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Ester (2) “Gracia entre bastidores” Pastor Erich Engler En Hebreos cap. 4 vers. 16 leemos: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Felizmente la Palabra nos habla de un trono de gracia y no de un degolladero. Aunque esto que acabo de decir pueda sonar irrisorio, lamentablemente hay muchos creyentes que creen que cuando se acercan al trono del Padre ellos han de ser degollados, destruidos o arruinados. Estos creyentes tienen la imagen de un Dios que está permanentemente juzgando lo que ellos hacen, en vez de verlo como un Padre amante que les invita a acercarse a Él en plena confianza. Nosotros podemos llegarnos hoy a ese trono sin ningún tipo de temor, pues Jesús fue degollado como un cordero por nosotros. Todo el juicio fue hecho sobre Él quien ocupó nuestro lugar. Allí no habrá juicio para nosotros sino que serán repartidas las recompensas. La Biblia nos dice en 1 Juan cap. 4 vers. 17 que tengamos confianza en el día del juicio. Nosotros no tenemos que tener temor pues allí no habrá juicio, pues ese será un día de gozo para nosotros donde serán repartidas las recompensas. Cada uno de nosotros recibirá su recompensa, y no habrá nadie que se quede sin recibir algo. Ese será un día de gran gozo para nosotros. El cielo es un lugar maravilloso y nos gozamos ya de antemano por eso. El verso de Hebreos nos habla de un trono de gracia y allí encontramos precisamente eso: gracia y misericordia cada vez que la necesitamos. La gracia divina es mayor que nuestro pecado. El pecado no invalida la gracia, sino que, por el contrario, es la gracia la que invalida el pecado. Esto debe ser enfatizado suficientemente. Nosotros, los creyentes del nuevo pacto, no estamos más bajo la ley de Moisés. La Biblia nos habla claramente que la ley fue abolida pues Cristo la cumplió en su totalidad. Si bien la ley ya no tiene más vigencia para nosotros, no vivimos por eso en la anarquía y hacemos lo que nos viene en gana. Por el contrario, porque hemos reconocido su gran amor podemos amarle mucho y hacemos su voluntad porque nos sentimos amados. ¡Esa es la gran diferencia! Justamente porque reconocemos cuanto Él nos ama, nos sentimos honrados de poder servirle. El servicio para el Señor, en cualquiera de los diferentes ámbitos donde lo ejerzamos, es un honor y no una obligación. Algunos nos critican diciendo que en las iglesias donde se predica la gracia no se trabaja en la formación del carácter, pero ¿qué es lo que mejor moldea nuestro carácter? Es cuando aprendemos a darle la honra que Dios se merece. Cuando aprendemos a dar la debida honra a Dios y a nuestros semejantes, logramos tener un carácter pulido, refinado y maravilloso. ¿A qué me refiero con esto de honrar a nuestros semejantes como es debido? A ver siempre lo bueno en cada uno de ellos. Tú me puedes decir: ¿y qué pasa con los defectos y las cosas que no me agradan de los demás? Eso lo paso por alto, para destacar solo lo bueno y valioso en cada uno.

