España (una historia inacabada)

(http://www.letraslibres.com) España (una historia inacabada) Número 202 España ha vencido a sus fantasmas. Ha construido una democracia homologabl

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España (una historia inacabada)

Número 202

España ha vencido a sus fantasmas. Ha construido una democracia homologable a las de los países de su entorno, ha aprendido a resolver las disputas políticas de forma pacífica y con arreglo a la ley. Ha derrotado al terrorismo. El Estado de derecho funciona.

Pese a las críticas que se formulan en España a su proceso de transición democrática, hay algo que puede dar una medida de su éxito: como en todo buen pacto, ninguna de las partes quedó totalmente satisfecha. Tanto la izquierda como la derecha realizaron renuncias y se comportaron con una sensatez admirable. La transición tuvo la virtud de servir de modelo para las transiciones democráticas en México y Latinoamérica. Por un lado, tomamos nota de cómo fue ese proceso de acuerdos, transacciones y renuncias, de la manera en la que un país históricamente dividido, con unas experiencias democráticas breves y fracasadas, podía llevar a cabo una transición exitosa. Si España pudo superar ese pasado traumático, otros países (que heredamos de España instituciones frágiles y vicios) también podíamos hacerlo. Desde entonces, España se ha modernizado. Modernización evidente en la economía y en las infraestructuras, en la creación de un Estado de bienestar, pero también en la sociedad. De ser un país mojigato y uniformemente católico en el franquismo, España se convirtió en una sociedad mucho más plural, tolerante y diversa, una de las primeras en legalizar el matrimonio homosexual. En los años de bonanza, España absorbió una gran cantidad de inmigrantes. Muchos de ellos han sufrido la crisis, especialmente acerba con los desposeídos, pero no ha habido movimientos importantes de corte xenófobo. La crisis económica que empezó en 2007 ha causado, y sigue causando, sufrimiento y zozobra, pero no ha habido un aumento de la inseguridad ciudadana. Las protestas han sido pacíficas y se han articulado en partidos políticos. En este número, en el que celebramos el 14º aniversario de la edición de Letras Libres España, John H. Elliott, uno de los grandes conocedores de la historia ibérica, habla de las tensiones entre la unidad y la diversidad, en una conversación que es un recorrido por el pasado y los cambios de España y un repaso a su brillante trayectoria como historiador. Antonio Elorza revisa algunos de los momentos centrales de la transición, Manuel Arias Maldonado analiza las limitaciones y vicios de la cultura política y Jesús Silva-Herzog Márquez ensaya sobre Podemos y su chavismo voluntarioso. La democracia española está consolidada, pero como todas las democracias, es imperfecta, inacabada e inacabable. ~ ●

Cartas sobre la mesa



“España no es diferente”



España (una historia inacabada)



Los pasos perdidos



De los libros al Podemos



Cómo dibujar un círculo perfecto



La noche de Iguala



El fin de la innovación retrógrada



El último poema



Aprender cuando afuera reina la violencia



La mitra y los uniformes verde olivo



El cuento de hadas de Toni Morrison



Las bodas



Verdadera escritor



Incidente en primera



Cuando Charles conoció a Diego



El triunfo de una forma de leer



La libertad de los católicos



El canon de los raros



Curiosidad por la curiosidad



Otras lenguas, otros mundos



Acercamiento sin panorama



De mayas, dinosaurios y apaches



Un mapa de metáforas



La gran depresión



Francisco Toledo



Una tragedia global



“Concebir un poema y fabricar un polvo sanador son actos de imaginación creativa”



Jon Stewart: un sabio de la risa



Oliver Sacks 1933-2015



Perdido en Yonkers



No hagas nada



Arte de nuestra América



Yo, el rey (y los otros)



Contra la honra



Artemisia y la melancolía



La crueldad de París



El sonido (13) y la furia

202 6

DIRECTOR

Enrique Krauze CONSEJERO EDITORIAL

Fernando García Ramírez EDITORA EJECUTIVA

Cynthia Ramírez COORDINADORA EDITORIAL

Patricia Nieto

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

ESPAÑA (UNA HISTORIA INACABADA)

EDITOR RESPONSABLE MÉXICO

Eduardo Huchín Sosa EDITOR RESPONSABLE ESPAÑA

Daniel Gascón

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Presentación

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Entrevista con John H. Elliott

EDITOR DE POESÍA

Julio Trujillo REDACCIÓN

Pablo Duarte, Ricardo Dudda, Daniel Krauze, Emilio Rivaud

DANIEL GASCÓN

CUIDADO EDITORIAL

Emmanuel Noyola

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CONSEJO EDITORIAL

Aurelio Asiain, Roger Bartra, Humberto Beck, Carmen Boullosa, Adolfo Castañón, Ricardo Cayuela Gally, Christopher Domínguez Michael, Malva Flores, Hugo Hiriart, Julio Hubard, León Krauze, Tedi López Mills, Guadalupe Nettel, Antonio Ortuño, Rafael Rojas, Enrique Serna, Guillermo Sheridan, Fernanda Solórzano, Juan Villoro

Una historia inacabada ANTONIO ELORZA

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VENTA DE PUBLICIDAD

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Angélica Muñoz Osnaya, Edna Hernández García

Los pasos perdidos MANUEL ARIAS MALDONADO

De los libros al Podemos

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

DIRECCIÓN ADMINISTRATIVA

Alberto Rivas Gerente de cobranzas

Andrés Rosales Suscripciones

María Calixto M.



Gerente de contabilidad

José Luis Espinosa Difusión y prensa

Rebeca Rodríguez

EDITORES RESPONSABLES

Las nuevas (viejas) Letrillas

Eduardo Huchín Sosa, Patricia Nieto EDITOR DE ARTE

Fernando del Villar Arias DISEÑO GRÁFICO Y PREPRENSA DIGITAL

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CARTA SOBRE LA MESA



A partir de este número dos secciones de la revista (Artes y Medios y Letrillas) se unen bajo el nombre de Letrillas con un diseño renovado. Las Letrillas actualizadas incluyen artículos sobre diversas disciplinas artísticas, además de reflexiones literarias, breves análisis políticos, un cartón y mayor despliegue fotográfico. Las tipografías, la disposición de las páginas, los márgenes y el tratamiento visual, a cargo de nuestro departamento de arte, serán la guía para un proceso de rediseño que se extenderá paulatinamente al resto de la revista. Esta renovación visual de Letras Libres permite mayor creatividad gráfica sin desatender nuestra apuesta central: publicar textos que ayuden a pensar la realidad. ~ – La redacción

CONVIVIO 30 La noche de Iguala

65 Lawyer of the Church,

de Pablo Mijangos

Fernando García Ramírez



Rafael Rojas

retrógrada

Armando González Torres

34 El fin de la innovación

Christopher Domínguez Michael

67 Archivo negro de la poesía mexicana, de varios autores

80 CARTÓN: El gato Vittorio

Decur

40 Aprender cuando afuera

reina la violencia



José Merino, Eduardo Fierro

83 IN MEMÓRIAM: Oliver Sacks (1933-2015)

Christopher Anderson

7

84 TELEVISIÓN: Perdido

en Yonkers

Mauricio González Lara 85 POLÍTICA: No hagas nada

68 Curiosidad. Una historia natural, 46 La mitra y los



de Alberto Manguel



Isabel Zapata



uniformes verde olivo

69 México en Sur. 1931-1951,



Yoani Sánchez



48 El cuento de hadas

compilación de Gerardo Villadelángel Viñas

Héctor Villarreal

85 ARTES PLÁSTICAS:

Arte de nuestra América



Enrique Krauze

86 ARTES PLÁSTICAS:

Yo, el rey (y los otros)



Héctor Perea

John Freeman

Danubio Torres Fierro

COLUMNAS 88 DIARIO INFINITESIMAL:

Contra la honra



Gabriel Zaid



de Daniela Bojórquez Vértiz



Hugo Hiriart



Jazmina Barrera



Alonso Cueto



de Toni Morrison



52 Las bodas

54 Incidente en primera (cuento) POEMAS 28 Cómo dibujar un círculo perfecto

70 Óptica sanguínea,

LETRILLAS 74 CINE: De mayas,

dinosaurios y apaches



Fernanda Solórzano



Un mapa de metáforas



Elizabeth Treviño



(versión de Román Luján)



Terrance Hayes

75 LENGUA:



Aurelio Asiain



La gran depresión



Ricardo Dudda



artista excepcional (fotografía)



Graciela Iturbide



Crisis migratoria global



Roald Hoffmann



Carlos Chimal

38 El último poema

53 Verdadera escritor

Legna Rodríguez Iglesias CRÓNICA 58 Cuando Charles

conoció a Diego



Enrique Winter

LIBROS 64 Los diarios de Emilio Renzi.

76 PSICOLOGÍA:

77 ARTE: Francisco Toledo, 78 FOTORREPORTAJE:

78 CIENCIA: Entrevista con



Años de formación, de Ricardo Piglia

80 TELEVISIÓN: Jon Stewart:



Patricio Pron



un sabio de la risa



León Krauze

90 SINAPSIS: Artemisia



y la melancolía

Roger Bartra

92 AEROLITOS:



La crueldad de París

Enrique Serna

94 SALTAPATRÁS:



El sonido (13) y la furia

Guillermo Sheridan Portada: Jonathan López Ilustraciones: Raúl Arias, Martín Kovensky, María Titos, Martín Elfman, Manuel Monroy, Ari Chávez Chacón, Jonathan López

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

DANIEL GASCÓN

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ESPAÑ

John H. Elliott (Reading, 1930) ha iluminado muchos aspectos de la historia de España: la tensión entre unidad y diversidad, la relación con América, la decadencia y los intentos de reforma, el

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clima intelectual y los límites de la política.

ÑA

Ha desmontado leyendas y tópicos, ha situado el siglo xvii español en un contexto

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amplio, y ha participado en los grandes debates de su disciplina. Su obra incluye clásicos como La rebelión de los catalanes (Siglo XXI), La España imperial (Vicens

no es diferente DANIEL GASCÓN entrevista a

JOHN H. ELLIOTT

Vives), El Viejo Mundo y el Nuevo (Alianza Editorial), El conde duque de Olivares (Crítica) o Imperios del mundo atlántico, pero también colecciones llenas de ensayos memorables como España y su mundo (1500-1700) y España, Europa y el mundo de ultramar, o una

fotografía

JORDI ADRIÀ

autobiografía sobre su trayectoria como historiador, Haciendo historia (los cuatro últimos libros publicados por Taurus). En toda ella hay un impulso desmitificador, una búsqueda rigurosa de la exactitud y un esfuerzo por comprender y explicar la complejidad de los mecanismos históricos.

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A lo largo de su carrera ha criticado la idea del excepcionalismo español, la creencia en que la historia de España no era homologable con la de otros países. ¿Hasta qué punto perdura esa visión y cómo describiría la relación de los españoles con su historia?

He pasado la vida intentando desmitificar y eliminar ese concepto. Cada país siente que es excepcional. En ese aspecto, España no es diferente. Pero tal vez este sentimiento sea más intenso, por varias razones. En primer lugar, por haber sido el gran pionero del imperialismo europeo. En segundo, a causa de su declinación parecía un país atrasado desde el punto de vista de otros países europeos de los siglos xviii y xix. El fracaso de tantos intentos de modernizar España desde fines del xviii hasta casi fines del siglo xx produjo un sentimiento muy arraigado de España como fracaso. Hay una combinación de autocrítica y de la visión de los otros. Por ejemplo, cuando la generación del 98 buscaba las causas de los fracasos de España, encontró una esencia que no se prestaba a la modernidad. Pero también había otra visión: la de quienes estaban orgullosos de que España no hubiera seguido la trayectoria de otras partes de Europa occidental, y de que hubiera conservado lo que veían como los valores trascendentales de la antigua España: su pureza religiosa, la idea de defender y proteger los valores que otras naciones habían perdido con la secularización y el racionalismo... El Ministerio de Información y Turismo de Franco, que dirigía Manuel Fraga, escogió el lema de “España es diferente”, una exaltación de la singularidad de España. Ahora ese sentimiento no está tan enraizado: España se siente un país europeo, modernizado, mucho más laico y, en muchos aspectos, equivalente a otros países europeos. Vino a España por primera vez en 1950. ¿Cómo recuerda esa primera visita?

Era un país muy diferente: miserable, con muchísima pobreza. Recuerdo a los niños mendigos. Al mismo tiempo me impresionó la dignidad de los españoles en un momento en el que el ambiente político era sofocante: la presión, la insistencia del régimen en la pureza de su ideología, el rechazo de cualquier alternativa a las actitudes e ideología del régimen. Notaba eso especialmente en Cataluña. Por primera vez, como joven inglés, vi lo que era vivir en un país con un régimen autoritario que no permitía libertad a sus ciudadanos. También fui a una España ensimismada, encerrada. Sus contactos, especialmente intelectuales, estaban limitados por la censura, por la falta de recursos que no permitía a los jóvenes viajar fuera del país. Todo eso ha cambiado. Es un cambio que llega con la transición.

Influyó mucho en la conciencia de las generaciones de las últimas tres décadas del siglo xx. Vino un nuevo optimismo con la europeización y la modernización, con el gran impulso económico. Ha cambiado la manera en que la nueva generación de historiadores españoles, algunos de los cuales son muy buenos, piensa en la historia de su país. Ahora no hay tanta preocupación por los fracasos de España o sus diferencias. Se han interesado más por la capacidad de supervivencia del Imperio español en las Indias durante tres

siglos. Temo que con la depresión económica pueda desaparecer ese optimismo. Hay un peligro de regresar a la historia de España como una historia fracasada. No creo que vaya a pasar, en parte porque otros países están sufriendo los mismos problemas económicos. Pero yo, por lo general, soy optimista y creo que hay una nueva generación muy formada de españoles. ¿Qué usos tiene hoy el estudio de la historia?

Hay una gran falta de conocimiento de la historia. Ocurre en otras partes de Europa: generaciones que solo piensan en su momento, que desconocen o distorsionan la historia, como vemos en la manipulación que realizan los nacionalistas. Es un peligro. Hay que poner estas crisis en una larga perspectiva, y eso pasa igualmente con los estadistas. Si no tienen sentido histórico, surge la posibilidad de perder el rumbo, de caer en el oportunismo sin pensar las consecuencias de lo que están haciendo. Lo vemos en políticos europeos contemporáneos. Los historiadores tenemos que mostrar la complejidad de cualquier momento histórico importante: probar que había varias opciones abiertas, que hay que entender por qué se escogió una y no otra, comprender el papel de los individuos, de la cultura política del momento. Y también enseñar que nuestra generación no tiene las mismas preocupaciones que las del xvii o el xviii, por ejemplo, que reaccionaron de otra manera porque tenían otras prioridades, como la defensa de la fe, que no es una preocupación de este momento. Al leer sus libros es curioso ver la persistencia de algunos problemas: las dificultades de financiación, los límites de lo que se puede hacer en política. El proyecto clave de un gran estadista como Fernando el Católico es la política sucesoria, pero no termina como él esperaba.

Es la contingencia. Cuando Harold Macmillan era primer ministro, le preguntaron sobre las dificultades más graves a las que debía enfrentarse. Su respuesta fue: Events, dear boy, events. “Los acontecimientos, hijo mío, los acontecimientos.” Una de las características que ha destacado de la historia de España es la tensión entre la unidad y la diversidad.

Es un aspecto fundamental, aunque no únicamente español. Se percibe en Gran Bretaña, en Estados que surgen de monarquías compuestas desde el siglo xv. Empecé a ser consciente de la pluralidad al comenzar mis investigaciones sobre la historia de Cataluña en el siglo xvii. Vi la tensión permanente entre Cataluña y la región castellana cuando hablé con el historiador exiliado Josep Maria Batista i Roca, en Cambridge, antes de empezar mis investigaciones sobre la época del conde duque de Olivares, y cuando fui a Barcelona para investigar en los archivos y me reuní con historiadores tradicionalistas, especialmente con Ferran Soldevila, quizá el último de una gran generación de historiadores un poco románticos, nacionalistas. Vi que la historia de España no se puede narrar desde el punto de vista del gobierno central o de Castilla. Es algo parecido a lo que pasó en Gran Bretaña, donde el relato inglés ha dominado

la historia de las islas hasta hace unas décadas. En España se construyó un relato basado en Castilla. Había dos narraciones distintas con elementos de verdad y elementos de ficción. Viniendo desde fuera y con cierta imparcialidad, quería desmitificar tanto la historia castellana como la historia catalana. En mi primer libro, La España imperial, esa tensión era el hilo conductor. Los anhelos de unir la península se ven en muchos momentos, no solo en el siglo xv y xvi bajo los Reyes Católicos y los Habsburgo, sino también en las Cortes de Cádiz. Y surge esa cuestión: ¿es uno catalán o español, aragonés o español? Hay una tensión eterna tanto dentro de las sociedades como entre los individuos. Quería identificar por qué en unos momentos esas tensiones fueron tan importantes y en otros no, qué hace que en unos momentos los escoceses o catalanes hayan pensado en tomar el camino de la secesión y no en otros. Uno de sus grandes libros es la biografía del conde duque de Olivares. Hubo una época en la que era un género desprestigiado.

Desde el principio fui consciente del papel de los individuos y cuidé no perder de vista la función de los acontecimientos en el desarrollo histórico. Desarrollé ese interés por el conde duque de Olivares en parte gracias al retrato de Velázquez que vi por primera vez en el año cincuenta. En comparación con Richelieu, había muy poco en la historiografía europea que hablara de manera inteligente del conde duque y sus políticas, ya que la historia suelen escribirla los vencedores y no los derrotados. Cuando decidí estudiar España y la decadencia, vi que una manera de entrar en esa sociedad era investigar las ideas, los planteamientos, la política doméstica e internacional del conde duque como el hombre que llevó la dirección de España de 1621 hasta 1643. Me daría una idea a la que no se podía llegar solo a base de la estadística de las remesas de plata de América, o incluso de los cambios demográficos o las pestes. Aunque esas cosas tienen una gran importancia hay que pensar también en la política. La historia política estaba algo desprestigiada, especialmente por los franceses, no tanto por los ingleses, después de la Segunda Guerra Mundial. Y yo quería reconstruir el equilibrio entre el individuo, la sociedad, la política y la economía. Puesto que Olivares se interesaba por todo y veía la decadencia de España como algo que debía frenar, pensé que sería fascinante seguir la trayectoria política e intelectual de este gran hombre de Estado: en los últimos años de hegemonía española en Europa, estudiar por qué fracasaron sus intentos y las consecuencias de ese fracaso. No fue fácil, debido sobre todo a la destrucción de su archivo personal a finales del xviii. Tuve que buscar documentos, recuperar sus ideas en cartas enviadas a otras personas, en informes de embajadores extranjeros. Fue una búsqueda de quince o veinte años, aprendí muchas cosas. Pero cuesta mucho estudiar una vida y hay peligros en un planteamiento biográfico. Ahora existe un grupo, dirigido por Isabel Burdiel, que investiga la biografía como una forma de estudiar la historia y es interesante ver cómo en España la biografía histórica seria va ganando prestigio. Se han publicado buenos libros: el de Cayetana Álvarez de Toledo sobre el obispo Palafox es una

ESP obra de gran importancia histórica para entender no solo la época olivarista sino la América española y sus relaciones con España. O el de Geoffrey Parker sobre Felipe II. También ha estudiado la conquista de América. Ha prestado una atención especial a los cambios sociales, culturales y políticos que produjo no solo en América, sino en la propia Europa.

Se había hablado mucho del impacto de Europa sobre las civilizaciones americanas, pero no tanto del impacto sobre España y sobre Europa. Desde finales de los sesenta, me interesaba el tema de la relación mutua entre esos dos mundos. Utilicé en el título de uno de los capítulos de El Viejo Mundo y el Nuevo el sintagma Atlantic world, que ahora se usa a menudo: la historia atlántica. Los departamentos de historia de España y de historia de América española estaban separados en las universidades españolas. No había intercambio, lo que era absurdo, porque la influencia mutua era constante entre ambos lados del Atlántico. He intentado promocionar la idea de la historia atlántica. Hay historiadores como Bernard Bailyn que hacen lo mismo para Inglaterra y Estados Unidos y Canadá. Cuando me jubilé en el año 97 tenía el proyecto de comparar los dos mundos, las colonias británicas y españolas, pero no solo desde el punto de vista de lo que estaba pasando en el nuevo mundo, sino también de la influencia de América sobre Europa y de Europa sobre América. Era una historia demasiado ambiciosa pero que aspiraba a mostrar las posibilidades de una visión de conjunto. Al comparar la América española y la América británica, desmonta la idea de un imperio de conquista frente a un imperio comercial.

Son estereotipos reduccionistas y simplistas. Si uno piensa en Hernán Cortés, fue un gran conquistador pero también un gran empresario: con la fabricación de azúcar o las exploraciones de la costa pacífica de la Nueva España. No había falta de capacidad en cuanto a proyectos dinámicos. Pero había muchas cosas en contra, especialmente la política internacional: los Habsburgo y sus constantes deudas, la necesidad de recurrir a los banqueros genoveses que fueron acaparando la economía española y destruyendo las posibilidades de los financieros españoles nativos. La gente más rica de la España del xvi puso su dinero en inversiones más seguras que apoyar a sus monarcas. Hubo una serie de factores que obstaculizaron el desarrollo económico de España desde finales del xvi y principios del xvii. Hay que tener en cuenta todos estos hechos y evitar otro tipo de esencialismo que diría que los españoles no son capaces de crear economías vibrantes. Mucho depende del momento elegido, de la política escogida por la clase gobernante. No todo fue la extracción de plata en el Imperio de las Indias. También hubo mucho desarrollo económico. Había otra diferencia con respecto a la América británica: poblaciones sedentarias de indios mucho mayores que en América del Norte. Eso influyó mucho en el desarrollo de la América española, por la necesidad de incorporar a los que quedaron tras la catástrofe demográfica del xvi en una sociedad que se veía como una sociedad orgánica según los planteamientos de los grandes teólogos medievales. Intentaron cosas

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que no interesaron tanto a los ingleses, que se encontraron con poblaciones menores que expulsaron a los límites de sus colonias. En cambio, los españoles exportaron con gran éxito una civilización urbana: se esparcieron por toda América fundando ciudades. Dentro de ellas se construían sociedades que se sentían parte de un conjunto presidido por un monarca benévolo, al menos en principio, a pesar de lo que hacían sus funcionarios, a menudo corruptos, y sus ministros. Esa visión de una sociedad atlántica perduró hasta las Cortes de Cádiz. Ambos lados del Atlántico formaban una sola nación, tanto en la mentalidad de los ministros de Carlos III como en la de los grandes reformistas de las Cortes de Cádiz. Pero, por otras razones, entonces era demasiado tarde para salvar esa visión. Ha escrito que la historia refleja las obsesiones del presente. Y que cuando decidió estudiar la España del siglo xvii había un paralelismo con el Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial.

También hubo razones historiográficas. Se había hecho mucho sobre el gran siglo y había poco interés en el siglo xvii, salvo en la literatura y su arte, que se habían estudiado mucho. Pero la decadencia en sí no se había estudiado tanto y cuando se investigaba era generalmente desde el punto de vista de la historia económica. Yo era de la primera generación británica de la posguerra. Habíamos ganado una guerra a un precio enorme. Luego llegó la pérdida de la India y otras partes del Imperio británico. Se hablaba ya a finales de los años cincuenta y sesenta de la decadencia de Gran Bretaña en comparación con lo que había sido en

los siglos xix y xx. Quizá por eso me interesó el tema de la decadencia y tomé cierta simpatía a esa generación gobernante que intentaba frenarla: es lo que intentaban hacer algunos de nuestros políticos en esos años. Quizá no fue casualidad que un inglés de la época posimperial estudiara la España en parte posimperial o poshegemónica. Entendía lo que querían hacer y por qué querían hacerlo. Antes de que se produjera la decadencia ya había un discurso sobre la decadencia.

En la civilización europea hay un tema tradicional sobre el auge y la caída de los imperios. Los españoles metieron su historia dentro de una visión cíclica del movimiento de la historia. El ejemplo de Roma fue fundamental. Al principio se preciaban de ser los nuevos romanos que conquistaban el mundo. Después pensaban que con la conquista llegó la riqueza, con ella la afeminación de las élites y con esta la decadencia. Creían que ese ciclo se repetía. Y les ayudaba a explicar lo que estaba pasando. Pero también hay una visión del papel de la providencia en la historia de la civilización que no tenían los romanos. Nada estaba determinado porque Dios lo dominaba todo y, si Dios no quería el hundimiento de España, la salvaría. Eso pensaban Olivares y Felipe IV. Cuando las cosas iban mal, se acusaban de sus propios pecados y esperaban que la providencia interviniera para cambiar lo que parecía predeterminado. España se encuentra con un imperio y durante un tiempo improvisa la forma de gestionarlo. Pero después parece que hay una especie de cierre.

Ese cierre se produce, en parte, por razones de religión y por el impacto de la Inquisición: la falta de tolerancia, el rechazo de la pluralidad intelectual por la dominación de una Iglesia bastante, aunque no totalmente, monolítica. En el siglo xvii los holandeses primero y luego los ingleses se dieron cuenta de que era posible la coexistencia de dos o más religiones en una sociedad sin destruirla. Fue una gran novedad y vino muy poco a poco. Pero el éxito de los holandeses como una sociedad que toleraba a los católicos y a pesar de eso prosperaba iba en contra de todas las ideas recibidas. El cierre se ve incluso en el siglo xviii en la reacción ante obras como la Historia de América de William Robertson, que al principio se aceptó y luego recibió grandes críticas, o con los problemas que tuvo La riqueza de las naciones de Adam Smith. No se aceptaban, por razones religiosas y tradicionalistas, las nuevas ideas que venían de otras partes de Europa. Hay núcleos, como Sevilla a finales del xvii, donde entraban nuevas ideas sobre la medicina gracias a la presencia de mercaderes europeos. Había partes de España más abiertas que otras. Pero dominaba una visión muy monolítica en una época en la que otras partes de Europa descubrían las posibilidades que ofrecía el pluralismo intelectual y religioso. Olivares tenía una preocupación más: la pérdida de calidad de las élites.

Se quejaba de que los nobles no querían luchar en los Tercios, por ejemplo, o de que faltaban cabezas. Parece que hay un colapso de la visión que influyó mucho en las

generaciones anteriores, de esa lucha por España, por la fe, por la defensa de sus valores, la defensa de Europa frente a los turcos y los herejes de todo tipo. Los grandes gastos de esas guerras llevaron a un agotamiento y a una creciente preocupación por su impacto y por la gran expansión de la monarquía en Castilla, en España. Olivares, en un momento de exasperación, se pregunta: ¿Qué han hecho todas esas grandes conquistas en América por nosotros? Hay un proceso de ensimismamiento. Al principio, los arbitristas buscaban las causas de los problemas a comienzos del xvii. Algunos llegaron a conclusiones muy acertadas. Detectaron que era una sociedad que dependía demasiado de instrumentos de crédito, como juros y censos, y que no estaba invirtiendo en la agricultura y la industria. Algunos ofrecieron soluciones inteligentes a esos problemas, pero permanecía el afán de salvar la hegemonía española en Europa y al final España no pudo aguantar los gastos. Las rebeliones de Portugal y Cataluña en 1640 son para mí el momento clave: alguna gente empieza a pensar que España hace demasiadas cosas, se cree que los holandeses y los ingleses están superando a España y que hace falta cambiar la sociedad, modernizar. Olivares lo estaba intentado, pero quería reformar y conservar la reputación de España al mismo tiempo. Y las dos metas resultaron incompatibles. ¿Por qué Portugal siguió siendo independiente y Cataluña regresó a la Corona doce años después?

Es un tema interesante que ni siquiera ahora se ha estudiado a fondo. En primer lugar Portugal se incorporó tarde, en 1580. Tenía la tradición de ser un Estado distinto, con sus propios monarcas, y entró con la aceptación de las clases dirigentes portuguesas, en parte por el enorme lastre de la batalla de Alcazarquivir, en el norte de África, donde murió una generación de nobles portugueses. Pensaban, con razón al principio, que España era más capaz de conservar el imperio asiático, africano y atlántico que habían ganado en el siglo xv y xvi. Había una tradición de independencia, una familia real que sobrevivía hasta cierto punto con los duques de Braganza y un imperio. Cuando empezó a perder ese imperio, en los reinados de Felipe III y Felipe IV, por los ataques de los holandeses y los ingleses, no había tantas razones para mantenerse dentro de la monarquía hispánica. Al producirse la sublevación de Cataluña en junio de 1640, algunos portugueses pensaban en la posibilidad de recuperar la independencia perdida y de hecho hubo una conspiración, un golpe de Estado, a principios de diciembre. En ese momento no estaba nada claro que fuera a prosperar la rebelión portuguesa. Pero tenía ventajas que no tenía la catalana. El imperio en sí era una ventaja, sobre todo por el azúcar de Brasil. Otros europeos tenían mucho interés en esa riqueza. Los ingleses y los holandeses apoyaron el movimiento independentista en Portugal. En cambio, el Mediterráneo no ofrecía las posibilidades del Atlántico. Otras naciones no tenían intereses para apoyar la rebelión catalana: los franceses lo hicieron por razones políticas, pero cuando buscaban la paz con España estaban dispuestos a retirar su apoyo. Y ocurrió lo mismo con los ingleses en 1714: no había recursos económicos que hicieran atractivo apoyar

a los catalanes. En cambio durante todo el siglo xviii, como en el xvii, Inglaterra fue el gran aliado de Portugal, con toda su riqueza brasileña. También hay que tener en cuenta que la incorporación de Cataluña y la Corona de Aragón en la monarquía fue en el siglo xv. Cataluña no fue un Estado único porque formaba parte de una confederación aragonesa y los reyes aragoneses se incorporaron a la dinastía que regía toda la península. Al principio de su rebelión se encontraba aislada, no tenía el apoyo de Aragón ni de Valencia. Después de unas semanas de intento de independencia, se puso bajo la protección de los franceses y luego los franceses retiraron su apoyo. Para ellos no fue una prioridad apoyar hasta el final una política que había iniciado Richelieu en Cataluña. Marginados, no pudieron sobrevivir como Estado independiente, y lo mismo ocurrió en 1714. Las monarquías compuestas como la España de esa época se han considerado estructuras problemáticas, anticuadas. Usted señala que hay paralelismos entre ellas e instituciones supranacionales actuales.

La historiografía europea durante el xix y buena parte del xx estaba obsesionada con la construcción del Estado-nación, sin tener en cuenta que había muchos Estados compuestos de una manera u otra. Había presiones desde abajo que venían del siglo xix, del romanticismo, como las teorías de Herder sobre la esencia de la nación, pero aumentaron con la política de Woodrow Wilson en Versalles, según la cual cada nación tenía derecho a la autodeterminación. Eso facilitó el auge de los pequeños nacionalismos. Ahora la Unión Europea, la globalización y las organizaciones supranacionales han traído presiones sobre el Estado-nación desde arriba. Estamos adaptándonos a esta nueva política, que en mi opinión hará necesario incrementar la descentralización. Habrá que conservar el Estado nacional para grandes proyectos como la cobertura sanitaria, pero muchos otros se pueden dejar en manos de las regiones e incluso de las ciudades. El Estado también tendrá que mediar entre las entidades supranacionales y las locales. Encontrar soluciones a estos problemas será el gran reto de las próximas generaciones de políticos. Hasta cierto punto las monarquías compuestas funcionaban bastante bien y durante mucho tiempo pudieron al menos disminuir la fuerza de los nacionalismos. No sabemos lo que habría pasado sin la Primera Guerra Mundial con respecto a esos Estados compuestos. Pero lo que se ve cada día con más claridad es que hay que ser muy flexibles para adaptarse a nuevas situaciones, pensando en soluciones del pasado de las cuales a veces podemos aprender algo, y ver si se pueden utilizar para afrontar los grandes retos que tenemos en este momento. ¿Reino Unido o España deberían volver a pensar en ese sistema para afrontar sus problemas actuales?

Tienen que hacerlo. Un Estado demasiado centralizado sería fatal en este momento. Aunque las situaciones son distintas: Reino Unido dio mucha más flexibilidad a Escocia en el xix. Fueron siempre semiautónomos. Los catalanes han gozado de mucha autonomía desde la transición, pero durante mucho tiempo no tenían la flexibilidad

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DANIEL GASCÓN

de los escoceses. Otra diferencia es que hemos tenido muchos primeros ministros escoceses. No veo a muchos catalanes presidiendo gobiernos españoles desde Prim. Es una cuestión de flexibilidad por las dos partes, de un diálogo constante. Es imprescindible. Si no hablas con el otro no vas a entender nunca su punto de vista. También ha trabajado sobre el arte del siglo xvii, y Velázquez ha sido influyente en su carrera.

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Es una manera de entrar en otra sociedad. El Museo del Prado es un lugar fantástico para ello. Cuando estaba en Princeton tuve una gran amistad con Jonathan Brown y decidimos estudiar el Palacio del Buen Retiro como un aspecto de la política del conde duque, para iluminar la cuestión de la importancia del mecenazgo, tanto del rey como de la clase dirigente. Fue un buen tema, aunque difícil por la destrucción del palacio. Resultó fascinante buscar los documentos que pudimos encontrar y reconstruir poco a poco lo que se puede llamar una historia total del palacio, tanto los gastos de construcción, los usos, los cuadros que se consiguieron para decorar sus paredes, el papel del Salón de Reinos con su gran serie de cuadros de batallas, entre ellos La rendición de Breda de Velázquez. El edificio, hasta hace unos años el museo del ejército, todavía existe y en este momento ha quedado vacío y me gustaría verlo restaurado a su antiguo esplendor. Un palacio para el rey fue uno de los libros que más me gustó escribir. La vida del historiador es solitaria y es una suerte tener la oportunidad de discutir con otra persona, que ha visto la misma documentación que tú y tiene un punto de vista algo distinto como historiador del arte, con sus propios enfoques sobre los cuadros. Como vivía al lado de nuestra casa, nos veíamos tres o cuatro veces por semana y pasamos unos meses juntos en los archivos de España. Velázquez es importante para mí: tenía una visión muy sobria pero al mismo tiempo psicológicamente penetrante. Supo conservar la dignidad del rey y mostrar al mismo tiempo la flaqueza de ese hombre, las debilidades, sin perder la gravedad del más grande monarca del mundo. Y luego está su técnica extraordinaria. Una parte del trabajo del historiador es la transmisión. Usted es maestro de muchos historiadores.

Me gusta compartir mis ideas y aprender de otros. Es importante dialogar, discutir, cambiar ideas, y la docencia es una manera de hacerlo. Te fuerza a exponer con claridad tus ideas, que a veces están muy mezcladas. Cuando tienes que dar un conferencia de cincuenta minutos debes hacer un esfuerzo de concentración, y tienes que conservar la atención de tu público. Eso también está presente en su escritura.

Intento ser accesible, en parte es una tradición de la historia británica. Cuando estudiaba en Cambridge, cada semana debía escribir un ensayo de siete u ocho páginas y debatir y defenderlo ante el profesor. Desarrollas la necesidad de escribir bien dentro de tus posibilidades y de exponer con claridad tus argumentos. Y tenía

un reto adicional. La gente no se interesa por la historia de otros países, o muy poco. Tenía el reto de hacer accesible la historia de España para los lectores británicos y norteamericanos y mostrar por qué un conocimiento de la historia de España era importante para ellos. Mi objetivo era demoler estereotipos que, como el de la leyenda negra, todavía no han desaparecido. Es una lucha constante. Si solo escribes para los historiadores no consigues la meta de presentar tu tema como un asunto importante del que debe saber algo la gente culta. Muchos de sus libros ponen la historia en contacto con otras disciplinas. Parece que, por ejemplo, cada vez le interesa más la historia comparada.

Forma parte de la idea de destruir el provincianismo que todos tenemos con respecto a nuestra propias historias. Es un estrechamiento de horizontes y estoy constantemente luchando contra él. La historia comparada es una manera de abrir un campo cerrado. Estoy trabajando en un libro que compara la historia de Escocia y de Cataluña. La historiografía escocesa es buena, pero todo se juzga dentro de un contexto escocés. Quería mostrar las similitudes y diferencias entre lo que pasaba en las relaciones de Escocia e Inglaterra y las que había entre Cataluña y Castilla. Espero que ayude a todos a ver sus problemas bajo perspectivas distintas. Ha sido muy complicado escribir ese libro, en parte por la dificultad de dominar dos historiografías, y en parte porque hay importantes diferencias como también hay semejanzas. ¿Cuáles son las diferencias más destacadas?

No hay un equivalente escocés en el xix de la Renaixença catalana. Tener un idioma distinto es importante, pero aquí surge otra comparación: ¿por qué hay un movimiento secesionista en Escocia, que no tiene su propio idioma, y no en Gales, que lo tiene? Son problemas históricos fascinantes y probablemente sin solución. Pero tienes que intentar explicarlos en la medida de lo posible. El gaélico que se hablaba en los Highlands fue en general extirpado, mientras que el inglés en su versión escocesa se hablaba en los Lowlands. En Gales hubo una traducción galesa de la Biblia en el siglo xvi, y eso ayudó a conservar el idioma. Y otra enorme diferencia es la cuestión del Imperio británico. Los escoceses formaron parte del gran proyecto imperial británico de los siglos xviii y xix. Pero con la marginación de la Corona de Aragón de la conquista y colonización de América, y luego con la pérdida del imperio americano entre 1820 y 1830, no había tantas posibilidades para los catalanes de participar en un proyecto general. Había mucho interés económico por parte de los empresarios catalanes del siglo xix en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, pero los catalanes nunca tuvieron la escala de la penetración de los escoceses en el Imperio británico, con sus posesiones en América del Norte, el Caribe, India y África. Es impresionante la contribución de Escocia al imperio. Y, mientras duró, hubo más interés por quedar dentro de la monarquía compuesta y del Estado compuesto por parte de los escoceses que por parte de los catalanes.

¿Qué constituye la identidad escocesa?

