complementan a otras y que son verdaderos poderes mentales que se manifiestan en forma imposible de sistematizar dentro de un método científico. El tercer fenómeno es que la mente permite inspeccionar el exterior y el interior del hombre, mediante los actos mentales de la extro e introspección.

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Finalmente, el cuarto fenómeno a considerar es que la mente gobierna el cuerpo. Estas cuatros serían las formas principales y obvias de reconocer al fenómeno de la mente y los actos mentales. Naturalmente hay más modos de ser de la mente, que los iremos desentrañando en cada caso específico. De ahí que las ciencias en general, incluyendo a la filosofía y la psicología y otras ciencias espirituales, no puedan dar definiciones abarcadoras y totalizadoras del fenómeno mente humana. Por lo antedicho, iteramos, la mente es la operadora de la expresión del espíritu, o sea, el espíritu de manifiesta mediante las facultades mentales. Antes de tratar este tema nos parece conveniente reproducir los conceptos de González Pecotche por considerarlos muy ilustrativos: “Vamos a considerar ahora lo que en verdad acontece entre el ente físico o alma y el espíritu, o sea, las relaciones que ambos mantienen corrientemente. Salvo los casos excepcionales en que el hombre demuestra poseer plena conciencia del dominio del espíritu sobre el ente físico, los demás sólo acusan las ambiguas referencias que no concuerdan ciertamente con la realidad. En verdad, preocupado y absorbido el ente físico por las tareas y compromisos que le demandan su atención en el plano material, no ofrece motivo ni oportunidad al espíritu de participar en ellas, por cuanto no son de la incumbencia de éste. El hombre ilustrado, que cultiva su inteligencia en las culturas llamadas del espíritu, le deja, en cambio actuar, mas sujeto a la voluntad del ente físico y, muchas veces – dígase con sinceridad – sin tener cabal conciencia del momento preciso en que aquél desenvuelve su actividad, que en este caso sería estrictamente mental. Se lo confunde con la inteligencia misma o la exaltación del pensamiento en su función creadora, pero es tal, como lo veremos enseguida. El ente físico usa el sistema mental para los asuntos exclusivamente físicos o materiales. Nos estamos refiriendo a la mayoría y siempre con excepción de los que piensan en sentidos más elevados. Pues bien, el espíritu no interviene allí en nada. Se lo mantiene ajeno a todo lo que ocurre en la vida, como si nada tuviera que ver con ella. Sin embargo, el espíritu sabe manejar ese sistema mental y servirse de él con mayor soltura y eficiencia que el ente físico, sólo que gusta usarlo, principalmente para llevar al hombre al conocimiento de su mundo, el metafísico, de donde resulta que el conocimiento de sí mismo es el encuentro e identificación con el propio espíritu. Este nuevo y grande concepto del espíritu, que tendrá honda repercusión en el mundo del pensamiento, constituye uno de los principales factores de la evolución consciente. ¿Cómo nos prueba el espíritu que sabe hacer uso de nuestra mente? En que aprovecha la inhibición de nuestros sentidos durante el sueño para movilizar los pensamientos y actuar sobre ella. Esto produce el fenómeno de los sueños, en los cuales no tiene participación alguna el ente físico. ¿Será ése un desquite del espíritu frente a la indiferencia e impasibilidad que se le muestran? Quizás; y no deberá extrañarnos, por cierto, una reacción así de su parte para sacudir de algún modo la torpe percepción humana y darnos a entender que según la intervención que le permitamos en nuestra vida nos hará a su vez participar conscientemente de nuestro vivir en su mundo. Será

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entonces cuando tendremos conciencia de la actuación de la mente en los sueños; cuando guiada la vida por el espíritu, veamos inferiorizarse lo material ante la superioridad de lo inmaterial”.114 Este jugoso texto nos muestra la gran intuición del pensador para antelar en la década del „30 del siglo XX, lo que después ya sería más inteligible para los científicos como los que investigan en la Universidad de Harvard, los fenómenos mente-cuerpo. Lo único que conviene aclarar acá que el concepto de González Pecotche de que alma y espíritu usan el “aparato mental” para sus funciones distintas, es que lo que este autor considera como alma o ente físico, es el alma actuando en las funciones fisiológicas (“materiales”) y esto no lo hace a través de la mente sino del cerebro.115 Nosotros reservamos el término mente exclusivamente como instrumento del espíritu. Ya aclaramos que al ser el cerebro el órgano común a fenómenos materiales y espirituales, se confunde así los distintos fenómenos vitales del alma y del espíritu. La mente puede ser considerada, según lo hemos afirmado, como la operadora de la expresión del espíritu. El medio, iteramos, con que el espíritu se manifiesta. La herramienta o instrumento espiritual. Por esto no es posible pensar que mente y espíritu es lo mismo. Y acá sí podemos admitir que mente y psiquis son sinónimos para evitar toda disquisición semántica. Este aserto, de acuerdo a lo que venimos explicando, desligaría a psiquis de ser sinónimo de alma. La mente no es el espíritu sino la forma con que éste se manifiesta. En cuanto a mente, procedemos a buscar las denotaciones116 del término. Encontramos que la RAE dice: “Potencia intelectual del alma. Designio, pensamiento, propósito, voluntad. Conjunto de las actividades o procesos psíquicos conscientes e inconscientes.” En lo referido a potencia, ésta sería: “Capacidad para ejecutar una cosa o producir un efecto. Cualquiera de las tres facultades del alma: entendimiento, voluntad y memoria. Capacidad pasiva para recibir el acto, capacidad de llegar a ser.” Estas definiciones nos ayudan ahora a poder adoptar una mejor definición de mente en el sentido de que además de ser la “potencia intelectual” del espíritu, está asociada a un conjunto de actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes y, además, es una capacidad para ejecutar cosas y producir efectos, lo cual significa que tiene un propósito y que está ligada a la voluntad. Pero no sólo es una capacidad de hacer en forma efectiva, sino también es una capacidad pasiva para recibir un acto o estar en condiciones de hacerlo cuando corresponda. Es decir, la mente no solo opera en forma activa sino también en forma pasiva. Lo lamentable de estas definiciones, en algunos aspectos, es querer limitar la mente únicamente a lo intelectual y volitivo, obviando lo afectivo y lo inconsciente. 114

Carlos Bernardo González Pecotche (RAUMSOL) - EL MECANISMO DE LA VIDA CONSCIENTE, Editorial Logosófica, Bs. As. 1997 115 La confusión puede surgir en la sensaciones que se forman a partir de lo sentidos físicos 116 definiciones del diccionario

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La acepción que denota el “conjunto de las actividades o procesos psíquicos conscientes e inconscientes” está más cerca de englobar las esferas intelectuales, volitivas y afectivas y extrasensoriales. Por eso, nosotros la incluimos en nuestra connotación. Las otras definiciones están centradas en la intelectualidad y obvian a la afectividad. Esto lo explica bien Rayner117 cuando afirma que la mente humana es el origen de actos y fantasías, ideas e ideologías, facultades y sensaciones. Es un término abstracto y relativo. Esto significa que no hay un sustrato concreto que podamos llamar mente y siempre el contenido del significado de la palabra será relativo, según la intención del análisis o el aspecto particular que de ella se quiera resaltar. Oakley Ray118 define a mente como “resultado del funcionamiento del cerebro: los pensamientos, las creencias, las ideas, las esperanzas, resultan de actividades eléctricas y químicas que tienen lugar en las células nerviosas del cerebro”. Ray sustenta la tesis biologista de que las reacciones bioquímicas de las neuronas cerebrales son la causa de la existencia de la mente. Personalmente creemos que es al revés: la energía mental, como ente independiente en nuestro criterio, es la que pone en marcha la bioquímica neuronal cerebral para manifestarse. Por eso, si falta una sustancia, como puede ser el litio, no puede llevar a cabo normalmente, sus funciones. De igual modo ocurre cuando hay alguna neurona fallada o falta un neurotransmisor. El nudo gordiano de la tesis biologista lo hemos analizado como tesis de Ray, White, Watson, Crik, Newberg y D’Aquili entre otros, es que no es posible demostrar la existencia del espíritu (no del alma como ellos sostienen) sin el apoyo material del cerebro. Según vimos, muchos de los experimentos biologistas, especialmente de Newberg-D’Aquili, se realizan con estudios como el SPET para lo cual primero debe pensarse para después captar el fenómeno cerebral. Es decir, el hombre elige y comanda el tema a pensar y luego el cerebro entra en acción cuando esta forma de pensar inicia su efectividad. La incógnita del misterio es ¿el cerebro es el que induce a pensar y sentir? o ¿el espíritu (como operador del alma) es el que piensa e induce el trabajo cerebral? Si la primera cuestión o pregunta fuera la acertada, los pensamientos dependerían del tamaño y otras variables anatómicas puesto que no puede decirse que el cerebro sea totalmente distinto, como órgano anatómico, en cada persona. Por otro lado, habría que aprender a captar el momento en que el cerebro produce un pensamiento y no, como ahora se hace, cuáles son los efectos del pensamiento sobre el cerebro. Teóricamente, la anatomía y fisiología del cerebro, básicamente, es igual para todas y cada una de las personas o seres humanos. Las diferencias de peso y tamaño no le hacen un órgano diferente en 117

Rayner, C. – LA MENTE HUMANA, Ediciones Orbis S.A., Bs. As. 1985 Psicólogo e investigador norteamericano, profesor de la Universidad Vanderbilt de EE.UU. y secretario ejecutivo de la American Association of Neuropharmacology y del Colegio Internacional de Neuropsicofarmacología. 118

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cada persona.119 De seguir los postulados de la teoría biologista, todos deberíamos pensar lo mismo y sentir de igual, en manera especial, aquellos que detentan la misma masa cerebral y en igualdad de condiciones anatómicas y fisiológicas. John Cohen120 busca la definición de mente en un rastreo etimológico e histórico. Asevera que conocer más de un idioma ayuda a comprender que “hay cosas que se dicen o expresan mejor” en un idioma que en otro. No obstante, cree que “todo lenguaje natural es un museo de palabras, cada una de las cuales representa un depósito de las creencias o formas de pensar propias de las gentes entre las cuales ese idioma llegó a ser lo que es” Pero, admite que no se debe adoptar el dogmatismo de pensar que todas las nociones o conocimientos que el hombre tiene de sí mismo y del entorno o mundo que le rodea, son estrictamente configuradas por la lengua materna. Tampoco, piensa este autor, que haber dado a la palabra mente un uso común y generalizado, esta sola utilización expresa la verdad de lo que la mente es. De ser así, caeríamos en un grave error, puesto que la misma palabra (o palabras afines), en otros idiomas, manifiesta vínculos “muy complicados”. De esta manera, analiza las raíces indogermánicas que son men, mon, las cuales significan “pensar”, “recordar”, “atender”. Tiene alguna similitud con el sánscrito manas y man que es “pensar”. La raíz latina del término español mente, es mens, que significa “yo recuerdo” (del mismo modo que memini), en cambio el término latino moneo es “yo aviso”. En las lenguas anglosajonas existe el término gemyd (relacionado con el gótico gamunds) que significa “memoria”. El alemán minne se traduce por “amor”, mientras que el inglés mind significa, indistintamente, “espíritu”, “inteligencia”, “sentimiento”, “pensamiento”, “opinión”, “gusto”. Todas estas palabras, en realidad, están describiendo “cualidades” o “facultades” de la mente como es pensar, atender, memorizar, expresar sentimientos, recordar, opinar, manifestar inteligencia o expresar un gusto, representar al espíritu. Pero, comparando la interpretación de la palabra mente que las lenguas indoeuropeas, con otras lenguas ajenas a la tradición occidental, veríamos que mente (alma o psique) tiene interpretaciones distintas. Quizás, esto se deba a influencias religiosas o las concepciones de los antiguos filósofos griegos en parte y por otro lado, a los sistemas de pensamiento del Oriente arcaico. De este modo, en los filósofos griegos antiguos hallaríamos, por lo menos, cinco fases empleadas para desarrollar la idea alma (usada como sinónimo de mente o psique): 1º. 119

El alma es una especie de aliento que se exhala al morir

La neurociencia sostiene al cerebro proteico que agrega nuevas neuronas y circuitos sinápticos, pero no ha probado que esto “agrande” el tamaño del cerebro. 120 John Cohen – INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA, Editorial Labor, Barcelona, 1968

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2º. 3º. 4º. 5º.

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Es la sede de las emociones Es el “intérprete” intelectual de la información que le suministran los sentidos Es una facultad tanto moral como intelectual Es “algo que toda persona tiene” y que constituye su parte más valiosa

Así, la palabra griega “psique” (usada como equivalente de alma), podía significar, a la vez, una cosa, un proceso o un agente personal (o divino). Pero lo que más ha influido el uso del vocablo “psique” en las modernas lenguas occidentales, han las concepciones platónica y aristotélica:  Platón: el alma está en armónica consonancia con un mundo de formas ideales  Aristóteles: el alma significa proceso o función y se define en palabras de actividad Dado que hasta ahora se confundía alma con mente, era natural que a psique se la identificara con alma. Pero lo real es que psique debe aplicarse a mente, más que a alma. Incluso, esta aceptación convendría para entender en forma mejor que es la psicología, la cual quedaría como una ciencia dedicada al estudio de la mente. En el curso de la historia, en Occidente se tendió a considerar a alma, espíritu o mente como términos equivalentes que designaban a “algo” propio del hombre y de los animales y que estaba en estrecho vínculo con el cerebro, pero que era imposible que ese “algo” estuviera en contacto directo con otras mentes (salvo la escasa aceptación del fenómeno de la telepatía). En Oriente (y en algunos místicos occidentales) se supone que las mentes individuales están en íntima conexión con una mente universal. En el modernismo y contemporanismo, muchos pensadores creyeron que la mente era algo vacío que se llenaba con la experiencia de los sentidos. Locke resume esto con la frase: “nada hay en el entendimiento que no haya estado previamente en el sentido” (in intellectu nihil est quod non prius fuit in sensu), acuñada por otros pensadores ingleses que le precedieron (Bodley, Bacon, etc.) La escuela inglesa cree así, que la mente es un ente pasivo que se debe “asociar” a la experiencia sensual para llenarse de sentido (escuela asociacionista de Locke, Berkeley, Hartley, Hume, James Mill). La escuela francesa, encabezada por Descartes, sostenía la dualidad mente-cuerpo, siendo la mente o alma lo que primaba sobre el cuerpo (dualismo). La escuela alemana tuvo varias tendencias y fue la que influyó en la escuela anglonorteamericana. La más importante fue la tesis de Christian von Wolf, creador de la psicología de las facultades, que propugnaba al alma como “un conjunto de cualidades distintas” o entidades completas cada una en su línea (razón, juicio, memoria). Esta idea aceptaba que cualquier hecho anímico queda suficientemente explicado si puede ser atribuido a una de estas facultades

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(teoría que aún prevalece en el análisis de las capacidades psíquicas). De Alemania también surge la psicología experimental y cuantitativa. La historia de los movimientos psicológicos referidos a la mente (como alma, psiquis, espíritu) ha sido muy pendular y fueron desde la concepción personal del hombre que puede hacerse a sí mismo (self-made man), a que todas las formas del comportamiento humano son esencialmente sociales o están conformadas por factores sociales. Resumimos todo en estas tendencias: 1. monismo: alma y cuerpo son un solo bloque que puede ser estudiado por la psicología y la neurología. La teoría creacionista bíblica impuso este monismo. También hay un monismo materialista sostenido por los griegos Leucipo y Demócrito que pensaban que todos los átomos de la materia pueden moverse por sí mismos. Esta teoría origina un materialismo posterior llamado reduccionismo que sostiene que todos los hechos psíquicos, todo lo subjetivo, pueden explicarse por la neurofisiología, la cual es más valiosa y “científica” que la psicología. El otro concepto es el monismo espiritualista o mentalista que entiende que el espíritu es el que rige la materia y por lo tanto la psicología es superior a toda otra ciencia. 2. dualismo: iniciado por Descartes con la tesis de que hay un cuerpo y un alma por separado y que el alma es primero que el cuerpo y, por lo tanto, la psicología debe ir separada de la neurología, puestos que cada una de estas disciplinas constituyen sistemas distintos y diversos debido a sus materias respectivas: cuerpo (materia), alma (inmaterial). Dentro del dualismo existe el idealismo sostenido por Berkeley, Mac Taggart y Hegel y que se concebía como que “la existencia de la materia es una mera posibilidad a la que sería insensato conceder la más mínima importancia”. Dentro del dualismo hay que considerar lo que serían tres variaciones del mismo: paralelismo: postula que hay una “armonía preestablecida” entre el sistema corpóreo y el sistema espiritual que no forman una unidad operacional (Leibniz). En esta teoría se usó el término energía como concepto físico y de ahí nació el concepto de que los hechos espirituales no pueden correlacionarse con los físicos en términos de energía (Charles Sherrington). Así, el cerebro sería, metafóricamente, un “convertidor” de la supuesta energía espiritual bajo la forma de pensamientos e ideas, las cuales no están en el capo de las ciencias naturales y la relación, por ejemplo, pensamiento-cerebro es una sólo una gran correlación espaciotemporal. Esta idea fue tomada por Freud quien pensó que la psicología tenía una base orgánica que algún día sería descifrada por la

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ciencia. Este criterio dio origen al biologismo posmodernista que sostiene que el cerebro es el que origina a la mente, al alma y al espíritu (teoría abolicionista del alma). Luego, la “supuesta” “energía mental” o “energía espiritual” es sólo un engendro de la “energía material” que es la que origina todos los procesos neurobiofisicoquímicos del cerebro. interaccionismo: si bien los procesos mentales y los fisiológicos son totalmente distintos en su esencia, pueden afectarse mutuamente y en forma recíproca constituyendo un mismo y único sistema causal. No obstante, este sistema causal puede tener dos connotaciones distintas: a) es estrictamente espiritual y se manifiesta a través de efectos fisiológicos derivados (epifenómenos); b) es principalmente fisiológico y lo mental es sólo un efecto de lo físico. Ambas concepciones transforman al hombre en una especie de “autómata consciente” La principal objeción a estas concepciones surgen de la Lógica: si alma y cuerpo son dos sustancias totalmente diferentes, no pueden establecer ningún tipo de interrelación entre ellas, pues sería como mezclar agua y aceite. Para admitir una relación o interacción alma-cuerpo hay que admitir que los dos son una misma cosa. Esta última concepción hace más creíble la interacción cuerpoalma y es la que sustenta actualmente todas las teorías psicológicas y algunas científicas (neurociencias). isomorfismo: sostiene que hay cierta correspondencia estructural entre el estado de conciencia y el estado del cerebro. De todas estas concepciones surgieron otros ísmos tales como: estructuralismo: mediante la introspección se puede dividir en porciones diversas cualquier experiencia funcionalismo: la conciencia es un proceso no un catálogo de elementos independientes unos de otros behaviorismo: la psicología debe independizarse de la introspección para ser más objetiva y menos subjetiva y ocuparse del comportamiento de los individuos o animales configuracionismo: sostiene que en nuestras percepciones del mundo externo, se da ya desde el comienzo mismo una estructura o una configuración. Las actividades mentales están organizadas bajo una preconfiguración. individualismo o diferencismo individual: las personas no son sólo entes orgánicos iguales, sino que existen diferencias individuales condicionados por el conocimiento y el aprendizaje en el curso de la evolución (Galton, Darwin, Stuart Mill)

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El espíritu, la esencia del hombre y las concepciones budistas El Dalai Lama accedió a reunirse con los investigadores de la Universidad de Harvard para discutir o analizar todo lo relativo a la vida emocional. En esas reuniones participaron diferentes investigadores, monjes budistas tibetanos y filósofos y psicólogos. Owen Flanagan121 es uno de los integrantes de estos grupos que son liderados por el grupo Harvard y que formó parte de la reunión de psicólogos, filósofos y meditadores profundos como son el Dalai Lama y los grupos budistas tibetanos, verdaderos maestros de la meditación junto con otras manifestaciones orientales como son los yoghis indios. Flanagan, en una de esas reuniones, reflexionó sobre la perspectiva occidental de la esencia humana recordando a Darwin y su teoría de la evolución y, luego, sobre el repaso del bagaje cultural e histórico. Pregunta qué queda del hombre sin ese bagaje y responde que muchos creen que nada. Pero esa creencia cae por sí, pues el mero hecho de la presencia física del hombre no puede decirse que es nada, como tampoco puede creerse que sea puro vegetal o animal. Luego, el espacio que media entre la presencia física y su rotulación de ser vivo no animal, no vegetal, es el que da lugar a pensar en su esencia. Empero la presencia del fenómeno de la inteligencia fue el hito que lo liberó definitivamente de ser clasificado estrictamente como animal o vegetal. Es un ser vivo netamente diferente de otros seres vivos conocidos. La conducta histórica y cultural mostró, sin ambages ni vacilaciones, que es un ser especial y único. No se conoce hoy, certeramente, la presencia de otro fenómeno biológico de igual naturaleza. Luego, el ser humano “es algo” y definitivamente esto aleja la presunción de la nada humana. La colección de “rasgos humanos” adquiridos por las manifestaciones de las diferentes conductas humanas plasmadas en la obras humanas a través del tiempo (historia) y el conjunto de creaciones (cultura) permiten formar, según Flanagan, un conjunto de rasgos humanos universales que alguna corriente filosófica llama “notas fundamentales” del ser humano. Luego, esto contesta parcialmente la gran pregunta de qué es el ser humano. Concretamente: un ente biológico con una inteligencia propia y una manifestación vital única en el universo conocido. A la pregunta de cuál es el fin del ser humano, hay dos respuestas que emergen de la maraña de opiniones, creencias y afirmaciones metafísicas. 1. La primera es que es una creatura o criatura, por lo que se transforma en un ser contingente (puede ser o no ser). Esta es la propuesta religiosa o visión teocéntrica. A través de esa propuesta el fin del hombre es volver a encontrarse con su creador y 121

Profesor de filosofía de la cátedra de Duke University, EE.UU.

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esto lleva a la dupla Dios-hombre y la unión del uno con otro fundamenta la religión (re-ligare = lazos que ligan el hombre a Dios). 2. La otra respuesta fue esbozada por los griegos al creer en la eternidad, esto es, todas las cosas no tienen principio ni fin sino que están en el mundo desde siempre. Esta idea lleva a una concepción antropocéntrica que puede arrancar directamente desde la teoría darviniana y afirmar que el hombre es el fruto de una evolución animal. Esto no explica la aparición de la inteligencia, a menos que se acepte que esa inteligencia ya era patrimonio de los homínidos que precedieron al hombre. O bien, pensar directamente que el hombre fue siempre como lo es ahora y por lo tanto sería un ser necesario (lo que no puede dejar de ser lo que es).122 Llegado al punto de la ética moral o religiosa, la historia registra un hombre que desde que se expresó lo hizo con todas las facetas negativas y positivas. Esto lleva a pensar que la naturaleza del hombre es ambivalente y alberga todas las duplas posibles y hasta conocidas como valorizaciones abstractas. Repasaremos en forma iterativa que hay lo que algunos investigadores han llamado memoria filética, que Jung pensó como inconsciente colectivo, etc. y que consiste en algo como que el hombre lleva impresa una especie de matriz mental que le dicta determinadas emociones, instintos, conductas e ideas. Es la memoria del filum humano. Nosotros pensamos que más que memoria, es el propio espíritu que va expresándose de formas diferentes según los canales circunstanciales (sociales y culturales) en que el hombre circula por el medio en que está inmerso. A la memoria filética hay que agregar, entonces, la sabiduría de las edades, esto es, el cúmulo de saber que el hombre ha hecho a través de las distintas edades de la humanidad (saber histórico o saber cultural). Pero, incluso, hay otra variable que es el saber personal adquirido a través de nuestra historia personal. Así, la filogenia y la ontogenia han sido útiles y adaptativas para la humanidad y lo es para cada uno de nosotros cuando se agregan a nuestro proceso de crecimiento 122

El misterio ontológico del origen del hombre puede ser explicado pero no necesariamente sabido. La adopción de uno u otro criterio queda en la voluntad personal de cada hombre y así se configuran las distintas vertientes del pensamiento del hombre sobre el hombre mismo. Habrá quienes se guían por la mera creencia o fe y piensan que es creación divina y habrá quienes opten por pensar en un ser eterno, sin origen, que si bien individualmente es mortal y temporal, esencialmente es permanente a través de la reproducción (otros agregan la reencarnación). Incluso habrá opiniones extremas e intermedias. Por ejemplo, los agnósticos negaran la posibilidad de conocer, los ateos negarán la existencia de Dios, algunos biólogos niegan la existencia del alma, etc. Algunas corrientes del pensamiento humano, como el budismo, y, parcialmente religiones como la cristiana, piensan que la búsqueda del ser humano apunta hacia un fin objetivo concreto y, en estos casos, es la búsqueda de la felicidad y la virtud, en suma, la esencia del hombre bueno. Esto crea la ética de la bondad y la maldad, la que será simbolizada por signos religiosos o de simple creencias.

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y desarrollo y dejan ahí su impronta, la que nosotros enriquecemos con el esfuerzo de recrear (ser creativos) al aportar nuestros propios puntos de vista y la experiencia personal de un momento histórico determinado. Esta teoría explicaría la diversidad de las conductas y de cada ser humano en particular, el cual, a su vez, modifica individualmente lo que el medio le da. No hay dudas de que el espíritu es el que modela cada ejemplar humano y lo hace diferente y único frente a otros seres humanos. El problema reside en si se admite, o no, la existencia del espíritu y qué se entiende por espíritu. Esta es la principal controversia de hoy, frente a otras concepciones culturales provenientes de la religión, la filosofía, la antropología, la psicología y otras actividades científicas y metafísicas del hombre. El multifacetismo nos hace pensar con propiedad, que el hombre tiene un ser con múltiples formas, las que albergan en todos esas ambivalencias que han sido fehacientemente comprobadas. No se trata ahora de discutir cual es la que tiene la razón o la verdad. Se trata de dilucidar por qué el hombre es como es y cuál sería la forma más aceptable, en concordancia con la naturaleza de ser inteligente. Este presupuesto lleva, sin dilaciones, a determinar qué es la inteligencia. Ergo, ahora la cosa ya no está tanto en preguntarse por el ser y el fin de ese ser, sino en conocer con mejor certeza qué son las cualidades de ese ser y que hemos llamado inteligencia, alma, mente y espíritu. Y dentro de esos presupuestos a dilucidar, están los otros abstractos de siempre: ¿deberá el hombre buscar el bien y desechar el mal? ¿qué es lo mejor?. Hay que abandonar la manía de sumergirse en discusiones bizantinas como meros ejercicios intelectuales y retóricos, para recobrar la lucidez de la sensatez y preocuparse más por lo que el hombre muestra ser en realidad, que dedicarse a buscar los a priori de lo que debe ser. Veamos primero lo qué ya es y sobre esa base elijamos lo que hasta ahora ha mostrado la bondad. También, sin dudas, es cierto que la mayor apetencia del hombre es el bien y la felicidad. Si no es así, ¿qué estamos buscando o discutiendo? Luego, toda investigación y discusión debe centrarse en conocer bien las facetas de lo bueno y lo malo que ya está fenoménicamente dado, y dejar de lado las elucubraciones subjetivas de lo que el hombre debería o podría ser. Lo que hay que dejar en claro es que dentro de las manifestaciones que hemos considerado positivas y negativas, cuáles son las que lo benefician y cuáles lo dañan. Para esto también hay que dilucidar qué es beneficio y qué es daño y no confundir fenómenos naturales como estrictamente dañinos o artificiales, o fenómenos artificiales como si fueran naturales y beneficiosos. Los falsos positivos y falsos negativos de algunas investigaciones y conclusiones metafísicas son los que hay que eliminar en este incipiente propósito de construir una nueva ética y cambiarle el rostro a las ciencias y la metafísica que tradicionalmente ha regido el saber y la cultura humana, para acercarlas mejor a una realidad cada vez más patente y cada vez menos reconocida y sabida.

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La conducta humana de este mundo de siglo XXI muestra claramente que todo lo anterior ha errado, en parte, el camino correcto. La humanidad actual no es el paradigma de un hombre inteligente sino más bien de una bestia humana. El mapa del mundo está plagado de enfermedad, peste, guerra, delincuencia, vicios como las drogas y otras actitudes que ahora llamamos basadas en “emociones negativas”. En la evaluación de los fenómenos humanos, nos hemos acercado al mundo espiritual a través del mundo emocional, a diferencia de la clásica concepción occidental de apreciar al espíritu a través de la inteligencia y la metafísica (filosófica o religiosa). Sin embargo, personalmente creo que todo esto es positivo, siempre y cuando, se logre la confluencia o síntesis de los diferentes pensamientos humanos, tomando como base los dos grandes ítems que significan el llamado pensamiento occidental y el denominado pensamiento oriental, como pensamientos opuestos desde sus perspectivas estrictamente científicas (occidental) o estrictamente espiritual (oriental). Es cierto que lo oriental siempre estuvo más cerca del espíritu que lo occidental y lo espiritual occidental nos viene desde lo oriental. Si no fuese algo apresurado habría que admitir que lo espiritual nos llega desde el Oriente. Occidente fue siempre más intelectual. Grecia, cuna del pensamiento occidental, si bien habló de lo espiritual y lo ético, lo hizo desde el punto de vista racional. Los fenómenos socio-culturales del siglo XXI nos muestran un hombre despistado, descarrilado, esto es, salido de las vías o carriles tanto racionales como espirituales. Encontramos un vacío que puede ser el que llevó a pensar a algunos existencialistas en la nada del hombre o el hombre como nada. Pero la realidad es otra. El hombre, mal o bien, es algo. Y la realidad también ha mostrado que el bien y la felicidad son las metas universalmente deseadas, aunque cada uno centre los conceptos de bien y felicidad en conductas diametralmente opuestas para llegar al fenómeno paradojal de que para algunos lo bueno es malo y viceversa. Precisamente lo que hoy es necesario es reorientar el pensamiento humano y con él, el espíritu, para encarrilarlo nuevamente en conceptos más afines con la esencia del hombre y la verdad de la misma. Esto implica repasar los conceptos de bien y de mal y la naturaleza de los modos de ser, tanto en lo emotivo-afectivo-instintivo, como en lo racional y en lo volitivo, en suma, en el espíritu en sí. Lo bueno y lo malo no debe ser medido por meras creencias o mitos, sino por los resultados de los hechos. Las valoraciones deben surgir de los hechos positivos, esto es, aquello que mejora la esencia y la existencia del hombre y aleja el daño. La ciencia en cualquiera de sus formas, puede ayudar de algún modo para lograr estos fines, pero no es el camino más válido. Es sólo una herramienta más, pero no la principal. Lo espiritual no está hecho para la investigación científica, la cual sólo puede detectar, investigar y explicar las acciones sensibles del espíritu. El espíritu sólo puede investigarse y explicarse a sí mismo. Y la única herramienta útil es la mente entrenada o adiestrada, la mente educada para pensar correctamente.

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El pensamiento occidental siempre ha separado razón y emoción, dando preeminencia a la razón como objeto de estudio y consideración. Tal es así que la esencia humana es marcada por la inteligencia o razón. Relegó, científicamente, a otras manifestaciones espirituales y al espíritu mismo porque lo consideraban tan subjetivo que era imposible de someterlo a los procedimientos científicos. Desprecia al empirismo e ignora que el saber científico es tan válido como el saber empírico, puesto que el término saber es “conocimiento con certeza” y no importa de donde provenga sino que sea certeza real y no imaginada (creencia). La “ciencia” occidental está demostrando que el “empirismo” oriental tiene certeza y que esa certeza es mayor y más verdadera que la obtenida por la “ciencia” occidental, la cual siempre es aspectual y nunca completa sus conocimientos en forma holística. El empirismo oriental es englobador desde los comienzos por ser sintético e integrar las partes en un todo. En lo referente al fenómeno humano espiritual, la ciencia occidental nada puede hacer para abarcar al espíritu humano, conocerlo y dominarlo. El empirismo oriental ha logrado las tres metas. Esto se debe a que lleva siglos de delantera a la ciencia occidental. Desde un principio el orientalismo, especialmente el budismo, aceptó, sin ambages, que el espíritu es lo único cierto del hombre, que es una entidad concreta y real y por eso se dedicó a buscarlo, conocerlo y manejarlo. He ahí el poder espiritual del budismo, del hinduismo o yoguismo y de otras disciplinas orientales dedicadas a la meditación y a la elevación espiritual. Cuando un monje tibetano tuvo acceso al pensamiento occidental “científico” aventuró, en 1974, a predecir: “en Occidente, el budismo acabará asumiendo la forma de psicología”. Esto puede interpretarse como que Occidente, necesariamente, debe “cientifizar” un concepto para admitirlo como verdadero, despreciando el saber empírico. Así es, en efecto. La psicología occidental comienza su empeño por comprender el funcionamiento de la mente basándose en la ciencia y la cultura europea y americana, es decir, nace en el siglo XIX.123 Sin embargo, el conocimiento y estudio de la mente, aparece en Oriente mucho antes de la era histórica actual. Buda, por ejemplo, nace en el siglo V antes de Cristo. Paradójicamente, es la misma época que nace Sócrates y Platón. Todos ellos se preocuparon mucho por lo llamado alma y mente, quizás no en los conceptos de la psicología moderna. Mientras Buda se dedicaba a practicar todos los ejercicios tendientes al dominio de la mente y a las manifestaciones espirituales, Platón y Sócrates sólo hablaban de ellas efectuando un análisis filosófico. Desde el origen, el pensamiento oriental es empirista y totalmente práctico, mientras que el pensamiento occidental es esencialmente especulativo con la metafísica y trata de racionalizar, más que practicar y conocer, todos los fenómenos espirituales. Este afán de racionalización es lo que motivará el origen de la ciencia 123

Maurice Reuchlin – HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA, Editorial Paidós, Bs. As. 1964

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occidental, tanto en las ciencias llamadas “espirituales” como la filosofía, psicología, teología y otras afines, como las consideradas estrictamente experimentales, regidas por los principios de Sir Roger Bacon. Como el espíritu humano nunca pudo ser sometido a experimentos científicos estrictamente, fue soslayado por las ciencias occidentales que se dedicaban al estudio del hombre como era la propia psicología, antropología, biología en general. Estas ciencias demostraban mucho del cuerpo humano y lo siguen haciendo, ignorando totalmente al espíritu. El Grupo Harvard, si bien considera al espíritu como tal, trata también de someterlo a un “estudio científico” experimental y busca mediante la tecnología científica (aparatismo) registrar los fenómenos fisiológicos relacionados con las actividades, efectos o facultades espirituales. En realidad no estudia al espíritu en sí. Estudia cómo las acciones espirituales provocan efectos en el cuerpo humano y cuáles son los órganos y regiones anatómicas que más reciben el “impacto espiritual”. Y ¿el espíritu? Bien, gracias. Si bien se admite sin dilaciones que el cuerpo es materia y el espíritu es no-materia, esto es, una especie de energía o fuerza inmaterial, en los hechos parece que no hay convencimiento total de aceptar una pura energía que no puede ser encerrada en la tecnología científica y que sólo es pasible de ser captada por la experiencia personal, en forma empírica. Lo espiritual es y seguirá siendo un “saber empírico” no susceptible de ser “cientifizado”. El mayor problema no reside tanto en la naturaleza del espíritu, sino en que la lingüística no alcanza a encontrar el logos o concepto lingüístico de lo que debe considerarse alma, espíritu y mente. A veces, confunde a las tres cosas como si fueran un mismo ente. El error de discernimiento es lo que ha llevado a los errores conceptuales y filosóficos o científicos acerca de estos tres fenómenos y, ergo, a las acciones que esos fenómenos realizan. O cambiamos totalmente el concepto actual de psicología e inventamos un nuevo concepto que abarque lo qué realmente es espíritu, mente y alma o debemos buscar un neologismo para expresar esta nueva inquietud de acercarse y abordar los fenómenos espirituales para mejor conocerlos y dominarlos. Goleman comete la “imprudencia” de seguir insistiendo que el budismo es una “psicología alternativa aplicada”. Esto quiere decir que es "alternativa” porque escapa a los moldes de la psicología clásica y es “aplicada” porque directamente no analiza conceptualmente los fenómenos sino que los experimenta directamente. Una cosa es cierta: el siglo XX trajo un nuevo hálito de pensamiento sobre el espíritu que intentaba arrebatar a lo culturalmente aceptado en occidente como espíritu, para acercarlo más al concepto espiritual oriental, especialmente el budista y el yogui. Incluso, vulgarmente, se empezaron a difundir “técnicas” espirituales y prácticas de estos pensamientos y cultura. Pero lo más importante es el “despertar” de la conciencia occidental a que debía reencontrarse con el espíritu, precisamente porque la “vida occidental”, la “ciencia occidental” y otras “occidentalidades” habían descarriado al hombre disociando la vida humana del

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espíritu. Esta “extracción espiritual” provocó un vacío tan evidente que se les puso varios nombres, desde el más simplista como “vacío espiritual” a otros filosóficos como “vacío existencial” o científicos como “neurosis de vacío”. Los efectos desastrosos de la humanidad destruida del siglo XX y aún más del incipiente siglo XXI no dejaron otro camino que insistir en buscar y reencontrar la senda espiritual. Pero las elecciones fueron dispares. Algunos persistieron por lo “científico” y se insistió con la psicología que llegó a nuevos conceptos de la mano de Freud, Jung, Adler, Frankl, y otros tantos prominentes psicólogos que inventan la psicoterapia y otras prácticas médicas y psicológicas, además de los psicofármacos, para restaurar la “paz espiritual” y rellenar los “vacíos”. Discuten entre ellos, se critican mutuamente los conceptos, se modifican muchos de ellos y aparecen multitudes de “escuelas” y “terapias” con los nombres más dispares. Total: el hombre sigue avanzando en su caída vertical al vacío espiritual y cada vez más se acentúa la orfandad espiritual de la humanidad, medida no solo cualitativamente sino cuantitativamente. La crisis espiritual fue patrimonio de todas las épocas históricas, pero las formas que hoy asume son únicas debido al crecimiento tecnológico y demográfico. No sólo hay nuevas manifestaciones de desvíos o vacíos espirituales, sino que las viejas acrecentaron en número estadístico y empeoraron sus formas antiguas. Estadísticamente, la humanidad está peor que al comienzo de la historia, en muchos aspectos. La neurociencia, discretamente iniciada a principios del siglo XX, siendo uno de sus mejores exponentes Hans Selye y predecesores, hoy ha crecido a niveles insospechables con el uso de aparatos tecnológicos no soñados en los comienzos de siglo XX. Quizás el futuro supere esta tecnología y lleguemos a una verdadera ciencia-ficción, no porque no sea un hecho real, sino porque se degenere tanto que escape a toda realidad y sólo maneje una realidad-ficción que surge de la artificialidad tecnológica. Algo nos está adelantando la manipulación genética. La ventaja de Goleman es que reconoce, sin vueltas, que la psicología moderna “se halla tan determinada culturalmente que mantiene una actitud miope que le lleva a ignorar de manera casi solipsista los sistemas psicológicos propios de otras épocas y otros lugares”. Coincidimos con él en la “miopía solipsista”, pero como antes dijimos, no estamos de acuerdo en hablar de “sistemas psicológicos” sino que habría que hablar de “sistemas espirituales”, en todo caso, para no defraudar completamente la mentalidad “cientificista” o “académica”, dado que lo lógico sería sólo decir “lo espiritual” a secas y sin otros agregados que alejen la cuestión de lo fundamental, esto es, del espíritu. La crítica de Goleman fue anticipada por González Pecotche, autor ya analizado. Esto significa que los propios “científicos” se están dando cuenta de que algo falla en la metodología actual, pero tratan de no salirse de los moldes tradicionales, quizás para no causar escándalo y

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rechazo “científico”, sino que intentan buscar nuevos “moldes científicos” lo que constituye una brutal paradoja. No es posible moldear lo inmoldeable. El espíritu tiene ya grandes problemas para estar en el “molde carnal” del cuerpo. Imaginen cuánto más problemático será meterlo en moldes artificiales. No hay conciliación entre ciencia y espiritualidad, pues sería como pretender que el hijo tratara de engendrar al padre. ¿Está claro? El espíritu es anterior la ciencia y la ciencia es una de las manifestaciones del espíritu, a través del intelecto. Pero es una manifestación muy parcial. Luego, la ciencia nace como algo parcial y carece fundamentalmente de totalidad, lo que fatalmente la condena a ser siempre meramente aspectual y nunca holística. No tiene capacidad de englobamiento ni de síntesis comparativa (no pueden unirse las ciencias como se ha pretendido hacer comparaciones entre una y otra buscando coincidencias. Las coincidencias no son síntesis ni globalidad, sino meras igualdades o similitudes entre partes) Aunque parezca increíble, la sencillez de estos razonamientos ha sido resistida para enfundarse en otros criterios e interpretaciones más basados en lo personal que en lo universal. De ahí que aparezcan las actitudes y comportamientos humanos como diversos y predomine más el sentimiento personal que el colectivo. Por lógica, lo personal es más propio del animal que del hombre, pues lleva a pensar posesivamente, a crear un yo y ese yo es el centro de todo lo demás. Naturalmente el yo lleva a “lo mío” y este sentido de propiedad es la fuente de todo aquello que hemos llamado emociones destructivas pues genera la hostilidad con todas sus secuelas de belicosidad, ira, enfado, etc. y el sentimiento profundo de propiedad es lo que pone “a la defensiva” de que no se dañe “lo propio” y aparece la envidia, los celos, el odio y todos los mecanismos defensivos que se quieran postular o interpretar como fenómeno observado. Tiene razón la perspectiva occidental de que ciertas ocurren porque realmente ocurren, pero la ocurrencia no significa que sea lo que deben ser. También tiene razón el oriental de lo que piensa y hace, porque ha descubierto otras ocurrencias como es la presencia espiritual pura. Lo que el hombre común debe comprender, más aún el occidental, es que en lugar de discutir si hay coincidencias o contradicciones o diferencia de criterios, lo que hay que tratar es de averiguar cual postura es la más cercana y conveniente a la verdadera esencia del hombre. Si bien la occidentalidad ha errado en mucho el camino espiritual real, la orientalidad ha olvidado un poco que el hombre para ser espiritual necesita de una vivienda, un alimento y un vestido. Si bien el hombre que ha cultivado su espíritu (el hombre extraordinario que después comentaremos, el que se maneja con el pensamiento superior), puede lograr llegar a un mínimo de confort (en el sentido de proveer lo más necesario para subsistir), esto no soluciona la “preocupación por el otro” que no puede llegar al estado superior y en su “inferioridad” sucumbe al hambre, la enfermedad, la violencia y al impulso homicida indiscriminado, bajo el cual sucumbe tanto la vida ajena como la propia.

