Biodiversidad: una historia natural

Colecciones y museos Biodiversidad: una historia natural por RAFAEL LEMAITRE ¿Qué es la biodiversidad? l término biodiversidad es tan común hoy día e

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Colecciones y museos

Biodiversidad: una historia natural por RAFAEL LEMAITRE ¿Qué es la biodiversidad? l término biodiversidad es tan común hoy día en los medios de comunicación, que prácticamente no existe persona que no lo haya oído o leído. Es tan aceptado, que ya los diccionarios modernos lo incluyen. El Pequeño Larousse, por ejemplo, define biodiversidad como “la variedad de especies vivientes y sus características genéticas”. Lo cierto es que biodiversidad no es más que una palabra elegante que se inventaron en la Universidad de Harvard, por allá en los años ochenta, para referirse a la diversidad biológica que existe en la naturaleza, la cual incluye todas las especies, ya sean microorganismos, hongos, plantas, animales, etc., así como los ecosistemas y sus procesos ecológicos. En suma, la biodiversidad existe en tres niveles. Primero, es la diversidad genética, o la suma

de toda la información contenida en los genes de todos los organismos. Segundo, es la diversidad de especies que existen en una región, o en el mundo entero. Y tercero, es la diversidad de ecosistemas, o sea la variedad de hábitats, comunidades de organismos (incluyendo los humanos, por supuesto), y procesos ecológicos. Es tan importante la biodiversidad, que ya todos sabemos que en 1992 se efectuó una cumbre mundial en Río de Janeiro, donde una multitud de naciones, incluyendo Colombia, firmaron el Convenio sobre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas, la cual compromete a las naciones firmantes a estudiar y proteger su propia biodiversidad, y cumplir con tratados internacionales que tienen como objeto proteger las especies amenazadas de la fauna y flora silvestre. Colombia, medalla de bronce en biodiversidad En términos de biodiversidad, Colombia es un país muy especial; algunos incluso lo llaman megadiverso, y se considera como el tercer país del mundo con mayor diversidad. No es sino consultar, por ejemplo, un informe reciente del Banco Mundial sobre el tema, para enterarnos de los extraordinarios datos siguientes (cito

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Más que galerías de exhibición, los museos son centros de investigación donde se genera la información básica sobre las especies, la cual sirve para darnos una visión del pasado, presente y futuro de la naturaleza, así como de nosotros mismos. Página del libro De historia stirpium del botánico Leonhart Fuchs (1501-1566). Propiedad del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano.

sólo algunos): la superficie del país representa sólo el 0,77% de la superficie de la Tierra, pero aun así posee el 10% de todas las especies conocidas de plantas y animales terrestres (unas 50.000); en el país se encuentran más especies de orquídeas (unas 3.500, o 15% del total en el mundo) y aves (unas 1.721, o 20% del total en

el mundo) que en ninguna otra parte del globo; y el país es el tercero en el mundo en número de especies de vertebrados terrestres (unas 2.890). No incluye el informe datos sobre los invertebrados terrestres o marinos, tales como gusanos, insectos, crustáceos, moluscos, etc., pues de éstos aún se sabe muy poco incluso a nivel mundial, y aún no se ha hecho un inventario completo, pero de existir seguro que el nombre del país también quedaría muy en alto. Si se efectuaran competencias de biodiversidad de organismos en los juegos olímpicos, Colombia no haría sino ganar medallas en muchos grupos. Las especies son como los ladrillos de una casa Hasta aquí todo claro. Estamos de acuerdo en que la biodiversidad es cosa buena, y que hay que mantenerla por ser importante para la vida en general. Todos queremos beneficiarnos de los productos genéticos y farmacéuticos que pueden obtenerse de la naturaleza; mantener y proteger las especies que viven en tierra y mar; y conservar bosques, selvas, ríos, arrecifes de coral, manglares, y demás. Pero, ¿de dónde salen todos esos datos científicos como los que he citado, que a menudo leemos en periódicos y revistas, y que son los que al final de cuentas sustentan científicamente el valor de la biodiversidad? ¿Cómo sabemos si hay una, diez, cien o mil especies, y dónde está la prueba y documentación de que existen? ¿Quiénes son los que se ocupan de averiguar cuántas especies hay en la naturaleza y ponerles esos nombres en latín tan difíciles de pronunciar? ¿Cómo reconocer y diferenciarlas? ¿Y cómo saber en qué hábitats viven, y en qué lugares geográficos se encuentran? Cualquiera entiende que las respuestas a estas preguntas son la información básica que se necesita para entender la biodiversidad, pues al fin y al cabo las especies son unidades fundamentales de la naturaleza, como los ladrillos en una casa. Igualmente, podríamos decir que no saber cuántas especies existen, y dónde viven, es como tener un almacén y no saber qué hay en el inventario, o cómo encontrar las existencias en la bodega. Veamos entonces, brevemente, cómo se obtiene esa información tan fundamental.

