ESPECIFICIDAD DE LA PASTORAL CON LA JUVENTUD DIFERENCIA ENTRE LA ADOLESCENCIA Y LA JUVENTUD

ESPECIFICIDAD DE LA PASTORAL CON LA JUVENTUD DIFERENCIA ENTRE LA ADOLESCENCIA Y LA JUVENTUD La adolescencia es la época en que uno sale de su familia

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ESPECIFICIDAD DE LA PASTORAL CON LA JUVENTUD DIFERENCIA ENTRE LA ADOLESCENCIA Y LA JUVENTUD La adolescencia es la época en que uno sale de su familia en el sentido de que deja de definirse como hijo y comienza a descubrir su propia subjetividad y a ensayar su condición de sujeto. Uno se dedica a explorar el propio yo y a explorar el mundo, tanto objetivo como interpersonal. El contacto con la realidad se da por las experiencias, a la vez que se está en un intenso aprendizaje formal. Particularmente el uso de la propia libertad es percibido como una aventura fascinante, tanto por lo riesgosa como por las novedades a que da lugar. En la juventud siguen estas direcciones vitales de la adolescencia; pero con una diferencia notable. Uno percibe que no puede estar probando indefinidamente. Uno, además de una subjetividad que resuena, es también un sujeto social y tiene que ir definiendo su vida en el seno de la sociedad que le toca vivir, es decir como uno de sus miembros. Esto exige muchas energías y además su canalización va en contra de ese presentismo exploratorio. Es cierto que el tiempo todavía tiene elasticidad y uno trata de mantenerla lo más que pueda; pero también lo es que uno tiene que iniciar direcciones vitales concretas, porque, si no, será muy difícil descontar el tiempo perdido. En la juventud hay, pues, incitaciones contrapuestas; lo que causa mucho dolor. Más aún, porque de un modo más claro o más confuso se percibe que lo que se hace o se deja de hacer le va marcando a uno la vida. NOVEDADES DE LA ERA DE LA MUNDIALIZACIÓN Las novedades de esta época mundializada son las siguientes: Los adolescentes consumen mucho tiempo y energías en lo virtual, tanto Internet como los celulares, como la niñez había empleado mucho tiempo en el aprendizaje de la computadora y la iniciación a Internet. Este medio es fuente de aprendizaje por cuenta propia o con ayuda de otros de la misma edad. Esto da una relativa autonomía respecto de los padres, a la vez que distancia de ellos, ya que la identidad no se va construyendo sólo ni a veces principalmente mediante la relación con ellos sino en base a las informaciones y los criterios que dimanan de esa fuente, tan impersonal e incluso despersonalizada. También el iniciarse a diversos mundos de manera virtual abre a un tipo de relaciones que puede ser muy intenso pero también muy irresponsable e incluso espurio. Lo que dificulta para entablar relaciones personales, que son las que se establecen en base a la fe que se da a la revelación del otro. Desde la desimplicación personal de la relación virtual no es fácil pasar a la implicación de la relación personal. Aparece como una sobrecarga de responsabilidad que uno no se siente capaz de llevar porque se ha entrenado poco. Esta exposición a la red y a lo más crudo de ella, puede desembocar en una distorsión en la percepción de la realidad, ya que se accede antes a las deformaciones de la realidad que a la realidad sana y vigorosa. Esta deformación en la toma de contacto con la realidad y por tanto en el aprendizaje, lo dificulta enormemente. Al no percibir la densidad de la realidad, puede aparecer ésta como plana y sin relieve, sin emoción ni atractivo, y sin embargo verse como mucho más excitantes cualquier tipo de deformaciones, que en realidad son tristes y sin salida. EL INDIVIDUO Y LAS REDES

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Esta capacidad de exploración que otorga autonomía y distancia respecto de la comunidad primaria vital, es una manifestación de la emergencia del individuo de un modo desconocido hasta hoy. Continuando con el símil de la pantalla de la computadora, diríamos que si alguien se preguntaba quién soy yo hace cuatro décadas, en la pantalla habría aflorado una imagen compleja de ese yo en el centro del grupo familiar o recibiendo un diploma o con un uniforme o en medio de un grupo de amigos o compañeros de trabajo o de militancia política o sindical; además la imagen aparecería en un paisaje de una ciudad o de un campo, es decir en un escenario significativo. Hoy aparecería sólo su propia imagen y además una imagen que no ocuparía toda la pantalla y que incluso no estaría muy nítida que digamos. Los otros elementos vendrían