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La perspectiva oriental, especialmente la budista, es maravillosa desde lo espiritual y es casi la más perfecta desde lo humano, pero paradójicamente pertenece a un grupo selecto de iluminados. No es el común denominador de los países budistas, en los cuales la mayoría sucumbe no sólo a sus propias emociones destructivas sino que es víctima de las emociones destructivas ajenas. Tanto la occidentalidad como la orientalidad, cuantitativamente están al borde de un pandemonium. Sólo la voluntad redentora de los iluminados puede hacer que se sume una mayor cantidad de hombres a la senda verdadera. Las “experiencias cercanas a la muerte” (ECM) En lo relativo a lo espiritual se ha discutido mucho sobre los fenómenos considerados sobrenaturales, es decir, lo que escapa al orden natural. Lo que más polémicas ha traído en el presente son las denominadas “experiencias cercanas a la muerte” que consisten en relatos sobre sensaciones percibidas por quienes han estado en condiciones biológicas de muerte o privados de toda función consciente. Los relatos comunes de esas experiencias o sensaciones son: 1. impresión o sensación de estar percibiendo hechos sobre el cuerpo propio, pero como si se estuviera flotando fuera del mismo, pero alrededor de él. Este fenómeno lo relatan los anacoretas o maestros yoghis como “trasmigración del alma”, donde por el esfuerzo de la meditación profunda se puede salir del cuerpo y tener la sensación de observarlo desde afuera. Según los relatos yoghis la experiencia es muy real y valedero por cuanto han relatado con precisión los fenómenos percibidos y que ocurrían con ausencia total del conocimiento de los mismos 2. sensación de deslizarse a gran velocidad por una especie de corredor o túnel a cuyo final se veía una luz intensa 3. encuentro con familiares o personas queridas muertas, con las cuales se estrechan y hablan, se escuchan voces e incluso el mandato de “volver” al cuerpo. Quienes relatan estas experiencias lo hacen con el total y absoluto convencimiento de la verdad de su existencia y no como meras ilusiones o alucinaciones. La uniformidad de criterios y coincidencias de los relatos inclinan a pensar en un fenómeno común y universal. Esto ha traído opiniones favorables y de fe absoluta en esas experiencias y conceptos de escepticismo total, pues se consideran manifestaciones mentales de un cerebro sometido a condiciones especiales que lo llevan a ilusionar o alucinar. Entre las incrédulas se encuentra Susan Blackmore124 quien cree que los relatos efectuados son inexactos pues las sensaciones percibidas son meros estímulos estrictamente fisiológicos que pueden ser provocados experimentalmente. Pone como ejemplo que en las operaciones de cerebro, con anestesia local, muchos pacientes refieren experiencias similares 124

Investigadora británica autora del libro MORIR PARA VIVIR (Dying to Live)

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a las ECM o las relatadas por los que tuvieron alucinaciones con psicofármacos o drogas como el LSD, el hachís, opio y algunos anestésicos. Para Blackmore todo se debe a que en esas circunstancias el cerebro se inunda de neurotransmisores propios opioides como las endorfinas, debida al estrés al cual están sometidos. Lo mismo ocurre cuando el cerebro está muriendo y esto es percibido por el paciente, el cual se estresa profundamente y la salida de neurotransmisores opioides le provoca estas imágenes alucinatorias. Sin embargo, otros investigadores como el Dr. Michael Sabom125, estudiando determinadas experiencias,126 concluyen que las alucinaciones sólo serían posibles si hubiese actividad cerebral en algún grado. Pero los estudios electroencefalográficos que son detectores muy fieles y confiables de la más mínima actividad cerebral habían indicado en casos puntuales que había muerte cerebral y que el cerebro estaba totalmente inactivo, de igual modo que lo estaría una computadora desconectada de toda fuente de alimentación energética. Al no existir ninguna actividad cerebral significaba que los circuitos neuronales cerebrales no estaban produciendo ninguna sustancia neurotransmisora ni recibiendo estímulos de la misma, mucho menos indicios de factores estresantes. Simplemente, los aparatos indicaban lisa y llanamente muerte total y en estas circunstancias, desde el punto de vista científico biológico y fisiológico, es imposible que el cerebro pudiera realizar alguna función y mucho menos alucinar. En muchos cuerpos que estas experiencias sucedieron no tenían signos vitales ni por ellos circulaba sangre. La paradoja se plantea así, a la luz de estos experimentos contundentes, de que las ECM son percepciones independientes de la actividad cerebral, luego, si las teorías científicas aceptadas actualmente sobre la vida, la muerte y la conciencia son exactas, no hubiese posibilidades de que las ECM realmente ocurrieran. Por lo tanto, los fenómenos observados y comprobados obligan, de algún modo, a admitir la existencia del alma como entidad pura e independiente de toda organicidad. La doctora Barbara Rommer127 ha efectuado estudios sobre más de 600 casos de ECM reunidas en grupos de apoyo. Ninguna de estas personas presentaban alteraciones mentales, es decir, eran perfectamente cuerdas y sanas desde el punto de vista mental, lo que descartaba patologías alucinatorias o tendencias a las mitomanías. Sus historias eran extrañas pero infrecuentes y muchos de ellos sufrieron cambios espirituales marcados después de las experiencias, lo que lleva 125

Cardiólogo e investigador de las ECM El relato del neurocirujano, Dr. Robert Spetzler del Instituto Neurobiológico Barrows, Phoenix, Arizona, EE.UU. sobre el caso de la paciente Pam Reynolds, cuya muerte cerebral se comprobó fehacientemente comprobada y luego fue resucitada 127 Médica interna de Fort Lauderdale, Florida, EE.UU. 126

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a pensar en la sinceridad e impacto emocional que esas experiencias significaron. Un hecho que habla a favor de la efectiva existencia de las ECM. Además, comprobó la exactitud y similitud de todos los relatos consignados en el mundo. Las conclusiones finales de todos estos fenómenos y hechos son: 1. Muchos investigadores no se atreven a hablar de alma y espíritu basados sólo en estas experiencias 2. La explicación de que las ECM son causadas por la muerte del cerebro, no significa de ningún modo una prueba de que no hay existencia después de la muerte (naturalmente sería una existencia distinta a la forma de vida biológica) 3. Las ECM sugieren que la conciencia podría residir en una función dada no sólo por el cerebro. Esta afirmación es probada por Pim Van Lommel128 quien comprobó en Noruega sobre 343 casos de víctimas de paros cardíacos y luego reanimadas, que pudieron contar con plena lucidez de conciencia, hechos concretos que le ocurrieron en el “período de muerte cerebral” constatado fehacientemente. Según estos experimentos, las cosas ocurren como si la conciencia se desprendiera del cuerpo, capta los hechos que ocurren alrededor de ese cuerpo y los memoriza, para recordarlos luego al ser reanimado el cuerpo. Considera que el cerebro es como un televisor que capta los programas pero que éstos le son enviados por ondas que están fuera de él. Cuando hay muerte cerebral, otras células siguen vivas por algún tiempo. Quizás, el alma que reside en todas esas células, también guardan algo de espíritu y de conciencia y esto es lo que permite cuando el cerebro vuelve a funcionar que las experiencias recogidas por esa “conciencia celular” sean retransmitidas al cerebro. En síntesis: la conciencia, como otros fenómenos espirituales y del alma no sólo residen en el cerebro, sino en cada célula del cuerpo. Esta es la tesis final de Van Lommel. Esas células pierden la “memoria de la conciencia” al ser erradicadas de un organismo y trasplantadas a otro, razón por la cual los trasplantados no reciben en su cerebro las impresiones memoriosas de los órganos trasplantados.129 Este concepto nos remite una vez a que el hombre y todo su cuerpo son una unidad sellada indivisible. Cualquier ablación rompe su unidad espiritual. Algunos investigadores bioéticos y teologistas, remarcan que los pacientes con ECM las consideran como un “contacto con la eternidad” y creen que volver al estado consciente significa o 128

en un experimento publicado en The Lancet Aunque hay testimonios de trasplantados de órganos que admiten haber tenido sentimientos similares al donante del órgano 129

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una “extraordinaria reanimación” o realmente el milagro de “volver a vivir”. Desde el punto de vista teológico o religioso no puede existir una “vuelta a la vida” puesto que esto significaría lisa y llanamente lo que se llama un milagro y sería un hecho sobrenatural. Tampoco es resucitar porque el concepto de resurrección en determinadas doctrinas religiosas como la católica significa morir, ir al cielo y desde allí volver a recuperar el cuerpo que se poseía antes de morir. La resurrección sólo ocurriría al final del mundo, de acuerdo a las sagradas escrituras y la doctrina teológica. Esta corriente religiosa admite sólo el hecho de una reanimación fruto de fuerzas azarosas o de un esfuerzo tecnológico y estas experiencias pertenecen más al campo de estudios de las ciencias humanistas o ciencias del espíritu, que de las ciencias duras o académicas que sólo admiten resultados concretos de investigaciones repetibles infinitamente por medios de parámetros rigurosos. Lo inverificable científicamente de las ECM trasladan su estudio a la metafísica pero no a la religión, para la cual no hubo muerte propiamente dicha sino una situación que ha superado los límites estándares empíricos fijados como vida o muerte y provocan una situación o experiencia emocional y psíquica no explicable por mecanismos fisiológicos. Si hubiese muerte propiamente dicho entonces hay que admitir que la vuelta a la vida es un milagro. Esto implica aceptar la existencia de Dios y los milagros. Es decir, se trabaja con una concepción propia del terreno de la fe religiosa. Para muchos de los que experimentaron ECM lo que le sucedió es realmente un milagro y así lo interpretan tanto los creyentes como los ateos, ocurriendo la transformación de muchos ateos en creyentes y posibilitando otros cambios espirituales notables y totalmente opuestos a lo que se era antes de las ECM. Esta es la mejor prueba de un verdadero fenómeno espiritual que no sólo existió sino que puede provocar efectos reales. La “espiritualidad laica” Muchos investigadores y pensadores que abordan la cuestión espiritual, pueden hacerlo desde un punto de vista religioso. Los que sostienen que el espíritu procede de Dios constituyen lo que se ha denominado “espiritualidad religiosa”. Pero aquellos que niegan la existencia de Dios o soslayan la cuestión religiosa para tratar al espíritu como un mero fenómeno humano, estudiándolo únicamente desde una perspectiva racional o intelectual, se les ha encasillado como tratadistas de la “espiritualidad laica”. Ambas posiciones aducen razones válidas a pesar de las diferencias y contraposiciones, porque en realidad están hablando de aristas distintas de una misma cuestión. Empero, la lógica debe suponer que siempre que se habla de espíritu no puede plantearse si procede de Dios o es un fenómeno humano independiente de toda creación. Si lingüísticamente la palabra usada es espíritu, ya se está aceptando la idea de soplo, aire, etc. y en esto se coincide plenamente con el texto bíblico

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en el sentido de que tanto el alma, y con ella, el espíritu, fue “insuflado”, esto es, “soplado” por Dios al cuerpo humano. Esto tiene más sentido que hablar de una mera fuerza o energía cuya naturaleza es imposible de conocer y definir a ciencia cierta. El conocimiento del espíritu como lo insuflado por Dios le hace más comprensible y concreto que una simple abstracción racional. En lo espiritual, como en otros fenómenos, siempre estará latente o patente la cuestión de la razón y de la fe. Pero lo que pocos parecen aceptar o abarcar es que no hay incompatibilidad entre razón y fe, pues ambas sirven para alcanzar conocimientos válidos cuando lo conocido no está en franca oposición con lo que puede ser real, verdadero y auténtico. Un sentimiento de fe como es la creencia en Dios, a pesar de su aparente intangibilidad, es tan patente que quienes lo detentan no dudan de su existencia. Y debemos decir que, sorpresivamente, más de la mitad de la humanidad tiene el mismo sentimiento, por lo que, estadísticamente, la fe pesa más que la razón pura. Especialmente cuando el creyente es un sabio completo. La creatividad y espíritu El pensamiento original Entre todas las facultades del ser humano, la creatividad ha sido siempre considerada como la más misteriosa y se llegó a creer que es de origen divino o dependía de algún poder oculto, por lo que se le interpretó una fuerza no controlada por la voluntad humana por medio de los recursos conscientes ordinarios. La creatividad se ha definido desde diversos ángulos, pero en términos generales se considera como la capacidad para realizar innovaciones valiosas a través del establecimiento de nuevas relaciones, la recombinación de las que se poseen, la adopción de medios y métodos originales, así como otros recursos. La creatividad no es la inteligencia en sí sino una de las tantas formas de manifestación óptima o excelente de la inteligencia. La diferencia entre los altamente creativos y los relativamente no creativos, no reside en la inteligencia, tal cual ésta se mide en los testes de inteligencia. El individuo creativo puede diferenciarse de los demás por sus rasgos de personalidad, puesto que tiende a ser introvertido, necesita de largos períodos de soledad y parece tener poco tiempo para lo que él llama trivialidades de la vida cotidiana y de las relaciones sociales. Son enormemente intuitivos e interesados por el significado abstracto del mundo exterior, más que por su percepción sensitiva. Muestran a menudo dificultad para relacionarse con las demás personas y suelen evitar los contactos sociales. Tienen inclinación a considerar que la mayoría de la gente ordinaria es necia, así como tendencias de dominio sobre los demás, lo que les aleja de establecer relaciones humanas en

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un plano de igualdad. Están relativamente liberados de prejuicios y convencionalismos y no les interesa particularmente lo que sus semejantes piensen de ellos. Tienen poco respeto por las tradiciones establecidas y por la autoridad en lo referente a su campo de actividad, prefiriendo fiarse de sus propios juicios. Obtienen a menudo resultados altos en los testes de “feminidad”, lo cual indica que tienen una mayor sensibilidad y son más conscientes de sí mismos y más abiertos a la emoción y a la intuición que el hombre medio de la cultura occidental. Creatividad e inteligencia Una característica importante de la mente creativa es la preferencia por la complejidad. A grandes rasgos, los creativos se agrupan en artistas y científicos. Las características fundamentales son las mismas en ambos grupos, pero en general el artista es más dado a expresar su inconformidad tanto en su vida como en su trabajo, que el científico. El artista informal es corriente, pero el científico anticonvencional es relativamente raro. Los músicos y científicos creativos tienden incluso, a ser más estables emocionalmente que las personas corrientes y, cuando esto no sucede así, su inestabilidad se manifiesta en forma de ansiedad, depresión, recelo social o excitabilidad, algo parecido a una neurosis plenamente desarrollada. Entre los artistas y escritores, el genio se confunde y se relaciona a menudo, con la locura. En esta categoría de personas se manifiestan con excesiva frecuencia neurosis graves, adición a la droga y al alcohol y diversas formas de locura. No existe mucha relación entre creatividad y cociente intelectual. Es perfectamente posible ser altamente creativo y tener una inteligencia normal o poseer una gran inteligencia y carecer de capacidad creativa. Creatividad y pensamiento No es nuevo que la realidad es tal en tanto y en cuanto es el modo como es percibida por una persona. Deepak Chopra dice: “cada pensamiento causa un cambio en el campo íntegro de la realidad. El cosmos está inteligentemente organizado por sí misma, y nosotros formamos parte de él. Porque cualquier aspecto de l realidad puede cambiarse al nivel quantum, alternando su información y energía. La tecnología para crear tales cambios está en la mente”. La teoría de Chopra es que cada pensamiento humano modifica la energía cósmica y causa cambios en la realidad. Personalmente pienso que cada vez que pensamos generamos un campo de energía que puede de algún modo actuar en torno nuestro. Al fin y al cabo somos moléculas fisicoquímicas conectadas al cosmos fisicoquímico. Esto hace que del algún modo la teoría de Chopra pueda ser posible, por lo menos, en el entorno personal.

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De otra manera, si el pensamiento de toda la humanidad cambiara el cosmos, éste sería un caos dada la potencia diversa del conjunto de pensamientos. Pero no hay dudas de que las comunidades que piensan siguiendo un eje natural y viven de un modo natural, crean un medio también natural y armónico con el movimiento del cosmos y sus habitantes respetan las leyes naturales. Contrariamente, todas las comunidades que viven violando el orden natural, consiguen un entorno conflictivo y modifican el medio. Todo ocurre como si fuera válido aquello de “dime cómo piensas y te diré cómo vives”. También es verdad el aforismo de que uno es lo que cree, piensa y siente. Pero no hay que olvidar que las cosas que constituyen a la realidad, entendiendo a la misma como el conjunto de cosas o entes que existen es una, única y no depende del pensar de nadie. Pero cómo cada uno atrapa a esa realidad es lo que cambia de persona a persona y, por lógica, el conjunto de esas personas cambiará a la realidad. No a la naturaleza de las cosas, sino al orden y al uso de esas cosas. Yo puedo con mi mente y mi pensamiento dinamizar una realidad determinada en cuanto a la forma de percepción individual. La misma realidad que comparto con otros, puedo vivirla de forma diferente. Esto lo grafica Chopra cuando afirma que una comida que me agrada y me hace bien, puede causar alergia a otro. La misma realidad para unos es positiva y para otros, negativa. Depende cómo la pienso y la vivo y cómo creo en ella. También Chopra hace referencia a aquellos que viven pensando en el pasado o en el futuro pero están ausentes del presente. La fijación en lo que pasó o lo que puede pasar pero aún no pasa son “apegos” que transforman nuestra realidad y nuestra existencia. La armonía de sentir el pasado y el futuro desde el presente, es lo que marca un estilo de vida que vive aprendiendo de los errores y los aciertos para proyectar lo que vendrá de mejor manera. La inteligencia de vivir consiste en saber y aprender a darle la dimensión correcta a los tiempos de la existencia que se viven cronológicamente (pasado, presente, futuro) pero reunidos en el tiempo íntimo o personal que no depende del reloj ni del almanaque sino de la trascendencia espiritual. Todo esto se logra con la mente y el instrumento intelectual es el pensamiento. Si modifico la realidad en forma inteligente es cuando soy creativo e intuitivo. Mi vida no es el simple transcurrir del tiempo cronológico sino el desarrollo inagotable de una conciencia omnipresente. Simplemente, al despertar todos los días, es la vigilia consciente de cada día la que construye mi vida. De ahí que no debo perder el presente como integrador de un pasado y proyectador de un futuro. Pero siempre construyendo hoy con el juego pleno de mi conciencia. Esto me obliga a estar despierto sobre lo que me ocurre a mí y lo que sucede en torno mío. No debo dejar pasa un solo segundo sin vivirlo plenamente y desarrollando todo el potencial de mi mente, esto es, de mi forma positiva de pensar. Esto es lo que llamamos pensamiento creativo

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e intuitivo. Creativo porque construye bien y correctamente e intuitivo porque sabe aprehender debidamente lo valioso. En lo relativo a la creatividad, se ha hablado de dos “estilos” mentales básicos: el convergente y el divergente: 1. El pensamiento convergente tiende a abordar los problemas de una forma lógica y a establecer relaciones convencionales. 2. El pensamiento divergente tiende a utilizar juicios ilógicos o “marginales” buscando soluciones innovadoras e inconformistas. El sistema educativo, en general, favorece el pensamiento convergente, o sea la inteligencia no creativa, en abierto detrimento del pensamiento divergente o creativo, porque el divergente es más pasivo, tímido, no comunicativo y algo indócil a las directivas de los profesores, siguiendo generalmente sus propios impulsos. Contrariamente el convergente se adecua con facilidad al tipo de trabajo que exige el aparato académico, sin poner en tela de juicio su orientación intelectual y pedagógica. La división entre divergente creativo y convergente convencional no es del todo absoluta, ya que hay zonas grises, pues hay algunos divergentes con rasgos de convergentes y convergentes con rasgos de divergentes. Esto indicaría que si bien pueden existir diferencias innatas e inalterables en los individuos en cuanto a su creatividad, la forma de pensar de los conformistas no se debe tanto a una incapacidad para el pensamiento original, como al temor de la posibilidad de parecer una “persona extraña” al entorno social y perder así la aprobación de la sociedad, por lo que opone resistencia a fiarse de la intuición antes que de la razón. Un componente alto en la creatividad es la independencia respecto a las opiniones de los demás, razón por que un gran número de gente altamente creativa opina después que los demás o no opinan permaneciendo indiferentes frente a la opinión de los demás. Otras formas por las que puede incrementarse la creatividad, están relacionadas con los estados mentales durante los que los individuos creativos tienen generalmente sus inspiraciones. El proceso creativo El proceso creativo es casi invariable: la mente del creador debe ser preparada previamente mediante la compilación de toda la información relevante sobre el problema que le preocupa. Habitualmente se producen intentos continuados de plantear el problema de una forma lógica, aunque evitando cuidadosamente aceptar ninguna solución convencional. Pero la respuesta en sí, la

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idea creativa, surge casi siempre cuando el individuo no está concentrado en el problema, sino que puede encontrarse en estado de “sueño despierto” o “ensoñación”. Los estados de monotonía que favorecen el ensimismamiento, como un viaje largo en tren u ómnibus, propician el trance creativo porque en esos estados de conciencia, las barreras del inconsciente caen y se dan rienda suelta a la imaginación y la fantasía y es precisamente del inconsciente, de donde surge la facultad para sintetizar ideas y pensamientos, más allá de los vacíos que la mente lógica es incapaz de llenar y para liberarse de la conformidad y lo convencional, liberando finalmente la creatividad de todas sus ataduras. (Rayner)130 Se han distinguido por lo menos, cinco grandes obstáculos que dificultan la generación de soluciones creativas: 1. 2. 3. 4. 5.

la incapacidad para comprender el problema en cuestión el olvido de los elementos que lo conforman los conocimientos insuficientes en torno a éste una firme creencia en reglas incompatibles con la hipótesis correcta el miedo al fracaso

En cierta forma, una persona con una inteligencia superior tiene mayores posibilidades de tener capacidades creativas, pero no siempre es así. Además, es posible que un individuo sea creativo sin ser inteligente o, incluso, que no presente rasgos sobresalientes en ninguna de las dos capacidades. En diferentes estudios se encontró que los individuos que sobresalen en inteligencia y/o creatividad, por lo general, muestran confianza en sí mismos, son sociales y parecen tener una actitud menos severa ante los errores, además de tener un buen rendimiento escolar (en el rendimiento escolar pueden haber excepciones como la de Einstein) Antes de terminar es necesario dilucidar definitivamente que pensamiento e inteligencia no es lo mismo, puesto que el pensamiento es un eslabón de los mecanismos intelectuales, probablemente el último, que permite a la inteligencia manifestarse. Pensamiento, juicio, raciocinio, conceptuación, son parte de los mecanismos de expresión de la inteligencia, la cual, sin dudas, es mucho más que todos esos mecanismos y por lo tanto no son abarcables en toda su dimensión por el pensamiento. Es importante recordar sobre el significado de la vida y la creatividad, lo que agrega Paulo Coelho:131 “Creo que los hombres perdimos el sentido mágico de la vida, el hecho de que la realidad es algo más que lo que podemos ver y tocar. La magia es un lenguaje simbólico pero muy empobrecido por la interpretación que hacen de ella. Todo es mágico. 130

Rayner, C. – LA MENTE HUMANA, Editorial Hyspamérica, España, 1986 Charlab, Sergio – EL ALQUIMISTA DE LAS PALABRAS, entrevista publicada en Selecciones Reader‟s Digest, edición argentina de octubre de 2002 131

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Pero una cosa es entenderlo y otra explicarlo. ¿Alguien puede decir qué es el amor...? Nadie. Y el amor es un sentimiento mágico de la vida. Entre las personas hay, por ejemplo, emociones que puede interferir mucho más que los hechos concretos. El hombre quiere crear un universo manejable y predecible, pero en el fondo siempre luchó contra esa tendencia a reducir la vida a lo material. Todos poseemos un potencial creativo que se puede aplicar a un libro, a la música, a la edición de una revista, a la creación de un software o a la jardinería. La creatividad es un don de las personas. La gente empobrece la vida cuando tiene miedo a usar su creatividad, porque la creatividad implica asumir la responsabilidad de lo que hacemos. Algunas veces esta capacidad me asusta y, en otros momentos, me ha traído problemas. Pero, gracias a Dios, se continúa manifestando. La espiritualidad es un camino personal que no tiene nada que ver con la religión formal. Es enfocar la vida en la comunión con Dios. No se trata de convertirse en una persona mejor, no es un proceso acumulativo de dejar vicios y sumar cualidades. La trascendencia es poder cambiar la forma sin modificar la esencia. Es entender que su identidad continúa, pero que usted es otra persona cuando trasciende sus limitaciones. Es una conciencia de la propia dignidad, de ser parte de la creación y de que uno merece lo mejor, pero sobre todo, de que puede estar en comunión con Dios. Eso le da a uno la sensación de la propia vida tiene sentido. Con estas últimas reflexiones, cerramos este parágrafo donde se intenta mostrar como mente y cuerpo están íntimamente entrelazados y cuales son los órganos susceptibles de crear los procesos mentales y la diferencia que hay entre esencia de la inteligencia, los mecanismos que usa para manifestarse y sus diferentes formas de manifestación, para evitar dualismos y concepciones equivocadas sobre qué es la inteligencia. Asimismo, todo esto considerado en bloque, involucra el concepto de espíritu. La ciencia que produce la mente humana nos habla de un círculo de materia y energía, pero no alcanza a definir qué es la energía en sí. La imposibilidad de encontrar una idea definitoria, nos coloca en un plano controversial. Si no podemos definir qué es Dios y la inmortalidad, sino podemos definir que es el alma y la energía ¿cómo podemos aventurar los efectos misteriosos de estos conceptos? Por lo tanto, para alcanzar una idea de lo absoluto, tenemos que basarnos en algunos relativos y esos relativos no pueden ser frutos de una razón sino de una fe. La fe, como facultad del hombre, puede estar en una cosa material (fe humana) o en una cosa inmaterial como es la religión y Dios (fe religiosa). En este terreno, la fe, como la filosofía y toda ciencia especulativa, de alguna manera debe basarse en las creencias. Las creencias están básicamente regidas por un sentimiento o una emoción, pero no es lo mismo una creencia basada en meros supuestos sin un

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sustento racional que una creencia que trata de seguir una racionalización. Si un misterio no puede ser razonado, al menos debe admitirse en forma razonable. Lo razonable no es buscar el sentido de la esencia, sino la explicación de la forma. No puedo, en este caso, explicar lo que el fenómeno es en sí, pero sí puedo describir cómo se presenta. La vida, el alma, las creencias, la fe y todo lo abstracto relacionado con un absoluto, no es fruto de una razón sino un fenómeno dado al que podemos describir cómo se presenta y aceptar o no lo que propone. Pero lo que no podemos hacer es negar el fenómeno, ni muchos menos depreciarlo simplemente porque no se ajusta a razones concretas sino que tiene formas relativas. Lo absoluto sí es una creación de la mente humana y de la razón. Lo relativo es la cualidad de todo lo existente. Por esta nota, la razón en sí es una facultad absoluta, pero su funcionamiento siempre será relativo. Digamos esto de otra forma: una cosa es la facultad de razonar y esto es lo absoluto y otra cosa es el contenido de la razón y esto es lo relativo. Mientras la razón deje los conceptos como relativos, éstos tendrán vigencia perenne pues la relatividad es la esencia de su forma. Pero cuando se intenta hacer absoluto lo relativo, acá es donde fracasa todo intento y las ideas hacen agua por todos los costados. Lo que a Russell le parece indestructible por la construcción de su razonamiento, en realidad no llega a ser tal cosa porque olvidó la contrapartida como otro fenómeno opuesto al fenómeno que el considera. La fe y la razón son dos fenómenos innegables. No se puede menospreciar a uno en función del otro. Hay que verlos como parte de un mismo bloque. Por lo tanto, lo razonable es aceptarlos a ambos y, en el caso de tomar partido por uno u otro, hacerlo con la claridad de conceptos suficientes para saber que se acepta ser simplemente crédulo por una cuestión volitiva, pero que esto no descarta la existencia de la razón, y viceversa. Pero denostar la razón simplemente por que se tiene fe o despreciar la fe porque sólo se cree en la razón, es tan necio como negar la existencia de las dos. En esto nos ayuda Paul Brunton132 cuando afirma: “los datos parciales sólo pueden llevar a resultados parciales. Sólo la totalidad de los dados puede llevarnos a la verdad perfecta”. La última reflexión: fe y razón no son simplemente valores o virtudes que dependan de la evaluación de la conciencia, la ética y la moral. Son dos fenómenos existentes que están por encima de toda axiología. Esto no obsta para que a ellas se les aplique una escala axiológica o un criterio ético o moral. Pero quede bien en claro: ambas están por encima de todas estas cosas. De igual manera ocurre con el fenómeno alma, como expresa la palabra. Existe y punto. Si es mortal o inmortal es harina de otro costal, pero lo que no puede admitirse es confundir a su instrumento u obra, el cerebro, como el autor de la misma. 132

LA BÚSQUEDA DEL YO SUPERIOR, Editorial Kier, Bs. As. 1987

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Es tan ilógico decir que el alma es superior a la materia como afirmar que la materia ha creado el alma. Ambas son estupideces inadmisibles. Lo cierto es lo fenoménico: ambas existen y se necesitan mutuamente para demostrar su existencia. Sin materia no se manifiesta el alma. Sin alma no se organiza la vida. A pesar de interactuar siguen siendo independientes. Por eso hay energía o fuerza no materializada y por eso hay materia inerte que sólo se somete a transformaciones ambientales en las que no interviene ninguna energía intrínseca. El reino del espíritu Interacción entre las facultades del espíritu En todos nuestros escritos hemos insistido en el ser carnoespiritual del hombre y en esta esencia prima, reina, el espíritu. Sostuvimos que el hombre era una especie de unidad sellada donde actuaban en bloque la inteligencia (como razón o pensamiento), la voluntad y el sentimiento o afecto (los tres componentes del espíritu según Bertrand Russell). Así, la inteligencia o pensamiento es la sede del conocimiento y desde ahí se pone en acción la voluntad y el sentimiento. Todo funciona de forma tal que la inteligencia motiva al sentimiento y a la voluntad o, viceversa, cualquiera de ellas puede motivar a las otras. De esta acción surge que, para que el espíritu funcione en armonía, deben interactuar las tres esferas. Pero nunca el resultado de estas interacciones será lo mismo. Por ejemplo, cuando la inteligencia pura, como razón recta, es decir, usada en forma acorde con su naturaleza, es la que motiva el sentimiento y la voluntad, estamos en presencia del surgimiento de un acto racional, propio del ser humano. Pero cuando la voluntad es el eje motivador de la inteligencia y el sentimiento, acá lo primero es el fin que la voluntad quiere alcanzar y puede ocurrir que una fuerte intención o deseo nazca para alcanzar una meta irracional Esto significa que lo querido no está dentro de la recta razón, aunque esté apoyado por el sentimiento o afecto o la emoción. Puede ocurrir así porque en esa situación no se impone la razón ni el sentimiento moderado, sino sólo el empeño como acción para obtener un objetivo deseado bajo una emoción o sentimiento fuerte. Esta emoción o sentimiento por su ímpetu es una fuerza arrolladora que abate todo raciocinio para actuar irracionalmente como pasión malsana. Es lo que ocurre cuando el objetivo a alcanzar es el poder, la riqueza o la posesión del cuerpo de otro ser humano que ha despertado una fuerte atracción, o la consecución de bienes ajenos por cualquier medio (guerra, saqueo, delincuencia, etc.). Esta conducta negativa obnubila toda razón voluntariamente y también, voluntariamente, da rienda suelta a los bajos instintos y anula todo noble sentimiento o sentido de honor y una conducta axiológica, es decir, guiada por el eje de los valores humanos.

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Pero cuando el fin apetecido por la voluntad es bueno en sí o tiene una justa causa (fin debido), la voluntad recurre a la recta razón y se rige por la inteligencia volitiva y con el mesurado sentimiento, afecto o emoción que corresponde a un acto inteligente. Su efecto o acción puede ser tan arrollador, vehemente o apasionado como el acto o fin indebido, violento, irracional o instintivo. Sólo cambia el resultado. Mientras lo irracional conduce al daño o mal (rara vez o por azar puede generar algo bueno), lo inteligente casi siempre desemboca en el bien y la felicidad. En otras palabras, un acto bueno o un acto malo se diferencian rotundamente por la calidad del producto final. El daño de un mal acto escandaliza e impacta, a veces, más intensa e inmediatamente que el bien de un buen acto. Esto es, porque el daño, como un huracán, pasa y devasta. El bien, como bálsamo, necesita un tiempo mayor para actuar. Cuando el hombre puede reconstruir el daño generado por una acción indebida, tarda más tiempo en hacerlo, que el empleado por la destrucción dañina. Si el mal no aniquila ni afecta a todos y es resarcible, con el tiempo se transforma sólo en un recuerdo del pasado o hecho histórico, según su magnitud. Contrariamente, el efecto de un acto bueno suele ser un producto más duradero y cuando el beneficio alcanza, en forma directa o indirecta, a muchos o a todos, permanece en la memoria para siempre, más que en el contexto histórico. El mal siempre es sólo recuerdo, mientras que el bien se goza todos los días. Incluso, en el mal siempre se evoca al autor, mientras que el bien puede tener un autor anónimo o bien no siempre está presente en el recuerdo. Lo mismo que la razón y la voluntad, cuando sólo el sentimiento es el que comanda un acto, sobre la razón y la voluntad, no existe un acto equilibrado. Esto ocurre normalmente en el hombre en general. Los actos puramente emocionales o instintivos pueden generar efectos diversos y opuestos. Por ejemplo, si la emoción es violenta y negativa se imponen los bajos instintos con anulación total de la razón y con un desenfreno de la voluntad. El acto irracional e instintivo, incontrolado, siempre produce un daño a alguien o a muchos, o a todos. Pero si la emoción es positiva, puede ocurrir que anule, o no, a la razón y a la voluntad (lo que ocurre en el éxtasis, misticismo o inspiración). Cuando pone en marcha la voluntad, aunque no esté regida por la razón, generalmente lo hace para un acto creador o un fin impulsivo pero bueno. Comparando ambas situaciones veremos que la emoción violenta es brutal y bestial que más que huracán es una tromba o vorágine que pasa con gran rapidez, a veces segundos, pero la fuerza violenta es mucho mayor que en cualquier otro acto racional, inteligente y afectivamente moderado. Contrariamente, el buen sentimiento positivo, también puede desatar una acción apasionada que puede ser arrolladora o no, nunca alcanzará el ímpetu de la fuerza dañina. Toda buena acción es tal, precisamente, por ser armónica y equilibrada y estas dos condiciones excluyen lo violento.

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Quizás el mayor desborde de la humanidad, en los siglos XX y XXI, haya sido la emoción irracional. Por eso, Goleman133 propone el control de la emoción mediante la inteligencia. Pero el llamado de Goleman va más allá de un simple control inteligente de la emoción, pues es una nueva concepción de la inteligencia, la cual está más cerca de los clásicos filósofos griegos que de los conceptos utilitarios de la psicología contemporánea, la cual confundió a los mecanismos intelectuales, que son el instrumento con que se manifiesta la inteligencia, con la inteligencia misma. Goleman rescata el valor de la inteligencia como facultad espiritual especial, única e irremplazable y le asigna el papel rector propio de su esencia, sobre las otras dos manifestaciones espirituales: la emoción (afecto, sentimiento, instinto) y la voluntad. Es la inteligencia la que debe regir el sentimiento y la voluntad y no al revés. Esto no significa que sentimiento y voluntad necesiten el consentimiento de la inteligencia para estar presente. Significa que cuando el sentimiento o la voluntad se manifiestan deben coordinar con la inteligencia su acción. De igual modo, la inteligencia para manifestarse, debe ir acompañada del sentimiento y la voluntad. Y como un eterno retorno, volvemos al principio: el hombre es una unidad sellada donde su espíritu actúa en bloque y en forma armónica. Luego, la inteligencia, única potencia humana exclusiva, es la energía sin moldes que debe aplicarse concretamente a otras facultades mentales y espirituales del hombre para coordinar y equilibrar la vida interior (mismidad) del hombre, con su vida exterior (existencia). El equilibrio espiritual es la mente sana y, como ya es conocido y aceptado, si la mente regula el cuerpo, una mente sana originará un cuerpo sano y no en forma contraria (muchos psicóticos gozan de muy buena salud corporal). Una enfermedad puede afectar al cuerpo en forma independiente de la mente y este cuerpo enfermo, indirectamente, afecta al cerebro y, con él, a la mente. Por ejemplo, una infección genera fiebre y la fiebre obnubila la mente o un coma puede anular la mente consciente. De igual modo, una mente enferma por una psicosis o un desarrollo anormal (trastorno) enferma al cuerpo. Pero cuando la mente funciona bien y a pleno, la posibilidad de que el cuerpo enferme es menor o nula. Y en el caso de que enferme, aun gravemente, la mente sana puede ayudar a curarlo. Esta interacción mente-cuerpo, debidamente comprobada por la ciencia es insoslayable, como también lo es que la mente es el instrumento exclusivo del espíritu. Conceptos aspectuales y conceptos holísticos Desde otro punto de vista, sólo la salud mental es rectora de la salud corporal. No ocurre a la inversa, pues no siempre un cuerpo sano produce una mente sana, ni más inteligente. De ser así, cualquier buen atleta tendría más posibilidades de ser un gran pensador o filósofo que un hombre con cuerpo enfermo. Pero lo cierto es que los grandes filósofos no fueron atletas importantes y muchos de ellos padecían enfermedades corporales. De este modo, Goleman rescata el único 133

Goleman, Daniel – LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

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sentido de la inteligencia: que sea la gran rectora de todas las otras facultades mentales, espirituales y físicas del hombre. Pero esta inteligencia no es una facultad meramente operativa ni mecánica que sólo sirve para desarrollar un aprendizaje, guardar memoria, crear algo o realizar una operación matemática. Estas cosas dependen más del intelecto (el instrumento de la inteligencia) que de la inteligencia misma. Esta distinción es básica para comprender porqué muchos desarrollan el intelecto pero no la inteligencia y con ese superintelecto realizan actos operacionales impresionantes como puede ocurrir con la ciencia y la tecnología en general. Pero esas actividades no pasan de ser una visión aspectual del universo y la vida misma. La totalidad, lo holístico, el macrocosmos, o como quiera llamársele a todo el fenómeno vital total (vida en general del planeta) está en dirección del pensamiento totalizador, englobador, abarcador, envolvente y la meditación profunda y global. Esto escapa, en forma abismal, del pensamiento aspectual del científico, pues el pensamiento holístico no está supeditado a ningún parámetro, ni es mensurable ni puede ser sometido a experimento y comprobación. De su contacto con el pensamiento aspectual sólo pueden distinguirse dos acciones: que a veces usa la inducción y deducción. Por estas diferencias, una de las disciplinas humanas más cerca del pensamiento totalizador es la filosofía. Esa condición ha llevado a pensar que la filosofía es la madre de todo saber y de toda ciencia. Nosotros disentimos en parte con este aspecto porque si por ciencia entendemos lo que definen los diccionarios o la aplicación práctica de la misma, a corto plazo distinguiremos que la ciencia nunca puede ser englobadora porque su función es analítica esencialmente: debe desarmar un todo en sus partes para distinguir las mismas. Rara vez realiza síntesis, salvo que sea con un fin puntual. Por estas cualidades siempre es aspectual. Mientras que a la filosofía es casi imposible someterla a un método científico, pues ni la lógica ni la epistemología alcanzan a abarcar toda la manifestación filosófica. Siempre es lo contrario: es la filosofía la que puede sintetizar, analizar y abarcar toda la totalidad científica. Pero esta función filosófica totalizadora no significa que la filosofía haya originado a la ciencia ni que sea una ciencia en sí. En síntesis: la inteligencia o el pensamiento humano puede generar muchas acciones y crear obras. Pero una cosa es una acción científica y otra una acción filosófica. Ambas son hijas de la inteligencia y la creatividad del hombre. Pero sólo la filosofía es la que está más cerca del empleo natural de la inteligencia y de la esencia del hombre. La ciencia pasa y cambia. La filosofía queda y se perfecciona en su manifestación pero las cuestiones filosóficas son siempre las mismas. Nunca cambian. Sólo que se interpretan cada vez mejor, con la experiencia histórica. Otra diferencia fundamental entre ciencia y filosofía, es que la ciencia puede ayudar o degradar al hombre. La filosofía tiende a la perfección espiritual, esto es, a la perfección de la

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manifestación esencial del hombre (acción inversa a la del sofismo, el cual puede llegar a confundirse con filosofía). La ciencia contribuye al confort y a una mejor calidad de vida humana, pero destruye el medio ecológico, genera armas mortales y productos artificiales que terminan siendo armas de doble filo. La superación espiritual en cambio, siempre beneficia al hombre. Esto lo enseña claramente la historia. Las grandes civilizaciones decayeron cuando llegaron a la cumbre de sus logros instrumentales o científicos. Todas las grandes civilizaciones que sobrevivieron en la historia, lo hicieron por su arte o por su pensamiento o filosofía. Como prueba irrefutable de esta aseveración es el ejemplo de los griegos, hebreos, latinos y orientales que trascendieron todas las épocas históricas y se proyectan en la actualidad con sus conceptos intactos a través de los siglos. Nosotros podemos adoptar esos conceptos tal cual o recrearlos para adaptarlos a cada generación.134 Puede que el tiempo, a veces, atenúe u oculte el influjo de esas ideas, pero, como el ave Fénix, las mismas resucitan con mayor o menor fuerza, según las épocas históricas. Ciencia y sabiduría Si bien la ciencia expande el universo físico, la inteligencia expande el universo mental (Bertrand Russell). El conocimiento científico es impresionante por su gran cantidad y profundidad, pero no es el tamaño de las cosas lo que debe impresionar a los sentidos, sino la calidad de las mismas. Siempre lo colosal impresiona a los sentidos, pero la vida creativa y espiritual nace y crece, paradójicamente, anulando a los sentidos.135 Por esta causa, Russell piensa136 que la voluntad y el sentimiento deben marchar al ritmo del pensamiento (inteligencia) de forma tal que el espíritu del hombre debe crecer más que su conocimiento circunstancial de las cosas. Pero el hombre de hoy está tan ensimismado con el juguete tecnológico que olvida la dimensión espiritual y más aún: el juguete tecnológico embota su espíritu y anula la inteligencia. Lo llena de un falso orgullo y de una soberbia sin par cuando afirma ufano: “a la ciencia nadie la para”. Pero nosotros estamos atento a esa “moda tecnológica” que pretende ser avasallante y hemos observado que si bien hay una tecnología de confort (calefactores, refrigeradores, vehículos increíbles, electrónicos fantásticos) también hay armas sofisticadas muy mortales que diezman en cada guerra o guerrilla a pueblos enteros, la manipulación de la vida y la enfermedad trae una pequeña cuota de progreso y una gran secuela de daño no apreciado en su verdadera dimensión, pues queda opacado con los brillantes pero magros resultados positivos (se alarga la vida del hombre, pero empeora la calidad de esa vida alargada). Incluso, la llamada ciencia económica y 134

Ortega y Gasset – EN TORNO A GALILEO Teoría Newberg-D’Aquili 136 Bertrand Russell – EL UNIVERSO MENTAL EXPANSIVO, 1964 135

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política con sus doctrinas actuales destruye a media humanidad con el desempleo y el hambre. En cierta medida, estas tecnologías actuales, son una gran mentira de la ciencia, cuyos resultados son espeluznantes, pero falsos cuando afirma que trabaja para mejorar la vida del hombre. Su producto final no es armónico ni equilibrado. En cuando a su lema soberbio de que a la ciencia “nadie la para” es otra falacia: la naturaleza está mostrando ya que no todos los transgénicos son la panacea de males ni las clonaciones son perfectas, pues los animales están muriendo, se enferman de artritis y sufren progeria (vez prematura). El primer defecto de los transgénicos (alimentos y medicamentos) son en primer lugar el precio y en segundo es que sus efectos primarios (los alimentos paliar el hambre y los medicamentos curar) no se cumplen. Ningún pueblo hambriento puede pagar el costo de los alimentos transgénicos.137 Los medicamentos transgénicos, además de su costo alto, no han logrado curar principalmente a las enfermedades para las cuales estaban destinados, porque sus moléculas deben ser continuamente modificadas para buscar vanamente un efecto mejor. No es mucho lo que se avanza, porque apenas se supera un problema, la naturaleza plantea otro. En el caso de la medicina, se aduce que ciertos medicamentos crean “resistencia”, esto es, genera células o gérmenes cada vez más patógenos y virulentos. Desde un punto de vista social, la tecnología trae una nueva discriminación entre pobres y ricos. Quien tenga dinero recibirá una tecnología apropiada. Quien carezca de él, no recibe tecnología o recibe la menos efectiva. Son muy pocos los pobres que mediante colecta popular, subsidio estatal o “generosidad” de algún profesional, pueda usufructuar una tecnología de costo salvaje e inalcanzable. La expansión del conocimiento no es progreso en la concepción de Russell, sino sólo eso: mera expansión y generalmente va en detrimento de la expansión de la vida espiritual (racional, afectiva y volitiva). No debemos confundir, en esta cuestión, erudición con sabiduría, dice un viejo aforismo. Erudición es sólo “conocer mucho”, mientras que sabiduría, como lo dice la etimología de la palabra, es “saber mucho”. Para Russell, la sabiduría “es la armonía del conocimiento, voluntad y sentimiento” de forma tal que estas dos últimas facultades expandan en la misma dimensión que la primera. La filosofía, a diferencia de la tecnología, aun la mediocre, siempre ha aportado algo positivo a la humanidad y al progreso espiritual. Mientras que el progreso material tecnológico también ha dado mucho a la humanidad, pero con el tiempo tanto progreso material destruye al espiritual y la secuela final es mayor daño que beneficio. Basta repasar al mundo en este comienzo de siglo XXI para poder entender este aserto.