Están orgullosos, y con razón, de su larga historia como nación distinta y de sus grandes contribuciones a la civilización europea y mundial. En este momento hay una cierta exasperación con Londres, es una sociedad más izquierdista que la inglesa, que siente, a veces de manera justificada y otras no, que los ingleses no los entienden, como dicen los catalanes de los castellanos. Y también el colapso de los otros partidos: el de los conservadores bajo Thatcher, y luego el de los liberales y del Partido Laborista en las últimas elecciones, ha creado un vacío de poder en el que ha entrado el Partido Nacional Escocés. No hay rivales y tienen algunos políticos muy hábiles. El desplome del Partido Laborista por autocomplacencia ha sido fundamental. Habían dominado la política escocesa durante mucho tiempo y después se han hundido. Nadie esperaba eso. El gran peligro, a mi modo de ver, es que si mi país sale de la Unión Europea, lo que no es imposible dada la locura de algunas personas, los escoceses pueden reclamar su independencia para seguir dentro de Europa. Lo veo muy peligroso. Y no es totalmente imposible. Los escoceses, como los catalanes, ven su destino en Europa, en la Unión Europea. Una Cataluña independiente no entraría automáticamente en la Unión.

Hay otra gran diferencia: la existencia de una constitución escrita, que disminuye las posibilidades de flexibilidad en España. La ausencia de una constitución dio a David Cameron la oportunidad de decir a los escoceses: si queréis un referéndum, podéis tenerlo. Cameron fue bastante oportunista y no calculó los riesgos. Sorprendió lo que pasó en las semanas anteriores al referéndum, pero ya era demasiado tarde para cambiar el tipo de pregunta, entre otras cosas. Pero si los escoceses quieren su independencia y Londres no quiere o no puede impedirlo, tendrían la posibilidad de ponerse a la cola para entrar en la Unión Europea. No sé qué pasará si Londres permite la independencia de Escocia, pero estarían muy preocupados los belgas, los españoles, los franceses, por los peligros de imitación. ¿Ha llegado a alguna conclusión en el tiempo que lleva trabajando en su nuevo libro?

Mi visión general es que nada está predeterminado en esta vida. Hay momentos de un gran impulso nacionalista en el centro o en la periferia. Pero eso no quiere decir que venga la secesión o la independencia. La historia está abierta, no sabemos cómo va a terminar ni en Cataluña ni en Escocia. Eso es lo fascinante para un historiador. Puedes estudiar el pasado y seguir algunas pistas, pero no predecir el futuro. Por otro lado, también puedes mostrar que siempre hay varias opciones o caminos. Lo interesante es saber por qué una sociedad escoge un camino y no otro en un momento determinado. Es lo que intento hacer. ~ DANIEL GASCÓN (Zaragoza, 1981) es editor responsable de la edición española de Letras Libres. Su libro más reciente es Entresuelo (Literatura Random House, 2013).

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ANTONIO AUTOR ELORZA

La transición ha posibilitado un periodo de prosperidad y libertad inédito en la historia de España. Esta es la crónica de las condiciones que hicieron posible la transformación de un régimen autoritario.

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Una historia inacabada ANTONIO ELORZA ilustraciones

RAÚL ARIAS

uele afirmarse que la transición española surgió del encuentro de dos debilidades: la de la izquierda, y en particular la del Partido Comunista (pce), incapaz de cumplir el sueño de la huelga nacional pacífica que acabaría con la dictadura, y la del propio régimen, incapaz de encontrar una fórmula viable de continuidad a la muerte del caudillo. Favorecida por el marco mundial de la Guerra Fría, donde Franco asumió el papel de “centinela de Occidente”, la prolongada supervivencia del régimen tuvo también mucho que ver con la despiadada represión que se extendió desde 1936 hasta los años cincuenta. A su servicio, una policía técnicamente anticuada, pero dispuesta a actuar con métodos nazis, más el bastión seguro del ejército, bastaron para anular las expectativas de los pequeños grupos democráticos o de la movilización de masas anunciada por el pce. Había, no obstante, un rasgo característico de la actuación política de Franco que resultó beneficioso para la transición democrática: la personalización del poder, especialmente en el plano militar. El franquismo nunca fue un pretorianismo. Aumentó la pluralidad de centros de decisión: tres ministerios, ocho capitanías generales, un jefe operativo de Estado Mayor. Fragmentación que había de resultar decisiva cuando el rey Juan Carlos quedó al frente del entramado y hubo de resolver el intento fallido del golpe de Estado de 1981, el 23-f. Como el mismo monarca

me relató en julio de 1988, no faltaba voluntad insurreccional entre los principales mandos militares, sino acuerdo entre ellos. Otro tanto cabe decir de la absoluta personalización del poder en el plano político. El régimen autoritario supone la existencia de un subsistema político de un pluralismo limitado, bajo el líder, susceptible de incorporar de modo activo distintas corrientes políticas y, llegado el caso, sentar los supuestos para el reemplazo del jefe supremo. El modelo del pri había de proporcionar el mejor ejemplo, y por ello los jóvenes posfranquistas de los años setenta viajaron a México para aprender. Solo que si Franco estaba siempre listo para aplastar a la oposición democrática, su concepto del mando le vetaba toda concesión al pluralismo. Otro mal que en definitiva tuvo positivas consecuencias fue la debilidad de una oposición democrática y obrera que desde muy pronto percibió que el cambio de régimen tenía como precondición una voluntad de entendimiento entre socialistas y demócratas de varia procedencia, catalanistas y nacionalistas vascos. El pce también participó en la carrera democrática, si bien en inferioridad desde la salida y bajo la impresión de que su predominio sería un auténtico peligro de muerte para la transición. Por añadidura, con la libertad llegó la crisis económica. El pce y la confederación sindical Comisiones Obreras –protagonistas de unas luchas reivindicativas que en los últimos diez años mejoraron sustancialmente el nivel de vida de los trabajadores– supieron sacrificarse al asumir las restricciones económicas impuestas en los Pactos de la Moncloa a fines de 1977. Su puesto fue ocupado por un Partido Socialista Obrero Español

a (psoe) sumamente débil al principio. Con Felipe González a su cabeza, los nuevos grupos de dirigentes renovaron el partido, apoyándose sobre unas siglas y una imagen favorable de la socialdemocracia en Europa. Fue este un fenómeno compartido por otros grupos de oposición, cuyas direcciones históricas, a cuarenta años de la Guerra Civil, avalaron la legitimidad de la nueva democracia, sin interferir en la renovación. La excepción correspondió al pce, con una carga excesiva de veteranos, empezando por Dolores Ibárruri, Pasionaria, y el propio Santiago Carrillo, que produjo una obsolescencia política de los cuadros dirigentes, muchos de los cuales volvían con cuatro décadas de atraso ideológico a sus espaldas. La voluntad de entendimiento y la conciencia de fragilidad fueron dos de los pilares sobre los cuales se levantó el régimen democrático. A modo de soporte, la economía había sido un factor decisivo a la hora de ampliar la base social del cambio, a partir de una conciencia generalizada de los beneficios aportados por la progresiva integración económica en Europa. Los principales capitalistas no eran particularmente adictos a la democracia y temían que como en Portugal el fin de la dictadura abriese la puerta a fuertes presiones obreras, pero al mismo tiempo percibían que sin democracia el mercado europeo se hallaba comprometido. La inversión de la coyuntura en la segunda mitad de los setenta solo se superó mediante los Pactos de la Moncloa. Los trabajadores aceptaron una drástica regulación de salarios, gracias a la cual se pudo controlar una inflación galopante, a cambio del reconocimiento de derechos sociales. Igualmente hubo grandes concesiones por la parte democrática en la Ley de Amnistía,

que bloqueó todo castigo a los crímenes franquistas, a cambio de que se aplicara también a presos demócratas y sindicalistas. La fuerza residual del pasado régimen, centrada en el ejército, hacía de esa concesión una exigencia para evitar la puesta en marcha de un golpe de Estado. A pesar de todo, la fragilidad estaba ahí. El avance sustancial de los niveles salariales y de consumo logrados en el tardofranquismo se vio transitoriamente anulado, la democracia no trajo consigo el fin de eta, y tampoco de las violaciones recurrentes de derechos humanos por parte de la policía y la Guardia Civil. Además el terrorismo vasco contribuía a la radicalización de la mentalidad anticonstitucional en amplios sectores del ejército. Estaba en proceso de disgregación la Unión de Centro Democrático, el partido de Adolfo Suárez, que había servido de puente entre el franquismo reformista y el orden constitucional, destacados intelectuales hablaban de “desencanto”, e incluso el rey hacía eco del malestar y de la oposición militar a Suárez. “He dado una patada a la corona, está en el aire y ya veremos dónde cae”, dijo Juan Carlos la noche del 23-f a su hijo, el entonces príncipe de Asturias. La polémica sobre su comportamiento continúa, pero lo cierto es que a fin de cuentas el rey detuvo el golpe y la masiva respuesta en la calle de los españoles sirvió de plataforma a una consolidación democrática, culminada en la gran victoria electoral del psoe, el 28 de octubre de 1982. En el plano cultural, el franquismo estaba agotado desde los movimientos universitarios de 1956, lo cual no significa que la intelligentsia encontrase un lugar satisfactorio ante las exigencias de cambio. Señas de identidad de Juan Goytisolo fue el emblema de ese momento de insatisfacción. La adhesión al cambio político era inevitable, pero no dejó de experimentar desajustes por la distancia entre los sueños y la realidad; de ahí la epidemia transitoria del desencanto. Se reprodujo además un fenómeno ya presente en la primera mitad del siglo, y que había dado lugar al protagonismo y a la exaltación de José Ortega y Gasset: la pobreza del lenguaje político llevó a primera fila a los intelectuales, que cubrieron ese vacío. El papel desempeñado por El País y por Fernando Savater responde a esa situación. A pesar de todo, la libertad produjo sus frutos, tanto en la creación literaria como en el ensayo y en la producción cinematográfica. La carga acumulada desde los años sesenta, en autores y en temas, dio lugar a ese desarrollo. En los espacios exteriores a la alta cultura, el fin del franquismo registró un grado mucho mayor de eco popular, si bien en algunas de sus manifestaciones fuera el simple reflejo de las frustraciones acumuladas. Tras cuatro décadas de censura eclesiástica, los hombres españoles tenían auténtica ansia de ver mujeres desnudas, y al mismo tiempo de reivindicar una virilidad enfrentada con el reto de la apertura moral. El “destape” y el “landismo” fueron la expresión del ajuste de la mentalidad machista tradicional al cambio. Pero las tensiones acumuladas propiciaron también un auténtico estallido, con la aparición de una contramoral no exenta de rasgos conservadores bajo la superficie. La forma, sin embargo, fue estridente. En el concurso pornográfico que tiene lugar en la primera película de Almodóvar (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón), a la reivindicación democrática de “elecciones generales” se opone la alternativa de “erecciones generales”.

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MANUEL ARIAS MALDONADO

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La movida madrileña fue la expresión más vibrante de esa ruptura en definitiva controlada. Como en los argumentos de Almodóvar, la suma de provocaciones a la moral tradicional no impedía la inevitable restauración final del orden. Un reajuste similar fue alcanzado, incluso tras la incidencia de una depresión económica transitoria en los noventa, y a pesar de la presencia del terrorismo de eta, con las sucesivas perturbaciones en la trayectoria ascendente que corresponde a los gobiernos de Felipe González (1982-1996) y de José María Aznar (1996-2004). El tema de la otan se resolvió según un procedimiento estrictamente democrático y las cuatro huelgas generales soportadas por el gobierno socialista fueron ante todo la prueba de que la democracia presidía asimismo las relaciones de trabajo. El único obstáculo al avance de la modernización general llegó por parte del terrorismo de Estado, que se sirvió de los malos usos de la policía “social” y de la Guardia Civil bajo el franquismo, y que con la sucesión de crímenes de los Grupos Antiterroristas de Liberación contra eta comprometió seriamente al Estado de derecho. Dio lugar además un proceso de degradación moral, al justificar los crímenes por razón de Estado, que alcanzó a demócratas por encima de toda sospecha. El descubrimiento de estos grupos y su fracaso técnico acabaron por fortuna con el episodio. Lo que venía también del pasado, y que no solo permaneció como rasgo indeleble de la política española en su relación con la economía, fue la corrupción. Los atentados del 11 de marzo de 2004 pusieron a prueba tanto la capacidad de la sociedad española para asumir serenamente el dolor, como la escasa preparación de las élites para entender y explicar el terrorismo islámico. De Juan Goytisolo al nuevo jefe de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011), se sucedieron los eximentes y los llamamientos a no asociar lo ocurrido con el yihadismo. “Pueden arder las mezquitas”, me decía el responsable de opinión en un conocido diario. Más bien ardió la fama del expresidente Aznar, por la insistencia en cargar a eta con la culpa y por su política de respaldo a Bush. De nuevo hubo suerte en lo esencial: los expertos en información y una policía especializada impidieron desde entonces nuevos golpes yihadistas. El boom económico parecía imparable, sin percibir casi nadie que la burbuja del ladrillo recordaba a escala reducida la dinámica de la crisis del 29. De momento Rodríguez Zapatero acertaba al recoger el mensaje social de la modernización, y las leyes sobre el aborto y el matrimonio homosexual, desbordando a otras socialdemocracias europeas, generaron un halo de entusiasmo en torno a su figura (el documental Viva Zapatero! difundido en Italia). Solo que en los problemas graves sus decisiones debían más a la confianza en sí mismo que al análisis, con el riesgo de producir solo fuegos artificiales (como lo sucedido con la Alianza de Civilizaciones) o problemas políticos insolubles (como la negociación con eta, zanjada finalmente por la intransigencia de la propia dirección etarra). La eficacia policial y la colaboración con Francia resolvieron entonces el problema al margen de las iniciativas arbitristas del presidente. Como en la fábula de la lechera, Zapatero se dejó llevar por un optimismo, según el cual, a estas alturas, el pib español habría ido superando el de países como Alemania

y Francia. Por eso, en 2008 tuvo que prohibir al psoe y a medios afines pronunciar incluso la palabra maldita: crisis. En el debate electoral de ese año, el ministro Solbes dio una lección de eficacia propagandística y de encubrimiento de la realidad. Tampoco las críticas del Partido Popular (pp) ayudaron mucho, porque en definitiva los suyos participaban del boom del ladrillo y de la corrupción, la cual –como probó un artículo magistral, “Esto funciona así” de Fernando Jiménez y Vicente Carbona, publicado en el número de febrero de 2012 de la edición española de esta revista– envolvió a los dos partidos en los niveles autonómico y local. Y al pp en su centro de poder, sin que debamos olvidar los ere, el procedimiento de las empresas para obtener autorización para despedir trabajadores. El descenso a los infiernos resultó inevitable, con los indignados como portavoces de una justificada repulsa al modo vigente de hacer política, si bien una vez más la sociedad española, en medio de un haz de crisis –económica, política, territorial–, parece dispuesta a remontar. Entramos, no obstante, en el terreno de las profecías. ~ ANTONIO ELORZA (Madrid, 1943) es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid –en donde imparte historia del poder– e historiador del pensamiento político. Su libro más reciente es Anarquismo y utopía (Cinca, 2013).

Los pasos perdidos La construcción de la democracia española ha sido un éxito, pero no ha estado exenta de errores. Desde la educación hasta la cultura política, este ensayo señala algunos problemas y apunta posibles reformas. MANUEL ARIAS MALDONADO

n un lapso de tiempo asombrosamente breve, España ha pasado de ser considerada un éxito a tenerse por un fracaso: si encarnábamos una democratización ejemplar, ahora simbolizamos su reverso fallido. Sobre todo, a ojos de los propios españoles, cuya autoestima ha sufrido un bust paralelo al de su economía. ¡Todo era mentira! Aunque bien podría tratarse de un efecto óptico pasajero que no hace justicia a los avances experimentados por una democracia

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La movida madrileña fue la expresión más vibrante de esa ruptura en definitiva controlada. Como en los argumentos de Almodóvar, la suma de provocaciones a la moral tradicional no impedía la inevitable restauración final del orden. Un reajuste similar fue alcanzado, incluso tras la incidencia de una depresión económica transitoria en los noventa, y a pesar de la presencia del terrorismo de eta, con las sucesivas perturbaciones en la trayectoria ascendente que corresponde a los gobiernos de Felipe González (1982-1996) y de José María Aznar (1996-2004). El tema de la otan se resolvió según un procedimiento estrictamente democrático y las cuatro huelgas generales soportadas por el gobierno socialista fueron ante todo la prueba de que la democracia presidía asimismo las relaciones de trabajo. El único obstáculo al avance de la modernización general llegó por parte del terrorismo de Estado, que se sirvió de los malos usos de la policía “social” y de la Guardia Civil bajo el franquismo, y que con la sucesión de crímenes de los Grupos Antiterroristas de Liberación contra eta comprometió seriamente al Estado de derecho. Dio lugar además un proceso de degradación moral, al justificar los crímenes por razón de Estado, que alcanzó a demócratas por encima de toda sospecha. El descubrimiento de estos grupos y su fracaso técnico acabaron por fortuna con el episodio. Lo que venía también del pasado, y que no solo permaneció como rasgo indeleble de la política española en su relación con la economía, fue la corrupción. Los atentados del 11 de marzo de 2004 pusieron a prueba tanto la capacidad de la sociedad española para asumir serenamente el dolor, como la escasa preparación de las élites para entender y explicar el terrorismo islámico. De Juan Goytisolo al nuevo jefe de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011), se sucedieron los eximentes y los llamamientos a no asociar lo ocurrido con el yihadismo. “Pueden arder las mezquitas”, me decía el responsable de opinión en un conocido diario. Más bien ardió la fama del expresidente Aznar, por la insistencia en cargar a eta con la culpa y por su política de respaldo a Bush. De nuevo hubo suerte en lo esencial: los expertos en información y una policía especializada impidieron desde entonces nuevos golpes yihadistas. El boom económico parecía imparable, sin percibir casi nadie que la burbuja del ladrillo recordaba a escala reducida la dinámica de la crisis del 29. De momento Rodríguez Zapatero acertaba al recoger el mensaje social de la modernización, y las leyes sobre el aborto y el matrimonio homosexual, desbordando a otras socialdemocracias europeas, generaron un halo de entusiasmo en torno a su figura (el documental Viva Zapatero! difundido en Italia). Solo que en los problemas graves sus decisiones debían más a la confianza en sí mismo que al análisis, con el riesgo de producir solo fuegos artificiales (como lo sucedido con la Alianza de Civilizaciones) o problemas políticos insolubles (como la negociación con eta, zanjada finalmente por la intransigencia de la propia dirección etarra). La eficacia policial y la colaboración con Francia resolvieron entonces el problema al margen de las iniciativas arbitristas del presidente. Como en la fábula de la lechera, Zapatero se dejó llevar por un optimismo, según el cual, a estas alturas, el pib español habría ido superando el de países como Alemania

y Francia. Por eso, en 2008 tuvo que prohibir al psoe y a medios afines pronunciar incluso la palabra maldita: crisis. En el debate electoral de ese año, el ministro Solbes dio una lección de eficacia propagandística y de encubrimiento de la realidad. Tampoco las críticas del Partido Popular (pp) ayudaron mucho, porque en definitiva los suyos participaban del boom del ladrillo y de la corrupción, la cual –como probó un artículo magistral, “Esto funciona así” de Fernando Jiménez y Vicente Carbona, publicado en el número de febrero de 2012 de la edición española de esta revista– envolvió a los dos partidos en los niveles autonómico y local. Y al pp en su centro de poder, sin que debamos olvidar los ere, el procedimiento de las empresas para obtener autorización para despedir trabajadores. El descenso a los infiernos resultó inevitable, con los indignados como portavoces de una justificada repulsa al modo vigente de hacer política, si bien una vez más la sociedad española, en medio de un haz de crisis –económica, política, territorial–, parece dispuesta a remontar. Entramos, no obstante, en el terreno de las profecías. ~ ANTONIO ELORZA (Madrid, 1943) es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid –en donde imparte historia del poder– e historiador del pensamiento político. Su libro más reciente es Anarquismo y utopía (Cinca, 2013).

Los pasos perdidos La construcción de la democracia española ha sido un éxito, pero no ha estado exenta de errores. Desde la educación hasta la cultura política, este ensayo señala algunos problemas y apunta posibles reformas. MANUEL ARIAS MALDONADO

n un lapso de tiempo asombrosamente breve, España ha pasado de ser considerada un éxito a tenerse por un fracaso: si encarnábamos una democratización ejemplar, ahora simbolizamos su reverso fallido. Sobre todo, a ojos de los propios españoles, cuya autoestima ha sufrido un bust paralelo al de su economía. ¡Todo era mentira! Aunque bien podría tratarse de un efecto óptico pasajero que no hace justicia a los avances experimentados por una democracia

ESP joven –o tardía, según se mire–, ahora mismo está asentada la convicción de que una reforma constitucional de envergadura es insoslayable, sea cual sea el resultado final del proceso político llamado a darle forma precisa. Por eso, el diagnóstico sobre el pasado cuenta más que nunca para el futuro: porque la forma en que percibamos los errores de la sociedad española desde la reinstauración de la democracia condicionará el sentido de su reforma venidera. Y es precisamente aquí donde surge un riesgo epistémico sobre el que conviene hacer una advertencia, antes de empezar a componer ningún memorial oficioso de equivocaciones. El riesgo es pensar que todas las disfuncionalidades de nuestra democracia obedecen a un problema de diseño. Si así fuera, bastaría con cambiar su configuración institucional para hacerla funcionar adecuadamente. Sin embargo, nada hay de exótico en la Constitución de 1978. En realidad, esta consagra instituciones homologables a las de democracias de mayor calidad, singularmente la alemana, cuyo texto constitucional de 1949 fue tomado como referencia –mutatis mutandis– por los llamados “padres de la Constitución”. Naturalmente, es comprensible que el neorregeneracionismo surgido en España en los últimos años ponga el acento en el cambio de normas, instituciones e incentivos: estos admiten la planificación racional, a diferencia de una cultura política menos susceptible de enmienda concertada. Y ciertamente, así debe ser: el debate reformista es mayormente un debate sobre el diseño institucional. Sin embargo, cualquier vistazo a la historia reciente de España debe prestar también atención al estilo político que ha predominado en el uso de esas instituciones, así como al modo en que la cultura política prevalente ha condicionado su desarrollo. Digamos entonces que no basta tener un Tribunal

de Cuentas, un órgano fiscal supremo, sino que es necesario tomárselo en serio. Y en un sentido distinto, es conocida la importancia extraordinaria que la doctrina del Tribunal Constitucional ha tenido en el diseño progresivo del Estado de las autonomías solo esbozado por la Carta Magna. La tarea de identificar los principales errores de la democracia española en su renovada trayectoria posfranquista presenta no pocas dificultades de orden metodológico. Por una parte, es fácil incurrir en una falacia retrospectiva que minusvalore las dificultades existentes en el momento en que dejó de hacerse aquello que ahora creemos que hubo de hacerse, o que pasemos por alto que había otras cosas que hacer, acaso más importantes que las que se hicieron. Ni el capital político de los gobiernos es infinito, ni las sociedades pueden concentrarse en demasiados asuntos a la vez. Por otra, hay que evitar caer en el narcisismo derrotista que clasifica como males exclusivos de nuestra povera patria aquellas patologías que podemos encontrar también en otros países. No se trata de presentar aquí un catálogo exhaustivo de desaciertos, sino de aislar los más significativos de entre aquellos que más lastran ahora –macroeconomía aparte– el deseable desarrollo de la sociedad española. Todos ellos se encuentran, en mayor o menor medida, relacionados entre sí: una relación que implica, también, una retroalimentación. Desde ese punto de vista, ningún fracaso produce efectos más insidiosos que el que atañe a la educación. Aunque las políticas educativas han tendido a primar la integración sobre la exigencia, la primera ha carecido de políticas de refuerzo que son decisivas en los primeros años de escolarización, mientras que la segunda ha brillado por su ausencia en los tramos donde el principio del mérito debería regir con más fuerza: en los años preuniversitarios y en la universidad misma. Si el sistema integra, pues, lo hace a costa de su excelencia; las evaluaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos apuntan claramente a una endémica escasez de alumnos brillantes, que deja a nuestro país muy por debajo de la media europea. Esta suerte de rechazo congénito a la elitización se refleja asimismo en la ausencia de centros especializados dedicados a su producción planificada, al modo de las Escuelas Nacionales francesas (dotadas de un generoso sistema de becas y residencia). España, en definitiva, no ha sabido orientar a sus estudiantes en la dirección de una carrera coherente, primero como estudiantes y después como profesionales. Tampoco, si atendemos a las estadísticas de consumo cultural, ha generado una razonable curiosidad intelectual en sus egresados, pobreza cognitiva que también conoce reflejo estadístico y que no puede sino afectar de la manera más decisiva al conjunto de las manifestaciones sociales. No se caracteriza la sociedad española por su dimensión aspirational, como diría un anglosajón, o sea: organizada de tal forma que cada individuo se sienta impelido a producir la mejor versión de sí mismo. Por el contrario, con alguna excepción, mayormente en el deporte, España ha carecido de referencias capaces de inyectar un mínimo de tensión moral en su vida colectiva. Si a ello sumamos la nada anecdótica incapacidad de nuestros presidentes del

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gobierno para abrirse paso en la escena internacional con el bilingüismo por delante, daremos con un defecto estructural de nuestra sociedad al que ni siquiera se empieza a poner remedio. Los sucesivos gobiernos españoles han perdido la oportunidad de educar a sus ciudadanos en la virtud pública, entendida aquí en sentido débil como establecimiento de una relación de contenido moral con el Estado. La recurrente desobediencia autonómica de leyes estatales ha contribuido también a reforzar la impresión de que la legalidad es un asunto negociable, la corrupción puede ser disculpable, y el dinero público, como dijo en memorable ocasión Carmen Calvo, breve ministra de Cultura, “no es de nadie”. Este desprecio por la línea clara ha impedido que cuaje en España algo parecido a una meritocracia funcional, salvo acaso en los círculos más depurados de la actividad mercantil y cultural: nepotismo y partidismo –amorales ambos– han primado en la asignación de recursos y han debilitado la fe en la debida neutralidad del poder público. La partidización de la sociedad española puede identificarse sin vacilaciones como uno de los mayores fracasos cosechados en el periodo democrático. Ya sea que se considere en sí mismo, por sus resultados directos en esferas tan importantes como la organización del poder judicial o la contaminación política de las decisiones administrativas, ya sea que se tengan en cuenta sus efectos indirectos sobre el debate público. Se ha ido creando así una cultura política basada en la distinción inexorable entre buenos y malos, algunos de cuyos efectos perversos –como la simpatía de la izquierda por los nacionalismos– no han hecho sino conducir a problemas aun mayores. Merece especial atención la politización de la administración pública, cuyo instrumento legal fue la reforma que, allá por los años ochenta, terminó con la separación tajante entre el político y el funcionario, allanando el camino para la apropiación partidista del aparato administrativo. Esta polarización política, cuyos acentos ideológicos aparecen a menudo entreverados con intereses de parte, ha dejado asimismo su marca en una notable falla de la sociedad española: la ausencia de una cultura pública robusta, capaz de dar forma a un debate ordenado sobre la realidad nacional que preste al menos tanta atención a las opiniones como a los hechos. Solo en los últimos años, por el efecto combinado de las nuevas tecnologías y el cambio generacional, parece empezar a corregirse en alguna medida este defecto estructural, intensificado por los bajos índices de consumo de prensa y por el fracaso sin paliativos de las televisiones públicas, poco interesadas en ofrecer un servicio coherente con la función que les asigna la ley. En ese sentido, el tránsito hacia la pluralidad privada de la oferta televisiva ha conducido a un panorama desolador. También ha sido España un país fuertemente inclinado a la huelga como forma de protesta sindical, en claro contraste con unas sociedades septentrionales donde los canales de comunicación entre los distintos actores sociales conocen un mejor funcionamiento. Esta conflictividad social revela, a fin de cuentas, una ausencia de capital social –o falta de confianza intracomunitaria– que tiene su correspondiente reflejo en la pobreza de la vida asociativa en particular y de la sociedad civil en general. No obstante, es injusto condenar sin mayores

especificaciones la debilidad del tejido civil español; a fin de cuentas, la libre asociación estaba prohibida bajo la dictadura franquista. En demasiadas ocasiones, los distintos observatorios, fundaciones, institutos y demás entidades que, idealmente, habrían de funcionar con independencia de los poderes públicos, a la manera de organismos informales de control, han dependido de ese mismo poder o han reflejado las prioridades de las distintas fuerzas políticas en pugna. Cabe apostillar que una de las razones que permiten explicar la debilidad de la sociedad civil española es la reducción en la movilidad interna de los españoles. Distintos factores ayudan a explicar por qué cada vez son menos los ciudadanos que se trasladan a provincias o regiones distintas de la suya: la desaparición de los espacios de socialización conjunta, como el servicio militar o la carrera universitaria (una vez que todas las provincias han terminado por tener su universidad); la cultura de la propiedad inmobiliaria, que ata a los ciudadanos a sus bienes raíces y entorpece el funcionamiento eficaz del mercado de trabajo; el fortalecimiento de las regiones y el renacimiento condigno de las ciudades de provincia, que en el caso de las nacionalidades históricas ha ido acompañado de una potenciación de las lenguas propias que ha hecho más difícil, menos espontánea, la emigración a las mismas; y la progresiva sustitución de los cuerpos nacionales de funcionarios por sus correspondientes subdivisiones regionales. En suma, los españoles se mueven menos. Y eso supone una reducción de aquellas experiencias comunes que sirven para fortalecer el sentimiento de pertenencia a una nación común. Finalmente, aun dejando fuera de esta breve exploración no pocos desaciertos colectivos, habría que lamentar especialmente que el desarrollo autonómico español se haya legitimado más en términos identitarios que en términos de eficacia. Arrastradas por el deseo de autorrealización de las comunidades históricas, las demás regiones se lanzaron con entusiasmo a la creación de identidades autonómicas, propiciando un movimiento general de introspección que dificulta ahora la racionalización del debate autonómico: bien sea para conducir a su reforma o para avanzar hacia una más decidida federalización. El uso político de la identidad complica sobremanera una serena conversación sobre el reparto de las competencias de las distintas comunidades autónomas y del propio Estado, que podría servir de base para su reorganización pragmática. Sea como fuere, la dificultad de someter a un control efectivo estos procesos, protagonizados por un sinnúmero de actores no coordinados entre sí a lo largo de un considerable periodo de tiempo, sirve para constatar la gran distancia que media entre el señalamiento de un error “colectivo” y las posibilidades de evitarlo e, incluso, detectarlo con antelación. Todos podemos ser profetas del pasado. Más difícil es juzgarlo con ecuanimidad, sin hipérboles ni autoengaños, para tratar de paliar sus efectos más perniciosos sobre la realidad social que constituye su sedimento orgánico. Es difícil, pero al menos hay que intentarlo. ~ MANUEL ARIAS MALDONADO (Málaga, 1974) es profesor de ciencia política en la Universidad de Málaga y autor de Sueño y mentira del ecologismo. Naturaleza, sociedad, democracia (Siglo XXI, 2008).

JESÚS SILVAHERZOG AUTOR MÁRQUEZ

En el origen: el posmarxismo académico. Laclau transformó esa semilla en propuesta populista. En Venezuela, con el chavismo, su adaptación fue catastrófica. En España, Podemos intenta ruidosamente su puesta en práctica.

AÑA 26

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De los libros al Podemos J E S Ú S S I LVA-H E R Z O G MÁRQUEZ ilustración

MARTÍN KOVENSKY

odemos exhibe la indignación de los teóricos. Cátedra hecha arenga. Furia transformada en ponencia. El humor y la soltura del discurso, el notable talento polémico de sus líderes no esconde el arsenal de citas y referencias académicas que asientan el proyecto. Los politólogos dejan de denunciar a los partidos para hacerse de uno. Una organización nacida de la universidad como extensión de una teoría. La semilla de Podemos puede encontrarse en un libro publicado hace treinta años. El Muro seguía en pie pero dos teóricos de la Universidad de Essex advertían que el proyecto de la igualdad ya era cascajo. Para Ernesto Laclau y Chantal Mouffe la estrategia socialista tenía que ser pensada de nuevo. Radicalizar la democracia escapando no solamente de la lógica revolucionaria sino también del arreglo socialdemócrata. Describían su proyecto intelectual como posmarxista y subrayaban: trascender el marxismo alimentándose de él. Escapar del marxismo para honrarlo. La clave se escondía en los cuadernos de Antonio Gramsci. Escritas para burlar a sus captores, las libretas de prisión bordaban un concepto que rompía el libreto de Marx. Para el proyecto libertario era necesario menos Marx y más Maquiavelo. Si el Manifiesto pretendía descifrar el motor de la historia, los Cuadernos reconstituían el misterio. La historia se abría a la voluntad política. No tenía un libreto claro porque sus personajes van formando cuerpo en el teatro mismo. La clase no es destino, es apenas posibilidad. Es la política la que esculpe y deshace a los agentes sociales. Las clases económicas no son los agentes exclusivos del

conflicto, los protagonistas solitarios del tiempo humano. Rompiendo el hermetismo del cuento marxista, Gramsci le da la bienvenida a la imaginación de las identidades. El adhesivo de la voluntad colectiva era más cultural que económico. La revolución –Gramsci no era, por supuesto, un reformista– era la proeza de la ideología. Laclau y Mouffe encuentran ahí la erupción de una nueva lógica. La política es guerra por el sentido. Batalla por la definición del nosotros, pugna por la descripción del presente. Libre ya de una filosofía de la historia, el posmarxismo entendió que no hay libro que resuelva esas contiendas. En las contingencias de la política y solo ahí se despejan las incógnitas sobre el rumbo de la historia. Una cosa les resulta clara: el socialismo debe terminar con la ofuscación proletaria. Lejos de venerar a la clase obrera como ese sujeto ontológicamente privilegiado que posee la llave del futuro, debe entrelazar intereses dispersos para formar una voluntad popular. La puesta en duda del protagonismo de la clase no era una aportación particularmente novedosa. El cambio radica en el desplazamiento de la política al discurso. El territorio de la política se ubica en las palabras y en los símbolos y es ahí donde ha de librarse la lucha de la izquierda. Nuestra tarea, concluían los autores, es ganar el juego de la hegemonía. Frente al liberalismo conservador que ha sellado la imaginación y que decretaría incluso el fin de la historia, la izquierda ha de redefinir lo posible. Si la política es la batalla de los significados, debe definir la circunstancia, reconstruir su identidad y la de su enemigo e imponerse en la guerra de los símbolos. Veinte años después de aquel denso libro académico, Ernesto Laclau daba el siguiente paso. Abandonaba la bandera como un lastre del siglo xix para abrazar el populismo, donde veía la verdadera catapulta de emancipación. En la

lógica populista encontraba la ruta de la izquierda. Pensar sin las categorías tradicionales abría un campo nuevo. Laclau rescataba la palabra maldita, la limpiaba, la pulía. La arrebataba del campo contrario para apropiársela, orgullosamente. El populismo, argumentaría el teórico argentino, no es demagogia, es el tallado exitoso del pueblo como sujeto político: imaginación convertida en energía motriz. El populismo aparece como la improbable fusión de los grupos más diversos que se identifican en la exclusión. Se trata de una filiación simbólica, intensa y belicosa. La lógica populista rompe la compleja diversidad del pluralismo en una dicotomía elemental: el Pueblo contra la élite. El populismo traza un nuevo dibujo del mundo, una pintura que perfila una disyuntiva dramática frente a la cual no hay negociación posible. El populismo de Laclau imprime otro significado a la democracia: no es ese régimen aburrido que suma periódicamente votos para instaurar gobiernos. No es la maquinaria de los equilibrios. No es la deliberación que se esmera por hallar el punto de la conciliación. La democracia a la que califica de radical asume a plenitud el conflicto, la pasión, la enemistad. El conflicto no es para el populista un ogro a domesticar sino, por el contrario, la energía que ha de ser liberada. El oxígeno de la política es el antagonismo. Por ello la izquierda ha de cabalgar en el conflicto. El otro es simbólicamente arrebatado de derechos. No es quien tiene ideas distintas, intereses contrarios a los nuestros: es el enemigo, el antipueblo. Así en la oposición como en el gobierno, el populismo trata al otro como el tumor que debe ser extirpado. El antiliberalismo de Carl Schmitt, el abogado del nazismo, ha sido crucial en esta rehabilitación del odio como virtud. Sin encono no hay movilización posible. Ser es oponerse. Todo sujeto político es definido por su antagonista. Las raíces schmittianas del nuevo populismo van, desde luego, más allá de este elogio del conflicto binario. El nuevo populismo hace suyo el reproche integral de Schmitt al liberalismo. De ahí viene el rechazo a las complejidades del pluralismo, el homenaje a las pasiones, el desprecio de los ámbitos de neutralidad, la resistencia a los trámites institucionales, la exaltación de los caudillos, el vocabulario épico. Desde el nombre del club, Podemos rescata la voluntad en tiempos de resignación. Podemos: capacidad de lograr lo que ha sido decretado como impensable. Mientras los consensos técnicos resguardan un territorio sagrado, incuestionable, el populismo redime el poder de la voluntad. En esta subversión reside el encanto del chavismo en el que los líderes de Podemos se han formado: una revolución que revienta los parámetros de la racionalidad convencional. Los insultos son el ejercicio de la batalla discursiva; la persecución a los opositores muestra la marcha digna de un pueblo. En la escuela del chavismo, Podemos encuentra la política como el absolutismo de la voluntad. La aritmética es capricho de los egoístas; la ley es un obstáculo al deseo; la mesura, cobardía de indecisos. La economía, creía Perón, era el chicle más elástico del mundo. Ahí desembocan las alucinaciones teóricas del populismo que tan frecuentemente se han probado en América Latina: para terminar la carestía hay que decretar, con un discurso vehemente, el precio justo. Para terminar con la inflación, basta con prohibir el

alza de los precios. Bien podría el congreso popular derogar aquella antipática ley de la oferta y la demanda. Los politólogos que encabezan Podemos buscan reencender la política. Mientras el liberalismo defenderá la dignidad de la opción privada, el derecho a acceder a la política o sustraerse de su influjo, los populistas identifican los placeres privados como una traición a lo público. En la modernidad ven nuestra caída. La fábula hobbesiana de nuestra hostilidad innata, el egoísmo de los hombres en la posición originaria de John Rawls no son más que coartadas del cinismo. El cuidado del individuo frente al clan, el respeto a sus opciones vitales son vistos como tretas del privilegio y el abuso. La configuración de una identidad popular supone para Podemos escapar de la disyuntiva de izquierda y derecha. Nuestro punto de partida, dice Pablo Iglesias en un ensayo publicado por New Left Review, es el fracaso histórico de la izquierda en el siglo xx. La izquierda se perdió por el extravío comunista y la corrupción socialdemócrata. No se trata de recuperar, como pensaba Tony Judt en sus últimos escritos, los orgullos del socialismo democrático sino de aprender de Hugo Chávez y de Evo Morales, los campeones de la lucha antineoliberal. Se trata, a su juicio, de escapar de la prisión del centrismo que se ha apoderado de la política europea. Coincidencia de todos los partidos en la misma política económica, rechazo a la capacidad de la democracia de regir una economía ingobernable. El populismo es también, naturalmente, una reinterpretación del pasado. El camino de la transición española, modelo para tantos procesos democratizadores en el mundo, es cuestionado como una farsa: nuevas instituciones y nuevas prácticas que, sin embargo, dejaron intocadas a las élites del franquismo. Un pacto de silencio que funda la democracia en una mentira. Exhausto, el régimen no necesita reforma sino refundación. El sueño del nuevo comienzo, la ilusión del primer día democrático aparece constantemente en el discurso. Es coherente con el carácter binario de su radicalismo: en lugar de convivir con las reglas de ayer, rehacerlas a su medida. La pujanza belicosa de Podemos desemboca curiosamente en prédica. La decencia es la virtud exclusiva de los indignados. El cinismo, un vicio irredimible de la casta. En el cuadro del presente, no cabe por supuesto la convivencia. Oligarquía, imperio, mafia, casta. Los de arriba. El populismo vive gracias a la repulsión que generan estos monstruos. Podemos se ofrece como la voz a la indignación contra la clase dominante compuesta de políticos, empresarios y medios. No hay duda de que la dicotomía del nosotros contra ustedes encuentra buen clima cuando la política no ofrece alternativas, cuando izquierda y derecha se alternan el poder sin cambiar nada, cuando la corrupción campea, cuando la crisis deja sin trabajo y casa a millones. El populismo aparece como el mejor síntoma del malestar democrático. De la misma manera en que Claude Lefort vio al totalitarismo como la sombra que delineaba la naturaleza de la democracia, así el populismo retrata la crisis de las democracias liberales. Democracias inertes y sometidas, democracias distantes y sucias. ~ JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ (ciudad de México, 1965) es ensayista y politólogo. Escribe en Reforma y sostiene el blog Andar y ver. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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POESÍA

TERRANCE HAYES

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Cómo dibujar un círculo perfecto Puedo imitar las esferas del cuerpo de la modelo, su cabeza, su boca, la barbilla que descansa en el doblez del codo, pero nada me indica cómo hacer que sus pupilas espiralen de su mirada. Todo lo que el ojo ve entra a un círculo,
 el mundo está conectado a un círculo: el aliento se desenrolla de las fosas nasales y todo amor por abrir se convierte en una O. La forma dentro del círculo es un círculo, el huevo que cae afuera del nido que la serpiente circunda
 descansa en la mirada de la serpiente, igual que mi mirada descansa en la modelo. En un dibujo de contorno ciego el ojo sigue al sujeto sin observar lo que hace la mano. Todo está conectado
 por una línea que se enrosca y se cancela como la figura de una serpiente que se traga su cola decadente o una mente que busca destruirse, un hombre circundando un paso a desnivel antes de atacar a un policía. Para dibujar los pezones de la modelo debo dejarme llevar.
 Amo todas las partes del cuerpo. Hay tantas curvas como joyas de matrimonio, tantos remolinos como dientes
 en la boca del futuro: las mudas perlas que una novia lleva en su boda,
 los durmientes ovarios como cabezas de pasajeros amontonados en un túnel. Las puertas del vagón del metro imitan una O abriéndose y cerrándose,
 en la sangre la O espirala su hélice de defectos, sombras genéticas,
 pero no hay instrucciones para identificar a los seres amados que enloquecen. Cuando una mañana un hombre negro apuñala a un policía de tránsito negro en la cara, y el policía, sangrando por el ojo, mata al atacante, ninguno de los que van
 al metro lo ve tan rápido para atestiguarlo con la cámara del teléfono. La escena debe ser llevada en la lengua, debe ser llevada
 de las noticias al futuro en que distraerá a los ojos que hacen
 líneas en papel. Esto es lo que el dibujo de contorno ciego evoca en mí. Al centro de Dios acecha una O, el diablo cree que la justicia tiene forma de cero, un casco miliciano o tambor bélico, un puño o cañón de arma, un barril de cráneos o huevos arruinados. Para levantar algo de un campo el que levanta se dobla como una O rota. El peso del cuerpo al bajar por un agujero puede hacer a cualquiera decir Oh: los mirones, la madre, los hermanos y hermanas. Presagio termina en O. Cuando busqué en mi pasado vi al muchacho que no había visto en años
 dar un salto mortal hacia atrás tan intrépido que los mirones lo llamaron loco. No vi una luna tan blanca como una cebolla pero vi un plato de papel sobre el cual el muchacho tenía un cuchillo de plástico y carne ensopada.
 Un atacante es un hombre con historia. A su madre le cuesta
 cortar una cebolla al preparar una comida que será servida después del funeral.