después, en sucesivas imágenes. Antes se veía el individuo formando parte de una realidad en la que estaba inserto y que le daba sentido de pertenencia e identidad, incluso que le ayudaba a ver su imagen bastante perfilada. Ahora en cambio se ve solo. Lo demás no forma parte de esta primera imagen. En el fondo se ve solo. No se puede definir por nada que no sea él mismo. Y no le resulta nada fácil definirse a partir sólo de él. No distingue bien cómo es, qué rasgos tiene, qué quiere, adónde va, quiénes son los suyos, a qué grupos pertenece, qué le hace sentirse vivo y le pone contento… Pero a la vez que se ve como un individuo casi enteramente por hacer, alguien que es una desmesurada tarea para sí mismo, se ve seducido y presionado por propuestas, por exigencias, por lo que capta como una intromisión avasallante de la sociedad en su vida para moldeársela por completo, en nombre suyo pero sin su consentimiento. Se ve requerido de estar en la onda, en lo que están los que están adentro, de sentir que vive porque inviste los iconos de la actualidad, iconos a veces muy fugaces, que hay que renovar incesantemente. Pero investirlos cuesta dinero, y para obtenerlo hay que capacitarse incesantemente y aceptar las condiciones del empleador. El tiempo se tensa entre estos dos requerimientos, que no dejan energías para nada más. Esta aparición del yo en soledad y que por eso busca desesperadamente mayor autonomía y capacidad, es una nueva vuelta de la espiral de la evolución que se mueve hacia una mayor complejidad; tomando el símil de la tela de araña, hacia unos nudos cada vez más densos y autorregulados, y simultáneamente hacia una red cada vez más tupida. Estos dos elementos se mueven en tensión: en la dirección dominante de esta figura histórica, en relación inversa; pero en una dirección más de fondo van en busca de una mutua potenciación. TENTACIONES DE LA JUVENTUD Una tentación del joven es renunciar a uno mismo para plegarse a los requerimientos sociales. Esto puede significar dos cosas muy diversas: vivir como estar adentro, sentirse vivo al sentir que uno está en lo de todos, en lo que se lleva, en lo que se publicita. Ser como estar adentro, ser uno de los que están en la actualidad. Esta persona escamotea el problema del sujeto: él es uno de tantos, uno más, uno que está renovándose siempre, que nace en cada grito de la moda, que cambia sin cesar y de algún modo siempre es una nueva versión de lo mismo. Pero puede significar también, no estar en lo de todos sino estar arriba, subir incesantemente, hasta donde se pueda. En este caso significa sacrificar todo para obtener éxito. Otra tentación es renunciar al uso de la libertad y seguir los caminos que le proponen y le abren sus mayores, sean de la familia u otros: uno es un hijo, un continuador. Coincide con las tentaciones anteriores en que el joven renuncia a plantearse el tema del sujeto con la 2

complejidad, incertidumbre y responsabilidad que conlleva; pero en ese caso el conjunto por el que acepta definirse no es la mayoría ni los de arriba sino los suyos. De algún modo el joven no sale de casa. Otra tentación es pagar el peaje indispensable con la familia y la sociedad, para que lo dejen en paz y para no perder la seguridad, y seguir en la adolescencia, en la aventura irresponsable. El joven distingue entre la vida pública y la privada. En la primera él es como los demás, en una de las tres variantes descritas. Es digamos, normal. Pero en la vida privada uno hace lo que le provoca, lo que le hace sentir vivo, lo que le llama la atención en cada caso, lo que le da nota. Si en el ámbito público no era sujeto porque se adaptaba a los requisitos ambientales, en el privado tampoco lo es porque no existe algo que subyace al paso del tiempo y aspira a la congruencia, existe meramente el presente que hay que vivir como una constante oportunidad, más o menos excitante, que no hay que dejar pasar. UNA TENTACIÓN INSIDIOSA Una variante de esta tentación, que a veces no se experimenta como tal, es hacer lo que hay que hacer (en la casa, en los estudios, en el trabajo), pero reservando la mayor cantidad de energía y tiempo para algo noble y generoso, atendiendo, por ejemplo, a niños de la calle o visitando a presos o dedicándose a empeños apostólicos en grupos o movimientos. ¿Por qué esto último es tentación? Porque ese joven va definiendo su vida prácticamente sin darse cuenta, ya que su atención y cariño se centran en lo que hace en el tiempo libre. Si es una persona más o menos