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Además, los alimentos transgénicos han cambiado sus caracteres organolépticos y la reproducción de semillas transgénicas determinan productos muy deformados en calidad, tamaño y condiciones organolépticas (color, sabor, consistencia, estructura carnosa, etc.). Por otro lado habría que averiguar si los fitoquímicos como el caroteno y el licopeno de los tomates, dado que la transgenia aminora el color, supuestamente deben determinar una tasa menor de esos fitoquímicos)

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Espíritu y religión Toca finalmente hablar de religión. No se puede tratar el reino del espíritu sin tratar el fenómeno religión, no bajo la lupa de la fe, sino con el mero análisis de “algo que existe efectivamente”. En esta cuestión, Russell nos pone un ejemplo (a nuestro entender no muy ilustrativo, dada su tendencia al rechazo del rito religioso) en el cual nos dice que en el día domingo de la semana, se nos manda amar a nuestro prójimo. En realidad, el precepto católico es el que propicia el culto del domingo (pues protestantes y judíos lo hacen el sábado) y dicho precepto no indica expresamente que es el único día que debemos amar al prójimo, sino nos dice que debemos honrar a Dios, asistiendo a su culto religioso, en este caso, la misa. Pero en el actual rito dominical, en la misa se impulsa a que cada católico se bese y dé la mano a los que le acompañan en el culto. El mismo Russell resalta que el mandato religioso o precepto, no obliga taxativamente a seguir amando al prójimo (ni a rendir culto a Dios). Esta es una apreciación muy parcial del filósofo, en lo referente al culto católico. Pero podemos rescatar de ella que probablemente se quiere advertir sobre un divorcio entre vida y religión, un fenómeno patente entre los creyentes en general. Últimamente, y en algunos siglos anteriores de la historia, la religión se transformó en algo meramente ritual y la prédica religiosa se transforma en un recitado mecánico, con mayor o menor retórica y declamación, pero sin textos convincentes. En parte por el rito y en parte por la prédica anquilosada, la conducta de los fieles también termina con un cierto mecanicismo y la exteriorización de la fe es más notoria en el rito y en el templo, que en la vida cotidiana. Al abandonar el templo y el rito, los creyentes se transforman y siguen con sus egoísmos naturales. El dolor de Russell puede tener origen en la deformación de la doctrina cristiana que claramente obliga a amar a Dios y al prójimo sin cortapisas. Pero hoy esto no es así ni para infieles ni para creyentes. Muchas iglesias se rigen más por lo económico que por lo religioso y espiritual, bajo pretexto del diezmo, el que va a parar en templos suntuosos. Lo observado por el filósofo inglés es que muchos “creyentes dominicales” se comportan como “ateos de los días hábiles”, pues parece ser que de lunes a sábados no rige Dios ni los deberes de caridad con el prójimo. En algunos casos hasta parece no existir ni el prójimo. Lógicamente todo lo dicho es en forma general y se excluye de estas observaciones a los fieles que son la excepción que toda regla tiene y se comportan debidamente como lo manda su religión y los preceptos eclesiásticos y evangélicos. Como corolario de sus observaciones, Russell deduce que “hasta ahora el daño que podíamos hacer a nuestro prójimo esta limitado por nuestra propia incompetencia; pero en el nuevo mundo en que estamos entrando, no habrá tal límite y la indulgencia con el odio sólo podrá conducir al desastre final y completo” Uno de los propósitos del hombre actual y desde siempre, ha sido alcanzar algún tipo de poder, pero una vez que accede a esos “poderes”, sobre todo si éstos son amplios o inmensos, se

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plantea el interrogante del fin o modo con que deben usarse. La historia ha demostrado que el poder o la fuerza excesiva bestializan al hombre, lejos de perfeccionar su espíritu. Existieron hombres muy poderosos que intencionadamente, o no, hicieron posibles muchos males. Uno de estos poderes puede ser el científico y quizás dentro del poder científico el logro del dominio sobre el átomo fue uno de los más nefastos. La desintegración del átomo y su la liberación de su fuerza, en la práctica significaron pocos adelantos beneficiosos, pero acompañados de consecuencias muy graves como la contaminación ambiental y la bomba atómica y similares. La destrucción sesgó más vidas que las salvadas o las beneficiadas por la energía atómica. Este mal fue el que llevó a sus creadores a arrepentirse de él y el temor a un desastre mayor (y no la razón o la bondad) impulsaron a frenar la destrucción atómica. Todo funciona en la historia como si la mayor parte de la humanidad ha sobrevivido, en cierta forma, gracias a la ignorancia y la ineficiencia sobre el saber científico y el poder que éste desata. Contrariamente, los países “avanzados” científicamente han roto límites que tenía el poder científico para el mal y han difundido la destrucción y la muerte dentro y fuera de sus confines geográficos (llegando, incluso, al espacio extraterrestre). Hoy no es tanto el átomo como el manejo de la célula y su genoma. La predominancia de la biología también genera algunos de los males que ya hemos comentado como la transgenia y la clonación. Vistas las cosas así y la expansión maligna de determinados poderes que conllevan la destrucción y el mal, es aquí donde debe comenzar a reoperar la inteligencia, sentimiento y voluntad del hombre, para que el reino del espíritu imponga su cordura al reino de la materia. Pero este resurgimiento debe ser auténtico y no peor que el mal que intenta detener. Decimos esta advertencia porque el crecimiento demográfico ha desarrollado una competencia feroz entre los distintos países y dentro de ellos, en los diferentes grupos sociales. Se conoce que para regular las relaciones interpersonales se necesitan una cierta ética y moral, pero el uso de esos valores ha dado lugar a una dualidad que se denomina la “doble” moral o ética: la que aplicamos para nosotros y nuestro grupo y la que implantamos para otros. Uno de los mejores ejemplos son los llamados “países imperialistas”138 donde la comunidad del país “invasor” tiene libertad plena y el ejercicio irrestricto de sus derechos, mientras que los países sojuzgados a su imperio sólo padecen restricciones, obligaciones y sumisiones, sin derechos, al menos, de la misma calidad que usufructúa el país sojuzgante. Otro caso es el de la clase dominante en un país que detenta el poder político, económico y social que reserva para sí prebendas, privilegios y los mejores derechos en detrimento y negación de los derechos del resto de la población.

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Aquellos que además de regir su territorio nacional propio, toman injerencias en territorios ajenos ya sea a través de su posesión directa de territorios o en el manejo con expoliación de sus bienes o de su economía y política, a los cuales explota de alguna forma.

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La ley natural que básicamente pide no robar ni matar, ni crear esclavitud queda así limitada por la ambición humana que tuerce todo destino y ley para favorecer sus intereses más mezquinos. Pero la culpa acá debe repartirse en parte con el agresor que usa indebidamente el poder y, en parte, con el agredido que no aprende o rehúsa ejercer su libertad para liberarse o no caer en el lazo opresor. Por estos hechos, Russell concluye que la vida espiritual o emocional “se halla condicionada en un grado que hoy es biológicamente desventajoso en virtud de esta oposición entre tribu propia y la ajena, contra la cual se compite colectivamente”. Tradicionalmente, la “prosperidad económica” consistió en exterminar a una tribu rival y, en algunos casos de “canibalismo”, se debió “comer” a los contrincantes para asegurar su efectiva aniquilación y la posesión definitiva de sus bienes (botín de guerra), al fin de que no reclamaran ni las tierras ni las riquezas apropiadas y así aumentaba la riqueza, el poder y el confort del pueblo agresor. Las ventajas de la “conquista por la fuerza” ha sido siempre el leiv motiv o motivo principal para toda guerra o conflagración. Pero la inteligencia, en concordancia con la voluntad y los sentimientos, nos indica ahora que todo el poder militar, tecnológico y económico de este “sistema conquistador” nos lleva a la autodestrucción porque el enemigo al cual ataca, si no lo aniquila totalmente (genocidio), de algún modo ese “enemigo” puede provocar una contraofensiva también dañina y destructora. Esto ocurre porque se aplica la venganza y la ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Es lo ocurrido con la intervención en los países árabes y orientales (Vietnam, por ejemplo) lo que ha generado guerrillas muy devastadoras o un terrorismo incontrolable. El retorno de la violencia no soluciona el conflicto, sino más bien lo agrava y paulatinamente sume al mundo en una lucha continua, “sin parar” que lo mantiene en vilo con guerras, guerrillas y actos terroristas y de la delincuencia. La venganza no debe ser reprimida con el “ojo por ojo” sino esto genera un ciclo vicioso de nunca acabar. No hay que reprimir una reacción justa o injusta, sino buscar las causas de los conflictos y solucionarles en forma tajante y sin cortapisas. Hoy la sensatez o retorno al sentido común más elemental nos está diciendo que la convivencia progresista del mundo debe ser pacífica, tolerante, no discriminante y solidaria con el sufrimiento, las necesidades y carencias ajenas. Para esto es necesario recuperar la fuerza espiritual que guiada por un sentimiento de amor, use en forma inteligente la voluntad para evitar la agresión y/o el conflicto, para transformarlo en una cooperación de beneficio mutuo. Así inteligencia, sentimiento y voluntad, en suma, el espíritu humano debe estar al servicio de aplicarse a conseguir las cosas buenas y útiles en lugar de empeñarse en la ofensa brutal. El siglo XXI puede ser el pivote que nos lleva al reino del espíritu guiados por la inteligencia o al abismo de la mayor estupidez o necedad por ausencia de la sensatez o sentido común. La estupidez es la que nos priva de la condición de humanos para despersonalizarnos y hacernos inhumanos. O se trabaja con el sentido que lo hace el cuerpo humano, donde todos los órganos, aun los más opuestos, realizan su función para mantener el equilibrio y la salud, o nos

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empeñamos en desincronizar el funcionamiento orgánico de la humanidad y llevar a la “corporación humana” a la enfermedad, el sufrimiento y su aniquilación o muerte, en un mundo donde el odio puede más que el amor. Filosofía, existencia y reino del espíritu Todo conocimiento, cualquiera sea su naturaleza, es bueno si se integra como sabiduría y no como simple erudición, llevando de guía el “ordenamiento natural del saber”, y en el concepto de Russell de la “integración total” con la inteligencia, el sentimiento y la voluntad, en el más recto sentido de las mismas. Si bien Sócrates sostenía que el conocimiento sería suficiente para producir el hombre perfecto, no debemos olvidar que para los griegos el “conocer” era la sabiduría (sofía). Por eso debemos hacernos amigos de esa sofía (filosofía) Como colofón de este trabajo debemos reconocer cosas obvias como que vivir no es cosa fácil. Existir no lo es menos. La crisis que hoy padece el hombre y el mundo es la misma de siempre. Ni la tecnología ni ninguna actividad científica nos cubren espiritualmente, y materialmente seguimos tan desnudos como Adán y Eva, pero sin el paraíso terrenal. Sólo hemos conservado todos los pecados. Los de Adán y Eva siguiendo por los de Caín y su descendencia. Conservamos la inteligencia, pero también el instinto; la fe junto con la incredulidad. ¡Cuántas antinomias! Los absolutos del Mal y del Bien, de la Verdad y la Falsedad, del Amor y del Odio, de la Solidaridad y la Indiferencia están en y con nosotros conviviendo desde el principio. Pero la Sabiduría es la única que no nos acompaña a todos y en forma permanente. Como al día le sucede la noche, hay en nuestras vidas luz y sombras. Y esa vida transcurre con ritmos circadianos:139 plena de cambios rápidos y continuos, de posibilidades ciertas e inciertas y de consecuencias gratas e ingratas. Pero, últimamente, en el escenario de la vida hay más espectadores que actores, junto con la comedia y la tragedia. Como Shakespeare lo pensó, el mundo parece más un teatro de ficción que algo real. ¡Vivimos enajenados y con nuestras dicotomías! Hemos tenido en nuestra humanidad hombres ilustres, ejemplos del poder de la Inteligencia y del Bien, pero lo que más abundaron son los que profesan la Irracionalidad y el Mal. Existieron y existen grupos sociales armoniosos y estables. Pero siguen en minoría. La Gran Humanidad está desorientada y fluctuante, sin un norte cierto y seguro. En ella no está vigente la Inteligencia y el Amor sino la falsedad, la vacuidad, la desesperación y la incertidumbre de su propia inseguridad. Con este cuadro, las presuntas islas de profundidad humana son sólo eso: islas. Están rodeadas por un océano inmenso que no es la tierra fértil fecunda en bosques hermosos, ni flores, ni aves, ni sembradíos bendecidos por la naturaleza. Sólo es un mundo 139

Los ritmos fisiológicos diarios que regulan todas nuestras funciones

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de seres sumergidos, algunos bellos pero otros repugnantes. El resto es agua monótona, no potable que se conforma con sufrir los vaivenes naturales y del firmamento y su belleza, sólo tiene un mero reflejo. Pero no son aguas tranquilas sino agitadas por vendavales devastadores. La ruindad de su propia furia no es compensada por la belleza y la paz que sigue a la tormenta. Aun sin tormentas, esas aguas viven agitadas por olas pequeñas o gigantescas, donde el hombre se mece pero no puede completar una vida. Si bien en las islas hay belleza, vida y amor, también existe el Sufrimiento. Pero en el océano hay únicamente lucha para sobrevivir, pues el “pez gordo se traga al pez chico”. Sólo impera la “ley de la selva”. La ciudad soñada desde la antigüedad, la tierra prometida, es una simple ilusión inalcanzable, en estas condiciones. La ciudad real es un lugar donde nacen y mueren muchas cosas pero siempre resulta estéril. Se vive acompañado pero con una soledad absoluta tanto interior como externa. En cambio, en las islas donde sobrevive algo de la humanidad auténtica y digna, se perciben como oasis en medio de desiertos. En esas islas está la Existencia real del hombre y de ellas surgen clamores de Justicia y de Excelencia. No obstante, el resto de la humanidad es desierto vacío y océano turbulento. Todos gritan pero nadie escucha. Mas, cuando la ira se desata, tanto con la furia natural como con la artificial, el desierto y el océano avanzan algo sobre la isla y parcialmente pueden contaminarla o destruirla. La mayoría de las veces, es tanta la indiferencia y la anestesia de los sentidos que no alcanza ni a saber de su existencia y por lo tanto pasan junto a ellas sin rozarlas ni conocerlas. Pero en esas islas hay una antena colosal, cuya altura no puede ser alcanzada por ninguna fuerza destructora natural o artificial. Es la antena existencial de la Inteligencia, del Amor y de la Sabiduría que se yergue como un faro vigía que cuando prende su luz, ésta puede iluminar con diferentes intensidades todos los rincones del mundo, incluso al océano y al desierto. Pero pocos son los iluminados por ella, pues en el desierto hay muy pocos seres para iluminar y el océano, si bien es transparente, es tan grande el abismo que al fondo del mismo no llega esa luz. Entre la opacidad de la transparencia y el negro de la oscuridad hay zona gris. Sin embargo, esa zona gris es tan inmensa como el océano mismo y por lo tanto la escasa iluminación sólo alcanza para el gris y nunca para la claridad completa. La antena también emite clamores fuertes. Pero en el desierto no hay oídos por lo que “predicar en desierto es sermón perdido”. En el océano, el clamor llega como un rumor poco nítido. De esta forma, la antena ha iluminado y emitido mensajes al mundo, empero sólo los que están en las islas parecen ser los beneficiados. Y ellos no pueden vencer ni al océano ni al desierto, si éstos no le dan la oportunidad. De todos modos, esa antena es la eterna esperanza de la existencia auténtica, una fuente inagotable del Espíritu humano y la que instaura el verdadero reino de ese Espíritu. Mientras exista el Reino del Espíritu, el hombre podrá tener fe en el futuro y saber que de algún modo podrá salir del desierto y el océano.

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El silencio puede ser la ausencia de un sonido o el sonido sin sentido. Una imagen, un sonido y una palabra que no forma o tenga sentido para mí, no me dice nada. Opera como la ausencia de todo. Es nada y silencio. Concentrar es poner mi atención en un punto. Cuando ese punto es interior, estoy dentro de mí, constituyendo una unidad completa. Soy uno en forma completa porque mi interior es único y no puede dividirme ni me permite poner mi atención en cosas múltiples. Esa atención está en mí mismo Cuando el punto de atención es exterior, puede ser cualquier cosa, pues en ese exterior hay millones de cosas diversas y múltiples. Ya no seré uno solamente, sino uno perdido en lo múltiple. Distraído y disperso. En la unidad absoluta (uno en sí mismo) no hay lugar a ser otro sino yo mismo. En la unidad relativa, en la cual yo me uno a una cosa fuera de mí (uno fuera de sí mismo) puedo llegar a mimetizarme con el objeto al que me he unido ocasionalmente. Uno en mí mismo es siempre lo mismo. Es el encuentro con la eternidad. Uno fuera de sí mismo es siempre lo distinto, lo diverso, lo temporal, lo que pasa ante nuestros ojos y nuestras manos. El pasar de una cosa a otra es lo que nos introduce en la temporalidad. Todo tendrá un momento, un límite y una duración. Ocurre así para que podamos seguir abarcando todo el exterior múltiple. De no hacerlo, quedaríamos fijos en una sola cosa objetiva y esto nos hace perder la universalidad. Quedamos presos o “pegados” a la temporalidad rígida y física. Como la cosa-objeto es la misma siempre, tendremos una falsa y engañosa sensación de eternidad. La cosa fija está ahí y no es parte de nosotros. Pero al unirnos a ella y hacernos “uno con la cosa”, nos volvemos parte de esa cosa y dejamos de ser uno mismo. Somos otros. Nos enajenaríamos. Cuando la cosa a la que nos adherimos es nada, dejamos de ser uno mismo y nos extrañamos. Salimos de nuestras entrañas para quedar fuera de ellas y perdemos la humanidad: nuestra esencia de ser humano. Si nos damos cuenta del extrañamiento entramos en el pánico o angustia y comienza nuestro sufrimiento. Esto nos ayuda a conocer el camino a la felicidad, pues si salir de nosotros para entrar en la vanidad es sufrir, quedar en nuestro interior explorando su riqueza, evita sufrir. Quizás esto pueda ser interpretado como una manera de ser feliz. Los anacoretas o ermitaños creen que es la felicidad absoluta y consideran al aislamiento como la fuente de la paz, la felicidad y la armonía con uno y el universo. Esto no se logra con el mundo o vida construida por nuestra inteligencia instrumentando nuestro derredor o medio o ambiente. Los religiosos rehuyen también la vida mundana bajo el lema latino omnia munda mundis (para el santo todo es santo). No participan del mundo como su objetivo principal o sentido de vida pero lo incorpora a su interior como parte del universo o cosmos. El santo y el eremita tienen algo en común: viven en el mundo común pero se sienten fuera de él. Están físicamente solitarios pero interiormente se encuentran plenos de compañía, de toda la riqueza de su conciencia incondicionada. Cuando se vive exteriormente exclusivamente, el extrañamiento de lo objetivo y temporal nos lleva a perder la compañía de lo interior. Las cosas externas están ahí, junto a nosotros pero no me acompañan porque no están unidas a mí mismo. Estoy solo en medio de todo y de

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todos. Es la soledad en compañía que algunas filosofías destacan. Estoy rodeado de muchas cosas y personas pero interiormente estoy solo, sin ninguna riqueza. Existir, salir de mí exclusivamente para perder mi contacto con mi interior, será una paradoja irónica: me manifestaré como un modo de ser a través de mi personalidad pero dejaré de ser yo mismo. Vivir en el mundo, para Chopra, es aprender a ser un pontífice de uno mismo. Es aprender a llevar al interior a nuestro exterior, como una especie de puente que une a ambos. Puedo por un instante salir de mi interior pero sigo unido a él por el puente que me permite, como un cordón umbilical, estar fuera pero sin salir del todo de adentro. Desde mi yo me proyecto a otros pero sin abandonar mi mismidad. Esta particular situación misteriosa, es la que llevó a algunos religiosos a pensar que la inexistencia es la verdadera forma de ser y vivir. Esto es: para conocer al mundo debo hacer una extrospección pero esa inspección exterior la hago desde dentro de mí. No salgo con todo afuera para pegarme a un solo objeto. Esta actitud de ver desde adentro hacia fuera es la sabiduría que hace a la esencia del hombre y le permite “proyectar” su interior intelectivo, afectivo y volitivo (su espíritu), hacia su exterior. Pero sólo eso: lo proyecta sin abandonarlo. No pierde su humanidad. En cambio, el científico hace todo lo contrario: sale completamente de su interior para quedarse definitivamente en el exterior, fundido con el objeto a fin de llegar a conocerlo. He ahí su error: sólo podrá fijarse en una parte única del objeto sin obtener el todo. Queda con la visión de una parte, de un aspecto (visión aspectual). Sabrá mucho de esa cosa y esto lo hace erudito. Pero no sabrá nada del todo y esto le hace perder la sabiduría. Sabio es el que puede tener y mantener una visión del todo, ubicando a cada parte de ese todo. Hace síntesis. El científico o erudito hace análisis. Construye el todo como un hato de partes. Pero al romper el todo en partes, sólo puede conocer un costado de cada parte y por esta razón no logra armar el rompecabezas del todo, con la misma armonía y equilibrio que ese todo tenía antes de ser particularizado (hecho partes). El sabio ve al todo y aprende a descubrir sus aspectos o partes pero sin un análisis particular sino con un abarcamiento global del todo. El todo es el completo horizonte de su contemplación, mientras que la observación de partes, por separado, constituye horizontes parciales y sucesivos. Vista una parte, un horizonte en particular, una vez superado debe buscarse el que sigue, la parte que continúa y esto nunca acaba. El todo se vuelve un concepto inabarcable e inalcanzable. La visión interior, desde dentro del todo no integra al mismo como formado de partes, sino que se abarca como inmensidad. Es lo que da el saber intuitivo y misterioso, milagroso. Es una forma de existir inexistiendo (no se considera acá al existir de la misma forma que lo hace el existencialismo). Algunos encuentran la unidad al integrarse al todo, con el cosmos y el caos y esto los aleja de la angustia del existir y de la nada mundana, al imbuirse de un sentimiento religioso de fe en Dios (fe religiosa).

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Otros se completan por medio de la mística. Muchos hombres se encuentran con la unidad al incursionar la simple fe humana de sus creencias o la filosofía. Conocer el todo sintetizando y no analizando partes, es lo válido para cualquier camino espiritual. El espíritu humano es la llave que abre el universo al todo, ya sea como Dios, como estado místico o la simple meditación profunda en sí mismo. El que encuentra el todo certeramente, no tiene problemas ni de fe ni de razón, pues abarca el universo completo. El universo que tiene el hombre, a Dios y al mundo. Quizás en su imperfección puede llegar a comprender ese todo y de ese modo concebirlo como Dios sobrenatural, único. O llega a creer que Dios es todo. O, también, puede llegar a renegar de Dios para dar el sentido sobrenatural a la misma naturaleza. No importa la creencia particular, pues todas las que se funden en el encuentro con el todo universal, seguramente estarán identificadas entre sí y no habrá discusión. El todo está con nosotros como Dios o como naturaleza o como universo, pero siempre es uno. Sin embargo, cuando se pretende que una actitud particular, personal, debe extenderse obligadamente a todos los hombres, porque la entiende como si fuera ella la verdad absoluta, aparecen los fundamentalismos. Aunque este fundamentalismo haya nacido en mi modo válido de acceder al todo, al perder la universalidad (incluir a todo en el todo), se piensa equivocadamente, confundiendo al todo como una propiedad exclusiva y excluyente. Este es el acceso equivocado a una visión del todo que le hace perder su universalidad abarcadora para transformarlo en una particularidad excluyente. El hombre tiene una misma esencia, un mismo espíritu, un mismo universo, un mismo todo, una misma universalidad. No puede haber diferencia en lo absoluto. Sólo cuando se cae en la relatividad se encuentran diferencias y disenso. Lo absoluto es siempre consenso. La perfección es consenso absoluto entre uno mismo y el universo. Debemos aprender a distinguir entre esencia y forma, pues detenernos sólo en las formas nos aleja de la esencia. El todo, lo absoluto, la perfección, la verdad, la felicidad es el encuentro y conocimiento de la esencia. Lo falso, el sufrimiento, la imperfección está en la formalidad, en la modalidad o moda. El que tiene su espíritu pleno y lleno no tiene vacíos. El que necesita de lo exterior para llenarse, sobre todo llenarse externamente, es porque tiene un vacío espiritual que vive con la temporalidad. El que tiene plenitud espiritual no tiene necesidades mundanas ni necesita llenarse de objetos exteriores. Su única necesidad es no perder el encuentro consigo mismo, ni su plenitud interior. Cada día debe alimentar esa espiritualidad, la cual siempre es posible de ser más y más. El vacío espiritual también cada día necesitará tener más, pero ese más sólo serán cosas y objetos. Posesiones temporales. La moda. Con lo cual, cada vez que logre tener más, en realidad tendrá menos. Tendrá más cosas y menos espiritualidad. Tendrá más y será menos. Ser más o menos no tiene nada que ver con la temporalidad, estrictamente, sino con la espiritualidad. Tener muchos bienes materiales puede llevarnos, y realmente nos lleva, a ser menos. La posesión de riquezas nos hace sentir menos plenos. Contrariamente, quien cultiva sólo lo espiritual nunca tendrá bienes

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materiales, pero siempre tenderá a ser más. Su riqueza será mayor a la de cualquier otro hombre con bienes pero desespiritualizado. Albert Einstein ha escrito lo siguiente: “Lo más hermoso de la vida es lo insondable, lo que está lleno de misterio. Es éste el sentimiento básico que se halla junto a la cuna de arte verdadero y de la auténtica ciencia. Quien no lo experimenta, el que no está en condiciones de admirar o asombrarse, está muerto, por decirlo así, y con la mirada apagada. También la religión se basa en lo misterioso, aunque con una mezcla de temor. El conocimiento de que existe algo impenetrable para nosotros, de que hay manifestaciones de la razón, de la conciencia más honda y de la belleza más deslumbrante, accesibles a nuestra conciencia sólo en sus formas más primitivas; todo este saber, conocer y sentir, da origen a la verdadera religiosidad, en este sentido, y sólo en él, pertenezco a los hombres profundamente religiosos. A mi me basta con el misterio de la eternidad de la vida, con el conocimiento y el sentir de la admirable estructura de la existencia, con lo presente, así como con la abnegada tendencia hacia la comprensión y el logro aunque sea la mínima parte de la Razón que se manifiesta en la Naturaleza”. El espíritu y las cuestiones semánticas La existencia del espíritu La existencia del espíritu es fenómeno indudable. El problema mayor no es saber si existe o no. El problema es definirlo. Es acá donde el lenguaje, al decir de Bécquer,140 se vuelve mezquino para darnos las palabras que con justicia nos expliquen con claridad qué es el fenómeno espiritual. Son los conceptos expresados en palabras los que impiden acceder a lo qué el espíritu es. Nos debatimos por autoexplicarnos en lo atinente a nuestra esencia, a qué es la vida, la existencia, el alma y el espíritu mismo. Pero el lenguaje sólo nos permite usar conceptos como vida y muerte, cuerpo y alma, energía y materia, inteligible e ininteligible, racional o irracional, natural o sobrenatural, lógico o misterioso, etc. Sólo sabemos de oposiciones lingüísticas y de conceptos racionales concretos o abstractos. Pero las ideas que están dentro de nuestra mente son muy diversas y hay tales cantidades de imágenes externas e internas, que nos es imposible entenderlas a todas (comprenderlas) y, mucho menos, explicarlas para sí y para otros (nosotros). Podemos buscar palabras afines, conceptos elegantes o más o menos explícitos, pero aquello que para nuestro lenguaje interior es claro, puede no serlo, con el mismo lenguaje, en el interior de otro. Las palabras nos traicionan cuando queremos con ellas colocar lo que está en nuestra mente, en la mente de otro (comunicarnos). Nunca lograremos ser uno con los otros. Siempre habrá un grado de diversidad. Sólo cuando las mentes comulgan en el silencio comprensivo para aceptar y contemplar un fenómeno, comienza el principio de entendimiento 140

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mutuo. Paradójicamente, nos comunicamos con la comunión espiritual y no con el lenguaje expreso. El sentimiento mutuo de un fenómeno determinado es la amalgama entre dos mentes para coincidir en la aceptación del fenómeno. Si nos damos cuenta de esta verdad, podremos comprender porque nos distanciamos mentalmente unos de otros. Si podemos concordar un consenso sobre el sentido y el alcance de nuestras palabras, lograremos comunicarnos. De lo contrario, persistiremos encerrados en nuestros propios conceptos e ideas. El ensimismamiento puede ser el resultado de no encontrar una vía o camino para encontrarnos con otros en un lugar común. Por el sentido contrario, cuando deseamos coparticipar nuestra experiencia espiritual, es cuando nace la actitud de esfuerzo por acercarnos primero a nuestro propio ser y luego al de los otros. Aquella archisabida máxima de Sócrates, “conócete a ti mismo”, tiene hoy la más o mayor vigencia que cuando la pronunció el filósofo. Sólo comprendiendo lo que soy puedo llegar a abarcar lo que los demás son. Esto me indica que hay una unidad mucho más compacta de lo que se puede llegar a creer, pero que nos alejamos de ellas al centrar la atención en las diferencias y distraerla de las coincidencias. Al salir de nosotros, dejar el ensimismamiento, podemos convertirnos en observadores, dadores y buscadores, al decir de Chopra. Es pensador natural de la India, pero criado en el pensamiento occidental, obra como un verdadero sintetizador del pensamiento oriental y occidental. Con una mente oriental analiza el pensamiento occidental y logra unificarlos para obtener una doctrina, que sin perder lo oriental, nos lleva a ordenar lo occidental. Nos explica el cosmos y lo que somos. Nos identifica con nuestra esencia de espíritu puro. Mientras Plotino intento unir a oriente y occidente por los accidentes del pensamiento entre sí, Chopra realiza la síntesis operando sobre el hombre en sí, el mismo hombre que está en oriente y occidente pero que se manifiesta con ideas aparentemente diversas o diferentes. Chopra muestra que no hay tal diferencia sino que hay puntos de vista distintos que pueden integrarse a una experiencia común. Plotino analiza la obra del pensamiento, Chopra analiza al hombre que piensa. Ambos encontraron coincidencias. Retomando el concepto del problema semántico para definir fenómenos como la mente y el espíritu, es bueno recordar algunos conceptos de investigadores. Ya advertí que John Cohen141 busca la definición de mente en un rastreo etimológico e histórico. Si bien Cohen se refiere específicamente a los conceptos referidos a la palabra mente, en general, todas sus reflexiones sobre los matices del lenguaje son aplicables a todas las cuestiones de cualquier naturaleza (científica, religiosa, filosófica, etc.) porque en el fondo todos los conceptos dependen de las palabras y éstas de las lenguas en que uno se educa, aprende y se desarrolla. Independiente del esfuerzo de los pensadores que se afanan por explicar el misterio espiritual, tan patente y a la vez tan misterioso e inalcanzable a pesar de estar dentro de nosotros, lo 141

John Cohen – INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA, Editorial Labor, Barcelona, 1968

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que interesa es llegar con el escaso lenguaje a encontrar los términos, ya sean conocidos o creados expresamente (neologismos) que permitan hacer inteligible o comprensible el fenómeno espiritual. Uno de los medios que debemos incorporar en forma inmediata, como una especie de llave intelectual para abrir la mente a la comprensión o abarcamiento o englobamiento del fenómeno, es definitivamente aceptar que hay una energía o fuerza que a manera de campo electromagnético o gravitatorio, rija el cosmos. Entendiendo por cosmos lo que el hombre es y el medio o ambiente en que habita. Si podemos comprender y aceptar que la energía es lo básico y fundamental y que en ella reside todo secreto y misterio, dejaremos de postular otras abstracciones que nos distraen de lo principal para llevarnos a lo accesorio. Para aquellos aún apegados a lo racional e intelectual, a lo “científico” les diremos que la “ciencia” ya ha “probado” que la materia se transforma en energía y la energía en materia. Luego, no habría dudas de que está interconvertibilidad nos demuestra que no hay dos cosas separadas sino una sola cosa que interactúa. El problema reside en la cuestión de que yo tiendo a aceptar sin oposición a todo lo “material”, lo que impresiona más mis sentidos. Estos sentidos operan como un radar de la “verdad” y mi impulso natural es aceptar sin más todo lo que puedo ver, tocar, oír, palpar y degustar. Todo esto depende de cosas materiales y la materia depende de moléculas, átomos y partículas. Pero llegado al límite entre materia y energía, es muy difícil dilucidar hasta que punto una partícula es energía o la energía pura puede impactar nuestros sentidos. La capacidad de percepción de nuestro cuerpo está en los sentidos en forma inmediata. Pero la experiencia ha probado la percepción extrasensorial, es decir, sensación fuera de los sentidos la cual carece de toda inmediatez. De ahí que la percepción de lo espiritual no es algo que surja en forma evidente, espontánea, a pesar de que se es consciente de sensaciones interiores, las cuales no se pueden precisar cómo se determina una percepción sensorial. Si nuestra mente se abre a todo el repertorio de sensaciones que nuestro cuerpo capta, no sólo seremos permeables a las sensaciones exteriores o sensuales, sino también las interiores o espirituales. Si yendo más lejos aceptamos que la energía es la fuente creadora de la materia, logremos entrar en un puerto de comprensión que nos abre todas las posibilidades de abarcar lo material y lo inmaterial. La dualidad de lo visible e invisible, de lo sensorial y extrasensorial, lo material y lo energético o espiritual, son simple oposiciones de una mente poco creativa y abarcadora, que persiste o insiste en seguir atada a sus sentidos y a su cuerpo, en lugar de liberar la energía espiritual. Si logramos superar la etapa “materialista” de los sentidos y las sensaciones corporales y aceptar y zambullirnos en las sensaciones espirituales, sabremos sin dudas, que todo es energía o espíritu y lo demás es contingente. Únicamente el hombre que logra alcanzar el estado espiritual es el que se convierte en creativo o creador, demostrando que la fuerza está en ese espíritu, el cual opera a través de su mente, pero también a través de todo su cuerpo, pues las sensaciones espirituales están más allá de la materia.

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Mas, la limitación corporal hace que el hombre esté más cerca de su cerebro que de su espíritu. Por eso, siempre buscará la dirección del misterio en la complicada molecularidad de su cuerpo y estará extasiado perdiendo su tiempo en conocer esa molecularidad. Si bien, en la práctica, esto le da poder técnico, la tecnicidad lo aleja cada vez más de la espiritualidad y quedará atrapado, inmerso y entrampado en el juguete técnico. Su “materialidad” le impide pensar y concentrarse en su espiritualidad y así cae en un universo molecular continuamente cambiante. Lo que hoy alcanza, supuestamente a “comprender” y “conocer”, mañana deberá olvidarlo (desaprender) para captar un nuevo punto de vista (reaprender) y tener otras nociones sobre el fenómeno material. La variedad de cosas que “descubre” y manipula a través de esas moléculas es increíble y fantástica. Por eso está sumergido en la fascinación que le produce conocer y manejar lo molecular. Encuentra satisfacciones en sus creaciones y especulaciones “materiales”. Pero el cambio continuo de sus puntos de vista le está indicando claramente que ese mundo molecular es tan infinito como infinita es la energía que lo modula. A cada nuevo descubrimiento, hay un nuevo cambio y así en forma infinita. Paradójicamente, el homo faber juega más con su técnica que lo lleva a explorar la magnitud infinita de una materia finita, ignorando que la verdadera infinitud es la energía que está detrás de esa materia. Esa energía, que en él es el espíritu. Desde que el hombre es hombre (valga el lugar común que elegimos), se ha manejado en la dicotomía de lo inmediato y lo mediato, lo intrascendente y lo trascendente. Naturalmente, la mayoría de la humanidad que existió y existe se queda con lo inmediato e intrascendente, mientras que la trascendencia que mueve la historia y el mundo humano material es privilegio de unos pocos. La obra material de las “civilizaciones” se pierde en el tiempo histórico y a través del curso de los siglos. La obra espiritual perdura y renace y crece en el transcurso del tiempo y el espacio. Mientras la obra civilizadora es fruto de un tiempo y un espacio, la obra espiritual es intemporal e inespacial. No ocupa un lugar ni transcurre sólo en un tiempo. Es trascendente y está por sobre todas las cosas y cuestiones. Lamentablemente no alcanza la universalidad y la humanidad sigue debatiéndose con una idea y una conducta relativa, temporal y espacial, mientras pierde la oportunidad de regresar al espíritu, sumirse en él y crecer en la verdadera dimensión que le es propia, abandonando la circunstancialidad de la mundanalidad prestada. No está al alcance de todos los hombres el poder llegar a su propia esencia o espíritu. No todos pueden adquirir el grado de comprensión absoluta para abarcar el pensamiento abstracto que es propio de la inteligencia y se queda con el pensamiento concreto de su cotidianeidad, de su materialidad que le es inmediata. Está más encandilado con lo que tiene fuera de sí que con lo que lleva dentro “desde siempre”. Ama explorar

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el universo exterior y muy poco el interior. Le es más fácil asimilar lo que tiene “ante los ojos” y “a la mano” que aquello que debe buscar en la invisibilidad y que no puede manipular. El hombre que avizora la grandeza del espíritu y comprende que es lo realmente valioso para su vida, es el que se transforma paulatinamente, en varias etapas a medida que va alcanzando grados de perfeccionamiento en el conocimiento espiritual. Puede empezar siendo el observador de Chopra, aquel que asume un estado contemplativo, mediante el misticismo, el éxtasis, la meditación y la concentración interior o introspección y la extrospección sólo le sirve para comprender sus sensaciones interiores y observar el desarrollo o evolución de la materia bajo la dirección de la energía, o su propia evolución delineada por su espíritu. La extrospección no aumenta la funcionalidad mayor en sus neuronas. No aumenta el número de neuronas activadas ni la calidad de activación de las mismas. Sólo la introspección y la meditación profunda le permiten aumentar el número de neuronas activadas y tener mayor poder mental. Su evolución no está en el progreso material sino en el crecimiento espiritual y en la extensión de su inteligencia como instrumento abarcador y operador. Operador no sólo de la materia sino de la perfección individual. Cuando el observador ha logrado parcialmente el autoencuentro comienza a ser el “buscador” de todos los horizontes espirituales posibles. Esto es lo que Jasper llamó “lo abarcador”, salvando las distancias conceptuales entre Jasper y Chopra. Sólo nos interesa remarcar las coincidencias de un fenómeno, aunque las intenciones sean diferentes para ambos pensadores. El “buscador” o abarcador no se conformará sólo con encontrarse a sí mismo y comprender a los demás. Seguirá explorando la inmensidad del universo espiritual, de la misma forma que el hombre científico busca la inmensidad de la molecularidad. Ambos estarán sorprendidos y embebidos en forma diferente en mundos diferentes. Pero les une el mismo afán buscador y explorador y conocedor. Ambos intentan llegar a la verdad, a los que las cosas son. Pero a uno le interesa sólo lo inmediato o material y temporal, mientras que el otro se preocupa por su trascendencia a lo inmaterial y eterno. Uno se preocupa por medir el tiempo y el espacio, el otro en transitar la intemporalidad en una dimensión sin espacio. El hombre que explora la molecularidad y mide el tiempo y el espacio, está concentrado en sí mismo y sólo se preocupa de su obra individual. Tiende a una conducta y actitud egocéntrica y todo gira en torno de su yo, pues le interesa el “éxito” de su búsqueda y, no pocos, querrán el reconocimiento de sus congéneres o “fama”. Dentro de la gama de los que exploran y explotan lo exterior, en desmedro de lo interior, estarán los otros egoístas, los que no investigan la molecularidad sino lo que buscan el placer y el poder inmediato a expensas de sus propios congéneres. Son los que viven explotándose a sí y a los otros para buscar el dinero o riqueza, el poder en cualquiera de sus formas y la satisfacción sensual. No les importa para nada lo espiritual.