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Si alguien quiere realizar el intento de pensar o de describir la Evolución, que vaya, pues, […] a divagar por uno de esos grandes museos […] en los cuales […] una legión de viajeros ha llegado a comprimir, en sólo algunas salas, el espectro completo de la vida. […] Aquí, el universo de los Insectos, en el que las buenas especies se cifran en decenas de millares. Allá, los Moluscos, otros tantos millares, inagotablemente distintos por sus irisaciones y sus enrollamientos. Después. los Peces, tan inesperados, caprichosos y matizados como las Mariposas. Y después las Aves, bien poco menos fantásticas, con todas sus figuras, sus picos, sus colores. Y después los Antílopes, con todos sus pelajes, sus portes, sus diademas, etc. Bajo cada uno de aquellos nombres, que sólo evocaban en nosotros una docena de formas perfectamente vulgares, ¡qué ímpetu, qué efervescencia! Y, a pesar de todo, ante nuestros ojos sólo se trata de supervivientes. ¿Qué pasaría si pudiéramos ver todo lo demás?… TEILHARD DE CHARDIN, El fenómeno humano.

Colecciones y museos de historia natural Las colecciones de historia natural pueden parecerles a algunos como una simple acumulación de frascos y especímenes sin ningún uso práctico, y los curadores (como se les llama a los investigadores que estudian esas colecciones en los museos) pasan a veces por ser científicos excéntricos que gozan estudiando especímenes de apariencia distorsionada y repugnante. La realidad es que las investigaciones que llevan a cabo los curadores en los museos, cumplen una función indispensable, y de la cual dependen muchas ramas de las ciencias biológicas modernas. Más que galerías de exhibición, los museos son centros de investigación donde se genera la información básica sobre las especies, la cual sirve para darnos una visión del pasado, presente y futuro de la naturaleza, así como de nosotros mismos. Un espécimen de un pez preservado, por ejemplo, puede contener sus parásitos, o en su estómago su última cena, ofreciendo así información biológica de gran valor. Otro espécimen podría representar una especie raramente vista, en peligro de extinción o ya extinguida, y sería no sólo la única prueba de su existencia, sino también fuente irremplazable de su material genético. Los curadores, con su experiencia taxonómica en los grupos de organismos en los cuales se especializan, son los que mejor pueden identificar las especies y por lo tanto recurrimos a ellos. Por ejemplo, cuando sucede una catástrofe ambiental como un derrame de petróleo u otra contaminación, lo primero que

todos quieren saber es qué especies han sido afectadas; si se produce una marea roja tóxica u otro fenómeno natural, todos preguntan cuál es la especie que la causa; si un insecto u otro organismo afecta cultivos agrícolas o estanques de maricultura, hay que determinar qué especie es la culpable; si queremos proteger los arrecifes coralinos, tenemos que saber qué especies habitan ese ecosistema para manejarlo racionalmente; y si se trata de construir un proyecto de ingeniería, hay que saber cuáles especies se podrían afectar, para así evitar un problema ambiental. La taxonomía y sistemática El conocimiento de las especies empieza siempre con el trabajo de observación y colección de especímenes que llevan a cabo los científicos directamente en la naturaleza. Los especímenes enteros o en partes, primero se preservan secos, o en frascos con algún líquido como el alcohol. Luego se estudian cuidadosamente en el laboratorio para identificar a qué especie pertenecen, se rotulan debidamente con nombre y localidad de origen (entre otros datos pertinentes), y finalmente pasan a ser parte de un museo donde se mantienen a perpetuidad para futuras consultas anatómicas e investigaciones varias. Es allí en esos museos donde en verdad se lleva cabo el estudio detallado de las especies, y por ende el aspecto más fundamental de la investigación sobre biodiversidad. Las colecciones no son estáticas, pues se usan para: 1) describir y documentar formal-

Museo de Historia. Grabado de Levin Vincent (1658-1727).