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Eso es precisamente lo que tratamos de incentivar en nuestra iglesia, ver lo bueno en los demás y no hablar de los defectos. El Señor mismo es quien se encarga de tratar con nuestras debilidades, demostrándonos su inmensa gracia en ellas y quitando todo lo malo de nosotros. No somos nosotros los que tenemos que andar diciéndole a los demás las cosas malas que tienen. En nuestra iglesia no nos dedicamos a hablar de los errores y debilidades de las personas, sino que exaltamos lo bueno que hay en ellas. En las iglesias, se les predica constantemente a las personas sobre todo lo malo que hay en ellas; lo que deben cambiar; y lo que no deben hacer. Si eso es de lo que ir a la iglesia se trata, nos podemos quedar en casa. Si usamos el púlpito para hablar de lo malo que hay en el corazón humano y de lo que “debe” ser cambiado, estamos errando al blanco. De acuerdo a mi experiencia personal como pastor, debo decir que eso no funciona pues lo he practicado por unas cuantas décadas y no ha producido cambios positivos duraderos. Lo único que da resultado y produce verdaderos cambios en las personas, es cuando ellas tienen una revelación del amor de Dios y se sienten amadas y aceptadas incondicionalmente por Él. ¡La clave para el cambio es la revelación de la gracia divina! Cuando nosotros ponemos el énfasis en la persona de Cristo y su obra en la cruz a nuestro favor, cambiamos nuestra perspectiva y nos vemos como hijos amados. Cuando tenemos la revelación correcta sobre la posición que ocupamos como hijos amados del Padre celestial, nuestra vida cambia automáticamente de manera positiva. Lo decisivo es tener primero la perspectiva correcta, luego el fruto se ha de manifestar automáticamente, y las cosas comenzarán a cambiar por sí mismas. ¡Eso es lo que el Señor desea hacer en nuestra vida! Él no pretende que hagamos el esfuerzo de intentar cambiarnos a nosotros mismos, sino que desea mostrarnos primero nuestra posición en Él y el cambio se produce por sí mismo. Por siglos y décadas el mensaje de la iglesia ha sido siempre: ¡tú debes cambiar para poder llegar a agradarle a Dios! En lugar de eso, tendría que haberse predicado: dado a que Dios ya te ha cambiado a la misma imagen de su Hijo Jesucristo, recibe ahora revelación de la posición que ocupas en Él y de los derechos y beneficios que posees como hijo, y eso ha de producir el cambio necesario en tu vida. ¡Eso es lo maravilloso del trono del Padre! Solo sus hijos tienen acceso a Él. La única condición para poder entrar en él es ser hijo. En la historia del libro de Ester, la Biblia nos muestra un cuadro maravilloso de lo que sucede en la sala del trono “detrás de la escena”, o como yo lo he dado en llamar: “entre bastidores”. Esta historia es una de las más hermosas y más rica en detalles en cuanto a la descripción tipológica de la gracia divina que podemos encontrar en toda la Biblia. Podemos ver a Jesús prácticamente en cada una de sus escenas. Es interesante destacar que en todo el libro de Ester no aparece ni una sola vez el nombre de Dios, sin embargo una y otra vez se hace alusión a Jesucristo por medio de las letras hebreas: Alef-Tav. A pesar de que no se menciona a Dios ni que el nombre de Jesús aparece específicamente allí, este libro es extremadamente rico en tipología. Por ejemplo: Hegai, el eunuco a cargo de las mujeres, es un cuadro del Espíritu santo; Mardoqueo, el tío de Ester, quien es mencionado 50 veces allí, representa a Jesucristo; la misma reina Ester es un cuadro tipológico del cuerpo de Cristo o de su iglesia quienes somos reyes y sacerdotes de acuerdo a Apocalipsis cap. 1. Este libro, que no es una mera parábola, sino una historia real nos muestra, simbólicamente lo que sucede en la sala del trono de Dios. El rey Asuero, aunque nos muestra la imagen de Jesucristo, representa tipológicamente sobre todo al Padre celestial. Este personaje tiene así un doble significado tipológico. De allí pues, que no se trata aquí de un reino natural solamente, sino también de uno espiritual. Para proseguir con nuestra historia vamos a ubicarnos ahora en la sala del trono y trasladarnos al papel de Ester. Tú y yo, como reyes y sacerdotes que somos, entramos a la sala del trono delante del rey. Vamos a vernos allí considerando lo que leímos al comienzo, nos acercamos al trono en plena confianza sabiendo que hemos de hallar gracia y favor para nuestra solicitud. Vamos a ir al cap. 5 vers. 1: “Aconteció que al tercer día se vistió Ester su vestido real… (este representa nuestra justicia en Cristo), y entró en el patio interior de la casa del rey, enfrente del aposento del rey; y estaba el rey sentado en su trono en el aposento real, enfrente de la puerta del aposento.