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Esto es lo común con el investigador de la molecularidad. Por eso ambos están en una actitud y una dimensión agobiante, egoísta y sin ningún futuro. Sólo la transitoriedad del presente y con la muerte acaba toda su obra e intención. Si hay una trascendencia sólo lo es porque otro igual a él recoge lo que él deja, para continuar operando de la misma forma y dirección. Esta es la continuidad histórica de la ciencia, la civilización y de la ruindad humana. La concentración del hombre en su yo le impide definitivamente llegar a la frontera del espíritu y de la trascendencia espiritual. Se pierde de ser él mismo, para vivir enajenado o convertirse en un ser vegetativo o animalizado. Siente y se ata a su biología, pero se aleja de su espíritu. El observador y el buscador que describe Chopra, se alejan de su yo o ego y por lo tanto para abrirse al mundo y reencontrar el espíritu no deben estar pendientes en sí ni de la inmediatez de su materialidad. A lo sumo deberá preocuparse por su sustento inmediato de comida, vivienda, vestido y otros medios materiales de subsistencia, pero esto no lo alejará de su intención de reencuentro con el espíritu y la vida trascendente. Para ellos vivir es sólo adquirir un cuerpo y morir es abandonar ese cuerpo, pero ignoran que el espíritu estará ahí siempre presente, independiente de que haya cuerpo o materia. Esta inmaterialidad e intemporalidad donde no juega la necesidad instintiva ni los impulsos biológicos y la mente dominan el cuerpo y no al revés, es lo que da la fuerza para alcanzar el verdadero sentido de vivir y ser hombre. El espíritu lo es todo y es el verdadero principio. El buscador y el observador que se encuentra a sí mismo y pierde el egoísmo, se convierte, en el concepto de Chopra, en el “dador”. ¿Dador de qué? De amor. Entonces encuentra al otro y se identifica en él como en sí mismo y une su espíritu al espíritu del otro con el único lazo espiritual posible: el amor. De ahí que amor y vida y espíritu sean tres cosas indisolublemente unidas con la autenticidad del ser humano y de ningún otro ser viviente. El dador encuentra la caridad y vive en función del otro entregando su espíritu o sus posesiones. Es el filántropo, el maestro o sabio que imparte su sabiduría. Es el ser generoso cuya vida es pura positividad y aleja de ella la negatividad. Opera en función del concepto de bien y de marginación del mal. La generosidad de la entrega espiritual y material es lo que considera la condición del santo, en lo religioso. El dador termina encontrándose con el otro o a través de la filantropía y acciones similares de servicios al prójimo o con la relación espiritual religiosa que implica la santidad. Cualquiera sea la dimensión de la entrega, humana o religiosa, tendrá como fondo e instrumento al espíritu y la diversidad de actitudes se fundirán en el mismo crisol de la espiritualidad. Sólo que algunos alcanzan la felicidad con el mero encuentro y servicio al otro, mientras que otros encuentran una meta en servir al prójimo pero por amor a Dios. Dios es el encuentro con una especie de espíritu absoluto que rige todo principio espiritual. Pero como también el hombre en sí es un cosmos espiritual, el encuentro del espíritu, que es un mismo

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principio en todas sus formas, lleva a la identificación total. Dios y el hombre son espíritu puro en su esencia. Un mismo espíritu. Iterando lo vengo afirmando desde el principio de este trabajo, si creemos en la revelación a través de las Sagradas Escrituras, si Dios es el espíritu absoluto, al crear al hombre le insufló ese espíritu y lo hizo copartícipe. Por lo tanto, hombre y Dios están fusionados en la misma esencia espiritual. La fe podrá distinguir entre lo absoluto y lo contingente y decir que Dios es lo increado y es la fuente de la eternidad espiritual, mientras que el hombre es una criatura que está infundida del espíritu divino. No obstante, en el fin supremo, Dios y el hombre constituyen una sola unidad. Esto es lo que puede llevar a la confusión de algunos y no admitir que el hombre comparte el espíritu divino, por creerlo una presunción de soberbia de confundir al hombre con Dios o, para lo menos inspirados, llegar a creer que el hombre es Dios o, lo peor, sentirse que es el hombre-Dios o Dioshombre. No hay césares, ni faraones. El Cristo es otra forma de inspiración divina del espíritu creador. Si Dios es realmente el principio creador y el verdadero y único espíritu santo, es evidente que la primera coparticipación de ese espíritu santo fue el hombre creado (Adán); la segunda coparticipación fue Cristo y la más importante, Pentecostés. En todas estas circunstancias el espíritu santo está presente. De ahí que la teología católica deduzca la Santísima Trinidad, la que puede llevar a una confusión mental a quienes no puedan distinguir esta “división” de lo indivisible. Independientemente de que se acepten, o no, los dogmas católicos de la trinidad, estemos seguros que Dios, Cristo, Espíritu Santo y hombre son todos partes de una misma cosa. Por eso, en el encuentro final donde el hombre llega a su séptimo estado, según Chopra, el encuentro puro con el espíritu, adquiere una dimensión que lo funde en esa espiritualidad infinita y eterna y coparticipa de toda grandeza, tanto la humana como la divina. Todas las otras contingencias que existen por estar fuera de la espiritualidad es lo que ha creado el mundo de los abstractos del bien y del mal, de la belleza y la fealdad, de la bondad y la maldad. No hay bien y mal. Hay un espíritu sólo. Lo que hay es un hombre espiritual completo o auténtico que muestra lo que es el bien, la positividad y la felicidad y el hombre que pierde su espiritualidad o sufre su corporalidad y conoce lo que entiende por mal, sufrimiento y negatividad. No hay que diferenciar entre tantos abstractos y conceptos absolutos. Es nuestra mente la que nos induce a jugar con ello y nos hace trampas en las que caemos por pecar de ingenuos. Dios, si existe, está dentro de nosotros y es allí donde podemos encontrarlo. Si pretendemos hallarlo en el mundo tendremos que creer en la magia y en el milagro. Si creemos en la magia y en el milagro, tendremos que aceptar, irremisiblemente, lo inmaterial, o sea, lo espiritual. Cualquiera sea el camino elegido o encontrado, nuestra reflexión interior o la iluminación a través de la magia y el milagro, nos llevarán a la única luz verdadera: el espíritu, a nuestro espíritu, el que está definitivamente, dentro de nosotros y en nosotros mismos. Es nuestra mente la que

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debemos educar para que deje de ponerle condicionamientos al espíritu y creer que éste puede tener estados diferentes. De que hay un Dios con aspectos diferentes. La diferencia de aspectos está sólo en la mente humana que se aleja de la espiritualidad. Los iluminados por el espíritu no tienen dudas, ni creen ni perciben diferencias. Sólo existen y viven guiados por el poder espiritual que, paradójicamente, les hará estar o alejarse del mundo, pero que en todo momento estarán por encima de él. Lo mundano, si es usado, será sólo un instrumento para supervivir materialmente o ayudar materialmente a los otros. Será un darse (dador) a los demás. El que se aleja de lo mundano (no participa con otros) quedará en la etapa del observador o contemplativo y nunca alcanzará la plenitud espiritual. Sé positivamente que no todos aceptarán lo que he dicho sobre el espíritu. Muchos se resisten a creer en lo meramente espiritual. Aún entre los “espirituales” hay diversas acepciones del espíritu. Precisamente, la rebeldía de aceptar al espíritu y a la energía como motor de todo lo material e inmaterial, es lo que ha hecho perder la senda de la verdad y del sentido del hombre. La aceptación de lo espiritual y la fusión completa con ello es lo que hace la unidad absoluta de todos los principios que el hombre conoce y maneja. Es la unidad de su esencia. Es la unidad de todo el cosmos y el universo e, incluso, del caos. No hay opuestos, no hay dicotomías. Sólo la mente del hombre las fabrica. Hay unidad absoluta en la existencia de un espíritu único que anima todo lo demás. Sólo hay diferencias entre las palabras y los conceptos. Todo lo diferente es puramente dialéctico y semántico. Todo esto lo he escrito porque en el secreto del espíritu reside el secreto del hombre y entre ambos el secreto de Dios.

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CAPÍTULO VIII

NEUROTEOLOGÍA: TEORÍA NEWBERG DISCUSIÓN SOBRE “IDEA DIOS” Y MITO DEL ALMA La mente es la fuente de todo poder humano, el que es instrumentado por el cerebro.

El hombre: ¿origen de la idea Dios? emos venido sosteniendo, por una mera observación fáctica fenomenológica, que a Dios nos podíamos acercar por la fe (sentimiento), por la inteligencia (idea). Incluso, los detractores de la existencia de Dios siempre han afirmado que éste era una simple idea del hombre, tomando este argumento como sinónimo de invento del hombre. Es decir, Dios, como ente real, no existe. Sólo es una idea formada por la mente del hombre. Por lo tanto toda defensa de la existencia de Dios es, en el fondo, fruto del raciocinio.

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Hasta acá, esta afirmación es relativamente verdadera, por cuanto, tanto la fe como la inteligencia y, ergo, todas las operaciones intelectuales y afectivas, dependerán del cerebro y de la formación de ideas. Lo que no se conoce es lo que impulsa a la formación de ciertas ideas como es la idea de Dios. Ya adelanté algo con la mención de la memoria filética. No hay una separación absoluta entre afectividad o sentimiento y entre razón o inteligencia. Y no hay dudas que la base de ambas, como así también de la tercera pata del trípode razón-afectividad-voluntad, que es la vida volitiva. La base de una relación o referencia a Dios, desde el hombre, involucra al ser humano, lo que significa que conlleva todos sus atributos, siendo el principal el raciocinio, intelecto o inteligencia que es la esencia de la racionalidad, la afectividad y la volitividad. El problema ahora se traslada del fenómeno físico al metafísico. Cuando hablamos de la presencia de un “Dios interior” propio de la esencia del hombre, de acuerdo a la afirmación bíblica de que fue hecho a imagen y semejanza de Dios y se le insufló la nefesh o nepech (en el Evangelio, recibe la asistencia del Espíritu Santo [Pentecostés], que según la teología católica es parte de la tríada divina constituida por Padre, Hijo y Espíritu Santo, que constituye un solo Dios). Luego, nefesh (nepech) o Espíritu Santo, ambos serían hálitos divinos que otorgan al hombre parte de la esencia divina. Esto constituye la “presencia de Dios dentro del hombre”. Esta afirmación no es óbice para aceptar la afirmación teológica que la fe nos llega a través de la gracia

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divina. Esto, más o menos, quiere significar que es Dios quien nos envía el medio de la fe para acercarnos a Él. Con lo cual tendríamos dos medios para llegar a Dios: el medio interno propio del hombre y la gracia divina que llega desde afuera del hombre (medio externo). Esto lo explicamos, en parte, cuando hablamos del milagro: cuando Dios se expresa al hombre, en forma directa, a través del contacto milagroso, éste ya no puede rechazar su presencia por más dudas que la razón le imponga. Y viceversa: cuando su interior es la fuente de la fe, ningún revés interno le apartará de su creencia en Dios. No hay incompatibilidad en aceptar la existencia de la fe inmersa en el hombre y de la fe inspirada por la gracia divina. Ambas son, en principio, obra de Dios (o del principio creador o como quiera llamársele). Pero, fundamentalmente, nos parece conveniente descender al campo donde se plantea la cuestión de la “idea de Dios” como si se quisiera con esto, minimizar el concepto Dios a una simple idea humana. Primero analizaremos el lenguaje del vocablo “idea”. Ideación: formación de las ideas. Imaginación: formación de imágenes En el proceso de abstracción hay que tener bien claro que la percepción y la aprehensión sólo captan un fenómeno: lo perciben y lo toman en consideración de forma tal que: 1. las cosas aparecen ante el hombre como fenómenos (lo que aparece a luz), es decir están ahí como simples cosas, “como son”, desprovistas de significación e interpretación. Simplemente “están” y “son” entes puros. 2. aparecer significa que se muestran, no como son esencialmente, sino que en la realidad [(de res = cosa) o conjunto de cosas (concretas o imaginarias, reales o irreales) donde las cosas se “dan”, (dad) (ser-ahí)], las cosas “parecen ser”. Por el hecho de que se vean, se toquen, se oigan, se palpen o se huelan, o se intuyan, lo único que hacemos es percibir que esas cosas existen, están ahí, pero de ninguna sabemos por ese mero acto “lo que las cosas son” (verdad). La verdad sería cuando hay “plena conformidad entre lo que las cosas son realmente y la idea que de ellas se forma la mente”. En la verdad las cosas se presentan de-veladas o descubiertas de todo aquello que cubría, velaba u ocultaba su esencia natural. Esto es un proceso de pensamiento o juicio que no hace la abstracción. 3. la percepción sólo recibe apariencias y la idea de esa apariencia, sin el debido análisis del concepto, significado y comprensión, puede ser falsa o superficial, sin fundamento. Por lo tanto el hombre percibe una forma o figura, un color, un olor, un sonido o palpa una superficie, o sea, “siente algo” pero no puede conocer profundamente “lo que percibe”. En esos

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actos mentales primarios de percepción, aprehensión e ideación la mente separa de la cosa los caracteres físicos o cualidades comunes de las cosas que percibe, aprehende y forma con ellos una figura mental o idea que es una imagen mental que representa las cualidades comunes, sin considerar el sujeto. Así por ejemplo, si percibe el objeto “silla” toma de él sus características principales (sirve para sentarse, tiene patas, asiento y un respaldo) pero no forma la idea exacta o copia fiel del objeto percibido en ese momento, sino que guarda en la memoria esas cualidades abstractas (abstracto es lo “que significa alguna cualidad con exclusión del sujeto”) bajo la forma de una imagen llamada signo. Esta idea abstracta es la que permite luego el conocimiento del aprendizaje porque del conjunto de ideas memorizadas, se efectúa el reconocimiento de objetos similares. Por esto, aprender es “sacar de la memoria” esas ideas preformadas. La idea (del griego: forma, apariencia) es el “primero y más obvio de los actos del entendimiento que se limita al simple conocimiento de una cosa, formando una imagen o representación del objeto que queda en la mente o en el alma. Es un conocimiento puro, racional, debido a las naturales condiciones de nuestro entendimiento”. También puede entenderse por idea, atendiendo a su etimología referida a la forma de las cosas, como “conceptos formales, formados por abstracción, que representan en nuestra mente, reducidas a unidad común, realidades que existen o se dan en diversos seres”. La ideación es el “efecto y acción de idear” e idear es la “formación o génesis de ideas o formar idea de una cosa”. El proceso de ideación probablemente es uno solo para la formación de imágenes tantos reales como irreales, o aquellas que son sólo un producto del intelecto o nacidas por sensaciones interiores y que se conocen bajo el nombre de ideales. Esta idealidad en general, referida a la capacidad del intelecto de formas ideas, tiene mucho que ver con lo que se denomina imaginación que es considerada como la “facultad del intelecto que representa las imágenes de las cosas reales o ideales”. Pero la mejor denotación y la que más frecuentemente se le asigna a esa palabra es la de “imagen formada por la fantasía” o la de “facilidad para formar ideas, proyectos, etc., nuevos” (esta última denotación es la referida al pensamiento creativo). Igualmente, suele usar la expresión de “cosa imaginada” cuando hay “aprensión falsa o juicio de una cosa que no hay en la realidad o no tiene fundamento”. La cuestión semántica más importante que hay entre imagen o idea reside en que la idea puede ser una imagen, pero la imagen, estrictamente considerada, es siempre una “figura, representación, semejanza y apariencia de una cosa”. Cuando se quiere dar forma a una intuición o visión interior o sensación, se recurre a la palabra, para “formar imagen” de lo intangible, de lo inmaterial. Siempre, la imagen está pegada a la materialización de algo inmaterial o a la representación de un objeto, mientras que la idea es una formación abstracta que puede tener forma

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o no, según esté referida a un objeto o cosa concreta percibida por los sentidos o esté indicando la presencia de una sensación interna o intuición o producto de la fantasía o de la creatividad o de una ilusión. La imagen está más referida a la ilusión cuando ésta es una percepción deformada de un objeto, mientras que la idea se refiere a las ilusiones sentidas sin percepción de un objeto determinado. En síntesis: la formación intelectual de un signo de un objeto o de una sensación se denomina idea y puede estar referida a entes reales o irreales,142 mientras que la imaginación, semánticamente, está más ligada al concepto de “cosa inventada o creada” por el proceso de imaginación que nuestra mente usa para formar imágenes mentales, por lo que se refiere a entes irreales o aparentes (no son lo que parecen ser). Ambos actos, facultad o proceso intelectual, están realizados por la misma función intelectual. Por esto, conviene separa idea de imaginación, puesto que la imaginación es una de las formas de la idea, en este caso una idea creada o inventada sobre una imagen determinada que no son lo que parecen ser Antes de continuar la interpretación acentuada de lo qué es una idea, ampliaremos la digresión ahora para referirnos a la fisiología memoria filética, a la que antes aludí en forma somera. La memoria filética Había descripto en parte lo que se considera memoria filética. Ahora agregaré más conocimientos neurocientíficos sobre la misma. Prácticamente, como antes referí, puede considerarse al cerebro humano como compuesto con tres estructuras (tres cerebros). La primera estructura es el llamado “encéfalo de reptil”, heredado de los antepasados reptiles que tuvieron la primera estructura encefálica animal, y que está conformado en el hombre por el tronco encefálico superior (formación reticular, mesencéfalo y ganglios basales) e hipotálamo. La función principal del “cerebro de reptil” es la regulación de la conducta estereotipada (instintiva), de los biorritmos y de las funciones fisiológicas vitales. El sistema límbico, es la segunda estructura encefálica en el hombre, llamada “viejo encéfalo de mamíferos” porque se formó en los primeros mamíferos, nace rodeando al antiguo “cerebro de reptil”. Ambos encéfalos (encéfalo de reptil y viejo encéfalo de mamíferos) quedan interconectados tan íntimamente que funcionan regulando tanto lo instintivo como lo emotivo, modulándose ambas funciones entre sí. La generación que siguió a los viejos mamíferos y que comprende al ser humano, formó una tercera estructura encefálica o “nuevo encéfalo de mamíferos” constituido por el neocortex, órgano regulador con la razón y el lenguaje. 142

La idea puede formar signos e imágenes de cosas reales o irreales. Cuando forma imágenes siempre es de cosas reales. Es difícil separar la formación de imagen a través de la ideación y la imaginación. De ahí la distinción entre imagen-idea e imagen-imaginada

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De esa manera, el encéfalo del hombre queda formado por tres “encéfalos”: 1. encéfalo de reptil (cerebro de reptil): tronco encefálico e hipotálamo 2. viejo encéfalo mamíferos (viejo cerebro mamíferos): sistema límbico 3. nuevo encéfalo mamíferos (nuevo cerebro mamíferos): neocortex El neocortex se relaciona con el sistema límbico en este tercer cerebro, el que conforma el cerebro humano. El sistema límbico, a su vez, tiene conexiones con el sistema olfatorio y queda relacionado con el rinencéfalo o “cerebro olfatorio”. El desarrollo del sistema límbico ha hecho que sea el verdadero comando cerebral de las funciones que incluyen atención, memoria, afectividad (emociones) y aprendizaje. El sistema límbico ubica anatómicamente en la zona profunda de ambos lóbulos temporales (derecho e izquierdo) a manera de una doble representación especular (en imagen de espejo). En cada lóbulo forma un círculo que rodea el tronco del encéfalo y las circunvoluciones hipocámpicas, formando el arco inferior del círculo, mientras que en el arco superior del círculo ubica la circunvolución cingular. La parte anterior el círculo está constituida por septum, amígdala y cuerpos mamilares. El interior del círculo comprende el núcleo talámico anterior. Todas esas estructuras están tan íntimamente conectadas entre sí, tanto en lo neuronal como en lo bioquímico, y, a su vez, se interconectan también neuronal y bioquímicamente con las áreas superiores e inferiores. Estas intrincadas conexiones forman relaciones tan complejas que es lo que lleva al fenómeno del funcionamiento en bloque de todas las áreas cerebrales e influyéndose mutuamente. Las relaciones del sistema límbico con el tronco encefálico inferior participan parcialmente en las funciones del equilibrio de los estados afectivos-emocionales y en el estado de alerta. La parte inferior del circuito límbico, cuyo motor es la amígdala, controla las funciones de alimentación, lucha, huída y cópula. El arco superior del sistema límbico parece superponerse en sus funciones con el arco inferior e impresiona como que ambos se encargan muy particularmente de las funciones de los sentimientos, expresividad de sociabilidad y estímulo del cortejo o interés sexual. El sistema límbico, constituye el “cerebro emocional” cuyas reacciones son sumamente rápidas y se descargan en cuestiones de segundos, sin intervención del “cerebro racional”, cuyas complejas funciones intelectuales le llevan a reaccionar con mayor lentitud. Sin embargo, ambos cerebros, emocional y racional están íntimamente conectados en el hombre de forma tal que las emociones influyen en la razón y, a su vez, la razón puede modular las emociones. El sistema límbico es el primer receptor encefálico de los estímulos y la respuesta emocional es la primera en manifestarse (respuesta primaria), para ser luego modulada por la respuesta racional secundaria. Pero también el sistema límbico acumula todas las conductas

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aprendidas y forma de ellas un patrón que puede actuar aún en ausencia del estímulo original. El almacenamiento de conductas y otros datos o información es lo que constituye la memoria.143 El hipocampo, cumple en el circuito de la memoria, el rol protagónico de seleccionar sólo lo que resulta importante o vital, de los estímulos receptados que continuamente recibe en forma de “bombardeo” y desecha los que considera irrelevantes. Asimismo, es el que controla el recuerdo de experiencias almacenadas, seleccionando dichos recuerdos en el momento en que es necesario. Por su intervención en el circuito de la memoria, el sistema límbico parece comandar la memoria encerrada en el cerebro de reptil y de los viejos mamíferos, que son el patrón de las reacciones necesarias para las conductas vitales del hombre (todas las funciones que le permiten preservar la vida). Es la memoria de los instintos y de todos los patrones de conducta que están en la inconsciencia, en estratos muy profundos. Rayner144 ha comparado al cerebro humano con una computadora, idea que compartimos ampliamente. Las estructuras encefálicas y orgánicas en general son el hardware y el cerebro contiene el software que controla todas las funciones de las otras estructuras anatómicas. Ese software contiene una base de datos atávica, heredada de los primeros animales o reptiles y de los primeros mamíferos. Esa base de datos almacenada en el software cerebral es conocida como memoria filética (del filum humano) y ella es la caja que posee todas las herramientas y conocimientos necesarios para la vida y los patrones de conductas elementales para el hombre. Ese software dependerá del programador informático que lo maneje, en este caso, cada persona en particular y de la habilidad de ese programador se podrán activar programas de reacciones y conductas de patrones ancestrales. A la memoria filética (innata o de la especie) podemos llamarla propiamente memoria ya que como toda memoria personal es información ancestral almacenada que puede recuperarse mediante estímulos sensoriales o la necesidad de actuar. Es eminentemente adaptativa, ya que contiene la prologada experiencia adaptativa de la especie. Para servir a un organismo, la memoria filética requiere la “repetición” al inicio de la vida. En efecto, resulta apropiado considerar como períodos de repetición las etapas críticas postnatales en las cuales las áreas sensoriales primarias necesitan experimentar estímulos sensoriales para el desarrollo temprano de su función. Además, hay pruebas de que las estructuras sensoriales y

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Me refiero a la “memoria activa” que es la que usamos normalmente y a lo que referimos como “memoria”. Es una memoria consciente que parcialmente se hace inconsciente mediante los mecanismos de olvido y recuerdo (desactivación y reactivación). En cambio la memoria filética del cerebro de reptil es inconsciente siempre. Cuando promueve y materializa una idea recién pasa a la memoria consciente. 144 C. Rayner – LA MENTE HUMANA, Editorial Hyspamerica, Barcelona, España, 1986

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motoras primarias conservan su plasticidad en la fase adulta, pues se modifica y amplía en el organismo adulto. Las áreas sensoriales primarias de la memoria filética (que son siempre inconscientes) envían información a las áreas asociativas posteriores donde las asociaciones que coinciden con el tiempo forman redes de memoria perceptiva (la memoria filética inconsciente vuelve consciente una sensación, impresión, idea o inspiración). A través de mecanismos similares, la retroalimentación motora y la llamada “copia eferente” de la acción tejen redes de memoria motora en la corteza frontal. Al reconstruir los esquemas motores que representan, estas redes conducen los actos elementales, innatos, manifestados a su vez en la corteza motora primaria y en las estructuras motoras subcorticales. Así consideradas, las memorias perceptiva y motora derivan de la memoria filética cuando están referidas a ideas creativas. Ambas son asociativas, se distribuyen por la corteza y están jerárquicamente organizadas. Sobre la base de la memoria filética crece la memoria personal o individual, la que obraría como expansión de la memoria filética en la corteza de asociación. La transición anatómica de la memoria filética a la individual, de la corteza primaria a la asociación, sigue gradientes de desarrollo y gradientes conectivos. En la medida en que la ontogenia recapitula la filogenia, la transición también sigue un gradiente filogenético. La memoria filética comprendería: la memoria instintiva la memoria perceptiva la memoria motora la memoria emocional o afectiva memoria noética (saber ancestral) De todo esto, nos interesa la memoria noética o saber ancestral. En cuanto a esta memoria filética, la misma estaría ligada a lo que Jung llamó inconsciente colectivo, el cual albergaría, no ya los materiales que la conciencia captó de la realidad y que almacena en el inconsciente individual, el cual actuaría como una especie de inconsciencia superficial o preconciencia o subconciencia, de donde la memoria evoca hechos y otros datos que ahí están, sino que este inconsciente colectivo sería una verdadera caja fuerte, firmemente cerrada y ubicada en los planos de la inconsciencia más profunda, como una especie las “infinitas posibilidades que alberga en su ser”. En ese inconsciente estaría lo “ancestral” o atávico que es una especie de memoria colectiva que hoy denominamos memoria filética, que guarda el hombre como parte de su ser y de esa memoria surgirían instintos no aprendidos, actos o acciones que no se basan en experiencias previas, sino que surgen como algo

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“inspirado”, como una “visión” que este inconsciente a veces revela a la conciencia. Cuando algo se revela del contenido de la memoria filética, esa revelación no es completamente nítida y aparece como una reminiscencia, en el sentido de un recuerdo vago e impreciso. Si de acuerdo a algunas teorías, el saber del hombre se encuentra en esta memoria filética (todo el saber), sería cierta la deducción que Platón realizó al pensar que el hombre, frente al conocimiento, operaba como si estuviera inmerso en una cueva y sólo podía percibir sombras. La reminiscencia o recuerdo impreciso, actuaría acá con la acepción de la RAE como “facultad del alma con que traemos a la memoria aquellas imágenes de que estamos trascordados o que no tenemos presente”. Esto se puede traducir como que realmente tenemos todas las ideas e imágenes posibles en nuestra mente, pero sólo algunas de ellas se nos harán presentes alguna vez en la vida, a través de una especie de reminiscencia involuntaria, a la que luego veremos como “el saber” que propone Jung. Por esto, la memoria filética, más comúnmente, suele manifestarse normalmente como sueños, ensueños, fantasías, devaneos y, en ciertos momentos de éxtasis, como “revelación” o “visión” que se muestra como una alucinación. Las formas de manifestación del inconsciente colectivo tendrían el carácter de “categorías universales” o de “éternels incrées” (“presencias eternas que pueden no llegar a ser percibidas por el conocimiento”), pero que en algún momento surgen a la conciencia y determinan conductas, estilos de vidas, creencias o costumbres, incluso opiniones o puntos de vista. De este inconsciente pueden surgir impulsos tanáticos, la conducta violenta, todos los tipos de instintos bajos (el arquetipo que Jung denomina la sombra). De esta función mental es probable que nos lleguen pulsiones que no estén, necesariamente, ligadas a las funciones vitales y que tampoco puedan tener en sí una finalidad concreta, salvo de ser el fermento o la masa para formar impulsos aprendidos o modificar los impulsos instintivos. Esas pulsiones son las que nos proveen también, en ocasiones, de fuentes de creatividad. Otros de los arquetipos del inconsciente colectivo de Jung es el “saber” (del griego noético o noesis) que obraría como una especie de “visión intelectual” “pensamiento” “acto intencional de intelección o intuición”. Este saber noético sería una especie de símbolo del conocimiento o saber acumulado en el curso de los siglos prehistóricos e históricos y obraría como un saber ancestral, similar al de los animales que ya nacen sabiendo lo que tienen que hacer. Este es el saber que una vez que se manifiesta conscientemente da al hombre confianza en sí mismo, en su propio saber, lo que le permite alejarse o liberarse del influjo de sus padres o de otros hombres (auto dependencia). Este saber, cuando se da normalmente, hace que además de su propia confianza en sí, se sienta omnipotente y prometeico, en el sentido de que se sabe capaz de hacer muchas y diversas cosas. Es una especie de instinto que cuando decide desarrollar al nivel de conciencia, explota al máximo todas sus posibilidades intelectuales, físicas y sociales. Pero puede

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ocurrir que este saber noético también se presente como forma patológica en los cuadros conocidos como delirios de grandeza, estados oneroides de la esquizofrenia o en la fantasía de creerse hombre-dios (homo divinans). Jung da a entender, sin explicarlo concretamente, que este saber noético es la causa de aquellas personas que están afectadas por algunas intuiciones y creencias que le parecen obvias y evidentes, a modo de dogma o postulado indiscutible, aunque no se sepa de dónde nuestra mente tiene esas intuiciones y creencias y si las mismas tienen o no suficiente base lógica. Lo más probable es que se trate de justificarlas a través de raciocinios o explicaciones no claras ni para el que ostenta dichas creencias ni para el que las escucha. Se terminan aceptando bajo la frase “creo porque sí” “así lo veo yo” “es mi opinión” “las cosas son como son y nada las cambia”, etc. El repertorio de frases para justificar la ausencia de explicación lógica e inteligible de una intuición o creencia, es tan amplio y diverso que no puede consignarse en breves líneas. Es probable que esto esté tras el mecanismo de las creencias, supersticiones, etc. Otras veces, este saber actúa como “inspiración” acertada de muchas teorías o conceptos filosóficos que dan origen a descubrimientos transcendentales. Este pensamiento es el que da los personajes sociales que suelen actuar como profesores de premoniciones, parapsicólogos, astrólogos, profetas, caudillos, o presuntos líderes o sabios. También fundamenta el “saber del viejo” (el diablo sabe más por viejo que por diablo) que se manifiesta por dichos o refranes populares y ciertas creencias sobre meteorología, medicina casera, ritos contra males, etc. En alguna manera entronca con la magia oculta, la hechicería, etc. Así, explicaría a los predicadores y a los seguidores de determinadas sectas, al extremismo ideológico, al fundamentalismo religioso, a todo tipo de fanatismo y fatalismo. Incluso, en algunas manifestaciones de ese saber noético puede tener base una especie de sentimiento religioso primitivo, como es el que sustentan algunas tribus actuales o algunos pueblos de la Antigüedad. También del inconsciente nace la conducta refleja que contiene todos los reflejos congénitos o actos reflejos que en un momento determinado el hombre realiza en forma automática, sin intervención de la voluntad ni en forma consciente, aunque los realice en plena conciencia. Es decir, estando consciente, el hombre realiza actos reflejos inconscientes congénitos (reflejo de búsqueda y succión, reflejos defensivos, reflejo de prensión, etc.). Otra probabilidad es que el inconsciente o preconsciente intervenga en los llamados pensamientos automáticos que son pensamientos breves, de los cuales la persona apenas percibe conscientemente, en cuanto a su contenido pleno y cierto. Por ejemplo, si un grupo de personas que han jugado a un mismo número de quiniela o de otro juego similar, este número sale premiado secundariamente, de forma tal que le permite recuperar el dinero invertido o ganar apenas un poco más, algunos interpretan a esto como un alivio alegre de no haber perdido, otros lo reciben como un fracaso (no haber ganado todo) y a

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otros le resulta indiferente, mientras que el jugador compulsivo lo aprecia como un “siga participando”. Estas diferencias de interpretaciones son causadas por pensamientos automáticos, tras los cuales hay un fondo de positividad o negatividad y esto podría explicar también la tendencia a actitudes positivas o negativas connatas (tendencias que se manifiestan apenas se nace). Estas tendencias inconscientes a una determinada conducta o comportamiento o interpretación de la realidad están dentro del misterio ontológico o misterio del ser humano, como podría ser la tendencia homosexual. Naturalmente, nos referimos a las tendencias no adquiridas, aunque es posible que estas tendencias en unos sean congénitas y en otros, adquiridas. Pero quienes la adquieren por aprendizaje o por deliberación voluntaria, quizás, tengan el trasfondo inconsciente. Retomando el hilo del concepto de idea y aclarado lo que la ciencia llama memoria filética, ahora enlazaremos ambos conceptos para explicar “científicamente” la formación de ideas fundamentales a través de los tiempos de la humanidad, en la historia de la cual, a medida que avanza su “civilización” o cultura o saber científico, se van incorporando esas “ideas fundamentales”. La memoria filética explicaría la aparición de ideas fundamentales o esenciales, como lo es: los conceptos de Dios, del bien, del mal y otros similares y conexos. Si la ciencia admite la memoria filética como un saber infuso en la esencia del hombre, no es descabellado ilar esta idea con la afirmación bíblica de que el hombre es insuflado por Dios, recibiendo un aliento divino que lo hace a “imagen y semejanza”, es decir recibe, de algún modo, una parte de la omnisciencia divina, sin alcanzar su extensión y magnitud. Esa pequeña porción está en esa memoria filética, la cual parece irse desarrollando con el tiempo, lo que ha permitido a algunos investigadores pensar que hay una verdadera “evolución de la inteligencia”, en el sentido de que el hombre no es un ser acabado, terminado, sino en vías de formación y que aún no alcanza todo su potencial intelectual, afectivo y volitivo. Esto podría traducirse en nuestro concepto, como que el hombre todavía está en un proceso de evolución espiritual. Si aunamos los conceptos científicos y los filosóficos sobre lo qué es una idea, es evidente que se pueden arribar a muchas y diferentes conclusiones. Lo tremendo es que todas son válidas porque advierten los distintos puntos de vista que captan a su vez, las diferentes y distintas facetas de una misma cosa. Así el hombre puede llegar a concebir una idea de Dios o una idea anti-Dios, puesto que el fenómeno Dios es tan complejo para abarcar que aquellos que logran apreciar algunos aspectos, forman una idea de Dios y su existencia como algo real, mientras que los que no advierten esos aspectos, sólo captan un “vacío de concepto” o “vacío de idea” y les lleva a pensar que no hay un Dios. Luego, aquellos que sostienen su existencia sólo lo hacen porque han “imaginado” la “idea Dios”.

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De acuerdo a lo antes visto, desde lo científico, racionalmente ambas teorías son admisibles en el cerebro humano, como instrumento de los mecanismos intelectuales, entre ellos, el de la formación de ideas. Naturalmente, los que sostienen la idea Dios aportarán las “razones” y las “pruebas” de la certeza de su percepción, mientras que los pensadores de la inexistencia de Dios también presentarán sus “pruebas” y “razones” del vacío que perciben. Ambos manejan una verdad: unos, la verdad de percibir una presencia, otros, la verdad de su percepción de vacío o ausencia de esa presencia. La “idea Dios” en la filosofía atea El filósofo español Gustavo Bueno145 se ha sumado a la corriente de otros escritores tales Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett, Fernando Savater, Xavier Zubiri y Gonzalo Puente Ojea para repasar nuevamente el concepto y la existencia del ateísmo como principal fuente de negación de la idea Dios o “idea de Dios”. Xavier Zubiri pronunció la frase “el ateísmo es la fe del ateo” y esto lleva a Bueno a pensar que habría varias definiciones de fe y varias de ateísmo, según el punto de vista con que ambas cuestiones se aborden. Mi punto de vista, particularmente, es que no corresponde hablar de varias definiciones sino de definiciones que se ajustan a la forma de presentación de un mismo fenómeno. La fe humana y la fe religiosa, en su esencia, es una misma cosa aplicada a polos diferentes. Para Bueno existiría, filosóficamente, una postura ontologista, según la cual, el hombre de fe religiosa estaría conformado por el postulado nosotros vemos todas las cosas en Dios. Esto significaría que el primum cognitum no sería “el ser” del hombre, sino Dios mismo. Acá es donde es necesario aplicar todas las digresiones que he efectuado sobre el proceso de formación de ideas y de la memoria filética y el recuerdo de que de ser cierta la afirmación bíblica de que el hombre es criatura de Dios “a su imagen y semejanza”, el soplo infundido sería el soplo divino hecho puro espíritu en el hombre. Vista la cuestión así, la postura ontologista de “ver todas las cosas en Dios, teóricamente, se afirma en que el primum cognitum, como “el conocimiento absoluto en sí mismo” nace de Dios y es parte del mismo, como lo son todas sus criaturas incluyendo al hombre. La memoria filética es el repertorio de todas las posibilidades y formas de conocimiento que el hombre tiene dentro de él “infundido” por Dios. Pero, razonablemente, Bueno tiene en cuenta la existencia cierta de hombres que no aceptan la teoría bíblica como tampoco la existencia de Dios. Formula así la pregunta de que si el primum cognitum es Dios, “¿cómo son posibles los ateos? Este inteligente interrogante es sumamente válido si no se prescinde de otra cita bíblica: el hombre desterrado del paraíso terrenal que se le dio la posibilidad de conocer en forma dual, siendo los dos principios fundamentales y 145

Gustavo Bueno – LA FE DEL ATEO, Editorial Temas de Hoy, España, 2007

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opuestos, el bien y el mal. Luego, provisto de una inteligencia que puede elegir (libertad y libre albedrío) entre dos opciones. Traspolado este fenómeno a la cuestión de la fe en Dios o de la fe del ateo, estamos en la pura presencia de la eterna dualidad intelectual conferida ontológicamente al hombre, supuestamente por Dios. El primum cognitum es Dios, pero un Dios que da el poder de elegir entre tomar un conocimiento o tomar otro opuesto. Lo mismo ocurriría si prescindimos de la teoría creacionista y ubicamos al “ser del hombre” en forma independiente de todo concepto divino. El hombre tendría el poder ontológico de manejar per se el primum cognitum y ahora se invierte la pregunta de Bueno: si el primum cognitum es una condición esencialmente humana desprovista de toda influencia o dependencia divina, ¿cómo son posibles los creyentes? Toda la tesis de Bueno está centrada, así, en la existencia de una “idea de Dios”, la cual es patente para todo creyente, pero es inexistente para el que se dice ateo. Incluso, me induce a dudar de la existencia de un primer conocimiento para quedarme con la simple idea de un conocimiento que surge de un libre albedrío que me permite reconocer y aceptar, o no, la idea de Dios. Esto evitar el dilema sofista del primun cognitum, un término retórico muy atrayente pero a mi modo de ver poco convincente pues condiciona mucho el poder de libertad del pensamiento del hombre. Una cosa es tener y pensar la idea de Dios y poseer la facultad de aceptarla o rechazarla y otra cosa es creer que el mentado primun cognitum es una imposición sin la cual no es posible existir. El fundamentalismo de un absolutismo de ese primun cognitum así concebido es lo que lleva a todas las conclusiones inconsistentes que plantea Bueno. Naturalmente, no quiero ser otro fundamentalista de opiniones o pensamientos, pero creo útil plantear otro punto de vista donde la idea de primun cognitum no debe ser necesariamente en una sola cuestión como es la de centrar dicho conocimiento en Dios o en su negación. Acudiendo al antropologismo, Bueno hace una especie de historia comparativa del surgimiento de la “idea de Dios”, considerando que la misma no está “registrada” en la prehistoria sino que aparece tardíamente con la historia antigua y, más precisamente, en lo que él llama la teología natural concebida por Aristóteles y sugerida previamente por Parménides y Anaxágoras. Remarca que “esa idea de Dios no puede atribuirse al hombre primitivo, del mismo modo que no puede atribuirse la trigonometría. La idea de Dios de Aristóteles presupone ya una actividad filosófica muy desarrollada y en modo alguno puede decirse que los hombres tengan la idea de Dios de modo innato como para ver todas las cosas en Dios”. Es evidente que el pensador parte ya de un preconcepto absoluto, ignorando otras “ideas de Dios” que el hombre manifestó antes de la aparición histórica de los griegos. Una cosa es la elaboración filosófica de una “idea de Dios” y otra cosa es la simple creencia en un ser superior

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considerado Dios. Mientras la idea filosófica es concebida por la “mente intelectual” del hombre, la idea-creencia de un ser superior sin mayor extensión metafísica o filosófica es fruto de una “mente emocional” (sensitiva, afectiva, intuitiva) en la cual no interviene la racionalidad sino que se trabaja a nivel instintivo-sensitivo-afectivo. En mi concepción, esa idea está “naturalmente” incursa en lo que hoy llamamos memoria filética y que Jung anteló como “inconsciente colectivo”. ¿Cuál de las dos formas de concebir una “idea de Dios” es más innata? ¿La racional o la instintiva? Así como no se puede afirmar que el hombre prehistórico tuviera una idea de Dios, tampoco se puede negar por cuestiones obvias. Pero acá, la cuestión fundamental no es si el hombre prehistórico elabora una “idea de Dios” a la manera aristotélica, sino si el hombre primitivo tuvo, dentro de su nivel primario cultural, alguna “idea de Dios”. El prehistórico, obviamente, no disponía del lenguaje escrito y esto no permite conocer su verdadera biografía, la que nos llega por “rastros paleontológicos, arqueológicos y antropológicos” que, incluso, no nos permite saber hasta donde llegaba la inteligencia del hombre primitivo. Mas, también es obvio que si una vez que instrumentó el lenguaje y desarrolló el pensamiento pensó, aunque “terciariamente” en Dios, es porque poseía la idea de Dios, como la tenía del bien y del mal, de lo bello y lo feo, etc. No es que el prehistórico no tuviera “idea de Dios”. Lo que no tenía era el medio para expresarla en forma trascendental y registrarla históricamente. Al no tener historia nunca sabremos cuáles eran las verdaderas ideas prehistóricas. Sin embargo, si aceptamos que el hombre prehistórico poseía la inteligencia, deberemos aceptar que el hombre histórico era el mismo que el prehistórico, nada más que con una civilización y cultura más desarrollada a través de una evolución, que más que biológica, puede entenderse como intelecto-cultural. Si decimos que el “hombre” de Cromagnon u otros homínidos carecían de inteligencia, entonces no estamos hablando de hombre propiamente dicho, en el sentido estricto de tal vocablo. A menos de que se desee introducir la teoría de una inteligencia maleable que se inicia con una “preinteligencia” o “protointeligencia” (una inteligencia distinta a la actual en un grado de evolución muy primario o primitivo y propio de un simple animal instintivo). De alguna manera caeríamos en la teoría de Teilhard de Chardin de una “inteligencia evolutiva”. Esto estaría de acuerdo con la histología e embriología del cerebro que habla de “tres cerebros humanos”: el del reptil, el del mamífero superior y el del cortex. Así, el prehistórico era puro “cerebro de reptil” con pre o protointeligencia, mientras que el histórico, desarrolla el “cerebro de mamífero” seguido por el “cerebro del cortex” y ya sería una “inteligencia” propiamente dicha. De ser cierta la teoría de Teilhard de Chardin,146 debemos esperar ahora la evolución del cerebro, al que las neurociencias 146

Quien en realidad se refiere a la inteligencia humana como una “obra abierta” a una evolución sin fin, esperando un desarrollo profundo en el futuro de la humanidad actual,

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del siglo XXI llaman “cerebro proteico” porque tiene la posibilidad de generar nuevas neuronas (neuronagénesis) y nuevas sinapsis o reactivar sinapsis no usadas o inactivas. De ser así estaríamos en un proceso evolutivo que podría llamarse de “metainteligencia” La persistencia de algunas tribus muy primitivas, parece indicar que el hombre primitivo tuvo su primera idea de algo superior y sobrenatural, en los mismos fenómenos naturales que no podía comprender: el agua, el fuego, la tierra misma y el universo, entendido como cielo (astros, planetas, etc.) Todos esos fenómenos que estaban fuera de su control inmediato se le presentaban como “lo superior” a su condición humana. Si bien estaban insertos en lo que hoy se considera un marco estrictamente natural como es la existencia del espacio y sus elementos o de la llamada naturaleza (tierra, agua, fuego, vida animal y vegetal, los ciclos astrales de la tierra, etc.), la idea primitiva era que esos elementos fuera de su alcance material de dominio constituían un “principio superior”. De ahí la idea de divinidad del sol, la luna, el fuego, el agua, el cielo, etc. La astrología antigua nace de esos conceptos primitivos y del estudio secular de los ciclos que se entrelazan entre los fenómenos celestes y algunos fenómenos naturales (caída de un rayo que produce el incendio, un volcán en erupción, una estrella fugaz, las cuatro estaciones, los ciclos solares y lunares, etc.) Además, no es posible establecer un parangón certero, en cuanto a fechas muy precisas, de la idea aristotélica de Dios o del monoteísmo hebreo. Mientras Aristóteles desarrolla toda una teología racional que luego se considera “natural”, para los hebreos “lo natural” reside en el fenómeno “sobrenatural” que es la revelación directa de Dios a los hombres. El griego elabora todo un raciocinio sobre Dios, el hebreo trata de demostrar la existencia real de ese Dios. Otros conceptos de Bueno como que “las religiones no tienen nada que ver con Dios. La religión es una institución de carácter cultural, antropológico, que no tiene nada que ver con el Dios “terciario” porque éste es una construcción tardía de una religiones originarias que no tienen que ver con Dios. La definición escolástica tradicional de religión es „el conjunto de actividades que establecen las relaciones del hombre con Dios‟. El Dios terciario, el dios de Aristóteles (por decirlo así) se da por presupuesto y a partir de eso se trata de definir retrospectivamente a la religión”. Es cierto que todo lo relativo a la religión es puramente cultural y antropológico, pues la religión es el camino que el hombre opta y adopta para tratar de acercarse a su “idea de Dios”. La religión, como la misma “idea de Dios” es patrimonio exclusivo del hombre, ese hombre que en la tesitura de Bueno y de otros pensadores, estaría totalmente ajeno al “fenómeno Dios”. Es un hombre que existe por sí mismo (pues pensar lo contrario sería aceptar que fue creado) y que siguiendo la teoría de Platón, quizás influencia por Aristóteles, tendría el gran poder de imaginar cualquier cosa y luego aceptarla por realidad (nominalismo).