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Las muestras de material genético (ADN) que hoy se consideran tan valiosas, tanto para estudios de evolución como para usos farmacéuticos, agricultura, etc., son sólo un ejemplo del valor de las colecciones de un museo.

Lámina del herbario del naturalista sueco Carl von Linné y portada de la segunda edición de su libro Systema Naturae, de 1740. Propiedad del Museo de Historia Natural de Suecia.

mente las especies en publicaciones científicas, 2) proveer a los científicos de una base comparativa para futuros estudios taxonómicos y evolutivos, y 3) ampliar la información biológica de las especies, como por ejemplo la época de reproducción, el rango geográfico y hábitat donde se encuentran, etc. La rama de la ciencia que se ocupa de la teoría y práctica de describir, nombrar y clasificar a las especies se llama taxonomía, y cuando a ésta se le añade el estudio de aspectos evolutivos, se llama sistemática; por consiguiente, los científicos que se dedican a estas ciencias se les llama taxónomos o sistemáticos, y en su mayoría trabajan en los museos de historia natural. Los especímenes en los museos son en cierta forma como los libros de una biblioteca, sirven una y otra vez para consulta y análisis según los nuevos métodos de investigación que se van poniendo en práctica. Las muestras de material genético (ADN) que hoy se consideran tan valiosas, tanto para estudios de evolución como para usos farmacéuticos, agricultura, etc., son sólo un ejemplo del valor de las colecciones de un museo. Hace tan sólo 20 años casi nadie se ocupaba de obtener ADN, mientras que hoy día muchos investigadores lo hacen, ya sea tomando muestras de tejido de los especímenes preservados en museos, en algunos casos de especies ya raras o extinguidas, o directamente de los organismos durante el trabajo de campo. Así, las colecciones modernas en los museos, además de especímenes enteros, ya contienen bancos de tejidos que sirven para estudios genéticos y moleculares. Los nombres científicos de las especies Puede decirse que la actividad de colección de

especímenes en forma organizada, se originó hacia mediados del siglo XVII, cuando se puso de moda en Europa entre nobles y ricos acumular gabinetes de curiosidades llenos de objetos, y animales o plantas raras. Era cuestión de status social tener una colección de objetos o especímenes extraños que producían admiración y curiosidad, y que además podían valer mucho dinero. Esta moda continuó durante el siglo XVIII y XIX, usando especímenes obtenidos durante los viajes de descubrimiento o traídos de las colonias. Muchas de esas colecciones fueron eventualmente vendidas o donadas a los museos de historia natural europeos, pasando así a formar la base para efectos de investigación taxonómica. Para ese entonces ya estaba en uso el sistema binomial que había propuesto el naturalista sueco Carl von Linné (1707-78) en su estudio titulado Systema Naturae, cuya primera edición salió en 1735. Linné, por cierto, fue ennoblecido en 1761 y entonces cambió su nombre a la versión latina más conocida de Carolus Linnaeus. El sistema binomial propuesto por Linnaeus consiste en darle un nombre doble, latinizado, a cada especie, compuesto del género y la especie, y es lo que se denomina como el nombre científico. Por ejemplo, nuestra especie se llama Homo sapiens, y fue Linnaeus quien propuso este nombre a pesar de que él consideraba el alma por fuera del mundo animal; Homo es el género, por regla siempre escrito empezando con mayúscula, y sapiens, la especie, siempre escrito todo en minúscula. Así tenemos por ejemplo las siguientes especies marinas: Latreillia elegans (un cangrejo), Pseudosimnia vanhyngi (un caracol), Ophyomixa tumida (un ofiuro), Polymyces fragilis (un coral), y Emblemariopsis tayrona (un pez). Este sistema de

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En todas las épocas de la Tierra, en todos los estadios de la Evolución, otros museos habrían podido registrar el mismo hervor, la misma lujuriante riqueza. Puestos uno al lado del otro, los centenares de millares de nombres inscritos en los catálogos no llegan a representar ni la millonésima parte de las hojas que brotaron hasta hoy en el Árbol de la Vida. TEILHARD DE CHARDIN, El fenómeno humano.