preparada, es decir con una base de estudios sólida, no sólo por los conocimientos sino por los métodos y hábitos adquiridos, y además inteligente y generosa, podrá seguir disponiendo de bastante tiempo libre para emplearlo en una dedicación altruista. Si además agentes pastorales prestigiosos y queridos lo estimulan en esta dirección y ella le da satisfacciones, es fácil que caiga en esta tentación. Su vida está en esa dedicación de tiempo libre, que es muy intensa, significativa y gratificante. Lo demás, lo que vive en su familia, en su ambiente, en sus estudios, no tiene para él demasiado relieve ni interés, aunque cumple con satisfacción de todos. A medida que pase el tiempo y vaya concluyendo los estudios y metiéndose en su trabajo, se irá dando cuenta que va ingresando a una vida que no eligió porque su atención estaba en otra cosa. Un camino que tomó meramente porque tenía cualidades para ello y se lo sugirieron otros cercanos, un trabajo con el que casi se topó por contactos familiares o de compañeros de estudios o porque era el desemboque normal de la carrera que cursaba. Se encuentra como de golpe ya adulto perteneciendo a un mundo que nada tiene que ver con el entrañable mundo de su tiempo libre. Pero como ya está dentro, le va atrapando, y aquello tan hermoso, que tanto lo llenaba, se va quedando en el pasado como una incurable nostalgia, que sin embargo el tiempo acabará diluyendo y aun borrando. TRES PREGUNTAS PARA LA PROPUESTA PASTORAL A LOS JÓVENES Lo que pienso que hay que proponer a los jóvenes es que concentren su interés y atención en irse ubicando de un modo consciente y discernido delante de Dios respecto de tres cuestiones que son los ejes en torno a los cuales girará su vida. ¿DÓNDE VOY A VIVIR? 3

El primer eje se refiere al nivel de vida y se concreta en el tipo de sector y vivienda en el que elijo vivir y en el tren de vida al que aspiro y más en general al nivel de gastos y al tipo de gastos hacia los que efectivamente voy a tender. No es lo mismo nacer en una clase social o en una familia que elegirlas; no es lo mismo vivir en ellas de un modo que de otro. Jesús nació y vivió de un modo que podríamos llamar “pobre pero honrado”, es decir en el último grado del establecimiento, anduvo entre tener cubiertas las necesidades mínimas y las básicas, según las circunstancias, pero con un oficio no especializado pero sí reconocido. Al salir a la misión eligió quedarse sin estatus, ser un marginal, sin familia ni oficio e itinerante. Encarnación dice elección y elección no por capricho sino por solidaridad, por obediencia a aquello que Dios pide como correspondencia a su voluntad. Así pues la elección que estoy proponiendo es la concreción más elemental de la encaración solidaria. Una cosa es dónde he nacido, otra es dónde me voy a encarnar. Claro está que el presupuesto es que me quiera encarnar. Si no quiero echar mi suerte con nadie, si sólo me busco a mí mismo, mi elección estará guiada únicamente por mis preferencias. Entonces no hay más nada que hablar. Pero si, siguiendo a Jesús, quiero echar la suerte con el país y con los necesitados del país, la primera decisión que valida mi compromiso es la del nivel de vida. ¿Por qué esta decisión dice más que ninguna la realidad de mi situación? Porque si yo quiero vivir en una zona exclusiva y como viven los ricos o la clase media que quiere ser alta, tengo que plegarme a las condiciones del mercado. Puede ser que sea un genio de tal modo que haga lo que quiera y me lo paguen bien; pero lo ordinario es que tendré que hipotecar gran parte de mi libertad. Así pues esta decisión a la larga conlleva muchísimas otras que, aunque no me las quiera decir a mí mismo, las iré tomando inexorablemente: levantar unos ingresos mensuales cuantiosos en las actuales circunstancias de país se come casi toda la vida, la orienta, le da su fisonomía. Lo que queda son sólo minucias de tiempo libre. Esta meta puede comenzar desde muy abajo y así uno va subiendo en la medida que pueda. Pero orienta como dinamismo toda la vida. Sin embargo, si yo eligo algo medio, dentro de lo que veo que son mis posibilidades, dispongo de mucha mayor libertad para diseñar mi vida, ya que para vivir esto realmente modesto a lo que aspiro hay un juego de posibilidades mucho mayor; por tanto yo puedo elegir la que creo más congruente. Además yo puedo tener más tiempo y energías para dirigir mi vida a los objetivos propuestos, ya que la consecución de la infraestructura económica no lo consume todo. Elegir algo más modesto