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(2) Y cuando vio a la reina Ester que estaba en el patio, ella obtuvo gracia ante sus ojos… (aquí estamos representados nosotros los creyentes. Cuando comprendemos que el rey nos extiende su gracia desparece de nuestra mente la imagen de un Dios que juzga y condena); y el rey extendió a Ester el cetro de oro que tenía en la mano. Entonces vino Ester y tocó la punta del cetro. Cada vez que leemos el nombre de Ester en esta escena, podemos ubicar nuestro nombre en su lugar pues, nosotros los creyentes, estamos representados en ella. En el cetro de oro encontramos también una hermosa tipología. Por una parte, él nos habla de autoridad y de la gracia divina, mientras que a la vez representa a Jesucristo. En Génesis cap. 49 vers. 10 cuando Jacob bendice a sus hijos antes de morir dice: “El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el cetro o bastón de mando, hasta que llegue Shiloh el verdadero rey, quien merece la obediencia de los pueblos”. (NVI) Esta es una palabra profética sobre la tribu de Judá de quien iba a venir más tarde Jesucristo. Jacob habla proféticamente sobre la tribu de Judá en lo natural, pero a la vez en cuanto a lo espiritual refiriéndose a Jesucristo. La palabra hebrea que se traduce aquí como verdadero rey es “Siloh”, lo cual significa: tranquilo (Shiló, apodo del Mesías: Siloh). Vamos a ver más en detalle algo sobre lo que representa este cetro, el cual le extiende aquí una y otra vez el rey Asuero a la reina Ester. Si la reina Ester se presentaba sin ser convocada y si ese día el rey llegaba a estar de mal talante, podía llegar a costarle la vida. De allí entonces la importancia de que él le extendiera su cetro expresándole con ello que contaba con su favor. Debemos destacar que cada vez que la reina Ester se presenta delante del rey, él le extiende su cetro en señal de gracia, y que no hay ni una sola vez en que él haga lo contrario. Como mencionamos anteriormente ese cetro extendido es un cuadro tipológico de Jesús quien está en la sala del trono y es quien nos recibe cada vez que vamos allí. El cetro de la gracia está extendido constantemente hacia nosotros. Jesús nos representa delante del Padre y aboga para que tengamos su favor. En el tiempo de Ester, solo podía obtenerse el favor del rey cuando este extendía su cetro, de otra manera significaba la muerte segura para aquel que se presentara delante de él sin ser convocado. Durante el antiguo pacto, nadie podía entrar así nomás al lugar santísimo. Allí solo podía entrar el sacerdote bajo ciertas normas en determinadas ocasiones. Si alguien intentaba entrar allí sin cumplir ciertos requisitos o no era la persona indicada, podía llegar a morir en el acto. Esta escena del rey con su cetro extendido hacia Ester es un simbolismo perfecto de la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Vamos a ir ahora a Hebreos cap. 7 vers. 11 donde encontramos lo siguiente: “Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿qué necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón? Bajo la ley de Moisés, los levitas eran los que ejercían el sacerdocio durante miles de años. Ellos eran los que hacían de “puente” entre el israelita pecador y el Dios santo. El sacerdocio levítico provenía de la tribu de Levi. Este versículo pregunta sobre la necesidad de que fuese levantado otro sacerdote siendo que ellos eran los que estaban preparados y llamados para esa tarea y la ejercían perfectamente bien. ¿Por qué debía ser cambiado esto? La respuesta la encontramos en los vers. siguientes: (12) “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; La ley de Moisés cambió y por eso fue necesario otro sumo sacerdote. (13) y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Aquí se refiere a Jesucristo quien provenía de la tribu de Judá quien tenía el cetro en su mano.