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En esta encrucijada, la teoría de Bueno, como todas las teorías existentes y aún las latentes, son posibles. Pero a la hora de formular preguntas más o menos esenciales, cabría hacerse la pregunta fundamental: ¿si el hombre no ha sido creado, de dónde sale? Aún admitiendo la teoría biologista evolucionista, de la cual Oparin fue un apasionado, sabemos que materialmente toda la vida surge de moléculas principales como el carbono y el nitrógeno, que forman parte de otras sustancias materiales, pero habría así otra pregunta: ¿de dónde sale la primera molécula de carbono? (o de cualquiera otra materia). Vengo sosteniendo desde el comienzo de este trabajo (y ahora me obligo a iterar “pegando y cortando” citas de mi computadora) que la naturaleza parece regirse por el principio biológico de omnia celula in celula (toda célula procede de otra célula) y lo mismo ocurre con el resto de la materia en la cual toda molécula procede de otra molécula. Es decir, esto haría “imposible” la generación espontánea de vida y materia. Sin mayor profundidad metafísica, la simple expresión de los fenómenos naturales parece indicar la presencia de un principio desconocido que rige la formación y transformación de la materia y la vida. Así, una célula primaria, el huevo, se formarán millones de células totalmente distintas. ¿Cómo explica la metafísica intelectual tal fenómeno? ¿Es propio de la ontología humana y del mundo material? ¿O es un fenómeno regido por un principio natural que depende de una fuerza o ente sobrenatural? Tengo por cierto que el poder racional del hombre tendrá teorías muy convincentes para explicar dualmente estas preguntas, pues abundarían las respuestas de esencia puramente natural como así también las de la esencia sobrenatural. Y volveríamos a la discusión bizantina del círculo vicioso de una idea y su opuesto, para caer finalmente en el voluntarismo de elegir una u otra postura. Así el hombre puede ser ateo y dar miles de razones para explicar la inexistencia de Dios o de la “idea de Dios”, mientras que el que es creyente puede aportar tanto metafísica como científicamente razones de la existencia de Dios y de la “idea de Dios”, tanto desde lo filosófico como desde lo teológica. Por supuesto, siempre con disciplinas antropológicas ontológicas. El “historicismo filosófico” de Bueno para seguir el nacimiento y la evolución de la “idea de Dios” y de la religión es muy válida en el contexto de su planteamiento, pero en un contexto más amplio pierde la visión ampliada de la “idea de Dios” en el hombre y a través del tiempo y de la cultura. Siempre la idea y la cultura tienen un solo centro que es el hombre. Esto es innegable. También es innegable que ese hombre está inserto en un planeta hasta ahora según lo que se sabe, único en el universo. También es innegable que existen fenómenos que la mente del hombre no puede abarcar ni explicar. Luego, el concepto es que no podemos descartar cuestiones o cosas simplemente porque sólo conocemos un factum certero en cuanto a una existencia indiscutible, y los otros fenómenos quedan en una especie de misterio ontológico y lo dejamos como conocimiento nebuloso, o bien, lo insertamos en una u otra posibilidad racional (negar o aceptar el misterio).

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Finalmente, la cuestión de Dios, como la plantea Bueno en el sentido de que “mi tesis es que no tenemos la idea de Dios, por tanto, la cuestión de de si existe Dios, o no, es una cuestión capciosa o mal planteada, pues supone ya la posible esencia de Dios y a partir de ella se pregunta por su existencia. La perspectiva en la que estoy situado esta insinuada ya por Descartes y por Leibniz y consistía en probar si la idea de Dios era posible para pasar a probar su existencia. La idea de Dios no existe como tal, es una idea contradictoria, cuya evidencia está ocultada por la simplicidad de las palabras „Dios es el ser supremo, etcétera” Bueno sigue razonando sobre la base aparente de una estructura intelectual sólida que maneja los principios muy hábilmente, pero en sus propios dichos, “la evidencia está ocultada por la simplicidad de las palabras” me lleva a pensar que la evidencia no está oculta por la simplicidad de las palabras, sino por el engorro metafísico que hacemos de las palabras. La mejor prueba es la recurrencia de Bueno a las matemáticas para demostrar que ciertos principios metafísicos son contradictorios, pareciendo con esto que obvia que la metafísica, las matemáticas y las ciencias en general, son facultades humanas y no divinas (únicamente si se admite que son producto del espíritu y éste representa el “soplo divino”, indirectamente podrían ser inspiradas por Dios). En la pura concepción humana está implícito descartar a Dios. Pero una cosa es el concepto del hombre y otra la “idea de Dios” que como otras tantas ideas, están en el cerebro humano y se van manifestando a través del tiempo, como asimismo, en el transcurso de dicho tiempo, la biografía de la humanidad, a través de la cultura y con ella las ciencias, puede hacer que una idea se vuelva completa realidad. Pierda la subjetividad y se transforme en un hecho o acto objetivo (cómo fue la “idea átomo”). Si hemos aclarado hasta el hartazgo que la mente humana está condicionada por dos principios contradictorios, lo lógico es la existencia expresa de la contradicción. La contradicción no se razona. Existe. El problema no reside en la contradicción en sí, sino en cual de los polos de la contradicción nos ubicaremos. Bueno elige no aceptar la idea de Dios. Esto es correcto porque tiene el don de la libertad y del libre albedrío y todo un repertorio de “contradicciones” a su favor. Pero, precisamente, son las mismas contradicciones que favorecen, paradójicamente, a los que se ubican en el polo opuesto de su pensamiento. El mismo autor explica las contradicciones del ateísmo, en cuanto tal ateísmo es relativo. Así un católico es ateo en relación a otros dioses ajenos a su religión. El politeísta es ateo en relación al monoteísta y viceversa. Es un exceso de razones y de palabras, en un buen ejercicio filosófico, pero nada cambia la realidad: existen creyentes y ateos. Y todos, a su manera, tienen razones relativas y verdades relativas, pero que no hacen a la verdad absoluta. Y, a propósito, ¿existe la verdad absoluta? Dejo el dilema al bizantinismo filosófico del relativismo actual. Incluyendo el ateísmo del materialismo filosófico, a los abolicionistas del alma, a los nuevos creyentes de la “razón pura” y descreyentes del espiritualismo.

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Yo también tengo una posición definida: soy espiritualista. Y deseo escribir un libro sobre LA FE DEL ESPIRITUALISTA o LA FE DEL CREYENTE. Naturalmente, como Bueno, estoy inserto en el marco cultural que él denigra pero mal que le pese, nos marca a los dos. A mí me apasiona la cultura de la fe creyente. A Bueno le encanta su materialismo filosófico traducido como ateo. Lo interesante es que yo entiendo su postura y la acepto. ¿Podrá él tener la misma correspondencia? ¿O me considerará un ser racional inferior a su categoría que no merece réplica, por aceptar el infantilismo de la “idea de Dios”? Dejo definitivamente aclarado que yo también acepto el principio de que Dios es una idea del hombre, pero no una idea imaginada sin ningún sustento sino inscripta en el software package (programa) de su memoria filética. Hay más elementos que discriminar que una mera “idea de Dios” y que obran en los fenómenos que ocurren alrededor de la “idea de Dios”. Y ese es el campo donde debemos ubicarnos para mejor elaborar conceptos sobre ideas en general y sobre la idea de Dios en particular. Desconocer la existencia real de otros fenómenos humanos como la existencia de la religión y del consenso universal de toda la humanidad, es un poco taparse los ojos para negar que el sol existe. ¿O no? Dejemos también definitivamente aclarado que la religión es obra del hombre y no de Dios, pues surge de la necesidad del hombre de encontrar un modo para relacionarse con Dios. Luego, el dios de las religiones es el de la existencia dudosa. Pero la idea de Dios abstracta y perenne en la mente del hombre y la posible existencia de un principio sobrenatural que origina lo natural, son cosas muy válidas ante la absoluta imposibilidad de demostrar fehacientemente lo contrario. La esencia del hombre y existencia Ahora repasaré algunos conceptos que ya he comentado en forma directa o que he soslayado. El Dios interior y todas las percepciones sensoriales y las funciones intelectuales, están dentro del hombre, en su sistencia o mismidad. Sistencia o mismidad es lo que consideramos al hombre “en sí mismo”, subjetivamente, todo lo que está en su interior y no trasciende fuera de él. Cuando esa sistencia sale fuera, estamos ante el fenómeno de la ex–sistencia (ex = fuera de; sistencia = sí mismo) o sea, lo que llamamos, existencia. Sale de su mismidad al mundo exterior y se manifiesta en él y una de las formas primarias de la existencia es la convivencia con otros seres humanos, compartiendo con ellos tanto lo material como lo espiritual. La otra forma es la cultura, o sea, la instrumentalización del mundo. Lo contrario de la existencia es el ensimismamiento. El ensimismamiento se refiere al hombre que prefiere no salir de sí ni prodigarse al mundo, por lo que su ser queda encerrado en él. Es el caso del anacoreta,

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ermitaño, místico enclaustrado y de toda otra persona que se aísla física y espiritualmente del contacto con otros seres humanos y no produce ninguna obra material (no instrumentaliza su mundo). En un ensayo anterior que he escrito y titulado ¿QUÉ ES EL HOMBRE? decía: “¿Cómo vive el hombre su mundo? El hombre puede vivir el mundo y su vida de tres modos: 1. ensimismado 2. fuera de sí mismo 3. enajenado Dijimos que el ser del hombre es un ser desconocido. Es como si estuviera dentro de un círculo al cual no puede entrarse. Es un ser encerrado en sí mismo (sistencia del ser). Esta sistencia o mismidad cuando no es transcendida por el hombre, éste queda convertido en un ser encerrado, ensimismado que no convive en el mundo. Es el caso de ermitaños o eremitas que se enclaustran en una cueva y rehuyen vivir en sociedad. Por esto, el ser ensimismado, el que no se manifiesta, no constituye un hombre propiamente dicho, por lo que Aristóteles que el hombre que vive sólo o es Dios o es bestia.” En lo referente al hombre que sale fuera de sí, es el que decide existir y este fenómeno lo describíamos en el ensayo antes citado, de la forma siguiente: “Es decir, que el hombre cuando sale de su sistencia, de su mismidad, comienza su existencia, o sea, que comienza a vivir fuera de sí. Pero fuera de sí no es la expresión que se usa corrientemente para indicar a un hombre iracundo sino que en este caso significa que el ser sale de su encerramiento sistencial o mismidad, para existir y se convierte en un ser abierto. Esta es otra de las notas fundamental del ser del hombre. Y necesariamente, al ser abierto es cuando comienza a ser con otros seres. Este ser con... es otra nota fundamental del hombre que lo lleva a convivir con otros seres humanos como condición fundamental de su ser. Así el hombre es un ser social.” En cuanto al ser enajenado, es aquél que habiendo existido, de repente deja de encontrarle sentido a las cosas, pierde su capacidad de darle significado a la existencia y en esas condiciones decíamos: “En el instante en que el hombre vive la nada en cualquiera de sus formas, imaginaria o real, pierde el sentido de su existencia y vive enajenado, como si en lugar fuera otro, no él mismo, sino alguien ajeno a él. La existencia enajenada es una manifestación de inautenticidad. No es propia del hombre, puesto que en ella pierde o no manifiesta las notas fundamentales de su ser.” Hemos acudido a esta digresión sobre la esencia y la existencia del hombre, para comprender luego, lo que trataremos como el misticismo.

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La teoría Newberg En realidad, la teoría Newberg tendría que llamarse teoría D’Aquili-Newberg. Según narra Vince Rause,147 la teoría de Newberg nace en las investigaciones realizadas en la década del ‟70 por Eugene D’Aquili (investigador norteamericano que era psiquiatra y antropólogo). Los estudios realizados por este autor se sustentaban en la teoría de que dentro de la función cerebral existía una facultad especial para producir un repertorio de sensaciones relacionadas con experiencias religiosas, sobre todo, las del tipo referido a revelaciones divinas a santos o experiencias personales de éxtasis que cualquier creyente puede tener al concentrarse a rezar una oración o asistir a un oficio religioso. D’Aquili trabajó personalmente en sus investigaciones durante casi veinte años y en la década del ‟90 busca integrarse con Newberg que, a la sazón, se desempeñaba como radiólogo y era profesor de la Universidad de Pensilvana. Entre ambos pulieron las partes teóricas y emprendieron el camino de probar la teoría mediante el estudio de imágenes de la función del cerebro en el momento de emplear esa facultad particular del encuentro con lo divino. En ésa época se había perfeccionado una técnica de Resonancia Magnética Nuclear que consistía en un escaneo del flujo sanguíneo en las regiones donde se desarrollaba la actividad neuronal del cerebro.148 La fotografía de ese escaneo permitía registrar las modificaciones que sufrían determinadas regiones cerebrales cuando se iniciaba la actividad de éxtasis. Se tomaban imágenes antes y después de la actividad para comparar a ambas y demostrar la existencia de esa actividad neuronal cerebral. De esa forma las regiones del cerebro en un estado normal de actividad eran indicadas por áreas de color rojo y estas áreas eran simétricas y casi iguales para ambos hemisferios y toda la masa cerebral. Pero al comenzar el acto del pensamiento o meditación profunda, en las imágenes antes descritas, aparece una zona de reducción de la actividad cerebral ubicada en la parte inferior de un lóbulo parietal izquierdo, la que pasaba de color rojo a un color amarillo más predominante.149 Esto debía interpretarse como que la zona marcada en rojo era zona de actividad cerebral sensorial, mientras que la inactividad cerebral sensorial se marcaba en amarillo.

147

Escritor norteamericano, convocado por Andrew Newberg para escribir un libro sobre sus trabajos científicos y autor de un artículo publicado en el suplemento dominical de LOS ANGELES TIMES en fecha 15 de julio de 2001 y reproducido en marzo de 2002, bajo el título de EN BUSCA DE LO DIVINO 148 Este método de tecnología de imágenes se denomina SPECT (sigla inglesa donde S = escaneo; P = positrones; E = emisión, C = computarizado; T = tomográfico) y se puede traducir como escaneo tomográfico computarizado por emisión de positrones. Es un método superior a la RMN y se hace en base a sustancias radiactivas y las imágenes recogidas se procesan por computadora. 149 Estudio realizado en dos grupos testigos: un grupo de budistas tibetanos y otro de monjas franciscanas, ambos en estado de oración y contemplación mística religiosa

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En nuestro ensayo antes citado escribíamos: “El hemisferio izquierdo está especializado principalmente en los procesos relativos a la inducción, la deducción y el lenguaje.” Esto sugería que las principales funciones intelectuales o, mejor dicho, los procesos intelectuales, eran patrimonio del hemisferio izquierdo. El estudio D’Aquili-Newberg confirma que efectivamente es así y el centro que registra la percepción sensorial activa (en estado de vigilia) parece ubicar en la porción inferior del lóbulo parietal izquierdo, zona reconocida también como la región de asociación de la orientación témporo-espacial. En esa región existe la función de establecer el horizonte entre el yo físico y el resto de la realidad que nos circunda y para que esto funcione, esté en actividad, y cumpla esa función orientadora, necesita un flujo continuo de información que llega a través de los sentidos (percepción sensorial) a los centros neuronales (información neuronal). Esta actividad es la que registra el SPECT con el color rojo. Cuando un individuo, en pleno estado de conciencia o vigilia, logra hacer una abstracción del uso de sus sentidos (bloquea activamente los sentidos) y concentra la actividad neuronal en una introspección o reflexión o meditación profunda, cesa el flujo de información sensorial por carencia de percepción, y queda interrumpida la actividad de orientación. Esto es lo que el SPECT marca con el color amarillo que significa inactividad neuronal para la función específica de procesar la información perceptiva sensorial. Es decir, no hay actividad sensoria. Esta anulación vigil de la percepción, indica un estado de funcionamiento muy concentrado del cerebro en una actividad meramente intelectual: estado de meditación o introspección profunda, cercano a la trascendencia mística que, en general, las religiones describen como una de las experiencias espirituales más profundas. Algunos santos católicos se referían a esa trascendencia mística como la “unión mística” con Dios. Para un budista sería una especie de “interconexión”. La prescindencia del estímulo físico indica una actividad cerebral sin estimulación física, es decir, únicamente espiritual lo que significa que en ese momento el cerebro está inmerso en una actividad totalmente espiritual, con exclusión completa del mundo o realidad exterior. La imagen SPECT no da un color amarillo total, sino deja restos pequeños de color rojo y esto señala que hay una actividad neuronal residual que es posiblemente la dedicada a la actividad espiritual o reflexiva. Michael Posner150 realizó también un estudio con SPECT y electroencefalogramas para rastrear la actividad cerebral de personas concentradas en ciertas tareas y comprobó que cuanto más se practica la concentración, menos actividad necesita realizar el cerebro. Hoy, año 2008, los científicos de Oxford buscan una estructura cerebral que origine o aloje la creencia religiosa, basados en los experimentos recientes que identifican estructuras relacionadas con experiencias religiosas, mientras que de ese hecho siguen las opiniones divididas: 150

Profesor de Psicología, Universidad de Oregon, EE.UU.

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1. Dios es un mero producto de circuitos neuronales de un cerebro inteligente, que permite forma la “idea Dios” y armar una cultura que lleve a la creencia religiosa 2. Dios ha preparado mi cerebro para poder comunicarse conmigo 3. El cerebro es el instrumento mediante el cual el espíritu se hace presente objetivamente despertando o creando circuitos cerebrales a medida que se va activando. Una de esas manifestaciones espirituales es la conexión con Dios y la creencia religiosa. Las teorías “abolicionistas” del alma Básicamente la teoría abolicionista del alma es la que acepta que el alma, tal cual se concibe, no existe, sino que todo lo atribuido al alma en realidad es fruto exclusivo del cerebro humano. No es el alma la que mueve al cerebro, sino que el cerebro es el que crea al alma y todo lo relativo al espíritu. La teoría Newberg-D’Aquili, interpretada como que el cerebro es el origen de lo espiritual, se suma a otras similares. Un anuncio de Francis Crik y James Watson, ambos premios Nóbel por descubrimiento de la estructura del ADN. Crik asegura en un artículo publicado en el 2003 en la revista Nature neuroscience que el alma tiene una explicación bioquímica porque en el cerebro hay un grupo de neuronas que producen reacciones químicas responsables del estado de conciencia y explica que los creyentes llaman alma a la conciencia. Según la redacción periodística de ser ciertas estas afirmaciones, significaría que Crik comete graves errores. Primero confunde conciencia con alma y segundo da como primicia que la conciencia es producto de un grupo neuronal y procesos bioquímicos. Lo que Crik anuncia ahora es harto conocido por los científicos neuroquímicos. Lo que Crik ignora es lo que hemos venido aclarando en el sentido de que la palabra alma viene del latín ánima y este del griego anemos que significa soplo. Por esta razón a la manifestación de la vida en el cuerpo concreto de una persona se le denomina alma y que la Real Academia Española (RAE) define como “sustancia espiritual e inmortal, capaz de entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él constituye la esencia del hombre”. Luego etimológica y denotativamente alma es algo inmaterial que constituye la esencia del hombre y no sólo la conciencia del mismo. La conciencia es un estado de la mente, la cual es operada por el espíritu. Ahora me veré obligado a repasar conceptos que ya he emitido y que incluso apelaré informáticamente a “cortar y pegar” por lo que es posible que se encuentren la textual reproducción de pasajes escritos en otra parte de este trabajo. La conciencia, por su propia definición es el mundo interior del hombre. Es la “propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. También representa el conocimiento interior del bien y del mal y el conocimiento exacto y reflexivo de las cosas”. Pero, la

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Psicología la juzga de otra forma y sería el estado mental de la vigilia. Bien pensada, la conciencia es la que nos permite darnos cuenta o percatarnos de las cosas o de juzgar una ley o la moral. El espíritu según la RAE es “alma racional” “don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas” “vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para actuar” “ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo” “Vivacidad, ingenio”. Sin embargo, hoy se piensa que el espíritu es el operador del alma en el hombre y su principal instrumento es la mente, la cual usa como sostén al cerebro. Decir que todo lo espiritual es una mera reacción química es desconocer que antes que el cerebro, desde los gametos, empieza la vida humana y con ella el alma. ¿Hay neuronas en los gametos? En este aspecto, Robert White151 sostiene que el cerebro es la sede del alma mientras que el resto del cuerpo es sólo el apoyo vital del cerebro. Esta afirmación confunde a espíritu con alma, tal cual lo hace el diccionario y cree que sólo en el cerebro anida el alma, ignorando que alma, como sinónimo de energía vital está en todas las células. El cerebro no es la sede del alma ni del espíritu. Es sólo un órgano-instrumento que sirve para que se manifieste lo inmaterial. Afirma que “el cerebro es el origen del arte, de la música. Buscamos a Dios con el cerebro”. Su principal opositor a las investigaciones de trasplante de cerebro, el Dr. Arthur Caplan,152 refuta los conceptos de White diciendo: “¡Ridículo! Aunque el órgano más importante es el cerebro, no se le puede aislar y decir „he aquí la esencia humana‟”. En el calor de la controversia entre ciencia y bioética, ambos científicos mezclan conceptos que no son del patrimonio de la ciencia biológica y que están creando falsos dilemas a los fisiologistas que intentan a través de la anatomía y fisiología del cuerpo humano, explicar los fenómenos vitales y espirituales. Esto les trae lógicas confusiones. La esencia humana no sólo está en el alma, en el espíritu o en el cuerpo. Todo eso constituye la esencia humana. Una cabeza sola sin cuerpo, aunque pudiese estar viva y pensar (e incluso admitir la casi utopía de que pueda comunicarse eficazmente como un hombre completo), nunca constituirá un hombre cabal, sino la expresión de una parte de un hombre. Para ser un hombre total deben estar presentes todos los elementos que lo constituyen. Pero uno de los modos de ser de la esencia del hombre, que es la inteligencia, aunque puede decirse que se expresa a través del cerebro, de ningún modo esto significa que el cerebro es la esencia del hombre. Es un órgano más que también es patrimonio de otros animales. White, incluso, en el paroxismo de su entusiasmo llegó a afirmar que cerebro y alma son una sola cosa. Grave conclusión por el error conceptual que encierra sobre el significado del alma. Terminamos de afirmar que el alma “anima” todas las células del cuerpo, no sólo el cerebro. Es una fuerza energética (energía vital) que está en la célula y desde allí gobierna todo el organismo, incluyendo al cerebro. Tan vital es el cerebro como el corazón o los pulmones. Sin ellos no hay vida, sin vida 151

Investigador norteamericano, del Laboratorio de Investigación del Cerebro, del Hospital General Metropolitano de Cleveland, que investiga el trasplante del cerebro. Es católico y es miembro de la Academia Pontificia de ciencias con sede en el Vaticano. 152 Director del Centro de Bioética de la Universidad de Pennsylvania.

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no hay alma. Luego, el alma está presente en todo el organismo como manifestación de la vida (manifestación patente de la vida). Tan inmensamente influye en cerebro, corazón, estómago e hígado, que los primeros investigadores de la mente y el cuerpo llegaron a pensar que tanto el corazón como otros órganos, eran la sede de sentimientos. No supieron distinguir que los sentimientos influyen sobre la fisiología de esos órganos, pero ninguno de ellos origina sentimientos. El alma, repetimos una vez más, “anima” todas las células del cuerpo, no sólo el cerebro. Luego, el alma está presente en todo el organismo como manifestación de la vida (manifestación patente de la vida). Vimos en detalle qué significa en sí la palabra “alma”. Si bien hay una tendencia generalizada, incluso por parte de la Real Academia Española a emplear indistintamente la palabra alma, espíritu y mente, veremos luego que no es así. De ahí que, en general, las ciencias, incluyendo a la filosofía, la psicología y otras ciencias espirituales, no puedan dar definiciones abarcadoras y totalizadoras153 del fenómeno mente humana. ¿Por qué espíritu es una cuestión semántica?. Por la palabra en sí. Si yo digo ave (animal) no puedo interpretarlo como cuadrúpedo. Esto se debe a la especificidad del nombre. De igual modo, reiteramos, espíritu deriva de alma, alma de ánima, ánima de animus y animus de anemos, el que etimológicamente significa soplo. Por eso, en latín, spiritus es “respiración, aliento, aire”.154 Por lógica, no puede designar como soplo, respiración, aliento o aire a una función orgánica, en este caso, una función cerebral. De ahí que, en general, las ciencias, incluyendo a la filosofía, la psicología y otras ciencias espirituales, no puedan dar definiciones abarcadoras y totalizadoras del fenómeno mente humana. James155 afirma confusamente que “Tanto el cerebro como la mente se componen de elementos simples sensitivos y motores”. Esto nace de una concepción fisiologista que es la que predomina en todos los estudiosos de la mente, asociando el cerebro a la mente, en el sentido de que el cerebro es el que origina todos los fenómenos mentales. Tanto lo sensitivo como lo motor, en términos fisiológicos, dependen exclusivamente del cerebro. La mente puede influir sobre estas funciones cerebrales, pero no son de su incumbencia directa. Lo sensitivo, referido a la sensibilidad neurológica, es función del cerebro. Lo sensitivo, referido a la vida afectiva o emocional, es función de la mente. La acción cerebro-mente es un camino de doble vía, donde la mente influye en el cerebro y viceversa. Cuando enferma el cerebro, enferma la mente e inversamente: toda disfunción mental influye en las funciones cerebrales. Mas, de ninguna manera significa que la mente tenga funciones sensitivas y motoras, de orden neurológico, iguales que el cerebro. Pero creo que la cuestión fundamental de mi preocupación no es el cerebro en sí, puesto que éste es el instrumento idóneo para que se manifieste la mente. Pienso que no debemos confundir instrumento con función. 153

Este concepto de abarcar en forma total es la base de la holística que proponemos como título de nuestro trabajo 154 Parvus-Duplex DICCIONARIO LATINO-CASTELLANO Y CASTELLANO-LATINO, Editorial Sopena Argentina, Bs. As. 1953 155 James, William – COMPENDIO DE PSICOLOGÍA, Editorial Emecé, Bs. As. 1947

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Francis Crick afirma que la conciencia es “una banal fusión de neuronas del cerebro”.156 Sostiene que el cerebro humano posee un grupo de células que son el origen de la conciencia y del alma. Crick abandonó los estudios sobre genética para dedicarse en 1976 a investigaciones de biología celular y evolucionista del cerebro humano, buscando bases científicas para estudiar un objeto tan intangible como la conciencia. El científico destaca que su afirmación es el resultado de investigaciones y búsquedas en el inconsciente que ha realizado durante muchos años para individualizar cuáles son los mecanismos científicos de la conciencia. Por estas razones, asevera que “la convicción científica es que nuestras mentes, el comportamiento de nuestros cerebros, pueden íntegramente explicados por la interacción de las células cerebrales”. Chistopher Koch, profesor de ciencias neurológicas y coautor del estudio con Crick, dice que “es evidente que la conciencia nace de reacciones bioquímicas del cerebro”. Parecen ignorar lo que antes afirmamos: las reacciones bioquímicas del cerebro en actividad son consecuencia y no causa de los fenómenos intelectuales y afectivos mentales. Ambos científicos, siguiendo sus ideas y desechando sin más lo que acabamos de explicar, describen equívocamente en su investigación los mecanismos a través de los cuales distintas partes del cerebro humano se funden las unas con las otras para crear, según reafirman, “un sentido de conciencia. Es lo que los creyentes llaman el alma. Por primera vez tenemos un esquema coherente de los correlatos neurales de la conciencia, en términos filosóficos, psicológicos y neurales. Un día, la humanidad aceptará el concepto que el alma y la promesa de la vida eterna no existen, así como hace siglos debió aceptar que la Tierra era redonda”. La acción cerebro-mente es un camino de doble vía, donde la mente influye en el cerebro y viceversa. Cuando enferma el cerebro, enferma la mente e inversamente: toda disfunción mental influye en las funciones cerebrales. Mas, de ninguna manera significa que la mente tenga funciones sensitivas y motoras, de orden neurológico, iguales que el cerebro. Esto es así, porque en el fondo de la cuestión, la mente termina siendo una función (función en sentido instrumental, no causal) más del cerebro, conectada con las otras funciones fisiológicas no espirituales (funciones nerviosas sensitivo-motoras y el comando de todas las funciones orgánicas vitales). Los científicos quieren explicar “científicamente” a los fenómenos espirituales, según lo advertimos anteriormente. Mas, la realidad es otra. Una cosa es explicar la mente o mecanismos mentales y otra distinta es explicar al espíritu. Con o sin diferencias anatomofuncionales, cada persona piensa muy distinto de otras. Vaya como ejemplo los llamados genios. Si aceptamos que el cerebro es causa de la inteligencia, los afectos y los pensamientos, debemos aceptar lisa y llanamente que todos tienen que tener la misma inteligencia, afectos y pensamientos y, por lo tanto, no habría hechos mentales que escapen a esta regla. Empero, la realidad supera esta tesis porque nos muestra que a pesar de tener la misma calidad y cantidad cerebral, cada hombre es un individuo que genera actos, pensamientos y sentimientos totalmente distintos al de otros congéneres. A eso 156

Nature Neuroscience, 2003

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agregaremos que aunque se exprese un mismo sentimiento, por ejemplo, el amor, habrá situaciones o matices muy marcados en la manera en que se realice o se manifieste este sentimiento. Esto, y muchos otros ejemplos, nos obligan a desechar al cerebro como causa de actos espirituales. Lo diremos ahora, lo dijimos antes y lo seguiremos repitiendo hasta el cansancio en todo el texto de este trabajo: el cerebro sólo es sostén de la mente. De otra manera, habría que admitir que el cerebro, como las huellas digitales, son elementos únicos para una misma persona, pero diferentes para el resto de las personas de todo el planeta. Si cada persona es una entidad diferente a otras ¿esto significa que también, además de las huellas digitales, tienen cerebros distintos? Si aceptamos el principio de la diferencia cerebral para explicar porqué hay un cerebro ateo y otro cerebro creyente, estamos admitiendo entonces que la naturaleza o esencia del hombre no es única para todos los hombres, sino distinta en cada hombre. Esto lleva a pensar que los seres humanos somos esencialmente distintos entre sí, porque tendríamos una esencia cerebral, la cual cambia de individuo a individuo generando las diferentes formas de ser del hombre, así como se generan las distintas etnias. ¿No resulta esto mucho más complicado que admitir, directamente, que la esencia del hombre no reside en su cerebro sino en su espíritu? Al menos la teoría espiritual explica mejor los diferentes modos de ser del hombre, sin modificar una esencia espiritual única e igual para todos los seres humanos, la que admite que todos somos humanamente iguales, aunque pensemos distinto. La teoría biologista no puede explicar cómo el hombre, con el mismo cerebro, va cambiando históricamente su devenir y pasa de un ser cavernario a un ser histórico. Y dentro de la historia desarrolla civilizaciones tan dispares y distintas que ha obligado a algunos a pensar que hay diferentes clases de hombre, siendo algunos de ellos superiores y otros inferiores (principios de racismo). La ciencia ha probado que el cerebro del antiguo (no del prehistórico) es el mismo del posmodernista actual. La realidad nos prueba que hay hechos inexplicables que no pueden ser concebidos como originados por la materia. Lo que la ciencia ha probado también, es que de acuerdo a la forma en que cada persona maneje su cerebro, podrá modificar su anatomía y fisiología. Pero esto no depende del cerebro en sí, sino de la persona y persona es el conjunto de modos o formas de manifestar el ser humano cada individuo. Y el ser humano es cuerpo y alma y esa alma es espíritu y mente. Los fenómenos inmateriales no pueden ser explicados por la ciencia analítica ni reproducidos en ningún laboratorio. White, que realiza injerto de cerebro en monos, no ha logrado en sus éxitos efímeros, que un mono trasplantado llegue a actuar de igual manera que el mono que cedió el cerebro. Pero, hallazgos fortuitos comprobados por científicos, han demostrado en forma incontrovertible que a pesar de padecer “muerte cerebral”, los que fueron reanimados y el cerebro volvió a funcionar (encuentros cercanos con la muerte), en el período de muerte cerebral aparente (pues el cerebro no registró actividad alguna), los fenómenos espirituales tuvieron lugar, como es recordar y explicar lo sucedido en el lapso en que la persona se encontraba con paro absoluto de respiración, circulación y actividad cerebral. Incluso se manifestaron sentimientos y pensamientos. Pero como no estaban habilitados los órganos que son el medio de

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expresión, como es el cuerpo y el cerebro activos, no podían mostrar lo que sentían o pensaban y los hechos que registraban en el preciso instante de aparente muerte biológica. Estos fenómenos reafirman el concepto de que el espíritu opera aún sin el órgano habilitado, al cual necesita para expresarse pero no originarse. Y que, restaurado el órgano de expresión, manifiestan la actividad realizada en el período de aparente inanimación. Los fenómenos extrasensoriales son prueba de que la teoría espiritual es más sensata que la biológica, porque un espíritu determinado puede operar con cualquier cerebro. Por esto, Platón creía en la reencarnación. Más aún: muchos ateos en el trance de la experiencia cercana a la muerte se volvieron creyentes. ¿Cómo es posible que un cerebro inactivo cambie una idea? Sin embargo, los ateos también decidieron que, además de abolir la idea Dios, también había que disolver la idea de alma o espíritu. Entre las teorías abolicionistas, figura la del escritor español Gonzalo Puente Ojea.,157 quien sostiene lo que denomina el “mito del alma” y que consistiría en una especie de “construcción del alma” por parte del hombre prehistórico, quien sería el presunto descubridor de tal concepción, basándose en la observación de fenómenos que para él eran ininteligibles. Este autor piensa que la religión nace junto con la noción del “alma”, la cual ser inventada constituye una especie de “umbral de la religión”. En su opinión, el concepto “alma” nace en la observación de fenómenos de la naturaleza que causan al hombre sentimientos de temor, de perplejidad. Cree que para concebir la “idea de espíritu”, el hombre tenía que comenzar por comprender a su mundo y usar el “maravilloso regalo de la evolución genética” en que consiste la reflexión para dedicarse a cuestionarse a sí mismo en relación a los demás. Puente Ojea construye su tesis partiendo de la noción de que las experiencias que sumían en el temor y la perplejidad al hombre prehistórico le llevó a pensar en su entidad humana como una especie de “doble”: la posesión de su cuerpo como base de sus movimientos activos y la existencia de algo que dirigía ese cuerpo, el cual en situaciones de desvanecimiento o muerte quedaba “sin vida”. Ese “algo” que dirige la vida (segundo elemento después del cuerpo o primer elemento), se manifiesta en las experiencias oníricas, que aparecían como si otro elemento no corporal se manifestaba en los sueños nocturnos con la representación de imagen de lo que era el “yo” del cuerpo. Cita a Edgard Tylor como autor de la idea de ese “yo” en forma de “espectro”, “el fantasma” que en sueños vaga, deambula y se esfuma. En esta creencia centra Puente Ojea el origen de la idea de un cuerpo y un alma, en el sentido de una especie de “visión del ser humano” como algo complejo en “lo corporal” y lo “no corporal”, y ambas cosas actúan de modo “armónico”. Asimismo, este escritor español piensa que la religión reforzó la idea de “alma” del prehistórico y se establece una especie de simbiosis: la idea del alma conduce a la religión, la religión alimenta la idea del alma. Las ciencias modernas, por su desarrollo, saben perfectamente que no existe ninguna forma de energía que sea de orden espiritual y que no se atenga a la realidad de las leyes físicas. Sin detenerse mucho en el análisis de la teoría de Puente Ojea, este autor parece desconocer que las neurociencias, la genética y la biología molecular, están demostrando la existencia de “energía” que produce una serie de fenómenos biológicos y que no está sujeta a ninguna ley física conocida. Esto ha sido comprobado 157

Gonzalo Puente Ojea – EL MITO DEL ALMA (2000) y ANIMISMO (2004)

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por SPET y otros estudios modernos de alta tecnología en cerebro y en otras células, las cuales emiten registros bioeléctricos susceptibles de ser grabados en ondas. Tampoco la energía cósmica puede sujetarse a leyes y teorías como ocurrió durante un tiempo con la física elemental. Hoy el conocimiento de subpartículas atómicas ha cambiado todo el conocimiento y las ciencias físicas y establece otros principios como la teoría cuántica, la teoría de la soga, el principio de incertidumbre, etc. Eso por un lado. Por otro lado, también Puente Ojea parece desconocer la idea de filósofos mucho más renombrados y de mayor trascendencia que sus libros e ideas, como por ejemplo, ocurrió con Bertrand Russell, otro escritor anticatólico, que no tuvo empacho en reconocer la existencia del espíritu como una fuerza que se manifestaba mentalmente como inteligencia, afecto y voluntad. Etimológicamente la palabra alma no nace de la religión sino de la filosofía y la existencia del alma es aceptada universalmente por todos los científicos que estudian los fenómenos espirituales, como así también por algunos ateos que sólo descreen en el dios de las religiones pero no en el alma del hombre, a la cual no le asignan una falta de entidad ni descreen en su existencia. La obra de Puente Ojea, asimismo, parece desconocer la existencia de los fenómenos mentales que la misma ciencia que él cita ha comprobado y que no pueden ser reproducidos en laboratorios ni encerrados en fórmulas químicas o físicas. La Psiquiatría y la Psicología moderna, ambas ciencias rigurosas, reconocen los fenómenos mentales y espirituales. Queda en duda la afirmación tajante de Puente Ojea, en el sentido de que las ciencias modernas no han determinado la existencia de una energía espiritual. Lo que la ciencia no determina, obviamente, son las conclusiones religiosas sobre el alma y el espíritu, pero tiene ampliamente certificada la existencia del alma y del espíritu como elementos meramente constitutivos del ser humano. Lo que dicha ciencia no ha podido determinar es la esencia o naturaleza de los fenómenos anímicos y espirituales y sólo se limita a registrar y describir dichos fenómenos. Lo que no hace la ciencia es negar la existencia del alma y del espíritu. Los científicos más acérrimos, según hemos analizado, los atribuyen como funciones del cerebro. Empero, su propia teoría hace agua cuando refiere la existencia de “lo corporal” y lo “no corporal”. Se limita a criticar la interpretación espiritualista de lo “no corporal” pero no da ninguna idea sobre la esencia del fenómeno innegable. “Lo no corporal” existe y así lo reconoce Puente Ojea. Lo lamentable es que no arriesgue otra explicación distinta de esa entidad y sólo critique lo que ya tiene un consenso universal. La idea central en Puente Ojea de pensar que la cuestión “alma” es un mito se transforma, paradójicamente en otra especie de mito sobre mitos. Pero el autor parece no considerar la etimología y las denotaciones del vocablo mito que la propia Real Academia Española (lengua del escritor) ha asentado en su Diccionario. Así, esta voz adquiere varias acepciones: 1. “narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad”