tiene sus costos de estrechez, menos comodidad y menos estatus. Si uno no vive satisfecho o mejor aún contento por otros motivos, ese enclave vital causa insatisfacción. Si se vive con libertad, sin embargo, se le aprecia por muchas razones. Esta primera elección puede verse como algo remoto, dado lo difícil que está la vida. Pero es una dinámica de fondo que la determina, de tal modo que se puede vivir toda la vida frustrado o viviendo siempre por encima de sus posibilidades. Uno siempre tiene en el fondo una medida, implícita pero real, y con ella mide su situación global y lo que se va presentando. A veces esa medida es también polo de atracción; otras, cuando uno se ha resignado a su estatus, es mera medida; pero de todos modos ejerce una gran influencia. Así pues, aunque yo sea pobre y tenga que agarrar lo que me den, tengo que elegir. Hay que hacer, pues, la elección y hacerla desde lo más auténtico de uno, con el corazón en la mano y delante de Dios. Una elección tan radical no puede hacerse por mero voluntarismo o sentido de deber. Es una lección que incluye la ética pero la supera. Sólo se la puede hacer 4

desde el fondo de la persona. Aunque uno se demore más, es mejor sin embargo hacerla sin que le quede a uno nada por dentro: con todo el corazón. Hay que hacerla delante de Dios porque nos jugamos la fidelidad. Esto significa que tengo que preguntarme qué quiere Dios a este respecto para mí. Y, si no coincide con mis aspiraciones, tengo que luchar como Jesús por hacer la voluntad de Dios y no la mía. Si lo hago, a la larga y aun a mediano plazo también acabará siendo mi propia voluntad. Es completamente distinto que yo elija una posición elevada, es decir que mi móvil primario sea subir a como dé lugar, aunque no me lo diga a mí mismo para poderlo hacer con más libertad, a que, como producto de una vida, vaya subiendo de posición. Esto segundo es algo que tiene congruencia y sentido, y no pocas veces sucede incluso sin proponérselo. O también es distinto querer subir, a que quiera salir de la pobreza para vivir con una estabilidad básica. Esto sí es una aspiración primaria. Pero incluso esta aspiración, tan legítima, puede hacerse de modo absoluto o relativo. Si se hace de modo absoluto, es decir, haciendo todo lo que sea para salir, es como la primera opción, ya que esta absolutización relativiza todo lo demás y ya no queda mucho campo para elegir, para discernir, para preguntarse qué quiere Dios de mí. ¿DE QUÉ VOY A VIVIR? El segundo eje se refiere a la profesión, no como medio de vida sino como modo de vida. La primera pregunta es si concibo mi profesión como modo de vida, es decir como un ejercicio que contribuye a definir la vida y no sólo como mera fuente de recursos. La profesión ¿es algo que me importa a mí, algo que me da vida y me construye como persona o simplemente es algo que ejerzo porque de algo hay que vivir? Si es esto segundo, yo pasaré gran parte de mi vida, dedicaré grandes dosis de mis energías en algo carente de significado para mí. Una vida así es en gran parte una vida frustrada. Y además las relaciones que entablo en el trabajo y el mismo desempeño profesional serán despersonalizadoras, tanto para mí como para los demás. Es como poner entre paréntesis gran parte de mi vida, ya que la vivo sin comprometerme con lo que hago, sin hacerlo desde mí mismo. Si me estoy preparando para una profesión, si estoy estudiando una carrera en esta tónica, no estoy cumpliendo mi misión de contribuir a la historia y consiguientemente a la creación; no me comprometo con mis contemporáneos; no quiero poner a funcionar los talentos que Dios me dio para que los pusiera a disposición de los demás. No me estoy encarnando solidariamente: no soy un ser para los demás, contribuyendo desde lo mejor de mí mismo a la obra común. Hay que reconocer que no está propuesto en el ambiente como algo evidente el planteamiento profesional vocacional. Parecería que la vocación es sólo la vocación sacerdotal y religiosa. Se descuida la vocación profesional, no se le presta atención, no se la discierne, no se lucha por realizarla, no se sacrifica por ella. En primer lugar es claro que en parte se omite el planteamiento vocacional porque se busca una posición a como dé lugar. En ese caso no queda lugar para la libertad, para la autenticidad. Pero cabe también una relación inversa: si uno descubre una vocación que le dé alegría, por ella uno puede sacrificar una posición mejor, comodidades, prestigio y hasta seguridad. La vida y la alegría que le da la vocación suplen con creces esas carencias. Es claro que en este planteamiento la vocación profesional no equivale a la elección de una carrera, ya que ésta puede realizarse con vocación o sin ella. Vocación, en el sentido denso que damos como cristianos a esta palabra, es vivir la profesión como una llamada de Dios en favor de mis hermanos, llamada reconocida a través de inclinaciones profundas, de 5