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(14) Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio. En otras palabras, aquí dice que alguien proveniente de otra tribu que no es la de Levi llega a ser sacerdote y esto no concuerda con lo que estaba establecido en la ley de Moisés. En el vers. 15 encontramos algo maravilloso: (15) Esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, Para la mentalidad judía de la ley estaba claramente establecido quien podía ser sacerdote. De pronto, aparece alguien así como de la nada, tal como lo hizo Melquisedec, y se constituye sumo sacerdote. Esto es imposible de comprender para los judíos, pero gracias al nuevo testamento donde el apóstol Pablo y otros escritores que recibieron esta revelación, nosotros hoy podemos tener claridad respecto a este tema que se refleja en la figura de Melquisedec. El tiempo no me alcanzaría ahora para entrar en más detalles sobre su persona, pero en otra oportunidad hablaré más sobre él. Lo más importante sobre este sacerdocio lo encontramos en el vers. siguiente: (16) no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. Dios mismo lo instituyó. (17) Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. Este nuevo sacerdocio no podía ser como lo establecía la ley ya que pertenecía a otra tribu que no era la de Leví. Por eso es que Jesús es un sumo sacerdote diferente. ¿Qué beneficio trae este sacerdocio diferente? La respuesta la encontramos en los vers. siguientes: (18) Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (19) (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios. ¿Qué es lo que fue abrogado? La ley. Para ti y para mí, la ley fue derogada y abolida por medio del cetro extendido. Tú y yo no tenemos ninguna obligación de cumplir la ley como condición para ser bendecidos. Tú y yo somos bendecidos a causa de un cetro extendido quien es la persona de Jesucristo. Él es una nueva especie de sacerdocio, Él no entra en ningún molde preestablecido por la ley, Él es una nueva creación, por eso se dice también que nosotros fuimos hechos nuevas criaturas en Él. La ley no solo fue corregida o arreglada sino derogada y eliminada. Él cumplió 100% con todas y cada una de sus demandas. Tú y yo no vivimos más bajo la ley, eso significa que si la quebrantamos no tenemos que cargar con el castigo. Bajo el antiguo pacto, cada persona que quebrantaba la ley recibía castigo. Allí estaba establecido que el alma que pecaba debía morir o quedar expuesta a maldición (Ezequiel 18:20). El nuevo pacto establece que el alma que peca tiene la posibilidad de recibir el perdón de Jesús. Eso se debe a que la ley fue derogada, que fue establecido otro tipo de sacerdocio y que nos fue extendido el cetro de la gracia. ¿Puede entrar un pecador a la sala del trono? La respuesta es afirmativa y permíteme explicar porqué. La Palabra dice que no somos más esclavos del pecado. Técnicamente visto fuimos hechos completamente libres del pecado, pero como vivimos todavía en un cuerpo sujeto a la carne, cometemos cosas que no deberíamos cometer. Si bien fuimos hechos libres de la naturaleza pecaminosa, de vez en cuando cometemos algunos pecados. Dado a que fuimos hechos libres del pecado en Cristo, tenemos el derecho de entrar a la sala del trono de Dios aún a pesar de lo que hayamos cometido, pues tenemos allí a un mediador quien es el cetro de la gracia y el favor. ¡Entremos a él con plena confianza! Cuando nos sentimos indignos por algo que hayamos hecho, entremos a la sala del trono pues en esos momentos es cuando más necesitamos de la gracia. Podemos entrar allí porque la ley fue derogada y abolida. Con esto no estoy tratando de minimizar el pecado. Pecado es la peor cosa que puede haber. Déjame poner bien en claro mi posición con respecto al pecado: ¡Yo, Pastor Erich Engler, estoy vehemente y radicalmente en contra de todo lo que sea pecado! El pecado es la peor cosa que hay sobre la tierra. Por causa del pecado tuvo que venir Jesús a morir en una cruz. El pecado es la causa por la que el mundo se encuentra en las condiciones que está. El pecado es la causa de las