nomenclatura, que a algunos puede parecer incómodo o pedante, es de extrema utilidad, pues al contrario del uso de los nombres comunes como ‘caracol de pala’, ‘camarón blanco’, ‘cangrejo moro’, ‘turpial’, ‘mico colorado’, etc., que cambian según la región o país, tiene la ventaja de que la identidad de las especies la pueden entender con exactitud todos los científicos en cualquier parte del mundo, hablen el idioma que hablen. Además, los nombres científicos sirven para colocar y clasificar a los organismos en grandes grupos como familias, clases, etc., facilitando así el estudio de las distribuciones geográficas, relaciones evolutivas y biología de las especies. Un código de nomenclatura Las expediciones científicas más intensas lanzadas por varias naciones durante el siglo XIX causaron una explosión de descubrimientos de nuevas especies y aumentaron considerablemente las colecciones de grandes museos europeos como los de Francia, Holanda e Inglaterra y también de los Estados Unidos en Norteamérica. En aquel entonces era cuestión de orgullo nacional organizar expediciones cuyo objetivo era averiguar qué especies existían en la naturaleza de los países, mares y tierras de allende, ya fuese para posible explotación económica o para avanzar en la catalogación de la naturaleza. Pero la proliferación de nuevos nombres fue tal, que algunos naturalistas empezaron, sin saberlo, a cometer errores. Puesto que a veces trabajaban independientemente, terminaron con frecuencia “bautizando” a la misma especie con distintos nombres, creando así muchos que en realidad no eran más que sinónimos. ¿Cuál nombre usar, entonces? Debido a esta confusión, se inició un movimiento para establecer reglas en el uso de los nombres. Esas reglas, luego de pasar por numerosas versiones, culminaron con la adopción por parte de zoólogos en

1961 del Código Internacional de Nomenclatura Zoológica (la botánica también tiene su propio código), que ya va por la cuarta edición (1999), y cuyo principio fundamental es el de la ley de la prioridad. Ese principio consiste en que el nombre original (o el más viejo) dado a una especie, es el válido. Una de las contribuciones más importantes del Código es la relación obligatoria que establece para que un nombre sea válido entre los especímenes usados para documentar cada especie y el nombre científico latinizado que se le da a cada una de éstas. Esos especímenes usados originalmente para describir y nombrar la especie se les llama técnicamente ‘Tipos’, y por regla permanecen depositados en los museos. Los ‘Tipos’ son los especímenes más valiosos, pues son únicos e indispensables en la práctica de la taxonomía y sistemática. Éstos representan los patrones que definen a cada especie, tanto morfológica como genéticamente. Por convención, el Código considera sólo los nombres propuestos en los libros con el sistema binomial, empezando desde el 1º de enero de 1758, fecha en la cual se publicó la 10ª edición del Systema Naturae de Linnaeus. Si no existiera el Código y los ‘Tipos’, habría

Páginas del libro Verzeichniss meiner Insecten-Sammlung, de Jacob Sturm, editado en 1796. Propiedad del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano.

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Existen varias colecciones biológicas bien surtidas de especímenes en museos o institutos colombianos como, entre otras, las del Instituto Alexander von Humboldt, el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de Punta de Betín.

Capra pygmea, Didelphis murinus y Elephas maximus, pertenecientes al Museo de Historia Natural de Suecia.

un caos total de información y comunicación, y el estudio de la biodiversidad sería casi imposible. ¿Cuántas especies se conocen y cuántas quedan por descubrir? A nivel mundial, entre 1,5 y 1,8 millones de especies de plantas y animales han sido descubiertas y documentadas formalmente hasta el momento. Hace poco, algunos entomólogos descubrieron que en las alturas de los árboles en las selvas de Centro y Suramérica vive un mundo de insectos muy distinto, tan extraordinariamente diverso en especies, o más, que el que vive en los niveles más bajos de la selva. Como resultado de ese descubrimiento, hoy día los estimados del número real de especies que existen varían de 10 y 30 millones, e incluso algunos creen que el número puede llegar hasta 100 millones. El proceso de describir las especies es tedioso y lento, pues requiere de un meticuloso trabajo de colecta, examen y comparación anatómica, ilustración, descripción textual, y finalmente publicación en revistas científicas. En promedio se añaden unas 13.000 especies nuevas cada año al catálogo mundial. O sea que, tanto a nivel nacional como mundial, estamos aún muy lejos de completar el inventario de las especies, y por lo tanto, de conocer la verdadera biodiversidad. Es más, se sospecha que muchas especies aún no descubiertas de pequeño tamaño y que viven en hábitats inexplorados, se están extinguiendo a un ritmo desconocido por causa de ciertas actividades destructoras del hombre. Debido entonces a este precario estado de conocimientos, se hacen aun más valiosas las colecciones que existen en los museos, ya sea clasificadas o no, así como la labor de los taxónomos. Serán esos especímenes la única prueba que nos quede luego de la desaparición de