circunstancias o de acontecimientos. La respuesta a esta llamada sitúa la vida en la realidad: la realidad propia que se moviliza y se pone a valer, y la realidad de los demás a la que se responde servicialmente. Por eso se impone la pregunta: ¿por qué estudio esta carrera? ¿Cómo la estudio? ¿Cómo me implico en ella? ¿Porque algo hay que estudiar? ¿Porque me dio en los tests? ¿Porque tiene más posibilidades de empleo y buen sueldo? ¿Porque me insistieron mis padres o mis profesores? ¿O porque me interesa vitalmente y pienso que mediante ella puedo ser útil y prestar un servicio? ¿He consultado con Dios esta elección? ¿Le he preguntado si está satisfecho de mi elección y desempeño? Conforme la carrera avanza, el desempeño vocacional, si en verdad lo es, se concreta en elecciones significativas. ¿CON QUIÉN VOY A VIVIR? El tercer eje en torno al cual gira la vida es con quién voy a vivirla. Puede ser que Dios me llame al sacerdocio o a la vida religiosa. Si tengo vocación de casado no puedo obviar la pregunta de qué tipo de pareja. No puedo seleccionar a un cónyuge en base a criterios abstractos. La elección tiene que ser siempre concreta, es decir sólo puedo casarme con quien amo y me ama. Pero con esto no está dicho todo. La pregunta sería en qué conjunto de personas voy a buscar esta pareja. Si quiero vivir en fidelidad, no puedo elegirla en el conjunto de quienes aspiran a vivir en un tren de vida lo más elevado posible ni en el conjunto de los que conciben el vivir como adaptarse a la corriente dominante ni en el conjunto de los que sólo piensan en sí y en los suyos y no les importan los demás ni en el de los que viven la profesión únicamente como un medio de vida. Como mínimo tengo que elegir entre quienes aspiran a vivir auténticamente y están abiertos a Dios y a los demás, o por lo menos no están cerrados y desean abrirse. A lo mejor aspiro a una pareja que comparta más a fondo mi misma actitud básica. Claro está que no se puede elegir a alguien sólo por esa razón ni porque la persona sea honrada y buena, y ni siquiera porque seamos buenos compañeros. Tiene que haber amor, y el amor no se decreta ni se merece. Se tiene o no se tiene. La pregunta es si la única condición es que yo quiero a esa persona. Porque si quiero a una persona que rechace mi camino, a la larga lo dejaré o la dejaré, o viviremos en una constante división interna, ya que el camino exige tiempo, energías y relaciones. Es obvio que lo sexual no puede ser dejado de lado en el plantemamiento matrimonial. Pero existe el peligro de vivir la sexualidad como genitalidad despersonalizada, sin considerar que el cuerpo es el símbolo de la persona, su canal de comunicación expresiva, el templo del Espíritu. Ésta es la consideración que Pablo hace a los corintios que practicaban la prostitución ritual ya que la ciudad estaba dedicada a Afrodita (1Cor 12,20). Y sin embargo es un problema ambiental. La personalización de la sexualidad es un problema pendiente en el país. Glorificar a Dios en el cuerpo significa que el cuerpo sea órgano del Espíritu, es decir que la entrega del cuerpo sea símbolo de la entrega de Cristo a la Iglesia, a la humanidad (Ef 5,32). EL DISCIERNIMIENTO VOCACIONAL EXIGE TIEMPO, ATENCIÓN Y ARTE Este planteamiento hay que hacerlo porque una persona generosa e inteligente puede vivir su juventud como vivió su adolescencia: en función del tiempo libre. Si está bien formado puede sacar bastante, y vivir entregado y poniendo lo mejor de su atención y cuidado a ese trabajo generoso. 6