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2. “historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal” 3. “persona o cosa rodeada de una extraordinaria estima” 4. “persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien, una realidad de la que carecen” En este sentido, puede aceptarse su última obra que habla de “el mito de la religión, el mito cristiano y el mito político”,158 si ha referido el mito, en términos concretos, a religiones también concretas, porque en ese caso funciona muy bien la acepción primera de la RAE. Es verdad que muchas versiones religiosas funcionan o parecen verdaderos mitos tal cual se las ofrece y presentan. Pero una cosa es haber rodeado de una narración mítica a un hecho real (hacer de la realidad un mito) y otra cosa totalmente distinta es pretender convertir un mito en realidad (segunda acepción de la RAE). Es común el mito usado en las diferentes religiones que hay en el mundo. Eso es innegable. Pero una cosa es hablar de los mitos de las religiones concretas y otra cosa es tratar al misterio de la religión, tomando a religión como un vocablo sin aditamento. El misterio de la existencia real del fenómeno religión es tan innegable como el fenómeno de los “mitos de las religiones”. Ambas cosas están en la realidad y su existencia no se puede ignorar. Sólo se puede estar de acuerdo o desacuerdo con los “mitos de la religiones” pero no es posible negar y desconocer la existencia del “fenómeno religión” como sentimiento universal. Acá puede funcionar la acepción segunda de la RAE en el sentido de que sobre la base del sentimiento religioso se han construido los “mitos de las religiones”. Pero es al revés de cómo lo concibe Puente Ojea. No es que primero surja el mito y luego se dé el fenómeno. Los rastros antropopaleontológicos159 hablan a claras de un sentimiento prístino religioso encontrado en el hombre primitivo (prehistórico). Allí no había religiones. Sólo un sentimiento no comprendido que llevó al primer mito de que la deidad era el cielo y sus astros. Se adoró al sol y a la luna y luego a los elementos naturales: aire, fuego, tierra y agua. Pero sólo con la aparición de la escritura esas creencias primitivas dieron origen formal a lo que con el tiempo fue llamado religión. Entonces, separemos el fenómeno natural real del sentimiento religioso, de lo que socialmente el hombre organizó después como religión. Si Puente Ojea quiere hablar de mito debe especificar, en el caso de lo religioso, “los mitos de las religiones concretas conocidas”. Ahí estamos de acuerdo. Pero lo que no se puede aceptar, es concebir un “mito de la religión” dando el mote de mito a un sentimiento real, que como el amor o el odio, puede ser percibido por algunos y no por otros. No sentir el sentimiento religioso no da autoridad a nadie para decir que no existe. Es como si un ciego de nacimiento pretendiera imponer la teoría de la “inexistencia de la luz”. En esto consiste el “error mítico” de Puente Ojea. Estas mismas 158

Puente Ojea – VIVIR EN LA REALIDAD, Editorial Siglo XXI, España, 2008 Estudios paleontológicos sobre el hombre usado por la antropología sobre pinturas en cuevas y otros rastros de la prehistoria, como así en el origen de las primeras civilizaciones con historia o pueblo o tribus con historia de tradición oral y no escrita. 159

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consideraciones se pueden extrapolar al “mito de Dios” sostenido por los ateos. Yo soy creyente en Dios y poseo un sentimiento religioso. Eso no significa que me “trague” los “mitos de todas las religiones”. Pero siento un profundo respeto por las ideas ajenas, aunque sean diametralmente opuestas a las mías. Acepto que una persona asuma el derecho de negar la existencia de Dios y las religiones. Pero lo que no acepto es que se desarrolle una idea (que en términos reales y concretos es una especie de creencia-anticreencia160) fundamentalista. Para negar la existencia de un sentimiento, además de una extensa formación intelectual filosófica, se impone el conocimiento científico que a través de toda la tecnología y las investigaciones de las neurociencias y la biología molecular, va desentrañando misterios hasta ahora no conocidos ni comprendidos. El sentimiento religioso ha sido investigado por centros prestigiosos como la Universidad de Harvard y científicos prestigiosos como Benson, Goleman, Ekman y otros van descifrando muchos fenómenos psíquicos y anímicos, y se han manifestado asombrados por lo que han presenciado frente a hechos concretos y no inventados. No son fantasías irreales, sino hechos reales. Lo lamentable es que algunos de esos científicos, en lugar de sólo describir lo que están descubriendo, han traspasado los límites del rigurosismo científico para aventurar opiniones poco felices y para nada probadas (White, Newberg-D’Aquili, Watson-Crik) y para desgracia de ellos, desgajadas de lo que realmente sucedió en el momento en que hicieron el experimento (caso Newberg-D’Aquili que ignoraron a Posner que hizo el mismo experimento pero no sacó conclusiones fuera de la mera descripción del fenómeno observado científicamente). Para terminar con lo relativo al mito de la religión que plantea Puente Ojea, me remito una vez más al Diccionario de la RAE y vemos que real es todo lo “que tiene existencia verdadera y efectiva” y, aunque le pese al literato español, los mitos de las religiones y el mito de la religión son cosas que existen verdadera y efectivamente sino no estaría hablando de ellas. Negar esa realidad es “vivir en la irrealidad” con lo que, también paradójicamente, se contradice el autor que pretende vivir en la realidad negando lo real. Es peligroso emplear palabras sin profundizar su contenido denotativo, pues se caen en las trampas semánticas que llevan a interpretar a las palabras dentro de un contexto de ideas a prior o de determinadas creencias, en lugar de emplearlas con el rigor de su definición y aceptación lingüística. Si no se respeta lo que las palabras dicen y no lo que uno quiera que digan, conllevan una anarquía lexical que puede ser una tremenda Babel, no ya por un lenguaje ininteligible, sino de pensamientos ininteligibles. Para pensar con claridad, dado que pensamos con palabras concretas, debemos tener presente también la claridad y veracidad del lenguaje, pues de otros modos pecaríamos de anfibología. Otro tanto ocurre con el mito del alma, donde alma originalmente es soplo, viento o respiración. ¿Cuál es el mito de esta palabra? Si con ella se han querido referir a esa energía imperceptible por los sentidos que sería la energía vital o energía que origina la vida, tampoco alma es un mito sino un fenómeno de existencia verdadera y efectiva. ¿O acaso la vida no es eso? Yo aconsejaría que para hablar de algo, lo primero, como Heidegger y 160

A una creencia se opone otra creencia

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otros pensadores lo proponen, es considerar la etimología y la denotación. De otro modo, estamos en la sordera semántica donde dialogamos con la misma palabra pero con sentidos diferentes. Es como pretender establecer un diálogo sobre algo que debe definirse como blanco o negro, pero que de antemano iniciamos dicho diálogo con la firme convicción, de una parte, que es blanco y de la otra que es negro. Entonces ¿para qué dialogar? Quedemos cada uno con su idea respetando la ajena y no pretendiendo imponer el criterio personal sin una fehaciente demostración de la equivocación ajena. Una cosa es la dignidad científica y humana y el deseo de la verdad y otra es simplemente debatir ideas encontradas nada más que con el fin de desmoronar las creencias ajenas. Si vamos a dialogar o discutir, lo primero es la autoridad para hacerlo, esto es, manejar datos y conocimientos incontrovertibles y manejar impecablemente el lenguaje que vamos a emplear, empezando por ponernos de acuerdo sobre el sentido que daremos a las palabras a usar. Si no es así, más vale callar. El deseo de Puente Ojea, según sus propias palabras, ha sido “romper los grilletes de la ilusión y la desinformación”, pero entiendo que su obra necesita no sólo de una mejor información sino de un método distinto para interpretar “lo real”, pues de otro modo, en lugar de combatir la desinformación sólo consigue aumentarla con otra desinformación. En síntesis: alma, espíritu y mente no son entidades materiales sino inmateriales, con existencia o identidad propia, no susceptibles de una clara definición denotativa, sino sólo son pasibles de ser nominadas por la semántica y las connotaciones abstractas. Lo abstracto no significa que sean concebidas como meros productos de la mente humano (conceptos abstractos) sino como conceptos elaborados sobre la base de las sensaciones o percepciones internas (introspección) que nos permiten percibir, sentir y conocer los fenómenos espirituales y luego formar una idea o concepto de ellos. No son abstractos como belleza o fealdad que sólo dependerán de un sostén material para tener sentido, sino son abstractos que definen un fenómeno, repetimos independiente, y no dependiente de un sostén. Las llamadas abstracciones absolutas, son el absoluto por excelencia, porque no dependen de ninguna relación concreta para ser expresadas. El cerebro no es el sostén-causa sino el sostén-instrumento que permite “materializar” los actos espirituales a través de modos de ser. Nunca nos muestra al espíritu o alma en sí, sino a sus manifestaciones. Un investigador italiano, Andrea Vaccaro, asevera que todas estas afirmaciones se deben a corrientes de pensamiento que intentan “abolir el alma”, que predominan en EE.UU. y Gran Bretaña. Por otro lado Watson, el compañero de Crik, dijo algo menos sensato: “La estupidez es genética y puede curarse”.161 De ser así más de tres cuartos de la humanidad actual y pasada serían genéticamente estúpidos, pues existía demasiada estupidez como lo señaló Erasmo de Rótterdam en el ELOGIO DE LA LOCURA. Por un problema quizás lingüístico, tanto Crik como Watson 161

Curiosamente, por azar, esta afirmación de Watson parece coincidir con el homo demens de Morin, el cual tenía un 99% de genes de “locura”. Ambas teorías propician un hombre genéticamente conformado para la estupidez o la locura (que en el concepto de Erasmo es lo mismo que la estupidez)

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confunden términos muy importantes. Lo que es genético puede ser la idiocia o la oligofrenia que dependen de un gen identificado y conocido, pero no la estupidez que es una mera falta de sensatez. La genoterapia está tratando de corregir los genes que disminuyen la inteligencia humana en todos los órdenes, pero no hay ningún estudio publicado sobre corrección genética de la estupidez. Parece ser que todas estas “teorías”, además de la falta de sensatez, tienen como única función negar la existencia del alma y el espíritu como entes en sí mismos y no como una mera consecuencia de interacción de sustancias bioquímicas. Esto es en sí, una estupidez que va contra toda sensatez. El misticismo Dijimos que las instantáneas obtenidas por SPECT del cerebro, en situación de concentración religiosa, constituía un estado de trascendencia mística entendida por católicos como unión mística. Esto nos introduce en la cuestión de la mística. La mística, según la RAE, es la “parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus. Experiencia de lo divino.” Misticismo es el “estado extraordinario de una persona que se dedica a la perfección religiosa o a las cosas espirituales y consiste esencialmente en un estado del alma que se acompaña de éxtasis”. En el caso del religioso es una “cierta unión inefable del alma con Dios por el amor y puede acompañarse de revelaciones y éxtasis”. También “lo místico” está relacionado con el espíritu o cosas espirituales, la espiritualidad, a metáforas o imágenes figuradas y a cosas misteriosas o de razón oculta (lo que no alcanza la razón activa). El éxtasis es un “estado del alma enteramente embargada por un sentimiento profundo de contemplación y por la suspensión del ejercicio de los sentidos”.162 Desde el punto de vista de religión se puede considerar a “la unión mística con Dios mediante la contemplación”. Esto significa que el éxtasis puede ser provocado por cualquier sentimiento profundo que aísle al espíritu de los sentidos y les dé rienda suelta para expresarse. También explica que una visión bella o profunda, placentera, de la naturaleza, un acto artístico (música, pintura) o una sensación amorosa profunda, nos provoquen éxtasis. De igual modo, un shock emotivo displacentero nos puede llevar a un ensimismamiento similar al éxtasis, al cual generalmente se asocia más al placer que al displacer. En síntesis: desde un punto de vista práctico, puede considerarse al misticismo y al éxtasis como un ensimismamiento producido desde la existencia. El hombre que se ha abierto al mundo, existiendo, en un momento determinado se sumerge en una meditación profunda y vuelve a ensimismarse quedando en un estado de inexistencia. Al investigar sobre misticismo, Rause nos explica que: “no fue tarea fácil. Al trabajar en el capítulo sobre misticismo me perdí en un alucinante salón de espejos”. Esto le ocurre al escritor porque al compulsar las opiniones de 162

Llama la atención esta definición, formulada muchos años antes que la investigación de D’AquiliNewberg, nos diga que cuando se medita, se está en éxtasis o en actitud mística, haya suspensión de los sentidos. Esto explica lo observado por esos investigadores.

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religiosos místicos se encuentra con expresiones desorientadoras en principio. Así, narra que un religioso del Islam expresaba: “nosotros y nuestras existencias somos inexistencias”. En cambio, otro religioso budista, siempre en relación con el misticismo afirmaba: “nunca ha existido. Nunca ha sido inexistente”. Por su parte, el Maestro Eckhart, un cristiano místico medieval, decía que Dios “es un estado del más allá del ser: es una nada más allá del ser”. Naturalmente, estas formas de definir pueden desubicar a cualquiera que no hay profundizado un poco lo que significa la existencia y la nada. De la existencia ya hablamos. En cuanto a la nada, primero debemos aclarar que el mundo, o la realidad, son una presencia completa de cosas reales e irreales o imaginarias y de un plexo de significados, mientras que la nada es la ausencia completa de toda cosa o significado. Cuando abordamos la cuestión de la existencia explicamos la inexistencia. Esto se aplica a la primera afirmación hecha por el religioso islámico: para llegar al misticismo debemos pasar de la existencia a la inexistencia, por cuanto nos volvemos a ensimismar, a introducirnos en nuestra sistencia o mismidad para lograr el éxtasis. Contrariamente, el budista probablemente haya sido un monje enclaustrado, lo cual significa que no se encontraba en la existencia sino que vivía un estado de ensimismamiento permanente (una de las formas de ser del hombre). En este caso queda completamente claro que, en su opinión, el místico “nunca ha existido” y consecuentemente, como hombre concreto, no puede ser tampoco inexistente. Pero las palabras de Eckhart son más anfibológicas, al menos, en la forma de expresarlas. Decir que Dios es un “estado del ser más allá del ser” es centrar totalmente a la concepción de Dios en el ser del hombre. Es como decir que el ser del hombre es el ser de Dios, puesto que Dios es el “estado del ser” pero más allá del “ser” encerrado en el hombre. O sea, que el ser del Dios está encerrado en el ser del hombre (entusiasmo) (Dios interior). Por eso el hombre para llegar a Dios debe trascender, ir más allá de su propio ser, ir de lo físico a lo metafísico. Esto puede ser interpretado como que el hombre se encuentra con Dios sólo al trascender a lo metafísico. Hasta acá hay una relación indirecta con la mística y el éxtasis y una relación directa con la meditación trascendental. En lo referente a que Dios es “una nada más allá del ser”, es evidente que no se refiere a una nada absoluta (ausencia total de toda cosa) que es una afirmación puramente intelectual sin significado real. Esa nada absoluta es inexistente porque de otro modo no daría lugar ni a Dios ni al hombre. Como nada relativa puede interpretarse que el hombre para encontrarse con Dios debe abstraerse o prescindir de todo lo relativo a sí y al mundo (a su ser) y cuando logre ese estado nihilista de la nada existencialista (las cosas están ahí, pero dejan de tener significado para trasladar todo significado a Dios), recién estará despejado o allanado el camino del espíritu a Dios. Por eso no debe haber “nada más allá del ser” para dar el lugar completo a Dios. Si no es así, valga la confusión de Rause pues la explicación de Dios es un contrasentido completo, vacío de toda esencia y significado. Sería algo así “nada más que una nada”. Otra explicación, mucho más confusa, sería pensar que fuera del ser

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del hombre no hay Dios porque Éste está encerrado en ese ser. Es volver a la idea de que la concepción de Dios está en el ser del hombre. Significa volver a la muy peligrosa creencia de que al fin y al cabo, Dios es sólo una idea encerrada en el hombre. Mientras el hombre es, Dios existe. Cuando el hombre deja de ser, Dios se transforma en una nada. Para salvar el abismo que produce este pensamiento a secas, sin una meditación adecuada, puede aceptarse el punto de vista que para el hombre, Dios se hace presente a través de la creación, del mundo y del hombre mismo. El mejor espectador de esa creación es el hombre. Si éste no existe, no habrá quien pueda dar testimonio de Dios ni de su obra. Sólo el hombre es capaz de comprender y hablar de Dios. ¿No será por esto que Dios decidió crearlo? Finalmente, Rause busca la explicación del misticismo a través de un aserto de un monje benedictino, Bede Griffiths, quien materializa una experiencia mística como “la presencia de un misterio insondable que parecía atraerme hacia sí”. Esto se debía a una experiencia infantil de un arrobamiento que le produjo los bellos trinos de unos pájaros en la noche. Ese arrobamientorevelación marcó para siempre la vida mística de Griffiths. Rause deduce que la experiencia mística no era algo mágico que hacía ascender a un paraíso remoto, sino una “revelación callada y personal de que lo milagroso y lo mundano son una y la misma cosa y que los dos están ante nuestros ojos”. Esto daría a entender, más o menos, que el experimento de D’Aquili-Newberg indica que el cerebro sería capaz de experimentar dos realidades: 1. en una, la conciencia llega a la mente a través del yo, el que percibe el dato sensorial y físico (actividad roja del SPECT) (física) 2. otra, en el que ese yo da un paso al costado y la conciencia totalmente introspectiva se amplía y unifica en un estado especial de éxtasis (actividad amarilla del SPECT) (metafísica) Por lógica, el místico puro y absoluto prescinde totalmente de la primera realidad para vivir la realidad de la meditación trascendente que él concibe como “la realidad tal cual es”. Newberg teoriza que la realidad es algo sujeto a una especie de graduación de acuerdo al sentimiento de percepción de la misma: “lo que se siente como más real funciona como más real”. De ese modo, los místicos experimentan el estado trascendente como más real que la misma realidad ordinaria. Esto, desde ahora, dividiría a la humanidad en dos fundamentalismos (extremismos): los que viven exclusivamente lo físico (materialista puro) y los que viven exclusivamente lo metafísico (espiritualista puro). Pero felizmente, lo concreto es que la mayoría de la humanidad vive en una zona gris no en los extremos y así tenemos gente que alternativamente va de lo físico o material, a lo metafísico o espiritual y como en la parábola de la curva de Gauss, algunos ubican más en el percentil cercano a lo material y otros en el percentil proximal a lo espiritual. Las estadísticas indican que el grueso de la humanidad, en los comienzos del siglo XXI, sufre una crisis espiritual y

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por lo tanto engruesan los percentilos proximales al materialismo y dejan más vacíos los del espiritualismo. En sentido religioso, la experiencia mística sería una trascendencia (trascendencia mística) y consistiría en una experiencia espiritual profunda. Esto explica lo que para los católicos sería una “unión mística con Dios”, para los budistas una “interconexión”, para un yoghi sería el “nirvana” (estado nihilista). Para Newberg y D’Aquili, desde el punto de vista neurológico y psiquiátrico, son experiencias raras provocadas por la inactividad de la estimulación sensorial de la región de la orientación. El hombre pierde la noción de tiempo y espacio. Estos autores creen que habría una red de experiencias espirituales situadas entre la actividad y la inactividad totales, las cuales serían de moderada intensidad y es lo que algunos creyentes confunden como “ausencia”, “pérdida” o “distracción profunda” durante la oración o en un servicio religioso, alcanzando a veces una sensación de unidad o de unión con el “más allá”, especialmente con lo divino. La investigación dio por resultado que estas sensaciones, o sentimientos o experiencias espirituales, no están basadas en la emoción, ni en la ilusión ni son estados oníricos, sino es un mecanismo de circuitos neuronales cerebrales, con un comando genético selectivo. De ahí que haya que evitar confundir con el éxtasis, la euforia de un sentimiento emotivo, pero no desconectado de la realidad. Equivale a decir que en forma esencial o natural, nuestros genes condicionan al cerebro para ser sensible a la experiencia mística. Según los investigadores este mecanismo explicaría que la religión “prospere” en plena edad de la razón y la ciencia, porque “sencillamente no se puede descartar a Dios con el pensamiento”. Se debe a que los sentimientos religiosos no surgen de la razón sino de la “experiencia mística” condicionada por el mecanismo descrito, el que constituye la base neurológica de la gran necesidad humana de Dios. Esto constituye una especie de teoría biológica de la religión. De ahí la propuesta de la neuroteología, ciencia exploratoria del vínculo entre la espiritualidad y el cerebro. Esta neuroteología hace posible que la legendaria “realidad superior” descrita por los místicos, pueda ser real, al ser observada científicamente. Todo esto nace en el momento de conexión espiritual, la que se hace tan real al cerebro, como cualquier otra percepción de la realidad física “ordinaria”. Es como decir que para el cerebro, lo metafísico se percibe igual que lo físico. Pero nosotros pensamos, fuera de la intención de los investigadores de atribuir este fenómeno neurológico sólo a los estados religiosos, precisamente por ser los puntualmente estudiados en sus experimentos, que el mismo mecanismo sería el que impera en el fenómeno de la inspiración afectiva que produce el éxtasis amoroso no religioso, la inspiración intelectual del escritor y el poeta, la inspiración sensitiva del músico, del pintor o del escultor, en suma, del artista. En nuestra concepción existiría:

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una inspiración afectiva: cuando nace el afecto amoroso entre dos personas, generalmente en la pareja humana una inspiración intelectual: que es propia de la ciencia y la literatura una inspiración artística que origina la obra de arte Todas estas “inspiraciones” serían lo mismo que la experiencia mística, pero aplicadas a la vocación y a la contracción que esa vocación origina en una determinada persona. La concentración en la búsqueda de la idea creativa excluye el uso de la estimulación sensorial en el plano estrictamente espiritual. Desde luego, estas inspiraciones no religiosas, cuando pasan de nuevo al campo de la orientación, aplican sus sentidos al servicio de dar forma a la figura creativa dada por la inspiración o éxtasis inspirativo. La experiencia mística o espiritual de la exclusión de la estimulación sensorial, es la facultad intelectual del hombre que aparece cuando aplica la meditación trascendental para acceder al campo metafísico. Bergson llamado, por Pittaluga,163 el “filósofo de la intuición”, explica que los hombres geniales de la humanidad, en realidad fueron grandes místicos que tuvieron una visión clara y directa de la vida interior. El místico penetra en el fondo de sí mismo, y así descubre un mundo de cosas que no sospechan los demás mortales. De ese mundo descubierto por el místico hay una parte, quizás, que él sólo puede percibir. Pero hay otra que todos los demás podrían igualmente alcanzar. En este caso, el método es la manera de sustituir una parte del genio por lo que cabalmente nos permita a todos contemplar sin velos, en una visión directa, las cosas de la vida interna. Este método puede ser la intuición, que en la definición de Bergson sería “esa especie de simpatía intelectual por la cual nos transportamos al interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único y, por consiguiente, de inexpresable”. Esta coincidencia afortunada del acto de intuición con el objeto, es “dar en el blanco” de la cuestión causa un cierto goce. Este goce se hace tanto más intenso cuanto más elevada es la jerarquía del objeto perseguido o la cuestión examinada y cuantos más espontáneos e imprevistos sean el hallazgo y la revelación. Pero, hallazgo y revelación son esencialmente subconscientes, mas cuando la verdad reconocida por la intuición o el éxtasis pueda alcanzarse mediante la demostración y la exploración por otros caminos no subconscientes sino plenamente conscientes, no habrá contraposición entre conocimiento lógico y conocimiento intuitivo, sino que ambos se complementan (Benedetto Croce) La forma más pura y más elevada de estremecimiento intuitivo en que el objeto del conocimiento es pura abstracción y se revela como la esencia misma de la vida y se identifica con el querer más profundo íntimamente ligado a la existencia, es una especie de revelación de lo que sería la supuesta presencia de nuestro dios interior. Así, la religión y la mística, intensamente buscadas como métodos para llegar a la verdad y 163

Pittaluga, Gustavo – SEIS ENSAYOS SOBRE LA CONDUCTA, Editorial Hachette, Buenos Aires, 1944

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usadas correctamente, son caminos idóneos para evitar nuestros errores. La percepción de una verdad, el acto de intuición, se acompañan siempre, en mayor o menor grado, de una especie de descarga emotiva, de una emoción intrínseca: “la emoción de la convicción” que hemos estudiado junto con las creencias. Sin embargo, tras un atento análisis de todo lo expuesto en este parágrafo, hay algo que parece haber escapado a los criterios de los investigadores biologistas: para poder observar todos los fenómenos neurológicos, es menester que previamente el hombre, en forma voluntaria y consciente se ponga en estado de concentración a pensar (meditar) y de esta forma llega al éxtasis profundo. Otras, también buscando voluntaria y concentradamente algo, se encuentran con la intuición o la inspiración, ambas como bases del pensamiento creativo. En síntesis: nada de lo que ocurre en el cerebro del hombre, en estos estados voluntarios de actividad mental, escapa a su control. Pero siempre está presente el hecho de que primero debe buscar pensar y luego el cerebro actuará de acuerdo a la forma que piense. Por lo tanto, no es el cerebro el que le empuja a pensar, sino la voluntad, el deseo o la intención en particular, la cual no es dictada por el cerebro. Éste es el fundamento de la preexistencia de la energía inmaterial que hemos denominado espíritu y que es la realmente “motoriza” al cerebro a funcionar. No es al revés: no es el cerebro el que “motoriza” al espíritu. De ahí nuestro aserto total de que el cerebro, la mente y todas las facultades mentales son meros instrumentos puesto al servicios de una energía que no se puede explicar como meramente emergente de mecanismos neurobioquímicos cerebrales, puesto que esos mecanismos sólo obran bajo la preexistente estimulación de otra energía distinta a la que se origina por la función neuronal cerebral. Estos experimentos no significan, como algunos lo interpretan, que Dios es “sólo una percepción generada por el cerebro”, sino que el cerebro está dotado de circuitos que le permiten experimentar la realidad de Dios. La “energía espiritual” no es detectable por ningún instrumento, salvo que se manifieste expresamente en una acción fisiológica, especialmente neuronal. Esto nos devuelve, una vez más, el misterio de la energía inmaterial que se expresa a través de la materia, pero que no es originada por ella. Rause concluye que “las revelaciones místicas deberían ayudar a moldear nuestra visión práctica de la existencia. Albert Einstein afirmaba que „lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio. Es la emoción fundamental de la que nace la verdadera ciencia. Aquel que no lo conoce y ya no puede maravillarse, vive como si estuviera muerto. Niels Bohr, Max Plank y Werner Heisenberg también creían que en un nuevo universo racional hay cabida para los prodigios incomprensibles. El misterio nos rodea: sólo tenemos que ser humildes de corazón y prestar atención. „Mi salvación es escuchar y responder. Por ello, mi silencio es mi salvación‟, escribió Thomas Merton, monje trapense”

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CAPÍTULO IX

TEÍSMO Y ATEÍSMO

La cuestión de la esencia y existencia de Dios Dos caras de una misma moneda

E

l fin de este capítulo es resumir un poco todo lo que ya hemos dicho en lo relativo al teísmo y el ateísmo. Si debiéramos definir etimológicamente a los vocablos teísmo y ateísmo, la cosa es muy simple: recordemos que el teísmo deriva del griego Theos, que es una traducción de Zeus, el dios supremo griego. Luego Theos es, por excelencia, el Dios o Dios. Por lo tanto, teísmo es la creencia en Dios y ateísmo (a= negación; teísmo=creencia en Dios) es la falta de existencia de dicha creencia o su negación. Lingüísticamente Dios, teísmo y ateísmo son sólo palabras creadas para designar una idea o creencia sobre la cuestión denominada Dios. Así, los teístas son los que sostienen que Dios es y existe (creen en Dios) los ateos afirman la inexistencia de Dios o que no es (descreen en Dios). Por esta razón he elegido el título de este parágrafo en el sentido de dos caras de una misma moneda: en una moneda hay dos caras (o cara y cruz) y a pesar de convivir en la misma moneda, es imposible que una pueda ver a la otra. El problema esencial sobre la existencia de Dios debe centrar, más que en palabras o creencias, en el fenómeno en sí. Si Dios es una idea abstracta (formada por un concepto y no un objeto), no se debe tratar de demostrar la existencia en forma objetiva sino por razonamiento metafísico. Luego, ningún medio objetivo (mostración directa, investigación científica) es medio apto naturalmente para llegar al conocimiento de Dios, que por ahora es sólo un concepto. El concepto surge de algunas cuestiones y fenómenos. Todas las cuestiones que hacen creíbles al teísmo ya las comenté en otros parágrafos de este trabajo, a los cuales debo obligadamente remitirme para evitar una tediosa repetición de conceptos. Vamos ahora a lo subjetivo y personal. Esto también lo analicé. Por lógica, toda experiencia personal obligadamente lleva a formar ideas, conceptos, conclusiones, opiniones y creencias. Así, a aquellos que afirman haber presenciado un fenómeno sobrenatural (el que escapa a todos los principios naturales conocidos), tienen una experiencia única, imposible de compartir con otros. En este caso yo cuento mi experiencia a otro, pero las sensaciones que he sentido y siento, no las puedo poner en la mente del otro. Comunico un hecho, pero no puedo comunicar o transferir mis sentimientos. Éste es el quid de la cuestión de las experiencias personales. Salvo aquellos hechos en que el testimonio es compartido por la participación en común de un hecho sobrenatural, de varias personas, las experiencias individuales carecen de valor para ser comunicados fielmente a otros.

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Hay sensaciones y conocimientos que sólo pueden ser adquiridos por la experiencia propia directa. Cuando se participa simultáneamente y en grupo de un fenómeno sobrenatural o éste puede ser capturado por imagen o sonido en forma objetiva, el testimonio resulta irrefutable, a menos que surja de un hecho inventado o tramado artificialmente. También he dicho que la ocurrencia de muchos fenómenos sobrenaturales presenciados simultáneamente por varias personas es lo que ha llevado, en parte, a la aceptación (diríamos obligada) de ciertos conceptos, como es: lo sobrenatural existe. El consenso universal contemporáneo e histórico lleva a la suma de testimonios que configuran la confirmación de existencia real de fenómenos sobrenaturales. Luego, el corolario ineludible es que quienes tuvieron la experiencia sobrenatural sostengan con convicción que: esto existe y nadie podrá derrumbar el testimonio y la convicción. Contrariamente, quienes carezcan de una experiencia personal, tendrán el derecho lícito de la duda, por lo menos, o de opinar que los hechos sobrenaturales no existen. Ambas cosas son aceptables. ¿Quién puede obligar a creer en lo que no se ha visto ni oído, ni tocado, ni sentido? Planteadas las cosas de este modo, partimos, entonces, de algo cierto y verdadero: están los que tuvieron experiencias personales sobrenaturales y están los que no las tuvieron. Y ambos tendrán la razón de afirmar sus respectivas creencias y opiniones obviamente. Lo que no es lícito ni racional sino arbitrario y despótico, es que unos traten de imponer coercitivamente a los otros sus convicciones personales o se burlen de ellas o se les refute sin materia. Es acá donde reside la cuestión, no de las creencias personales, sino de la lucha entre ellas como es ateísmo versus teísmo y viceversa. Es una controversia sofista y bizantina, pues cada uno de ellos parte de puntos de vista concretos y valederos y la mera discusión no aporta nada: ni confirma ni desmiente lo que cada uno cree y sostiene. En esta realidad dada, todos los argumentos que las partes esgrimen son inválidos y faltos de ética o inmorales. Yo no puedo imponer al que vio algo, mi posición de incredulidad simplemente porque no lo vi. Lo único que puedo hacer es aceptar o rechazar un testimonio. Si tengo pruebas de que es falso, puedo aportar esas pruebas concretas y se acabó toda controversia. Pero sino poseo esa prueba, es inútil e irracional pretender categorizar de falso lo que no puedo probar concretamente que lo es. Aunque parezca grotesco, esto es lo que está ocurriendo entre la oposición teísmo-ateísmo. Ambos polemizan con mucha retórica y pseudoargumentos y muy pocas y escasas pruebas de consenso universal. El teísmo se afirma en la doctrina de que cómo están las cosas, se impone la idea de un principio creador; el ateísmo pretende que los avances científicos, que intentan recrear el fenómeno original de la creación, sean prueba de que tal creación no existe. En este punto, el ateísmo tiene una falla garrafal puesto que el hombre solo puede re-crear y nada más. Y lo hace artificialmente. ¿Por qué re-crea? Porque supuestamente todo lo que produce artificialmente lo hace sobre la base

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de moléculas o materia previamente creadas. La ciencia humana no ha podido crear algo de la nada. Luego, este simple razonamiento invalida la teoría de las “pruebas” científicas sobre las teorías de la creación. Lo creado tal cual está en la naturaleza es una prueba de sólo eso: que está creado, pero no nos develan el misterio de qué o quién lo creó. Esto tampoco es prueba irrefutable del origen de la creación. Es una suposición lógica que surge de un principio natural irrebatible de que de la nada sólo sale nada. Ergo: todos los argumentos esgrimidos carecen de una base sólida y concreta para que sean aceptados como base de consenso universal y eso causa las actuales divergencias de ideas y creencias. Por otro lado, tomemos algunos elementos conocidos como es el texto de las Sagradas Escrituras. Hagamos el esfuerzo hermenéutico para una exégesis objetiva. Por un momento aceptemos, nada más que a los fines de probar algo, que los hechos descritos sucedieron tal cual se narran en esas escrituras. Aceptado esto, tendremos hechos objetivos que nos plantean dudas coherentes. Por ejemplo, si Adán y Eva estaban en contacto directo con Dios y eran criaturas perfectas, hechas a imagen y semejanza de Dios, ¿cómo pudieron incurrir en un hecho tan grotesco como es la desobediencia que les hace perder lo que supuestamente sería un don inapreciable como es la perfección suma (suprema inteligencia, inmortalidad, ausencia de todo mal, el bien supremo)? Vayamos ahora a los Evangelios: si tanta gente vio y participó de los milagros de Cristo ¿cómo pudieron pedir su crucifixión o no evitarla? Si usted o yo soy resucitado de la muerte o se me restituye la salud plena después de estar completamente inválido, ¿no lucharía por defender la vida de quien le restituyó tan valiosos bienes? ¿Si presenciaron los milagros de Cristo, porqué seguían incrédulos? Estas reflexiones no son para ir a favor o en contra de argumentos teístas o ateístas. Son meras reflexiones sobre hechos narrados. Incluso, hay lugar para otras reflexiones como puede ser ¿qué impulsa a tantos millones de personas a creer en una persona crucificada hace casi tres mil años, sin haber presenciado su existencia y milagros? Sé que se me contestarán muchas cosas basadas en sofismos y retóricas más o menos fundamentados, motivados por cada creencia personal. Yo no busco respuestas. Las tengo. Sólo que son personales y las callo porque soy consciente de la relatividad de mis convicciones. La intención de preguntar es sólo para incitar a una reflexión, si es posible, despejada de todo prejuicio y pasión, para ser pensada o repensada lo más concretamente, sin agregados que no hacen a la misma. La idea es meditar limpiamente con la intención de llegar a la esencia de las cosas, sin que medie una interpretación bastarda o interesada. Para esto, al ponerme a pensar, debo despojarme de todo lo apriorístico. Sino, el esfuerzo ya parte con invalidez total. Hasta acá llega mi primera intención: mostrar que teísmo y ateísmo son sólo dos creencias opuestas sobre la cuestión de la existencia de Dios que no prueban ni afirman positiva y concretamente la existencia de Dios y cuyos argumentos pueden ser controvertidos pues carecen de pruebas irrefutables y sólo se basan en opiniones personales, muchas de ellas basadas en meras

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interpretaciones y puntos de vista individuales, prejuicios y sentimientos que nada tienen que ver con los medios para llegar a conocer la verdad. No obstante hay dos cuestiones perfectamente dilucidadas en los escritos ateos: 1. la lucha atea más que con Dios es contra las religiones 2. los argumentos científicos y filosóficos del ateísmo no van contra Dios en sí sino contra los teístas Naturalmente, estas razones tienen que ser por pura lógica y sentido común tal cual se manifiestan. Como hemos venido demostrando, al ser Dios un ente abstracto, no puede combatirse en forma directa. Sólo es posible pelear contra quienes sustentan la idea de Dios, esto es, contra las religiones y los teístas. De igual modo reitero: los mismos ateos me dan la razón de lo que acabo de afirmar: si Dios no existe, ¿para qué negarlo? Ergo, lo que hay que aniquilar son los teístas, los que creen en Dios. Religión He definido antes lo que es la religión desde un punto de vista etimológico y de concepto de vocablo. Si nos detenemos en el análisis de la controversia teísmo y ateísmo, veremos que todo versa sobre la cuestión religión. He aquí, a mi entender, el error fundamental de ambas posturas. Para mostrar por qué considero al fenómeno como error, partiré de la pregunta esencial: ¿la religión es creación de Dios o invento del hombre? Desechemos desde ya la respuesta obvia de que si el hombre es creación de Dios todo lo que de él surja proviene de Dios. Esta respuesta tiene un sí y un no, ambos válidos y al ser equívoca, no unívoca, se torna descartable como elemento único para probar algo. Personalmente sostengo, siguiendo una intelección razonada, que si los teístas creen que Dios existe y es creador del Universo, obviamente tuvo que crear primero al hombre, es decir, no puedo crear primero la religión y luego al hombre. Según la Biblia, en el edén Dios y el hombre estaban ligados indisolublemente mediante el contacto personal. No era necesaria una religión. Pero la expulsión del paraíso terrenal y la disolución del ligamento de Dios y el hombre llevaron posteriormente a que el hombre buscara un nuevo encuentro personal con Dios, esto es, algo que lo religara a Dios. La religión es el método elegido por el hombre para reencontrarse con Dios. En este supuesto, desde luego, la religión es creada por el hombre y no impuesta por Dios, como antes lo afirmé. Si no perdemos de vista este hecho importante y aceptamos su lógica, deberemos concluir que la religión en sí no es obra de Dios ni prueba de su existencia sino un mero método humano para volver a ligarse, encontrarse y unirse al supuesto Dios perdido. La naturaleza

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humana de la religión la descarta como elemento fundamental para la discusión teísmo-ateísmo. No obstante, en la pasión de la polémica, ambas partes parecen ignorar esta cuestión de la humanidad de la religión y se centran en ella, unos para probar que Dios existe porque existe la religión y otros para negar a Dios basados en la relatividad y en la multiplicidad y heterogeneidad de las religiones. Desde ya, mi intención es que para retomar el hablar de teísmo y ateísmo, lo primero que debe excluirse es la religión, por su naturaleza y lo antedicho. Ninguna religión sirve, por sí, para testimoniar la existencia de Dios. Todas las religiones sólo son testimonio del consenso universal del esfuerzo del hombre para reencontrarse con Dios. De ahí la multiplicidad y la variedad de todas las religiones existentes. Y, por supuesto, la mayoría de las religiones nacieron mucho tiempo después de la creación del hombre. Por ende, si la religión es posterior a la creación divina y sólo es obra del hombre, reitero que esto la torna inservible para ser esgrimida a favor o en contra de Dios. Salvo en su objetivo, la religión no tiene nada que ver con la esencia de Dios, sino que es un instrumento que intenta explicar dicha esencia y su existencia. Del mismo modo que el ateísmo intenta demostrar la inexistencia o falta de esencia de Dios. Luego, la religión es el instrumento que liga al teísta a Dios y el que aleja al ateo de Dios. Como ambos usan a la religión, no está mal pensada la idea de quienes postulan la religión teísta y la religión atea. Sólo que ambas posturas configuran en el caso del ateo una contradicción visible: la religión para el ateo no lo liga a Dios sino, inversamente, lo desliga, luego no es una religión sino una desligación, una desreligión. Por otro lado, no descartemos la idea de la religión, que desde el punto de vista de sus formas, no tiene nada de universal. Repasemos el Dios de Abraham (Dios de los judíos) con sus cualidades de justo, inapelable, incorruptible, trascendente, omnisciente, omnipotente, omnipresente y omnibenevolente (idea que asumió Cristo), con la idea de una trinidad divina (Dios es uno, pero formado por tres elementos distintos: padre, hijo y espíritu santo) de los antiguos cristianos y que cristalizó la Iglesia Católica (la trinidad de los dioses es una idea que ronda muchas religiones antiguas y en especial las hinduísticas). Por otro lado consideremos también la llamada “vía negativa” de que sólo nos es dada la posibilidad de meramente discutir lo que Dios no es. Si nos referimos a otra concepción como lo es el Todo de los herméticos, observaremos que esa teoría es mucho más complicada que la simple suma de cuanto existe. Desde otra perspectiva consideremos la doctrina de Buda que sin aludir a ningún dios, consideró como eje de la perfección humana la liberación del sufrimiento humano, para lo que impone normas humanas muy concretas como es la senda de las ocho vueltas o camino de la iluminación. No obstante sus seguidores le adoran como un Dios para lo cual tallan imágenes, construyen templos, tienen órdenes sacerdotales y determinados ritos.