La cebolla es el mejor símbolo de la O. Al rebanarla, un gas volátil irrita los ojos del que rebana como un castigo nublándolos hasta que ven
 lo que ve alguien atrapado bajo un párpado de agua: un mundo de aristas suaves, un manchón de flores manteniendo a flote un ataúd. La cebolla es acre, su olor infecta el aire de tristeza,
 todos los portaféretros lo huelen. Los dolientes se miran, miran la ambivalencia del pastor, esperan a que se abran las puertas, esperan la aparición de la víctima herida de un solo ojo
 y sus defensores, los extraños que no consideran el funeral del atacante

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un consuelo. Antes de ese día el oficial nunca había disparado su arma en cumplimiento del deber. Estaba conversando con un taxista
 debajo de las vías cuando mi primo lo rodeó sosteniendo un cuchillo. LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

La herida no causó daño cerebral, sin embargo le cercenó el globo ocular.
 No estoy seguro de cómo llora un hombre sin ojo. En la Odisea
 agua rosa desciende por el rostro craterado del Cíclope después de que Odiseo le clava un leño ardiente. Cualquiera podría hacerlo. Cualquiera podría comenzar el día con ojos y finalizarlo ciego o muerto,
 cualquiera podría perder la razón o la vista. Cuando enloquezca temo que caminaré desnudo por las calles, temo que gritaré
 cualquier pendejada que me preocupe o cautive, trataré de matar
 o hacerle el amor a todos antes de que la policía me espose o me mate. Aunque la bala sale por un agujero perfecto no deja agujeros perfectos en el cuerpo. Una herida es una celda y un portal. Sin ella la sangre corre sin salida. Es posible dibujar esposas usando asas con la forma del símbolo del infinito, del latín infinitas
 que significa sin límite. La manera de llegar a cualquier cosa
 es el contexto. En un contorno ciego no es posible dotar a tu sujeto de una mirada inconexa. Separado de la mano el ojo del artista inicia su propia travesía. Pudo haber sido lo mismo para el Cíclope, un gigante cuya órbita ocular era tan grande que toda una cebolla podía caber en ella. Separado del cuerpo el ojo inicia
 su propia travesía. El mundo cierra el ciclo: las horas, las cosechas, cuando la parte del cuerpo que sostiene al alma finalmente se descompone se convierte en un círculo, un agujero que lo sostiene todo: mancha, célula, vientre, partes del cuerpo que nadie puede ver. Miré a la modelo
 aflojarse un botón de los jeans y salir de ellos como uno saldría de un agujero en un valle azul, un mar. Me encontré
 en la oscuridad, me encontré entrando en su cuerpo como un delicado cascarón o suave píldora, como este curvado pulgar mío contra sus labios. Debes mirar sin mirar para hacer el círculo perfecto. La línea, la mente debe ser un ciego líquido continuo hasta que el dibujo esté completo. ~ Versión del inglés de Román Luján.

TERRANCE HAYES

(Columbia, Carolina del Sur, 1971) es poeta. Su libro más reciente es How to be drawn (Penguin Poets, 2015). ROMÁN LUJÁN

(Monclova, 1975) es poeta. Ediciones Liliputienses acaba de publicar en España su libro Drâstel.

FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ

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La noche de Iguala Las inconsistencias de la historia oficial sobre Ayotzinapa abrieron un amplio terreno para las especulaciones. Tres documentos de reciente aparición han querido ahondar en aquel episodio trágico.

H

desaparecieron 43 estudiantes en el municipio de Iguala, Guerrero. Solo los restos de dos, Alexander Mora Venancio y Jhosivani Guerrero de la Cruz, han podido ser identificados en la Universidad de Innsbruck, en Austria. De los demás no se sabe nada. Las notas que siguen son una lectura personal de los libros de Esteban Illades (La noche más triste, Grijalbo, 2015) y Sergio González Rodríguez (Los 43 de Iguala, Anagrama, 2015), y del Informe Ayotzinapa, del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, giei (2015): 1. Los 43 desaparecidos distan de ser una excepción. En esa zona de Guerrero en los últimos tres años se han denunciado cuatrocientas sesenta desapariciones y quinientos asesinatos. Guerrero está 238% arriba de la media nacional de homicidio; Iguala, 210% por encima de la media (Los 43 de Iguala). Cinco de los municipios más violentos del país se encuentran en ese estado. Acapulco está considerada la ciudad más insegura del país. La impunidad en Guerrero es del 97.5%. 2. Tampoco a nivel nacional los 43 desaparecidos en Iguala son excepcionales. De un año a la fecha, aproximadamente unas cuatro mil quinientas personas han desaparecido en México. Dos personas por hora, trece personas diarias (Homero Campa, “13 desaparecidos al día”, Proceso, 8/2/2015). Desde que, emulando a Richard Nixon, Felipe Calderón declaró en 2006 la guerra contra el tráfico de drogas, han muerto setenta mil personas y veinte mil se encuentran desaparecidas en relación con esta lucha, según el conteo oficial. De acuerdo con estimaciones independientes son 120,000 los muertos y desaparecidos (R. Herrera, “Estiman 101 mil asesinados en el sexenio”, Agencia Reforma, 27/11/2012). Una autentica catástrofe a nivel mundial. 3. ¿Por qué los desaparecieron? (i) Hasta el momento se han propuesto cuatro hipótesis. La primera, la oficial, fue ace un año

expuesta por el procurador Jesús Murillo Karam: los estudiantes de Iguala se proponían “reventar” el acto de María de los Ángeles Pineda, esposa de José Luis Abarca, con el que formalmente iniciaría su precampaña para contender por la presidencia municipal de Iguala. Abarca, al ser notificado por un halcón de que los normalistas habían entrado a la ciudad, dio la orden: “Procedan.” Dice Esteban Illades: “ningún normalista se acercaría al informe esa noche”. Se trataba de contenerlos por todos los medios posibles. La hipótesis de la pgr es endeble: al momento en que los estudiantes ingresaron a la ciudad el acto de la señora Pineda ya había concluido. 4. ¿Desaparecidos? Según el informe rendido por el procurador Murillo Karam, antes de la medianoche del 26 de septiembre, los estudiantes ya habían sido asesinados. Un dato inquietante: la madrugada del 27, la madre del normalista Jorge Aníbal Cruz recibió un mensaje de texto de su hijo: “mamá me puede poner una carga me urge” (Informe giei). Entre el 28 de septiembre y el 20 de octubre varias llamadas entraron al celular del normalista. Aparte de ese celular, cuatro teléfonos siguieron activos. La pgr no hizo ninguna gestión para geolocalizarlos. De acuerdo con el periodista Raymundo Riva Palacio, la pgr intervino “mensajes de texto donde daban la apariencia de estar perdidos en la sierra” (El Financiero, 9/9/2015). El giei insiste en su informe en que se debe continuar la búsqueda de los 43 estudiantes desaparecidos. 5. ¿Por qué los desaparecieron? (ii) Hipótesis del giei: la policía de Iguala no hizo nada por impedir la llegada de los normalistas a la ciudad. Era habitual que botearan y secuestraran camiones. Permanecieron una hora y media en Iguala sin ser molestados hasta que los estudiantes deciden llevarse unos autobuses de la central camionera. En ese momento todo se activa. Entran en acción todas las policías: municipales, estatales y federales. En un caso le cierran el paso a un autobús y golpean a los estudiantes. En

Fotografía: Miguel Tovar / Getty Images

otro, las patrullas municipales y ministeriales rodean el camión, bajan a los estudiantes y matan ahí mismo a dos, a quemarropa. Balacean otros dos vehículos, tirando a matar. A uno más, que ya iba de salida de Iguala, y que no estaba ocupado por normalistas sino por integrantes del equipo de futbol de los Avispones, le disparan a mansalva: matan al chofer, a un jugador y a la pasajera de un taxi que se encontraba cerca del autobús. Al quinto camión tomado por los estudiantes le dan alcance patrullas federales. Bajan a los muchachos. Estos huyen y se refugian en casas y en el monte. Salvan la vida. El giei considera que este camión llevaba una carga de droga o dinero escondido en un compartimento. La hipótesis sostiene que los desaparecen por creer que trataron de robarles ese supuesto cargamento a los Guerreros Unidos. Deciden dar un castigo ejemplar a los “ladrones”. 6. No existen pruebas de que los dirigentes de la Normal de Ayotzinapa hayan enviado a los muchachos a robarse un camión “cargado”. Al parecer los normalistas tomaron la decisión de dirigirse a Iguala sobre la marcha. De lo que no parece haber duda es de que, una vez que los normalistas se hicieron del quinto camión, la acción contra ellos fue coordinada, eficaz y despiadada. Sergio González Rodríguez la describe como “una operación complicada para policías y criminales ordinarios bajo el mando de un jefe ignorante”. Se trató de una operación sincronizada, bajo un mando único que coordinó a los distintos grupos policiales (municipales, estatales, federales) que persiguieron y atacaron a los estudiantes en nueve puntos de la ciudad, con un objetivo claro: impedir que los camiones recién confiscados de la central salieran de Iguala. 7. ¿Por qué los desaparecieron? (iii) Un presunto enfrentamiento entre cárteles es otra de las hipótesis de la pgr. Dice Illades: “En 2014 la guerra por Iguala estaba en pleno apogeo”, “los Rojos intentaban hacerse de la plaza”. El contexto: el precio de la amapola –de la cual Guerrero genera el 42% de

la producción nacional (Grecko-Espino, “El Pentágono de la Amapola”, Esquire, 5/2/2015)– iba al alza. El jefe de la plaza de los Guerreros Unidos en Iguala estaba sobre aviso y transmitió a los suyos: “Nos atacan los Rojos.” Policías de Iguala y Cocula dan caza a los estudiantes, los aprehenden y se los entregan a los sicarios de los Guerreros Unidos. Los trasladan al basurero de Cocula. En el trayecto treinta normalistas mueren de asfixia (en el camión los llevaban apilados unos encima de otros). Al resto los golpean y los matan. Al fondo del basurero arman una pira con madera y llantas. Los queman a todos. (Algo extraño en esta hipótesis: los estudiantes no iban armados. Se defendieron de los policías a pedradas. De haberse “filtrado” entre los estudiantes, los Rojos enemigos de los Guerreros Unidos habrían llevado algún tipo de arma.) 8. “¿A qué vienen? ¿De dónde vienen? ¿Son Rojos?” Lloviznaba. Los estudiantes lloraban y gritaban. Los torturaron. Un estudiante dijo: “Ya, Cochiloco, ¡diles a qué venimos!” “¿Eres Rojo?” “Sí, sí soy.” El Cochiloco señaló a un posible cómplice antes de morir (La noche más triste). 9. De tiempo atrás la Normal de Ayotzinapa ha funcionado como un foco de resistencia antigubernamental. De ahí salieron Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas. La Normal brinda educación comunitaria, una ideología socialista y un adoctrinamiento revolucionario. “Para la ideología revolucionaria –escribe Sergio González Rodríguez–, la sangre sacrificial marca el acontecimiento del que deriva una lucha continua.” ¿Quién es el responsable de haber enviado a los estudiantes a Iguala? ¿Lo decidieron ellos mismos en el momento o alguien desde Ayotzinapa los mandó al matadero? ¿Por qué no han sido llamados a declarar el rector de la normal y los integrantes de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México y del Club de Orientación Política e Ideológica? “La sangre de los combatientes previos es ‘el abono’ imprescindible para la Revolución” (Los 43 de Iguala). Para las organizaciones revolucionarias lo importante es radicalizar las acciones, capitalizar toda crisis “con el fin de acelerar el acontecimiento revolucionario”. 10. La hipótesis que llevó a los investigadores de la pgr a concluir que los cuerpos de los normalistas fueron cremados en el basurero de Cocula se sostiene principalmente por las confesiones de los victimarios. Muy extrañas “confesiones autoinculpatorias”. En otras partes un acusado puede negarse a declarar en contra suya. En México es casi normal que se obtengan confesiones mediante golpizas, tortura y presión sobre los familiares. La tortura, según la onu y Amnistía Internacional, es una práctica extendida en el aparato judicial mexicano. Para el giei, las tres confesiones que se obtuvieron para identificar el lugar y la forma en que se cremaron los restos de los normalistas fueron realizadas bajo tortura. 11. ¿Por qué los desaparecieron? (iv) Ante las múltiples inconsistencias que presenta la investigación de la pgr (la mal llamada “verdad histórica”), se abre el terreno para las especulaciones, aun para las –en apariencia– más descabelladas. El giei propone la hipótesis del quinto camión. En Los 43 de Iguala Sergio González Rodríguez va más allá.

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FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ

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Luego de entrevistar a expertos y analistas de la realidad geopolítica –que no dan su nombre, suponemos que por razones obvias–, plantea que en Iguala ocurrió un enfrentamiento entre fuerzas insurgentes y contrainsurgentes. Propone a Iguala como un complejo escenario internacional donde confluyen los intereses estratégicos de los Estados Unidos (tráfico de drogas y armas), de China (contrabando de hierro y uranio) y de la guerrilla sudamericana (específicamente de las farc), con un activismo revolucionario local, ya que en esa zona de Guerrero actúan el epr y el erpi. Ante tal escenario, González Rodríguez sugiere ampliar la mirada y entender la matanza de Iguala como un ejercicio que sirvió para contener a los grupos insurgentes incubados y encubiertos en Ayotzinapa. Afirma categórico González Rodríguez: “De acuerdo con fuentes de la inteligencia del gobierno mexicano, la investigación sobre los 43 detectó la presencia de agentes de la cia entre los participantes en los hechos de Iguala.” 12. Según González Rodríguez, en México operan veinticinco mil agentes de la cia a cargo de operaciones encubiertas. La cia cuenta con 55 bases de uso exclusivo. En Guerrero “operan agencias de inteligencia y seguridad de Estados Unidos”. Para el autor de Los 43 de Iguala, la operación en Guerrero guarda semejanzas con operaciones de contrainsurgencia en El Mozote (El Salvador, 1981) y El Salado (Colombia, 2000). Recientemente, la Secretaría de la Defensa Nacional terminó por reconocer que entre los 43 desaparecidos de Ayotzinapa “hubo al menos un soldado en activo e infiltrado” (cnn México, 19/6/2015). 13. Aquella trágica noche del 26 de septiembre arrojó seis muertos, cuarenta heridos, 43 desaparecidos, setecientos familiares directos afectados y una sociedad dividida y escéptica. Muchos creen (quieren creer) las razones que ofreció la pgr. La investigación, en principio, está viciada y “judicialmente dispersa en catorce causas penales en ocho juzgados en distintas ciudades del país”. En el informe de la pgr, según se asienta en el contrainforme del giei, las declaraciones de policías y acusados “se contradicen entre sí y los hechos”. Para los investigadores es evidente “que desde el más alto nivel se construyeron teorías que no coinciden con los hechos y que solamente lograron perjudicar seriamente la investigación”. Un claro ejemplo de esto: la pgr omitió “todos los testimonios y elementos que prueban la presencia y participación de los cuerpos federales”. Para Esteban Illades, la investigación de la pgr “muestra una negligencia en cuestiones tan básicas que debería llevar a replantear el aparato entero de la investigación”. Más datos: hay escenas del crimen que nunca se investigaron, dentro de un camión se encontró ropa con sangre, que nunca fue analizada; hay pruebas que se mezclaron y que hacen imposible saber cuándo sucedió qué; las escenas del crimen no fueron preservadas; hay pruebas (videos) desaparecidas; la pgr nunca hizo el perfil de los 43 estudiantes desaparecidos; nunca se investigó el quinto camión; no se hizo un examen del contexto: el entorno criminal de Guerrero y la vertiente del narcotráfico. Respecto a la quema de los cuerpos en el basurero de Cocula, Illades asegura: “falta evidencia física para poder concluir cualquier hipótesis. Incluso si hubo incendio o no”.

14. El libro de Esteban Illades, demasiado fiel a la versión oficial, valida, pese a sus dudas, la tesis de la cremación en el basurero de Cocula. Esa versión, en el informe de los expertos del giei, queda por entero descartada. Lo único cierto, dicen los expertos de este grupo, es que los estudiantes fueron entregados por la policía al cártel de Guerreros Unidos. La posibilidad de un quinto camión con cargamento no es más que una hipótesis de trabajo. El libro de González Rodríguez es de miras más amplias y brinda un mayor contexto histórico y político. Su excéntrica tesis –la cia apoyando a las fuerzas de seguridad mexicanas en una operación de contrainsurgencia– no pasa de ser una ocurrencia. Ninguno de los tres textos ofrece una conclusión definitiva y no podría haberlo hecho tratándose de un tema tan complejo, pero cada uno aporta elementos para ahondar en una conversación necesaria en nuestro país. 15. La indignación nacional e internacional por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa es mayúscula. No así en la zona de Chilpancingo e Iguala, según comenta Sergio González Rodríguez. En Guerrero lo que hay es hartazgo por los excesos y delitos cotidianos que cometen los normalistas. Se “apropian de vehículos, mercancías, productos”, secuestran, bloquean carreteras, golpean y retienen a los choferes de los autobuses, exigen dinero o donaciones “mediante amenazas o violencia”, “causan daño en propiedad ajena”, vandalizan, portan y usan armas. Para González Rodríguez delincuencia organizada es la de los narcotraficantes y la de los estudiantes que secuestran. “Se ponen al mismo nivel que los criminales y policías que mataron a sus compañeros”, dice uno de sus entrevistados. Los normalistas se han apropiado de entre treinta y ochenta millones de pesos provenientes de las casetas de cobro, han “expropiado” ciento veinte vehículos oficiales y privados. Concluye González Rodríguez: “la impunidad persiste también entre los inconformes con el orden social”. 16. ¿Fue el Estado? La consigna se repitió por las calles de todo el país. Es difícil saber si la acusación parte de un análisis detenido de lo ocurrido o del enojo que en sus adversarios provoca el jefe del Ejecutivo y su paquete de reformas estructurales. El enojo social creció porque el presidente decidió irse de gira a China en vez de enfrentar la crisis ocasionada por la falta de acciones para resolver la situación de los desaparecidos. A un año de ocurrida la tragedia, Peña Nieto no ha visitado Iguala. El informe del giei afirma que las muchas fallas del informe de la pgr tienen su origen en el intento de ocultar la presencia activa de policías federales en los hechos criminales de Iguala y la actitud pasiva del ejército ante la agresión contra los normalistas. Más aún: en los últimos años Iguala se convirtió en una zona donde campean la droga y la violencia. El gobierno federal, responsable del combate a las drogas, dejó que la situación creciera sin poner freno al deterioro social. Pese a contar con información desde la misma noche de los acontecimientos en Iguala, el gobierno federal se mostró, por decir lo menos, omiso y negligente. ~ FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ (Durango, 1963) es crítico literario y consejero editorial de Letras Libres. Elaboró y prologó Leer, antología de Gabriel Zaid (Océano, 2012).

CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

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El fin de la innovación retrógrada El mediodía de nuestro siglo xix vio el ocaso de la innovación retrógrada, el periodo en que los escritores acudían al pasado para afrontar la modernidad. Este retrato colectivo de la época muestra un país y una literatura en construcción.

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os estilos suelen sobrevivir como muertos vivos: que José María Heredia ponga fin a la innovación retrógrada no implica la desaparición del neoclasicismo, cuya resistencia a lo largo del siglo xix fue numantina –faunos decrépitos en jardines desolados ante la vejez de las ninfas, que resultaron, como las civilizaciones, mortales y hasta sifilíticas– como lo ha estudiado José Miguel Oviedo, el sagaz y veterano crítico peruano. Véanse como vestigio, por ejemplo, de antigüedad moderna los calendarios de ferretería y tiendita miscelánea ilustrados por Jesús Helguera en el siglo pasado. Todavía tendremos que leer a la segunda generación de árcades, la de Joaquín Arcadio Pagaza e Ipandro Acaico. Pero esa es otra historia, no la de la innovación retrógrada, sino la de la obsolescencia, que también es historia literaria. Con Heredia y con Manuel Payno se acaba, insisto, la innovación retrógrada: a partir de ellos se podrá ser un

Ilustración: LETRAS LIBRES / María Titos

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malo, un pésimo imitador de los románticos, como lo fueron muchos de nuestros decimonónicos. Pero lo serán por compartir el espíritu de su tiempo y no por ignorarlo. Ya no será necesario viajar, treinta, cuarenta años hacia el pasado en busca de munición para pelear la batalla en el presente o al menos para protegerse con parapetos antiguos de lo moderno. Ya no serán los escritores mexicanos ni del todo ingenuos ni del todo sentimentales. El regreso al pasado para saltar hacia el futuro dejará de ser la pirueta habitual en la rutina de nuestros principales escritores, concluido el período de la innovación retrógrada (el concepto lo expuso Villemain en 1840). Pero hemos de regresar a la ciudad de México y ver qué pasaba en aquellos días de 1839, cuando murió Heredia, y toparnos con la autoconmiseración de los muchachos que llevan un par de años haciendo un anuario –El Año Nuevo, órgano informal de la autoproclamada Academia de Letrán–, que pide permiso para existir. Según el divertido Fernando Tola de Habich, aquello pasó de ser una tertulia pobretona a un grupo mimado por el prestigio de los poderosos,

bien vigilado por veteranos de la Guerra de Independencia como Andrés Quintana Roo, pésimo poeta aunque defensor intransigente del derecho de El Nigromante a su palabra atea, y por los Dioscuros José Joaquín Pesado y Manuel Carpio, un político y un médico que, no contentos, salmistas, con excavar la Biblia en busca de la poesía que su país en desgracia no les daba, proyectan y montan con sus propias manos una maqueta de Jerusalén que asombra a la piadosa ciudad y a sus poetas. De cerca los vigila “el primer crítico”, el conde de la Cortina, don José Justo Gómez, quien en realidad usurpa el lugar de ese candidato fallido a mexicano que fue Heredia para sus contemporáneos. Bonachón y limitado, el conde ha viajado por Europa como familiar de Fernando VII y alguna historia de la literatura española lo registra por sus tareas de traductor, sueño que a Heredia no se le hizo aunque el cosmopolita –por sus lecturas, por su avidez de historia universal– fue el cubano. Aparece después, para tomar nota de todas sus obras, Francisco Pimentel, el ecléctico, a la vez positivista y conservador, que escribe en 1885 la primera Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México. Tratadista mostrenco, fue un buen crítico y por ello, como suele ocurrir, lo despreció la mitad de los escritores y poetas, esos “románticos sin romanticismo” como los llamó, certero y severo, Luis Miguel Aguilar. Podrá parecer al lector iconoclastia necia la mía, la de sobajar, pedante póstumo, a la Academia de Letrán, pero me temo que la filología estaría de mi parte. De ella solo sabemos, por el momento, lo que Guillermo Prieto ha querido contarnos en sus adorables pero infieles Memorias de mis tiempos, publicadas póstumamente en 1906. Algún apunte previo, obra de Prieto y algún otro de Payno, se publicó antes y, aun confiando en la “leyenda urbana” –al cronista Fidel, su célebre pseudónimo, le habría gustado la denominación–, esa fundación simbólica de la literatura nacional es más útil para entender el mundo posterior al fusilamiento de Maximiliano, a El Renacimiento de Altamirano en 1869 y Díaz, que a la literatura mexicana de la primera mitad del siglo. Los letranistas ocultan no solo a Heredia y sus revistas, sino que se avergüenzan, no sin buenas razones, de ser un desecho del imperio español. En El Año Nuevo, su anuario que dura, como la Academia, hasta 1840, se presentan los poetas –porque genuinamente lo son– como menesterosos copistas de un romanticismo europeo del que saben poquísimo y así lo muestra el primer ensayo autocrítico de nuestras letras, “Un coplero mexicano del siglo xix”, de Rodríguez Galván. Han olvidado a sus clásicos y el México previo a la Guerra de los Pasteles (donde el general Santa Anna se convierte en don Antonio-pata-de-palo) no invitaba a otra cosa que a salir por Veracruz en misión larga y remota. En el infortunado caso de Rodríguez Galván, la escapatoria terminó semanas después en La Habana debido a un fatal vómito prieto. Más tarde, Prieto se solaza en presentarlos pobrísimos a él mismo, adoptado por la Patria para probar su honradez, y a Rodríguez Galván, el mejor formado de todos, no en balde coime de librería. Se mueren pronto Rodríguez Galván, en 1842, y el charro rico, horrendo dramaturgo aunque liberal cabal y militante, Fernando Calderón, en 1845. Si a Rodríguez Galván lo salva su diálogo numinoso en el

bosque de Chapultepec con un Moctezuma que le reclama el olvido de la lengua náhuatl, a Calderón, anacrónico imitador de Alfieri y del duque de Rivas, no lo salva nada. Los santanistas le abrieron la cabeza de un culatazo y poco le valió sobrevivir al pobre. Nada desdeñable fue Prieto, por más improbable que sea su pretensión de ser un Victor Hugo local, sin hablar del hiperquinético y valeroso político liberal que la historia nacional honra, olvidándonos, por ahora, de su carácter, ay, de poeta pasajero. Nutricias como son, a las Memorias de mis tiempos las superan, en mi opinión, los Viajes de orden suprema (1857), suprema manera de hacer de un destierro en provincias ordenado por Santa Anna literatura fundacional. Aunque no fue más allá de Querétaro, San Juan del Río y la calurosa Cadereyta, lo he descrito como “un viaje a Oriente”, ni fabulado como el que emprende el Periquillo a las Islas Filipinas, ni turístico a la manera de Lamartine en Oriente en los años treinta del xix, fuente de inspiración de Pesado y Carpio, sino como un descubrimiento anotado, puntillosamente, de México. A unas leguas de la capital, Prieto es Marco Polo y al ir coloreando el país, lo intenta con las acuarelas suaves del Progreso. Lo pintoresco es lo ingenuo (lo eran los árcades ufanándose, como diría Jorge Ruedas de la Serna, de la Nueva España) mientras que lo exótico es lo sentimental; como buen romántico, Prieto encuentra en su propio país una tierra de promisión y utopía. No oculta sus horrores ancestrales –la cuestión india viva y sangrante, no la remota antigüedad moderna– sino los considera, en clave liberal, problemas a resolverse por la extensión republicana y plena de la ciudadanía. No piensa lo mismo su “hermano” Ignacio Ramírez, sin duda la personalidad intelectual más poderosa de aquel siglo mexicano. Como al conservador Alamán, a El Nigromante no le cuadra lo de la soberanía popular. Sin ser indio, contra lo que decían sus aduladores en un tiempo en que ello se volvió, en efecto, adulación, Ramírez se opone al zapoteca Benito Juárez defendiendo a la comunidad indígena de su destrucción progresista. Para ser ciudadanos, antes del español, los indios deben dominar su propia lengua, dice. El mundo es más complejo para El Nigromante que para el resto de los liberales, a veces víctimas de esa cándida idiotez que les achacaba a los decimonónicos ese canalla que se llamó Léon Daudet. Será porque el ateo convicto y confeso hablaba con los muertos y porque su incredulidad le otorgaba el consuelo nihilista, Ramírez combina el culto al Progreso con la sospecha ocultista. Todólogo, como lo será su heredero José Vasconcelos, ni modo, recurre a Locke, a Comte y a Condillac, lo mismo que a la poesía griega y a Lao Tse, invita a Emilio Castelar –a fuer de ser liberal español– a “desespañolizarse”, se burla de la predicación precolombina del apóstol Tomás en América y en arrebato anticristiano se convierte, El Nigromante, en abogado de Mahoma, pues ese monoteísmo le parece tolerable a este semítico hombre del desierto, que en épocas más calmas habría sido científico. Se aficionó en el Golfo de California a esas curiosidades, mitad geólogo, mitad espírita. Necromancia es olvidarse de la antigüedad moderna, la postulada por Mier y Bustamante al convertir a la nueva república en continuación del imperio azteca.

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Combate El Nigromante en 1847 a los anglosajones norteamericanos (que es como en propiedad deberíamos llamar a los estadounidenses) sin ninguna duda, a diferencia de Prieto y de Payno que se enredan en la citadina revuelta en nombre de la unidad nacional y a favor del clero mientras los ejércitos de Santa Anna hacen lo que pueden contra los invasores en Monterrey y en San Luis Potosí, a principios de aquel año. Pero El Nigromante abandona su puesto de combate en Tlaxcala consternado ante los lugareños deseosos de sacar en procesión a su santo en vez de hacer la guerra a los gringos. La culpa siempre es de los tlaxcaltecas, diría Elena Garro. Regresa Ramírez a la ciudad de México, a defenderla, junto con el gobernador Francisco Modesto de Olaguíbel, su protector, y a verla derrotada. Admirador como es de Estados Unidos, El Nigromante lamenta la ofuscación imperial de aquella democracia extraviada que renuncia desde entonces a su ejemplaridad, como allá se lamenta Ralph Waldo Emerson, y es el primero de los mexicanos en denunciar el imperio del dios dólar, su irradiación universal. En aquel año del fin del mundo, cuando México pierde más de la mitad de su territorio en una guerra salvaje e injusta como pocas, ni siquiera existe entonces una topografía nacional capaz de calcular la inmensidad de la pérdida. El poeta bíblico Carpio, “el príncipe” Pesado, el historiador conservador Alamán, el liberal Prieto (a quienes debemos los apuntes históricos más escalofriantes de aquella incuria), el inconstante Payno, el socialista utópico Nicolás Pizarro, el viejísimo Bustamante en dudosa calidad de segundo Bernal Díaz; todos, en prosa y en verso, en historias nacionales, profecías noveladas o folletones, advierten que la muerte de la civilización mexicana, antigua y moderna, salvaje o progresista, está en el orden del día. La desidia de los angloamericanos y su horror por anexar a su nuevo imperio a una raza inferior pobladora de una falsa nación condenada a desaparecer (como se alegra de que ocurra el periodista Friedrich Engels en febrero de 1848 en un periódico alemán de Bruselas) permiten que México, mutilado, sobreviva, a la espera de la última salvación providencial que le ofrece el cazurro Santa Anna (cuyo talento festejará Marx en 1854), en una última dictadura que apuntalan, ambos antes de morir, Alamán y el general José María Tornel, el mecenas de la literatura mexicana durante ese medio siglo. Las aventuras de Santa Anna tienen en Prieto a un testigo satírico para nada ignorante de que en la comedia de la segunda y última Alteza Serenísima casi todos los mexicanos actuaron, de fuerza o de grado. Viene, purificadora, la Reforma. “Sobreemotivo”, como describe a ese “elenco furibundo” de liberales el historiador Luis González, ese cogullo valiente no quiere dejar piedra sobre piedra. Triunfadores contra los cangrejos conservadores tras la Guerra de los Tres Años en 1861, hay quien sorprende a El Nigromante picota en mano destruyendo altares. Es probable; pero, antes que ello, enriquece bibliotecas y pinacotecas con lo expropiado a aquella Iglesia católica que recibió en Puebla con un tedeum a los invasores protestantes, mientras en la ciudad de México Alamán se felicitaba de la cortesía de los soldados angloamericanos al visitar su