cualquier forma de vida conocida, ya sea debido a procesos naturales o por actividades del hombre. Los inventarios, una labor dinámica Mucho se habla en el país de hacer el inventario de la biodiversidad nacional, pues ésta se considera, con razón, un patrimonio de un potencial inmenso. El Instituto Alexander von Humboldt, que lidera las investigaciones de biodiversidad en Colombia, estima que en general sólo conocemos el 10% de las especies que habitan las tierras y mares colombianos. El primer paso es determinar las especies que habitan en el país, pero existe entre muchos el concepto errado de que lograr un inventario es cuestión de buscar en los libros los

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Por mi parte […], contemplo la crónica geológica natural como una historia del mundo redactada de manera imperfecta y escrita en un dialecto cambiante; de esta historia no poseemos más que el último volumen, relativo a sólo dos o tres zonas. De este volumen sólo se ha conservado, disperso, un breve capítulo; y de cada página, sólo unas cuantas líneas inconexas. Cada palabra del idioma de lenta evolución en el que se supone ha sido escrita esta historia, al ser más o menos diferente en la sucesión interrumpida de capítulos, puede representar las formas de vida cambiadas al parecer bruscamente, enterradas en nuestras formaciones, consecutivas pero ampliamente separadas. CHARLES DARWIN, El origen de las especies.

nombres de las especies y hacer una lista. Nada más lejos de la realidad. Primero, muchas faltan aún por descubrir. Y segundo, la taxonomía no para luego de nombrar las especies, pues es una ciencia dinámica que se revisa constantemente con el tiempo, ya sea por la captura de nuevos especímenes que añaden nueva información sobre las especies y sus hábitats, o por los nuevos conceptos evolutivos que van surgiendo en la biología. Además, los taxónomos a veces dan nombres equivocados a los especímenes, por razones varias: éstos pueden estar incompletos, presentar variaciones extremas en morfología y coloración, o pueden ser estadios juveniles de muy distinta apariencia al adulto, o quizá sólo se tenga a la mano uno o muy pocos especímenes, o simplemente la especie puede no estar debidamente descrita en los libros, creando así confusión. También ocurre que las especies a veces hay que cambiarlas de género, o con menos frecuencia, de familias, o los nom-

bres a veces resultan ser sinónimos unos con otros. El taxónomo tiene que corregir y poner al día constantemente estos errores y cambios de nomenclatura. Para lograrlo se requiere no sólo hacer nuevas coleccio-

nes, sino también hacer comparaciones con especímenes depositados en museos nacionales y extranjeros y hacer una revisión critica de las descripciones que aparecen en los libros. Para esa labor existen varias colecciones biológicas bien surtidas de especímenes en museos o institutos colombianos como, entre otras, las del Instituto Alexander von Humboldt, el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de Punta de Betín. Sin embargo, a nivel mundial, sin duda el lugar con los mayores recursos para llevar a cabo estudios de biodiversidad es el Instituto Smithsoniano, por lo que caben a continuación algunas palabras sobre éste.

Ilustración del libro Algemine Naturgeschicte der Fisch del naturalista alemán Marcus Eliesser Bloch (1723-1799). Propiedad del Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano.