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guerras, las enfermedades y la muerte. El pecado es la cosa más grave que pueda existir. Precisamente el hecho que el pecado es algo tan extremadamente grave, hace que la obra de Cristo en la cruz sea aún más valiosa e importante de lo que creemos o suponemos. Ni tú ni yo podíamos solucionar ese problema de ninguna manera, y al reconocer esto, nos hace apreciar aún más la obra de Cristo. El darnos cuenta de la gravedad del pecado nos lleva a amar mucho más a nuestro Salvador. Hay quienes nos critican diciendo que porque predicamos la gracia estamos minimizando el pecado y tomándolo bastante a la ligera. ¡Esto no es así de ninguna manera! Precisamente somos nosotros, los que predicamos la gracia divina de manera radical, los que más claro tenemos la gravedad del pecado, puesto que la revelación de la gracia nos hace ver el alto precio que Cristo tuvo que pagar y la enorme necesidad que tenemos de Él. Nosotros no nos tomamos el tema del pecado a la ligera, y precisamente porque reconocemos lo grave que este es, tanto más apreciamos la obra de Cristo a nuestro favor. Una cosa que recalco siempre es, que por el hecho de vivir en un mundo caído y corrompido por el pecado es que necesitamos ser lavados diariamente en el agua de la Palabra. Ya el día lunes, cuando vamos al trabajo, encontramos suciedad en cada esquina. En todas partes por donde andemos en este mundo, nos estamos ensuciando y es imposible llevar una coraza para tratar de evitarlo. Justamente por eso es que agradecemos tanto más el agua purificadora de la Palabra. ¡Seamos cada vez más conscientes que, cada vez que escuchamos el mensaje de la gracia, nos encontramos bajo la constante catarata limpiadora del agua de la Palabra! ¡Eso es lo que hace la vida cristiana algo tan maravilloso! Jesús fue perfecto en todo, nosotros no lo somos ni podemos llegar a serlo pero como estamos en Él, tenemos su perfección. Debemos vernos a nosotros mismos a través de los ojos de Jesús. En el vers. 18 del pasaje de Hebreos habíamos leído que la ley tuvo que ser abrogada a causa de su debilidad e ineficacia, eso se debe a que si bien la ley es buena, perfecta y justa, pues representa el máximo estándar divino, no nos puede justificar. La ley ni nos santifica ni nos convierte en buenas personas. La ley (=los 10 mandamientos) es la expresión máxima del estándar divino y de la perfección y la imagen misma del cielo… pero mientras estemos sobre la tierra tenemos el problema de la carne y no podemos alcanzar ese nivel de perfección. Si bien en Cristo somos perfectos y el Padre nos ve de esa manera, nuestra carne nos juega continuamente una mala pasada y es por eso que la ley es débil e ineficaz para salvar nuestra carne, o para hacernos más santos. La ley no nos hace más fuertes para poder vencer al pecado, por el contrario, la Palabra dice que es justamente la ley la que le da poder al pecado. La ley no nos da poder para ser más santos, ni llegaremos a ser más justos por cumplirla. Muchos creyentes creen que tratando de guardar la ley llegarán a ser más justos y más santos, pero este es un concepto totalmente equivocado. Este concepto erróneo desaparece por completo en un instante cuando tenemos en cuenta lo que el apóstol Pablo nos dice en 1 Corintios 15:56. “El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley”. De allí que en Hebreos leemos que la ley tuvo que ser abrogada a causa de su ineficacia y debilidad. Casi por lo general sucede que lo prohibido resulta mucho más atractivo que lo permitido. Esto ya lo comprobamos cuando se le dice a un niño pequeño que no puede comer las galletas que están guardadas en cierta lata del armario porque están reservadas para navidad. Bastará con decirle eso para despertar su apetito y curiosidad y él buscará la primera oportunidad que tenga para echarle mano. Por supuesto que los niños, a medida que van creciendo, deben ir aprendiendo también, pero por lo general, si son pequeños, harán lo que acabo de mencionar ¿verdad? Las personas adultas reaccionan de la misma manera muchas veces, parece que lo prohibido tiene un mayor poder de atracción. Hay una enorme diferencia entre saber que no debemos cometer adulterio porque la ley lo demanda, o no hacerlo porque somos conscientes del amor de Jesús y del precio que Él pagó por tal pecado. Si se le dice continuamente a un hombre adulto que no debe mirar a una mujer ajena por el peligro de cometer adulterio, es muy posible que ese hombre se sienta tentado a comportarse como el niño pequeño con la lata de galletas.