Hospital de Jesús, donde él mismo mantenía escondidos los huesos de Hernán Cortés. La expulsión del conservadurismo de la historia nacional y de su literatura fue una mutilación casi tan grave como la de 1847 y fue obra de un Nigromante enloquecido por la victoria, que en la Alameda de la ciudad de México, en septiembre de 1861, eleva hacia lo cósmico a Hidalgo y a Morelos, auxiliado por la necromancia en calidad de ciencia positiva, al grado de que los positivistas oficiales del Porfiriato lo vindicarán como severo y somero precursor. Ya no necesita el ateo Ramírez, como lo requería el católico Bustamante durante la Guerra de Independencia, tornar en criaturas mesiánicas a los curas rebeldes. Gracias a El Nigromante quedan atrás los falsos modernos, la antigüedad moderna y la innovación retrógrada. ¡Bienvenida sea la mentira romántica! Pero nuestra historia termina, por el momento, en 1863, cuando es llamado Maximiliano de Habsburgo a escenificar el último capítulo, el más glorioso, de la Guerra Perpetua. Pero a El Nigromante, reducido solo al sentimentalismo y a quien apenas le faltó escribir el Facundo mexicano, la vejez lo alcanzó a la sombra del primer Porfiriato y como enamorado imposible de Rosario de la Peña, la musa de nuestros últimos románticos que tienen en el antiguo ateísta al rival más débil. Sus últimos poemas, cosas de la vida, fueron bendecidos por el martillo de herejes, el santanderino y crítico primero de la lengua, Menéndez Pelayo, obligado en 1893 a disertar sobre la poesía de la otra orilla con esa Antología suya que en 1911 se convertirá, casi idéntica, en Historia de la poesía hispano-americana. Don Marcelino, prudente, solo se refirió a los miembros de la sociedad de poetas muertos. Aparece Payno retratando en El fistol del diablo (publicada y pulida entre 1846-1847 y 1887), con la omnisciencia de la novela, a una civilización completa cuya monstruosa decrepitud infantil se extiende desde la literatura hasta todos los ámbitos de la cultura política y atormentará a fines de siglo al crítico José María Vigil. Liberal pecador, que admira a Iturbide, participó en el autogolpe de Comonfort contra Juárez y le aceptó una canonjía a Maximiliano con tal de no pudrirse en las tinajas de San Juan de Ulúa como su colega novelista Florencio María del Castillo, ese es el Payno poco amigo de los tópicos idiosincráticos. A Payno sus mejores amigos le deseaban el cadalso, del cual se libró, pues solo él les entendía a las finanzas nacionales. No así el mártir de Tacubaya, Juan Díaz Covarrubias, el primero de nuestros románticos en morir, como Lord Byron, cerca del campo de batalla donde se combatía la opresión secular. Díaz Covarrubias deja la primera novela legible sobre la Independencia, Gil Gómez el Insurgente, y ensayó, mal, el costumbrismo, con El diablo en México, más zarzuela que novela, ambas editadas en 1858. El país de los niños-monstruos todavía no aparece en el horizonte, esa es aflicción finisecular. Elías Palti resalta que a Francisco Zarco, en su prólogo a Hermana de los ángeles (1854), la melodramática noveleta de Del Castillo, le asombra que todos los personajes padezcan en un estado de febril exaltación. Pero también ocurre que Zarco no sabía bien lo que era el romanticismo y discrepo de Palti –acaso mi mexicanidad me ciega– a la hora de leer El fistol

del diablo en esa clave: si el diablo hace de las suyas entre los pobres mexicanos no es porque sean demoníacos, sino porque son niños a los que hay arrojar al recreo, un poco más adolescente, de la Historia. No le parece a Payno que Santa Anna sea digno como amigo del diablejo Rugiero, no lo halla tan monstruoso pues la tragicomedia de aquel tirano estaba en que su ostentosa patología era casi la de todos los mexicanos. En Payno, Rugiero, prefecto del diablo, es la Historia Universal, como Santo Tomás lo fue para Servando, aquella que Heredia buscaba traduciendo al historiador escocés Tytler y no en Hegel. Nada que ver con esas piñatas miltonianas de diablotes cuyo mal gusto espeluznaba a Menéndez Pelayo, en las revelaciones poéticas de Pesado o de Calderón. Aparece y desaparece sobrenaturalmente el diablo de Payno, como solo puede hacerlo la Historia, invadiendo vidas individuales y pasiones colectivas en un santiamén, y esfumándose sin dar cuenta de nada, para volver de improviso con las tropas estadounidenses en 1847, ofreciéndoles a sus antiguos amigos mexicanos el mal menor, es decir, el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que su inventor aprobó. Hay auténtica “fantasmagoría”, como la ha definido Max Milner, en los actos de Rugiero, pero esas imágenes de su futuro que nuestro diablo les proyecta a sus amiguetes, estos las consideran alucinaciones. Vamos, el diablo no solo no les asusta sino que tampoco les intrigan sus poderes. Rugiero es un diablo, en realidad, défroqué, aburrido de haber conocido el drama del emperador Andrónico y de Teodora o de haber habitado el alma de algunos papas, de Enrique VIII, de Lutero, de Luis XVI o de Robespierre, de firmar libros bajo los nombres del aquinato, de Voltaire, de Rousseau. Liberal en el México de 1847 por encontrarlo menos aburrido que ser meapilas o rata eclesiástica, ese diablo se confiesa, antes de declararse liberal, amigo de los indios y abogado de una mezcla racial mexicana que podrá ser tan exitosa, si hay paciencia, como la anglosajona. Yo no sé si Rugiero sea, como cree Palti, una marioneta a las órdenes de un demonio miltoniano. De ser así, aquel endriago se olvidó hace mucho de su empleado al grado de mandarlo, anónimamente, al lejano país de los mexicanos. Al final, la visita del diablo a México, la de Payno, acaba por ser tan pintoresca como la descrita, para acabar de ridiculizar a fray Servando, por El Nigromante de Tomás Apóstol entre los aztecas, quienes, con el emperador Ahuízotl al frente, no le creen nada al evangelista de Jesucristo y lo mandan a descifrar códices como refrigerio. Para los mexicanos pintados por Payno, la Historia era solo lo necesario –los clásicos de Roma– para entender la “cultalatiniparla” de fray Manuel Martínez de Navarrete y sus anacreónticas. Es ajeno ese heroecillo a la salida mefistofélica ofrecida por Payno al drama mexicano: el diablo es la Historia. Otros son un poco menos convencionales, como José María Roa Bárcena, en La quinta modelo (1856), donde un socialista utópico enloquecido arruina a su familia y su mente. A esta novela se opone, didáctica, El monedero (1861), de Nicolás Pizarro, ofreciendo un falansterio hecho y derecho. Pero volviendo a la angelología, otra clase de caído del cielo es Gabriel, el nombre de ángel que Fernando

Orozco y Berra escogió para su desengañado amador de mujeres en La guerra de los treinta años (1851). La rebelión de Orozco y Berra, inconmensurable e incomprensible para sus contemporáneos, fue descreer del amor, en todas sus variantes, que los románticos habían endiosado (y endiosan porque yo creo, con Tomás Segovia leyendo a Nerval, que la esencia dura del romanticismo se incrustó en el corazón de todos nosotros, hijos de Aurélia antes que de Eva), como el único remedio ante la ruina de la historia, el mal de la política, la expulsión de la Historia. Con la prosa vernácula de Fernández de Lizardi, con el exorcismo de Heredia sobre la pirámide de Cholula, gracias a la potencia destructiva de El Nigromante y también a la ternura progresista de Prieto, al insidioso diablo de Payno, la Arcadia ha sido finalmente invadida o se ha demostrado que fue una evasión desdeñosa, profanada por la serpiente de la Historia, que ha hecho de las suyas en el jardín acuático de los árcades, chinampas de Xochimilco incluidas en honor de Anastasio Ochoa y Acuña y de las pulqueónticas escritas entonces para nacionalizar lo arcádico. Ello no quiere decir que la Arcadia haya desaparecido. Al contrario, persiste y esa resistencia neoclásica, esa decrepitud de los pastores y de las floras, muestra la debilidad, lo inánime de nuestra literatura, la persistencia de sus estilos muertos rigiendo artificialmente entre los vivos. Eso es aquello que detecta José María Vigil, fracasado su silogismo, al tratar de orientar el gusto de Menéndez Pelayo en su prometida Antología de poetas hispano-americanos, al advertir que la literatura mexicana no tuvo infancia ni creció natural, positiva, orgánicamente. Don Marcelino tenía otra idea: la de México tenía un origen común con la literatura castellana. Solo era más joven y había estado expuesta a otras tentaciones que la peninsular. “El niño padece del mismo modo que muere”, le habría dicho a Vigil, sonriente, el conde Joseph de Maistre, acaso dándole la razón al quejoso proveniente de un pueblo llegado tarde a comparecer ante el verdugo. La Historia, podría haberlo dicho así, violentó la naturaleza mexicana, obligando a los ingenuos a volverse sentimentales y a los antiguos a jugar como modernos. Vimos a la antigüedad moderna convirtiéndose en innovación retrógrada. El jardín bucólico del que se ufanaban los poetas árcades antes de la guerra de 1810 bien puede ser, también, la quinta fuereña donde se reúnen los personajes a chismear y a merendar, en El fistol del diablo, finca saqueada por los invasores estadounidenses en 1847. Mayor violencia contra el ocio no puede haberla y veredicto más contundente sobre el negocio de la Historia era inconcebible. No en balde Manuel Payno termina su primera novela con el retrato de esa destrucción. Es hora de que yo termine también, no sin despedirme con el antiguo don Marcelino Menéndez Pelayo porque, pese a todo, siempre hay que volver al pasado, pues como decía Verdi citado por Marc Fumaroli: torniamo all’antico, sarà un progresso. ~ Fragmento de la conclusión del libro La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863, que El Colegio de México pondrá en circulación próximamente. CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL es crítico literario. A finales de 2014 apareció en Aguilar su biografía Octavio Paz en su siglo.

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POESÍA

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El último poema Los montes negros por los que erraba allá quedaron. Crece en las tierras por las que erraba hierba dorada.

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Los montes negros allá quedaron. Las cumbres blancas allá quedaron. Todas mis fuerzas allá quedaron. De todo el clan yo he quedado. De mi familia, perdido, yo he quedado. Los lagos en que pescaba allá quedaron. Y ya no puedo verlos. Los palos de mi choza están podridos. Mi choza de corteza, abandonada. ~

El 7 de agosto de 1914, en la aldea samoyeda de Abalakova, que languidecía al pie de los montes Sayanes de Siberia, cerca de la frontera con China, uno de los ocho hablantes de la lengua kamasiana que entonces quedaban cantó este lamento para el lingüista finlandés Kai Donner, que lo grabó en un fonógrafo. Cuando lo reprodujo unos días después, la gente del pueblo no contuvo el llanto. Además de un puñado de adivinanzas e invocaciones religiosas, este poema constituye toda la literatura conocida de la lengua kamasiana. El kamasiano (del grupo samoyedo de lenguas de la familia urálica) se extinguió definitivamente el 20 de septiembre de 1989, cuando murió su última hablante, de cuya memoria había ido borrándose durante décadas, pues no tenía con quién hablarlo. Los kamasianos, cazadores nómadas, ignoraban la agricultura. Pasaban el estío en los montes Sayanes (las cumbres blancas) y el invierno en las colinas boscosas a sus pies (los montes negros). Cuando acabaron por asentarse en las tierras bajas, siguieron cubriendo con corteza de abedul sus casas, como antes las chozas cónicas de palos que añoraban. Abandonar las

montañas fue para los kamasianos tanto como abandonarse a sí mismos: kamasiano significa, literalmente, montañés. Leí por primera vez el poema en la antología de Keith Bosley, Poetry of Asia: Five millenniums of verse from thirty-three languages (Weatherhill, 1979, 315 pp.), en una versión del propio Bosley. En “Kamassian verse” (The Journal of American Folklore, vol. 67, núm. 266, octubre-diciembre de 1954, pp. 369-377), John Lotz reproduce en facsímil la transcripción de Kai Donner, enmienda su interpretación, ensaya un análisis lingüístico y métrico del poema y propone una traducción literal al inglés, que aquí he seguido más o menos al pie de la letra. Salvo que cada uno de los versos propuestos por Lotz se ha convertido en una estrofa, en la que cada uno de los versos corresponde a un pie métrico del original. ~ – A. A. AURELIO ASIAIN (ciudad de México, 1960) es poeta. Editó y prologó el libro Japón en Octavio Paz (fce, 2014).

JOSÉ MERINO/ EDUARDO FIERRO

Fotografía: Claudia Guadarrama

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Aprender cuando afuera reina la violencia ¿Cuál es el efecto de vivir en un entorno violento sobre el desempeño escolar de los estudiantes mexicanos? Esta investigación de la maestría en Periodismo y Asuntos Públicos del cide –con los auspicios de la Fundación Omidyar Network– busca la respuesta en los datos, no en las anécdotas.

S

de un campo verde y un cielo sin nubes, la niña Paloma Noyola Bueno mira a la cámara con aire despreocupado. Viste uniforme escolar y lleva en el brazo derecho un cuaderno. Un letrero cruza sobre su pecho: “La próxima Steve Jobs.” Esa fue la portada de la revista estadounidense Wired en su edición de octubre del 2013. En su interior, un reportaje cuenta la historia de la niña mexicana de doce años de edad que, pese a vivir en la pobreza extrema y en un entorno de violencia, obtuvo en 2012 el primer lugar de matemáticas para primarias en la prueba Enlace: 921 puntos. “La escuela José Urbina López está cerca de un basurero al otro lado de la frontera con México”, describe de entrada Wired en referencia a la primaria en la que estudiaba Paloma. “La escuela se encuentra en Matamoros, una ciudad polvorienta de 489 mil habitantes y punto obre el fondo

central en la guerra contra el narcotráfico. Hay balaceras con frecuencia y es común que por las mañanas los lugareños encuentren cuerpos tirados en la calle. Para llegar a la escuela, sus alumnos recorren un camino de terracería que va paralelo a un canal de aguas negras.” La prensa mexicana retomó la historia de Paloma. Se volvió por unos días el rostro de eventuales buenas noticias en un país hundido en una espiral de violencia. Su historia impactó justamente por el contraste con su entorno. Pero no solo fue el caso de Paloma: otros diez alumnos de su grupo de quinto año de primaria obtuvieron en matemáticas calificaciones que los situaron entre los primeros del país y tres de ellos lograron lo mismo en español. Y todos mejoraron sustancialmente su desempeño en la prueba Enlace: 63% obtuvo calificación “excelente”. El reportaje de Wired subraya que el éxito escolar de Paloma y sus compañeros se debió a un innovador método de enseñanza que aplicó su profesor, Sergio Juárez Correa, el cual pone énfasis en el trabajo en grupo, la competitividad y la creatividad. El método está basado a su vez en un modelo educativo ideado por Sugata Mitra, profesor de la Universidad Newcastle, en el Reino Unido, quien lo aplicó en niños pobres de la India. En función del contexto de violencia que existe en Matamoros cabría preguntarse: ¿el éxito de Paloma y sus compañeros es un caso aislado y, por tanto, anómalo? ¿Sin el método aplicado por el profesor Juárez –un factor exógeno al sistema educativo nacional– y dada la violencia del entorno, estos alumnos de la primaria José Urbina López habrían obtenido bajas calificaciones en la prueba Enlace? Para ambas preguntas la respuesta es, lamentablemente, sí. Si se comparan los datos de violencia por municipios con las calificaciones en español de la prueba Enlace, el resultado es sorprendente: conforme la violencia crece de cero homicidios por cada cien mil habitantes al nivel del

Porcentaje de alumnos con nivel insuficiente PRIMARIAS GENERALES - TURNO MATUTINO

PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA ENLACE 2009 ENLACE 2010 ENLACE 2011 ENLACE 2012 GENERACIÓN

GENERACIÓN

2013

GENERACIÓN

2014

GENERACIÓN

2015

6to de primaria

Porcentaje

0

22.7 25.4

19.8 24.3

14.2 14.1

4to de primaria

5to de primaria

6to de primaria

Porcentaje

0

19.3 19.1

24.0 23.8

3ro de primaria

0

18.0 14.0

4to de primaria

5to de primaria

6to de primaria

15.6 22.6

20.0 19.7

14.1 11.5

14.4 11.6

3ro de primaria

4to de primaria

5to de primaria

6to de primaria

15.0 19.6

13.7 12.7

14.7 14.1

3ro de primaria

4to de primaria

5to de primaria

15.9 14.2

16.0 12.8

3ro de primaria

4to de primaria

60

0

60

0

Español Matemáticas

Fuente: ENLACE

Porcentaje de alumnos con nivel insuficiente SECUNDARIAS GENERALES - TURNO MATUTINO

PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA ENLACE 2009 ENLACE 2010 ENLACE 2011 ENLACE 2012 GENERACIÓN

32.2 0

0

GENERACIÓN

2013

GENERACIÓN

2014

1ro de secundaria

Porcentaje

60

0

60 Porcentaje

2012

56.0 31.8

0

60 Porcentaje

GENERACIÓN

2do de secundaria

60 Porcentaje

2011

Porcentaje

2010 GENERACIÓN

55.3

60

0

Español Matemáticas

37.4

PRUEBA ENLACE 2013

51.9

3ro de secundaria

40.8

54.1

2do de secundaria

40.1

55.8

1ro de secundaria

37.7

55.9

3ro de secundaria

42.0

51.8

2do de secundaria

40.7

40.7

1ro de secundaria

51.8

3ro de secundaria

57.4 35.2

49.3

2do de secundaria

37.4

46.6

1ro de secundaria

41

GENERACIÓN ENLACE

15.7 14.4

60 Porcentaje

2012

12.6 12.5

5to de primaria

60

Porcentaje

GENERACIÓN

19.9 23.3 0

60

Porcentaje

2011

Porcentaje

2010 GENERACIÓN

PRUEBA ENLACE 2013

60

municipio más violento en México (es decir, de su valor mínimo a su valor máximo), el porcentaje de alumnos que no alcanza un nivel satisfactorio de la prueba Enlace en español se incrementa en 5.6 puntos porcentuales. Dicho de otro modo, cuando la tasa de homicidios con arma de fuego crece un punto porcentual en un municipio, uno de cada diez mil niños de ese municipio no llega al nivel de suficiencia en español. Por ejemplo, si en el Distrito Federal hubiese dos homicidios con arma de fuego adicionales a los ya registrados, veinte niños más tendrían un desempeño insuficiente en la prueba de español.

39.8

48.2

3ro de secundaria

37.7

45.8

2do de secundaria

Fuente: ENLACE

Los resultados de la prueba Enlace se dividen en cuatro categorías: insuficiente, elemental, bueno y excelente. Cuando un niño obtiene “insuficiente” implica que no ha adquirido los conocimientos ni desarrollado las habilidades básicas de una materia. La división en categorías dice mucho más del desempeño del alumno que su promedio, pues Enlace realiza la evaluación en función del nivel de dificultad de cada reactivo. Por ejemplo, en la prueba Enlace 2013 los estudiantes de primaria en el nivel insuficiente respondieron menos del 50% de los reactivos de dificultad baja y los alumnos en nivel excelente responden al menos 50% de los reactivos de dificultad alta. El grupo de Paloma terminó la primaria en 2013. Registró resultados de excelencia en 2012, cuando cursaba el quinto grado de primaria. Ese año solo 7% y 3.5% de sus integrantes obtuvieron “insuficiente” en español y matemáticas, respectivamente. En 2013, ya en sexto grado, el grupo de Paloma no pudo mantener los resultados exitosos del año anterior: 25% obtuvo calificación de “insuficiente” en español y 22.9% en el de matemáticas, porcentajes ambos por encima del promedio nacional de los “insuficientes”: 14.4% en español y 11.6% en matemáticas. Además del grado escolar, existen otros factores que generan diferencias en los resultados de la prueba Enlace. Por ejemplo, el desempeño en la prueba de las escuelas particulares es, en promedio, superior al de las públicas. Por supuesto, este resultado puede estar reflejando el efecto de muchas otras variables asociadas a la posibilidad de pagar una colegiatura –como, por ejemplo, el nivel educativo de los padres–. La brecha entre escuelas privadas y públicas es menor en secundarias, y más visible para español que para matemáticas. Esto obliga a preguntarse qué factores afectan los resultados en la prueba Enlace y cómo influyen de manera diferenciada en la capacidad para aprender español y matemáticas. Los resultados de la prueba Enlace de español reflejan con mayor claridad efectos de entornos adversos (como las carencias y la violencia en el hogar) sobre los alumnos; mientras que los resultados de la prueba en matemáticas, por el contrario, suelen reflejar efectos del contexto escolar (desempeño de profesores). LO QUE LA VIOLENCIA TAMBIÉN NOS QUITÓ

Si se sigue a la generación de Paloma en todo el país (la que en 2013 llegó a sexto grado en las primarias públicas), el

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

¿En qué porcentaje afecta cada factor al nivel de insuficiencia en español? 60%

CAMBIO EN EL PORCENTAJE DE ALUMNOS AL PASAR DEL MÍNIMO AL MÁXIMO

JOSÉ MERINO/ EDUARDO FIERRO

20%

40%

49.2%

15.4%

0%

0.7%

6.2%

5.7%

3.8% 2.7%

1.2%

-0.5% -1.3%

-2.2% -3.4% -3.9%

-6.0% -6.5% -7.1%

%

de

alu

m no s

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

-9.9%

en es niv pa el ño in l e su l a fic ño ien an te Ge d ne Se terio e ra cu r ció nd n ar Ge pr ias ne im ra ar ció ia n 2 Ge 01 pr 3 im ne ar ra ia ció Ta 20 n Ge sa pr 12 ne im de ra ar ho ció ia m n 2 ici 01 pr di 4 im os ar co ia n 2 01 ar m 5 a de Ge fu eg ne o ra ció Añ n o 20 se Ge cu 10 ne nd ra ar ció ia 20 n pr 11 im ar ia 20 11 Añ % o de 20 la 11 po Añ bl o de ació 20 po n e 12 Es bre n s cu za itu ela ex ac s tre ión pa m rti a Gr cu ad T lar u o rn pr es o om ve ed sp io er tin de o es co lar Tu id rn ad o di sc on Ín t di Tu in ce uo rn de o m de a tu sa tin rr ol o lo hu m an o

-20%

42

6.7% 6.3%

porcentaje de alumnos con resultados insuficientes en matemáticas se redujo de manera constante entre 2010 y 2012, y se incrementó apenas 0.1% en 2013. Sin embargo, en español el porcentaje aumentó tanto en 2011 como en 2013. En contraste, la generación anterior, la que llegó a sexto grado en 2012, tuvo sus peores resultados en ambas materias durante 2010, cuando iba en cuarto de primaria. Cabe resaltar que en ambas generaciones los niveles de insuficiencia en español son mayores que en matemáticas, mientras que en generaciones anteriores la tendencia es justamente contraria. Para comparar, en veintiuno de los 43 municipios de Tamaulipas –uno de los estados más violentos del país– 35% o más de las escuelas registraron resultados insuficientes en español durante 2010. Es el caso de Bustamante (53%), Mier (40%) y Jiménez (39%). En matemáticas, por el contrario, solo en diecinueve municipios de esta entidad 35% o más de los alumnos obtuvo resultados insuficientes durante ese mismo año. Cualquiera que sea el factor que provocó este bajo desempeño escolar, su efecto no fue igual en español que en matemáticas. Si se toma a los alumnos de la generación 2012 que estudiaron en primarias públicas y en el turno matutino en el país, el porcentaje con nivel insuficiente en 2009 fue mayor en matemáticas que en español en diecisiete entidades federativas; para 2010 fue mayor también en diecisiete, seis en 2011 y solo una en 2012 (Baja California). Esto es lo fundamental: el efecto sobre desempeño en español y matemáticas es divergente. ¿Por qué? Los resultados apuntan hacia la violencia del entorno. Esta violencia –medida en tasa de homicidios con arma de fuego– tiene un efecto positivo y significativo sobre el porcentaje de niños que no llegan al nivel de suficiencia. Pero dicho efecto solo se observa en la materia de español, no en la de matemáticas. Jacob E. Cheadle, profesor asociado del Departamento de Sociología de la Universidad de Nebraska, explica en un

estudio sobre el “capital cultural” que los efectos negativos de entornos adversos, domésticos y sociales, ocurren justamente en los mecanismos cognitivos asociados al lenguaje, no en la exigencia de abstracción de las matemáticas. David Calderón, director general de la organización Mexicanos Primero, coincide: “Es comprensible que salgan esos resultados. Los resultados de español (lengua y comunicación) están muy marcados por el proceso social. Por ejemplo, ahí es donde más se nota el sesgo por género, ahí es donde más se nota también el sesgo por ingreso de los padres.” Y agrega: “El dominio de la lengua está muy ligado al ambiente que tienes en casa y en la calle. Más en tu casa que en la calle. Hay elementos de aprendizaje que no son escolares pero que estás vertiendo cuando haces una prueba de español.” Alberto Serdán, profesor asociado al Programa Interdisciplinario sobre Política y Prácticas Educativas del Centro de Investigación y Docencia Económicas (cide), abunda: “Es probable que este resultado tenga que ver con funciones de comportamiento. Cuando un niño vive una situación de estrés reduce su capacidad de expresión y de comprensión.” Esta capacidad tiene que ver con la resolución de la prueba de español, mientras la prueba de matemáticas se relaciona más con procesos de abstracción. Cheadle explica que el “capital cultural” incluye factores como participación de los padres en actividades académicas, actividades extracurriculares de los niños y recursos materiales en el hogar. Según él, el “capital cultural” tiene relación con los niveles académicos únicamente en los primeros años del desarrollo del niño, es decir, su efecto desaparece con el tiempo, conforme el desarrollo del niño en la escuela va adquiriendo mayor relevancia. Lo anterior se refleja sobre todo en matemáticas, donde el aprendizaje se vuelve cada vez más complejo. En español, en cambio, una vez que el niño ha consolidado sus capacidades de lectura, la familia adquiere más importancia en cuanto

¿En qué porcentaje afecta cada factor al nivel de insuficiencia en matemáticas? 60%

CAMBIO EN EL PORCENTAJE DE ALUMNOS AL PASAR DEL MÍNIMO AL MÁXIMO

16.5% 06.1% 04.9% 04.6% 4.0%

3.3%

2.7% 2.6% 2.6%

2.4%

0.8%

-1.0% -2.0% -3.8% -4.1% -6.1% -6.6% -13.4%

%

de

alu

m

no

s en es niv pa el ño in l e su l a fic ño ien an te Ge d ne Se terio e ra cu r c ió nd n ar Ge pr ias ne im ra a ria c ió n 20 Ge pr 12 im ne ar ra ia c ió 20 n Ge pr 14 ne im ra ar c ia Ge ió n 20 ne pr 13 ra im c ió ar n i a Ge se 2 ne 01 cu 5 ra nd c ió ar ia n se 20 cu 12 nd Sa ar ld ia o 20 m ig 11 ra to rio n Ge et o ne Añ ra c ió o 20 n pr 10 im ar ia 20 11 Añ o 20 11 Es Añ % cu o de ela 20 la s 12 po pa rti bl cu de ació lar po n e es br n ez sit Tu a e uac rn xtr ión o em ve a sp Tu er rn tin o o di sc on Ín tin di T ur ce uo no de m de at sa ut rr in ol o lo hu m an o

-20%

0%

20%

40%

50.2%

es fundamental para ampliar su vocabulario y conocimiento general del mundo. Este efecto también es reconocido por organizaciones civiles internacionales. Por ejemplo, la Red Urbana para Incrementar la Prosperidad de los Jóvenes en Estados Unidos señala que así como los niños malnutridos no pueden aprender bien, tampoco lo hacen niños que han experimentado ambientes de violencia en sus hogares, en su comunidad o en su escuela. Nuestra investigación arrojó que con un aumento en la tasa de homicidios con arma de fuego de 0 a 16.2 –el promedio nacional en la muestra– incrementa a su vez el porcentaje de niños con nivel insuficiente en español: de 15.55% a 15.59% en promedio para cada uno de los 2,457 municipios; es decir, 3,450 alumnos de primaria y otros 2,189 de secundaria en el país. En otras palabras, unos 5,900 alumnos podrían superar el nivel de suficiencia en español si la violencia se redujera dieciséis puntos en todos los municipios. El porcentaje de niños con nivel insuficiente de español se encuentra positivamente correlacionado entre dos años consecutivos. De acuerdo con el modelo utilizado, si un año una escuela pasa de 0% a 100% de niños con nivel insuficiente, el siguiente año el promedio del nivel de insuficiencia aumentará 49% en promedio. Es un efecto importante, lo que valida adicionalmente el efecto de homicidios aun cuando incluimos también el desempeño del año anterior. Si se realiza el mismo ejercicio, pero esta vez con el porcentaje de alumnos con nivel insuficiente de matemáticas, los resultados son similares en todas las variables, con excepción justamente en la tasa municipal de homicidios con arma de fuego. Mientras que la violencia claramente afecta el desempeño en la prueba Enlace en español, no afecta en absoluto aquel en matemáticas. Justamente lo esperado. UN PAÍS SIN SERGIO JUÁREZ

El mal desempeño en la prueba Enlace es contagioso, tanto en español como en matemáticas: el resultado de cada

generación de estudiantes se traslada en alrededor del 50% de un año a otro. En los resultados, también influye el turno al que acuden los estudiantes, su generación, el año, la escolaridad del municipio, su nivel de desarrollo humano, si el nivel es secundaria y si se trata de una escuela particular. Aun tomando en consideración todos estos factores, se puede concluir que la violencia asociada al crimen organizado se relaciona de manera significativa con el porcentaje de estudiantes de primaria y secundaria que se encuentran por debajo del nivel de suficiencia en la prueba de español. Año por año, entre 2009 y 2013, cada que en un municipio creció la tasa de homicidios con arma de fuego en un punto porcentual, uno de cada diez mil estudiantes de primaria o secundaria se quedó por debajo de lo que la prueba Enlace considera suficiente en español. La violencia también le quitó eso al país. Y se lo quitó debido a que no hubo una intervención externa y excepcional como la del maestro Sergio Juárez en esa primaria de Matamoros, al lado de un basurero y un canal maloliente, rodeada de niveles de violencia brutales en una ciudad brutal, en un estado brutal, en un país brutal. Es cierto que el profesor Juárez, Paloma y sus compañeros son una anomalía en el sistema educativo nacional. Pero una anomalía identificable, explicable y, sobre todo, replicable. Una anomalía que representa la posibilidad de buenas noticias, de generar resultados que contrarresten los efectos perniciosos de entornos violentos en el desempeño escolar. La historia de Paloma se ha olvidado. Pero la violencia ahí sigue. Y sus consecuencias sobre la educación de miles de niños, también. ~ Carlos Bravo Regidor y Homero Campa fueron responsables de la edición de este reportaje. Una explicación más detallada sobre la metodología de este estudio puede consultarse en http://letraslib.re/MerFierr JOSÉ MERINO (ciudad de México, 1974) es politólogo (cide, nyu). Socio de Data4. Profesor en el itam y el cide. EDUARDO FIERRO (ciudad de México, 1988) estudió economía y ciencia política en el itam. Analista de datos en Data4.

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LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

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La mitra y los uniformes verde olivo

Ilustración: LETRAS LIBRES / Martín Elfman

YOANI SÁNCHEZ

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

La disidencia cubana se enfrenta a una disyuntiva: participar o no de la nueva era que han inaugurado los gobiernos de Castro y Obama. En medio de la censura estatal y las diferencias, la oposición está obligada a hacer política.

C

uando Juan Pablo II llegó a Cuba en 1998 los chistes populares se dispararon. Wojtyła protagonizó innumerables historias humorísticas en las que se mezclaba la admiración y la sátira. Con Benedicto XVI, apenas apareció el infante terrible de nuestras bromas, Pepito, quizás intimidado por tanta sobriedad germana. Este septiembre, sin embargo, en que deberían unirse en una persona las ironías sobre papas y argentinos, no brotó nada de humor para recibir a Jorge Mario Bergoglio. ¿Nos estamos quedando los cubanos sin motivos para reírnos? Sí. El plazo que muchos le habían puesto al fin del sistema político en la isla se ha agotado y las bromas no abundan donde señorea la frustración. Somos un pueblo mucho más sobrio que antaño, que ya no ve en la risa una manera de sobrellevar la realidad. La escapada ya no es la carcajada, sino una balsa que ayude a cruzar el estrecho de la Florida, una visa para emigrar o al menos el bálsamo de una remesa que llegue desde afuera. El reloj de muchos cubanos se reinició el pasado 17 de diciembre con el anuncio del proceso de normalización de relaciones entre la isla y Estados Unidos. Incluso aquellos cuyo último grano de paciencia se había agotado estuvieron dispuestos a darle una nueva oportunidad a la nación en la que vinieron al mundo. Pero el tiempo de la vida humana discurre de una manera muy diferente

al paso de la historia y los cambios no han llegado ni tan profundos ni tan de prisa como tantos soñaron. Nueve meses después de los históricos discursos de Barack Obama y Raúl Castro, en los que anunciaban una nueva etapa de relaciones, los efectos del abrazo entre la Plaza de la Revolución y la Casa Blanca no se perciben sobre los platos, ni en los bolsillos y mucho menos en mayores libertades en las calles cubanas. El cambio fundamental ha ocurrido en ese terreno simbólico en el que se mueve por momentos la política y en el indefinido territorio de la esperanza. La mayor parte de la población cubana, según muestran las encuestas, ha mirado con alivio cómo el viejo diferendo empieza a transitar hacia un entendimiento. Las razones para ese beneplácito son de peso: en Estados Unidos viven al menos 1.8 millones de cubanos, cuyas remesas sostienen a decenas de miles de familias del lado cubano. Una mejoría en las relaciones entre ambas naciones significará que la ayuda económica llegue más rápido, más segura y pueda convertirse en mejores bienes y servicios. Por su parte, la propaganda oficial se ha quedado sin asideros. Las vallas antiimperialistas que abundaban por todo el país fueron sustituidas por un llamado a reforzar la educación formal, promover la cultura o alabar el deporte nacional. El Tío Sam ya no es el lobo de los cuentos infantiles que tan a menudo contaba el discurso partidista. Los ideólogos de la línea dura parecen no salir de cierto aturdimiento y no encuentran nuevos referentes sobre los que descargar la culpa de la situación por la que atraviesa la isla. La bandera de las franjas rojas y las estrellas brota por todos lados. En la calle muchas mujeres jóvenes llevan ajustada a su cuerpo la insignia que hasta hace poco representaba al “enemigo”. El “hombre nuevo” exhibe su atracción hacia un país al que desde pequeño le enseñaron en la escuela que debía odiar. “¡Ahora sí que llegaron lo malos!”, refieren con picardía muchos, en esta nación de América Latina donde no usamos el despectivo “gringos” sino el

admirativo “yumas” para referirnos a esos a quienes Fidel Castro insistía en llamar “yanquis”. Vivimos, eso sí, una existencia de titulares, un país que todavía solo está en la enorme tipografía de las portadas de los periódicos. “Juego de futbol entre el Cosmos de Nueva York y el equipo cubano”; “Discovery Channel desembarca para filmar un documental sobre autos antiguos” y “Paris Hilton se fotografía del brazo con el hijo mayor del Comandante en Jefe”. La Cuba de las noticias se mueve a una velocidad que contrasta con el torpe andar de la realidad. Como en un viejo chiste popular que aconsejaba colocar una bolsa debajo del televisor durante el noticiero estelar, para recoger todos los alimentos que los reportes oficiales se ufanaban de haber producido, muchos cubanos de hoy quisieran habitar ese país de las primeras planas y de los editoriales internacionales. Esa nación que para muchos “ya cambió”, “ya se abrió al mundo” y que, sin embargo, todavía tiene bien hundidas sus piernas en el siglo xx. LA OPOSICIÓN CUBANA Y EL TREN DE LOS CAMBIOS

La oposición también se enfrenta a un nuevo escenario. En parte porque el eje de la atención ya no se ubica entre la Plaza de la Revolución y la Casa Blanca, dado que esos dos poderes han movido sus fichas. Ahora se espera un gesto de esa parte lastimada e ilegalizada de la sociedad que es la disidencia. Dentro de sus filas, algunos señalan la decisión de Obama como una “traición a los demócratas cubanos”, pero otros consideran el nuevo escenario como un terreno para ampliar sus influencias dentro de la población. La visita de John Kerry a La Habana en agosto pasado dejó en evidencia esas profundas diferencias. A puertas cerradas y por más de una hora, el secretario de Estado norteamericano conversó con una decena de activistas de diferentes tendencias. Un gesto que desagradó al gobierno cubano y que recibió las críticas de quienes dentro de la oposición son contrarios a las conversaciones entre ambos gobiernos. Desde el 17-d, los grupos disidentes se asemejan a unos viajeros que han estado en el andén por décadas, a la espera de poder echar a andar el tren de los cambios. Ahora, que la locomotora resopla y solo se mueve unos centímetros, surgen de sus bocas los cuestionamientos sobre la dirección que tomarán los vagones, la velocidad a la que viajará el convoy y la figura que dentro de la cabina principal conducirá a los pasajeros. Paralizados, algunos solo atinan a repetir que ese no es el tren que el país necesita y se niegan a tomarlo. Otros, sin embargo, ven cada milímetro de movimiento como una oportunidad para subirse sobre la enorme mole de metal y de expectativas. Apuestan por influir desde dentro de su estructura en el derrotero, la velocidad y hasta la identidad del maquinista. “Se nos va a ir el tren si seguimos negando que se mueve”, refería hace unas semanas un disidente de amplia trayectoria, durante una conversación con un diplomático europeo. En el interior de esa metafórica estación de ferrocarriles, a la que por momentos se asemeja el país, la mayoría de los clientes solo quiere salir hacia cualquier rumbo y de la mano del primer conductor que se atreva a destrabar los frenos. Los cubanos pusieron sus esperanzas en ese boleto de ida

sin retorno que fue expedido a finales de 2014, pero hasta ahora no los ha llevado a ningún sitio. Pensaron que a estas alturas el viaje de las transformaciones debería estar avanzado y no ha sido así. Ahora necesitan de líderes que los ayuden a confiar en que hay un camino más allá del castrismo, que el itinerario puede incluir un país próspero, seguro e inclusivo, sin que para ello deba derramarse sangre ni brotar el vacío de poder. La oposición cubana tiene los minutos contados para recoger esas expectativas y dejar de colocar en el centro de sus dilemas a Barack Obama o Raúl Castro, para centrarse entonces en el ciudadano. El silbato suena, el recorrido será largo. Aunque la heroicidad de décadas de represión inviste a muchos de estos opositores de gran autoridad moral, también tendrán que hacer política. Convencer a la gente, atraer con sus programas y sumar adeptos, es el reto que tienen por delante. En medio de la censura bajo la que aún se mantienen los medios de difusión nacional y la férrea vigilancia de la Seguridad del Estado, la labor para lograr algo así será titánica, pero no imposible. Mientras, en la privacidad de la academia, de los centros de investigación y de las propias estructuras gubernamentales, respiran agazapados otros posibles líderes del futuro. Ahora acatan, callan y aplauden, pero sus rostros estarán en las vallas electorales del mañana. No han padecido las largas noches de calabozo y encierro, pero tampoco tienen las manos manchadas con la sangre de los fusilamientos. En ellos, seres anónimos por el momento, muchos centran sus esperanzas de liderazgo de la Cuba que vendrá. Una parte del aparato gubernamental tampoco debe sentirse muy a gusto con la nueva relación hacia Washington. Es probable que perciban la nueva política promovida por Barack Obama como un gesto que tiene más de “trampa” que de “buena voluntad”. Son aquellos que llaman a estar alertas, a prepararse para la más difícil de las batallas y tener especial cuidado con el Caballo de Troya de internet, las comunicaciones y el comercio que llegue desde el norte. Pero pocos quieren escucharlo. El papa Francisco ha arribado justo en un momento de expectativas e incertidumbres. Ofició misa ante un pueblo que quiere cambios a corto plazo, no promesas de un paraíso en la distancia. Como mediador en la normalización de relaciones entre ambos países, ha contraído una responsabilidad por la que se le exigirán resultados. La liberación de los activistas presos y el fin del presidio político, son algunas de las demandas que ya le han hecho llegar desde la sociedad civil independiente. La pluralidad de encuentros que haya sostenido Bergoglio y el reconocimiento que le brinde a la ilegalizada oposición, estarán bajo la lupa. Las fotos oficiales ya se conocen de antemano, la multitud en las plazas también puede predecirse, pero falta confirmar si entre la mitra y los uniformes verde olivo hay espacio para ese cubano excluido y censurado que ha perdido la fe en el futuro. ~ YOANI SÁNCHEZ (La Habana, 1975) es filóloga, informática y periodista, autora del blog indispensable Generación Y, espacio en el que escribe lo que le está vedado en su accionar cívico, y es directora del diario digital 14ymedio.com. En 2010 publicó Cuba libre. Vivir y escribir en La Habana (Debate).