El Instituto Smithsoniano Entre los museos más importantes del mundo está el Museo Nacional de Historia Natural, que hace parte del Instituto Smithsoniano en Washington, D.C., y donde tengo la fortuna de ser investigador. Ese Instituto, fundado en 1846 gracias a una inmensa donación de dinero que hizo al gobierno americano el científico inglés James Smithson (quien por cierto nunca pisó tierras americanas) posee hoy día las colecciones de historia natural más grandes y científicamente valiosas del mundo. Esas colecciones representan un verdadero te-

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Los estimados científicos indican que el conocimiento actual del número de especies presentes en aguas territoriales es de aproximadamente un 40% con respecto al número estimado para un país tropical con costas sobre dos océanos. soro para la humanidad y sin el mantenimiento adecuado de ellas se haría casi imposible el inventario o estudio a fondo de las especies que existen en muchas partes del planeta. Las colecciones del Instituto Smithsoniano son el resultado de 150 años de actividades científicas en los polos, los océanos y continentes del globo. En la actualidad, están depositados en el Museo 124 millones de especímenes u objetos, incluyendo un número enciclopédico de insectos y otros invertebrados, peces (fotos 5, 6), aves (foto 7), mamíferos, plantas, fósiles, minerales y artefactos antropológicos, la gran mayoría identificados, clasificados y catalogados. Los especímenes biológicos allí guardados representan la base y documentación taxonómica, ecológica y evolutiva más grande que existe sobre la vida. Cada año, más de 2.000 investigadores de todas partes del mundo llegan a consultar esas colecciones y más de 200.000 especímenes se envían en préstamo a científicos alrededor del mundo. Con base en esas colecciones, infinidad de libros y artículos científicos se publican cada año documentando la fauna y flora de muchas regiones, describiendo especies nuevas para la ciencia, poniendo al día las distribuciones geográficas y estudiando diversos aspectos biológicos de las especies. En este museo de historia natural trabajan febrilmente un centenar de científicos, cada uno con su propia especialidad taxonómica y con la responsabilidad principal de investigar y descifrar las especies que existen en la naturaleza. A un paso de mi oficina, por ejemplo, puedo contemplar y consultar una colección de casi 600.000 frascos y 60 millones de especímenes de sólo crustá-

ceos, grupo en el cual me especializo, y que incluye camarones, langostas y cangrejos. En esas colecciones se encuentran depositados 25.264 especímenes ‘Tipos’ de crustáceos. Están representadas allí el 90% de las especies de crustáceos conocidos de las Américas y más del 50% de las especies documentadas en el mundo (que suman unas 52.000). Si a esta enormidad de especímenes le sumamos la inmensa biblioteca del instituto, entendemos por qué los taxónomos del mundo entero ven este museo como un paraíso de información sobre las especies. Todos los especímenes son mantenidos para uso de los investigadores, no sólo del museo, sino de la comunidad científica internacional.

Colombia, por fin, de frente al mar Mucho se podría escribir sobre la diversidad, colecciones e investigaciones taxonómicas de la biota terrestre en Colombia, pues existe una tradición en el país que arranca desde el siglo XVIII con la famosa Expedición Botánica liderada por el sabio Mutis. Pero por ser la UJTL la pionera del país en estudios de biología marina, quiero referirme, aunque sea en general, a los avances que se han hecho en el conocimiento de la biodiversidad marina en el país. Empecemos, eso sí, por dejar en claro que de todos los entornos del globo, el menos conocido en biodiversidad es el marino. Sabemos más acerca de la luna que de los organismos que habitan las costas y profundidades de los océanos. Aunque es cierto que las costas y mares colombia-

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La extraordinaria estabilidad de algunas especies, los miles de millones de años que cubre la evolución, la invariancia del ‘plan’ químico fundamental de la célula no pueden evidentemente explicarse más que por la extrema coherencia del sistema teleonómico que, en la evolución, ha jugado pues el papel a la vez de guía y de freno, y no ha retenido, amplificado, integrado más que una ínfima fracción de las probabilidades que le ofrecía, en número astronómico, la ruleta de la naturaleza. JACQUES MONOD, El azar y la necesidad.

nos no son ninguna excepción a esta falta de conocimiento, también es cierto que en los últimos años ha ido en aumento considerable el conocimiento de la diversidad marina colombiana. Hay que tener en cuenta que la historia de la investigación marina en Colombia es muy reciente y no sobrepasa los 40 años, mientras que la de los países desarrollados ya lleva más de un siglo. En Colombia dos eventos, ambos ocurridos en la década de 1960, han sido decisivos en la acumulación de información sobre la biodiversidad marina en el país: 1) la creación de la Facultad de Ciencias del Mar y del Museo del Mar, por parte de la UJTL; y 2) la creación del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras de Punta de Betín (INVEMAR). Estos dos eventos iniciaron un proceso investigativo y de formación de profesionales que ha hecho posible los avances en el estudio científico de la fauna y flora marina colombiana.