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De aceptarse mi postura, cosa que dudo mucho, especialmente por parte de los teístas, sacando a la religión de la discusión entre teístas y ateos, se simplifica mucho el tratamiento de la cuestión fundamental: la existencia de Dios. El planteo lingüístico Pasemos ahora a otra cuestión. Dije anteriormente que naturalmente la polémica sobre la existencia de Dios se basa en el lenguaje, esto es, en palabras. Ergo: no hay comunicación sino mera exposición simultánea de opiniones, sin la menor intención de dar a luz a una cuestión sino simplemente de imponer al otro el punto de vista individual. En este contexto, es imposible e inútil toda expresión de creencias e ideas. No vale la pena ni siquiera intentar polemizar, porque el solipsismo de los interlocutores conduce a un autismo absoluto. ¿Por qué planteo la cuestión lingüística? Porque si hablamos de existencia tenemos que saber que se entiende etimológicamente por ella. Así, ya expliqué que tenemos que ex es = fuera y sistencia = sí mismo, mismidad en sí, por lo tanto, existencia sería aquello que está fuera de sí mismo (reitero como lo he hecho en otra oportunidad, esta frase no está referida al aforismo que indica rabia o enojo – estar fuera de sí – sino al fenómeno de salir de sí para conectarse con el exterior). Así vista la cosa, el tema de la existencia de Dios no está referido a su esencia o mismidad o sistencia (lo que es en sí mismo), sino a su mostración al mundo. Tratar la existencia de Dios no es referirse a su entidad o esencia, es decir, si es o no es, sino referirse a su mostración al mundo. Los que abogan por la existencia de Dios, lingüísticamente, están afirmando que Dios se muestra al mundo, los que sostienen la inexistencia de Dios, aseveran que Dios no se muestra al mundo. Eso es todo. El tema de la existencia deja de lado otra cuestión esencial: si Dios es o no es. Es nos lleva a otra cosa importante: ¿el ateo quiere negar la existencia o la esencia de Dios? Si niega la existencia únicamente niega que Dios se muestre al mundo, pero no niega que Dios es. Otra cuestión diferente es la inesencia de Dios: Dios no es. Esto es lo que el ateo debe aclarar. De todos modos, a los efectos prácticos, existencia o inesencia operan como algo similar (se les usa como sinónimos) y esto es lo que me llevó a la duda que he expuesto. Cambiaría mucho saber si el ateo sólo reniega de la existencia o de la esencia de Dios (o de ambas). Pues, aclarado lo lingüístico, de aceptarse mi punto de vista y persistir en que ateísmo es sólo inexistencia de Dios, se caería inexorablemente en la aceptación de la esencia de Dios. Esto explica la aparente incongruencia de algunas manifestaciones de ciertos ateos: creo en un principio creador pero no en la religión ni en el concepto Dios tal cual lo expresa la religión. Estos son ateos relativos. Pero también está el ateo absoluto que descree de la existencia y de la esencia de Dios.

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Por supuesto, aceptar la esencia o la existencia de Dios, una cosa presupone la otra: si Dios es, puede existir. O, si Dios existe, es. Pero si Dios no es, su existencia es imposible. Dejemos ahora lo metafísico y vayamos a las cuestiones prácticas. Religión versus ciencia La discusión principal entre teísmo y ateísmo está centrada en la religión, dijimos, y ahora agregamos, también en la ciencia. El teísmo se apoya (principalmente) en la religión, el ateísmo en las ciencias. Pero la pasión por las creencias conduce al extremismo y se deja de entrever que mientras la religión trabaja en línea a lo sobrenatural, la ciencia es pura artificialidad. La religión usa lo natural para escalar hacia lo sobrenatural, la ciencia transforma lo natural en artificial. Utilizando el presupuesto de que lo natural (lo creado) sería la obra de Dios, concluiremos que ninguna de estas dos creencias opera sobre lo natural en forma directa sino que lo usa para llevar agua a sus respectivos molinos. La objetividad de la naturaleza como lo que está fuera de la instrumentalización del hombre (naturaleza pura o absoluta) con cualquier meta o intención, se diluye en la controversia extremista. Ambas posiciones ideológicas se alejan de la realidad y la verdad que es en sí la naturaleza. Unos se colocan por encima de ella ( lo sobrenatural) y salen del entorno; los otros cambian la esencia natural por la recreación artificial. Si tenemos esta perspectiva en cuenta, ninguna de las dos posiciones tiene fundamentos certeros para probar o negar a Dios, pues ignorando lo que puede ser su obra, ignoramos al autor de ella. La religión no puede aducir que, precisamente, ve en la naturaleza la obra divina y su providencia (como lo hizo Santo Tomás de Aquino y otros) para llegar a concluir que Dios es y existe porque ha operado objetivamente sobre el universo y esto escapa a todo subjetivismo positivo o negativo sobre Dios. Esta premisa parte de un supuesto dado: lo natural es obra de la creación divina, que es como decir, Dios es y existe porque el mundo es y existe como creación. ¿Por qué rechazo este argumento? Pues se da la casualidad de que los griegos pensaban que lo natural era eterno y estaba ahí en un permanente ciclo de renovación perenne. La ciencia pretende demostrar que lo natural puede ser recreado por el hombre y muestra sus pretensiones a través de la biología, con la transgenia y la clonación o con la física al perseguir la partícula primordial, aquella que originó al mundo. Empero, lo dije antes e itero ahora: la ciencia no inventa nada original ni crea cosa alguna. Simplemente toma lo que ya está hecho para transformarlo en otra cosa similar o distinta. Esto da pie a las bromas que bajo cuentos cómicos circulan, probablemente surgidos de las mentes teístas. Por ejemplo, aquella narración cómica (chiste) de que un ángel se apersona ante Dios y le dice: “Señor, el hombre ha descifrado su genoma y se ha clonado a sí mismo” y Dios contesta: “¡Ah! hacker incorregible”. O bien: un científico invoca a Dios y le dice: “Señor, tengo el poder tuyo pues puedo crear un hombre”. Dios

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le responde: “Hazlo delante mío”. El científico se agacha y toma un puñado de tierra, entonces Dios le dice: “No, así no. Usa tu propia tierra”. De estas formas, lo natural se transforma en un mero objeto que puede ser interpretado con dos puntos de vista opuestos: el que le da carácter de creación divina, y el que le atribuye la eternidad o lo transforma en materia útil para ser recreada, con el fin de demostrar que cualquiera puede crear lo natural (aunque esto es una falacia según lo antepuesto). Religión y ciencia son dos cosas totalmente diferentes. Hay opiniones conciliadoras que intentan conciliarlas o reconciliarlas. Así, la Iglesia Católica sostiene que no hay oposición sino que ambas se complementan. Algunos investigadores han usado “métodos científicos” para probar la historia narrada por la Biblia y lanzan el lema: la ciencia ha probado la existencia de Dios. En realidad, lo que la ciencia puede probar es la existencia de los pueblos y ciudades que cita la Biblia y otros textos sagrados narrativos de la tradición de una religión. También la ciencia puede probar la antigüedad de un texto, de un monumento o de cualquier documento histórico. La ciencia puede probar, aproximadamente, si el Santo Sudario tiene sangre o tinta y cuál es su antigüedad. Esto significa que la ciencia puede probar la probabilidad de algunos hechos históricos. Pero eso no es probar la existencia de Dios. Como vemos, la misma cosa (ciencia) sirve aparentemente para dos argumentos equívocos (teísmo y ateísmo). Sin embargo, no pueden existir dos verdades sobre un mismo fenómeno, puesto que para ser verdad tiene que ser única. Tampoco vale lo de verdades relativas en este caso, pues no puede ser que la naturaleza sirva, por igual, para demostrar la existencia y la inexistencia de Dios. Como fenómeno único sólo posee una verdad sola. Afirmé que se ha mostrado a sí misma como un ente que no puede por sí surgir de la nada porque todo lo natural proviene de una partícula preexistente. Aludí a que si la ciencia ha demostrado que el universo ha ido apareciendo por etapas sucesivas (teoría del Big Bang) y que la tierra ha pasado por varias eras para que existieran y desaparecieran seres vivientes totalmente diferentes hasta que mucho tiempo después de existir el planeta, lo último que aparece es el hombre. Si bien las teorías dicen que la vida nace del mar, y que las células marinas fueron pasando por un diferentes etapas de evolución (teoría de Darwin) hasta llegar a formar los seres vivientes de toda naturaleza, siempre se mantuvo la tesis de que toda célula, molécula o partícula necesita de otras previas para originar una forma nueva. De ser cierta la teoría de Darwin, es nula la teoría fijista de la creación: Dios creó todo a la vez en siete días. Si todo fue creado de una sola vez ¿cómo se explica la no coexistencia del hombre con los primeros seres vivientes que surgen de la teoría de la aparición de los primeros seres vivos, entre los cuales no estaba el hombre? En este estado, no es irracional preguntar por el origen de la primer partícula o partícula primordial. ¿Es eterna o creada? ¿O se creó a sí misma? Quien tenga la respuesta exacta habrá

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dilucidado el misterio que involucra la cuestión de Dios y la creación. Hasta tanto eso no suceda, debemos continuar con hipótesis más o menos lógicas pero llenas de incertidumbre. La convicción, en este caso, llega por la fe o la creencia sin posibilidad de la evidencia absoluta. Y la fe o la creencia sólo es conocimiento tenido por cierto, sin la prueba de certeza objetiva. La certeza es propiedad completa de la subjetividad De ahí que tengamos que detenernos a reflexionar sobre el fenómeno que ambas implica, puesto que la esencia de ellas queda atada indisolublemente a la opinión personal o individual. Comenté las nuevas investigaciones de hadrones164 o subpartículas atómicas con origen en la teoría del bosón y las complicadas y kilométricas máquinas165 ideadas para objetivar tales partículas (hasta ahora con resultados pocos alentadores) no sirven para demostrar que el universo proviene de una conjunción de partículas, sino simplemente para mostrar como las subpartículas funcionan para formar y mantener en actividad al universo y la energía cósmica. También sirve para demostrar que no hay distinciones fundamentales sino formales entre lo material y lo inmaterial, pues todo lo considerado material no es nada más que la acción de subpartículas que generan tanto la energía como la materia. Si se hila fino, no existe lo inmaterial sino que todo es materia en forma subparticular, nada más que a distintos niveles de formas y masas (hadrones sin masas = energía; hadrones con masa = materia) En cuanto a la “idea de Dios” que maneja el materialismo ateísta o la “idea de religión” de otras escuelas ateas, demostré que la psicología cognitiva junto con la antropología, realizan investigaciones sobre grupos de creyentes y la comparación con comunidades o grupos de otras edades históricas. En la actualidad, los psicólogos usan test con supuestos que plantean a grupos voluntarios de investigación, como, por ejemplo, Dios atiende a cinco problemas a la vez. Los creyentes aceptan tal historia con naturalidad, en especial los monoteístas, dado que admiten los superpoderes de Dios. Pero si pasado algún tiempo se les repite la historia, muchos recapacitan contestando que Dios sólo atiende los cinco problemas de a uno por cada vez. La conclusión de la investigación es que en forma inconsciente o subconsciente, los creyentes han “humanizado” la omnipotencia del Dios de sus creencias, el cual ya no puede resolver cinco problemas a la vez, sino que lógicamente debe resolver a cada uno por separado. Por ello, la psicología cognitiva y la antropología cultural deducen que los creyentes tienen interiorizado un modelo extremadamente antropocéntrico de Dios, el cual no sólo tiene figura humana, sino que usa procesos de percepción, razonamiento y motivación que los seres humanos. Esto se manifiesta en un fenómeno muy particular: las creencias explícitas sobre la divinidad (Dios) son muy distintas entre las diversas religiones, pero los considerados supuestos tácitos congenian en la mayoría de los creyentes de religiones diferentes. Otro fenómeno que estas ciencias detectan es que en todas las religiones hay un factor o núcleo de creencias cuya idea central es la 164 165

Llamada la “partícula de Dios” Denominada la “máquina de Dios”

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existencia de entes no físicos, inmateriales, por encima de lo natural (conceptos sobrenaturales) y cuya explicación directa oficia como fantasía, sueños y supersticiones, de acuerdo a los relatos subjetivos de creyentes. Luego, lo sobrenatural aparece como muy condicionado por el conocimiento normal o común que se tiene del llamado mundo real. Así, un espíritu (alma errante, ángel, visión santa, etc.) es un tipo de persona humana o de cualidades humanas (voces) que en el primer caso puede ser inmaterial, atravesar la materia, estar suspendido en el tiempo y en el espacio y, en el segundo caso, la voz se escucha pero no se ve a quien habla. La descripción de milagros está salpicada de alteración de fenómenos naturales (luz deslumbrante en pleno día o noche, oscurecimiento diurno, tormentas, temblores, etc.). Es decir, a pesar de la cualidad de sobrenaturales, los fenómenos se manifiestan con medios naturales o, al menos, tan objetivos que pueden ser percibidos por los sentidos, salvo las llamadas revelaciones interiores que se conocen sólo por el relato de los afectados. Otro atributo casi general de los creyentes en lo sobrenatural es que esos agentes que están por encima de lo físico y natural obran como elementos que regulan en forma vigilante permanente, el comportamiento moral de un individuo, para lo cual tiene acceso directo a sus pensamientos, emociones o sentimientos y los deseos más íntimos. Incluso, la existencia y propiedades de los entes sobrenaturales pueden ser guardadas en símbolos, imágenes o amuletos que los representan. Esos objetos “sagrados” sirven para celebrar ritos en nombre de lo que representan (vírgenes, ángeles, santos, espíritus errantes, etc.) Debido a las doctrinas acuñadas sobre los entes sobrenaturales, cada grupo social creyente atribuye a ellos un sistema moral determinado que da cohesión propia a su existencia social y constituye la base ritual o doctrinaria de lo que llaman religión. Yendo más allá de lo estrictamente religioso, los científicos de las ciencias de la cognición han reunido mediante determinadas investigaciones algunos resultados considerados como evidentes (evidencias) de que lo que conforma la llamada religión natural (la idea y los usos que surgen espontáneamente de una creencia religiosa) tiene relaciones estrechas con determinadas cualidades humanas consideradas universales. Entre ellas está la capacidad para simular relaciones con personajes ficticios, que no son experiencias religiosas específicas, sino consecuencia de una estructura cerebral desarrollada de forma diferente (más desarrollada), que si se encuentra insertada en una estructura social compleja y estable, es lo que permite que el hombre evolucione en forma completamente distinta y como ninguna otra especie animal lo ha hecho en el planeta. Estos conceptos son resumidos por Boyer: “El pensamiento y el comportamiento religioso puede considerarse parte de las capacidades naturales humanas, como la música, los sistemas políticos, las relaciones familiares o las coaliciones étnicas… Todos los niños entablan relaciones

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sociales importantes y duraderas con personajes de ficción, amigos imaginarios, familiares desaparecidos, héroes invisibles, novios figurados…intangibles pero implicados socialmente”.166 Este concepto englobado dentro de los estudios sobre la evolución cognitiva de las religiones,167 coincide, de algún modo, con la teoría de la memoria filética. De otra manera, estos conceptos son reforzados, desde otra concepción por Daniel Dennett (filósofo) que sostiene que los cerebros animales han evolucionado a través de tres fases: 1. la de Darwin (principal exponente de la teoría de la evolución de los seres creados), para quien el comportamiento de las criaturas está determinado genéticamente 2. la de B. F. Skinner (psicólogo conductista estadounidense) que postula que las criaturas disponen de una gama de comportamientos, pero despliegan uno u otro al azar 3. la de Karl Popper (filósofo) que sostiene que las criaturas disponen de una gama de comportamientos para ser usados al azar, pero sólo dentro de su cabeza usadas como especies de simulaciones o ensayos mentales. Si se reflexiona detenidamente sobre estas teorías de las tres fases, se verá que coinciden plenamente con la teoría de la memoria filética, afín con el inconsciente colectivo de Jung. Basados en otros fundamentos o intereses, las investigaciones de la psicología experimental y la neurobiología, establecen que los imperativos morales básicos ya están instalados en los niños desde la edad preescolar. Existen mucho antes de que puedan entender que son simples conceptos abstractos ligados a la moral y la aparición de esos imperativos morales es independiente del entorno religioso en que puedan haber extraído datos concretos de imperativos morales básicos como trato justo con sus semejantes, no causar daño ni atentar contra la vida, etc. Incluso, la neurobiología va más allá, al establecer que esos juicios morales tienen nexos importantes con algunas emociones básicas universales y se encuentran ligadas con estructuras cerebrales puntuales. Uno de esos centros emocionales es el cortex prefrontal ventromedial (VMPC, siglas en inglés) La destrucción de esa zona cerebral, ya sea por traumatismo o enfermedades vasculares) ha demostrado que los afectados carecen de respuestas emocionales con reducción grave de las denominadas “emociones sociales”: compasión, vergüenza, culpa y otros sentimientos vinculados con los valores morales. Las personas lesionadas en el VMPC tienen particularmente afectadas la respuesta a estímulos emocionales y la regulación de los propios sentimientos, pero mantienen incólumes todas 166

Pascal Boyer- Nature 455: 1038; Annual Review of Anthropology 37: 111, Universidad de Washington, Saint Louis, EE.UU., 2008 167 Boyer establece que estos agentes no físicos creados por la mente humana son los que establecen un pequeño paso o lazo hacia otros agentes no físicos como pueden ser los espíritus, dioses o demonios

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las capacidades intelectuales, el razonamiento lógico y el conocimiento de normas sociales y morales. Pero una cosa es que conozcan y otra que lo sientan. El neurólogo español Antonio Damasio sostiene que las emociones no sólo se asocian a los juicios morales, sino que son elementos fundamentales para concebir o elaborar dichos juicios. Esto es refrendado por Boyer: “Aunque los creyentes suelen atribuir su moralidad a un agente sobrenatural, los modelos cognitivos indican todo lo contrario: que nuestros sentimientos morales son reclutados para dar verosimilitud a las nociones morales de la religión”. Otra cuestión que la ciencia analiza son los “comportamientos rituales”, constantes en todos los ritos religiosos cualquiera sea la naturaleza o forma de la religión. Pero esos ritos se basan en secuencia de actos que es arbitraria, ejecutada en un orden rígido y automático, obligatoria, desligada de un objetivo práctico obvio, y repetida hasta el hartazgo. Esas secuencias pueden involucrar muy frecuentemente a números, determinados colores especialmente los llamativos y a símbolos estructurados sobre la pureza, el orden y la simetría. Los científicos han establecido que esos comportamientos rituales suelen ser comunes en el desarrollo de determinados hábitos que asocian a vagas nociones de purificación y protección del peligro. Pero cuando esos hábitos de comportamientos se exageran demasiado, se transforman en trastornos obsesivos compulsivos. Esta situación la describe Boyer de esta forma: “Sabemos que el cerebro humano tiene redes de seguridad y precaución dedicadas a prevenir peligros como la depredación. Las aserciones religiosas sobre la pureza, la suciedad y el peligro oculto de los demonios al acecho estimulan esos mismos sistemas y hacen que las precauciones rituales resulten intuitivamente atractivas”. El investigador antropólogo elabora su tesis sobre el cerebro, más que por los fenómenos vistos y estudiados, por una mera interpretación personal de los hechos. Hay otras investigaciones y especulaciones psicológicas y neurocientíficas que muestran otras versiones de las ideas humanas y su relación con los comportamientos o conductas, en especial las morales y religiosas. Goleman y otros investigadores de Harvard han dado pasos muy importantes a través de la psicología y las neurociencias para buscar otra interpretación más objetiva de los fenómenos de interacción entre ideas humanas y comportamientos o conductas morales o religiosas de los hombres. Boyer intentó una interpretación antropológica, es decir centrada en el hombre. Desde luego, todo antropólogo sólo estudia lo relativo exclusivamente al hombre. Por lógica, sus conclusiones están destinadas a mostrar que todo fenómeno humano, obviamente, es producto exclusivo del hombre. No conozco ningún antropólogo que investigue la existencia de Dios. Si bien todos estos investigadores han relacionado muy racionalmente los fenómenos y comportamientos sociales con determinadas ideas preconcebidas, lo que no queda claramente establecido es si las ideas preconcebidas lo son estrictamente naturales o se originan inconscientemente en un preconcepto religioso o divino. Es decir no es la idea que genera al concepto religioso o divino, sino que hay un concepto religioso o divino preexistente que genera

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ideas y comportamientos. La ciencia ha probado fehacientemente las ideas y los comportamientos, sólo que la interpretación de los mismos queda sujeta a las impresiones personales del investigador. La mayoría trata, por razones obvias de considerarla anticientífica, de descartar la preexistencia de conceptos religiosos o divinos. Pero las conductas humanas parecen no estar sujetas a la idea científica de que primero está la idea o sentimiento moral y luego deviene la conducta o comportamiento religioso. Los experimentos son objetivos en cuanto a resultados: existen conductas morales aparentemente en etapas en que se no se manifiestan ideas religiosas, pero en la interpretación obvian la posibilidad de que sea primero la idea religiosa que inconscientemente genera la conducta moral primaria o natural. Ahí es donde reside la debilidad de las teorías científicas, pues el fenómeno conductual humano más frecuente y conocido y universalmente dado es que toda conducta moral esté ligada de algún modo previamente a un sentimiento o creencia religiosa o divina. Por otro lado, todo estudio hecho sobre el cerebro no hace nada más que demostrar que el cerebro es órganoinstrumento de que se vale el espíritu para manifestarse. Si se lesiona el cerebro, se lesiona la manifestación natural del espíritu para ser remplazada por una manifestación atípica. Esto no significa, vuelvo a iterar tediosamente, que sea el cerebro el creador de un sentimiento, sino que el sentimiento usa al cerebro para manifestarse. El uso de la ciencia en pro o en contra de la religión y la fe en Dios, hasta ahora, es una mera cuestión de puntos de vista personales. Los que usan a los conocimientos científicos como crítica a la religión o a la fe en Dios, han estructurado dicha crítica bajo la “forma científica” de argumentos “racionales”, es decir, con supuesta y completa objetividad (desconociendo que el fenómeno en sí estudiado objetivamente nada tiene que ver con las conclusiones racionales que de él se extraen, pero que no son completamente manifiestas como cosa esencial del fenómeno, sino como secuelas dadas en un contexto predeterminado por pautas culturales o sociales de grupos humanos). Generalmente los científicos detractores de la fe y la religión, usan frases ampulosas pero evidentemente descolgadas de una conclusión sólida y exclusivamente religiosas. Ya expliqué las teorías de Francis Crik y James Watson, ambos premios Nóbel por descubrimiento de la estructura del ADN. El esfuerzo de los científicos se centra en la idea de que el cerebro es el que genera el alma, la idea de Dios y todo lo relativo a lo espiritual. Ya rebatí estas teorías demostrando que el cerebro es el órgano encargado de materializar los fenómenos espirituales, no de crearlos. Desde otra tesitura, hay frases como la escrita por Carl Sagan: “¿Cómo es que apenas ninguna religión ha mirado a la ciencia y ha concluido: „¡Esto es mejor que lo nuestro! El universo

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es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas, más sutil y elegante ?”. Esta frase muestra una intención irónica, pero desconoce la otra posibilidad: ¿su autor pensaría lo mismo si fuese coetáneo de Abraham? Es evidente que el conocimiento acumulado por Sagan no estaba presente en Abraham. Sagan puede describir un universo más sutil y elegante que el de Abraham, pero es patente que lo hace con la descripción microscópica de lo mismo que miró Abraham pero desde una visión macroscópica, sin ningún tipo de límite, tiempo o espacialidad. El universo de Sagan tiene partes y no es sólo un todo no identificado, está sujeto al tiempo y al espacio y a los fenómenos estocásticos de la evolución física. El universo de Abraham es una figura holística que una vez creada está ahí, sin descripción de partes ni procesos de modificación ni fenómenos de tiempo y espacio. Quizá la concepción primaria de Abraham sea la mejor, pues a pesar de su apariencia magra, contiene, en su inespacialidad e intemporalidad, al universo de Sagan. También soslaya Sagan que ese universo sutil y elegante que él conoce y estudia no es una cosa nimia como para no ser considerado como una parte de algo más grande y absoluto como puede ser la existencia de un principio creador omnipotente desconocido por la ciencia actual, pero intuido, según las explicaciones de otras ciencias, por algunos hombres. Del mismo que Sagan, Steve Weinberg, afirma que “hay quien tiene un concepto tan amplio de Dios que no hay forma de evitar que lo acabe encontrando en cualquier parte. Si quieres decir que Dios es energía, lo puedes hallar en un montón de carbón” Esta frase tiene una conclusión muy lógica, pero muy parcial: toma sólo un aspecto que es considerar a Dios como energía. Pero también desconoce el principio científico del bosón, según el cual la energía es una forma de subpartícula que puede ser carbón o cualquier otra materia, pero también puede ser energía pura. Y si repasa bien algunos conceptos de Dios, prescindiendo de lo religioso y sólo en aspecto filosófico y metafísico, Dios es un concepto más allá de toda materia y energía, las cuales sólo son parte de su supuesta creación. Luego, no podemos juzgar al concepto Dios, sin tomarlo en toda su amplitud y no sólo en ideas parciales. Aunque estoy tentado de preguntar, ante las teorías físicas modernas de la cuántica y los hadrones ¿la existencia de esas subpartículas y su modo de actuar, no son en sí un verdadero milagro que supera toda ficción? Esto es lo que la ciencia, acostumbrada sólo a lo aspectual, no puede abarcar en su estrecha mente. La crítica que he efectuado de estos científicos no significa que esté defendiendo nada, sino simplemente meditando sobre lo que los mismos científicos han puesto en el tapete como cuestión: ciencia y Dios. Para poder opinar, por lo tanto, hay que tener en cuenta los dos conceptos y no sólo uno. Esto, en forma independiente de que uno sea concreto y objetivo y el otro abstracto y metafísico. Pensar y hablar sobre el tema es sólo eso: intercambiar opiniones personales sobre una cuestión determinada: ciencia y Dios. No hay objetivamente una verdad absoluta para ninguna de las dos cuestiones como tampoco hay verdades relativas, pues ambas posiciones tienden a conceptos absolutos no probados fehacientemente para dejar de ser controvertibles y transformarse

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en cuestiones certeras indiscutibles. El último estudio168 (estudio Jordan Grafman) mediante técnicas de RMN ha constatado que se puede analizar la actividad cerebral desencadenada por las creencias religiosas, las que utilizan conocidas redes cerebrales para el desarrollo de funciones cognitivas. En un grupo de individuos a los que se les pidió que evaluaran afirmaciones sobre creencias religiosas, se comprobó que los enunciados se refrían a la emoción que despertaba Dios en el sujeto, a su experiencia religiosa y conocimiento doctrinal, así como a su concepción de la implicación que Dios tiene en el mundo. Se encontraron similitudes en la forma en la que cerebro evalúa las acciones de otros seres humanos y la manera en la que contempla la interacción de Dios en el curso de la humanidad a través de creencias religiosas presentes sólo en el ser humano y comunes en todas las culturas conocidas. Este estudio tiene similitud con los realizados con SPECT por investigadores de la Universidad de Harvard y los de los investigadores D‟Aquili-Newberg que ya describí. El nexo He buscado todo lo que creo relacionado con el tema del teísmo-ateísmo y por eso me he extendido en lo relativo a lo etimológico, a la diferencia entre religión y la idea Dios y cómo funciona la mente humana en lo atinente a los temas abstractos y metafísicos imposibles de objetivar con una experiencia concreta. He diferenciado el conocimiento cierto del conocimiento creído como cierto (creencia) y la adhesión a una causa, doctrina, ideología determinada, nada más que por mera determinación (fe) y la adhesión irracional a ideas o creencias (prejuicio y supersticiones). A pesar de que ciertos ateos piensan que la idea Dios nace con la filosofía antigua, por otros signos históricos y huellas de investigación de la arqueología, es probable que la idea de algo superior ya estuviese en los prehistóricos. Se sabe que desde la prehistoria es altamente probable que el homínido e incluso los antecesores inmediatos del homo sapiens sapiens (Cromagnon para algunos, el diseño inteligente para otros) establecieran algún tipo de relación entre el mundo, el universo que forma su entorno, con lo sobrenatural o divino. Si no hubiera existido esa búsqueda, difícilmente se hubiese llegado a la existencia de cultos y religiones. El nacimiento del fenómeno religioso, visto desde esa arista, es compatible con esa especie de necesidad169 básica de ir tras las huellas del origen tanto del propio hombre como del universo, para encontrar todas las explicaciones (razones) posibles de su existencia concreta en la realidad de su mundo y el cosmos. Las escasísimas pistas dejadas por la prehistoria y los documentos de la historia humana demuestran fehacientemente la inocultable necesidad mostrada por el ser humano en lo relativo a su origen. Como no encuentra toda la respuesta en su mismidad, debió sostenerse de lo objetivo, de 168

Realizado en el 2009 por investigadores del National Institute of Neurological Disorders an Stroke (EE.UU.) y fue publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences 169 Entendiendo por necesidad lo que no puede dejar de ser

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aquella exterioridad que lo despojaba de la subjetividad, la cual le resultaba insuficiente y poco confiable. No conocía, como ahora se sabe, que esa subjetividad llevaba el germen de una memoria genética filética alojada en su cerebro primitivo de reptil. Tampoco encadenó la posibilidad de que la existencia de sus sentimientos fuera nada más que una exteriorización de su memoria filética que sólo se manifiesta cuando se piensa intensa y concentradamente en algo (salvo los chispazos de creatividad, intuición o misticismo que pueden despertar súbitamente y sin búsqueda previa, la revelación de algo desconocido). Es como que si consigue las respuestas a sus preguntas básicas que parecen haber rondado desde siempre en su cabeza, esto le ocasiona una inquietud desesperante que se transforma en un verdadero obstáculo para alcanzar la serenidad de la paz interior, esa paz espiritual que puede considerarse como el estado verdadero de felicidad. Cuando se alcanza a vislumbrar o apenas se ha saboreado algo de esa luz interior de dicha, ya nunca más el hombre queda quieto o renuncia a buscar ese estado inmenso de satisfacción. Esta es la energía de la máquina humana puesta en movimiento tras la idea de lo superior, de lo metafísico, de lo divino. El alma y el espíritu son fenómenos ciertos registrados de modos diferentes en la vida humana y en algunas formas animales. Estos fenómenos constituyen la psiquis o mente, o sea la facultad cerebral para lograr expresar dichos fenómenos a través de funciones cerebrales. Aun los incrédulos con algún grado de ateísmo como era el filósofo inglés Bertrand Russell, a quien admiro por el orden mental lógico para formular sus ideas y pensamientos, llegó a objetivar al espíritu al que le atribuyó las funciones o facultades mentales de: intelecto, afectividad y volitividad (inteligencia, afecto o sentimiento y voluntad). Mi intención final es reflexionar sobre aquellos fenómenos considerados “inmateriales” que han sido objetivados por cientos de experiencias y que no tienen ninguna explicación científica, salvo el empecinamiento de algunos científicos que yendo más allá de “lo científico” intentan suplir la falta de explicación con algunas teorías más o menos racionales, pero que evidentemente no están conectadas “por sí” al fenómeno “en sí”. Toda teoría es siempre una especulación racional sobre un fenómeno y por esto se le llama teoría. De lo contrario dejaría de ser teoría para ser “cosa comprobada” científicamente. La existencia de fenómenos llamados “inmateriales” no nos debe llevar a conclusiones apresuradas sobre ideas preconcebidas. Como espectadores inocentes y desinteresados sólo podemos afirmar “tal cosa se manifestó” o, si se quiere, “tal cosa existe” y la cuestión queda ahí como verdad incuestionable. Toda conclusión, a manera de teoría, puede enriquecer la creencia personal pero de ningún modo altera la esencia real del fenómeno. Lo que es, es y es la única conclusión válida, en forma independiente de que “lo que es” se manifieste, o no.

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CONCLUSIONES Mensaje de esperanza

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o sólo acucia al hombre el misterio de Dios. Está su propio misterio, el misterio de la vida y también, aunque parezca paradójico, el misterio de la materia.

Es propio de la existencia del hombre enfrentar misterios. La existencia del misterio de ningún modo, invalida lo que el misterio encierra, sugiere o muestra. El hecho de ser un misterio no significa que no existe. Es lógico que todo misterio sea un desafío intragable o insoportable para el hombre. Su inteligencia le incita permanentemente a buscar significados y los porqués de cada cosa. De ahí que todo misterio sea un estímulo para que intente escudriñar con su inteligencia y con armas como la ciencia y la filosofía. Sólo cuando el misterio se rebela a ser desentrañado por la inteligencia o a través de la ciencia y la filosofía, es cuando al hombre no le queda otro recurso que la convivencia con ese misterio. Y puede convivir de dos modos: 1. su indiferencia con él (la mente se rebela a aceptarlo) 2. o su aceptación a través de la creencia en él, que en términos religiosos se denomina fe (el misterio se le revela a la mente). Como hemos concluido en parágrafos anteriores, un misterio es un ente que está ahí: se produce y nada más. Cuando no se puede abarcar con la mente, lo mejor es buscar la forma de transformarlo en algo efectivo y más positivo que un mero cuestionamiento o rechazo del mismo. En el caso de la materia y la vida, el premio a la aceptación sin planteamientos de estos dos misterios, nos conducirá al placer y al gozo (espiritual y material). Frente al misterio de Dios nos quedan dos alternativas: desecharlo por desconocimiento o por no alcanzarlo y sufrir algún tipo de frustración o duda; o aceptarlo mediante la fe y vivirlo plenamente sin ningún interrogante, para encontrarnos con otro premio mucho más gratificante: el del consuelo, la resignación frente al sufrimiento y el mal, el gozo del bien y del amor a nosotros, a los otros, a Dios y... si nuestra fe es muy grande: la vida eterna. Entre la duda y la certeza siempre media un camino: la esperanza.

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Hasta ahora ha signado a la religión y sus designios una de las virtudes teologales más relevantes: la esperanza. Haré una extensa digresión sobre esperanza para mejor comprender en todos sus alcances, puesto que Benedicto XVI la rescata como una gran virtud en su encíclica Salve Spei. De todos modos, ya Bultmann había resaltado que ante un mundo “sin milagros” cotidianos y lleno de promesas humanas incumplidas, el único mensaje de salvación procedía de Dios, en especial del anuncio (kérigma) del Nuevo Testamento que resultaba un mensaje de esperanza. Esa esperanza que mantenía el pueblo judío en la llegada de un Mesías y que para los cristianos se cumplió con la redención que importaba el Cristo crucificado y resucitado y su palabra llena de sentido que perdona y salva la existencia humana, que por esa palabra se libera y autentifica. El mensaje cristiano es claro y concreto y deja poco lugar a los mitos. El mito sobreviene después cuando la imagen de Cristo es el centro de las polémicas teológicas. La palabra de Cristo, tal cual, es una enseñanza clara sobre la autenticidad que debe imperar en la existencia humana y su relación con Dios. No alude ni instaura ningún mito, a menos que se quiera pensar que el castigo o la salvación que predica el Maestro es una mera construcción religiosa como lo sería el reino de Dios. Dejando de lado lo que es estrictamente cuestión de fe, es evidente que la doctrina cristiana es concretamente una enseñanza ética, moral y filosófica de un valor incalculable puesto que cambió fundamentalmente el mundo del “ojo por ojo” por un mundo de mejor justicia y pleno de bondad y amor, tanto para uno mismo como en nuestro contacto permanente con los demás y de aprender a “amar al enemigo”. No sólo hay esperanza en la redención y la salvación y el reino de Dios, sino que la esperanza concreta es que el hombre iluminado por el mensaje cristiano cambie su conducta y se consiga la utópica sociedad humana armónica, sin odio ni violencia de ningún tipo, signada sólo por la convivencia amorosa, pacífica y plena de solidaridad con el prójimo, cualquiera sea la situación que nos ubica frente al mismo. ¿Conocemos qué es la esperanza? Ya que hemos traído a colación el tema de la esperanza como una de los pilares fundamentales de la doctrina cristiana y religiosa en general, es conveniente extendernos no sólo sobre su etimología y lingüística (paso fundamental para ponernos de acuerdo de qué entenderemos por esperanza) como, asimismo, de los diferentes modos con que se expresa la esperanza en el hombre. Muchas hemos tenido sensaciones especiales, ya sea en circunstancias difíciles o especiales, o bien cuando pensamos en nuestras posibilidades de vida. En esos momentos transitamos por un estado de ánimo muy particular que consiste en esperar algo, pero en manera distinta. Es como suspender una temporalidad de presente para entrar en lo futuro, pero con una actitud de calma, paciencia, contención y de querer saber reflexionar sobre lo más conveniente. Es una ansiedad positiva de desear que ocurra lo mejor, o lo necesario y justo. Por lo tanto, esperar es “tener esperanzas de conseguir lo que se desea”. Siempre que confiamos en que se puede lograr

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una meta, una cosa o una situación, es ahí donde empieza a operar la esperanza que es lo que predispone a nuestro ánimo a considerar que se “presente como posible lo que deseamos”. Ergo, la esperanza es: 1. un estado de ánimo 2. una actitud de posibilidad 3. un deseo Cuando todo esto está encaminado o enfocado en lo positivo, en lo dichoso, en lo bello, en lo mejor, en la calidad total, estamos ante otra perspectiva en la que esperanza es: 1. una emoción positiva 2. una virtud 3. una forma de sabiduría de vida Cuando se espera, sin haber procesado previamente nuestro espíritu para prepararlo a ser apto para encontrar el medio de realizar nuestras posibilidades, de poner la mira en metas futuras positivas y factibles, nos hallamos en una posición de esperanza ilusa porque se espera una ilusión, lo que no es posible. Generalmente, lo más común es que la esperanza ilusa funcione como esperanza utópica, fundamentada en lo azaroso, en lo contingente, en lo mágico. Quizás pueda servir de ejemplo, el caso concreto del que espera “sacar la lotería” o “recibir una herencia inesperada” o “encontrar un saco de dinero o joyas” en la calle. Si bien todas estas posibilidades “pueden ocurrir” (ley de atracción) no es lo corriente ni lo cierto. Cuando se espera lo deseado o pretendido, con poco fundamento, estamos ante el fenómeno que se ha llamado vivir alimentado de esperanza. Contrariamente cuando el espíritu se prepara y desea conseguir cosas esenciales, posibles, creíbles, ciertas y comunes y lucha para que así sea, estamos ante la esperanza positiva o auténtica. La verdadera esperanza como virtud, sabiduría de vida y emoción positiva. Para los creyentes religiosos, hay un mundo sobrenatural de bienaventuranza que Dios tiene preparado para los elegidos o salvados del pecado. Esperar ese mundo cuando llegue la muerte es lo que se conoce como virtud teologal, donde la esperanza forma un trío de virtudes junto con la fe y la caridad. En el fondo o profundidad, el concepto esperanza involucra en parte una especie de fe (confiar en el futuro) o creencia (creer que algo ocurrirá), pero también tiene algo de sentimiento (sentimiento de esperanza) y también una forma de permanencia o expectativa o quietud espiritual donde el ánimo se planta ante la llegada presunta o presentación posible de un hecho. Finalmente, esperanza es presunción, esto es, sospechar o conjeturar de lo que puede suceder.