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LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

El cuento de hadas de Toni Morrison

JOHN FREEMAN

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Fotografía: Bebeto Matthews / ap Photo

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

Libro tras libro, la autora de Beloved ha retratado, en toda su amplitud, la vida de la población negra en Estados Unidos. Su novela más reciente –una dura reflexión sobre la culpa y la ausencia– confirma que su voz sigue siendo necesaria.

S

años hubiéramos intentado predecir qué escritores estadounidenses vivos desarrollarían un estilo tardío, el nombre de Toni Morrison no habría estado entre los primeros de la lista. Una arquitectura barroca ha sido siempre la fortaleza de su ficción; y sus herramientas, una estructura profunda y la aparente falta de rumbo. La autora ha buscado que nos extraviemos como lectores, porque la materia que ha encarado en sus libros tiene raíces complejas y exige probar los límites mismos de la estructura narrativa. Aquí se impone una digresión histórica. La vida moderna nació en Estados Unidos cuando la convención constituyente decidió contar a cada esclavo, para propósitos de representación e impuestos, como el equivalente de tres quintos de un ser humano. Era la única manera en que la Unión, sostenida en el sur y enriquecida en el norte por el trabajo esclavo, podría mantenerse como tal. Si bien una gama de escritores, de Frederick Douglass a James Baldwin, abordó el descalabro moral de este acuerdo, antes de Morrison no se había dado, en la ficción, un ajuste de cuentas significativo que señalase la medida mítica de esa fracción representacional –y lo que expresa del “experimento americano”–. Se trataba, además, de una autora que no escribía para los blancos, sino para los negros, y no solo acerca de la condición negra o la construcción social de la raza, sino sobre las vidas mismas de los negros. i hace quince

La fuerza que Morrison ha mostrado para cumplir este empeño ha sido legendaria. Siendo madre soltera, escribió su primera novela, Ojos azules (1970), durante las madrugadas, antes de tomar el metro hacia la oficina de Random House en Manhattan donde, en su labor de editora, confrontaba desde adentro el racismo editorial típico del país. A lo largo de 45 años, libro tras libro, ha vuelto a contar en toda su amplitud las historias de la población negra en Estados Unidos; así retrató la brutalidad de la esclavitud (Beloved, 1987), la música del Renacimiento de Harlem (Jazz, 1992) y el terrible fracaso de la época de la reconstrucción para mantener a raya la violencia (Paraíso, 1997). Estos libros, junto a La canción de Salomón (1977), son sus deslumbrantes obras maestras. Con ellas Morrison hizo entrar en las letras estadounidenses el sonido vernáculo que ya había penetrado en la música y la cultura, aunque nunca de manera tan vívida en la ficción. Más allá de eso, ningún escritor estadounidense –y aquí se incluye a Cormac McCarthy– se había apropiado del espíritu vanguardista de Faulkner de una forma tan elocuente, entrando en el núcleo de preocupaciones del gran escritor del Misisipi para emerger con un sonido y una mitología tan singulares a la hora de relatar la historia de la violencia en Estados Unidos. En los libros de Morrison, el peso de la violencia siempre cae del modo más brutal sobre las familias. Las madres matan a sus hijos para que no nazcan en la esclavitud (Beloved); los muchachos necesitan rastrear a sus ancestros asesinados para construir el sentido de lo que son (La

canción de Salomón); las chicas crecen y rompen con las convenciones de sexo y género para escapar (Sula), provocando la ruptura de lo que queda de su familia. El acercamiento dual de Morrison al tema de la violencia, entonces, ha involucrado una preocupación unificadora y cosmológica por el amor. ¿Cómo amar cuando a uno le han enseñado a odiarse a sí mismo? ¿Cómo amar lo que se ha roto? ¿Cómo amar en ausencia? Basta con leer los periódicos para entender que la obra de Morrison es tan necesaria y revolucionaria ahora como lo fue al final de la era de los Derechos Civiles, cuando empezó a escribir. La lucha es permanente. La diferencia, sin embargo, es que Morrison ahora tiene 84 años y, como tantos otros grandes escritores, su deseo de escribir y publicar no ha disminuido para nada a pesar de la prosperidad y el reconocimiento o incluso del terreno que aún no ha tocado. Y, así, en la última década Morrison publicó una serie de novelas breves, pulidas, que llenan los vacíos que había dejado su obra al abordar la historia de la población negra en Estados Unidos. Amor (2003), una novela polifónica sobre varias mujeres que amaron al mismo hombre, fue seguida por Una bendición (2008), historia sobre la esclavitud antes de la Independencia; después vino Volver (2012), el ágil relato de Frank Money, un veterano negro de la guerra de Corea que regresa a Estados Unidos en tiempos de la segregación. De estos libros, Volver es el que ha tenido el mayor éxito. El peligro y el temor son dos presencias constantes en todas las obras de Morrison, porque ser negro en Estados Unidos siempre ha sido arriesgado. La autora que escribió Volver no era, con todo, la que escribió Beloved, en posesión de la colosal energía necesaria para envolver su furia en tanta belleza. Volver es una historia policial de ritmo vertiginoso que se lee de un tirón y en la que el protagonista no es un criminal, y sin embargo se le trata como a uno. El viaje de vuelta a casa es para Money una odisea cruel; su Penélope es un país que estuvo encantado de poner su vida y su cuerpo a disposición de una guerra en otro país, pero que a su regreso no tiene reparos en rechazarlo. El amor entra en este universo con destellos de generosidad, a manera de esquirlas. Frank Money se ve motivado por el deseo primario del amor –dar protección– y vuelve para ver qué ocurre con su hermana, acaso en peligro. Durante su viaje recibe la ayuda de un amable reverendo. En una escena muy reveladora, Frank está por subir a un autobús cuando distingue una patrulla. “Se arrodilló como para amarrarse las agujetas –describe Morrison–. Cuando pasó el peligro, se puso de pie, luego se volvió al reverendo Locke y extendió la mano. Al estrecharse las manos, se mantuvieron la mirada, sin decir nada y diciendo todo, como si ‘adiós’ significara lo que en el pasado: ‘a Dios te encomiendo’.” La más reciente novela de Morrison, God help the child, plantea un territorio más oscuro que Volver, pues recupera la emotiva despedida de Money y revela cómo esa muda bendición debería caer en todos los niños negros desde el nacimiento. ¿Cómo culpar a los hijos por nacer en un mundo tan degradado? La novela enuncia esta pregunta al narrar lo que en esencia es un moderno cuento de hadas,

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ese género sobre niños en riesgo, que lleva a Morrison al inicio mismo de su magnífica Ojos azules, la historia de una joven negra que desea ser blanca. Bride, la heroína de esta nueva obra, es hija de una madre soltera. Su piel es muy oscura. Ella nunca ha deseado ser blanca, pero de todos modos sufre por su tono de piel. Apenas ve a su hija, el padre de Bride abandona a la madre y desaparece para siempre. La mujer no puede sino responsabilizar a la bebé por lo sucedido. En último término, la niña carga con una dosis suficiente de culpa. Bride huye tras acusar de abuso infantil a una mujer inocente. La razón: Bride deseaba ardientemente ser amada y admirada por su madre, una mujer dura y seca irónicamente llamada Sweetness. La culpa engendra culpa, y de ahí hacia adelante. La historia arranca en la actualidad, una vez que la injusta condena se ha cumplido. La relación que Bride ha tenido con un músico llamado Booker llega a su fin por razones misteriosas, y la mujer a quien Bride mandó a la cárcel ha obtenido la libertad. “Mírala comer”, dice Bride con crueldad, luego de seguirla a un restaurante para su primer almuerzo de expresidiaria. “Engulle como si fuera una refugiada, igual que alguien que hubiese estado flotando en el mar sin comida ni agua por semanas preguntándose qué daño le haría al agonizante barquero probar su carne antes de hundirse.” Bride resulta una creación familiar para los lectores de Morrison –se trata de una mujer que ha hecho lo que creía necesario– pero ahora aparece en tonos muy modernos. La novela transcurre en California, donde Bride ha puesto en marcha una exitosa compañía de cosméticos. Ha convertido su oscuro tono de piel en un valor, pues se viste de un blanco austero para asistir a cocteles de lanzamiento y fiestas exclusivas en Los Ángeles. No solo impone su piel negra en quienes la ven, también la usa como una máscara protectora. Otra forma de protección es el lujo: duerme entre sábanas de algodón, conduce un Jaguar. La imaginería caníbal a la que alude Bride cuando habla de la expresidiaria es, pese a todo, reveladora y se repite a lo largo del libro. En este lúgubre cuento de hadas, el débil devora al fuerte y viceversa. En una escena retrospectiva nos enteramos de que a Bride y Booker los vinculó su cercanía con el abuso. Bride vio cómo un hombre blanco abusaba de la hija de su joven vecina, lo que generó un reprimido instinto de denunciar a alguien. Solo que cuando se hizo de la fuerza suficiente para cumplir este designio lo llevó a cabo contra una mujer negra inocente, mucho más fácil de condenar que un propietario blanco. Por su lado, Adam, el hermano de Booker, fue raptado y asesinado por un pedófilo de piel blanca. Es una pérdida de la que Booker nunca se recupera. En adelante vive con la impresión retorcida pero comprensible de haber tomado el lugar de su hermano. “Ha de estar exhausto por haber muerto y no conseguir descanso –dice una tía a Booker, hablando de Adam– porque tiene que sostener la vida de alguien más.” La sección en la que conocemos a Booker deslumbra por la profunda generosidad narrativa de Morrison. La simple

lectura de los hechos que lo han convertido en lo que es produce la tensión necesaria para que lo entendamos, para que veamos por qué él habría de evitar los lazos emocionales y sus complicaciones con una partida abrupta. La descripción de cómo Booker pasa de ser un prometedor músico y estudiante universitario a un joven extraviado es demoledora, en parte porque uno puede escuchar, a través de esta historia, las historias de otros cientos de miles de jóvenes. La obra cuenta con varios narradores, desde Sweetness y Bride hasta Brooklyn, la desleal mejor amiga de Bride, una mujer blanca que intenta –pero no consigue– seducir a Booker. Cuando Bride sale a carretera para buscar a Booker choca el auto y queda a merced de una familia blanca y pobre que cuida de una niña prostituta y analfabeta llamada Rain. A través de breves ráfagas de prosa poética, conocemos la historia de Rain, quien de igual modo ha vivido su aún corta existencia con un sentido permanente de persecución. Los estratos de estas voces crean el esbozo de un lamento que resultará conocido para los lectores de Morrison. En la parte final del libro, Bride, golpeada y hambrienta, ya en los puros huesos, da con el rastro de una de las tías de Booker. La mujer abre las puertas de su hogar a la vagabunda y la obliga a comer. “Te ves como una cosa que hasta los mapaches se negarían a comer”, dice. La esencial bondad de la ficción de Morrison se manifiesta en buena parte en esa sola línea de diálogo: el amor y la dignidad deshechas por las circunstancias pero resucitadas por la gracia. Al final, sin embargo, God help the child se lee como un extravagante cuento de hadas que al tiempo que admite la moraleja no se adhiere a las limitaciones del género. Una y otra vez Morrison da saltos en su relato para explicar al lector lo que la historia significa, diluyendo la natural extrañeza del cuento de hadas y rompiendo así la magia. “¿Durante cuánto tiempo ese trauma de infancia lo había lanzado lejos de las corrientes y las marejadas de la vida?”, se pregunta Booker, ya avanzado el libro. De igual modo, Bride lucha por llegar a un sitio donde “ya no esté obligada a revivir, a sobrevivir al desprecio de su madre y el abandono de su padre”. En estos momentos, uno siente cómo la autora impone su peso sobre la historia, forzando su voluntad sobre la conclusión. Difícilmente podríamos culparla por este instinto. Un tercio de las personas desaparecidas en Estados Unidos es de raza negra. Añádase a esto el número de hombres negros en prisión y ahí se tiene una cultura de la ausencia. El dolor en estas circunstancias es inimaginable, y en este libro duro y tardío Morrison ha dado forma a un mundo en el que el dolor pueda acaso sublimarse. Es triste, sin embargo, que el poder de su ficción no provenga de sublimar la vida en Estados Unidos, sino de revelar lo que esa vida en realidad ha sido. Hacer eso, más que poner en riesgo el final de su obra, es quizá el mayor acto de amor que podríamos pedir. ~ Traducción del inglés de Geney Beltrán Félix. Publicado originalmente en The Australian. JOHN FREEMAN (Cleveland, 1974) es escritor y crítico literario. Editó Tales of two cities. The best and worst of times in today’s New York (Penguin, 2015).

GABRIEL ZAID

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Las bodas Si en el pasado las tendencias de vanguardia abogaban por el amor libre, ahora participan en la renovación del prestigio matrimonial. El progresismo terminó por abrazar las convenciones sociales.

H

poco, el matrimonio fue visto con desprecio desde posiciones avanzadas. En obras tan distintas como El amante de Lady Chatterley y las películas de Tarzán, los convencionalismos burgueses quedaban atrás. La superioridad moral exaltaba el amor libre. Nadie se hubiera imaginado las posiciones avanzadas que hoy exhiben las bodas y hasta los vestidos de novia. Menos aún que esta renovación del prestigio matrimonial se volviera una militancia gay y lesbiana. El amor libre tiene raíces religiosas que se remontan a la predicación de Cristo y San Pablo sobre la libertad frente a la ley; a la secta cristiana de los adamitas (siglo ii) que deseaba restablecer el Paraíso practicando el nudismo y rechazando el matrimonio; al mandamiento de San Agustín (siglo iv): “Ama y haz lo que quieras”; a los Hermanos del Libre Espíritu (siglo xii), cuya teología recomendaba la pobreza, negaba el pecado y practicaba la promiscuidad; a la secta de los picardos (siglo xvi), adamitas de Bohemia que en una isla del río Nezarka fundaron una comuna nudista donde el matrimonio era pecado y no se permitía la propiedad individual. asta hace relativamente

Los escritores libertinos (Pietro Aretino o el Marqués de Sade) parecen continuar esa tradición, pero son otra cosa: donjuanismo epicúreo, individualista y antirreligioso. Las pensadoras del anarquismo y el feminismo se distancian de esa promiscuidad en favor del amor libre: el matrimonio al margen de la ley y las convenciones sociales. Mary Wollstonecraft (A vindication of the rights of woman, with strictures on political and moral subjects, 1792) aboga por la igualdad política y social de las mujeres, pero no la promiscuidad. En el siglo xx, la posición de Emma Goldman (Anarchism and other essays) es la misma. Distinta fue la posición de Alexandra Kollontái en los primeros años del régimen soviético. Tuvo mucho poder, predicó el amor libre y abogó por la igualdad educativa, política y sexual de las mujeres, así como el derecho al divorcio y el aborto. Pero acabó asustando a Lenin, que la desterró como embajadora en Noruega (también estuvo en México). Escribió la Autobiografía de una comunista sexualmente emancipada (1926). Charles Fourier soñó un nuevo mundo de armonía social, amor libre y poco trabajo que sería la culminación del progreso (Teoría de los cuatro movimientos: salvajismo, barbarie, patriarcado y civilización, 1808). Marx y Engels (Manifiesto comunista) lo tildan de socialista utópico. El surrealismo recobra ese sueño. André Breton escribe El amor loco (1937) y “Oda a Charles Fourier” (1947); Octavio Paz, Bajo tu clara sombra (1937) y La llama doble (1993). Bertrand Russell (Marriage and morals, 1929) se lanzó contra la moralidad victoriana y escandalizó por sus propuestas de educación sexual y amor libre. Sigmund Freud (El malestar en la cultura, 1930) no creía en el amor ni en la libertad, sino en la represión, aunque de hecho el psicoanálisis contribuyó a la crítica de las ideas convencionales sobre la sexualidad. Fue criticado por Herbert Marcuse (Eros y civilización, 1955), que se volvió el filósofo de la rebelión juvenil. Paralelamente, había surgido el movimiento de la planificación familiar con una orientación distinta: la paternidad responsable, el tamaño de la familia. Pero los métodos para lograrlo eran aplicables al margen de la vida familiar. En 1961, el lanzamiento comercial de Enovid 5, la píldora anticonceptiva, facilitó la emancipación de las mujeres y permitió a los flower children reinventar las comunas de los primeros siglos del cristianismo. Gloria Steinem funda en 1971 la revista Ms. (tratamiento que desplazó el uso de Miss y Mrs.) y en 1987 declara la victoria: entre las personas avanzadas, casarse no es de buena reputación (“not having a good name”, Wikipedia, bajo “Free love”). La revolución sexual había culminado en un nuevo conformismo. Y, quizá contra eso, en el año 2000, Steinem se casó. Las bodas como militancia gay y lesbiana tienen algo de “inversión de valores” (Nietzsche) y de “inversión carnavalesca” (Bajtín). Pero no invierten los valores victorianos, sino la milenaria tradición del amor libre contra el matrimonio. ~ GABRIEL ZAID es poeta y ensayista. Paul Dry Books puso en circulación el año pasado The selected poetry of Gabriel Zaid. Su Cronología del progreso aparecerá próximamente en Debate.

POESÍA

LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS

Verdadera escritor Si lograr poema ahora yo ser verdadera escritor porque sentir mal adentro romper mi alma en muchos cómo se dice pedazos cómo persona destruye persona es la pregunta que hacer a mí y yo no saber cómo pero saber que soy cómo se dice destruida persona destruye arquitectura pero persona no destruye persona creer yo que persona destruir todo persona ser arquitectura y persona ser cómo se dice destrucción. ~

LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS (Camagüey, Cuba, 1984) es autora, entre otros libros, de Chicle (Proyecto Literal) y La gran arquitecta (Colección Sur Editores), ambos de 2013.

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Ilustración: LETRAS LIBRES / Manuel Monroy

Incidente en primera CUENTO

So people are upset because he’s crying over his dead mother? David Sedaris, “Journey into night”

De todos los pequeños lujos que me ha permitido mi vida de escritor, hospedarme en un asiento de primera clase de un avión ha sido uno de los más bienvenidos e inesperados. Por no sé qué motivo, algunas de las instituciones que me han invitado a viajar a Europa últimamente han agregado a la lista de sus amabilidades la de ubicarme en ese espacio aéreo privilegiado, ese santuario hecho de bandejas de champaña y sillones reclinables de cuero que hasta hace unos años yo apenas había visto de reojo. El dudoso privilegio de no ser joven quizá contribuya a que algún corazón burocrático haya optado por trasladarme en ese hotel ambulante de cinco estrellas, la máxima expresión del lujo espacial. Esa tarde me encontraba en la antesala de ese privilegio, arrellanado en la sala vip del aeropuerto de Barajas, poco antes de emprender el

viaje de regreso a Lima. Leía periódicos mientras tomaba un jugo de tomate y especulaba con la posibilidad de acercarme a la barra para pedir un vodka. Lo hice, aun sabiendo que a bordo tendría a mi disposición una nueva variedad de licores. Creo que más que el sabor de los tragos me atraía la sensación de que todos eran gratuitos, un privilegio de mi fugaz condición de pasajero de primera. Por fin llegó la hora de partir. Me acerqué a la puerta de embarque, escuché la primera llamada y traté de pasar rápidamente, frente a los ojos del resto de los pasajeros. Me recibió una aeromoza alta, madura, de pelo rubio, de la que colgaban unos enormes aretes negros. Su voz era un susurro firme que parecía calibrado por el perfume en el aire. –Buenas noches, señor –me dijo–. ¿Le sirvo una copa de jerez? Puse el maletín en el compartimiento, y saqué dos de los libros que había llevado conmigo. (Me sentía feliz por las horas que me esperaban

de lectura y había escrito sobre el tema en algún artículo. Los aviones son el paraíso del lector: un charco de luz, un asiento, alguien que nos sirve algo de comer. Nada que hacer excepto leer, comer, dormir y seguir leyendo.) El avión empezó a avanzar por la pista mientras la aeromoza iba haciendo, con una sonrisa, la demostración del uso del chaleco y otras irónicas medidas de seguridad. Abrí el libro y pensé cuánto tiempo debía esperar antes de que el avión despegara y se estabilizara. Me sentía un tipo afortunado: todos los asientos en primera estaban ocupados excepto el que estaba a mi lado. La aeromoza pasó con una bandeja de revistas y diarios. Algo en su aspecto me hizo pensar que en su vida privada era una esposa sádica que en sus ratos libres ataba a su marido a la cama. Después del despegue, cuando nos hundimos en una tranquila oscuridad sin forma, terminé mi vaso de jerez. La aeromoza me ofreció otro, que acepté. Estábamos

como inmovilizados, en una recámara perfumada. Algunos rayos de luz blanca caían sobre las cabeceras. Tuve la misma sensación de otros vuelos: la de ser parte de una manada de extraños que se reúne para cumplir el trámite obligatorio de pasar el rato encerrados a muchos kilómetros sobre tierra. Por otro lado, yo no pensaba en los demás. Me sentía muy bien allí: libros, champaña, y algunas películas en la pantalla personal. Me perdí en la lectura de la novela. Mientas leía, la aeromoza me trajo un recipiente con nueces, una nueva copa de jerez y las opciones del menú de la cena. –Aquí tiene –me sonrió. Poco después, me puso un mantel y unos cubiertos. Yo había elegido una ensalada, pescado, pastel de papas y un postre de chocolate, todo lo cual resultó bastante bien.

 Estábamos viajando en dirección a la luz, y se había producido una especie de día permanente. Me había embarcado con sol, a las seis de la tarde, y aún varias horas después había luz en las ventanas. Casi todos los pasajeros optaron por cerrarlas. Aunque me sentía bastante lejos de sus personajes, la novela me resultó entretenida y después de comer la leí hasta el final. Apagué el foco, que parecía estarme señalando. Una penumbra de calma había invadido el lugar. Delante de mí, los pasajeros estaban empezando a dormir su noche. Opté por revisar la lista de las películas. Estaba a punto de escoger una cuando la aeromoza se me acercó. –Disculpe, señor. Quisiera pedirle un favor. –Sí. –Es un favor especial. Pero solo si usted acepta. –¿Cuál sería? Miró hacia la parte de atrás. –Tenemos un problema en la clase económica –dijo en voz baja. –¿Qué pasa? –Es un pasajero que está llorando mucho. Me parece que se le ha

muerto alguien, creo que su madre. Está regresando a Lima, para el entierro. Los pasajeros se han quejado, y me pregunto si podríamos traerlo a este asiento. Las aeromozas de atrás están muy ocupadas, pero si viene aquí, yo voy a ocuparme de él, no se preocupe. La perspectiva de tener a mi lado a un señor que lloraba no era la más prometedora. Aun así, tratándose de un favor y siendo yo también un invitado en primera clase, me parecía difícil negarme. Por supuesto que solo pensé en los trucos a los que algunos pasajeros recurren para ser promovidos. Al poco rato la aeromoza volvió con un hombre de unos cuarenta años. Era de estatura mediana, complexión gruesa y mechones negros sobre la frente. Su piel estaba iluminada por los restos del llanto. Me hizo una venia, como pidiendo disculpas anticipadas. La aeromoza le dijo que podía quedarse allí, a condición de que estuviera tranquilo. –Bueno –contestó. Apreté el botón de la película que había elegido. De pronto, mientras las imágenes empezaban, sin que ningún sonido me lo indicara, me di cuenta de que algo ocurría a mi costado. El hombre acababa de hundirse en un llanto silencioso, apretado, hecho de arrugas, un llanto de manos en la cara y de pelos caídos y de cabeza inclinada hasta las rodillas. No supe qué hacer, quizás habría sido necesario llamar a la aeromoza. Sintiéndome bastante ridículo, le puse una mano en el hombro y le dije algo así como “no se preocupe” o “tranquilo”, no recuerdo bien. Era alguna frase extraída del diccionario de lugares comunes, el manual de autoayuda para casos de emergencia. No me contestó. Quizá no me había oído. Pensé que lo mejor sería, como en todos los llantos, permitir que cumpliera su curso. En algún momento debía llegar a ese estado de gracia después del llanto, el descanso en los desahogos finales, los últimos suspiros y las pequeñas exclamaciones y las toses que indican el regreso al mundo real. Mientras no

hiciera mucho ruido, no era un problema de verdad. De pronto vi su cara frente a mí. Una cara redonda, de piel marrón, iluminada por unos ojos grandes. –Se me ha muerto anoche –me dijo–. Usted no sabe. Me imaginé que se refería a su madre, al menos eso era lo que me había dicho la azafata. –Bueno, cálmese –le contesté, mientras me arrepentía. De pronto había dejado de llorar. Me hablaba con una voz aguda pero serena. –Mi madre Dora. Mi hermana María. Y mi padre. No queda nadie. Nadie. Y yo allá. Yo allá y ellos arriba. Lo seguí escuchando. Tenía una voz ronca que salía entrecortada. –Mi papá –me dijo–. Mi papá. Lo estoy viendo, tenía su sombrero para el frío. Y su pantalón largo de yute. Vivíamos allí, en las afueras, en una chacra, mis padres trabajaban todo el día, traían papa, yuca, pero no alcanzaba nunca, y ellos tenían que trabajar. Todo el día trabajaban en la chacra, pero después resultó que se enfermaron. Era tan helado todo, tanto frío siempre. Y mi hermana y yo con mi madre los esperábamos. Ellos se murieron con una helada, mis dos padres, los agarró la noche y regresaron enfermos y se murieron. Y ahora mi hermana y mi madre... tan sola mi madre, tan sola, todas las noches tan sola. Enferma y sola, enferma y sola, nadie la veía, así se ha muerto, un vecino la encontró, así, en su casa. No sé qué hacer. ¿Qué puedo hacer? De pronto se quedó en silencio. Yo estaba incomodado, apenado y con ganas de escapar. No sabía qué contestarle. Creo que dije algo así como “lo siento”. Él bajó la cabeza otra vez. Tenía la piel inflamada. Imaginé lo que había ocurrido. Él había dejado el Perú, quizá gracias a alguna oportunidad de trabajo, y había ido a algún país europeo. Quizá, debido a que no contaba con un trabajo legal, no había podido regresar para ver a su familia. A lo largo de los años su madre le había escrito. Quizá le había contado que su hermana también habría partido

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o se habría muerto, y su madre se había quedado viviendo sola. Ahora él regresaba para el entierro. –Usted cree que todo es tan fácil –me dijo como si adivinara lo que yo estaba pensando–. Todo muy sencillo, ¿no? Mi madre muerta y todo parece tan fácil para usted. –No se ponga así –contesté. Alzó los brazos. –¿Qué no me ponga así? ¿No se da cuenta? Se me ha muerto anoche. Anoche. Una persona está viva y de pronto se muere. Es la historia más sencilla y la más triste de todas. ¿Por qué no me voy a poner así? ¿Usted se da cuenta de lo que es que se me haya muerto mi madre Dora? ¿Puede entender eso, señor? El hombre hablaba en voz baja, como en un silbido grave. La azafata no lo había oído, pero para mí el efecto de su voz era similar al de un grito. –Cálmese, por favor. –Usted me dice que me calme porque no entiende –murmuró. –No entiendo qué. –No entiende nada. Porque usted y todos los que son como usted son unas mierdas de personas, unas mierdas, eso es lo que son, ¿no? –Oiga, señor, por favor tranquilícese o voy a tener que llamar a la señorita para que lo saque de aquí. Bajó la cabeza. Empezó a llorar en silencio, golpeando las rodillas con las manos. –Usted no sabe –me dijo–. No sabe. –No sé de qué me habla. –El dolor –me contestó–. El verdadero dolor. El dolor que cruza el cuerpo, como una lanza, siempre, siempre allí. –Ya le dije que lo siento. Ahora si no se calma... De pronto sacó una llave. –¿Sabe lo que es esto? –me silbó. Hacía sonar la llave como un manojo de piedras. –¿Qué? –Estas son las llaves del candado de mi casa, y estas son las de nuestra casita en Abancay. Y estas son las que teníamos en la avenida Iquitos. Estas son las llaves. ¿Sabe cómo se sienten estas llaves? De pronto, antes de que yo pudiera atinar a moverme, el hombre me

cogió del antebrazo y me rasgó la mano con una de ellas. –Esto –me dijo. Sentí una quemazón rápida y ahogué un grito. Vi la sangre. No era una herida profunda. La aeromoza estaba en uno de los asientos delanteros, atendiendo a una pareja de señores mayores. El hombre a mi lado me miraba con un gesto de terror. –Lo siento –me dijo–. No sé qué fue. No sé cómo pedirle disculpas. Ay, lo siento, señor. No sé qué me pasó. Recordé un recurso de mis años infantiles cuando tenía alguna herida. Acerqué los labios y absorbí toda la sangre que pude. Vi que salía cada vez menos. Era una herida leve y al poco rato iba a cicatrizar. El hombre seguía pidiendo disculpas. De pronto, sin saber cómo, logré alzar una mano y asestarle un puñete en la cabeza. Se lo di de golpe, en la frente, y el tipo cayó hacia atrás sin decir nada. Saqué un pañuelo. El tipo se lo puso sobre la cara. La aeromoza se acercó a nosotros con una sonrisa. –¿Desea que le sirva otro trago, señor? –me dijo. –Sí –contesté–. Un vodka, por favor. El tipo se incorporó. Me asombró que la aeromoza no hubiera notado nada. Nos quedamos en silencio. –Perdóneme por el golpe –le dije. No me contestó. Cuando me trajeron el trago, se lo ofrecí. Tomó un poco. –Gracias –me dijo. Tomó otro sorbo largo. Se puso la cabeza entre las manos. –No sé cómo voy a hacer con esto –dijo. –¿Hacer con qué? –Con el velorio. –¿Dónde es? –En su departamento, en la avenida Iquitos. Por Isabel la Católica, allí. –Estará con sus parientes, supongo. –Sí, allí estarán todos. Todos. Pero no sé. De pronto me sentí agotado. Fue como si de repente el tipo ya no

estuviera allí. Lo que recuerdo son algunos sollozos más. Luego todo se nubló. En la oscuridad, sentí algunas voces de la azafata y algo moviéndose a mi costado. Cuando me desperté, el asiento de al lado estaba vacío. Vi las luces de algunos barcos pequeños. –Justo a tiempo –me dijo la aeromoza. Ya vamos a aterrizar. –¿Y el hombre que estaba aquí? –le pregunté. –Regresó atrás. Pobre señor. –¿A dónde fue? –A su asiento. Póngase el cinturón, señor, por favor.

 En la cola de migraciones no lo vi, pero mientras esperaba la maleta de pronto apareció a mi lado. Me sonreía, o eso fue lo que me pareció. No había trazas del golpe en su mejilla. En ese instante vi mi maleta negra y adiviné que la suya era la que estaba al lado, una maleta gris. Cuando lo vi acercarse lentamente a recoger su equipaje, sentí que debía ayudarlo. –No se moleste –me dijo. En ese instante, me sentía absolutamente despierto, como si hubiera descansado muchas horas. No tenía ningún deseo de volver a mi departamento vacío. Lo único que me esperaba en mi edificio era montones de cuentas y folletos de propaganda. Sentí curiosidad por ver cómo sería el velorio de su madre. Le di la mano. –Nos vemos –le dije. –Sí. –¿Alguien viene a recogerlo? –No –sonrió–. ¿Quién va a recogerme a mí? Miró hacia el cielo negro. Una jauría de taxistas se acercaba a los pasajeros. –Bueno, he dejado mi carro aquí, en el estacionamiento del aeropuerto –le informé. Y después de una pausa, añadí–: Lo puedo llevar. –¿No sería una molestia? –No. No se preocupe. Caminamos hasta el estacionamiento. Encontré el Nissan algo sucio pero tal como lo había dejado. El hombre guardó su equipaje. Aún estaba oscuro. Eran como las cinco

de la mañana, y yo estaba yendo a dejarlo en casa de su madre.

 En el camino me contó algunas historias de ella. Me dijo que había vivido hasta los noventa años. Siempre bien, siempre soportando todo. Y siempre de pie. Incluso el último día, se había preparado el desayuno, antes de caer privada. Yo pensé en mi propia madre. Había muerto tanto tiempo antes. Yo trabajaba en un periódico por entonces. Hacía mucho que no pensaba en ella. La vi durante muchos años. Incluso cuando trabajaba seguía siendo un niño que iba a su casa y a veces almorzaba allí. Me gustaba tanto llegar. A veces, mientras veía la televisión en su casa ella me acariciaba el pelo haciendo círculos con una mano, como batiendo algo en mi cabeza. Con su moño gris, sus labios delgados y sus largos trajes blancos. Fue ella quien me regaló mis primeros libros. El día en el que mi madre tuvo un infarto me avisaron por teléfono.

Ella aún estaba viva cuando contesté la llamada. Pero yo trabajaba en un periódico. Debía cerrar una edición. No había llegado a la clínica hasta esa noche, cuando ya había sido demasiado tarde.

 Llegamos a La Victoria. Cuadré el carro en una cochera. Había pensado dejar al hombre en la puerta del edificio donde me había dicho que era el velorio, pero la verdad es que para entonces ya tenía una curiosidad inmensa por saber cómo sería el encuentro con sus parientes. Caminé con él por la avenida. Llegamos a la puerta de barrotes de un edificio. Él tenía la llave. –Siempre supe que iba a usarla de nuevo –me dijo. Entramos a un corredor. Subimos por unas escaleras de madera crujiente. Sentí una pestilencia. Me pareció oír voces en las cercanías. De pronto llegamos a una puerta.

El hombre tocó. Oí unos pasos al otro lado. Un tipo alto, de aspecto cansado, le abrió. –Qué bueno que has llegado –le dijo, y se fue, cerrando la puerta. Estábamos en una habitación enorme, con paredes de quincha. Había grietas largas, que formaban una especie de diseño. El aire era ligeramente frío pero las ventanas de madera estaban cerradas. Dimos unos pasos sobre la madera astillada. El inmenso salón estaba desierto. Pero dos sillas blancas estaban dispuestas cerca del ataúd. Me acerqué y la vi. Tuve que retroceder un paso. Me llevé una mano a la boca. La mujer que estaba en el ataúd era idéntica a mi madre: el moño gris, el traje blanco, los labios largos y delgados. Nos sentamos, uno al lado del otro. Él empezó a llorar otra vez. Me paré a mirarla de nuevo, y puse la cabeza entre las manos. Sí, era ella. Había llegado tarde. ~

ALONSO CUETO (Lima, 1954) es narrador, ensayista y dramaturgo. Su novela más reciente es La pasajera (Seix Barral, 2015).

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ENRIQUE WINTER

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ilustración

ARI CHÁVEZ CHACÓN

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>> CRÓNICA

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Dos poetas se reúnen. Uno, estadounidense, es el legendario fundador de la revista L=A=N=G=U=A=G=E. El otro, chileno, es el autor de una obra importante, breve e inclasificable. Surgidos de tradiciones distintas, Bernstein y Maquieira parecen dobles opuestos. Su encuentro es un viaje que va de Dylan a Poe, de Nicanor Parra a Joseph Ratzinger.

CUANDO CHARLES CONOCIÓ A DIEGO

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Diego Maquieira (Santiago de Chile, 1951) –quizás el único épico y el más delirante de los poetas de este “pueblo sin revolución” pegado a un “mar mareado”– no sale de su casa ni tiene correo electrónico. “Vivo en el siglo xix, me divorcié del tiempo”, le dice a Charles Bernstein (Nueva York, 1950), quien le pregunta si tuvo que pagar compensación por el divorcio. Charles es su doble opuesto: luego de Chile, viajará a exponer en Polonia, Alemania y China. Fundador de la revista l=a=n=g=u=a=g=e y principal exponente de la poesía experimental estadounidense, se sorprende con la recepción amigable y en inglés de Diego: “Viví en Nueva York hasta los ocho años, estudié en Saint David, junto al hijo de Kennedy, pero luego mis padres no pudieron pagar y me cambiaron al Saint Ignatius Loyola.” Una gruesa rama atraviesa la puerta de calle y nos obliga a entrar agachados. Una selva contenida, como la poesía de Diego, acompaña el camino a su despacho. “A mi esposa (la artista Susan Bee) la conocí viviendo a la vuelta de esos colegios”, responde Charles, acomodándose en el único sillón sin libros. La primera esposa de Diego también es pintora y madre de dos de sus hijos, artistas como los de Charles. Los poetas tienen la misma edad y comparten numerosas inquietudes estéticas, que van del uso libre del monólogo al de las ironías de una lucha contra los poderes centrales de la palabra y la historia política, motivos de sobra para reunirlos aunque no se conocieran hasta hoy. Charles visita Chile a raíz de la antología Abuso de sustancias, su primera traducción al castellano, abreviada en México como Grandes éxitos y aparecida completa en Ecuador y España como Blanco inmóvil. Dio charlas y lecturas en las universidades del Desarrollo, Diego Portales y Católica de Valparaíso, además de una presentación en La Chascona, casa museo de Neruda. “Siempre viví en Manhattan y acabo de mudarme a Brooklyn”, dice Charles. Diego, en cambio, habla de su padre diplomático, trasladado a Bolivia, México y Ecuador antes de Nueva York, desde donde volvieron a Perú. Fue allí donde aprendió español, tardíamente y con tutores, “para arruinarlo luego en Chile”. No ha vuelto a salir desde hace cincuenta años. Y menos a Estados Unidos, donde por materias de seguridad se ha restringido toda la libertad que le enseñaron entonces y que incluía a una niñera de veintidós años que le permitía tocarle y besarle los pechos antes de dormir. “Eso es ilegal ahora”, advierte Charles, entre risas. “¿Viste?”, responde Diego.  “Fui el primero de mi familia en entrar a la universidad –relata Charles–, pero jamás consideré seguir estudiando.” Como Diego, decepcionó en esto a su padre. El chileno confiesa ahora que sí fue una vez a Filadelfia, como poeta en residencia. Es justamente allí donde Charles da clase, algo que comenzó a hacer en la Universidad Estatal de Nueva York en Búfalo a los cuarenta años de edad, cuando nació su hija. Con lumbreras como Robert Creeley y Susan Howe fundó el programa de poética que luego dirigió. “Es demasiado tarde, estoy demasiado viejo para nuevas invitaciones”, le contesta Diego. Charles toma nota de la excusa y yo agradezco que no la considerara cuando le extendí mi invitación.