Estudios muy recientes, efectuados por un grupo de taxónomos, principalmente colombianos, con base en INVEMAR, y oficialmente denominado Grupo de Investigación sobre Taxonomía, Sistemática y Ecología Marina, ha descubierto que el 50% de las 900 especies colectadas por el Grupo en el Caribe colombiano, no se encontraban registradas para esta costa, y que de éstas, el 3% son nuevas para la ciencia. Esta información es de gran significado, pues indica que con un esfuerzo de colecta de tan sólo unos cinco años se ha duplicado el número de especies marinas que anteriormente se conocía

de la costa del Caribe. La costa Pacífica colombiana no ha sido tan explorada como la del Caribe, pero aun así, podemos ya juzgar por las actividades de biólogos de la Universidad del Valle y del INVEMAR, entre otros, que puede ser tan rica en especies, si no más, que la del Caribe. Los estimados científicos indican que el conocimiento actual del número de especies presentes en aguas territoriales es de aproximadamente un 40% con respecto al número estimado para un país tropical con costas sobre dos océanos. Tradicionalmente, a lo largo de la corta trayectoria de la investigación marina en Colombia, los investigadores, tanto del INVEMAR como de las diferentes entidades colombianas, depositaron la mayoría de

Ilustraciones pertenecientes al Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano. Fotografías del Museo de Historia Natural de Suecia.

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Por definición, los museos son sitios donde no sólo se mantienen y exhiben especímenes, sino donde se hace investigación científica sobre éstos. Por esa razón son recursos indispensables para el estudio de la biodiversidad y para la educación del público en general. las muestras en la Colección de Referencia de Organismos Marinos (CRM) del INVEMAR, cuyos primeros registros se remontan hacia 1974. Los especímenes que alberga actualmente la CRM constituyen la mayor colección de biota marina de Colombia, que contiene aproximadamente el 50% de las especies de poríferos (esponjas), moluscos (caracoles, ostras, etc.), crustáceos (camarones, cangrejos, langostas, etc.), equinodermos (estrellas de mar, etc.), y peces, registradas para las aguas colombianas. Hasta la fecha, y sólo en esos grupos mayores, se sabe que existen un total de 5.555 especies en ambas costas colombianas. Las colecciones del Museo del Mar de la UJTL, que hace poco dejó de funcionar, se han incorporado a la CRM. Por iniciativa del Grupo de taxónomos con base en INVEMAR, la CRM sufrió una transformación a partir de 1997 y se convirtió en el Museo de Historia Natural Marina de Colombia. Es en este museo donde hoy se lleva cabo con gran energía la investigación taxonómica y sistemática de organismos marinos, gracias al apoyo del Ministerio del Medio Ambiente, Colciencias, y en asocio con la Universidad Justus Liebig de Giessen (Alemania) y el Instituto Smithsoniano. Al menos en el estudio de la biodiversidad marina, por fin se puede decir que Colombia le está dando el frente, y no la espalda, al mar. Museos y colecciones: una necesidad básica En conclusión, museos de historia natural los hay en todos los tamaños, cubrimiento de organismos, y grados de importancia, pero todos tienen una cosa en

común: las colecciones de especímenes biológicos. Por definición, los museos son sitios donde no sólo se mantienen y exhiben especímenes, sino donde se hace investigación científica sobre éstos. Por esa razón son recursos indispensables para el estudio de la biodiversidad y para la educación del público en general. Es de esa investigación donde surge toda la información sobre las especies, tan indispensable para lograr entender la naturaleza y llegar a un desarrollo sostenible de los recursos biológicos. No es entonces exageración afirmar en estos tiempos de graves problemas ambientales, que los museos, sus colecciones y taxónomos, no son un lujo sino una necesidad tan básica como puede ser la existencia de bibliotecas donde se investiga y se mantiene el patrimonio cultural de una nación o región.

RAFAEL LEMAITRE Biólogo marino de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, master en medio ambiente y sistemas urbanos en la Florida International University, Miami, y doctor (PhD) en oceanografía biológica en el School of Marine & Atmospheric Science, University of Miami, Coral Gables, Florida. Actualmente trabaja en el National Museum of Natural History, Smithsonian Institution, Washington, D.C., donde continúa sus investigaciones sobre la sistemática de los crustáceos marinos.

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