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Sin embargo, cuando se le muestra a ese mismo hombre el precio que Jesús pagó por sus pecados a causa del gran amor por él, seguramente que no se sentirá tentado a quebrantar una ley, sino que no cometerá adulterio simplemente porque Jesús dentro de él le da el poder para no hacerlo. La respuesta es Jesús. El cetro está en su mano. Volvamos a meditar en el pasaje de Hebreos cap. 7 vers. 18 y 19: (18) Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia (19) (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios. Bajo la ley era imposible acercarse a Dios ni entrar al lugar santísimo. A ese lugar solo se les permitía la entrada a ciertas personas bajo determinadas normas, pero los demás arriesgaban la vida si llegaban a hacerlo. De la misma manera era con Ester, su vida estaba en juego si no recibía la gracia del rey. En la historia que estamos estudiando vemos que a ella le fue extendido el cetro como señal de aprobación para recibir gracia. Ester representa a cada uno de los creyentes del nuevo pacto cuando van delante del trono del Padre con una petición, y allí está Jesucristo, quien tiene el cetro en su mano para otorgarnos gracia. Ester no representa aquí al típico israelita bajo el antiguo pacto, pues al hacer lo que hizo ella tendría que haber muerto al instante. Ester representa aquí al creyente del nuevo pacto, por eso recibió favor y gracia. El vers. que acabamos de leer en el libro de Hebreos nos dice que la ley, además de haber resultado ineficaz, introdujo una mejor esperanza, lo cual significa que nos guía a Cristo, pues nos lleva al fin de nosotros mismos y a reconocer que la única solución es Él. Por eso dice la Palabra que no debemos ser tibios, sino fríos o calientes. El problema no es tanto la frialdad, sino la tibieza, esa mezcla que no es ni una cosa ni la otra. Dicho de otra manera, el problema no radica en ser tan frío como la piedra de la ley, sino a la mezcla de la gracia con la ley. Tú me puedes decir: ¿cómo, ahora dices que no hay problema en ser totalmente legalista?, ¿no es que eso es algo malo? Bueno, claro que no es lo mejor, pero lo máximo que puede pasar con aquellos que intentan guardar la ley es que lleguen a reconocer que no pueden y que no hay otra solución más que la gracia que Cristo ofrece. Por eso nos dice Pablo en Gálatas cap. 3 que la ley es nuestro ayo para llevarnos a Cristo. Esa es la misión de la ley: llevarnos a Cristo. Por eso habla aquí que introdujo una mejor esperanza, ahora podemos acercarnos a Dios en plena confianza. Para culminar volvamos al libro de Ester cap. 5 vers. 3 para ver lo que sucede cuando ella toca la punta del cetro que le extendió el rey: (3) Dijo el rey: ¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará. Tú me puedes decir ahora: ¿existe acaso en esto un paralelo con el nuevo pacto? La respuesta es afirmativa, aunque esto no se puede comprender con la mente sino por medio de la fe. Naturalmente que Dios no pone su reino en las manos del ser humano para que este haga lo que bien le parezca con él. Lógicamente que no es así, pero lo que esto nos quiere decir tipológicamente hablando, es que pidamos en grande. Es como que el Señor nos dice que le pidamos grandes cosas, que seamos audaces a la hora de pedir porque Él nos desea bendecir en grande. Las promesas que Él nos da a través de toda la Biblia son para que nos apropiemos de ellas por medio de la fe, Él no nos va a defraudar. Él desea que le pidamos en grande porque Él es un Dios grande. Esto que el rey Asuero le dice a Ester, lo repite en más de una oportunidad. Todo ese favor es a causa del cetro extendido. Cada vez que nosotros vamos delante del trono de la gracia, de acuerdo a Hebreos 4:16, el que nos abre la puerta para permitirnos entrar con libertad es Jesucristo, quien es ese cetro extendido a nuestro favor. Él es la gracia en persona, pues ella vino a la tierra por medio de Él. Como hijos de Dios, tenemos mucho más favor del que suponemos para solicitarle algo al Padre. Creo que no somos realmente conscientes de lo que poseemos. Si no contáramos con su favor no iríamos ante su trono a pedir lo que necesitamos. Es más, justamente pedimos porque tenemos favor. Si hasta ahora no hemos recibido más es porque ignorábamos que contábamos con su favor. La razón por la cual no pedimos sabiduría es porque pensamos que no tenemos necesidad de ella, nos creemos demasiado listos como para