El problema es que, como de hecho tiene que tomar decisiones, puede decidir estos ejes vitales como sin darse cuenta, de un modo circunstancial, y así se va a encontrar de repente con que su vida se va estructurando de tal manera que ese trabajo entrañable quede cada vez más marginal hasta desaparecer del todo, y sólo quede la nostalgia y el estupor de qué me pasó que mi vida va ahora por otros rumbos que me alejan de lo que fue lo mejor de mi vida. Claro está que algo tengo que conservar de trabajo apostólico, sea evangelización directa o introducción a la vida cristiana o acompañamiento a gente popular o promoción. Pero el grueso de la dedicación son los tres ejes configuradores de la vida adulta para que así mi vida se enrumbe establemente por donde voy y donde quiero ir. Eso exige tiempo. No se elige sin más ni más un modo sobrio de existencia; uno tiene que probarse mucho para elegirlo con alegría, con libertad y de una manera creadora y cualitativa. Estudiar vocacionalmente es mucho más exigente que hacerlo adaptativamente, porque, si yo quiero servir pero no sirvo para nada, es que no quiero servir. También es difícil avistar empleos en los que la vocación profesional pueda realizarse. Es obvio que buscar la pareja de la vida require muchos tanteos, tiempo físico y sobre todo psicológico. Si yo no quiero “perder tiempo” no será fácil que acierte. Aunque por otro lado, si estoy en algo muy claro, también la contraparte que busque algo parecido se sentirá atraída. Para esto, como para lo anterior, no basta la moral, se requiere sabiduría, arte, gracia, que es un modo de nombrar al Espíritu. Hemos encaminado estas reflexiones a la pastoral que se hace con la juventud. El presupuesto de todo lo dicho es que los agentes pastorales se hayan hecho estas preguntas y las hayan respondido satisfactoriamente, es decir en un verdadero proceso de discernimiento espiritual. No podemos dar por asentado que este discernimiento haya tenido lugar. El que no se suela practicar una pastoral juvenil como discernimiento vocacional no se debe sólo ni principalmente a falta de perspicacia para diferenciar la adolescencia y la juventud y sus diversos requerimientos. Se debe sobre todo a que quienes proponen esta pastoral no han hecho este camino y no han procesado su estado actual. Si su trabajo apostólico no es un desempeño vocacional que lo llena, si no vive sobriamente habiendo elegido su tren de vida y si no vive armónicamente con quien está en la misma tesitura vital ¿cómo va a aconsejar a los jóvenes en este camino, tan alejado y aun contrario de las pautas ambientales? CODA SOBRE LA PASTORAL VOCACIONAL EN EL SENTIDO CONVENCIONAL La tentación más grave de esta pastoral consiste en dedicarse a lo específico de la congregación o del cura secular sin pasar por lo genérico que hemos explanado. La tentación consiste en que, si no se procesan esas tras preguntas de manera medular, lo que requiere mucho tiempo y energías y en lo que reluce propiamente la radicalidad evangélica, la dedicación al presbiterado o a la vida consagrada se convierte en una trampa, porque no se puede dar por supuesto que, tal como funcionan hoy en América Latina y más en particular en Venezuela, expresen estructuralmente unas opción evangélica. Obviamente que tampoco puede presuponerse que los candidatos a entrar en esas instituciones las hayan procesado como Dios manda. Hay que decir de entrada que la clave está en responder desde el evangelio a la primera pregunta, es decir a dónde quiero vivir, a qué tren de vida elijo. La dificultad de que lo hagan quienes han optado por la vida consagrada o por el presbiterado diocesano estriba en que en esas instituciones se vive mejor y con muchísima mayor seguridad que la que vivían los candidatos en sus familias. Eso es de entrada una trampa y así lo deben reconocer 7

honradamente y así se lo deben proponer a los candidatos que son llamados a superar en este punto lo establecido. Tampoco puede presuponerse que un presbítero o religioso vivan vocacionalmente. El plano inclinado lleva a que vivan desde los requerimientos de la institución. También en este punto, esos géneros de vida constituyen una trampa. Menos aún puede presumirse que quien opte por la vida consagrada y muchísimo menos por el presbiterado diocesano haya optado por vivir en comunidad, ni que vaya a entrar en comunidades vivas y evangélicas, es decir en fraternidades directas y abiertas. Que estos géneros de vida sean una trampa, no significa que necesariamente se va a caer en ella. Si así fuera, sería inmoral invitar a vivir en ellos. En primer lugar porque siempre se van a encontrar a personas que vivan pobremente, vocacionalmente y como verdaderas hermanas y en segundo lugar porque institucionalmente, al menos en sus textos fundacionales siempre se van a encontrar le requerimiento hacia la radicalidad evangélica. Por todo lo dicho creo que resulta evidente que la pastoral en sentido convencional debe incluir como un componente indispensable responder realmente a estas tres preguntas.

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