Diego se levanta sin dejar de conversar: “¿Sabes a quién conocí en los sesenta, en la casa de Nicanor Parra? A Jerry Rubin”, y rápidamente encuentra entre las rumas de libros la primera edición del manifiesto del ícono pacifista, Do it!: Scenarios of the revolution [¡Hazlo! Escenarios de la revolución]. Charles asistió a sus convocatorias y estuvo en la marcha pacifista que acompañó a la Convención Nacional Demócrata de 1968, pero no le simpatiza que Rubin “se haya vendido al capitalismo” en los ochenta. Recuerda con cariño sus debates con Abbie Hoffman. Entonces Diego prefiere preguntarle por su experiencia en Chile. “El estatus de la poesía y de los poetas –no necesariamente los correctos– es muy distinto al de Estados Unidos. Aquí es mayor y más sustancioso en términos de la cultura y de la identidad nacional”, le explica Charles, sorprendido de ver a los poetas chilenos dándoles nombre a los centros culturales, restoranes y hoteles, dándoles rostro a los billetes; de curadores de algunas exposiciones de fotografía o fotografiados en otras. “En Estados Unidos los poetas no existimos en esos términos públicos, lo que nos da libertad. Los conservadores, estética y políticamente hablando, lo ven como un fracaso, por esa necesidad de oficializar la cultura, pero no me parece así.” Agrega: “En Chile lo entiendo, porque no se manifiesta esta identidad en otras áreas; en los restoranes he oído solo música estadounidense y en los cines, películas estadounidenses, pero no deja de ser extraño, porque no se trata de una defensa de la lengua, como sucede con la poesía finlandesa, por ejemplo, puesto que en muchos países se escribe en español. Tengo menos esperanzas para la poesía en Estados Unidos. Por su tamaño, cuesta que las ideas lo atraviesen. Pasan décadas antes de que se reconozca cualquier cosa fuera del círculo inmediato de cada poeta. Parece paradójico, pero hay un gran nivel de insularidad. Eso genera cierta miopía en los poetas jóvenes, no hay estímulos para preocuparse de otras culturas. Lo acepto más que criticarlo. Pero no son ellos lo que importa, es la poesía.”  El Annapurna es el nuevo libro de Diego y toma su título de un macizo “de seis montañas mayores del Himalaya. Tiene desiertos, bosques y lagos en la cima, fantásticos. Para mí es el amigo del Aconcagua, que está tan solo, seco y aburrido por acá”. Es el primero en dos décadas y, de algún modo, responde a la pregunta que nos dejara Roberto Bolaño: “Diego Maquieira escribe dos libros únicos, brillantes, y después opta por el silencio. ¿Qué nos quiso decir Maquieira?” Pero no volvió del todo de ese silencio, pues el libro es una compilación de imágenes intervenidas brevemente por su letra manuscrita. La yuxtaposición de fotografías dialoga con uno de los principales mecanismos compositivos de Charles, el de la parataxis, la exposición sin conectores de elementos de diversa entidad y origen. Diego lo presenta como una secuencia de película, de caricatura o de Viewmaster: “¿Te acuerdas del Viewmaster, Charles?” “¡Claro, en 3d!” Entonces Diego habla de El Annapurna como un cuaderno, como la versión latinoamericana de la revista Vogue, llena de referencias precolombinas, “pero no quiero hacer poesía latinoamericana, voy a hacer lo que me dé la gana siempre, aunque sea un fiasco”. Le responde a Charles que tampoco se considera

un poeta chileno, que la imaginación no sabe de fronteras: “Tengo el corazón en Inglaterra, la mente en Francia, el cuerpo en Italia, el espíritu en Alemania y los pies en este país jodido y hermoso.” Le encuentro razón a Diego cuando pienso en la “pira luminaria / de Nueva Inglaterra / ready for take off / to Stonehenge”, la glosa que pone al pie de una fotografía con libros apilados que van de Thoreau a Rothko en El Annapurna, pira que, por la referencia a las tumbas de Stonehenge, es más bien funeraria, y que perfectamente podría ser encendida por Charles, reconocido pirómano de lo que huela a canon. O por otro Bernstein, Leonard, el compositor, a quien Diego llama Lenny, porque era íntimo amigo de sus padres y les prestaba no solo el balcón del Carnegie Hall sino también la casa durante las vacaciones. Ante el estupor de Charles, que amaba sus Conciertos para jóvenes, Diego recuerda que el autor de Amor sin barreras y director de la Filarmónica de Nueva York “estaba casado con la chilena Felicia Cohn y jugaba conmigo cuando niño. Me parecía un tipo fantástico, tan cálido, tan libre”. “¿Sabías que ‘Bernstein’ significa ‘ámbar’?”, lo interrumpe Charles, que prefiere el trabajo de Leonard en Broadway antes que en la Filarmónica, y recomienda Un día en Nueva York y la colección de sus cartas, publicada recientemente. Las anécdotas de la infancia neoyorquina no terminan ahí. Diego vio a Nikita Jrushchov en la calle antes de la famosa intervención en las Naciones Unidas donde la rabia lo habría llevado a golpear la mesa con un zapato. “Me sentí destruido cuando mataron a Kennedy, es que yo estaba enamorado de Jacqueline”, agrega, y se levanta por segunda vez en una conversación fluida como el agua que no hay, trayendo de vuelta una carpeta. Entre los documentos muestra la respuesta de la Casa Blanca a las condolencias que envió a la viuda. Trae también la antología bilingüe Poets of Chile de Steven White, con fotos juveniles de los autores de su generación. Le comento a Diego que Aristóteles España, uno de los poetas incluidos, vivió en mi casa un año antes de su muerte. “¿Murió?”, exclama, y debo responderle que hace más de tres años.  “¿Aprovechaste para visitar a Nicanor Parra?”, pregunta Diego, a propósito del centenario del poeta, “él viajaba bastante a Nueva York, era muy amigo de James Laughlin”. Charles conoció al editor de New Directions, donde publicó Parra, también a sus cercanos de la costa oeste –Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti–, pero no al chileno, “mayor que todos los beats”, porque no quiso sumarse a la fila de quienes vienen a tomarse una foto con él. Se espantó incluso al visitar la exposición en su honor, con tantos retratos y tan poca poesía. A propósito de esta relación entre ambas tradiciones, intensa en la década del cincuenta, Diego vuelve a la carga y le consulta a Charles por dos poetas estadounidenses que aún lea y ame, que nunca lo aburran. –Soy un profesor de poesía, profeso a muchos poetas. La verdad es que varios de los poetas que prefiero me aburren. Lo que me gusta de ellos es justamente que puedo tener suficiente. Vuelvo siempre a Gertrude Stein y de esa generación leo a William Carlos Williams, Wallace Stevens, Ezra Pound y T. S. Eliot. Entre los menos conocidos,

un poco más jóvenes, me gustan los objetivistas, de los que siempre escribo: Louis Zukofsky, Charles Reznikoff, Lorine Niedecker, George Oppen, Muriel Rukeyser. También los love poems de Mina Loy. –¿Y qué número amas? –¿Se puede amar realmente un número? Quizás me guste alguno. –Yo empecé a amarlos cuando me aburrieron las palabras –aclara Diego–, los números son como dibujos, piénsalo así. –Bueno, una sucesión infinita de 3. Aunque la respuesta correcta, con más onda, sea 0. Diego usa esta información para efectivamente dibujarle a Charles la dedicatoria de su último libro. Se toma unos minutos, preguntándonos la ortografía de varias palabras, “quiero decir lo que siento”, mientras le cuento que Charles le ha sacado lustre a las erratas que él está evitando y a los errores de tipeo en poemas como “Lift off”. “Porque cometo muchos”, dice y le regala a Diego el devedé Pinky’s rule [La ley del meñique] con imágenes que dialogan con sus poemas, “una especie de historieta. ¿Tienes donde verlo? Como no te gusta la tecnología”. Diego reconoce que, al menos para eso, es autodidacta, “más auto que didacta”, luego explica el origen celta de su apellido, lo deletrea y Charles recuerda al poeta escocés Hugh MacDiarmid y nos lo recomienda. Hablamos de los métodos no intencionales en las composiciones de Jackson Mac Low y del tenista John McEnroe. Diego admite entonces que su letra es la de alguien que no fue al colegio. “A mí me parece la de alguien que se sobrepuso a él”, le celebra Charles, junto con la mención a lo imposible en la dedicatoria: “esa es mi estética, lo imposible”. Diego continúa: “La verdad es que estoy en edad y con las ganas de volver a estudiar, pero con un maestro, sin doctrinas.” Entonces le devuelvo la pregunta sobre poetas que él hizo: –Para mí es muy claro. Son tres: Constantino Cavafis, Giuseppe Ungaretti y César Vallejo. A medida que la poesía se vuelve más conceptual y libera a las palabras de sus significados literales, es posible entenderla en otros idiomas, pienso, mientras Charles elogia algunas páginas de El Annapurna. También verla desde arriba, como al territorio chileno desde el avión que él tomará por la noche y donde se comprometió a leer este regalo. Mientras, Diego planeará la destrucción de isis, para la honra de Alá, dice, como en su libro Los Sea Harrier donde Joseph Ratzinger es el enemigo, décadas antes de que lo eligieran sumo pontífice. Charles también cita al papa y su dictadura de la obediencia, oponiéndose a la herejía del relativismo, en la letanía del poema “Recantorium” que presentó esta semana en la Universidad Diego Portales. En ese texto dice arrepentirse de sus luchas, las mismas que la tribu de Maquieira pierde contra los milenaristas de Ratzinger en Los Sea Harrier, no sin antes “encender un faro entre las estrellas”. Concuerdan en que Ratzinger habría rendido más como secretario general de la otan que como papa, aliando las fuerzas de isis y Occidente al estilo de la Guerra de las Galaxias. Ante su renuncia, Charles esgrime que tal vez lo mataron secretamente en una conspiración y Diego concluye: –A mí me parece que Ratzinger tiene miedo. Por eso sigue escondido en el Vaticano. ¿Y qué me dices del futuro de Estados Unidos y del mundo, Charles?

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–Estoy más preocupado por el de la Iglesia católica. ¿Aceptarán curas mujeres, aceptarán el matrimonio homosexual? La respuesta a ambas preguntas es: no.  ENRIQUE WINTER

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A Diego le impresiona la bandera al revés que vio en la protesta por la matanza de un adolescente negro y desarmado en Ferguson. A Charles eso le recuerda a Abbie Hoffman tirando los billetes por la ventana en Wall Street, mostrando cómo los corredores de bolsa se lanzaban a recogerlos. Se trata de la importancia de la imagen grandiosa que puede ser reproducida, a lo Claes Oldenburg. Ahora sí Charles puede responder sobre el futuro de Estados Unidos: le simpatiza Obama, “ha hecho lo posible ante la fuerza inabarcable de las transnacionales y la oposición. No conozco a nadie que no sienta que los republicanos son criptofascistas. A la mayoría que votó por ellos no la veo, ellos no me ven a mí tampoco, ni cuando niño pude entender cómo ganó Nixon. Solo en Búfalo, que de todas formas es demócrata, pero opositora a cierta globalización, sentí que conocí un poco de Estados Unidos. El barrio neoyorquino donde viví toda mi vida, el Upper West Side, se parece más a Santiago o a París. Mis abuelos llegaron de Rusia y todavía siento una conexión fuerte con la Europa anterior a la guerra”. Diego se ha entusiasmado en su autoimpuesto rol de entrevistador. –¿Y que piensas de Bob Dylan? Ante el silencio de Charles, el chileno suelta: –¡Soy más adolescente que tú! –Y yo más leal a Caetano Veloso. A Dylan lo respeto solo hasta 1976, de hecho escribí un ensayo sobre Blood on the tracks, que es un álbum extraordinario. Cuando mi hermano mayor trajo su primer disco, Bob Dylan, me impactó. En sus entrevistas evasivas era tan divertido: “no me considero afuera de nada, simplemente no estoy alrededor”. Crecí con su música y con la de Phil Ochs. Lo conozco muchísimo, como cualquiera de mi edad, pero me pregunto qué le pasó que perdió esa conexión que tenía con el mundo y con pensar la música. Fue interesante su resistencia a ser una estrella, pero esa privacidad de algún modo lo venció. Nunca mostró interés o compromiso por otro músico más que él mismo o Woody Guthrie y eso está mal: “tienes que servir a alguien”. A propósito de ese tema [“Gotta serve somebody”] del disco Slow train coming, puedo aceptar a los judíos a quienes les gustan los judíos, a los judíos antisionistas, a los judíos que prefieren a los palestinos, pero no soporto a los judíos que se convierten al fundamentalismo católico. Diego quiere saber si los jóvenes siguen escuchando a Dylan. Asiento, aunque le digo que no siempre por los mejores motivos, lo que obliga a Charles a darle una definición de hipster: “mi barrio lo es, de jóvenes onderos e irónicos, que prefieren productos vegetarianos y de madera, al doble del precio. Es una crítica, burguesa y ostentosa, al consumo. Trabajan para Google, por ejemplo, y hacen que suba el precio de las casas. Igual la gente los critica demasiado, son ellos los que van a conciertos de rock, pese a todo”. Aclara: “prefiero a Dylan que a McCartney, y mi madre todavía vive a dos cuadras de donde mataron a Lennon, que era mi favorito de toda esa gente. Para mí se había vuelto más interesante aún colaborando con Yoko”.

Es natural la aversión de Charles al aislamiento de Dylan, considerando que la mayor parte de su trabajo ha sido colectivo, como el del folk de los años treinta y cuarenta en Estados Unidos y la bossa nova de los cincuenta en Brasil, en la que los poetas participaron activamente. Dice en el poema que da título a su último libro, Recalculando: “El problema con enseñar poesía es quizás el contrario de otras áreas: los estudiantes llegan creyendo que es personal y relevante, pero trato de que la vean como formal, estructural, histórica, colaborativa e ideológica. ¡Qué aguafiestas!” Cummings es demasiado sentimental y dulce para Charles, que no se quedaría con más de cinco de sus poemas; Diego lo ama. “Es realmente popular, como Robert Frost”, agrega, para luego coincidir en la pasión por Dean Martin, al punto que la esposa de Charles le regaló las grabaciones completas para su quincuagésimo cumpleaños. También por Jerry Lewis, “casi un dios en El profesor chiflado”, y prefieren a Mickey Rourke en Barfly representando a Bukowski, que al poeta mismo, “un reaccionario, un machista”. Cole Porter y Ella Fitzgerald también salen al baile. Charles fue amigo del poeta argentino Jorge Santiago Perednik y, entre los chilenos, aún lo es de Cecilia Vicuña, además de un lector aventajado de Vicente Huidobro y Juan Luis Martínez. Cuando Diego le cuenta que entrevistó a John Ashbery –de luto por la muerte de su madre–, Charles responde que esa muerte es tal vez el tema central de la poesía ashberiana. En cambio John, abriendo dos botellas de champaña, le respondió a Diego que su tema era el tiempo. Luego de celebrar las atenciones de Ashbery –“demasiado bueno para ganarse el Nobel: sus poemas no tienen finales ni sentido”, dice Charles–, Diego subraya la relevancia de la ingenuidad para la poesía: “Popeye me hizo creer por años que la espinaca me haría fuerte y un beisbolista me convenció de que el olor del baño público de veras me mataría.” El último acuerdo del día viene del lado oscuro: Baudelaire y Edgar Allan Poe, que nos mira desde la cima de los libros más cercanos a Diego. Charles lleva cinco años escribiendo un ensayo basado enteramente en su obra, “que fue construida con base en un uso radical del pastiche de diversas fuentes –argumenta–, propugnando por una poesía que no fuera moralista, didáctica ni, a la larga, profunda. Poe está preocupado por las sensaciones poéticas –que nos pegan sin que sepamos del todo lo que son–, y no por el valor. El arte por el arte, sin relación al bien. Hasta Mallarmé se lo reconoce: solo esto y nada más. Esto como la palabra y el sonido, no hay nada que deba entenderse: si no lo entiendes, lo entendiste; incluso en un sentido budista”, agrega Charles, quien considera que A love supreme de John Coltrane es deudor también de ese esteticismo visceral. Cuando Coltrane empuja esa única línea, repitiéndola, ya no se escucha el sentido literal más allá del sonido, de la música. “El principio poético” de Poe es ahora el fin, pues, como él escribió y lo citan Charles y Diego ante mí, “no hay tal cosa como el poema largo, sino una suma de poemas breves”. En esto se parece a una conversación; han pasado tres horas y debemos marcharnos. ~ ENRIQUE WINTER es autor del poemario Lengua de señas (premios Pablo de Rokha y Goodmorning Menagerie), de la novela Las bolsas de basura y del álbum Agua en polvo, entre otras obras. Es, además, traductor de Charles Bernstein y Philip Larkin.

LIBROS 64

Ricardo Piglia

l LOS DIARIOS DE EMILIO RENZI. AÑOS DE FORMACIÓN

Pablo Mijangos y González l

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

THE LAWYER OF THE CHURCH

Varios autores

ARCHIVO NEGRO DE LA POESÍA MEXICANA l

Alberto Manguel

l CURIOSIDAD. UNA HISTORIA NATURAL

DIARIOS

El triunfo de una forma de leer

Ricardo Piglia LOS DIARIOS DE EMILIO RENZI. AÑOS DE FORMACIÓN Barcelona, Anagrama, 2015, 358 pp.

Gerardo Villadelángel Viñas (compilador) l

MÉXICO EN SUR. 1931-1951

Daniela Bojórquez Vértiz l

ÓPTICA SANGUÍNEA

PATRICIO PRON

A lo largo de los últimos treinta años, la existencia de los diarios de Ricardo Piglia (Adrogué, 1941) fue motivo de discusión entre los lectores argentinos. ¿Existían? ¿Eran parte de ellos los fragmentos que su autor publicaba periódicamente como tales? ¿Conformaban, como su autor afirmaba, un reservorio y el origen de los temas tratados en su obra, una de las más importantes de la literatura contemporánea en español? Un documental reciente del cineasta argentino Andrés Di Tella titulado 327 cuadernos y la publicación por parte de Anagrama de Años de formación, primera parte de una trilogía titulada Los diarios de Emilio Renzi,

parecen poner de manifiesto que la sospecha era infundada, pese a lo cual es inevitable (y un mérito de su autor, en cierto sentido) que las preguntas en torno a la que este considera su obra más importante sigan siendo formuladas durante y después de su primera entrega. Años de formación narra el periodo comprendido entre 1957 y 1967, años en que su autor toma la decisión de ser un escritor, deja de lado las primeras lecturas, estudia historia en la universidad de La Plata, lee a los que serán posteriormente sus autores de referencia (su enumeración parcial es significativa: Albert Camus, Carlo Emilio Gadda, Malcolm Lowry, Cesare Pavese, Ernest Hemingway, Jorge Luis Borges. Dashiell Hammett), se enamora, ve filmes y extrae de ellos lecciones narrativas (la avidez del joven Piglia es, en ese sentido, notable), juega al billar, asiste a partidos de futbol, escribe sobre Ezequiel Martínez Estrada, participa de las batallas políticas de su época (por el laicismo de la enseñanza universitaria, contra la invasión estadounidense de Santo Domingo y el acoso a Cuba, por la creación siempre frustrada de una izquierda argentina al margen del peronismo, etcétera), se hace anarquista, se hace marxista, se hace trotskista, ayuda a su abuelo a extraer algún tipo de lección de la experiencia de la Primera Guerra Mundial en el frente alpino, vive en pensiones, da clases, establece sus primeras amistades literarias (Juan José Saer, Daniel Moyano, Miguel Briante, Germán García, Rodolfo Walsh), dirige revistas, traduce, escribe sus primeros relatos, publica su primer libro. De fondo, un país que cambia radicalmente y constituye el fermento de la que posiblemente haya sido la época más importante de la historia cultural argentina, en no escasa medida gracias a Piglia y a sus amistades. 1957 y 1967 delimitan el periodo de formación no solo intelectual de su autor, pero su intrusión en el texto y el exceso de perspectiva otorgan al libro

un carácter ambiguo. Mientras lee Años de formación, uno se pregunta qué es exactamente un diario y si este lo es. No es una pregunta ingenua: si se define el género, por ejemplo, como “un registro personal de experiencias, ideas y reflexiones escrito regularmente” (Kathleen Morner y Ralph Rausch), la respuesta a la pregunta es que este nuevo libro de Ricardo Piglia lo es a pesar incluso de que la temporalidad convencional del diario (su carácter iterativo) no existe aquí excepto como promesa. En Años de formación leemos a Ricardo Piglia leyéndose, interviniendo su pasado y reescribiéndolo; el libro no es tanto la transcripción de unos cuadernos como una suma de textos intervenidos cuyo tema es la transformación en escritor de su protagonista y cuya selección está supeditada a la idea que su autor tiene acerca de qué es un escritor en 2015; y no en 1957 o en 1967, cuestión que el autor hace explícita cuando afirma que “la verdadera legibilidad siempre es póstuma” queriendo decir posterior o subsiguiente. La doble temporalidad de estos textos (escritos por Ricardo Piglia en 1965 o 1967 pero leídos e intervenidos por él en 2015, en una operación curatorial sobre el pasado que le otorga un significado retrospectivo) se pone de manifiesto en el hecho de que aquí aparecen ya los principales temas y procedimientos de la obra “adulta” de Piglia (la sustracción del sentido de la anécdota que permite inferir que existe un segundo relato “oculto” bajo la superficie del primero, la invención al margen de las instituciones y como forma de resistencia política, la reproducción y sus vínculos con lo real, la reflexión sobre las series, el azar y las características gramaticales de un lenguaje hipotético para narrar la experiencia, el fracaso de los proyectos individuales, etcétera), pero también en la atribución de los diarios a Emilio Renzi, el avatar más común de Piglia en sus textos. En ese sentido, Años de formación no debería leerse como la transcripción

de los diarios de Ricardo Piglia de 1957 a 1967 sino, más bien, como los diarios de Ricardo Piglia de 2015, periodo en el que habría estado leyendo y ordenando sus diarios: el distanciamiento, el extrañamiento de la operación se pone de manifiesto en la atribución a Renzi, pero también en el tránsito de la primera a la tercera persona del singular en la transcripción. Años de aprendizaje son y no son los diarios de Ricardo Piglia y, por consiguiente, ratifican al tiempo que deslegitiman la leyenda de su inexistencia. (¿No era la invención privada y la incertidumbre acerca de su significado uno de los principales temas de la obra de Piglia? ¿Qué podía ser más consecuente con la visión de la literatura de su autor y una especie de lección narrativa que esos diarios no hubiesen existido nunca?) También agregan una complejidad más a su obra. ¿Cómo leer Los diarios de Emilio Renzi? ¿Qué significado atribuir al hecho de que el relato titulado “La moneda griega” (insertado aquí entre los diarios de 1966 y 1967, lo que indica que fue escrito por esa época o aborda sucesos de esos años) se refiera a acontecimientos fechados originalmente en torno a 1970 y sea la reescritura del cuento “Pequeño proyecto de una ciudad futura” publicado por Letras Libres en octubre de 2001? ¿Cómo evitar pensar que en su inclusión hay una cierta lección literaria? ¿De qué forma leer sin sospecha el punto culminante de una obra literaria que ha hecho de la sospecha su principal enseñanza? Los lectores seguiremos preguntándonos esto durante muchos años, en una manifestación más del triunfo de Piglia, cuya obra aborda precisamente estas cuestiones: “las significaciones escondidas en el interior de una serie indiscriminada de acontecimientos” que trazan la silueta de una vida. ~ PATRICIO PRON (Rosario, 1975) es escritor. En 2014 publicó la novela Nosotros caminamos en sueños (Literatura Random House) y el ensayo El libro tachado (Turner).

HISTORIA

La libertad de los católicos

Pablo Mijangos y González THE LAWYER OF THE CHURCH. BISHOP CLEMENTE DE JESÚS MUNGUÍA AND THE CLERICAL RESPONSE TO THE MEXICAN LIBERAL REFORMA Lincoln y Londres, University of Nebraska Press, 2015, 372 pp.

RAFAEL ROJAS

En los últimos años varios historiadores mexicanos (Brian Connaughton, Erika Pani, Pablo Mijangos, David Carbajal, entre otros) se han propuesto releer la experiencia de la Iglesia católica y de la corriente conservadora en el México republicano y liberal de mediados del siglo xix. El efecto más perceptible de esa relectura ha sido una mejor comprensión de los deslindes y contactos entre los bandos enfrentados en la guerra civil y espiritual que dividió a México, como a la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas, en las décadas posteriores a 1848. Un año que en Europa se asocia con las revoluciones francesa y alemana y en América con la guerra entre Estados Unidos y México. Los dos libros más recientes de Pablo Mijangos, Por una Iglesia libre en un mundo liberal (Universidad Pontificia de México/El Colegio de Michoacán, 2014), coordinado con Juan Carlos Casas García, y The lawyer of the Church (2015), se colocan en el centro de esa nueva corriente historiográfica, reforzando una visión en la que catolicismo, conservadurismo, clericalismo y liberalismo adquieren nuevos sentidos. Libros inteligentes y útiles, que ofrecen distinciones conceptuales que ayudan a pensar sin el maniqueísmo al uso el choque doctrinal en torno a los derechos naturales del hombre, la Reforma y la guerra civil que le sucedió y los dilemas

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LIBROS

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a que se enfrentó la Iglesia en aquel México polarizado. La figura del abogado, gramático y sacerdote Clemente de Jesús Munguía (1810-1868), consagrado obispo de Michoacán en 1852, le sirve a Mijangos para replantearse la pregunta de “qué hacer con Dios en la república”, formulada por la historiadora chilena Sol Serrano. Pregunta que se hizo el propio clero hispanoamericano luego de las independencias que fracturaron la monarquía católica española y que, en México como en casi toda la región, fue respondida por medio de la aceptación de la premisa constitucional de que, a cambio de no tolerar otra religión, la Iglesia limitaba su autonomía bajo la protección del Estado. Así como Brian Connaughton ha llamado la atención sobre el trasfondo católico de muchos liberales mexicanos (Vallarta, Otero, Prieto, Lafragua, Zarco, Altamirano), Pablo Mijangos rastrea el peso del liberalismo en Munguía. Antes de asumir el obispado de Michoacán, Munguía había escrito sus dos obras fundamentales: Del culto considerado en sí mismo y en sus relaciones con el individuo, la sociedad y el gobierno (1847) y Del derecho natural en sus principios comunes y en sus diversas ramificaciones (1849). En ellas citaba a autores conservadores o tradicionalistas europeos como Joseph de Maistre, Louis de Bonald, Jean Baptiste Thorel y Juan Donoso Cortés, pero su argumento central estaba muy lejos de cualquier posición ultramontana. La Iglesia mexicana aceptaba la doctrina de los derechos naturales del hombre, acataba la soberanía nacional y apostaba por el diálogo o, al menos, la traducibilidad entre el derecho canónico y el derecho constitucional moderno. Munguía heredaba esa posición de su antecesor en la mitra de Michoacán, Juan Cayetano Gómez de Portugal y Solís (1783-1850), y otros prelados de la generación que vivió la Independencia y los primeros gobiernos republicanos. Pero a Munguía tocó enfrentarse a la fractura entre liberales y conservadores

durante los años cincuenta y sesenta, una circunstancia nueva que demandaba de la Iglesia una respuesta más ahormada. En este punto, el estudio alcanza su mayor sofisticación al describir cómo el principal intelectual de la Iglesia católica mexicana a mediados del siglo xix no actuó como mero portavoz del bando conservador sino como un defensor de los intereses católicos en un momento en que la exclusividad confesional, derivada del proyecto originario de Patronato de la Constitución de 1824, se veía cuestionada por las Leyes de Reforma y por la Constitución de 1857. Cuenta Mijangos que cuando Munguía fue nombrado obispo de Michoacán en 1850, tras la muerte de Gómez de Portugal, se negó a jurar la Constitución federal de 1824, restablecida durante la guerra con Estados Unidos. La negativa del obispo fue interpretada por muchos como un acto de desacato a la autoridad civil y de profesión de fe antiliberal, pero en realidad era una reafirmación del constitucionalismo católico del prelado. El juramento, según Munguía, era inconstitucional ya que de acuerdo con el artículo 50 de la misma Constitución, la autoridad civil sobre la Iglesia debía ser refrendada por un concordato con la Santa Sede que el gobierno mexicano no había firmado. Paradójicamente, el gesto del obispo trasmitía una doble y conflictiva lealtad, al orden constitucional republicano y a la Roma de Pío IX, que Munguía intentó sobrellevar boicoteando varios intentos de negociación del patronato regio. Entre 1855 y 1858, Clemente de Jesús Munguía se opuso tenazmente a las reformas liberales. Sin embargo, ese posicionamiento no derivó, como decíamos, en una alianza incondicional con el bando conservador. La mayor prueba de lo anterior fue que cuando se instaura el Imperio de Maximiliano Munguía sigue cuestionando los términos en que se quiere negociar el concordato. No solo por la suscripción de las leyes de Reforma por

parte del Segundo Imperio sino por una visión sumamente crítica de la legitimidad nacional del nuevo orden monárquico. Según el principal jurista y teólogo de la Iglesia mexicana, el trono de Maximiliano “estaba en el aire” y su “carácter antinacional” y la tenacidad y la intransigencia de su adversario republicano y liberal lo llevarían al fracaso. La conclusión de Mijangos es elegante y aleccionadora, por las paradojas que entraña y por el aliento que ofrece al abandono del burdo partidismo en la investigación histórica. Sugiere el historiador que en sus últimos años de vida, cuando comprobó en la práctica que sus peores temores se materializaban, Munguía llegó a pensar que el proyecto de una “Iglesia libre bajo un Estado confesional”, plasmado desde la Constitución de 1824, era imposible de realizar en el México posterior a las leyes de Reforma, la Constitución de 1857, la guerra civil y el Imperio de Maximiliano. Como los propios liberales, Munguía pensaba que un México nuevo había surgido de aquella encarnizada fractura. La idea de la nación católica, elocuentemente defendida por Lucas Alamán, debía ser revisada no tanto porque avanzara la tolerancia religiosa sino porque el Estado había impuesto su soberanía a la Iglesia, limitando severamente su autonomía y, a la vez, privándola de su protección. En esas condiciones, cuando el Estado ha dejado de ser confesional en la práctica, el ideal de una Iglesia libre no debía abandonarse sino asumirse a mayor profundidad. En inusitada convergencia con Benito Juárez, Clemente de Jesús Munguía habría terminado sus días, a principios de la República restaurada, valorando las ventajas de la separación entre Estado e Iglesia en México para defender la libertad de los católicos bajo un orden constitucional laico. ~ RAFAEL ROJAS (Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y ensayista. Su libro más reciente es Historia mínima de la Revolución cubana (El Colegio de México/Turner, 2015).

POESÍA

El canon de los raros Varios autores ARCHIVO NEGRO DE LA POESÍA MEXICANA México, Malpaís-Fonca, 2014, 10 volúmenes

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

El canon de la poesía es un agua aparentemente estancada, pero con recias corrientes subterráneas, que buscan llevar a la superficie materiales sumergidos. Cierto, pese a la sobrecarga de prestigios inerciales, no hay una historia definitiva de la poesía y las reputaciones en este ámbito se van sedimentando y alternando mediante un complejo proceso de imposiciones y rebeliones, pugnas y consensos entre comunidades poéticas. La polémica poética no solo está entre los vivos, sino que en las tumbas hay cadáveres que, imantados por las querellas presentes, mantienen encarnizadas batallas por salir a la luz. De esta manera, escuelas desdeñadas e individuos inasimilables en su tiempo adquieren segundas oportunidades y renovados créditos. La reivindicación de un autor no solo es un acto de justicia poética, permite darle un lustre intergeneracional a las prácticas e ideologías poéticas del momento y constituye una forma de proyectarse y airear los cotos de poder literario y académico. Por eso, los excéntricos, los olvidados, los marginales, los desplazados o los malogrados son especies altamente demandadas en el mercado editorial de la poesía. La caza de “raros” puede responder a un gesto de rebeldía maquinal o a un cálculo mercadotécnico, pero también puede convertirse en un acto simultáneo de ruptura y enlace crítico por parte de los lectores más nuevos y exigentes, que requieren

validar y renovar su pléyade de antecesores. La colección Archivo negro de la poesía mexicana busca poner de nuevo en circulación a una decena de autores que se encuentra fuera de las vitrinas de novedades. Se trata de una suerte de contra-canon de la poesía mexicana, que se caracteriza por la magnitud y seriedad de su proyecto. Son varios los rasgos que distinguen la colección: primero, el hecho de que se haya optado por editar libros completos (y no, por ejemplo, libros antológicos o una antología general), lo que permite una apreciación más precisa del peso y calidad individual de los autores en lugar de subsumirlos en un discurso unificador; segundo, que el rescate no se limite a una época o corriente y mezcle generaciones y perfiles; tercero, que cada libro venga prologado por un crítico joven, lo que le brinda un carácter dialógico y actual y, finalmente, el formato amigable y bajo costo de la colección que propicia un ciclo de vida y difusión más prometedor. Los diez libros y poetas fueron seleccionados por el equipo de Malpaís y disponen de prólogos de académicos del Seminario de Investigación de la Poesía Mexicana Contemporánea, que reconstruyen el contexto del autor, contribuyen a justipreciar su representatividad y valor literario y, sobre todo, muestran el surgimiento de una avezada generación de críticos. Así, pese a que la poesía brinda poca rentabilidad y proyección a sus críticos, resulta estimulante ver un nutrido grupo de especialistas de esta disciplina que intentan dialogar más allá del ámbito de sus pares. Si bien la colección incluye un grupo heterogéneo de poetas, puede decirse que casi todos están vinculados por una noción de compromiso social que, en varios casos, llega a combinarse con un ánimo experimental. La colección incluye desde la poesía proletaria de Carlos Gutiérrez Cruz en

Sangre roja; el alegre vanguardismo del estridentista Luis Quintanilla en Radio; la honda y fina lírica militante de Alfredo Cardona Peña en Poema nuevo; el extraordinario aliento y delirio poético de Raúl Garduño en Los danzantes espacios estatuarios; el revelador y esmerado tono intimista de Miguel Guardia en El retorno y otros poemas; la extravagancia esperpéntica de Ramón Martínez Ocaranza en Patología del ser; el áspero y renovador lirismo de Jaime Reyes en La oración del ogro; la espontánea provocación de Carlos Isla en Maquinaciones; el vitalismo místico de José Vicente Anaya en Híkuri o la colorida lírica de Roberto López Moreno en Morada del colibrí. Esta colección ayuda a brindar un panorama más completo de la poesía mexicana (aunque, como ya se ha dicho, se extrañan las voces femeninas). Habría que distinguir, sin embargo, entre la pertinencia que representa reimprimir estos títulos y el hecho de elevarlos automáticamente como el canon más correcto y auténtico de la poesía mexicana. Por un lado, sería empobrecedor considerar la colección simplemente como el resarcimiento de un conjunto de damnificados del sistema poético y, por mencionar algunos ejemplos, en su breve existencia Carlos Gutiérrez Cruz militó en una ruta poética muy popular y respaldada oficialmente, mientras que algunos otros de los autores, sobre todo Jaime Reyes, obtuvieron merecida atención crítica y difusión. Por otro lado, si bien este Archivo negro contiene un estándar de alta calidad no puede presumirse que todo el material deba colocarse en los altares y corresponde a cada lector ponderar cuáles libros quedan como meras referencias literarias o hallazgos pintorescos y cuáles se integran a las lecturas esenciales. Para mí, hubo descubrimientos como el de Miguel Guardia, cuya depuración formal y conciencia del sufrimiento implican una cima

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desconocida dentro de la corriente de la poesía coloquial, o redescubrimientos como la originalidad del método de composición de ese clásico subterráneo que es Jaime Reyes o la formidable mezcla de visiones y registros lingüísticos de José Vicente Anaya. Acaso el gran valor de la colección consiste en mostrar la complejidad y logros de corrientes estéticas (la vena social y utópica de la poesía mexicana, por ejemplo) que han sido satanizadas, soslayadas o, peor, insulsamente elogiadas, así como en reiterar la actualidad de los recurrentes debates en torno a la función del poeta y la poesía. Ojalá haya nuevos títulos de este Archivo negro que sigan completando el mapa poético y brindando materiales para ampliar el gusto y la memoria. ~ ARMANDO GONZÁLEZ TORRES (ciudad de México, 1964) es poeta y ensayista. En 2014 publicó el libro de aforismos Salvar al buitre (Cuadrivio) y una reedición de Las guerras culturales de Octavio Paz (El Colegio de México).

ENSAYO

Curiosidad por la curiosidad

Alberto Manguel CURIOSIDAD. UNA HISTORIA NATURAL Traducción de Eduardo Hojman México, Almadía, 2015, 566 pp.