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lograr todo sin ayuda de nadie. La Palabra nos dice, en Santiago cap. 1 vers. 5, que si alguno tiene falta de sabiduría se la pida a Dios y Él se la dará abundantemente y sin reproche. El motivo por el cual no pedimos sabiduría diariamente es porque no somos conscientes que nos hace falta. Nos confiamos demasiado en la experiencia y creemos que lo logramos solos. La Palabra nos dice que no tenemos porque no pedimos, por eso entonces comencemos a pedir y obtendremos lo que nos hace falta. Eso no significa que recibiremos todo de un día para otro, pero si el Señor lo promete, lo vamos a tener. Sucede lo mismo con la siembra y la cosecha. Yo no entiendo mucho de sembrados y campos, pero una cosa sé y es que si planto una semilla, después de un determinado período de tiempo voy a tener la cosecha. Cualquiera que es entendido en la materia sabe que lo que estoy diciendo es así, pero también puede agregar que no todas las semillas germinan ni dan fruto al mismo tiempo. Hay cosas que necesitan más tiempo que las otras. Si deseo tener un árbol por ejemplo, tendré que esperar algunos años, pero si en cambio quiero una hortaliza tendré el resultado en un par de meses. De la misma manera sucede en lo espiritual, hay semillas que dan su fruto de inmediato y otras que hay que esperar un tiempo largo para ver los resultados, pero una cosa es segura: toda semilla da fruto. Observemos lo que dice en Marcos cap. 4 vers. 26 al 29: Decía además Jesús: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; (27) y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Siempre se dijo que debemos tener fe para que nuestra semilla de fruto. Aquí dice que la semilla crece por sí sola. En unos momentos te voy a mostrar algo que será de gran bendición para tu vida. Sigamos leyendo: (28) Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; (29) y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado. Según la semilla que se haya plantado, dará su fruto a su tiempo, alguno más rápido que otro pero fruto al fin. Aquí Jesús compara el reino de Dios con la tierra donde es plantada la semilla. Nosotros somos los que plantamos. Si bien la semilla forma parte de la tierra, la substancia que hace que esta germine es la tierra misma. Luego de plantar esa semilla, nosotros seguimos nuestra vida normal sin saber y sin ver lo que está sucediendo con ella bajo la tierra. Eso es lo que denominamos: fe para sembrar. ¿Es difícil acaso tener fe para sembrar? No necesitamos fe para hacerla germinar porque nosotros no somos los responsables de ello. El vers. 28 nos dice que la tierra da fruto por sí misma. Yo no necesito fe para que esta semilla germine, sino solo fe para plantarla, porque de suyo lleva fruto la tierra. Siempre se nos enseñó que debemos tener fe para que la semilla que plantamos de fruto, pero aquí Jesús nos dice que de suyo lleva fruto la tierra. El acto de fe es plantar la semilla y con eso se acaba nuestra parte, Dios es el que se responsabiliza por la germinación y el crecimiento. Si bien es cierto que debemos regar esa semilla de vez en cuando, esa tarea no tiene porqué demandarnos un gran esfuerzo, pues la mayor parte del agua que esa semilla necesita proviene de la lluvia. ¿No es maravilloso ver que el único acto de fe que hacemos nosotros es sembrar ya que el resto proviene de Dios? Pablo nos dice en 1 Corintios cap. 3 vers. 5 y 6: ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. (6) Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Por lo general, espiritualmente hablando, el que riega esa semilla que nosotros plantamos es otra persona. En este momento, mientras tú me escuchas predicar la Palabra, esa semilla plantada en tu corazón por alguna persona en algún lugar y momento de tu vida, está siendo regada por mí. Deseo animarte a que plantes tu semilla, ya sea espiritual o financiera, pues no debemos olvidar que cada semilla da fruto según su especie. Dios siempre va a enviar alguien para que la riegue. Cuando tú escuchas palabras de ánimo, alguien está regando esa semilla. Cuando la Palabra de la gracia es predicada, tu semilla está recibiendo la lluvia celestial. Naturalmente que hay quienes hablan palabras de crítica y de desánimo y con eso están robando tu semilla, pero no debes permitir que esto suceda.

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La predicación del evangelio de la gracia es como lluvia refrescante que hace germinar semillas de bendición plantadas en nuestros corazones por alguien. Cada semilla plantada germina y da fruto. El alentarnos unos a otros con la Palabra del Señor es como el agua que cada semilla necesita para germinar y crecer como Dios lo desea. ¡Amén!

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