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Los indicios o señales que indican como cierta la posibilidad de que algo ocurra es tener una esperanza certera, pero si tal cosa no tiene lugar, hay esperanza incierta. Cuando la actitud es creer que lo esperado es un desastre o algo funesto, hay una esperanza negativa. La falta de esperanza o el desvanecimiento de una esperanza es lo que se conoce como desesperanza. Cuando hay pérdida total de esperanzas con extrema alteración del ánimo, hablamos de desesperación. Puede ser causada por albergar esperanzas inciertas o negativas de las cuales uno trata de despegarse de las mismas o bien cuando se llega a un estado nihilista en que todo, incluso la vida, pierde el sentido. Si la pérdida total de esperanza se debe a una serie de esperanzas que se tenían y se derrumban, pueden despertarse sentimientos extremos de culpa, cólera, despecho, celos o venganza, según sea el motivo de la esperanza pérdida o frustrada. Amor y esperanza En algún tramo de nuestra existencia, todos los seres atravesamos un desierto. Es en ese momento que se transforma en una gran necesidad saber que “todo pasará” y que luego vendrá la bonanza. Es esperar algo mejor y para eso hay que preparar el presente con optimismo y amor. En ese momento habrá que iluminar la casa con triviales ceremonias de flores que purifican, de música que apacigua y velas que parpadean la esperanza de una oración; abrir las puertas para que entre el sol y desplegar los brazos para que se expanda el calor interno; reflexionar con la persona amada, que cada uno se define por lo que es, y no por lo que posee. Dar esperanzas como acto de amor consiste en ayudar al desesperado para renovarle la confianza en sus valores adormecidos, pero no eliminados; en su energía resentida, pero no fracturada; en su creatividad ensombrecida, pero no caducada. La desesperanza es un pecado que Dios recela porque elimina la fe: un creyente no se deprime. Una taza de café, una mirada tierna, una mano en el hombro. Y la importancia del decir, con la palabra que alivia, desprovista de reproches, pero pletórica de confianza, de delicadeza, de empatía. La madre que se vigoriza en toda mujer enamorada, hará brotar fuego aun de las cenizas, si su paciencia y comprensión resisten la intolerancia desatada por tiempos implacables. La armonía retorna en el despertar de un día cualquiera, responsables los dos miembros de una pareja, de un destino común, como vasos comunicantes que se han ido sosteniendo. La fidelidad es enfrentar juntos las borrascas y resistir. En esta verdad despojada y cruenta, los hombres retomarán el sendero de la espiga fértil. Porque esto también pasará.170

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Noemí Carrizo – Rev. NUEVA N° 596, 15 de diciembre de 2002

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Todo esto quiere decir que amar es siempre tener esperanzas y no caer en la desesperación ni en la desesperanza. Esperanza como emoción positiva Los sentimientos positivos están ligados a las emociones positivas. Seligman propone las siguientes emociones positivas: 1. emociones positivas ligadas al presente: placeres y gratificaciones placeres: placeres corporales (manifestaciones positivas transitorias que se manifiestan a través de los sentidos: olores y sabores deliciosos, sentimientos sexuales como el orgasmo, movimientos corporales, vistas y sonidos agradables, calor) placeres superiores (manifestaciones positivas transitorias complejas y aprendidas que se manifiestan con sentimientos como: éxtasis, embeleso, gozo, dicha, alegría, regocijo, júbilo, diversión, entusiasmo, satisfacción, esparcimientos o entretenimientos, distracción y similares y satisfacción en general gratificaciones derivadas de actividades que nos agrade realizar: deportes, lecturas, bailes, juegos, reuniones sociales especialmente con amigos o parientes queridos, asistir a actividades culturales como visitar museos, ver pinturas, escuchar música, etc. 2. emociones positivas ligadas al pasado: satisfacción, orgullo, serenidad 3. emociones positivas ligadas al futuro: optimismo, esperanza, confianza y fe Para Seligman, “la buena vida es producto de utilizar las fortalezas características para obtener numerosas gratificaciones en los principales ámbitos de la existencia. La vida significativa es emplear las fortalezas y virtudes características al servicio de algo que trascienda nuestra persona. Finalmente la vida plena consiste en experimentar emociones positivas respecto al pasado y al futuro, desfrutar de los sentimientos positivos procedentes de los placeres, obtener numerosas gratificaciones de nuestras fortalezas características y utilizar éstas al servicio de algo más elevado que nosotros mismos para encontrar así un sentido a la existencia”. Este autor estima que la buena esperanza es albergar emociones positivas en relación con el futuro. La esperanza como autoestima y vulnerabilidad emocional

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Hay que considerar que puede existir una verdadera incapacidad para formular y tener esperanzas positivas y en esto interviene lo que se conoce como autoestima y vulnerabilidad emocional. Muchos fracasos personales se deben en gran parte a una especie de baja autoestima y de una especie de debilidad emocional que nosotros preferimos llama vulnerabilidad emocional entendiendo a vulnerabilidad en los términos de Stagnaro, Soria y Montenegro Arraigada, en el sentido que vulnerabilidad más que una predisposición constitucional es una consecuencia del desarrollo vital anormal por hechos tempranos ocurridos en la vida en la infancia y/o adolescencia. Estos hechos pueden estar referidos a elementos culturales como el tipo de educación recibida, el trato social y familiar establecido y los hábitos y costumbres del entorno inmediato. La vulnerabilidad emocional es la inclinación a ceder ante las llamadas presiones emocionales, las cuáles pueden provenir de nuestro interior (presiones endógenas) o del exterior (presiones exógenas). La vulnerabilidad es la que lleva a la desesperanza. Contrariamente toda esperanza funciona como una resiliencia. La resiliencia emocional, en este caso, sería la protección o resistencia contra esas presiones para no ceder ante las mismas. Actuaría como un muro de contención o coraza emocional. Luego abordaré lo referente a resiliencia. La vulnerabilidad permite, en nuestras relaciones interpersonales, que otras personas abusen del vulnerable mediante el chantaje emocional que consiste en realizar planteos directos sobre las tendencias vulnerables específicas nuestras para obtener de nosotros algo. Esto es lo que se denomina manipulación emocional. Las tendencias vulnerables han sido clasificadas por Bruce Baldwin171 1. sentimiento de culpabilidad, si no cede a lo pedido 2. temor al conflicto y al enojo del que realiza la demanda, si no se le satisface 3. sensibilidad exagerada hacia los que manifiestan desgracias, contando historias de “mala suerte” para despertar la compasión e inducir la ayuda. Es lo que se conoce vulgarmente con el nombre de “lagrimas de cocodrilo”: los que lloran hipócritamente sin sentir nada por lo que supuestamente lloran 4. debilidad ante la adulación: es cuando frente a una adulación procedemos a aceptar algo y nos volvemos sumamente complacientes 5. temor a la desaprobación: se accede a una petición, para evitar el rechazo afectivo o social

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En el artículo SI QUIERE SER USTED MISMO escrito en la publicación Pace (Piedmont Airlines), Carolina del Norte, EE.UU., febrero de 1987

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6. inseguridad personal o social: cuando no se asume con firmeza y responsabilidad el rol o papel social que le toca desempeñar en la familia, en el trabajo y en las relaciones sociales en general y cede con presteza a las amenazas o acusaciones 7. miedo a ser aislado: se presta a las demandas indebidas por temor al alejamiento de los que lo presionan y quedar distanciado de los que lo rodean. 8. miedo a ser considerado diferente: es cuando alguien que incorrectamente lo presiona trata de hacerle ver que “no es como lo demás” en tono de reproche La mejor forma de evitar estas debilidades es estar seguro de lo que uno es, para evitar la manipulación de sentimientos de inferioridad (culpa, inseguridad, etc.) o de superioridad (vulnerabilidad al halago). Cuando alguien en forma agresiva o dominante intenta ejercer una presión, lo mejor es devolver la agresión (hablando en términos de presión emocional y no de violencia física ni verbal) para terminar con el juego: ejemplo, el que llora sin motiva hacerle ver que manifiesta “lágrimas de cocodrilo”. Además, “lo que hace todo el mundo” no es un motivo de presión valedero, porque puede ocurrir que “todo el mundo” esté haciendo lo incorrecto (que es lo más probable). Luego, no hay que apegarse al marco de referencia de otras personas para definir nuestros propios valores y vivir apegados a esas personas (salvo que comprobadamente su amistad o convivencia sean sensiblemente beneficiosas). Se debe aprender a identificar con precisión cuál es la intención con que otras personas, situaciones o emociones se nos presentan cotidianamente para requerir nuestra participación voluntaria o involuntaria. En este sentido hay dos cosas positivas a hacer: conocer y corregir nuestras debilidades por un lado y por el otro aprender a resistir las falsas presiones o el chantaje emocional. Si se adquiere la astucia para superar a los manipuladores y subsanar las propias deficiencias emocionales, se adquiere no sólo el afecto sincero de otros, sino también el respeto. La debilidad personal puede ser fuente de una especie de afecto de los otros hacia nuestra persona, pero es un “afecto de interés”, con total falta de respeto. Los vulnerables que caen en la depresión, en el estrés, en la drogadicción o en la enfermedad psicosomática, según las psicólogas y docentes argentinas, Lea Teitelman y Diana Arazi, son personas que actúan “como si les faltaran elementos en la caja de herramientas de la vida” y por esto temen no salir airosas de cada prueba a que son sometidos por la vida. Tienen tendencia autorreferencial en las situaciones de desgracia, lo que le lleva a pensar o decir “esto tenía que pasarme a mí”, pasando por alto las circunstancias de que a cualquiera le puede pasar de todo y no que hay predestinados. Confianza plena en sí mismo y esperanza de un “poder hacer” o de un “llegar certero” de todo lo que realmente queremos, amamos y deseamos en forma racional y para lo que nos preparamos debidamente a fin de no fallar. Hay un viejo adagio que dice: “a Dios rezando y con el mazo dando”. No sólo hay que acunar esperanzas, tener confianza en sí y en otros, sino que por

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sobre todo, hay que saber prepararse para desarrollar todas las posibilidades y adquirir habilidades que nos lleven a concretar lo que esperamos. Pero, de modo especial, lo que más importa y lo que más debemos esperar de nosotros, es aprender a vivir, sino el vulnerable es el objeto de la desesperanza plena. La esperanza y la resiliencia vs. vulnerabilidad Si antes hemos considerado a la vulnerabilidad como una incapacidad para tener y sentir esperanzas positivas ahora debemos considerar lo opuesto: tener gran capacidad para albergar esperanzas positivas y esto es lo que llamamos resiliencia. Precisamente, la reversión de la vulnerabilidad nos lleva a la resiliencia. En Física, este término se aplica al material resistente a impactos. Es probable que la raíz etimológica de esta palabra provenga del inglés resilience que tecnológicamente significa elasticidad y figurativamente, resistencia. Esta etimología denota una capacidad física para adquirir la plasticidad necesaria (elasticidad) para revertir algo o bien la resistencia a un cambio, lo que le permite al metal recuperar su forma y volumen o incluso aumentarlo tras ser sometidos a temperaturas excesivas u otros factores físicos que modifiquen su tamaño o volumen y su contextura fisicoquímica. Así la resiliencia opera como una recapacitación o recuperación de capacidad. Todo funciona como que la vulnerabilidad es una entidad que ayuda a introducir cambios adversos, mientras que la resiliencia es la recuperación de esa resistencia para oponerse al cambio y revertirlo o adaptarse elástica y positivamente al mismo. En otras palabras, resiliencia es resistencia y capacidad de recuperación frente a situaciones de esfuerzos o traumatismos. La resiliencia como mayor plasticidad espiritual interior puede ser natural (predomina lo genético) o genético (predomina la educación y los factores ambientales tales como los eventos tempranos de la vida. Visto así, la resiliencia es una especie de invulnerabilidad a la adversidad. Carlos Soria172 aclara: “el concepto de vulnerabilidad tiene un par complementario que es el concepto de resiliencia. La resiliencia alude a la capacidad de superar la adversidad y salir fortalecido de ella. Quizás nuestras próximas reuniones giren en torno a este tema: ¿por qué determinados sujetos tienen la capacidad de rebotar y recuperarse? Eso también tiene un fundamento psicológico, evolutivo y biológico. Estos sujetos aplican lo que planteó Mao Tse Tung con su metáfora de la táctica del bambú: pueden doblarse para volver a enderezarse con más fuerza. No salen devastados sino fortalecidos de la situación de conflicto o, como decía Nietzsche, utilizan la “táctica del arroyo”: retroceden para pegar el salto. Esto supone la puesta en juego de todos los mecanismos de plasticidad yoica en cuanto a recursos y disponibilidad biológica.” 172

Profesor autorizado de Clínica Psiquiátrica de la Universidad Católica de Córdoba. Presidente del Colegio Argentino de Neuropsicofarmacología, autor de VULNERABILIDAD Y RESILIENCIA, artículo impreso en Publicaciones Gador, Bs. As. 2001

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Hernán Montenegro Arraigada173 refuerza el concepto de resiliencia como capacidad de una persona para enfrentar las adversidades de la vida y superarlas, llegando, inclusive, a ser transformado por ellas. Las esperanzas positivas son el motor y el mejor bagaje de la resiliencia. La santidad de los mártires religiosos o políticos está muy ligada al nuevo concepto de resiliencia. El rescate de la razón como un camino cierto a Dios He desarrollado y debatido largamente a través de todo este trabajo, el valor inconmensurable de la razón humana, a mi entender, el principal instrumento para que el hombre se comprenda a sí mismo, se encuentre con su naturaleza auténtica y, por supuesto, alcance a llegar a Dios, aunque dijimos que abarcar y comprender totalmente a Dios es algo imposible para la sola razón. Las parábolas de Jesús apelaban fundamentalmente a razonar. Cuando hablaba de “mirar las aves del cielos” y “los lirios del campo” nos invitaba a “razonar” cómo seres vivientes tan simples como los pájaros y las plantas podían sustentarse y adornarse sin nada artificial, simplemente siguiendo a la naturaleza, quien les proveía de todo lo necesario. Esta parábola, esencialmente, es un verdadero tratado de la despreocupación del hombre por cubrir sus necesidades, puesto que ha sido dotado de todos los medios espirituales y físicos para sobrevivir en armonía con la naturaleza (aunque la intención de Jesús era remarcar la benévola providencia de Dios para el hombre). Pero lo más importante que enseñó Jesús es que con el “simple razonar” no modificaremos en nada lo que naturalmente está hecho (no agregaremos un “codo” a nuestra estatura). Esto marca claramente la limitación natural de la razón y de su uso esencialmente abstracto. Más que razonar sine materia (con la preocupación, el prejuicio, la superstición, las meras creencias u opiniones) debemos usar esa razón para conducir y mantener nuestra vida y en conformidad con ella, sostener el “orden natural”, como expresión de genuina autenticidad. No hay incompatibilidad entre lo que esa razón produzca y haga hacer al hombre, siempre que esos actos no alteren el orden de la naturaleza. Por eso, alguna vez afirmé que todos los actos artificiales de la ciencia que alteran el orden natural, terminan por volver a la naturaleza en contra del hombre. El uso recto de la razón es parte de lo natural. El primero en reconocer la “autonomía del saber profano” fue Santo Tomás de Aquino en la SUMA TEOLÓGICA. Afirmaba que entre la fe y la razón no hay contradicciones de principios sino una concordancia substancial. Yo he explicado antes como la fe es una forma de conocer mientras que la razón busca otro tipo de conocimiento, al que juzga más certero y objetivo y susceptible de mostrar. Sin embargo, la misma ciencia comprobó que lo que puede haber nacido como creencia, en algún momento se conoció mejor y se transformó en conocimiento cierto (científico). La mente tiene ese poder de antelar intuitivamente muchos fenómenos que sólo con 173

Profesor titular de la Cátedra de Psiquiatría de la Universidad de Chile y disertante en las JORNADAS DE FORMACIÓN DE FORMADORES SOBRE ORIENTACIÓN FAMILIAR Y RESILIENCIA, Mendoza, 2001

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el tiempo pueden verificarse. Por esa razón incontrovertible, es que sostengo que la creencia religiosa que ahora ronda lo misterioso, siguiendo la teoría de Teilhard de Chardin, será posible que en algún futuro esa razón inteligente encuentre la senda que lo llevará a Dios sin secretos ni misterios, sino en un mero encuentro que allane las dudas actuales. No me refiero a “milagros” de ningún tipo sino a un simple reencuentro del espíritu humano con la presencia de Dios, siendo el espíritu el verdadero puente entre hombre y Dios. Ya, de por sí, la mera existencia del espíritu, bien reconocido, es el más grande milagro que el hombre pueda presenciar, sin necesidad de mayores abstracciones religiosas o teológicas. Iglesia, religión y laicos Es posible inferir que si se considera al hombre como criatura de Dios, la relación hombre-Dios es directa, es decir, sería una especie de religión174 natural. Pero la historia ha demostrado que toda relación hombre-Dios debió construirse no sólo a través de una filosofía, sino que exigió una exégesis total (de mensajes y creación) lo que llevó a la instauración de la teología. Es necesario distinguir entre el mensaje revelado y la exégesis, hermenéutica y heurística de ese mensaje. La revelación está en los libros sagrados, “tal cual”, mediando las “formas” del lenguaje y la cultura en que ese mensaje revelado fue captado. La explicación y comprensión del mensaje revelado es la teología. Mientras uno (el mensaje) proviene de Dios, en principio, lo otro (exégesis) es un instrumento inventado por el hombre como “cosa necesaria” para recibir e interpretar el mensaje. De ahí las discordancias que puedan haber entre el mensaje directo y las maneras de interpretarlo. La religión natural, se transforma, a través de la teología, en una religión normativa y explicativa. Cambian los términos de cómo el hombre se liga a Dios y el sentimiento natural de Dios se transforma, así, en un sentimiento de fe a través de la palabra explicada. Este fenómeno exigió la existencia de los exegetas devenidos en teólogos. Pero también creó la necesidad de organizar cómo interpretar el mensaje y cómo difundirlo. La unión entre el que predica (predicador) y al que se predica (predicando) constituye la “reunión” de “maestros y discípulos” que originariamente se denominó “iglesia” debido a que el nombre surge del griego ekklesiam que significada reunión, en este caso, “reunión de fieles”. Pronto, las relaciones entre el que enseñaba y el que aprendía los principios y los mensajes religiosos indujeron otra organización que en muchas religiones se llamó sacerdocio (el que enseñaba) y fieles (los que seguían estrictamente tales enseñanzas). En el caso del cristianismo y otras religiones, el líder original era el Maestro y sus seguidores los discípulos. La necesidad de expresar la adhesión a Dios en forma externa, lleva al

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Entendiendo a la religión como aquello que une al hombre a Dios

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rito, siendo el más primario la oración.175 La oración conlleva a la idea de un “lugar de oración” y nace el templo, que terminará siendo no sólo el lugar de orar sino también de profesar el culto. El conjunto de actos considerado culto será el que finalmente conforme, con la oración, el rito completo de una determinada religión. Luego, teología y rito son creaciones del hombre para su encuentro con Dios. Es importante esta distinción porque si bien el mensaje sólo puede ser modificado en su interpretación o forma (ya sea por un mejor conocimiento lingüístico o por obtención de fuentes más fidedignas) mas no en su esencia, la teología y el rito pueden sufrir modificaciones totales sin que esto mengüe el valor del mensaje, la fe y la religión. El problema reside cuando a la teología y al rito se le atribuye igual o más valor que al propio mensaje, transformando lo temporal en eterno, lo humano en divino. El fundamentalismo religioso de hacer que un texto determinado (literalismo) sea más relevante que el mensaje que el texto encierra, lleva a creer que el libro en sí es igual o superior al mismo Dios. Igual ocurre con íconos, dogmas, etc. De la misma manera, no hay que olvidar que los fieles, discípulos, laicos, etc. son la parte más importante de lo denominado como iglesia, pues además de ser la mayoría, ellos constituyen la masa de los creyentes y sin ellos, los sacerdotes (clero), pastores y jerarcas de una iglesia determinada no tendrían razón de ser. No hay escala de superioridad natural entre unos y otros y ambos son iguales ante Dios. La diferencia es meramente administrativa, por decirlo de algún modo, pues el jerarca se consagra de una forma especial y enteramente a disposición del servicio a Dios, mientras que los fieles o laicos le ayudan a su misión y la completan llevando el mensaje a la vida cotidiana, allí donde no mora físicamente el jerarca religioso. Incluso, el apartamiento de los siguen la vida religiosa consagrada (sacerdotes, pastores, etc.) puede en algunos casos crear una especie de divorcio entre la relación sacerdote-fiel. Así, un mero creyente, fiel o miembro laico de una iglesia, mientras permanece relacionado con la congregación formal (templo-rito-sacerdote) tiene una actitud determinada que luego abandona al reintegrarse a su vida habitual (familia, trabajo, escuela, etc.). Se ha observado mayor homogeneidad entre las comunidades religiosas en que el laico colabora con el sacerdote o el pastor en forma activa, que en aquellas comunidades en que el laico está completamente radiado de la actividad pastoral o sacerdotal o sólo integrado en forma parcial y leve. Cuánto mayor es la participación del laicado en la misión sacerdotal o pastoral, mayor es la coherencia de la iglesia y su efectividad apostólica (difundir el mensaje y conseguir más adeptos). En el caso concreto del cristianismo, Cristo se presenta a sus apóstoles, 175

En la doctrina cristiana, de alguna manera, el ejercicio de amor al prójimo, por amor a Dios, es una especie de rito muy especial y original, mucho más que la instauración de la eucarística. Es lo primero que enseña Cristo. La eucarística la establece sólo al final de su vida y en realidad, más allá de toda interpretación teológica, es un rito de adoración pero también de acción de gracias por el beneficio de la redención (la eucaristía ritual o consagración de las especies y comunión es no sólo el recuerdo de la última cena sino la representación del sacrificio de Cristo) La idea de sacrificio a los dioses no es nueva, pero sí lo es el mensaje de amor projimal y el mandato de practicarlo y extenderlo a todos.

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como uno más de ellos y viaja, convive, come y duerme con ellos. Igual criterio con los discípulos que lo siguen, de forma tal que salvo la predicación del mensaje y la autoría de hechos milagrosos, no diferencia mayormente al Maestro de sus seguidores. Incluso, coparticipa con ellos su vida y sus dudas. Cristo se muestra tan humano, como tan divino, de forma tal que por momento, aún en aquellos que presenciaban todo lo que hacía, surgen dudas sobre su divinidad. De no ser así, no se explicaría cómo los mismos que le siguieron y le alabaron contribuyeron después a su destrucción física con el castigo y la cruz. Si Cristo se hubiera presentado indefectiblemente con todo el poder de Dios, no habría sucedido lo que los Evangelios narran (habría sido impuesto como el rey de los judíos, reconocido abiertamente como el Mesías y no humillado, torturado y crucificado), pues nadie habría dudado de su esencia divina. Precisamente, la “humanidad” con qué Cristo se expresó a sus seguidores, además de ser un ejemplo, era otra parte de su mensaje: la consubstanciación plena entre el hombre y Dios, puesto que lo hizo a su imagen y semejanza. Ergo, no hay distancia entre maestro y discípulo, entre sacerdote y laico, entre cúpula eclesiástica y la masa de los fieles. La iglesia debe estar atenta al “mensaje de los tiempos” que Dios le envía en forma renovada a través de sus fieles. Debe saber recoger la impresión de un fiel aunque éste no haya sido formado en ningún seminario en forma total. Dios sabe manifestarse de muchos modos y puede hacerlo a través de un simple fiel. De hecho, en la iglesia católica muchas órdenes religiosas surgieron de laicos que sustentaban un determinado punto de vista de cómo vivir la vida religiosa y crearon los movimientos que luego fueron órdenes religiosas o comunidades conventuales (monjes). Muchos santos y beatos nunca fueron sacerdotes ni tenían impuesta ninguna de las órdenes sagradas. Toda iglesia e institución religiosa de cualquier naturaleza, debe aceptar, aunque le repugne, que si Dios otorgó al hombre el libre albedrío en el sentido de darle plena libertad y responsabilidad para elegir, ningún hombre, por más órdenes sagradas que haya recibido y cualquiera sea su potestad eclesiástica, puede modificar esto. Sólo Dios tiene el poder de juzgar. Luego, las imposiciones de conductas religiosas es sólo un medio para determinar reglas de aceptación de un fiel en una determinada comunidad religiosa, pero ello no significa que la exclusión o aceptación sea un aval de salvación o perdición. El poder espiritual personal recto está por encima de toda teología y la mejor prueba es que nadie discute la genuinidad del amor predicado por Cristo. Podrán discutir si el mundo es más o menos proclive al amor cristiano, pero nadie, con sano juicio, ha negado el valor de la doctrina de amor. Sin embargo, la proliferación de cismas religiosos y de sectas religiosas es una clara prueba de cómo el hombre libre rechaza lo teológico y la oposición sempiterna, más que a Dios y a Cristo, lo es sobre determinadas iglesias, sectas y teologías, en especial, las dogmáticas. Debido a estos fenómenos y los cambios que todas las iglesias han debido efectuar presionada por los tiempos, es una formal expresión de cómo los fieles pueden influir sobre una determinada iglesia, con sólo mostrar su adhesión o su apostasía a la fe que sustentaba. No he traído a colación la cuestión de los fieles y la iglesia formal por cosa antojadiza, sino que me he basado en los documentos religiosos históricos y en los movimientos religiosos que conmovieron al mundo en

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todas las épocas. La descripción es sólo eso: una simple pintura de fenómenos innegables. Los comentarios de los hechos no llevan ninguna connotación ni crítica en especial, sino están hechos buscando una lógica conexión entre los hechos reales y los postulados dogmáticos doctrinarios. La intención es remarcar que cuando la mayoría de los fieles de una congregación religiosa sostienen o piden la necesidad de un cambio, en lugar de anatemas hay que analizar minuciosamente y sin prejuicios intolerantes, lo que se pide. Si hay razones evidentes que justifican un cambio, que no implique modificar sustancialmente el mensaje revelado, debe aceptarse la probabilidad de concordar con la necesidad de cambiar. Oponerse tozudamente y por una cuestión académica que va a contrapelo con la realidad, no significa estar defendiendo a Dios, sino sólo meras cuestiones tradicionales. No se debe confundir el mundo real de Dios con el mundo tradicional que puede contener ficciones anacrónicas. La apertura espiritual es un don divino. La inspiración temporal puede provenir de Dios pero también puede ser una mera sensación personal confundida como mensaje personal de Dios. Saber distinguir entre la inspiración dada por Dios y la simplemente surgida de un sentimiento humano es muy importante. Sobre todo en lo que atañe a la vida religiosa que regula no sólo las relaciones entre los fieles y su iglesia, sino, sobre todo, la de los creyentes con Dios. Acá, cobra mucha validez, la parafrase de que el hombre no debe destruir lo que Dios construye. La soberbia humana, aun la procedente de aquellos que se dicen “hombres de Dios”, puede ser fatal a quienes la sustentan. Mucho más cuando se actúa “en nombre de Dios” y abiertamente hay oposición a la “real obra de Dios”. El hombre, cualquiera sea la cantidad de defectos que ostente, es siempre una criatura de Dios. Las iglesias, como instituciones, son siempre una criatura humana ofrecida a Dios. De ahí que mientras el hombre tiene un ciclo biológico igual y permanente para todos y que sólo cambia sus formas de ser, las iglesias no tienen un ciclo social igual y permanente, sino que cambian de formas tan diferentes como los modos de ser del hombre, lo que habla más a favor de su “humanidad” que de su “divinidad”. Genéricamente, la esencia humana depende de Dios, la esencia eclesiástica del hombre. No se debe olvidar nunca que iglesias y ritos son las formas que el hombre elige para religiosamente adorar y reconocer a Dios. Pero nunca una iglesia y un rito, en sí, son Dios mismo. Tampoco se debe perder de vista que la teología y el dogma son la obra de exégesis humana para interpretar la palabra Dios. Luego, todo lo que no esté en la palabra de Dios y aparezca en la exégesis es sólo fruto de una actitud explicativa pero no lo estipulado directamente en el mensaje divino. Esto no equivale a decir que sólo lo que está escrito es lo fundamental. El escrito es parte de la cultura del hombre y está sujeto a las características y vaivenes de la misma. Luego, lo fundamental es la esencia y no la forma del mensaje. Lo malo, de alguna manera, es que el único que tiene la facultad de recibir y escribir el mensaje divino es el hombre y el mismo hombre debe interpretarlo. Si avanzamos con un grado de sutileza especial, esta reflexión nos lleva a que la consubstanciación hombre-Dios sigue vigente en el hombre mismo como criatura “a imagen y

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semejanza de Dios” y, sin dudarlo, volvemos al ciclo vicioso de que el mejor milagro y el más patente es el hombre mismo. Si yo me alejo o desprecio mi humanidad, estoy desconociendo al mejor y más fundamentando mensaje de Dios: su creación. Por lo tanto, lo justo es reconocer que en el hombre está el mejor y mayor de los secretos: puede ser un fiel retrato de la perfección de la creación o convertirse en el peor ejemplo anti-Dios. Por este fenómeno cierto y real es que la historia de la humanidad se desarrolla con la bipolaridad del creyente y del ateo, del cristiano y del anticristo. Finalmente, Benedicto XVI debió emitir una encíclica para refutar a Nietzsche cuando éste afirmó que la Iglesia mató al amor, refiriéndose al amor sexual. En realidad, Nietzsche tendría que haber dicho que la Iglesia se oponía al desborde sexual o, al menos, lo que se consideraba incontinencia sexual. Los preceptos principales sobre la sexualidad del hombre están en la Biblia en el Levítico. La Iglesia no hace nada más que respetar dichos preceptos. Naturalmente, la idea de sexo y pecado era muy distinta en la Edad Antigua, que en la Edad Media, y en la llamada actual posmodernidad. Los hebreos tenían que erradicar aberraciones sexuales surgidas por razones de cautiverio, vida aislada en el desierto y la promiscuidad de familias. De ahí que el incesto, la homosexualidad masculina, el sexo con animales, el onanismo y la polución espontánea estén reprobados y, en algunos casos, malditos. Pero esto era parte de la vida de comunidad que debía ordenar los excesos de un pueblo que erraba sus costumbres y podía costar la disolución social cuando políticamente más la necesitaban. La religión, en el pueblo hebreo, era un aglutinante de muchas familias dispersas, con un origen casi común. La unidad de esas tribus dependía más de un factor religioso que político y la disolución moral era un ingrediente que no permitía la homogeneidad religiosa y política. Moisés debió combatir no sólo la idolatría y las perversiones, sino dejar un renglón muy claro de la conducta de un pueblo. Los diez mandamientos son preceptos morales revelados por Dios, pero también generan una ley positiva y un orden político, legal y social. Defiende la vida, la propiedad y los lazos familiares. No obstante, hay situaciones concretas de la conducta humana como el homosexualismo, los actos sexuales íntimos de amantes y cónyuges, y las relaciones sexuales en general, tanto en lo personal como en lo comunitarios. Todas esas relaciones están guiadas por un instinto sexual que teóricamente tendría por único fin la procreación, pero se ha descubierto que en algunos animales, el instinto no siempre busca la procreación, aunque en el animal, más que en el hombre, se respeta el orden natural. El deseo, la libido, el erotismo o la llamada concupiscencia (apetito desordenado de placeres deshonestos), están presentes en el hombre como un fenómeno dado, que se explica como una conducta instintiva no guiada por la razón y la voluntad por lo que se considera indigna de la inteligencia. Pero la mente del hombre está muy condicionada por su entorno, las costumbres y la cultura. Luego, lo que es un horrible pecado en algunas sociedades, en otras es una costumbre habitual y aceptada (por ejemplo, el incesto). La Iglesia prohíbe pero en la práctica sus obligaciones quedan como efectivas para los

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católicos. A pesar de que desea imponer a todos sus preceptos, es indudable que fuera de la Iglesia no funcionan determinadas prohibiciones morales, en especial, las relativas a la sexualidad. Dios castigó a Sodoma y a Gomorra como ciudades pervertidas desde todo punto de vista, pero especialmente en lo sexual. Prohíbe el incesto y la homosexualidad masculina, así como el deseo del hombre por una mujer casada. Pero ni los diez mandamientos, ni el Levítico prohíben específicamente la homosexualidad femenina ni a la mujer desear al hombre casado. Con esto quiero decir que si nos atenemos literalmente al mandamiento divino nos enfrentamos a dos dilemas que hemos venido tratando indirectamente. O la Biblia está mal traducida o los que escucharon la revelación no comprendieron bien los mandatos. O habría un “machismo” hebreo que daría más importancia a la conducta del hombre que a la de la mujer. Así como deja muchos puntos poco claros en lo sexual, también en la generación de la humanidad hay vacíos fundamentales. Por ejemplo, si sólo creó a Adán y a Eva, ¿de dónde salió el resto de la humanidad, especialmente las esposas de los hijos de Adán y Eva? ¿Había creado otros hombres y mujeres? ¿O la procreación fue por incesto? Personalmente entiendo que Dios no interfiere donde no hay pecado. Si las relaciones entre un hombre y una mujer plenamente, dotados de razón y madurez total, permiten una conducta sexual determinada en lo privado y que no trasciende a lo público, es decir, no provoca escándalo y los hechos sexuales entre ambos no causan daño de ninguna naturaleza a ninguno de los dos, hagan lo que hagan entre sí, no puede ser condenado. Lo que se condena es el sexo con seres irracionales o con muertos, el sexo que causa daño como la violación, especialmente la incestuosa, el atropello o el acoso sexual de quien no desea una determinada relación, el engaño, la infidelidad no aceptada ni conocida (hay esposos que la consienten), etc. Es lo que condena Dios y el hombre sin ninguna duda. La homosexualidad está condenada por Dios y la Iglesia, pero no por el hombre. En síntesis, la Iglesia no condena al amor en sí puesto que a través de la doctrina cristiana el tema principal de la evangelización es el amor. La Iglesia no mata al amor como puro sentimiento afectivo. Delimita lo que se llama el amor sexual. Pero al amor siempre es amor aunque se complemente con un acto sexual. El acto sexual amoroso no es la cuestión, porque el sexo es la consecuencia y no la causa del amor afectivo. Lo que la Iglesia reprocha, junto con otras religiones, son los desvíos sexuales que nada tienen que ver con el amor. El no permitir la contraconcepción, especialmente la mutilante, es una veda racional, pues produce daño, igual que el uso de contraceptivos farmacológicos que probadamente causa daño físico o es abortivo. Pero admite la no fertilización. Lo ilógico es que admite lo que llama el ritmo natural, pero desecha el mecánico, que a los postres, tiene el mismo fin: impedir, no anular, la concepción. Esto es lo criticable. O impide todo tipo de contraconcepción o permite el uso de aquellas que no son dañinas ni al cuerpo ni al alma. Dios, según la Biblia ha considerado impuro al semen (incluso al semen expulsado mientras yaciera con una mujer), como asimismo, considera impuro al flujo menstrual. Esto no queda muy claro pues es

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imposible un coito sin semen. No queda bien establecido si la impureza es el flujo en sí o el cuerpo y las cosas manchadas con el flujo. Si es por las cosas o cuerpos contaminados con el flujo, la impureza estaría dirigida a una cuestión de higiene, naturalmente lógica. Parece que la idea que prima en el Levítico es prevenir las enfermedades y las plagas, por ejemplo en lo tocante a la lepra. Pero si la declaración de impuro es para los flujos en sí sería inexplicable que Dios declarara impuro lo que él ha creado. La Biblia no habla del uso de preservativos, aunque se han descrito en algunos pueblos el uso de tripas animales como preservativos. Son muchas las cuestiones criticables entre el texto bíblico, los preceptos de la Iglesia Católica, pero lo que queda bien en claro es que hay cuestiones éticas y morales y de sentido común que sin Biblia ni Iglesia tienen su razón de ser. Todo lo que dañe y cause escándalo de una forma u otra es deleznable. Esto excluye cualquier oposición. Tanto la de Dios como la del hombre. Cristo no habla de sexo explícitamente. ¿No es llamativo frente a tantas prevenciones bíblicas? Encíclica Salve spei (salvados en la esperanza) Es una encíclica del Papa Benedicto XVI. Fue hecha pública el 30/11/07. Es un texto breve con una introducción y siete puntos principales. La intención de la encíclica es reavivar en los fieles católicos la “gran esperanza” que posee la fe en Cristo y cuyos destinatarios son todos los hombres. El núcleo de la encíclica es: si hay esperanza hay redención porque sólo así logramos sobrevivir a los múltiples condicionamientos (límites, pecado o simplemente estupidez) que son nuestros irremediables compañeros de ventura. Sólo si hay una esperanza fiable, con una meta segura, se puede vivir el presente, incluso cuanto éste se presenta fatigoso. ¿Es posible albergar semejante esperanza? “Nosotros necesitamos tener esperanzas, más grandes o más pequeñas, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios sino el Dios que tiene el rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con la sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en los más íntimo de nuestro ser: la vida que „realmente‟ es vida. La gran esperanza del hombre, que resiste a pesar de todas las desilusiones es Dios mismo, con su amor incondicionado y absoluto por cada persona. El Dios hecho hombre y crucificado.” Si la fe en el progreso se ha mostrado ambigua e incluso nefasta, la modernidad tiene que repensar sus presupuestos. ¿Qué es la racionalidad? ¿Qué es la libertad? ¿Basta lograr el desarrollo económico, las mejores estructuras políticas o sociales para asegurar el futuro? ¿El desarrollo tecnológico

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conlleva siempre un similar desarrollo humano, ético y espiritual? ¿Podemos depositar en la ciencia una esperanza de salvación que, a todas luces, excede sus propias posibilidades? ¿Qué podemos esperar? “Es necesaria una autocrítica de la edad moderna en diálogo con el cristianismo y con su concepción de la esperanza. En este diálogo, los cristianos, en el contexto de sus conocimientos y experiencias, tienen también que aprender de nuevo en qué consiste realmente su esperanza, qué tienen que ofrecer al mundo y qué es, por el contrario, lo que no pueden ofrecerle. Es necesario que en la autocrítica del cristianismo moderno, que deben aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces.” ¿Qué hemos hecho los cristianos (católicos) de la gran esperanza que se nos ha confiado? ¿No la hemos empequeñecido reduciéndola a algo privado o individual? ¿Podremos ofrecerla de nuevo a todos como horizonte de sentido, en un tiempo de grandes transformaciones? Los cristianos tenemos que aprender de nuevo cosas importantes que hemos olvidado silenciando. La autocrítica del cristianismo moderno ha de tener la fisonomía concreta de un humilde aprendizaje de la esperanza. La encíclica concluye señalando tres lugares para ello: la oración; el actuar y el sufrimiento; vivir de cara al Juicio de Dios. Ya abordé lo relativo a la esperanza y remarqué que aprender a esperar es aprender a vivir. Vivimos un cambio de época y una auténtica crisis de civilización. Muchos paradigmas se diluyen. Es tiempo para nuevas síntesis vitales. Estos testigos (los santos) nos enseñan mejor que las ideologías, que la esperanza es todo un modo de estar parados frente a la vida, sobre todo cuando llega la hora de las grandes decisiones, de las grandes renuncias, de las grandes entregas. Si el progreso humano auténtico no se confunde sin más con el crecimiento acumulativo del saber y de la tecnología, los cristianos tenemos este valioso aporte que hacer a la tarea nunca acabada de ser hombres en cuerpo y alma: hacernos capaces de la gran esperanza y por lo mismo, llegar a ser servidores de la esperanza para otros pues “la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual lucimos para que las cosas no acaben en un canal perverso. Es también esperanza que va en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios. Sólo así permaneceremos también como esperanza verdaderamente humana”

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Larry Dossey - LA ORACIÓN ES UN BUEN REMEDIO (Prayer Is Good Medicine) George Santayana - EL NACIMIENTO DE LA RAZÓN Y OTROS ENSAYOS Daniel Goleman - EL ESPÍRITU CREATIVO Paúl Tillich - TEOLOGÍA SISTEMÁTICA Paúl Tillich - EL CORAJE DE SER Paúl Tillich - PODER Y JUSTICIA Y DINÁMICA DE LA FE Giovanni Sartori - HOMO VIDENS. LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA, Italia, 1998 Deepak Chopra – EL CAMINO HACIA EL AMOR, Editorial Vergara, Bs. As., 2001 Bertrand Russell - EL UNIVERSO MENTAL EXPANSIVO, 1964 Carlos Bernardo González Pecotche (RAUMSOL) - EL MECANISMO DE LA VIDA CONSCIENTE, Editorial Logosófica, Bs. As. 1997 Rayner, C. – LA MENTE HUMANA, Ediciones Orbis S.A., Bs. As. 1985 John Cohen – INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA, Editorial Labor, Barcelona, 1968 Maurice Reuchlin – HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA, Editorial Paidós, Bs. As. 1964 Susan Blackmore - MORIR PARA VIVIR (Dying to Live) Charlab, Sergio – EL ALQUIMISTA DE LAS PALABRAS, entrevista publicada en octubre de 2002 Paul Brunton - LA BÚSQUEDA DEL YO SUPERIOR, Editorial Kier, Bs. As. 1987 Ortega y Gasset – EN TORNO A GALILEO Gustavo A. Bécquer - RIMAS Gustavo Bueno – LA FE DEL ATEO, Editorial Temas de Hoy, España, 2007 Vince Rause - EN BUSCA DE LO DIVINO, Los Angeles Times, 15 de julio de 2001 James, William – COMPENDIO DE PSICOLOGÍA, Editorial Emecé, Bs. As. 1947 Francis Crack, Nature Neuroscience, 2003 Gonzalo Puente Ojea – EL MITO DEL ALMA (2000) Gonzalo Puente Ojea - ANIMISMO (2004) Puente Ojea – VIVIR EN LA REALIDAD, Editorial Siglo XXI, España, 2008 Pittaluga, Gustavo – SEIS ENSAYOS SOBRE LA CONDUCTA, Editorial Hachette, Buenos Aires, 1944 Noemí Carrizo – Rev. NUEVA N° 596, 15 de diciembre de 2002 Bruce Baldwin - SI QUIERE SER USTED MISMO, Pace (Piedmont Airlines), Carolina del Norte, EE.UU., febrero de 1987 Carlos Soria - VULNERABILIDAD Y RESILIENCIA, artículo impreso en Publicaciones Gador, Bs. As. 2001 Pascal Boyer- Nature 455: 1038; Annual Review of Anthropology 37: 111, Universidad de Washington, Saint Louis, EE.UU., 2008

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN Hablar de Dios, ¿Qué es el misterio? Teorías evolucionista y creacionista Lo absoluto y lo relativo Definición de la palabra Dios Definición de religión CAPÍTULO 1: ACTOS MENTALES Y CREENCIAS Concepto de creencia, 19 Formación de las creencias Actos mentales y formación de juicios Diferencias entre fenómenos, realidad, creencias y certeza Tendencia a recordar lo positivo La fe humana Las creencias y su repercusión orgánica Efecto placebo Sugestión y autosugestión Las supersticiones Creencias y la “primera vista” Creencias y prejuicios Prejuicios como pseudovalores El tatuaje como creencia Corolario CAPÍTULO 2: ¿DIOS EXISTE? La primera cuestión, 47 Modos de conocer a Dios Teología y Teodicea Las teorías de la creación El entusiasmo El Dios personal Certeza de Dios El milagro Los problemas de la fe personal

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CAPÍTULO 3: DIOS, EL BIEN Y EL MAL El bien, 65 El mal Comprensión de la creación del hombre en lo referente al bien y al mal Los problemas teológicos El compromiso con Dios y el bien Los interrogantes sobre Dios, el hombre creado, el bien y el mal Libre albedrío para creer o descreer, adoptar el bien o el mal CAPÍTULO 4: LA CONCEPCIÓN DE DIOS En busca del concepto Dios, 79 Las diversas concepciones de Dios. Dios y las religiones El fundamentalismo religioso Otros conceptos fundamentalistas Idea de Dios, Cristo y la Iglesia Las teorías antropológicas CAPÍTULO 5: DOS GRANDES MISTERIOS: MATERIA Y VIDA El misterio de la materia y la energía, 97 La cuestión lingüística La opinión científica Las partículas subatómicas: el camino para desentrañar el misterio Los hechos inobjetables El misterio de la vida La idea final CAPÍTULO 6: OTRO POLO MISTERIOSO: EL HOMBRE El misterio ontológico, 115 El encuentro de dos misterios La fe religiosa La oración medicina: medicina eficaz El poder de la fe Hacia una ciencia de la espiritualidad La religión natural La dimensión humana perdida Dios, hombre y ciencia

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CAPÍTULO 7: MISTERIO DEL ESPÍRITU Concepto de espíritu Consideraciones preliminares, 137 El espíritu como soplo: el quid de la cuestión Forma práctica de expresión del espíritu como tres esferas de la esencia humana Concepto de mente como operadora del espíritu El espíritu, la esencia del hombre y las concepciones budistas Las “experiencias cercanas a la muerte” (ECM) La “espiritualidad laica” La creatividad y el espíritu El pensamiento original Creatividad e inteligencia Creatividad y pensamiento El proceso creativo El reino del espíritu Interacción entre las facultades del espíritu Conceptos aspectuales y conceptos holísticos Ciencia y sabiduría Espíritu y religión Filosofía, existencia y reino del espíritu El espíritu y las cuestiones semánticas La existencia del espíritu CAPÍTULO 8: NEUROTEOLOGÍA: TEORÍA NEWBERG

DISCUSIÓN SOBRE: “IDEA DE DIOS” Y MITO DEL ALMA El hombre: ¿origen de la idea Dios?, 199 Ideación, formación de ideas. Imaginación, formación de imágenes La memoria filética La “idea Dios” en la filosofía atea La esencia del hombre y existencia La teoría Newberg Teorías “abolicionistas” del alma El misticismo CAPÍTULO 9 – TEISMO Y ATEISMO La cuestión de la esencia y existencia de Dios Dos caras de una misma moneda, 235 Religión El planteo lingüístico

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Religión versus ciencia El nexo CAPÍTULO 10: CONCLUSIONES Mensaje de esperanza, 251 ¿Conocemos qué es la esperanza? Amor y esperanza Esperanza como emoción positiva La esperanza como autoestima y vulnerabilidad emocional La esperanza y la resiliencia vs. vulnerabilidad El rescate de la razón como un camino cierto a Dios Iglesia, religión y laicos Encíclica Salve Spei (salvados en la esperanza)

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