 ISABEL ZAPATA

Dice Walter Benjamin en Infancia en Berlín hacia 1900: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad, como se pierde uno en el bosque, requiere aprendizaje.” Las palabras son suyas pero la experiencia es de todos los que, acariciando el suelo de calles desconocidas, hemos guardado en la mochila un mapa tachoneado para resignarnos felizmente a perder el rumbo. En algo se parece leer Curiosidad. Una historia natural a este caminar despreocupado por la ciudad. En sus páginas, Alberto Manguel sugiere un paseo a través de las preguntas que han impulsado una vida intelectual marcada por el asombro. El título es engañoso: más que una historia sobre la curiosidad, un estudio teórico exhaustivo o un tratado filosófico que busque persuadir al lector, Curiosidad es un ejercicio de libertad; su prosa, hilvanada con fluidez y erudición, construye un laberinto en que todas las puertas son, simultáneamente, de entrada y de salida. Rebosante de citas, referencias y anécdotas personales en un orden más o menos arbitrario (por no decir caótico), se trata de un libro cargado de posibilidad. Si perderse es un fracaso, Manguel fracasa estrepitosamente: al estilo de Montaigne, se aleja de todo dogma y va y viene sin prisas ni mayor aspiración que observar el mundo y dejarse sorprender por él. Recordemos que el ensayo –del francés essayer, intentar– es

un bicho que anda a tientas y cuya virtud está en no llegar a ningún lado. A propósito de las virtudes de pasear sin acompañantes, escribe William Hazlitt en su famoso ensayo sobre el arte de caminar: “Nunca estoy menos solo que cuando estoy solo.” Cada uno de los diecisiete capítulos de Curiosidad arranca así, en solitario, con un relato de Manguel que gira en torno a una anécdota personal o recuerdo de su infancia, siempre alusivo a su propia iniciación en la curiosidad. Después avanza, con Dante como guía imaginario y acompañado a ratos por una tupida galería de pensadores, escritores y artistas (realmente una galería: el libro cuenta con una serie de fantásticos retratos realizados por Alejandro Magallanes) con alguna ambiciosa pregunta como base: ¿Cómo preguntamos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué podemos poseer? ¿Por qué suceden las cosas? ¿Qué es verdadero? Sin embargo, dicha estructura interrogativa no delimita los asuntos tratados que responden al plácido capricho del autor. Los temas se van entrelazando con soltura, porque este preguntón de oficio siente curiosidad por absolutamente todo: lo mismo reflexiona sobre los orígenes del lenguaje o cuenta la vida de Raimondo di Sangro –príncipe de Sansevero que descubrió la forma de hacer fuegos artificiales color verde mar– que cuestiona la naturaleza engañosa de la fotografía, cavila sobre los límites éticos de las tácticas terroristas y compara el viaje de Ulises con el avance del Curiosity, un dispositivo de exploración enviado por la nasa a una planicie marciana en 2011. Este impulso indagador no es casual en el caso de Manguel, nómada extraordinaire. Ciudadano canadiense, nació en Buenos Aires en 1948 y ha vivido en Israel, Italia, Inglaterra, Tahití, Canadá, Francia y, según ha dicho en entrevistas recientes, está por mudarse a Estados Unidos. El argentino-canadiense ha vivido siempre lejos del hogar o con un hogar

que se renueva continuamente: no en vano eligió al florentino como guía de viaje y a la Divina comedia como territorio de su paseo (los habitantes del infierno, según el novelista albanés Ismaíl Kadaré, “se parecen, extrañamente, a inmigrantes exiliados”). Es, de hecho, en estos lugares imaginarios –el País de las Maravillas, la Isla del Tesoro, Ciudad Esmeralda– donde Manguel encuentra su verdadera patria. Animal migratorio, algo le atrae siempre en otro sitio y hacia allá va, con tenacidad. En su breve cuento “Del rigor en la ciencia”, Borges imagina a un grupo de cartógrafos tan perfeccionistas que elaboran el mapa de un imperio que coincide puntualmente con el imperio mismo en tamaño y forma. Manguel tiene la misma vocación expansiva que se adivina en dichos especialistas del mapa: quiere abarcarlo todo, verlo todo, conocerlo todo –pero con la diferencia fundamental de que ha comprendido que el territorio es infinito y que su mapa es inasible porque está en transformación constante–. Acaso podemos comparar Curiosidad con aquella serie de libros juveniles de los ochenta Elige tu propia aventura, en la que al final de cada capítulo el lector toma decisiones que modifican la historia y lo llevan a un final sorpresa. Cada lectura es única del mismo modo que no es posible bañarse dos veces en el mismo río. Agotador como todos los viajes que merecen la pena, Curiosidad. Una historia natural no culmina en respuestas sino en una interrogación abierta. La literatura, cuando es el diálogo incesante que debería ser, no exige certezas. Al contrario: abre camino, siembra duda, quiebra el mar helado dentro de nosotros. A fin de cuentas el mundo es un museo de sí mismo y las preguntas no son un modo de entender la vida, son la vida. ~ ISABEL ZAPATA (ciudad de México, 1984) estudió ciencia política en el itam y la maestría en filosofía en la New School for Social Research. Es autora del poemario Ventanas adentro.

ANTOLOGÍA

Otras lenguas, otros mundos

Gerardo Villadelángel Viñas (compilador) MÉXICO EN SUR. 1931-1951 México, FCE, 2014, 918 pp.

DANUBIO TORRES FIERRO

Hay que darle la bienvenida a este libro y a la idea que le dio origen: tiene la virtud de remitirnos a una etapa cancelada pero que fue decisiva para la fundación de una nueva atmósfera en el desarrollo de la literatura y el pensamiento de América Latina. Algo similar, si bien se mira, a devolvernos una memoria, es decir: una tradición. Se trata de la reunión en un volumen de las colaboraciones que aparecieron en la revista Sur entre 1931 y 1951 escritas por mexicanos o relacionadas con México, lapso en el cual –según lo afirma Gerardo Villadelángel Viñas, el compilador– “México encontró en Sur un puente hacia el diálogo con el canon intelectual del momento”. Las firmas mexicanas que aparecen reunidas comprueban la coexistencia en este conjunto de unas corrientes intelectuales y creadoras encaminadas a sucederse y que fluyen con velocidades diferentes sin dejar de pertenecer a un cauce único y unitario. En efecto, desde la presencia de visos patriarcales de Alfonso Reyes hasta la irrupción nerviosa de Octavio Paz, pasando por los razonables discursos disciplinados de Jaime Torres Bodet, Antonio Castro Leal o Gerardo Estrada (y después, por cierto, de unas escalas oportunas en Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza), hasta llegar a la veta replicadora que asoma en Daniel Cosío Villegas, el arco de dos décadas

admite y exhibe una serie de coincidencias y divergencias que parecieran aquí alimentarse y allá anularse unas a otras. Dicho de otro modo: en el proceso que se reconstruye puede leerse, en filigrana, una situación de tránsito entre un periodo que se escurre y otro que despunta. Hay allí una dosis de fascinación para el observador atento: se desmonta cómo los imaginarios –sobre todo si de imaginarios literarios se trata– violan, alteran y reinventan el pasado para inscribirse en el presente y proyectarse hacia el futuro. Es como si se asistiera a la limpieza de una casa (y una causa) común. Una sola cuestión es suficiente para comprender lo que ocurre. Las visiones que se proponen de México (sea como tema literario o político o como lugar de irradiación creadora) recorren caminos que en los casos de Reyes y Torres Bodet se apoyan en miradas tranquilas y algo lastradas por una idealización sublimadora, además de adscribirse a un tono genérico que fragua una cierta neutralidad domesticada, mientras que en buena parte de las de Paz el approach –y el talante que lo sustenta– resuena agresivo y sin contemplaciones. Una dicción de similares alientos rupturistas se discierne en las (escasas) contribuciones de Cosío Villegas, que en 1949 daría a conocer Extremos de América, un título llamado a abonar su autoridad como analista de la realidad del continente y la relación de este con su mitad al norte del río Bravo. Que esos itinerarios afirmativos, huérfanos de sentimentalismos y animados por una vocación que se propone provocar consecuencias en la historia, diseñen ese dibujo articulador es señal de que se obedecía al aire de unos tiempos que la misma Sur se empeñó en hacer suyo; tampoco debe olvidarse que, en los Estados Unidos, Edmund Wilson había dado a conocer esos antecedentes ejemplares que son El castillo de Axel, de 1931, y Hacia la estación de Finlandia, de 1940.

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Más allá de que, en Paz, las transformaciones que él introduce al discurso de recibo se manifiesten también en la poesía y en el testimonio personal, es en el ensayo donde por esas fechas alcanzan su exposición más feliz. Y aquí, en este recodo de la página, es necesario subrayar que ese género confirma en este libro su dimensión mayor en el desarrollo de nuestra historia latinoamericana. Desde el ensayo algebraico de Jorge Luis Borges hasta el ensayo que dialoga consigo mismo de Julio Cortázar –y del que aquí hay un ejemplo en su texto sobre Libertad bajo palabra–, y de este al ensayo testimonial de Paz, esa modalidad especulativa se impone como una marca de fábrica. ¿Cuál es la palanca intelectual que impulsa al género y que en el caso de los trabajos aquí reunidos asume un timbre más, digamos, moderno? Hay una sola respuesta: la disidencia como rasgo irrenunciable –la disidencia estética y la disidencia política y los vínculos de ambas con la vibración de una voz personal a cuya malicia no le preocupa sino que le interesa que en ella se detecte una relación de amor-odio con sus obsesiones–. Es explicable que así fuera. Hijos de una sangre democrática que aún no se reconocía a sí misma, y que habría de aguardar algunos años para que se la representara como un ideal destino organizador, y también hijos de un liberalismo que era más un temperamento que una doctrina filosófica o una ideología política, los escritores que van sustituyendo a otros, y que fatalmente acabarían por imponerse, hablaban todos (si se permite emplear con cierta licencia una simpática acuñación en desuso) la lengua de unos librepensadores. Eso sí: les faltaba enfrentar un desafío que mucho los pondría a prueba; para los argentinos de Sur, la erupción traumática del peronismo, y para los mexicanos la vigencia sin plazo derogatorio a la vista de un partido político de ambiciones hegemónicas. Alguien, a estas alturas, podría sostener que lo

que (les) aguardaba en los años posteriores a 1951 era la muy desasosegante comprobación de que la cultura crea y la historia destruye. Lo verifica nadie menos que sor Juana Inés de la Cruz. En el homenaje que la revista le dedica y que aparece acompañado por el “Primero sueño”, ella se erige en un gran símbolo: he ahí un alma altanera y una voz orgullosa que procuran, por encima de las muchas mutaciones posibles, la defensa (disidente, por supuesto) de una forma de ser; en ella, también, el pasado –el pasado cultural–, leído desde el aquí, resurge con una capacidad soberbia de resonancias. ¿Qué mejor consolación que esa venganza de la inteligencia? ~ DANUBIO TORRES FIERRO (Rocha, Uruguay, 1947) es escritor y fue redactor de Plural. En 2007 publicó la antología Octavio Paz en España, 1937 (fce).

CUENTO

Acercamiento sin panorama

Daniela Bojórquez Vértiz ÓPTICA SANGUÍNEA México, Tumbona, 2015, 94 pp.

JAZMINA BARRERA

Daniela Bojórquez Vértiz (ciudad de México, 1980) es de esa especie anfibia que se mueve entre el mundo de las artes visuales y el de la literatura. Modelo vivo, su libro de 2010, ya combinaba estos dos ámbitos en un conjunto de historias que giran en torno al arte. Sin embargo, Óptica sanguínea, su volumen de cuentos más reciente, lleva esta simbiosis más allá. Es difícil citar ciertos pasajes de Óptica sanguínea. Por ejemplo, esos fragmentos en los que un personaje presenta retratos de su madre

muerta, pero el lector solo ve los marcos vacíos, con una descripción como las que a veces se escriben detrás de las fotos: “Pilar de la Fuente bonita y viuda”. Los recursos visuales en el libro no funcionan ni como ilustraciones ni como temas de écfrasis (quizás estas son las dos posibilidades más comunes en las piezas literarias que incluyen fotografía: el texto describe o interpreta la imagen, o la imagen es una representación del texto). En este libro las imágenes dan sentido al texto y viceversa. El contenido es forma. Óptica sanguínea recuerda en ciertos momentos a los libros de Sophie Calle, donde las fotografías son esenciales para la historia que se narra. Así, por ejemplo, “Distancia focal” está impreso en una tipografía borrosa y reflexiona acerca del enfoque en la fotografía, el cine y la vista. Pero también lo aborda desde un plano metafórico: “Naturalmente, no dijo nada entonces, sino cuando dejaron de servir tanto los lentes como la relación. Alguien ya me había cuestionado cómo podía estar con alguien que no ve nada.” En el cuento “En lo que es ido”, Bojórquez juega con la idea de las correcciones, las lecturas posibles y las versiones en el texto y la memoria. Acorde al tema, se pueden ver en rojo comentarios y correcciones en letra manuscrita, de manera que es posible leer dos versiones de manera simultánea: la original y la corregida. Aquí también, la forma hace espejo de la trama, que aparece modificada a través de la perspectiva de distintos testigos, del tiempo y la memoria. Aunque la fotografía es sin duda uno de los temas principales de Óptica sanguínea, el acercamiento no es frontal, sino que se explora desde ángulos indirectos, que la vinculan con la vida cotidiana. Se habla de Instagram, de fotografías familiares y de turistas: “La soledad es estar en la fuente de Trevi rodeado de trescientos turistas y no tener quién te

tome una foto.” En ningún momento se aborda la figura del fotógrafo o se ve a la fotografía desde un punto de vista solemne. Este no es un libro de artista, o al menos no como suele entenderse. No es un volumen oneroso, de materiales exquisitos y tiraje limitado. También su carácter de libro accesible nos dice que la fotografía es una herramienta que da identidad y sentido a la vida diaria. El tema de la expresión cotidiana, que permea el volumen, tiene que ver también con el conjunto de soportes que se insinúan a lo largo del libro. La libreta de notas, el manuscrito y el álbum fotográfico son medios que colindan con el libro impreso, en donde muchísimas personas todos los días narran historias y se narran a sí mismos. Estas instancias de la narración informal, por así decirlo, existen en un ámbito más libre, sin el estatus y la grandilocuencia del libro tradicional o de

artista. Esa misma libertad se manifiesta también en su humor. Los distintos lenguajes (el visual, el escrito, el de los medios que representan) interactúan en el libro de manera lúdica, y permiten no solo la ironía sino la autocrítica. “En realidad prefiero hablar de lo que ocurre en grados menores: el detalle, los intersticios. Los acercamientos sin panorama. Pero no encuentro los límites. Entre adentro y afuera, quiero decir.” El libro cierra con el cuento que le da título. Allí la narradora reflexiona sobre los relatos sin trama, sobre lo que apenas se quiere decir, sobre hurgar en los límites. Óptica sanguínea se mueve en esos confines del lenguaje y de la imagen, de las formas del decir. La experimentación se muestra como un elemento primordial en este libro; pero se hace desde los dos sentidos de la palabra: el juego y la experiencia.

Existen muchísimas posibilidades de crear significado en los límites entre las artes visuales y la literatura, pero estas no han sido lo suficientemente atendidas. Barthes afirmó en alguna ocasión que le sorprendía que la humanidad no hubiera explorado con mayor ahínco la diversidad de significación que podría existir si utilizáramos distintos colores en el lenguaje escrito. Se agradece, por supuesto, que las editoriales independientes estén apostando por llevar las exploraciones estéticas de este tipo más allá de los museos y los libros de artista. Me atrevo a pensar que proyectos como Óptica sanguínea auguran mejores tiempos para las mesas de novedades mexicanas. ~ JAZMINA BARRERA (ciudad de México, 1988) es ensayista. Por Foreign body/ Cuerpo extraño (Literal Publishing, 2013) obtuvo el Premio Literal de Ensayo 2013 que convoca la revista Literal.

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mapa de metáforas 75 Un Depresión 76 y pobreza drama 78 Elmigrante Lo nuevo 84 de David Simon monarquía en el arte 86 La

ILUSTRACIÓN

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CINE

De mayas, dinosaurios y apaches os directores en las antípodas del cine –Steven Spielberg y Werner Herzog– contemplaron filmar la conquista de México. A mediados de 2014 se FERNANDA SOLÓRZANO rumoraba que el primero dirigiría Montezuma, sobre la relación entre el emperador azteca y Hernán Cortés. Se basaría en un guion de 1965 de Dalton Trumbo (guionista de Espartaco), actualizado por Steven Zaillian, autor de la adaptación al cine de La lista de Schindler. El plan de filmar Montezuma parece alejarse en el tiempo: otros proyectos de Spielberg ya tomaron su lugar. Herzog ya claudicó: el director que desplazó un barco de doscientas cincuenta toneladas por encima de una colina para su película Fitzcarraldo ha dicho que él no podría asumir los costos de reconstruir Tenochtitlan, incluso si recurriera a efectos especiales. Aun así, añora el proyecto. Dice que solo tres o cuatro sucesos en la historia de la humanidad tienen el mismo nivel de “profundidad, calibre, enormidad y tragedia”. Más allá de lo que opine Herzog, sorprende que una cinematografía tan dada a representar conquistas territoriales como lo es la estadounidense solo haya dedicado dos largometrajes a la caída de Tenochtitlan. Una, la cursi El capitán de Castilla (1947) de Henry King, que narra la travesía de Cortés desde España hasta la capital mexica sin apenas mostrar sangre (pero sí mucho romance). La otra es Tyrannosaurus azteca (2007), de Brian Trenchard-Smith, que narra el encuentro de Cortés con una tribu azteca que dedica sacrificios a dos tiranosaurios. Sobran los adjetivos. El crédito de haber dirigido la mejor ficción extranjera sobre el México precolombino sigue correspondiendo

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Apocalypto: un retrato que evita la condescendencia.

a Mel Gibson. Los que repudian al director por sus desvaríos etílicos suelen extender el rechazo a Apocalypto, su cinta de 2006 sobre el ocaso de la civilización maya. Otros consideramos que es una de las películas mejor filmadas de las últimas décadas. Y que, contrario a lo que se dice de ella, es todo menos racista. Su visión de los indígenas es vigorosa y compleja, y no el retrato condescendiente que suele hacer el cine estadounidense de culturas que considera exóticas. Tras el estreno de Apocalypto, numerosos académicos culparon a Gibson de mentiroso y sádico. Le reprocharon representar a los mayas realizando sacrificios humanos –una práctica que, decían, era exclusiva de los aztecas–. Pronto, colegas suyos se sumaron al debate para informar que no se trataba de una licencia poética gore: los mayas, en efecto, sacrificaban humanos (muchos de ellos prisioneros de guerra, como sugería Apocalypto). El clima de voracidad decadente que muestra la película, decían, también tenía bases reales. Por ejemplo, la deforestación brutal, consecuencia de la costumbre de cubrir de cal las pirámides. Otros criticaron la mezcla de estilos arquitectónicos de distintas eras

y una línea de tiempo comprimida. Cosas como estas, decían, “desinformarían” al espectador. Pero lo que ellos señalaban como errores y trampas es un recurso de condensación legítimo en el proceso de adaptar la Historia al cine. Como explicó el arqueólogo asesor de la cinta, Richard D. Hansen, la inclusión de una pirámide que corresponde al periodo clásico (y no al posclásico terminal en que se sitúa la acción) sirve para dar idea del apogeo que, siglos antes, alcanzó esa civilización. Y uno agregaría: quien tome una ficción como única fuente de estudio de cualquier materia está condenado a vivir en la desinformación. Nadie pareció indignarse cuando hace más de medio siglo otra superproducción mostró a los mayas como una cultura adicta a los sacrificios humanos. Los reyes del sol (1963), de J. Lee Thompson, abre con una voz en off que enumera las virtudes de esa civilización para luego acotar que, con tal de complacer a sus dioses demandantes, habían hecho de la práctica de sacar corazones “la clave de su religión”. Opulenta y ambiciosa como toda épica en CinemaScope, Los reyes del sol plantea la hipótesis más enloquecida sobre la desaparición de los mayas: que navegaron hacia el

FERNANDA SOLÓRZANO, ensayista y crítica de cine. Es comentarista en el programa radiofónico Atando cabos y mantiene en el blog de Letras Libres la videocolumna Cine aparte.

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norte de Yucatán para escapar de una cultura rival y desembarcaron, naturalmente, en tierras habitadas por apaches. El casting es aún más delirante: George Chakiris es un príncipe maya con rasgos de efebo griego; su interés romántico, Ixchel, tiene ojos azulísimos y le da un aire a Cleopatra. Los reyes del sol –que puede verse completa en YouTube como Kings of the sun– es el tipo de cinta de la que no se espera precisión histórica. Se juzga por su vistosidad y, sobre todo, por su buena intención. Lanza un mensaje de asimilación cultural pacífica: el príncipe maya perdona al apache al que planeaba sacarle el corazón. Después de todo, dice, eso de sacrificar personas siempre le pareció mal. La película es graciosa –un caso típico de complacencia cultural–. Si los indígenas se redimen, no importa que se les represente más europeos que los europeos, haciendo amigos imposibles y comunicándose con ellos en inglés pomposo. Tampoco que sacrifiquen humanos, siempre y cuando al final rectifiquen su error. Lo que lleva al corazón del asunto: la transgresión de fondo de Apocalypto fue negarse a perpetuar el mito del indígena mágico –incapaz de un mal pensamiento, no se diga de una mala acción–. Si además representa a una cultura idealizada, hablar de aristas violentas está fuera de la cuestión. Gibson invierte esta narrativa “aceptable” desde las primeras secuencias orillando al espectador a identificarse con Jaguar Paw: un cazador que lleva una vida idílica al lado de su familia y su tribu. Uno asume que lo que atestigua es armonía de una comunidad maya. Cuando la aldea es atacada y Jaguar Paw es sometido, descubrimos gradualmente lo equivocado de esa presunción: los mayas, que suponíamos víctimas, son, en realidad, verdugos. El giro de tuerca es chocante. Como arranque narrativo es osado y genial. Muchos ven en Apocalypto un catálogo interminable de formas de tortura y muerte. Por el contrario, es un relato sobre el instinto de supervivencia, individual y de grupo. Jaguar Paw es el héroe trágico que (literalmente) corre por su vida. Spielberg y Herzog habrían tenido visiones únicas del mundo precolombino, pero Gibson conjuga en su cinta virtudes del cine de ambos. De Spielberg, el dominio incuestionable del lenguaje cinematográfico. De Herzog, la evidencia de que la naturaleza humana es una mezcla de aspiraciones grandiosas e impulsos de destrucción. ~ OCTUBRE 2015

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LENGUA

Un mapa de metáforas eorge Lakoff, uno de los fundadores de la lingüística cognitiva, y Mark Johnson, filósofo, sostienen en Metáforas de la vida cotiELIZABETH TREVIÑO diana que, aun cuando para muchos es solo un recurso poético, “la metáfora impregna la vida cotidiana, no solamente el lenguaje, sino también el pensamiento y la acción. Nuestro sistema conceptual ordinario [...] es fundamentalmente de naturaleza metafórica. Los conceptos que rigen nuestro pensamiento no son simplemente asunto del intelecto. Rigen también nuestro funcionamiento cotidiano, hasta los detalles más mundanos. Nuestros conceptos estructuran lo que percibimos, cómo nos movemos en el mundo, la manera en la que nos relacionamos con otras personas”. La herramienta Metaphor map of English (mappingmetaphor.arts. gla.ac.uk) busca rastrear y evidenciar las conexiones metafóricas y las diversas áreas de significado a las que apuntan. Con un corpus que abarca mil trescientos años de uso docu-

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mentado del idioma inglés, el Metaphor map es parte de un proyecto más amplio dedicado al mapeo de las metáforas que se ha nutrido del Tesauro Histórico del Inglés, con sede en la Universidad de Glasgow y con financiamiento del Consejo de Investigación en las Artes y Humanidades del gobierno británico. Partiendo de una base de datos o compendio léxico considerablemente amplio de esta lengua, el Mapa viene a poner un ejemplo para las humanidades a las que tanto se les ha reclamado –con justa razón– no dejarse alcanzar por la tecnología como lo han hecho otras disciplinas. Las aportaciones de un recurso de esta magnitud, el primero en su especie, son muchas. Por el momento baste señalar dos: la primera vertiente, la más obvia, es la relacionada a nivel léxico, pues al escudriñar el uso del vocabulario propio de una lengua nos brinda información del cambio léxico y/o semántico del mismo, es decir, podemos apreciar su evolución. La segunda contribución es que nos permite ver cómo es que la lengua constituye un elemento integral en la formación del conocimiento; en otras palabras, devela el modo en que el lenguaje resulta fundamental en la forma en que comprendemos, asimilamos, aprehendemos el mundo. 75

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Este intrincado proceso pareciera bastante complejo, y lo es. Descifrar la Torre de Babel. Se trata de una compilación de 793,742 palabras, cuatro millones de acepciones, 225,131 categorías semánticas y más de diez mil conexiones metafóricas identificadas. Esto se traduce en un acervo que nos permite observar constantes en el uso el idioma, como por ejemplo: ver cómo el veneno se asocia con drogas (“no fumes ese veneno”), maldad (“ella es venenosa, es una relación nociva”) y hasta con excitación (“dulce veneno, me intoxico de ti”). También nos permite ver cómo las metáforas surgen cuando áreas distintas colisionan (al final las metáforas nacen de unir mentalmente dos conceptos totalmente separados): así hablamos de una “economía sana”, un “libro mordaz”, un “amor fugaz”, un “argumento letal”, “ponerle pies y cabeza a...”. La información está ahí, ahora es cuestión de que quien use el Mapa –sea o no especialista– interprete y saque conclusiones. Probablemente aún no dimensionamos todo el potencial que tiene el Mapa de metáforas del inglés. Esperemos que el esfuerzo se replique pronto en otras lenguas. ~

ELIZABETH TREVIÑO (Monterrey, 1983) es doctoranda en filología española por la Universidad Autónoma de Barcelona. Se ha especializado en la obra de María de Zayas y Sotomayor. 

SOBRE ESCRIBIR POESÍA

Hay ciertas cosas que descubrimos que no podemos decir: el oído nos salva de ellas. CHARLES TOMLINSON (1927-2015). En el artículo “El lugar”, aparecido en Vuelta en diciembre de 1992

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PSICOLOGÍA

LA GRAN DEPRESIÓN

Ricardo Dudda

En 1974, el economista Richard Easterlin mostró que no existe una relación directa entre el aumento de riqueza y la felicidad. En los últimos años varios estudios han refutado la llamada paradoja de Easterlin. En On the psychology of poverty, Johannes Haushofer y Ernst Fehr, del mit y la Universidad de Zúrich respectivamente, demuestran que un salario más alto se asocia a una mayor felicidad y satisfacción personal. El sociólogo Pau Marí-Klose analizó la Encuesta Social Europea de 2012 y observó que el 89.8% de los encuestados de clase alta afirmó haber disfrutado de la vida durante la semana anterior. En las clases bajas, el porcentaje se reduce al 31.4%. Es quizá discutible que el dinero no da directamente la felicidad, pero no cabe duda de que la pobreza dificulta alcanzarla. Según Haushofer y Fehr la pobreza “correlaciona con la infelicidad, la depresión, la ansiedad y los niveles de cortisol”, un indicador del estrés que influye en las habilidades cognitivas y decisorias del cerebro. La pobreza es deprimente, y la depresión empobrece. Un estudio dividió a dos grupos antes de ser presentados ante un dilema: recibir un poco de

dinero inmediato o firmar para recibir más dinero en un futuro cercano. Al primer grupo se le mostraron antes imágenes tristes y situaciones deprimentes, mientras que al segundo no. Aquellos que vieron las imágenes decidieron coger el dinero inmediato. La pobreza aumenta la “preferencia temporal” [timediscounting], esto es, la obsesión con el presente frente a un futuro incierto y arriesgado. Por eso, según el estudio, los pobres no ahorran. En su marco mental, el futuro no existe. En Repensar la pobreza: un giro radical en la lucha contra la desigualdad global, los economistas Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo se enfrentan a la lógica conservadora que considera que la ayuda directa a los pobres los convierte en parásitos. Al contrario: esa seguridad les proporciona una autoestima que reduce el estrés y la depresión y les permite tomar mejores decisiones. Lo que según muchos convierte a los pobres en dependientes realmente los libera. No es posible acabar con la pobreza sin atacar la depresión inherente a ella ni analizar los comportamientos económicos derivados de ese coctel terrible. Es cierto que la felicidad no es exclusiva de los ricos, pero la depresión suele echar raíces más firmes en los pobres. ~ OCTUBRE 2015

Ilustración: LETRAS LIBRES / Ari Chávez Chacón

¿En qué consiste este mapeo de metáforas? El equipo detrás del proyecto, conformado mayoritariamente por lingüistas, decidió acertadamente exprimir el Tesauro Histórico que, después de casi medio siglo de trabajo, apenas se había completado y constituye la primera fuente en el mundo en brindar una clasificación semántica completa de las palabras que forman el registro escrito de una lengua. Parte del trabajo ya estaba hecho, así que el equipo decidió analizar la información y hacer evidentes las relaciones en los usos del vocabulario. Para lograr esto se apoyaron en las categorías en las que ya se encontraba organizado el Tesauro, y que se dividen en tres niveles: el más general, que organiza la información en tres grandes apartados: el mundo externo, el mental y el social; luego en 415 áreas semánticas (por ejemplo: luz, miedo, armas y armaduras...); estas, a su vez, en 37 áreas de experiencia (materia, emoción, hostilidad armada...). Y lo que hicieron fue enfrentar estas categorías entre sí y ver qué sucedía. Según cuentan, “buscaban evidencia léxica de que un área de significado estaba siendo entendida en términos de otra, o lo había sido en el pasado”.

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FOTOGRAFÍA

GRACIELA ITURBIDE

ARTE FRANCISCO TOLEDO

ARTISTA EXCEPCIONAL Lo que pasa por sus manos lo transforma en arte. Quien visita Oaxaca encuentra su huella creativa en todas partes. Como el de Rulfo, su arte es local y universal. Para Toledo, el mundo es animal y el hombre uno más entre los animales, y no el mejor. Este año cumplió 75 años de fecundidad casi infinita. Graciela Iturbide, hace algunos años, lo retrató con un xoloitzcuintle. El perro cae, el artista ríe. Su risa ilumina la noche oscura de México.

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FOTORREPORTAJE

UNA TRAGEDIA GLOBAL

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Las razones de sus desplazamientos son distintas. También lo son sus circunstancias. Pero los haitianos forzados a abandonar República Dominicana (1), los sirios que huyen de la guerra en su país (2) y los colombianos expulsados de Venezuela evidencian un mismo drama humano (3). La crisis exige una actuación rápida y también medidas duraderas, donde el análisis racional y el compromiso solidario son elementos inseparables.

C A R LO S C H I M A L entrevista a

ROALD HOFFMANN CIENCIA

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Ilustración: LETRAS LIBRES / Jonathan López Fotografías fotorreportaje: Ricardo Rojas, Alkis Konstantinidis, Luis Acosta

CONCEBIR UN POEMA Y FABRICAR UN POLVO SANADOR SON ACTOS DE IMAGINACIÓN CREATIVA

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os organizadores del Festival Cervantino que se celebra este mes en Guanajuato han tenido el acierto de dedicarlo a los cruces entre la imaginación científica y la invención en el arte. Será sin duda una experiencia lúdica, como siempre, pero distinta. Entre los invitados se encuentra el Premio Nobel de Química Roald Hoffmann (Złoczów, 1937), una genuina rara avis por haber tendido puentes entre las comunidades teórica y experimental al aplicar reglas cuánticas en el mundo de las moléculas químicas. Y también entre los EN WEB artistas, humaUna versión extendida nistas y científide esta entrevista puede leerse en: cos, al propiciar http://letraslib.re/HoffLsLs discusiones útiles y acercamientos reales. Como muchos polacos, se vio obligado a salir de su país por la amenaza nazi. Sobrevivió para construir un mundo mejor, mirarlo y enfrentarlo, manteniendo un ojo en la ciencia y el otro en la poesía, porque para Hoffmann ambas habrán de reunirse en el horizonte.

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En el prólogo de su libro de poemas Catalista (Huerga y Fierro, 2002) menciona OCTUBRE 2015

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el denominador común que pueden aceptar tanto las ciencias “duras” como las humanidades y las artes. Las tres llevan a cabo actos creativos refinados por la mano de un hábil artesano que sabe prestar atención a los detalles. ¿Cómo sucede esto en la química?

Estarás de acuerdo en que ni los poemas ni las esculturas crecen en los árboles, ¿verdad? Se trata de artefactos humanos, sintéticos, artificiales. Pero el nylon y la penicilina lo son también. Concebir un poema y fabricar un polvo sanador son actos de imaginación creativa que, no obstante, requieren de habilidad artesanal. Prueba y mezcla ciertas sustancias químicas al azar. Quizá obtengas un polvo negro estable... o tal vez provoques una explosión. Hacer realidad la pastilla que nos tomamos por la mañana exigió de una insospechada calidad (y cantidad) de trabajo manual que, en mi opinión, es el mismo que necesita un pintor al dibujar sus figuras y objetos en un lienzo. ¿Entonces no es cierto que científicos y poetas pretendan oscurecer y condensar sus argumentos, como deseaba Ezra Pound? Unos para mantener su bastión de reduccionismo

fuerte y otros para imponer al público sus extravagancias egocéntricas.

No. Tanto quienes producen conocimiento científico como los artistas valoran la economía y claridad del discurso, la simpleza de los argumentos que conducen a la belleza. Condensar debe llevar a la precisión, no a la vaguedad. En un buen poema, basta una primera frase compacta para aclarar las emociones del lector. Algunos vínculos entre arte y ciencia parecen falsos o muy trillados, ¿cómo se puede encontrar uno verdadero?

Es cierto que hay extrapolaciones sin ton ni son, por ejemplo, cuando se habla una y otra vez del “orden a partir del caos”, o bien se proponen interpretaciones simplistas y equivocadas de la teoría de la relatividad aplicada a las relaciones humanas. No tengo una receta para encontrar los verdaderos cruces de camino, excepto mantenerse alertas. ~ CARLOS CHIMAL es escritor y divulgador de la ciencia. Este año aparecieron su novela juvenil Mi vida con las estrellas (Alfaguara) y la colección de ensayos Tras las huellas de la ciencia. Un acercamiento universal (Tusquets).

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TELEVISIÓN

Jon Stewart: un sabio de la risa os programas nocturnos de variedad en Estados Unidos tienen una larga historia. Los primeros, por allá de la década de los cuarenta, coLEÓN KRAUZE piaron la estructura de la radio y se concentraron en la música antes que en la conversación. Así fue que el legendario show de Ed Sullivan recibió a los Beatles, a Elvis Presley y a los Doors. El formato comenzaría a evolucionar con Steve Allen, pionero de la televisión, y luego con Jack Paar, hombre inteligente que apostó por el arte del diálogo para convencer a la audiencia de quedarse despierta. La elocuencia y velocidad de ambos redefinieron el oficio de presentador nocturno. Los animadores dieron paso a los conversadores y, con ellos, a una era inusual: la de la inteligencia. A Paar siguieron maestros de la entrevista como Dick Cavett –que tenía la enorme virtud de saberse menos interesante que sus invitados, a los que dejaba hablar con holgura– o el

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mismísimo Johnny Carson, que se adueñó del Tonight Show que había comenzado Allen hasta convertirlo en el programa más importante de la historia de la televisión estadounidense. Gracias a su afabilidad y notable sentido del humor, Carson se mantuvo al aire tres décadas. Tanto Cavett como Carson (y después, a su manera, David Letterman) apostaron por una televisión entretenida pero lúcida y bien informada. Los tres eran capaces de adaptar su tono al del entrevistado de la noche, así fuera un entrenador de animales, un tenista estrella o un candidato presidencial. Las charlas eran siempre amenas pero también reveladoras: detrás del entretenimiento había mucha cabeza. Pero el formato no envejeció bien. Con el paso de los años, la inteligencia fue cediendo terreno a la frivolidad. El retiro de Johnny Carson abrió la puerta a Jay Leno, poco interesado en otra cosa que no fuera el entretenimiento en su versión más inane. Leno llegó al Tonight Show a principios de los noventa y se quedó en la silla hasta 2009. En los ratings, venció a Letterman –con su comedia cáustica y penetrante– a lo largo de sus diecisiete años al aire. El éxito de Leno auguraba un triste futuro para la televisión nocturna en Estados Unidos. Y entonces llegó Jon Stewart. Stewart ya había fracasado como anfitrión de un programa nocturno cuando la cadena de televisión por cable Comedy Central lo llamó para hacerse cargo de la franquicia más importante del canal: el Daily Show, curiosa mezcla entre

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Fotografía: Max Morse / Reuters

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una parodia de un noticiero y un programa típico de charla. Desde el principio, Stewart se acercó al desafío con originalidad. Políticamente hiperactivo, viró el contenido del programa hacia el mundo noticioso. Entre broma y broma, Stewart hablaba completamente en serio. Tuvo además el buen tino de rodearse de talentos extraordinarios. Con “corresponsales” como Steve Carell, Rob Corddry o Mo Rocca, el Daily Show de Stewart comen-

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Los atentados y la desenfrenada reacción del gobierno de Bush le dieron nuevo filo al programa. Desde su escritorio en Manhattan, Stewart se convirtió en el más elocuente antagonista de la narrativa bélica de Bush. Mientras Bush declaraba “misión cumplida”, Stewart se burlaba del ridículo desplante del presidente, que había decidido cantar victoria antes de tiempo disfrazado de piloto aviador como niñito en Halloween. Y así ad infinitum. Durante

Jon Stewart es descendiente directo de la mejor tradición televisiva estadounidense: la de la inteligencia. zó a borrar la delgada línea entre la sátira y la búsqueda de la noticia. Aunque insistía en que solo era un comediante, Stewart se volvió el periodista más importante de los últimos quince años en Estados Unidos. No tardó en ganar audiencia, sobre todo entre los más jóvenes. Aun así, cuando uno ve hoy aquellos primeros programas de Stewart en Comedy Central, queda claro que al Daily Show le hacía falta un adversario. La tragicómica política estadounidense se encargaría de proveérselo en la persona del inefable George W. Bush. Después del triunfo de Bush en 2000, Stewart y su creciente equipo de profesionales se dieron a la tarea de exhibir las barbaridades del nuevo presidente y sus secuaces fanáticos. La labor del Daily Show se complicó (para bien) después del 11 de septiembre.

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ocho años, Stewart no dejó títere con cabeza. Le hizo la vida imposible a Rumsfeld, Cheney, Rice y todo el elenco del terror bushiano. De Iraq al huracán Katrina, no les perdonó una. Ni media. Nada. Durante la presidencia de Bush y después en los años de Obama y la desleal oposición republicana, Stewart hizo suya la voz del escepticismo y el reclamo, una voz eminentemente... joven. Y, sobre todo en aquellos años posteriores al 11-s, una voz poco común. En la época del consenso histérico de la “guerra contra el terrorismo”, Stewart prefirió la razón y el temple intelectual e incluso moral. Entrevistó con valentía a los protagonistas de aquellos tiempos (su charla con Donald Rumsfeld es legendaria, aunque a Stewart lo dejó insatisfecho por no poder exhibir al escurridizo ex secretario

de Defensa). Por si fuera poco, se atrevió a recibir a novelistas, académicos y otros invitados muy lejanos al modelo de entretenimiento bobalicón de Jay Leno (y de su sucesor, Jimmy Fallon): lo mismo George Clooney que Pervez Musharraf o Christopher Hitchens. Stewart apostó por cultivar a su público antes que adormilarlo con frivolidades y segmentitos vacíos pensados solo para el mundo viral de YouTube. Además se dio el gusto de formar escuela, incluido el programa de su amigo y colaborador estrella Stephen Colbert, otro genio, digno heredero del espacio de David Letterman. Y claro: Stewart lo hizo todo siendo genuina, intensamente chistoso. Un sabio de la risa, descendiente directo de la mejor tradición televisiva estadounidense: la de la inteligencia. La única duda que queda es si Stewart tuvo el buen tino de pasar la estafeta a la persona correcta. En una decisión extraña, Comedy Central escogió al comediante sudafricano Trevor Noah para hacerse cargo del Daily Show tras la salida de Stewart. Acusado de plagio, pagado de sí mismo y poco empapado de las complejidades políticas estadounidenses, lo de Noah no pinta bien. Si Noah saca el barco de la televisión inteligente a flote, un aplauso. Si no, razón de más para extrañar a Stewart. Yo ya lo echo de menos. ~ LEÓN KRAUZE (ciudad de México, 1975) es escritor y periodista, ganador de cinco premios Emmy, el más reciente este año por su reportaje “Frontera millonaria”. Conduce Noticias 34 en Univision y mantiene una columna en El Universal.

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AGENDA

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OC TU BRE

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MÚSICA

LAS NUEVE SINFONÍAS DE BEETHOVEN EN EL CERVANTINO

La agrupación belga Anima Eterna Brugge, bajo la dirección de Jos van Immerseel, interpretará, con instrumentos propios de la época, el que posiblemente sea el ciclo de sinfonías más apreciado en el mundo. Del 9 al 16 de octubre en el Teatro Juárez y el Templo de la Valenciana.

ARTES PLÁSTICAS

CRUZVILLEGAS EN EL TATE MODERN La “Turbine Hall” albergará a partir del 13 de octubre Autoconstrucción, de Abraham Cruzvillegas, una serie de obras que explora la migración del campo hacia la ciudad de México en los sesenta.

DANZA

ROBOT! EN EL AUDITORIO

El aclamado espectáculo de la compañía de Danza Moderna Blanca Li, en el que bailarines y androides interactúan en escena, se presentará el 19 de octubre en el Auditorio Nacional.

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CIENCIA

QUÍMICA Y ARTE EN GUANAJUATO

El 19 de octubre Roald Hoffmann, Premio Nobel de Química y autor de cuatro libros de poemas, ofrecerá una conferencia sobre la belleza de la química y la relación entre arte y ciencia.

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IN MEMÓRIAM

OLIVER SACKS

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Médico, escritor, músico, nadador y “viejo judío ateo”, Sacks fue un neurólogo humanista y un narrador extraordinario. Sus obras, tanto las basadas en casos clínicos como las de contenido autobiográfico, transmiten un aprecio por la diversidad humana, han inspirado obras literarias y cinematográficas, y han hecho que millones de lectores conozcan mejor los misterios del cerebro, “la cosa más increíble que hay en el universo”.  

FOTOGRAFÍA

CHRISTOPHER ANDERSON OCTUBRE 2015

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TELEVISIÓN

Perdido en Yonkers Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia. Francis Scott Fitzgerald

on alrededor de doscientos mil habitantes, Yonkers es la cuarta ciudad más poblada del estado de Nueva York. Parte fundamental del condaMAURICIO do de Westchester, GONZÁLEZ está localizaLARA da al lado del río Hudson, justo al norte del Bronx. De acuerdo al censo de 2010, Yonkers se caracteriza por una ascendente pluralidad étnica: 41.4% de sus habitantes son blancos; 34.7%, latinos, 18.7%, negros, y 5.9%, asiáticos. No siempre fue así. En 1970, el 92.9% de la población era de raza blanca; el porcentaje restante, las minorías negra y latina, estaban establecidas en la parte suroeste de la ciudad, concentradas a manera de guetos. Con el fin de combatir la segregación, el juez federal Leonard B. Sand emitió a mediados de los ochenta una resolución que obligaba al gobierno de Yonkers a construir doscientas unidades habitacionales distribuidas por toda la ciudad. La batalla por construir estas residencias, así como las tribulaciones de sus primeros habitantes, forman la historia de Show me a hero, la miniserie de hbo producida y escrita por David Simon, experiodista de The Baltimore Sun y creador de Generation kill, The corner, Treme y la celebradísima The wire. Al igual que The wire –donde la guerra contra las drogas en Baltimore era contada desde sus frentes principales: la calle, los puertos, las escuelas, los precintos policiacos, las oficinas gubernamentales y los medios de comunicación–, Show me a hero despliega una estructura coral compuesta por las diferentes partes en conflicto: autoridades federales, líderes vecinales, adversarios políticos, las familias candidatas a mudarse a

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una mejor vida y, desde luego, el héroe del título: Nick Wasicsko, el joven alcalde que debe ejecutar el mandato de Sand y enfrentar la furia de los residentes de Yonkers. Wasicsko (interpretado con frescura por Oscar Isaac) está lejos de ser un líder admirable. Oportunista y sediento de admiración, llega a la alcaldía gracias a una campaña demagógica que capitaliza con la oposición de los votantes a aceptar la integración de la ciudad. Sin embargo, una vez en el puesto, Wasicsko enfrenta la disyuntiva de implementar la ley (y “traicionar” a los electores) o pagar una multa por desacato federal que implica la bancarrota de la ciudad en el mediano plazo. El heroísmo de Wasicsko, al igual que la valentía de los funcionarios que resistieron el acoso de los extremistas blancos de Yonkers, radicó en acatar la ley a costa de su popularidad política. “Caballeros, nuestro objetivo no es SHOW ME A HERO

Miniserie de HBO en seis episodios Director: Paul Haggis Guion: David Simon y William F. Zorzi

crear mártires o héroes, sino hacer todo lo posible para construir estas viviendas”, le dice el juez Sand a las autoridades de Yonkers. En la visión de Simon, los avances sustanciales no son producto de santos ideológicos que confunden intransigencia con integridad, sino de personas fallidas dispuestas a cumplir con su trabajo en una coyuntura crucial. Show me a hero está basada en el libro del mismo nombre escrito por Lisa Belkin. Sus casi seis horas están dirigidas por Paul Haggis, el realizador de Alto impacto (Crash), ganadora del Oscar a la mejor película de 2004. Si bien se encuentra a años luz de su sentimentalismo habitual, Haggis aplica ciertas soluciones genéricas a los problemas planteados por la necesidad de yuxtaponer las doce subtramas que integran la obra de Simon (ejemplo: el uso excesivo de las canciones de Bruce Springsteen para ofrecer panorámicas elípticas de las vidas de los personajes). Otro pasivo: la falta de claridad en torno a las investigaciones sobre posible corrupción en contra de Wasicsko le restan peso dramático al arco final de la miniserie. Minucias aparte, Show me a hero es un trabajo vital que reafirma a Simon como el gran cronista televisivo de la experiencia urbana de Estados Unidos. En una entrevista concedida al portal Indiewire (31 de agosto de 2015), el exreportero advierte que los fantasmas de su obra más reciente aún están presentes en la Unión Americana: “La democracia debe tener un elemento social. El capitalismo es una gran herramienta para generar riqueza, pero no es un plano para construir una sociedad justa. Por alguna razón nos hemos acostumbrado a pensar así. La gente protestaba en Yonkers bajo los argumentos de que el valor de las propiedades iba a desplomarse y que muchas cosas malas iban a suceder una vez que se mudaran las minorías. Dinero y miedo. Esa es la moneda común que aún usamos. Hasta que aceptemos que hay algo mejor que eso, no podemos bajar la guardia y dejar de preocuparnos hacia dónde nos dirigimos como sociedad.” En un ambiente preelectoral estadounidense dominado por el miedo al “otro”, la pertinencia de Show me a hero es prácticamente irrebatible. ~

MAURICIO GONZÁLEZ LARA (ciudad de México, 1974) es periodista especializado en negocios, cultura digital y cine. Escribe en el diario 24 Horas, Soho y es colaborador de En pantalla, el blog de cine de Letras Libres, y Confabulario, suplemento cultural de El Universal. Ha publicado Responsabilidad social empresarial (Norma, 2008).

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ARTES PLÁSTICAS

Arte de nuestra América

POLÍTICA POLÍTICA

NO HAGAS NADA

Ilustración: LETRAS LIBRES / Ari Chávez Chacón

Héctor Villarreal

“No consumir. No trabajar. No estudiar”, de eso se trata, principalmente, el paro nacional convocado para el día 14 de octubre por el periodista Rafael Loret de Mola, como forma de manifestar “rechazo popular al gobierno impertinente, asesino y ladrón”, que, a su consideración, encabeza Enrique Peña Nieto. El llamado difundido por YouTube a finales de julio tuvo eco de inmediato entre usuarios de Twitter y medios comprometidos con las mejores causas. El grupo de hackers “Anonymous”, por mencionar uno, aprovechó el llamado al paro para pedir la renuncia del presidente, la presentación con vida de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y que no se privatice el sistema de salud. A decir verdad, sentiría más simpatía por esta convocatoria si su pionero no fuese don Rafael, en cuyos libros se asegura reiteradamente la presencia de una “cofradía de la mano caída” –una especie de logia de homosexuales ramificada en el poder– como una vía de ingreso y ascenso a la élite política. Ese antecedente da a su llamado un tufo de panfletarismo de ultraderecha al cual es difícil adherirse. Comprendo, sin embargo, que el movimiento que lo secunda enarbole causas justas y plauOCTUBRE 2015

sibles. En todo caso, mi mayor deseo es que los paristas logren superar algunas dificultades. Por ejemplo, ¿de qué manera los becados pueden participar en el paro nacional‬? ¿Ese día se deben levantar a las 2:00 de la tarde en vez de las 11:00? ¿O van a chelear desde más temprano?‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬ Podemos confiar en que el gremio de los críticos literarios –culto y antipeñanietista por definición– también se sume al paro, pero es poco probable que a lo largo del día sus afiliados no vayan a hablar mal de alguien. Aun peor, ¿cómo van a participar los escritores en el paro‬? ¿Qué cosas van a dejar de hacer? ¿Cuáles serán las consecuencias en el sistema si ese día no escriben o no hay lecturas de poesía? Calculo que el Producto Nacional Intelectual puede sufrir pérdidas y eso afecte un poco al sistema cultural del país. Pero no creo que eso conmueva al presidente a renunciar. Pero lo que más me intriga es qué van a hacer o dejar de hacer ese día los miembros de la cnte. ¿Van a dar clases? ¿O cuál sería la gracia si siempre están en paro?‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬‬ Mientras tanto, la señora de las tortas de tamal me asegura que no participará en el paro. Eso me recuerda que el 60% de la población económicamente activa labora en la economía informal. No veo ahí la menor intención de hacerle caso a don Rafael. El sistema resiste. ~

n la fructífera tradición de unidad latinoamericana a través de la cultura se inscribe el esfuerzo de femsa, una empresa mexicana ENRIQUE que se ha caracKRAUZE terizado por su sensibilidad social y empeño educativo, pero que en décadas recientes ha incursionado en el ámbito de las artes plásticas. La cristalización de esto es la segunda edición del catálogo Latinoamericano. Arte moderno y contemporáneo. Colección femsa. ¿Qué me sorprende al recorrerlo? Su osadía. No hay en él una sola pieza convencional. Quien espere encontrar, por decir algo, ejemplos habituales del muralismo mexicano saldrá decepcionado (o, si es más agudo, gratificado), porque la colección no tiene un propósito pedagógico (menos aún propagandístico) sino artístico. Los grandes maestros están presentes pero la obra que se eligió de cada uno no es representativa sino excepcional: ilumina una zona menos conocida y más sutil.

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El Diego Rivera que presenta la colección no es el idílico pintor de los alcatraces o la Arcadia indígena sino el fugaz cubista retratando en 1914 a un “grande de España”. Siqueiros no es aquí el impetuoso pintor de la masa revolucionaria sino el amante sensual de una mujer dormida, casi una odalisca, en inquietantes tonos rojos y verdes. Solo José Clemente Orozco corresponde directamente al inmenso pintor del drama humano que conocemos (más agudo y conmovedor, y más desesperado que sus contrapartes en el expresionismo europeo), pero su cuadro es como la suma individual y perfecta de su obra: un hombre (un indígena en la Conquista, un peón revolucionario, un combatiente más) atravesado por la lanza de la muerte, con las manos implorantes y un rostro en el que cabe toda la angustia del siglo xx. ¡Qué acierto buscar las obras no canónicas de los artistas! Del Dr. Atl no están los consabidos volcanes sino un maizal que danza y brilla como oro vertical frente al macizo verde de una montaña; el elegante retrato de Gabriel Fernández Ledesma de Roberto Montenegro es, en sí mismo, una biografía de aquel enigmático pintor; los óleos de algunos (mal llamados) epígonos del muralismo muestran justamente la injusticia de su mote: el estoico rostro indígena en la tela de Ramos Martínez, las gauganianas mujeres de Cordelia Urueta, las insondables barrancas de Oblatos de Orozco Romero, las precisas coliflores mexicanas de Olga Costa. Estoy convencido de que la excentricidad es deliberada, y la celebro: el

LATINOAMERICANO. ARTE MODERNO Y CONTEMPORÁNEO. COLECCIÓN FEMSA

Segunda edición, México, 2015, 432 pp.

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Ángel Zárraga que aparece no es el de los rubicundos futbolistas de ambos sexos sino un reflexivo arlequín; el Tlacuilo II de Gunther Gerzso no es multicolor sino una sutil geometría en verde; el Pedro Coronel es un rojo que estalla de alegría; el Von Gunten, unas acuosas y extrañas larvas. La arquetípica “T” de Vicente Rojo es de un bronce antiguo, como de una puerta medieval, mientras que las serpentinas de Felguérez son de un metal distinto y reluciente, plata o platino. ¿Y qué decir de las olas concéntricas de Kazuya Sakai (de recuerdos imborrables: jefe de redacción de la revista Plural)? Y sigue la fiesta: el inmenso panel de reminiscencias mayas de Carlos Mérida; la fluidez sobrenatural de los vivaces objetos de Roberto Matta; la siesta tropical (con

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ojos abiertos) de Wifredo Lam; el tablero geográfico e histórico (existencial) de Joaquín Torres García; y ese conmovedor Cuevas cuyo negrísimo gabán –contrastado con su rostro de joven viejo– recuerda los grabados de Goya o Rembrandt. Imposible describir tantas obras memorables: inteligente pluralidad de géneros. Una riquísima variedad de piezas hace honor a la escultura y a la más reciente expresión del arte contemporáneo, que recompone el mundo (o lo descubre) a través de objetos cotidianos. Caprichosamente, elijo mi favorito: es Puerto cerca de La Guaira, del venezolano Armando Reverón, paisaje en color sepia de una tarde o un amanecer en que la bruma se alza o se desvanece (es lo mismo): el triste malecón, un blanco y modes-

to caserío, los maderos del viejo muelle, olas lentas a punto de estallar, levísimos resplandores marinos, nubes de arena, y un marco extraño hecho de minúsculas ramas entretejidas con bejuco, como recolectadas en aquella playa de soledad. Imágenes propias de una América que, a diferencia del mundo, y a pesar de sus desdichas, todavía canta, baila y escribe, todavía prodigiosamente imagina, esculpe y pinta, con una vitalidad inagotable. Un día en la vida de ese milagro es el que ofrece este catálogo. ~

de varios museos y colecciones públicas y privadas de diversas partes del mundo. La muestra del Munal, acompañada por un excelente catálogo, está sostenida en cuatro núcleos temáticos, correspondientes a la reapropiación de símbolos de la antigüedad, a los recursos compositivos e iconográficos de los retratos, a la función del rey como defensor de la fe católica y los bienes eclesiásticos y a los ecos de la monarquía en el México independiente. Yo, el rey resulta de particular peso por el original enfoque del proyecto, con el que se intenta dar un vuelco a un tema aparentemente zanjado por

la historia. Pues en la exposición se presenta al virreinato, no como una “unidad geográfica supeditada y relegada”, sino en el papel de “un reino con fuerzas y dinámicas propias”, en palabras de Agustín Arteaga, director del Museo. De esta forma, y ya dentro del ámbito del arte, la confluencia de piezas de ambas orillas del Atlántico hace que destaquen en su justo valor, junto a las obras de Tiepolo, Goya, Velázquez, Zurbarán, Domenichino, Pannini, Antonio Moro, Mengs, Luca Giordano o Carreño de Miranda, las de artistas novohispanos de la calidad y personalidad de Echave

ENRIQUE KRAUZE (ciudad de México, 1947) es historiador y ensayista. Dirige Letras Libres y Clío. Su libro más reciente, Personas e ideas (Debate, 2015), reúne sus conversaciones con algunas de las más influyentes figuras intelectuales de la segunda mitad del siglo xx.

ARTES PLÁSTICAS

Yo, el rey (y los otros)

oincidente con la primera visita de Estado a México de los monarcas españoles, la muestra Yo, el rey. La monarquía hispánica en el arte se HÉCTOR exhibe actualmenPEREA te en el Museo Nacional de Arte. Esta exposición, curada con inteligencia por Abraham Villavicencio García, manifiesta cierta proximidad, en escala reducida y con importantes aportaciones nacionales, con El retrato en las colecciones reales. De Juan de Flandes a Antonio López, inaugurada a fines del año pasado en el Palacio Real de Madrid. Al contrario de la española, basada casi exclusivamente en los fondos de Patrimonio Nacional, la muestra mexicana, dedicada no solo al retrato sino también a la representación artística de la parafernalia simbólica que durante siglos acompañó a la imagen de las monarquías europeas, cuenta con la participación 86

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Imagen: Hércules sostiene la esfera celeste (primer paño de la serie Las esferas), de Georg Wezeler (ca. 1530)

C

LETRAS LIBRES

LETRILLAS

Ibía, Villalpando, los Rodríguez Juárez, Correa, Cabrera, Alcíbar y Miguel y Juan González. Una de las virtudes de la muestra es que será a partir del diálogo con los objetos, exhibidos sin una jerarquización debida a los nombres sino a la sintonía temática y a las divergencias de estilo, que el visitante del museo reinterprete los hechos históricos. Esta forma de acercamiento ayuda incluso a entender algunas situaciones absurdas para nuestro tiempo. Pongo un ejemplo. La imagen del poder monárquico en Nueva España fue en buena medida virtual. La esperanza nunca cumplida acerca de un posible viaje del rey al virreinato llevó a que en los palacios del nuevo territorio se tuviera siempre un sillón lujoso, sustituto del trono, dedicado al visitante ilustre. Personaje que, ante las circunstancias reales, se llegaría a conocer como el fantasma. En un país acostumbrado a hablar de dos imperios es significativo que a través de los objetos se recupere la imagen de los olvidados: los prehispánicos. En el Munal se exhibe un conocido retrato anónimo, de cuerpo entero, de Moctezuma, en el que el monarca aparece con una inclinación del cuello y la expreYO, EL REY. LA MONARQUÍA sión melancólica proHISPÁNICA EN EL ARTE pia de la capitulación. Hasta el 18 Pero en la muestra se de octubre de 2015 en el Museo ve también el álter ego Nacional de Arte del objeto. Gracias a un estudio radiográfico reproducido al tamaño de la pintura descubriremos el carácter original de este Moctezuma. Según el artista la primera versión de la obra, alterada luego por un pentimento, manifestaba la postura orgullosa del monarca a partir de la verticalidad elegante de la cabeza y, sobre todo, de la expresión orgullosa del rostro. Allí el monarca era, en todos sentidos, de la misma estatura política del emperador representado por Cortés. En la exposición se distribuyen por igual retratos de las casas Habsburgo y Borbón. Nos toparemos con representaciones de Carlos V y de Felipe II; de Carlos II y de Felipe V. Pero en la muestra se pone especial atención a las figuras de Carlos IV, con presencia en varios óleos de artistas de renombre, y Carlos III. ~ HÉCTOR PEREA (ciudad de México, 1953) es narrador, ensayista y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Entre sus libros recientes se encuentran La vía digital (Conaculta, 2007) y Visión de España (unam, 2009).

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HUGO HIRIART Diario infinitesimal

CONTRA LA HONRA 88

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El Diccionario de autoridades define a la “honra” como: “reverencia, acatamiento y veneración que se hace a la virtud, autoridad o mayoría de alguna persona. Significa también pundonor, estimación y buena fama que se halla en el sujeto y se debe conservar. Se toma también por la integridad virginal de las mujeres”. A primera vista podría parecer que el concepto de honra es inofensivo, pero no lo es tanto. Para empezar es un concepto sutil. ¿Tienes honor? ¿Podrías explicar qué es eso que tienes? Una cosa es saber usar un concepto, otra diferente es dilucidar qué es lo que el concepto dice. Salta a la vista que la voz honra tiene que ver con la apreciación que nosotros tenemos de nosotros mismos y con el sartriano ser para otros, id est, la apreciación que suponemos, que creemos, que los demás tienen de nosotros. Cuando alguien pierde la honra queda deshonrado, ofendido, infamado, sobajado, humillado, afrentado, denigrado, es decir, en la olla. De alguna manera excluido de la fraternidad de los demás. La opinión del prójimo parece ser constitutiva de nosotros. Nos eleva a la autoidolatría o nos deja caer en la vergüenza. Eso es en nuestro tiempo, mas en los Siglos de Oro, el honor, la honra, fue obsesión semipatológica que penetró de mil formas en la vida española. Sin esa actitud ultraquisquillosa en puntos de honor, sin estas ansias de honra, no se habrían dado, por ejemplo, las comedias de capa y espada, que son más de doscientas, supongo, que escribió Lope de Vega. Teresa de Ávila criticó la noción de honra con furia. En el capítulo xx de su Vida: “Entiende que la verdadera honra no es mentirosa, sino verdadera, teniendo en algo lo que es algo, y lo que no es nada tenerlo en nonada, pues todo es nada, y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios.” Más clara es esta notable irritación en esta noticia que divulgó el padre Gracián, gran amigo de la santa: “habiendo yo averiguado en Ávila el linaje [...] [del que Teresa]

descendía, que era de los más nobles de la ciudad, se enojó mucho conmigo porque trataba de esto, diciendo que le bastaba con ser hija de la Iglesia católica, y que más le pesaba de haber hecho un pecado venial, que fuera descendiente de los más viles y bajos villanos y confesos de todo el mundo”. A veces Teresa se ríe de la honra: “ríese entre sí algunas veces de personas graves de oración y religión que hacen mucho caso de los puntos de honra que esta alma tiene ya debajo de los pies”. Otra de las líneas de ataque que se usa para combatir la noción de honra es alegar que la alcanzan solo los que tienen rentas o dineros. “Honrado, si es que puede el pobre ser honrado”, observa don Quijote. Y Teresa observa del mismo punto: “Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, y que quien quiere honra no aborrece dineros, y que quien los aborrece que se le da poco de honra. Entiéndase bien esto, que me parece que esto de honra siempre trae consigo algún interés de rentas o dineros.” ¿Por qué Teresa sentía furia hacia la honra? ¿Será por el componente de vanagloria que tienen los puntos de honor? En parte, pero sobre todo por el enojo que despiertan en la santa las personas de dinero y poder. ¿Por qué? La vida de Teresa da comienzo en un drama histórico. Teresa es de origen judío, por tanto, era tenida como conversa, cristiana nueva, no cristiana vieja. No tenía limpieza de sangre y consecuentemente los cristianos nuevos, como ella, sufrían toda clase de discriminaciones, desconfianzas, postergaciones, imposibilidades de desarrollo. Para los nazis bastaba un abuelo judío para considerar judía a una persona, perseguirla y, de ser posible, asesinarla. Igual en la España renacentista. Teresa provenía de comerciantes de buena posición afincados en Toledo. Pero el abuelo, comerciante en lanas y sedas, fue procesado por la Inquisición de judaizar, esto es, de ser un marrano que, en secreto, volvía a la religión de sus padres, la judía. Y fue condenado a llevar durante siete viernes el sambenito, que era un gorro cónico, un capirote amarillo. El alto capirote era infamante en grado extremo, cosa insoportable en aquellos tiempos en que el honor era todo. No solo llevaba el abuelo el capuz en la cabeza durante sietes viernes, sino colgaban el sambenito oprobioso en la iglesia parroquial con el nombre del condenado y quedaba ahí signo de infamia pública que caía sobre los hijos y los hijos de los hijos, pues el tiempo del deshonor no tenía límites. Dada esta vergüenza, la familia resolvió huir de la persecución y se trasladó a Ávila, donde los llamaron los Toledanos. No lo confiesa nunca, “esto no es para el papel”, como ella decía, pero sus escritos muestran que guardó resentimiento personal y familiar por estas humillaciones. Y repitamos la apreciación ya clásica de Márquez Villanueva: desconocer toda la problemática vital de Santa Teresa equivale estrictamente a no saber de qué está hablando en una gran parte de su obra. 6 HUGO HIRIART (ciudad de México, 1942) es filósofo, narrador y dramaturgo. Acaba de aparecer una segunda edición de su libro sobre la imaginación, El juego del arte, en Tusquets. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

ROGER BARTRA Sinapsis

ARTEMISIA Y LA MELANCOLÍA 90

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

El mito cristiano de María Magdalena ha fascinado enormemente a los pintores europeos. En la imagen de la santa penitente confluyen tres mujeres bíblicas diferentes: una prostituta arrepentida sin nombre conocido mencionada en el evangelio de san Lucas (que fue confundida con María Egipcíaca), María de Magdala (que fue testigo de la resurrección de Jesucristo) y María de Betania (quien ungió los pies de Jesús con perfume). El mito que aúna a estas tres figuras femeninas ha cristalizado en una santa que sufre las penurias de su arrepentimiento sumida en la melancolía. Los pintores con frecuencia la representaron desnuda o vestida con lujo, en alusión a su vida como pecadora, con un cráneo en la mano o a su lado. La Iglesia católica veía con sospecha, como obras indecentes, las pinturas donde María Magdalena aparecía con los pechos desnudos, o adornada y ataviada como una prostituta, pero en la típica pose melancólica. Las expresiones eróticas de la melancolía eran mal vistas por los censores católicos. Una de las más importantes representaciones de María Magdalena como melancólica fue pintada por Artemisia Gentileschi, la gran artista barroca italiana del siglo xvii. En realidad hay dos cuadros atribuidos a esta pintora que personifican a la santa melancólica. En una de las versiones la mujer que aparece sumida en su pena tiene parte del pecho y el hombro desnudos. En la otra versión, que se encuentra en la catedral de Sevilla, el pecho y el hombro de la santa aparecen cuidadosamente ocultos por un paño colgante. Este último cuadro es el original, y el otro, que se encuentra en el museo Soumaya en la ciudad de México, es una copia de la misma época. Pero es evidente que la copia revela que el original fue intervenido después de ser copiado, para que pudiese entrar sin escándalo en los recintos sagrados. En efecto, radiografías de la pintura muestran que el ropaje fue ampliado para cubrir lo que la Iglesia consideraba indecente y lujurioso. Lo más interesante es que, muy probablemente,

fue la misma Artemisia quien pintara la copia hacia 1622, antes de que el comprador del cuadro, el duque de Alcalá y virrey de Nápoles, se llevara el cuadro a su colección (según lo explica la historiadora Mary D. Garrard en su libro Artemisia Gentileschi around 1622: The shaping and reshaping of an artistic identity, Oakland, University of California Press, 2001). Seguramente tuvo una nueva encomienda de pintar a una Magdalena melancólica, y por ello copió ella misma su obra primera. La obra fue a dar, no se sabe cómo, a una colección privada en Lyon; después fue adquirida por Carlos Slim para el Soumaya. La primera Magdalena de Artemisia Gentileschi, que fue llevada a España, sufrió una intervención que eliminó las implicaciones eróticas de la santa. Estas mutilaciones han sido muy frecuentes. Recordemos, por ejemplo, que por órdenes del papa Pío V un discípulo de Miguel Ángel, Daniele da Volterra, cubrió con paños los genitales de las figuras desnudas de El juicio final. Por ello, el

pintor que sobrepuso calzones a los personajes que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina fue conocido como Il Braghettone. Las restauraciones modernas no han logrado eliminar todas las veladuras. Se cree que la copia de la Magdalena melancólica fue hecha por la misma Artemisia porque en ella la santa tiene un rostro diferente; un copista normalmente hubiese copiado los rasgos originales, sin crear un personaje nuevo, con la cara más redonda, la nariz más puntiaguda, la boca más curvada hacia abajo y los ojos más grandes con párpados pesados. La primera Magdalena tiene una actitud soñadora y sensual; en la copia su rostro es adusto y desconsolado. Las dos caras de la melancolía que pintó Artemisia reflejan posiblemente su propia experiencia como “pecadora”, ya que sufrió de muy joven una violación y tuvo que enfrentar un largo y penoso juicio promovido por su padre contra el violador que se negó a casarse con ella. 6 ROGER BARTRA es antropólogo y sociólogo, investigador emérito de la unam. Una versión ampliada de Antropología del cerebro apareció en 2014 en el fce. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

ENRIQUE SERNA Aerolitos

LA CRUELDAD DE PARÍS 92

LETRAS LIBRES OCTIUBRE 2015

En las megalópolis más horrendas del subdesarrollo (México, El Cairo, Delhi, Calcuta) el matrimonio de la corrupción institucional y la indolencia cívica se ha ensañado cruelmente con el paisaje urbano, dejando por doquier un catálogo de adefesios. Pero también hay ciudades crueles por su belleza, que nos incita a desearlas con locura, a sabiendas de que jamás lograremos poseerlas. Llevo dos meses en París, mi estancia más larga hasta la fecha, gracias a una beca que me concedieron el Instituto Francés y el ayuntamiento de la ciudad, y de tanto pasear a pie o en bicicleta comienzo a familiarizarme con su perverso encanto. En un marco escenográfico seductor, donde cada rincón nos depara una epifanía, se acrecienta el ansia de interiorizar el paisaje, como si la belleza circundante pudiera volverse un atributo del carácter o un estilo de vida. Administrado en dosis fuertes, el fluido magnético de París hipertrofia el ego en forma irreversible. Comprendo a los extranjeros que renuncian a buenos empleos o a mejores oportunidades de prosperar con tal de vivir aquí, pues cualquiera con una pizca de amor propio siente que nació en otra parte por una jugarreta del destino, pero seguramente fue parisino en una vida anterior. Cuando un alma enamorada de sí misma llega a París cree haber retornado a su lugar de origen y el deseo de gozar a fondo ese reencuentro puede colocar en graves apuros a cualquiera que no sea un jeque árabe. La crueldad de París consiste en exacerbar nuestro apetito de lujos y placeres sofisticados, en abrirse de piernas y morderse los labios con un signo de euros en el monte de Venus. “Osez le luxe” (atrévase al lujo), proclaman los publicistas de una óptica en donde los anteojos más baratos cuestan quinientos euros. Pobre del viajero ambicioso y frívolo que se deja engatusar por esta puta cara. En cualquier barrio me asaltan las tentaciones gastronómicas, las boutiques de alta costura, las terrazas de los bares, los salones de masaje tailandés, las tiendas de antigüedades. Soy una pobre criatura de barro y todo se me antoja, ya no

digamos a mi mujer, que tiene debilidad por la ropa. En caso de arrebatarnos la voluntad, este suplicio de Tántalo sería un camino seguro a la frustración o la ruina. Más que un festín hedonista, los escaparates parisinos ofrecen una metamorfosis íntima, una sobredosis de autoestima burbujeante y eufórica. Atrévase al lujo, atrévase a ser la encarnación de París. Georges Perec describió insuperablemente la crueldad de París en Las cosas, una novela de los años sesenta, considerada ya un clásico de la narrativa francesa, donde retrató la mutilación psicológica de Jérôme y Sylvie, una pareja subyugada por los signos de estatus y el relumbrón de la moda chic. Su obsesivo pasatiempo es imaginar con lujo de detalle la refinada decoración de un amplio departamento en la Rive gauche que tal vez nunca podrán pagar. En Las cosas, la ilusión de valer más como persona mediante la posesión de objetos elegantes y codiciados, o de valer menos en caso de resignarse a ver aparadores, oprime el espíritu de la pareja protagónica al extremo de vaciarlo por completo. Torturados por la paradoja de tener un gusto exquisito y no poder mostrarlo, los personajes de Perec son apenas un recipiente de todas las avideces que les despiertan los escaparates de la ciudad. Víctimas de París, de los sueños de grandeza que despierta, son al mismo tiempo piezas de una maquinaria concebida para apabullar el albedrío. Pero en París, el culto al refinamiento superficial y hueco ha engendrado también la crítica más lúcida de ese autoengaño, como lo comprueba la propia novela de Perec. En ninguna otra metrópoli hay tanto aprecio por el valor artístico, por el culto a la belleza desinteresada, una pasión elitista y a la vez democratizadora que desde tiempos de Luis XIV derramó en las calles el esplendor de la corte. Ese regalo concedido a todos los mortales, cualquiera que sea su clase social, bastaría para rendirse de admiración ante la cultura francesa. Pero además París tiene la oferta cultural más diversificada y completa del mundo. Solo aquí puedo ver excelentes películas indonesias, surcoreanas, brasileñas o iraníes que difícilmente llegarán a las pantallas de México, o a las de una potencia cultural autista como Estados Unidos. En las librerías, la variedad de títulos es mayor aún, porque aquí se traducen muchas más obras extranjeras que en los países de habla inglesa. Un lector interesado en las literaturas marginadas por la globalización tiene mejores oportunidades de conocerlas si aprende francés o alemán que si solo sabe inglés. Nunca me podré considerar parisino adoptivo, pues veo esta ciudad con los ojos deslumbrados de un intruso, pero he aprendido a refrenar mis ansias de poseerla. París es cruel y desdeñosa con los rebaños de turistas chinos que se retratan en los aparadores de Champs-Élysées (el mayor triunfo cosechado por la revolución cultural de Mao), pero en cambio trata con indulgencia a quienes solo tenemos la modesta ambición de pertenecerle. 6 ENRIQUE SERNA (ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es La doble vida de Jesús (Alfaguara, 2014).

GUILLERMO SHERIDAN Saltapatrás

EL SONIDO (13) Y LA FURIA 94

LETRAS LIBRES OCTUBRE 2015

Las décadas de la ferviente experimentación vanguardista azuzaron un frenesí que, potenciado por la Revolución, hizo bullir fantásticos cerebros mexicanos: acá quien se ufanó de pintar en cuatro dimensiones, allá el que inventó una poética basada en las virtudes de la afasia. Entre ese hervor que tendía a coagularse en espesos chocolates nacionalistas y en megáfonos presuntamente “populares”, me parece que la excepción gloriosa es la de Julián Carrillo, el compositor potosino que un día le avisó al mundo que había reinventado la música en general. Es un personaje singular aunque, me temo, no necesariamente por su música. Y aún así, su memoria arraiga en un valor supletorio que también es muy nuestro (como suele decirse), el consistente en convertirse en víctima de la incomprensión general; el visionario humillado a quien habrá de hacerle justicia el futuro; el modesto compatriota poseído por una genialidad a tal grado avasalladora que resulta inexplicable que el universo no caiga en la estupefacción. Alguna vez atestigüé una exposición de los instrumentos musicales que inventó Carrillo para que sonase su teoría del “sonido 13”. El piano de aromas de Des Esseintes, la “orquesta térmica” de Raymond Roussel o el clavicordio con gatos del padre Kircher nada le piden a los artefactos de Carrillo: ese piano metamorfo con 96 teclas, pero con una sola octava retacada de tonitos, que suena a ensalada de banjo con marimba. O el arpa disfrazada de catafalco que me fue dado escuchar alguna vez: una solista determinada, después de avisar que escucharíamos la “música del futuro”, inició con su uña un largo recorrido, desde un mosquito do milimétrico hasta un do fodongo manchado de morsa. En vez de los doce conocidos tonos reaccionarios, nos hizo saber la dama, habíamos escuchado ¡909 octavos, dieciseisavos y treintaidosavos de tono! El futuro, me temo, es peor de lo que imaginamos. Quizás no fue buena idea poner al sonido bajo la tutela del 13, ese guarismo de mal agüero. Pensé inevitablemente que

si Mozart y Debussy se las habían arreglado con doce sonidos, esa mexicana explosión demográfica resultaba prescindible. ¿Quizás no apreció Carrillo que la libertad consiste en escoger una sumisión? ¿O sería que su afán por dividir tonos se debió a una lectura defectuosa de las paradojas de Zenón? Porque sí, en efecto, la distancia entre el punto A y el punto B es infinitamente divisible entre sí misma, pero la suma de esas divisiones, caray, siempre será el obstinado número uno... Lo curioso de la ocurrencia de Carrillo, más de la contabilidad que de la armonía, fue que tener más notas y tonos produciría más y mejor música. Es como suponer que si se le agregan números a la carátula del reloj habrá de aumentar la duración del día. Ufano, Carrillo anunció haber localizado “mil ciento noventa y tres millones quinientos cincuenta y seis mil doscientas treinta y dos escalas” y en seguida lamentó que Mozart hubiese contado “solo con cuatro”. Ahora que, de haberse dedicado a practicar su teoría en su música, Carrillo habría sido una opción como otras y ya: la calidad de su obra habría sido su mejor prédica. Pero no. Prefirió convencerse de que por primera vez desde Pitágoras alguien (o sea: él) había entendido la materia acústica como fenómeno físico-matemático y que, por tanto, la música debía recomenzar desde el cero indivisible. Y fue entonces que Carrillo ascendió al rango de la ficción y creó un personaje que se permitía decir con seriedad absoluta cosas como estas: si “por desgracia, Bach sembró la confusión durante más de dos siglos, mi sistema musical soluciona el problema”. O bien: “¿Estoy o no en lo justo al decir que el arte musical del momento es paupérrimo y que el futuro está en las conquistas del sonido 13?” Y mi preferida: “Admirable fue que los compositores del pasado escribieran tantas maravillas con sus paupérrimos elementos sonoros.” Atiza. Algo tuvo que ver en ese notable giro hacia la excentricidad un factor triste: que el establishment de la cultura revolucionaria expulsase al sonido 13 del mandatado nacionalismo. Esto porque Carrillo se negó a ponerles a sus obras títulos alusivos como Viril sangre potosina en cuartos de tono (que es lo que hacían otros), pero, sobre todo, porque se pescó un pleito monocorde con el compositor Carlos Chávez, que era el mandamás de la música “nuestra”. El desdén y la burla de la música mexicana etiquetada orillaron entonces a Carrillo a la arrogancia. Y tenía razones para ella. Su carrera en Europa había sido correcta y había merecido el respeto de músicos competentes: Richard Strauss dirigió su primera (alemanoide pero muy audible) sinfonía; Stokowski le encargaba obras, Rimski-Kórsakov quiso llevárselo a su conservatorio, etcétera. Prefirió cambiar su futuro por la música del futuro. Pueden escucharse en línea algunas obras sonidotreceantes. No me gustan: portamenti en cámara lenta, espagueti sonámbulo, música que parece estarse derritiendo. Y sin embargo hay una “casi-sonata” en armónicos para violonchelo, tocada por Jimena Giménez Cacho, que abre una ventana para desdecirme y se escucha aquí: http://bit.ly/1YgQTZW 6 GUILLERMO SHERIDAN es escritor. Ediciones Era acaba de poner en circulación Habitación con retratos. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz 2.

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